61
lejanas que producís los soles, universos en formación, temblorosas estrellas apenas
perceptibles, que sois hogares gigantescos de calor, de luz, de electricidad y de vida,
mundos flamígeros, esferas inmensas ...
y vosotros, pueblos innumerables, razas,
humanidades sideral es que los habitáis ... Nuestra débil voz trata en vano de
proclamar vuestro esplendor; impotente, calla, mientras nuestra mirada deslumbrada
contempla el desfile de los astros ...
Y cuando esta mirada abandona los vertiginosos espacios para observar los
mundos más vecinos, las esferas hijas del Sol que gravit an como nosotros alrededor
del hogar común, ¿qué observa en su superficie? Contin entes y mares, montes y
llanuras, espesas nubes transportadas por el viento, nieves y bancos de hielo
acumulados alrededor de los polos. Sabemos que estos mundos poseen aire, agua,
calor, luz, estaciones, climas, días, noches; en una palabra: todas las condiciones de la
vida terrestre, lo cual nos permite ver en ellos la mansión de otras familias humanas;
de creer, con la ciencia, que están habitados, lo estuvieron o lo estarán algún día. Todo
esto, astros llameantes, planetas secundarios, satélites, cometas vagabundos; todo esto,
suspendido en el vacío, se agita, se aleja, se aproxima, recorre órbitas determinadas,
movido por velocidades espantosas a través de las regiones sin fin de la inmensidad.
Por todas partes, el movimiento, la actividad y la vida se manifiestan en el espectáculo
del universo poblado de mundos innumerables, rodando sin reposo en la profundidad
de los cielos.
Una ley regulariza esta circulación formidable: la ley universal de gravitación.
Ella sola sostiene y hace moverse a los cuerpos celestes, y dirige alrededor de los
soles luminosos a los planetas obedientes. Esta ley lo rige todo en la n
aturaleza, desde
el átomo hasta el astro. La misma fuerza Que, con
el nombre de atracción, retiene a
los mundos en sus órbitas, con el de cohesión agrupa las moléculas y preside la
formación
de los cuerpos químicos.
Si, tras esta mirada rápida hacia los cielos, comparamos la tierra que habitamos
con los poderosos soles que se balancean en el éter, al lado de ellos nos parecerá
apenas como un
grano de arena, como un átomo flotando en el infinito. La tierra es
uno de los astros más pequeños del cielo. Y, sin embargo ¡cuánta armonía en su forma
y cuánta variedad en su aspecto!... . Ved
sus continentes recortados, sus penínsulas
sobresalientes y sus guirnaldas de islas que los rodean; ved sus imponentes mares,
sus lagos, sus bosques, sus vegetales, desde el cedro que se yergue en las laderas de
los montes hasta la humilde
flor medio oculta en el verdor; enumerad los seres vivos
que la pueblan: pájaros, insectos, plantas ... , y reconoceréis que cada uno es una obra
admirable, una maravilla de arte y de precisión.
Y el cuerpo humano, ¿no es un laboratorio viviente, un instrumento cuyo
mecanismo llega a la perfección? Estudiemos en él la circulación de la sangre, ese
conjunto de válvulas semejantes a las de una máquina de vapor. Examinemos la
estructura del ojo, ese aparato tan complicado que sobrepasa a todo lo que la industria
del hombre puede soñar; la construcción del oído, tan admirablemente dispuesto para
recoger las ondas sonoras; el cerebro, cuyas circunvoluc iones internas se parecen
a la
dilatación de una flor ... Consideremos todo esto;
luego, abandonando el mundo
visible, descendamos más abajo por la escala de los seres, y penetremos en esos
dominios que el microscopio nos revela; observemos ese hor migueo de especies
y de
razas que confunde al pensamiento. Cada gota de agua,
cada grano de polvo es un
mundo, y los infinitamente pequeños que lo pueblan están gobernados por leyes tan
precisas como las de los gigantescos del espacio. Todo está lleno seres, de embriones,
de gérmenes. Millones de infusorios se agitan en
las gotas de nuestra sangre, en las
células de los cuerpos org
anizados. El ala de una mosca, la menor partícula de
materia
están pobladas de legiones de parásitos. Y todos esos animalillos están
provistos de aparatos de movimiento, de sistemas nerviosos, de órganos de
sensibilidad que hacen de ellos seres completos, armados para la lucha y para las
necesidades de la existencia. Hasta en el seno del Océano, en profundidades de ocho