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Le ofrecieron a Michael dos opciones: lo podían arrastrar
agarrándolo de los pies, con su cabeza colgando, con un perfecto
primer plano del cemento, o podía caminar con ellos bajo su
propio poder sin intentar nada. Eligió la segunda opción. Mientras
marchaban al lado de él, su corazón seguía tratando de escapar
su caja torácica con su incesante martilleo.
Los cuatro hombres lo escoltaron a través de una puerta, por
todo un pasillo y luego a través de otra puerta hacia un gran
cuarto de conferencias. Por lo menos eso es lo que él asumía,
basado en la larga mesa de madera de cerezo, sillas de cuero
afelpado, y la barra iluminada en la esquina. Se sorprendió al ver
solo una persona esperándolos: Una mujer. Era alta con largo
cabello negro, con amplios y exóticos ojos, y de alguna manera se
veía preciosa y aterradora al mismo tiempo.
―Déjenlo conmigo ―dijo. Cuatro palabras, suavemente
habladas, pero los hombres prácticamente se zambulleron hacia
afuera, cerrando la puerta detrás de ellos, como si le temieran
más allá de todo.
Esos llamativos ojos se enfocaron en la cara de Michael. ―Mi
nombre es Diane Weber, pero te referirás hacia mí como Agente
Weber. Por favor, tome asiento ―señaló la silla más cercana a
Michael, y tomo cada onza de su fuerza de voluntad vacilar antes
de sentarse. Se forzó a contar hasta cinco, mirándola fijamente,
sosteniendo su mirada. Luego, siguió sus órdenes.
Ella se acercó y se sentó junto a él, cruzando sus esbeltas y
bonitas piernas. ―Disculpas por el alboroto para traerte hasta
aquí. Lo que estamos a punto de discutir es extremadamente
urgente y confidencial, y no quería perder ni un minuto…
preguntando.
―Debería estar en la escuela. Preguntar hubiera funcionado
perfectamente. ―De alguna manera ella lo había aliviado, lo cual
lo enojaba. Estaba claro que era manipuladora, que usaba su
belleza para derretir los corazones de los hombres. ―De
cualquier manera, ¿para qué podrías llegar a necesitarme?