Cuentos Policiacos

5,596 views 10 slides Mar 19, 2010
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1. El extraño caso de los molinos
Guillermo Bertini
argentina


La denuncia había llegado a la seccional policial del departamento de Los Molinos pasada la
medianoche. Un lugareño daba cuenta de que un automóvil se había desviado de su curso sobre
el camino de cornisa y se había desbarrancado unos 50 metros, para quedar semihundido en las
aguas del lago. Dentro del vehículo se hallaba el cuerpo de una mujer.

El timbre del teléfono lo despertó súbitamente. El oficial Camaratta profundamente dormido
yacía desparramando su desnudez al lado de su joven amante. Había sido una ardorosa noche de
lujuria y placer.
-¿¡Inspector!?- sondeó con temor el agente de guardia
- ¿¡Y ahora qué pasa…!? – contestó muy molesto el oficial.
-Se produjo un accidente automovilístico en la ruta 5 a la altura del kilómetro 68 y el Jefe ordenó
que Ud. se hiciera cargo del caso. Parece que se trata de un femenino muerto y… La
comunicación se cortó violentamente.

Gustavo González era un importante empresario de la construcción. Su relación matrimonial no
pasaba por un buen momento con su esposa, dueña de una boutique. Si bien el negocio
prosperaba, en lo sentimental, las cosas no andaban nada bien. Desde hacía tiempo, ella trataba
de mitigar su depresión bebiendo alcohol y tomando estupefacientes. Por eso nunca conducía el
automóvil.
Ese día, su marido la había persuadido para que realizaran un viaje de fin de semana a Córdoba.
Él tenía que viajar por asuntos de negocios. Al principio ella se rehusó, pero finalmente accedió
con la esperanza de que la relación conyugal mejoraría.
Emprendieron el viaje un viernes por la noche. A la altura de la localidad de Los Molinos, el
automóvil comenzó a fallar y decidieron detenerse en un Motel. En la habitación contigua Martín
Vedia y Emma Van Riet miraban televisión y bebían cerveza. Una hora después, González
retomaba el viaje a la ciudad de Córdoba en compañía de una mujer.
Al amanecer, González y su acompañante se habían registrado en un lujoso hotel de la ciudad.
Después, él se bañó, se cambió y salió con prisa para no llegar tarde a un importante encuentro
de negocios. Terminada la reunión, González pasó a buscar a la mujer por el hotel y juntos
fueron a almorzar a un exclusivo restaurante. Durante la comida, ella abusó del alcohol.
Inesperadamente, se levantó de la mesa como un rayo y sumida en un ataque de locura
protagonizó una escena de celos. En seguida comenzó a gritar y a arrojar la vajilla contra el piso
y las paredes. Así lo relataron la camarera, y otros comensales, en su declaración testimonial.
Entrada la noche, y ante la mirada absorta de varios huéspedes y empleados del hotel, la pareja
mantuvo una fuerte discusión que no llegó a mayores porque intercedió el conserje. En esas
circunstancias, ella lo había sentenciado que pediría el divorcio y que esa misma noche
regresaría a Bs. As. En presencia de todos dejó bien en claro su firme determinación de no volver
a verlo nunca más. Luego se retiró muy ofuscada, y presurosa se dirigió a la cochera. Se fue en el
mismo auto que habían llegado. Pasadas dos horas, González recibió un llamado telefónico.

- Ella acaba de llegar - se escuchó en el Nextel
- Listo… ¡háganlo ya!- ordenó González.

Con los primeros rayos del sol Camaratta llegó al lugar del accidente. Su estado era deplorable y
no podía disimular el malhumor. Los bomberos realizaban las maniobras previas al rescate y una
vez retirado el cuerpo sin vida de la mujer fue puesto sobre una camilla. Con cuerdas y arneses,
lo subieron hasta el costado del camino. Allí aguardaba la ambulancia que lo llevaría hasta la
morgue judicial. Mientras tanto, los peritos inspeccionaban el coche tratando de determinar si el
accidente se habría provocado por alguna falla técnica.
Cerca del mediodía Gustavo González fue avisado del accidente sufrido por su esposa y se le
informó que debía presentarse en la seccional policial para prestar declaración testimonial. Los
datos del vehículo y de la mujer fallecida coincidían con los registrados en el libro del hotel.
Después de recibir la noticia, González hizo un llamado telefónico.
- Ya está acreditada la guita en tu cuenta- se apresuró a decir.
Luego, partió en un taxi con destino a la morgue judicial del hospital de Los Molinos. Debía
reconocer el cuerpo de su esposa.

La seccional de policía olía a churrasco quemado. González se acreditó en la mesa de entrada y
pidió hablar con Camaratta. Después de esperar algunos minutos entró a la oficina del oficial. En
la puerta se leía un corroído cartel que decía: Departamento de Investigaciones. Insp. Camaratta.
El oficial se balanceaba sobre un destartalado sillón giratorio. ―Este es el tipo que me jodió la
noche‖ -pensó – mientras lo invitaba a sentarse sin saludarlo. Después de corroborar los datos
personales y otras formalidades comenzó a tomarle declaración. Al costado del escritorio, otro
miembro de la fuerza hacía malabares para escribir ―con dos dedos‖ en una vieja Remington.
González respondió con seguridad las preguntas del oficial, pero no podía disimular lo incómodo
de la situación. Culminados los trámites de rigor y habiendo reconocido el cuerpo de su esposa,
el Inspector le autorizó el traslado y le prometió que iba a tenerlo al tanto de cualquier novedad.
Al día siguiente llegaron dos sobres a la oficina del Inspector Camaratta. Uno contenía los
informes del peritaje técnico del automotor, donde los peritos se expedían categóricamente: las
causas del accidente no se debieron a fallas técnicas del automóvil. En el otro, el médico forense
señalaba que las contusiones y heridas que presentaba el cuerpo de la mujer fueron producto del
accidente y no de otras causas. En las conclusiones se expresaba que los análisis de sangre
habían revelado la presencia de barbitúricos y otros medicamentos psiquiátricos. Agregaba
además, que le había sido extraída gran cantidad de agua de los pulmones. El reporte daba por
cierto que las causas que provocaron el deceso habían sido la pérdida del control del vehículo y
consecuentemente la asfixia por ahogo.

En algún banco de la ciudad de Bs. As., una mujer había realizado una transferencia al exterior
por una importante y jugosa suma de dinero. Después tomó su valija y se dirigió hacia el
aeropuerto de Ezeiza, donde abordó el vuelo de las 18.35 con destino a Bruselas.

El Inspector Camaratta introdujo el expediente en un gran sobre de papel madera, humedeció la
pestaña con la lengua y lo cerró a golpes con la palma de la mano.
Un tiempo después, el juez descartaba la hipótesis de un atentado y archivaba definitivamente la
causa, estableciendo que se trató de una muerte por accidente derivada de la conducta
imprudente del conductor.

Los húmedos cuerpos desnudos y exhaustos descansaban sobre la descomunal cama de un lujoso
piso de la Av, Libertador. Descorcharon la botella del champagne francés y se besaron
apasionadamente…
- ¡Te amo!- dijo Gustavo González.
- ¡Con toda mi alma! – respondió Martín Vedia

2. Los asesinos de Hemingway
Michel García
Dos hombres entraron a la casa, y esperaron en silencio a que los ojos se les acostumbraran a la
oscuridad. Hemingway dormía al fondo, y afuera una fina lluvia empañaba los cristales.
Acariciaban en sus manos revólveres, y al cabo de un rato pudieron caminar por entre los
muebles, en la penumbra. Oían como un rumor los ronquidos del viejo Hem.

-¿Qué hacemos ahora?-preguntó uno.

-No sé exactamente-respondió el otro.

En las ventanas la lluvia aumentaba, se escuchaban truenos y podían ver las sombras de los
árboles al viento, que opacaban la luz de los faroles. Caminaron hacia una habitación que parecía
ser una oficina, en la que había una mesita repleta de libros, una máquina de escribir, hojas
blancas y una botella de whisky con un vaso a medio usar al lado. Revisaron en las gavetas. No
encontraron nada.

Pasaron a un cuarto amplio, acomodado con dos camas, donde también habían libros y
colgaderas de animales. Vestían ropas negras apretadas, capuchas que solo dejaban ver sus ojos,
y aunque sus estaturas eran diferentes al igual que su complexión física, en medio de la noche
parecían hermanos vestidos igual para la misma ocasión.

Uno le extendía al otro de vez en cuando manuscritos corregidos, buscando su aprobación.

-¿Es este? -No, el muy desgraciado lo tiene bien escondido.

-¿Y ahora? -A seguir buscando, vivo.

La tormenta arreciaba, y las luces de afuera amenazaban con quedar completamente apagadas.

De repente oyeron que el ronquido de Hemingway cesaba, y el susurrar cada vez más cercano de
unas pantuflas afelpadas. Se escondieron bajo las camas, y divisaron las piernas del viejo que se
dirigían al baño. Oyeron el largo chorro que soltaba Hemingway, y el sonido de descargar el
inodoro. Otra vez se acercaron las pantuflas, que sin sospecha se detuvieron en la puerta del
cuarto, y ellos apretaron por instinto los revólveres. Pero Hemingway siguió camino hasta su
habitación, y en breve volvieron a sentir sus ronquidos.

La búsqueda no prosperaba. A la poca luz de los relámpagos solo podían distinguir las cabezas
muertas en las paredes, que parecían vigilantes silenciosos de ojos cristalinos, y los papeles se les
perdían en la oscuridad.

Se movieron por toda la casa, evitando el cuarto del viejo. Abrían libros, levantaban almohadas y
sábanas viejas, colchones húmedos, pero no aparecía lo que los había llevado allí. Comenzaron a
sudar, a pesar del frío que entraba por las ventanas.

Durante días habían ido a vigilar al escritor, atisbando por entre las ventanas y las veladoras,
disfrazados de extranjeros. Verificaron los horarios de apertura y cierre del museo, el
movimiento de las personas, la estructura de la casa, sus alrededores, la rutina de Hemingway y
los cambios de guardia de los custodios. Ahora sentían que todo el esfuerzo se podía ir a la
mierda, si no encontraban algo. Empezaron a desesperarse, pero decidieron mantener la calma.

Ya estaban en el interior, sólo tenían que buscar. En sus ojos se dibujaba una impaciencia, un
deseo inaudito de no ser sorprendidos.

Los truenos sucedían, llenando de un silencio pavoroso el intervalo entre ellos.

Después de una última mirada confusa, se dirigieron hacia el fondo de la casa, más allá del
comedor. Chequearon los revólveres, y en una fracción de segundo pudieron ver en los cristales
el rápido desplazamiento de las nubes. Afuera las luces se habían apagado ya definitivamente.

Hemingway dormía boca arriba, acurrucado con sobrecamas rojos y bufando el aire de los
pulmones. Los hombres lo miraban con terror, y sin decirlo agradecieron que la más plena
oscuridad los cobijara. Se miraron sin saber que hacer.

-Haz algo.

-No sé qué.

-Lo que se te ocurra, vamos.

-No, tengo miedo.

-Bah, parece mentira, vivo.

Con sigilo examinaron el cuarto, abriendo pequeñas gavetas y el escaparate de espejos. Les
impresionó ver su propia imagen reflejada con total exactitud.

Cerraron las puertas asqueados de tanta lluvia y silencio, de no encontrar nada, y con las manos
señalaron los revólveres. No había otra solución.

El disparo sonó en medio de la madrugada, disimulado por un trueno que estremeció los cristales

3. PORQUE. TE. LLEVASTE. MI. CAMISA AZUL.
Matias. Olivares. Gazitua.

Odioso despertador. El relojero había mencionado que los resortes se encontraban a un impasse
de quebrarse, contaba con que esta mañana su chirrido retumbaría en mis oídos, una cita
importante me aguardaba, y no toleraba atrasos, el don de la puntualidad le era exquisitamente
apreciable, no tuve alternativa, y comencé a realizar amagues con el brazo. Reiteradas veces
conté la distancia entre la pieza y el tarro de porquería que permanecía adherido a la tina, sostuve
la convicción de aventarlo porque a estas alturas era lo mejor que podía hacer, las perillas
oxidadas tomaron un peculiar color castaño oscuro, estuve expectante todo el trayecto hasta el
momento de la caída, cuando éste lanzó su último ―ring‖… Fue buena muerte, tomé una ducha y
desde el ventanal observé que las nubes retorcidas cubrían el extenso cielo, marzo aguardaba
frio, obscuro y lluvioso. Según los meteorólogos, habían pronosticado para toda la zona central
ciclones de bajas temperaturas, brumas durante el día y camanchaca en la madrugada, especial
para llevar mi camisa azul. Esta fría mañana, me hizo recordar el arribo de una carta: ―Era un
primo en segundo grado, y me pedía que no me extrañara, lo que pasa, (decía) es que por
circunstancias adversas he vivido lejos de la ciudad, siendo niño tuve la inquietud de conocer a
mis primos mayores, pero mis padres nunca me autorizaron a realizar mi voluntad, hasta que con
la muerte de ellos me convertí en una persona independiente‖. Estrechar lazos con un extraño era
excesivo, en la casa teníamos por norma no hablar con los vecinos, no eran malas personas, pero
un gesto amable echaba una mano al disimulo. Era una rutina, la misma que en la casa, acostarse
temprano para el siguiente día recorrer las calles del centro, apremiado por ser el asentador, por
el terror de no conseguir satisfacer las obligaciones de cada día. Ver a mí esposa preparar la
comida con entusiasmo, entender a los niños que jugaban hasta tarde como delfines y
protestaban no tener sueño, después al venir la noche, ese silbido hondo resbalaba por los techos
de la casa sellando sus ojos. Era hermoso. Ahora vivo entre recuerdos, y ecos que golpean el
pasado de la casa, y cada año en el mes de abril rememoro su muerte en lo ancho de mi
habitación. Mas tarde de lo habitual fue la cita con Segundo, no todos los días muere un
correligionario, más bien eran mañas de un viejo marginado no admitir un atraso, y me apoye un
momento en el respaldo de la cama. El Café España era un céntrico café de la capital, una
taberna agrietada de color gris del siglo xlx, de aroma excitante y luctuoso, con un leve aspecto
country en la entrada. Ciento treinta años de fama y medallas exhibidas predominaban en toda su
cuadratura, visitado por millares, era la cúspide. Dentro de toda esa condensada gama de gente
estaba su pesada anatomía soportada por la silla de la mesa, el café, y un cenicero lleno de
colillas que resonaban doblemente impaciente…, entretanto movía la pierna aguardando,
escuchó un idilio en la mesa de al lado;--¡Hablaste con él esta mañana!--¡No, necesito mas
tiempo!--..¡Estamos profanando…! Todo Lo que quieras,-le dije;- Pero te amo
inmensamente…Y te he amado siempre…¡Lo sabes…!¡No, no sé!-¡Sí, lo sabes!-Dime que estás
convencida de cuanto te amo!¡No ves que me estás haciendo sufrir de un modo horrible!--Al
sentir que sus manos temblaban en las suyas, dulcemente le dijo: -¡Escúchame te digo;!¿No te
das cuenta que también te quiero con toda el alma, y que sin ti me muero?-¡Te amo
inmensamente…,te amo cada día más, Armando…, pero ahora debo irme, debo regresar…,
después le susurro algo en el oído y en seguida la beso… Su bella silueta y su boca que fueron
cálidamente besadas avanzó de prisa en medio de las mesas del bar, en silencio Armando la

contempló por una eternidad, hasta desaparecer…Ese hombre conservaba los modales de un
amante perfecto, portaba adentro un brío que remontaba a los cimientos de la aristocracia
familiar mas reservada, pero inaccesible, inclusive para la figura mas bella que habitara la orbe,
sin embargo el filo de la duda de un amor tardío, que brotó en el ocaso de un encuentro súbito a
orillas donde revientan las ultimas olas, destrozaba la esperanza de hacerla suya perpetuamente. -
Pidió la cuenta; -¡Aquí tiene señor! ¡Que tenga buen día….! Segundo no deseaba avezar una
familia, totalmente abúlico se abastecía con los negocios de su padre. ¡Mujeres, son unas tontas!,
decía; ¡Egoístas de primera clase! .De pronto sacudió la cabeza y con voz fuerte y arrogante me
habló;--¡Llevo un año esperándote!--¿Qué sucedió?--¡Te olvidaste!-- ¡Quince minutos, el reloj
no sonó y tuve…! ¡Ah deja eso para más tarde!--¡Siéntate y tomate un trago conmigo!--. Llamó
al mozo, y esta vez pidió dos espumosas garzas de cervezas. Estás igual que el año pasado le
dije; teniendo en cuenta que su robustez había excedido su envoltura. –Sí, el sobre peso me ha
dañado la espalda, tengo dolores en los tobillos, y las rodillas me suenan como acordeón. Pero,
no es todo; -Igualmente me diagnosticaron una enfermedad en la sangre, y la diabetes que tengo
es hereditaria.--Entonces debieras….--No seas catastrófico me interrumpió, echado para atrás
empinando el vaso…-Me tiene sin cuidado exclamó;—Te diré que los de bata blanca, son los
peores comerciantes del siglo, recorren los pasillos de los hospitales visitando enfermos como si
nos hicieran un gran favor, y esto cuando lo realizan, lo mismo ocurre con los meteorólogos, te
dicen que va a llover, pero sale el sol.--¡Dos más!—Enseguida señor…., como te decía, se
aseguran entre ellos, son una mafia de segunda clase, agregó.- ¡Y tú, después de todo, una
blancura te ha brotado del cabello, dicen que de mucho pensar aparecen las canas!¡El smog de la
ciudad…!-Durante años te he invitado al campo, pero titubeas. –Estoy casero, y además no hay
tiempo le manifesté… --¡Todavía andas como un mendicante por la vida!-¡Terminarás
volviéndote loco! –Fuimos privados el uno del otro. Una tarde la encontré tirada en el piso
ultrajada en todo su cuerpo, intenté ayudarla, pero fue demasiado tarde, estuve detenido como
principal sospechoso por el cargo de homicidio. Durante meses buscaron como topos
convencidos que yo tenia oculto los cuerpos… No olvido aquello, aun puedo oler su sangre
cuando me acuerdo…--¡Ves!... la policía no interviene, no merecen la pena, se presentan cuando
ya aconteció la desgracia, son unos ―imbéciles‖, vocifero; --¡Cuidado, baja la voz!— ¡Donde
vamos a llegar, chapurreo entre dientes!; no te ofusques, no tiene caso le dije. Salí a respirar un
momento; Segundo fue al urinario, rumiaba como león enfermo, de vuelta la conversación
comenzaba a declinar cuando me examinó con la vista;--¿Por qué no traes puesta la camisa
azul?—Confiaba que me lo dijeras tú.--¡Pero…!-Hoy se cumple un año le dije; —¡Con eso me
quieres decir que estoy envuelto en el saqueo a tu hogar…¡No es mi culpa que la hayas
descuidado!...¡Nadie piensa que tienes la culpa!, le dije; pero…¡Idiota!, me colmas la paciencia,
cierra la boca, echa una mirada!... -Levanté el mantel con precaución, y el cretino me apuntaba
con una pistola; ¡la sangre se me heló!,--Como puedes ver, si hubiese querido, hace rato hubieras
muerto.—Eres un mal nacido; le pediré al mozo que de aviso a la policía; Si eres mas ligero que
una calibre treinta y ocho, hazlo; de lo contrario, en tu lugar no me levantaría de la silla.—De
pronto una bella mujer tomó lado cerca de la disputa, éste le hizo una seña reconociéndola;
después llego un hombre que se agachó al cruzar la puerta, llamaron al mozo y estuvieron de
acuerdo. Sus cabellos lucían húmedos, mire el reloj y marcaba las seis, hacia frio y las nubes
cedieron el paso a las lluvias. Hasta el momento nadie percibía nada, cada cual era exento de
mirar lo que acaecía, solo el rumor de las maquinas cafeteras relataban entre taza y taza lo que
sucedía en la mesa de al lado. Estaba frente a un revolver, esperando que mi asesino se rindiera
bajo el efecto del alcohol. Mientras en la consola de los amantes se escuchaban murmullos de

amor y besos de pasión, hundió la cabeza como un avestruz, para regresar de una pesadilla…--
¡No hagas una estupidez!--¿Por qué no me liquidas entonces?—Sabías que de niño me gustaba
entrar en las bodegas de mi padre, era bello observar a los ansiosos gatos yugular a su víctima.
Después encontré la manera de terminar con los molestos ruidos en el tejado, en fin, una noche
entre a la pieza a esperar a mis padres. Sus rostros palidecieron al ver que llevaba puesto los
guantes que ellos ocupaban para alcanzar las gallinas que quedaban atrapadas en los cercos, y
con un gesto trascendente, apenas incorpóreo, se sentaron lentamente a esperar el deceso. -Les di
santa sepultura…-¡Diré una plegaria!…-¡Irás a la cárcel y te abominaran los parásitos de tu
celda!..., le dije. ¡Me miró enloquecido…! -Sin temor a equivocarme, en un acto libre de
voluntad y sin cordura, de un tranco me arroje a su garganta como un guepardo, el tiro del gatillo
dos veces…
Un silencio inquietante se apoderó de todo. Me aproximé a la ventana y llovía copiosamente.
Miré hacia el velador y advertí que estaba en mi habitación. No tenía concepto del tiempo, traía
puesta la bata de levantar y sentí un hondo alivio. Encendí la luz estaba todo igual, yacía el
camarada tirado en la basura. ¡Como pude pernoctar tanto!, me senté y di gracias por estar vivo.
Lo hice con la confianza de que estaba a salvo y me quedé flemático observando la lluvia
monótona que golpeaba la ventana. Al rato, advertí unos pasos trasnochados que venían desde el
pasillo del edificio conteniéndose en reclamar la atención de los vecinos, me acerqué a la puerta,
y vi por él entre ojo unas manos que acariciaban con demencia a una soleada joven de ojos claros
y labios acorazonados, y entre lágrimas y una mojada sonrisa de felicidad, éste le decía; ¡-Mi
vida!-¡Mía, mía!-Si, si murmuro ella- ¡Tuya, tuya!...

4. ¿De donde vienen las tragedias?
Jeison villalba
Filomena Carpajo de 52 años de edad, vivía junto a su esposo Plutonio Carimba y sus tres hijos:
Rember, Carmelo, y Eufrasio, en una lejana y selvática población del sur de tierralta. El lugar
tornaba un ambiente solitario, la casa era de tablas con un techo pulido en fina palma de cera, el
piso aterronado y húmedo fatigaba a Plutonio cada vez que se levantaba de su rugosa y remendada
hamaca, y el temor que flotaba por los alrededores, en especial el que tenía Filomena de que en
cualquier momento la guerrilla acabaría con lo que ellos durante muchos años habían criado y
cultivado.

Una mañana, Filomena estaba sentada en su taburete mientras las urracas aclamaban la llegada
de un fuerte aguacero. Rember y Carmelo limpiaban el cultivo de hortalizas y Eufrasio junto a su
padre cortaban grandes gajos de plátano para el desayuno. De pronto, Filomena escucha unos
disparos y muy asustada empieza a gritar:
Pluto! Pluto!!
“Se metió el ejercito”
Corre!
Plutonio manda a Eufrasio donde su madre para ver que sucedía, este sale corriendo y se tropieza
con una gruesa raíz de un árbol de mango, rápidamente se levanta y mientras se proponía avanzar,
observa varios hombres vestidos con ropas de manchas verdes y unas botas pantaneras muy
lustradas, entre sus brazos llevaban varias “escopetas” y descendían de la montaña que estaba
detrás del pilón del frente de la maracuyá debajo del mango por encima del loro que charlaba día a
día con Rember.

Sin prestarle mucha atención a lo que había visto, Eufrasio llega a su casa y encuentra a sus dos
hermanos debajo de la cama, y su madre arrodillada orando frente a una vieja foto de la virgen,
mientras las gallinas cacareteaban como si ya fuesen a poner. Filomena lo toma del brazo y lo
esconde debajo de la cama junto a sus otros hermanos. Una lagrima de sudor deslizaba sobre sus
lucias mejillas, cuando de momento, hay un sesee al fuego, Filomena se pone de pie y se asoma a
la descubierta y enterrada sala. Lo primero que ve, es desastroso. Pedazos sangrados de la cabeza
de se esposo plutonio, y un gran suspiro marca en ella, una fuerte aceleración cardiaca, de pronto,
Eufrasio escucha un leve ruido; como si algo se hubiese caído, sale debajo de la cama y se asoma
a la sala, trinchado de dolor cae arrodillado frente a sus padres muertos ya por el suelo. Sus dos
hermanos escuchan su llanto y salen a ver lo sucedido. Era horrible. Eufrasio no sabía que hacer,
tenía tan solo 16 años y no contaba con nadie cerca mas que sus hermanos en especial Rember
quien era un año mayor que Carmelo de 11. Los llantos de sus hermanos atormentaban sus oídos,
entró un momento crítico de desesperación en el cual lo único que se le ocurrió fue llevar a sus
hermanos a las orillas de las crecidas aguas de una quebrada cercana al cultivo de arroz donde los
lanzó sin ninguna piedad, mientras estos chapoteaban tratando de salvar sus miserables vidas. Se
quedo observándolos con una marca de tristeza y dolor en el rostro, pero a la vez con una cruda
satisfacción y una leve tranquilidad amarga.

No se ha sabido nada más de él, nadie en el pueblo ha vuelto hablar de ese suceso, nunca se supo
en realidad lo que paso con la familia Carimba. Hasta el día de ayer donde sale publicada la noticia
de que un coronel del ejército, había acabado con la vida de todo un batallón de hombres,
instalando una potente bomba en las instalaciones de la brigada 11 del ejercito. Según las noticias,
el coronel Carimba Carpajo Eufrasio miguel había sufrido un desequilibrio mental por causa de un
pasado oscuro que lo llevo a la tragedia. Se dice que fue por venganza, otros decían que era igual
de loco a los demás, y otros afirmaban que la guerra y el recuerdo de su niñez propiciaron su “frágil”
actitud.
El pueblo ha guardado esto durante mucho tiempo, unos por miedo a que lo maten, y otros
simplemente deciden ignorarlo, aun después de dos años de haber leído la cruel noticia. Tres
meses después de aquel acontecimiento, sale en el periódico nacional de Colombia:
“pueblo de Tierralta confunde a militares y guerrilleros. 15 años atrás fue encontrada la familia del
coronel que asesinó a todo un batallón. Se encontraban muertos en su propia casa, y sus dos
hermanos carcomidos a las orillas de una quebrada”
El pueblo dice que fue el ejército. El ejército afirma que fue la FARC.

Y así queda impune y enterrada, una tragedia más de este apartado pueblo colombiano

5. La bomba bamba
Pedro E. Payac Ojeda
Eran las 9 de la noche, la luna apenas se había asomado y las estrellas titilaban cual luciérnagas en el
firmamento chiclayano, el personal de servicio de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDE), se
encontraban, algunos fumando, otros atentos a las hermosas mujeres que por ahí circulaban, otros
cumpliendo atentamente su servicio, cuando una llamada telefónica vino a ―revolucionar‖ el macizo local
policial.
- Aló, buenas noches, Policía Nacional a sus órdenes, se le escuchaba decir al Comandante de Guardia, un
veterano y todavía ágil policía.
- Señor, es una emergencia, estoy hablando desde Lambayeque, al otro lado de la línea se escuchaba una

voz masculina de hablar pausado y nervioso, frente al Museo Brunning han dejado un paquete, su voz
casi temblaba, creo que es una bomba.
El Comandante de Guardia tomaba nota de todos los datos, a veces hacía preguntas y más preguntas, con
la finalidad de verificar la información.
Corría los días y meses del año 85, la subversión en nuestro país estaba ocasionando estragos en la Policía
Nacional, Fuerzas Armadas, en la población civil y en los lugares públicos.
La población vivía atemorizada por los constantes apagones y las acciones terroristas, la UDE – PNP.,
tenía bastante trabajo. Esa noche iba a ser una larga jornada.
Se le dio cuenta de esta novedad al Oficial de Servicio.
- Que esté lista una unidad móvil con personal de la UDE, ordenó.
Al momento cuatro efectivos de la UDE, el Oficial de Servicio y su adjunto, luego de revisar todo el
equipo necesario para estos menesteres y de persignarse, en estos casos Dios es el único que los protege,
abordaron la camioneta RAM CHARGER de color verde, verde como el color de la esperanza, esperanza
de regresar con bien, sanos y salvos, de esta patriótica, pero peligrosa labor.
Salieron por la avenida Balta, con circulina y sirena funcionando, a toda velocidad, abriéndose paso por la
avenida Bolognesi hasta la avenida José Leonardo Ortiz y luego doblaron por la avenida Salaverry, rumbo
a la ciudad evocadora.
Los vehículos que a esa hora se desplazaban a Lambayeque, y que estaban acostumbrados a esta clase de
hechos, abrían camino para que la unidad policial llegase prontamente a su destino: salvar vidas y
proteger la propiedad pública y privada. La camioneta se estacionó entre las calles Huamachuco y
Atahualpa, casi a la entrada de la ciudad, los policías del Destacamento del Museo ya se encontraban
acordonando el lugar.
Los recibió un Suboficial quien les indicó el lugar exacto donde se encontraba el ―paquete maldito‖.
La fachada era de color celeste, de material noble, de un piso, se observaba un jardín amplio, rodeado de
rejas, daba la impresión de ser una cárcel. En una parte de la reja estaba colgada una bolsa de tela color
oscuro, oscuro como su contenido.
El personal de la UDE., tomó su emplazamiento, mientras bajaban de la camioneta sus implementos uno
de ellos se acercó con sumo cuidado, en puntas de pie, como cuando los maridos llegan tarde y borrachos
a sus casas para que no los descubra la señora, y observó detenidamente aquél, aparentemente inofensivo,
peligroso paquete.
Para la desactivación de un artefacto explosivo, se siguen dos técnicas: por la desactivación de sus
componentes, fulminante, cordón detonante, mecha lenta; y por destrucción, consiste en colocar un
fulminante y mecha lenta al paquete y hacerlo explotar en un lugar donde no cause daño.
El más antiguo del grupo ordenó traer el gancho para jalar el paquete, pensaba que al jalarlo éste
explotaría, dos del grupo se acercaron sigilosamente y elevando una plegaria al todopoderoso colocaron el
gancho, jalaron y por instinto de conservación se arrojaron al piso para cubrirse de una posible explosión.
Pero nada. No había explotado, el peligro seguía latente.
Fue entonces que se tomó la decisión de cortar las amarras que lo sujetaban a las rejas, con la finalidad de
que al caer explote. Uno de los integrantes de la UDE, al ser ordenado que realice esta maniobra, por ser
el más ―palillo‖, el menos antiguo, objetó: ―Yo soy soltero, que vaya otro, al menos déjenme conocer a
mis hijos, a mi todavía no me llaman papá‖. Entonces se escuchó una voz que decía: ―PAPA‖. Y los
demás al unísono le gritaron: ―Ahora si puedes ir, ya te llamaron papá‖, causando la hilaridad de los
presentes en ese tenso momento.
Todavía sonriendo, se encaminó al paquete, sereno, tranquilo, tratando de no cometer errores, pues, su

primer error sería el último. Respiró profundamente, estiró la mano con la navaja, cortó las amarras, el
paquete cayó pesadamente a la acera. No explotó. Estando el paquete en la vereda, se determinó
desactivarlo por destrucción, se le colocó un fulminante con mecha lenta y se procedió a hacerlo explotar.
Se escuchó un sonido no muy fuerte producto del fulminante, pero el paquete, cual terco animal, seguía
igual.
El oficial entonces dispuso subir el paquete a la camioneta con la finalidad de llevarlo a un lugar
desolado.
Luego, todos subieron a la RAM CHARGER. Nadie hablaba, claramente se escuchaban los latidos
acelerados de sus corazones, parecían los tambores de guerra de una tribu amazónica.
Al llegar a la entrada a Chiclayo, el oficial ordenó estacionar el vehículo a un costado de la carretera,
después con un palo sacaron el paquete y lo arrojaron a un descampado. Todos retuvieron la respiración.
Ahora sí explota, pensaron. Pero nada. Con la ayuda de un reflector alumbraron el paquete y uno de ellos
se acercó resueltamente y de un tajo, lo cortó. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que el paquete
contenía: una botella rota con residuos de chicha, dos portaviandas con restos de comida, una cuchara, un
mantel de costalillo de harina, todavía se podía observar, un tanto descolorida, la marca ―Harina Santa
Rosa‖.
Esta era la ―bomba‖, que los había hecho sudar la ―gota gorda‖.
Abordaron la RAM CHARGER, alegres, carcajeándose durante todo el recorrido. Al llegar al local de la
UDE., el personal de servicio, que esperaban ansiosos noticias de sus compañeros, se alegraron cuando
los vieron llegar sanos y salvos. ―Gracias a Dios, les fue bien‖, pensaron.
Siguieron al Oficial, quien en forma muy policial, se cuadró ante el Mayor, Jefe de Cuartel, y luego de
saludarlo gallardamente, dijo:
- Permiso, mi Mayor, artefacto explosivo conteniendo: una botella rota con residuos de chicha de jora,
portaviandas con comida, cuchara y mantel, sin novedad.
Una risa franca, sincera, alegre, solidaria, se escuchó por todo el local policial, contrastando con el
silencio de la noche.
Esta vez había sido Sin Novedad.
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