lanzándole al motociclista una mirada asesina. “Zed, vente para aquí.”
Su hermano? Wow, cómo pasó eso? Puede que se parecieran un poquito pero
en cuanto a actitud estaban en planetas diferentes.
“La srita Bright puede tomar mi lugar en el piano.” El sr. Keneally acarició al
piano de cola con cariño.
Yo realmente, en serio no quería tocar en frente de todos.
“Em…sr. Keneally, preferiría - ”
“Siéntese.”
Me senté, ajustando la altura de la banqueta. Al menos la música me era
familiar.
“Que no te importe el profe,” susurró Nelson, dándome un pequeño apretón
en el hombro. “Le hace esto a todos – dice, pone a prueba tus nervios.”
Sintiendo que los míos ya estaban desbaratados, esperé a que los otros se
acomodaran.
“Muy bien, tranpórtanos,”dijo el sr. Keneally, sentado en la audiencia para
observar.
Con el primer toque, supe que el piano era una dulzura –completamente
entonado, poderoso, capaz de un amplio rango. Me relajó como nada más
lo hacía, proveyéndome de una barrera entre mí y el resto de la habitación.
Perdiéndome entre la partitura despejé mis nervios y comencé a disfrutar. Vivía
por la música en la misma forma que mis padres lo hacían por su arte. No era
acerca de la presentación – prefería tocar en una habitación vacía; solo para mí,
era cuestión de ser parte de la composición, absorbiendo las notas y trabajando
la magia para tejer el hechizo. Cuando tocaba junto a otros, estaba consciente de
mis compañeros, no como personas sino como música: Nelson, suave y suelto,
Yves, el clarinetista, lírico, inteligente, en ocasiones gracioso; Zed – bueno, Zed
era el latido, dándole vigor a la música. Presentía que él comprendía la música
como yo, su anticipación a los cambios en estado y tempo, eran impecables.
“Muy bien, mejor dicho, excelente!” pronunció el Sr. Keneally cuando
terminamos. “Me temo que he sido echado de la banda de jazz.” Me dio una
guiñeada de ojo.