pobres, y sin embargo hay pobres malcriados y ricos que no lo están. «Malcriar»
significa «criar mal»; es decir, con poco cariño, pocos brazos, poco respeto,
pocos mimos. Es imposible malcriar a un niño por hacerle mucho caso, cogerlo
mucho en brazos, consolarle mucho cuando llora o jugar mucho con él.
Decíamos que el domingo, al cruzarse por el pasillo, no hace falta
saludarse porque no ha habido separación. Pero si un matrimonio pasa un
domingo entero sin cruzarse una palabra o una mirada, sin darse un beso o un
abrazo, ¿no pensará usted que están al borde del divorcio? Incluso en compañía
constante, dos personas unidas por un vínculo afectivo necesitan hacer algo
juntos de vez en cuando. Si usted lo olvida, su hijo se lo recordará.
No quiere ir a la guardería
En muchas separaciones cotidianas se observan efectos similares a los
descritos por Bowlby, y tanto madres como profesionales continúan
interpretando mal los hechos. Susana nos escribe cómo reacciona su hijo ante la
separación:
Ramón empezó la semana pasada la guardería. Tiene casi dos años y nunca
había ido; bueno, dos meses el año pasado, nada más...
El tema es que desde que ha empezado a ir, concretamente desde el
segundo día, me está sometiendo a un chantaje emocional descarado. Y eso
me está dejando «agotada». Se despierta alegre, como siempre, desayuna,
ve los dibujos de por la mañana y entonces..., hala..., a decir sin parar:
«mami, colé no; mami, colé no...»; así puede estar hasta media hora. Y con
cara de pena, claro. De camino a la guarde, bien, hasta que la ve. Ahí sí
empieza la función teatral: «mami, un paseso (paseo); mami guapa; mami,
colé no; mami, besos; mami, mimos; mami, vamos; a casa a dormir...»,
acompañado, eso sí, de lágrimas de cocodrilo y cara de pena... Al cogerle su
«seño» es como si le estuvieran matando; pobrecillo, cómo llora..., y yo,
pues, con las lágrimas a punto de asomar. Me voy a casa hecha un
«asquito». Me siento mal, me replanteo la situación, pienso si hice bien,
pienso que sí, que necesito tiempo para buscar trabajo, que le vendrá bien...
(eso todos los días desde el lunes pasado). Bueno, a la una menos cuarto
estoy allí ya, pobre, para que no llore más..., y, ¿qué veo? Está jugando, tan
alegre, con los niños. Y sin ojeras, o sea, que no ha llorado apenas. Pero...,
cuando me ve..., hala..., «mami, aupa; mami, a casa; mami colé no...». Otra
vez lo mismo, ya sin lágrimas. Entonces la directora me cuenta, muerta de
risa, que no ha llorado en toda la mañana, que según me fui se le pasó, que
como mucho pregunta: «¿dónde está mami?».
Es lo mismo cada día. Por las tardes en casa es horrible. Sólo quiere estar
conmigo, no puedo ir ni al baño sin oírle llamarme y lloriquear. Por la
noche, si se despierta y va su padre, dice que mami. Si voy a comprar tiene
que ser con él...
Ramón muestra varias reacciones típicas ante la separación: pegarse como
una lapa a su madre y exigir atención continua, mostrarse aparentemente
tranquilo y colaborador cuando está en la guardería, desmoronarse en cuanto
sale de ella... Parece que es precisamente el hecho de que no llore en la
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