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prisión a un agradable centro de estudios trasciende la circunstancia concreta de la
obra y se amplía a dimensiones que incumben en general a la vida del hombre
contemporáneo. De la confortable institución en que el público se ha instalado al
principio de la mano de Tomás se camina paso a paso hasta el desvelamiento total
de la celda de la que, no obstante, nunca se ha salido. Es un tema habitual en el
teatro de Buero: la crisis del concepto de lo real, como ha señalado Luis Iglesias
Feijoo. Ya no se puede creer ni en lo que en escena aparece como más tangible y
corpóreo, pues acaso no sea todo ello sino una ilusión óptica, un «holograma».
Se trata de un caso muy claro de alienación que finaliza con el triunfo de la
lucidez, lo que valdría como definición del sentido global de la dramaturgia de Buero
Vallejo. La Fundación aclara que la locura podría ser también un refugio, un nuevo
modo de escapar, pues eso es lo que significa para Tomás. De aquí se deduce que
el loco debe dejar de serlo, porque también la locura es culpable. Esa locura que
hace ver lo que no es ha de ser superada, porque el hombre debe encararse con los
aspectos más duros de su situación real, por amargos que sean.
La Fundación representa, pues, una de las múltiples lecturas de la sociedad
actual, donde el ser humano vive tan engañado como Tomás en su Fundación.
Vivimos en un mundo engañoso que pretende ocultarnos la cara trágica de la vida:
la muerte, el hambre, las injusticias… Nuestra sociedad consumista es una cárcel
con apariencia de mundo feliz. El efecto de inmersión apunta, pues, hacia el
mundo como algo engañoso, y por medio de esta técnica dramática Buero
denuncia lo equívoco de nuestra sociedad y busca la comprensión hacia el delator,
al que el público llegará a entender y perdonar.
El contraste entre la ficción y la realidad, fundamentado en el simbolismo
tanto de los hologramas y los ratones, como de la Fundación o su ventanal, sugiere
que la diferencia entre la realidad y ficción es más leve de lo que parece a simple
vista. Esta permeabilidad entre la realidad y la ficción se manifiesta igualmente en el
delirio de Tomás. Él transforma en su mente una realidad traumática que le resulta
insoportable, pero su «fundación» no está blindada, va siendo invadida: se
desprende paulatinamente de elementos ficticios hasta que la vida carcelaria
aparece ante nuestros ojos, ante los ojos de Tomás en toda su crudeza. Dentro de
su locura, en la elaboración ficticia de la realidad, el aspirante a novelista aparece
como un auténtico artista. Aún más, cuando en el desenlace, la reaparición de "la
fundación" cree esa estructura circular tan característica del drama, lo que el autor
está sugiriendo es que no hay certezas absolutas en nuestras creencias y que es
imposible averiguar si nuestro conocimiento de la realidad es consecuencia de
nuestra percepción de la misma o una creación externa hábilmente implantada en
nuestro cerebro. Por lo tanto, no hay ninguna seguridad en conceptos como verdad,
engaño, locura o cordura.
En el tratamiento de este tema son evidentes las relaciones de La Fundación
con otros grandes clásicos de nuestra literatura, como Don Quijote de la Mancha o
La vida es sueño. Al igual que en la obra cervantina, Tomás, un enajenado, crea su
propia realidad. Como en la obra de Calderón de la Barca los límites entre lo vivido y
lo soñado son difusos.