su existencia en la realidad. La propiedad sobre la que se debe decidir pudo haber sido
primitivamente buena o mala, útil o dañina. En el lenguaje apretado de los mayores
impulsos orales –trieb: eso quiero comer o quiero eso escupir, y en una transferencia
mas amplia: eso quiero en mi introducir y eso fuera de mi expulsar. Por lo tanto: eso
debe en mí o fuera de mi estar. El primitivo Yo –placer quiere, como en otro lugar he
concluido, todo lo bueno a sí introducir, todo lo malo de si arrojar. Lo malo, lo que es
al yo desconocido y lo que se encuentra afuera, le es a él finalmente idéntico.
La otra decisión de la función del juicio, sobre la real existencia de una cosa
representada, es un interés del definitivo Yo-real, que se desarrolla desde los comienzos
del Yo-placer. (Prueba de realidad). Ahora ya no se trata más, de si algo percibido
(una cosa) en el Yo debe ser incluido o no, sino si algo presente como representación
en el Yo, también en la percepción (realidad) pueda ser vuelto a encontrar. Esto es, por
lo visto, de nuevo una pregunta del afuera y del adentro. Lo no-real, solo representado,
subjetivo, es sólo interior, lo otro, real, esta presente también en el afuera.
En este desarrollo es la consideración al principio del placer lo que se ha dejado a un
lado. La experiencia ha enseñado, que no es solamente importante, si una cosa (objeto
de satisfacción) tenga el buen atributo y merezca por lo tanto la acogida en el Yo, sino también, si eso en el mundo exterior está y entonces uno, según su necesidad pueda
apoderarse de ella.
Alrededor del progreso a comprender, debe uno recordar, que todas las
representaciones proceden de percepciones, son repeticiones de la misma. Así es que
primitivamente la existencia de la representación es una garantía para la realidad de lo
representado. La oposición entre lo subjetivo y lo objetivo no se sostiene desde los
inicios. Al colocarse de este modo, que el pensar posea la capacidad de que algo
alguna vez percibido por medio de su reproducción en la representación, se actualice de
nuevo, mientras que el objeto en el exterior nunca más exista para ser tomado.
La primera y última finalidad de la prueba de realidad no es por lo tanto, el encontrar una representación correspondiente al objeto en la percepción real, sino reencontrarlo,
convencerse de que todavía existe.
Una ulterior contribución a la separación entre lo objetivo y subjetivo promueve a otra
diferente capacidad en la actividad del pensar. La reproducción de las percepciones en
la representación no son siempre leales repeticiones, ellas pueden omitir modificaciones, estar alteradas por fundir elementos diferentes. La prueba de realidad
tiene luego que controlar que amplitud abarcaron esas desfiguraciones. Reconocemos
como condición para la instalación de la prueba de realidad que el objeto se ha perdido,
del que se ha tenido la primera real capacidad de satisfacción.
El juzgar es la acción intelectual, sobre la cual la opción motora decide poner fin al
aplazamiento debido al pensamiento y del pensar al acto conduce. También sobre al
aplazamiento he tratado en otro lugar. El es como una prueba a considerar, un tanteo motor con insignificantes descargas. Reflexionemos: ¿donde tuvo el yo un semejante
tanteo antes, en que lugar empleo la técnica que el ahora aplica a los procesos del
pensamiento? Eso sucedió en el extremo sensorial del aparato anímico, mediante la
percepción de los sentidos. Según nuestra suposición, la percepción no es un proceso
puramente pasivo sino que el yo envía periódicamente pequeñas cantidades de
ocupación al sistema perceptivo, por medio de las cuales prueba las excitaciones del
exterior, para volver a arrastrar de nuevo semejantes tanteos de avance.
El estudio del juicio nos abre quizá por primera vez el examen en el origen de una
función intelectual por el juego de las primarias triebe.
El juzgar ha tenido lugar como oportuno desarrollo posterior del primitivo principio del placer, la inclusión en el Yo o la expulsión fuera del Yo. Su polaridad parece