el principio del progreso
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eran unos cincuenta antiguos empleados de Karpenter, algunos de los
cuales habían trabajado con la compañía por más de treinta años. Bru-
ce, ingeniero y aficionado a la fotografía, se había instalado cerca del
frente, con la correa de su fiel Canon colgada del cuello. Lucas, un
analista financiero que se cubría la incipiente calvicie con una gorra de
los Detroit Tigers, andaba cerca. Lisa, una joven diseñadora de produc-
to que había trabajado con Bruce y Lucas, se acercó a sus dos colegas
mientras observaba la escena que tenían ante los ojos, sosteniendo un
té helado en las manos. Estos “karpinteros”, como se habían bautizado
a sí mismos no mucho tiempo atrás, alguna vez se habían sentido or-
gullosos de trabajar en una compañía respetada en todo el mundo por
sus productos innovadores, que les cambiaba la vida a tantos: pequeñas
herramientas, electrodomésticos de cocina, aparatos de limpieza ma-
nuales y eléctricos, objetos domésticos que no eran simplemente her-
mosos, sino casi esenciales. La marca era reconocida por el 90% de los
estadounidenses adultos, y sus productos se encontraban en casi el 80%
de los hogares de ese país. Cuando trabajaban en el equipo de Domain,
en Karpenter, Bruce, Lucas y Lisa habían diseñado objetos de limpieza
que seguían encontrando en casi todos los hogares que visitaban, prác-
ticamente en cualquier lugar del continente.
Cuando el subastador comenzó su tarea, algunos “karpinteros” sa-
cudían desconcertados la cabeza, gesticulaban disgustados o maldecían
con rabia. Unos cuantos lloraban. Diseñadores, gerentes de producto,
técnicos, ingenieros, trabajadores de la fábrica no salían de su sorpresa
ante la desaparición de la compañía. Karpenter había sido, durante
muchos años, su segundo hogar, su querido empleador; era como una
familia extendida, donde cada uno era importante y su trabajo era
tenido en cuenta. Era, además, la savia de su comunidad y la de otras
regiones donde funcionaba también Karpenter. Pero todo eso se había
acabado. Aunque muchos de ellos habían encontrado trabajo en ciu-
dades cercanas, el cierre les dolía mucho y veían esta subasta como un
estridente funeral.
Tan solo cuatro años atrás, la compañía de productos de consumo a
la que dimos el nombre de Karpenter había sido catalogada como
una de las diez compañías más innovadoras y exitosas de los Estados
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