153
Si voy al Boston Common, y en presencia de cien mil personas,
hombres, mujeres y niños, con quienes no tengo contrato sobre el
asunto, hago un juramento de que haré cumplir sobre ellos las leyes
de Moisés, de Licurgo, de Solón, de Justiniano o de Alfredo el Grande,
ese juramento es, en principios generales de derecho y razón, de
ninguna obligación. No es de obligación, no sólo porque es un
juramento criminal, sino porque además se jura a nadie, y
consecuentemente me compromete con nadie. Es meramente hecho
al viento.
No alteraría el caso de ninguna manera decir que, entre estas cien mil
personas, en presencia de quienes el juramento fue hecho, hubo dos,
tres, o cuatro mil hombres adultos, que secretamente—por medio
del voto secreto, y de manera a evitar hacerse conocidos
individualmente a mí, o al resto de los cien mil—me habían designado
como su agente para gobernar, controlar, saquear, y, si fuera
necesario, asesinar, a estas cien mil personas. El hecho de que me
hayan designado secretamente, y de manera a prevenir que los
conociera individualmente, anula toda vinculación entre ellos y yo; y
consecuentemente hace imposible que pueda haber ningún contrato,
o compromiso, de mi parte hacia ellos; ya que es imposible que yo me
comprometa, en ningún sentido legal, con un hombre a quien ni
conozco, ni tengo forma de conocer, individualmente.
En lo que a mí concierne, entonces, estas dos, tres, o cinco mil
personas son una banda secreta de ladrones y asesinos, quienes
secretamente, y de manera a salvarse de toda responsabilidad por mis
actos, me han designado como su agente; y, a través de algún otro
agente, o supuesto agente, me han dado a conocer sus intenciones.
Pero al ser, sin embargo, individualmente desconocidos para mí, y al
no tener ningún contrato abierto y auténtico conmigo, mi juramento