CAMPUS TEHUACÁN
Elías Herrera Sánchez
Con su introducción Elogio de la incompetencia nos habla de reducir la brecha que nos hemos
creado entre el directivo ideal que “lo imaginamos joven, guapo y esbelto, luciendo un traje
impecable. Hablando por teléfono celular en inglés, en una terminal de aeropuerto…” nos lo
imaginamos también con vastos conocimientos en las áreas funcionales de los negocios como
mercadotecnia, finanzas, contabilidad, etcétera; cuando en realidad son humanos de carne y hueso
y con necesidades como cualquiera de nosotros; van al supermercado e incluso a la purísima; se
suben a la combi; van al cine y ven cars, o rango, o el conjuro; lo que quiero rescatar del autor es
que son tan iguales a nosotros pero tienen una incompetencia ‘no saben trabajar con personas’
debido –probablemente- a esa sublimación que les hemos dado de manera incorrecta.
Por tal, el libro está estructurado en tres partes. La primera tiene que ver con el reconocimiento de
que existe la incompetencia tanto propia como ajena; la segunda se enfoca a la forma de
diagnosticar incompetencias y por último; la tercera se avoca al tratamiento de estas
incompetencias.
De acuerdo a la lectura, como hemos dicho ya, todos somos incompetentes porque obviamente no
podemos tener el control de todo tipo de cuestiones, incluso ni de nuestra propia persona, puesto
que necesitamos de servidores en general que van desde un plomero hasta un médico para poder
desenvolvernos correctamente, el autor dice que, los grandes descubrimientos han sido gracias a un
“puñado de incompetentes” con suerte que pendían de una gestión más o menos ordenada y
coordinada.
La dirección de personas no solo tiene que ver con buenos deseos, sino más bien con un arte o una
técnica que se hace valer de muchas herramientas basadas más en la humildad y la sencillez sin
perder de vista la autoridad necesaria. “La ciencia de dirigir personas puede resumirse en: dedicar
más tiempo a las personas; conocer a los subordinados individual y personalmente; diagnosticar
que le pasa a cada uno; enseñarles a trabajar y; saber premiar, castigar y agradecer.
Uno de los grandes errores es el no reconocer que la genialidad de dirección tiene que ver con la
cotidianeidad, así como también mostrar un mundo fuera de lo común, incluso desde el momento
del reclutamiento, como bien menciona, al anunciar una vacante buscamos siempre personas que
lo tengan todo, es decir que sean empáticos, ambiciosos, trabajadores, sinceros, capaces, etcétera.
Y nunca aparecerá el vago, o el resentido y vanidoso.
Es ahí donde pecamos de incompetencia, pues ignoramos lo que realmente podemos tener a la
mano e incluso ignoramos como nos tienen catalogados nuestros subordinados, es decir el ser
directivo siempre será visto como ‘el jefe malo’.
La recomendación en general es empezar a reconocer y conocer nuestras incompetencias, tanto
propias como ajenas para aprender a gestionar a la gente que depende de nosotros. O recordando a
Sócrates el principio de todo aprendizaje es el reconocimiento de la ignorancia.
Ahora bien, volviendo al punto de cómo nos ven nuestros subordinados, el autor menciona que de
acuerdo a diversos estudios al menos 2 de cada 10 personas quieren irse de su empresa (sin
decírselo a su jefe), 6 de cada 10 hablan mal de su empresa fuera de ella, 9 de cada 10 no se
sienten responsables de los resultados y sólo 1 de cada 10 está orgullosa de trabajar para su
empresa. Cifras realmente alarmantes y es importante reconocer que es responsabilidad del
directivo.