duende se quedó más tranquilo y le invitó a Miguel a conocer su
aldea. Él sabía que no podía salir de casa, porque su abuelita no le
dejaba, pero como era muy valiente, salió sin que nadie se diera
cuenta.
Miguel, era feliz en aquel lugar, le acogieron como uno más,
pero tenía el remordimiento, de que tenía que ir se a casa para
cenar. Llegaron las nueve de la noche y Miguel prometió a los
duendes y a las hadas que mañana volvería a verles toda la tarde.
Después de cenar, Miguel estaba ilusionado y quería que fuera ya
mañana, para ir a visitarles.
Al día siguiente, Miguel, por la mañana hacía las tareas y por la
tarde, visitaba a los duendes y a las hadas. Así estuvo una semana
entera. Llegó el lunes e hizo lo mismo, por la mañana hizo las
tareas y por la tarde visitó a los duendes y a las hadas. Pero esta
vez, no le salió bien la jugada, su hermana Camila, le observaba
desde la ventana de su habitación. Camila gritó: - Miguel. Él, le dijo
a Camila: - Por favor no se lo digas a la abuelita, que si no me va
a castigar toda mi vida. Camila, se lo dijo a la abuelita y así fue, a
él, le castigó toda la vida sin salir de su habitación.
Un día, Miguel se encontró a su abuelita en la habitación y este
le dijo a la abuelita: - por favor, déjame salir, fuera de la casa, es
algo imprescindible para nosotros, quiero ver el sol, el agua, las
plantas, los animales…. La abuelita le dijo a Miguel: - a ver, Miguel,
yo no quiero que salgas al exterior, porque mira lo que les pasó a
tus padres. Él, le dijo: - mira ven, te lo enseñaré. Los dos salieron
de la casa y la abuelita se quedó muy impresionada, vio lo mismo
que Miguel al principio.
A la abuelita, le empezaron a caer bastante bien aquellas
criaturas, así que al día siguiente volvieron a verlas. La abuelita se
divertía mucho: jugaba al escondite, saltaba a la comba con ellos,
hacía carreras de sacos. La abuelita, se dio cuenta de que había