Manuela en el umbral

KatyBelluz 684 views 85 slides Nov 18, 2021
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About This Presentation

LIBRO DE LECTURA CORTO DE ESCUELAS PRIMARIAS


Slide Content

EDELVIVES

ALA en

Manuela
en el umbral

Mercedes Pérez Sabbi

ÍNDICE

Los OTROS LUGARES DE MANUELA

1. EN EL CLUB
EN LA RADIO

. EN LA VEREDA

+ & D

. EN LA ESCUELA
EN DOMINGO
. EN LA CAMA, EN EL AGUA

EN EL CEMENTERIO

DANDO u

EN EL AROMO

A PLAZA

10. En LOS RINCONES

141
163

1. EN EL CLUB

Yo tengo un montón de palabras en la ca-
beza, pero cuando las quiero decir no me
aparecen; es que están desordenadas y pien-
so que son feas también. Será por eso que a
veces ando callada y que prefiera cantar. Y
aunque cantar me guste, cuando mi tía me
dijo que el sábado le festejaban los ochenta
a la Chichita Pierina y que me esperaba la
gente del club, la verdad, yo, ganas de cantar
para la Chichita, no tenía. Mi tía insistió; me
dijo que no podíamos decir que no porque
la Chichita es la única fundadora que queda,
que si yo no cantaba se podía ofender, y que
eso la ponía muy mal porque la gente del

club es como una gran familia, Yo le dije que
la oz me salía chillona, que por eso no que-
ca cantar el sábado. Y ella siguió con que
mo era para tanto, que yo estoy en la edad
de la pavota y la voz me está cambiando de
sena a mujer, pero que igual canto hermo-
<o, porque lo hago con el corazón. Y agregó
que a ellala emociona mucho la Canción del
Aromo, sobre todo la parte que dice que el
aromo hace flores de sus penas, y que esa
canción es como un himno para la gente del
pueblo. Y me gustó que se acordara de la
última vez que canté en el club, cuando los
socios, la comisión directiva y toda la paren-
tela se quedaron aplaudiéndome con la boca
así, como embobados. Yo le dije que era
muy divertido el cantito que habían inven-
tado, porque se parecía al de las canchitas
de fútbol. A las tres, a las dos, a la una, como
Manuela Luna, no canta, ninguna... A la tía le
dio gracia lo del cantito, y creo que lo tomó
como si le hubiera dicho que sí, que iba a
cantar el sábado, porque chupó fuerte la
bombilla del mate y contenta puso el mantel
lleno de cuadritos colorados y blancos, me

tilo y valeriana, y lo endulzó

sirvió un té de
e y suavizar la

con miel. Para tranquilizarm‘
garganta, aclaró.

y dele soplar el 16
tomó su maletín de en!
azul con ribetes blancos, que es
y me dijo que tenía que ira ponerle la inyec-
ción a doña Asunción, que seguía muy mal
la pobre, con catarro y taquicardia, y que la
artrosis terrible que tenía en las manos hacía
años que no la dejaba bordar... Y ahí recordé
que fue doña Asunción la primera en hablar
de mi cara de luna, y de mis pecas; que me

estaba yo cuando mi tía
fermera, el de cuero
muy bonito,

quedaban hermosas dijo el día que me co-
noció. Y Charo, que vive acá en la esquina,

i carita era her-

le respondió que sí, que m
., y tambien..

mosa, pero un poco triste
pobrecita..., así dijo Charo, y me acarició un
cachete. Es buena Charo, siempre que paso
por la esquina me saluda contenta.

—Tomá, tomá el té, que ya debe estar tibio,
Manu.

SÍ, tía.

Di el primer sorbo y ella siguió hablando
de la pobre doña Asunción, de que si seguía

así, iban a tener que avisar a la famil
internarla... Guardó la botella de ateos Pa
el maletín, Y se fue, alcohol

El té no lo terminé, porque, co

a miel de aromo, un poco r
; me repugn.
aba

en

El sábado estuve temprano en el club

ayudar con las mesas, las sillas y los ade nn
Lo primero fue sacar el cartel de la fiesta y
año nuevo. Con ese gigantesco Feliz 1984 on

damos un montón, porque estaba altísimo y

la escalera más larga la tenía don Domingo,

que se la había llevado para hacer unos arre.
glos en el techo de la carnicería. Hubo que ir
a buscarla. Enterado don Domingo, empezó
a resoplar de rabia porque no había termi-
nado con el techo todavía; y para que lo se-
pamos todos, nos dijo que los chorizos eran
caseros, y que se los había dejado a la coope-
radora del club a precio de costo... Ni mu
le dijimos a don Domingo, porque, aunque
estaba con las manos abajo, parecía revolear
la cuchilla cuando hablaba. Para peor, tarda-
mos un montón en bajar el cartel. La palabra

Feliz era toda colorada, pero cada número
tenía un color diferente: el 1 naranja, el 9
creo que... bordé, el 8 segurisima -por lo
que pasó después- que era verde loro, y el
4 era un poco azul, un poco violeta. Estaba
divertido el cartel, así, todo colorinche.

Al rato, en el medio del salón, aparecie-
ron dos piernas flacas, con unas zapatillas
de cuero blanco como esas que salen en las
revistas y que son muy caras: de pollera mini
y un ramo de claveles rojos envuelto en pa-
pel brillante, así de grande. Ni un pelito se
le veía a la flacucha del ramo, pero igual la
reconocí: era Alina, la nieta de la Chichita.

-Es para adornar el salón —dijo al pasar.
Y enseguida estiró las manos y, con voz de
mandona, me ordenó-: Dos claveles por
mesa, Manuela.

Pero... ¿qué se pensará, que soy su sirvien-
ta...? ¡Minga! que le voy a hacer caso, justo a
ella que ni un papelito levanta en la escuela
Y aunque esto no se lo dije, igual le llegó mi
rabia al oírme decir:

—¿Alguna otra cosa, 0 querés que ponga
aceitunas también en las mesas?

acc die así porque tiene ojos verdes
eitunas, y la llamamos accituna moi"?
cho, aceituna chica; la acen Mejor di-
madre. Son feos los ojos tana grande eu
míos son castaños, claritos com ei
Como los de mi mama. Mi pele eaten
an a mama, Mi pelo también es
maria 80 y lacio como el de mi
ama cuando era chica
ar mal e en la salita azul del jar-
sa mañana, mi tía y mi prima Julia me
dejaron con una mujer que me llevó de la
mano por un corredor largo, sin ventanas ni
lamparitas, y me hablo de lo lindo que era
el jardín, que iba a tener amigos para jugar,
dibujar, y que más adelante aprendería las
letras y los números. Yo quería aprender las
letras antes que los números, para leer con
mis propios ojos las cartas de mi mamá, y
de paso la dejaba tranquila a Julia, porque
se emocionaba tanto cuando me las leía, que
se le caían unas lágrimas bien gordas. Por
eso yo creía que las letras de mi mamá eran
como florcitas azuladas que decían costs
lindas y que Julia las regaba con sus lagri-
ones, esas cosas pensaba mientras la mujer

me hablaba del jardin y de las señoritas bue-
nas y lindas que iba a conocer. Y aunque me
hablaba y me hablaba para tranquilizarme,
igual mi corazón sonaba como campana: ta-
ian talum por todo el cuerpo, hasta en los
dedos. Por eso, justo que dijo: “Aquí está
la salita azul”, le solté la mano. Y abrió una
puerta, Una luz como un sol de mediodía
me hizo cerrar los ojos y, al abrirlos, lo pri-
mero que vi fueron los ojos de Alina; ahí, to-
davia, no me había dado cuenta de que eran
feos como aceitunas. Llevaba un delantal a
cuadritos colorados y blancos la mandona,
más chiquitos que el mantel de la cocina, y
la corbata era colorada también, con unas le-
tras bordadas. Yo tenía un delantal parecido,
creo. No sé si mi corbata tenía algo bordado,
lo que sí me acuerdo es que, a pesar de que
Julia me había hecho las trencitas que me
gustaban tanto, igual yo estaba con ganas de
llorar. En cambio Alina se reía, pero no con
la boca, sino con los ojos, como burlona. La
misma cara puso en primer grado cuando
me preguntó por mi mamá y mi papá. Yo no
le di nada de bolilla, qué le importaba. Pero

igual me saltó el calor de los cache
las dudas, apreté el bolsillo de la
donde guardaba la foto de los tres
de mi mamá, y mi papá con barba, que la
abrazaba por los hombros; la barba de mi
papá era muy pinchudita. “¿Qué tené

chilló la metereta. Nada, le contes

la mano del bolsillo. Ella se q;

dome de reojo, raro. Una mañana la a
pañé a mi tía hasta lo de Alina; t
ponerle una inyección al hermanito

estaba con una infección que le di

fiebre y le había hecho salir unos granos as-
querosos por todo el cuerpo. Al llegar, ella,
con cara de sargento me dijo: “Pasa, ahora
te vas a contagiar”. Y me dio miedo. Yo creía
que por ahí, de más grande, Alina cambiaba.
Pero no, ni un cachito mejoró, mejor dicho,
empeoró, más mala y zorra se puso; porque
en el club, cuando se dio cuenta de que yo
no le iba a obedecer con eso de repartir los
claveles, enseguida la mandó a la hija de la
Josefa, que es renguita la pobre y tenía siete
recién cumplidos. Debe ser hereditario eso
de ser una mandona, porque su abuela es

15

la mandamás del club, y su mama, la acei.
runa grande, recontrapeor, es la mandamás
de todo, y si no se la llama señora Ángeles
se enoja con los ojos y dice: “Soy la señora
Angeles’, y todos obedecen como soldados
Yo pensaba que los ojos de aceituna tenían
poderes como las pastillas de chiquitolina
del Chapulín Colorado, o la botellita del
cuento de Alicia en el Pats de las Maravillas
porque con la sola mirada de la señora An.
geles todos se achicaban. Por eso yo casi no
la miraba a los ojos, porque me daba miedo
de achicarme tanto, tanto, como una tableta
de esas que hacen burbujas cuando se las
tira en un vaso de agua y ¡plim! desaparece.
Una vez la señora Ángeles le protestó a la
maestra de segundo grado, a la seño Gracie-
la. Le protestó porque ella no iba a poder ira la
reunión de padres que se hacía por la tarde. Y
la seño Graciela, achicada, cambió a último
momento la reunión para la mañana. Hubo
un lío bárbaro. Encima, como Julia no podía
faltar a su trabajo en la Municipalidad, a la
reunión tenía que ir sí o sí mi tía. La pobre
no sabía qué hacer porque a la misma hora

tenía que ponerle la inyección al Felipillo,
que estaba por estirar la pata, se le cerraba el
pecho y ni un hilito de aire le pasaba. Como
la vi preocupada a mi tía por el pecho de Fe-
lipillo, aproveché y le pregunté si sabía cuän-
do se iba a curar mi mamá, para que fuera a
las reuniones de padres y no hubiera tanto
lío. Mi tía echó las cejas para arriba, un poco
encorvaditas acá, caminó hasta la heladera
como para buscar algo, pero no la abrió, y
empezó a estornudar. Una, dos, un montón
de veces estornudé mi tía como si de golpe
alguien le hubiera frotado la nariz con un
pimiento. Yo corrí a buscar un pañuelo en
el cajón de la cómoda de su pieza, y apenas
se lo alcancé, recién ahí, abrió la boca para
decirme gracias Lunita, y se sonó la nariz;
colorada y humedecida le había quedado.
Por suerte Felipillo se murió una sema-
na después. “¡Ay, hijal, menos mal que Dios
se lo llevó hoy día al Felipillo -escuché que
mi tía le decía a Julia- porque si se hubiera
muerto la semana pasada, iba andar cargan-
do yo con la culpa... Y siguió hablando,
pero yo me fui a la casa de Ana a conocer

Ww

la muñeca nueva que Su hermana le había
traído de la capital. Que era flaquita, flaqui-
ta; rubia y con el pelo largo. Muy distinta
de mi Carola, que es grandota y mofletuda.
Al poco tiempo la muñeca de Ana apareció
en la vidriera de don Fermín y en el kiosco
de Blanquita también. Pero ese día, cuando
caminaba para su casa, no sabía qué era la
Barbie. Yo caminaba y pensaba un poco en la
muñeca nueva y otro en la muerte de Feli-
pillo, porque debe ser feo estar en un cajón,
muerto.

Y dele recordar esas cosas estaba yo en el
club, sentadita en una silla, mientras dobla-
ba las servilletas y veía a Alina que andaba
mostrando sus zapatillas nuevas, de allá para
aquí. En eso escucho la voz gangosa de Pino
en esta oreja:

Alas trezzz, a las dozz, a la una,

como Manuela Lu-na,

no canta ningu-na...

Y, de tan cerca que me había cantado, para
no chocarlo con el cachete, me di vuelta para
el otro lado.

—Hola, Pinito... ¿Qué hacés? —le dije y le

sonrei

omo para devolverle la gracia. El me
miró con sus ojitos achinados, de daun, y me
señaló los pitufos de su nuevo buzo.

-iQue lindos...! -le dije, y ahí la mamá lo
sacó de un brazo y lo retó porque no me de-
jaba doblar tranquila las servilletas. Y como
él quería quedarse, se lo llevó a la rastra.

—ij¡Alina!!! alguien la llamó a los gritos-.
‚Alinal!!-. Pero ella ya no estaba. Segu-
ro que había ido a mirarse en el espejo del
baño, porque se notaba que le habían cor-
tado el flequillo y que andaba peinändose-
lo con los dedos: que para un costado, que
para el otro. Igual es fea, pero como no tenía
a nadie cerca para decírselo, me quedé ca-
lada haciendo triangulitos blancos con las
servilletas. Triangulitos blancos, marrones y
verdes eran los mosaicos del patio

—¡Un baldazo y quedan como nuevos...!
~dijo Josefa. Yo levanté los pies para no mo-
jarme mis zapatillas de lona azul

Para la fiesta salimos arregladitas las tres:
mi tía, flaca y alta como es, tenía un vestido

19

marrón con pinceladas en verde. Como ha.
bia estado horas en la peluquería, la Carme.
la le hizo un rodete tipo banana en la nuca
y, en la frente, un jopo batido. Parecía un
árbol flaquito al que se le había acomodado
un nido en la copa. Divertido le quedaba e]
jopo. Julia estaba muy perfumada. Llevaba
un palazzo rojo ajustadisimo que Mirta se lo
había traído del Brasil, para pagar en doce

cuotas, y una chalina negra, toda flecada y
con hilos dorados, que también se la había
traído Mirta, pero no sé de dónde. Desde
que la dejó el Oscar, después de seis años de
noviazgo, Julia sigue buscando candidato;
cumplió los veintinueve y quiere conseguir
un novio sí o sí antes de los treinta; pero se-
gún mi tía, Julia estaba tan provocativa el sá-
bado, que parecía que quería un novio para
esa sola noche; porque el palazzo le dejaba la
espalda descubierta un poco más arriba de
la cintura, y el escote de adelante mostraba

la rayita de los pechos casi completa. Ese día

sé que Julia no se puso corpiño, se probó un
montón, pero era tan grande el escote, que si
no se le veía un bretel, se le veía una presilla;

20

que si no era una cosa, era la otra, y no en-
contró ninguno que le fuera con el palazzo.

¡Se armó un lío...! Mi tia le dijo que así pa-
recía una atorranta, qu

íbamos al cumplea-
ños de una anciana en el club del pueblo y
no a un boliche nocturno en Buenos Aires.
Para peor, Julia se calzó unos zapatos negros
tacos aguja, tomó el estuche de los maquilla-
jes y salió perfumándose detrás de las orejas.
Pasó cerca. Como a cien flores olía. Entró al
baño, cerró la puerta con un golpe muy fuer-
te y la dejó a mi tía protestando sola. Cada
vez que se peleaban, mi corazón se ponía a
sonar como campana. Por eso, con el primer
grito, me arrullé como un ovillo. Redonda
me quedé en un rincón, mirando mi vestido
lila colgado de la puerta del ropero, cortito
y con mangas tres cuarto. Tenía un bolsillo
en el canesú pespunteado de violeta. Her-
moso. Se lo compramos a Mirta, también
en cuotas. Cuando mi tía me descubrió, por
ahí pensó que yo no quería ir al club, por-
que me levantó de un brazo para que me
cambiara rápido. Del apuro por ponerme el
vestido, casi me asfixio porque se me atascó

a

la mano de
mi
[Ue casi me cai

Portante de nuestro

romos..., y al final
ipum, chi, pum, chi, pum! de Tos bombos y

platillos de la banda municipal. con tren.
Peta y todo. Las piernas me temblaban y las
manos se me iban humedeciendo cada vez
más, seguro que de los nervios. Mi tía me
hizo dos o tres caricias en la cabeza y mi
prima Julia lloriqueaba de la emoción. Yo
tenía terror de subir al escenario a cantar y
quedarme muda como la Filu, que hablaba
como cualquiera, pero un día del susto en-
mudeció, y no hubo quién pudiera sacarle
más que un aacc...

Nos sentamos cerca del escenario. Vi a la
señora Ángeles que andaba recorriendo las
mesas como mirona, con rulos tirabuzones,
horribles; se notaba que estaban endureci-
dos de tanto espray. Al vernos, nos sacó una
foto, pero con la mirada. Se la veía como

una mascarita porque los ojos por dentro
estaban verdes, aceituna, como siempre;
pero por fuera estaban azules de tanto ma-
quillaje que tenían. “La aceituna grande nos
mira como envidiosa”, murmuró Julia con la
trompa fruncida para un costado. Y me dio
risa la cara que puso al decirlo. Mi tía la miró
seria, y le dijo que a veces morderse la len-
gua es buena educación. Yo no me la mordí,
pero igual hice mutis con la boca, aunque
mi cabeza parlanchina siguió pensando que
mi prima tenía razón, que la aceituna grande
miró envidiosa porque estábamos muy bien
arregladitas. Lástima la cinta de nenita que
me colgaba del pelo

Al rato nomás de estar sentadas ahí, don
Guarnuzio nos sacó una foto, y las tres sali-
mos hermosas; eso lo supe después, cuando
Julia trajo la foto revelada, y dijo que las tres
estábamos hermosas y que yo parecía una
princesa con ese vestido tan lindo. Pero ahí,
en el club, yo pensaba que había salido fea,
feisima, porque de los nervios que sentía
Por tener que cantar en el escenario ni una
sonrisita me salió para la foto, y eso que

todos los colores, toy guirnaldas de
hilito en el medio. En el en Papel mayé y el
azul, estaba pegada una one 5 sobre un telén
todos los colores, con el 80 b e cartulina de
y gigantesco. Me causó nen e
loro del cartel Feliz io aan ont See

4 5 984. A Mirta también le
dio gracia porque de pasadita hizo un chiste
por lo del 8. Yo no lo escuché, pero debió
ser gracioso el chiste porque se rieron unos
cuantos que estaban atrás. Julia me señaló la
mesa ratona donde había un termo de dos
litros, blanco con flores coloradas, y me dijo
que ese era el premio de la rifa que quedaba
para el final, así la gente no se iba temprano.
“Es un engañapichanga”, aclaró. Y respiré
un perfume que no era el de Julia, fuerte y

dulzón; un poco repugnante. Me di cuenta
de que era el perfume de Rogelio, que esta-
ba pegado a mi oreja. Me dijo que estuviera
atenta, que cuando él me mirara y me hicie-
“a una seña con la cabeza (de huevo), fuera
para el escenario a cantar, que hacía rato que
Fenia el sonido instalado... Rogelio me ha-
blaba y yo le decía a todo que sí, pero con la
cabeza, y en uno de esos sacudones noté que
la cinta del pelo se me aflojaba. Pensé que si
en vez de decir que sí o que no con la boca,
lo hacía con la cabeza, en menos de diez se-
gundos, ¡chau, cinta! Buen cálculo, en cinco
segundos y cuatro sacudidas, la cinta cayó
por mis hombros, pasó el respaldo de la silla
y se quedó en el piso de los triangulitos. Me
agaché como para levantarla, y rapidito fre-
gué la cinta en el piso, para ensuciarla. Me
dio risa ver los pies descalzos de Julia bajo
la silla, y los zapatos tacos aguja, volteados.
Con disimulo seguí con la friega.

-Uia..., se me ensució, ¡qué pena! -dije
con la cinta en la mano; bien roñosa la ha-
bía dejado.

-Bueno, andá al baño y emprolijate un

a

poco ~
Poco -me dijo mi tt

Va a hacer, y ‘dé la cinta
de ce) guardó la cint, en |;
Para el baño, me s pren
0, me s
es ae Orprendié ver

al
lo, desfundaba una prie 20 era de

a guitarra. Pareci
a . Parecía
yor que yo. Hermo: ja

a ;
CON cata de qué se le
a cartera

__~éViste, Luna...?, el rubio
acompañar con la guitarra
Miguel. ¡Está refuerte!

—¿Cómo sabés que me va a acompañar?

Es que Franco se fue a San Javier, así que

no va a poder tocar. Este chico es el nieto
de dona Asunción, llegó para cuidarla, como
está tan enferma, viste... Dicen que sabe to-
car muy bien la guitarra. Es porteño y se lla-
ma Manuel —buscó papel higiénico y cerró la
puerta de uno de los baños.

Talán talum me sonó en el pecho port
mi papa también se llama Manuel. Manuel
Garcia. h

—Ana, ¿y vos como sabés tanto..

que te va a
es igualito a Luis

? Je

pregunté apenas salió del baño. Me dio ra-
bia darme cuenta de que siempre los otros
sabían de mis cosas antes que yo.

Es que yo fui con Sarita a llevarle un re-
medio a doña Asunción y estaba tu tía Er-
nestina atendiéndola y, mientras yo espera-
ba en la sala, escuché que tu tía le decía que
si el nieto sabía tocar tan bien sería bueno
que pudiera tocar el sábado, para acompa-
Harte a vos..., viste... —Ana se distrajo para
ponerse un clavel rojo en el pelo, y de una
petaca celeste sacó un lápiz para los labios,
y me dijo mirándome entre los flecos del fle-
quillo: -Tomé, es brillito saborizado...

Yo me pasé el lápiz, suave. Apreté los la-
bios para que brillaran parejos, así, como
hace Julia o las artistas en la tele. Sentí un
rico sabor a frutilla. Después me peiné un
poco con la mano, la miré a Ana por el espe-
jo y le sonreí. Ella me miró alegre. Los ojos
de Ana están siempre riéndose. Por Sarita no
le pregunté porque sabía que el papá no la
dejaba ir a las fiestas del club. Es raro que los
ojos de Sarita se rían.

Cuando volvimos al salón, las amigas de

»

à estaban sirviendo empanadas y
ja chicha eS efori. Era un bikini, a he
Dd minuto Justo, Justo... salía de
nares amarlo Jos parlantes parados a log
vos ae scenario. Chau, Ana, le dije

dos del ee do los triangulitos de Les
y mu jugando a la rayuela: un pie
baldosas. al blanco...; iba entretenida,
al marron los ojos de Alina clavados
poro Me Pasé cerca y vi que SU Ple se es.
en san hacerme la traba. Di una vuela

Se el triangulito verde, y la miré hacién-
sobre sal

ui S

dole jOleeee! La zonza se quedó con trompa,
ole jOlecee: ™

Era un bikini a lunares, amarillo, diminuto jus.

m justo... Alguien tiró unos cohetes en al
gún escondite del club, y la señora Ángeles
tomó el micrófono, y furiosa dijo que si no
iban los padres a buscar a los insolente que
estaban tirando petardos en el cumpleaños
de nuestra querida Chichita, se terminaba
la fiesta... Como dos resortes se levantaron
Pepa y Marta, y se pusieron a buscar a sus
hijos, sin disimulo. Al regresar a la mesa, vi
que la cara de Julia se empezaba a endurecer
Y antes de preguntarle qué pasaba, noté que

30

Pino iba a los saltos chupando un za
que ese zapato era el de

un cucurucho de

papelón que Julia se
rápido tras el zapato
cuando lo

pato, y
Julia. Lo lamía como

ema y chocolate. Era un
quedara descalza y sali
¡Pino! ¡Pino!, le grité
vi agacharse como un gato bajo la
la puerta de entrada, unos vecinos
empezaron a aplaudir. Pensé que los aplau-
sos eran para el mago Rolón; pero no, los
aplausos eran para Miguelito, que vestido
de soldado y apoyado en muletas, entraba
con una pierna del pantalón vacia así, col-
gándole lacia. Pobre... Uno de los mellizos,
hermano de la María, gritó: “¡¡Las Malvinas
son argentinas!!”, el Sergio creo que era. Y
siguieron los aplausos, y Miguelito iba, paso
a palo, mirando con los ojos como los de mi
Carola, que son de vidrio y no ven. “¡¡Milicos
asesinos!!”, of. “¡Justicia! ¡Justicia! jJusticial”
Y se armó un griterío... “¡Cuánta basura hay
en este maldito mundo!”, dijo mi tía, bajito;
solo yo la escuché. La señora Ángeles de un
brinco se levantó otra vez, subió al escena-
rio, y con el micrófono en la mano dijo que
eran tiempos de pacificación y que estábamos

mesa,

nun comité y menos
> basica: dijo €80 Y MÁS, hasta
el micrófono se murió, y la

te Angeles se movía, muda

do a Pino. Aht lo vi, detrás

gaseosas, pero sin el za.

der” julia. ¿Dónde lo habrá dejado? De
pco empezó a salir música de los parlan-
tes. Rogelio me I as con la cabeza de
huevo para que fuera a cantar. El corazón
* me suravesó en la garganta de fuerte que
me latía. ¿Y si me quedaba muda como la
Filu? Talán talum. Mis pies corrieron rapidi-
to; saltaron uno, dos... cuatro escalones...,
y al escenario. Me agité como si llegara de
muy lejos. Tomé aire con la boca abierta y
me acerqué a Manuel que estaba en un rin-
cón, todo colorado, afinando la guitarra. Me
sonrió. Me habló de las notas y los acordes.
Yo, delas canciones. Me tranquilicé un poco.
Julia me saludó con el zapato en la mano,
feliz. Mi tía, con una sonrisa. Rogelio habló
de mi hermosa voz y esas cosas. Los demás,
ahí abajo, se volvieron muñecos de oan
El murmullo de voces gruesas y finitas se U

deshaciendo hasta que todos enmudecieron
y. para empezar, canté la Canción del Aromo.
En homenaje al pueblo, dije

Hay un aromo nacido en la grieta de una pi
Parece que la rompió pa’
de dentro de ella
()
En ese rajón, el árbol, nació por su m
y en vez de morirse triste, hace flores
de sus penas..

Sin mirar, sabía que Alina me hechizaba
con sus ojos de aceituna, brillantes de pura
envidia, y que Julia Noriqueaba de emoción
y la pintura se le corría. Sabía que mi tía, si
bien no lagrimeaba porque es fuerte como
una roca, también estaba emocionada y con

el nido en la cabeza. Sabía que todos me

miraban, con los ojos bien abiertos, y que
Manuel también, pero un poquito, entre un
acorde y otro. Tímido.

—¡Bravo...! ¡Otra!

Con una mano sostuve el micrófono, y
con la otra palpé la foto que llevaba en el

1 corazón. Para ellos canta

ca del

e tla la voz; mientras el sabor

ro vito se me disolvía entre log
illa de

Vol le pido a Dios / que el mundo no me si

erente... Todos la cantaban conmigo. La
indi dE Pino iba y venía como un elástico al
Ye que no era el de... es un monstruo gran-
de y pisa fuerte.

“¡A las tres, a las dos, a la una, como Ma-
nuela Luna, no canta ninguna...!”,

Y frente a tanta gente que aplaudia, me
pregunté: ¿qué estaba haciendo allí Parada,
viendo las luces de colores que se encendían
y apagaban, mirando las estrellas por la ban-
derola abierta, tan solita?

-Lo único bueno fuiste vos, Mann =
dijo Julia de regreso a casa-, lo nes a
sultó un bodrio. Encima se llevó e bat e
hermana de la Chichita. ¡Otra bruja! N
vas a decir que no hubo acomodo... fi

Caminábamos con pasos cortos, | a
doles cosquillas a las hojas secas, y)

ruáditos, como si se reran: cf caf. fbac
mos a i sombra en la
la. A mi tía se le

tes, pero eso lo

la par las tres, pero mi
vereda era la más baja y fini
habían agrandado los juane

Supe después, antes de que me diera el beso
de las buenas noches. En ese momento no se
quejó. Julia sí, por eso prefirió caminar des.
calza, a los saltitos entre las hojas secas que
se reían y protestar porque Mirta le había
vendido chicos los zapatos. Y mientras Julia
hablaba y hablaba, yo me perdi siguiendo a
mi sombra ahí flacucha y asi, de la nada, me
volvían los aplausos y me puse a pensar en
la pierna muerta de Miguelito: ¿adónde la
habrán enterrado a la pobre

Criff era... cif craff... se retan como si

nada,

2. EN LA RADIO

—Mejor -me decía mi tia-, mejor que las
cosas salgan así, de golpe, porque si tenés
mucho tiempo para pensar te ponés nervio-
sa y es peor... -Y me llevaba de la mano a
la radio para que Rolo Omar me hiciera un
reportaje por haber cantado tan lindo en la
fiesta del club. Me daba mil recomendacio-
nes: que hablara claro, que me acercara al
micrófono, que si me pedían que cante lo
hiciera contenta, y que si bien la gente no
me veía, sonriera para Rolo Omar, porque
es un conductor muy importante que habla
por la radio donde está Larrea y otros famo-
sos... Y a mí todas las cosas que me decía mi

37

reo que se dio
a ©
gs de notar que

a me ponían má à € de notar q
cuen porqe € Paliente y húme-
cuenta porque sed ©. y
cuenta PO caliente: ara fregarla
mi mano estaba EE Me a a
da de tanto cr vs suelo vs
en mi pollera cua nome
fos mi tía me pescó Y TO CAS zum
peer ar la pollera com \ i
poda jesprolija a la radio. Sacudi la

la d

a el aire terminara de secarla,
mano para que el a

No hacía frío ni calor, pero yo seguía tras-
No hacía

Pla de mi pollera alcanzaban para decorar

los frascos de la cocina. Seguro que iban a
quedar muy lindos, sobre todo el de las pa-
sas de uva, que es largo y coqueto. Al pasar
por delante de la peluquería, el olor picante
a espray me dio picazón en la nariz. Estor-
nudé, y mi tía me dijo que estaba un poco
desabrigada con esa remera, que yo era una
caprichosa, que si hubiera traído el saqui-
to... Y ahí, entre las tiras de plástico de la
cortina de la peluquería, se asomó la Car-
mela con el peine de cola en la mano. Por
detrás apareció mi amiga Sarita, que va a la
peluquería por la tarde para poner ruleros y

ndo. Y me dijo que los sobrantes de la
pira ij

cebar mate. Las d
porque la C
yo iba

los sabían lo del reportaje,
armela me felicitó y me dijo que
a ser famosa. También me pidió que
cantara una canción. Como no se acordaba
el nombre, entonó un pedacito: Gracias a la
vida, que me ha dado tanto... Así me di cuenta
de que era la misma canción de un Casete
que tenía Julia, pero yo entera no la sabía
Cantá lo que te acuerdes, Manu, me dijo, y
aprovechó para reojear el jopo de mi tía, que
estaba casi igual que el sábado, solo que un
poco más aplastado, pero la banana, intac-
ta. Mi tía le prometió mandarle la loción de
agua de rosas. “¿Te dije que la hago con agua
de lluvia, no? Es lo mejor para el rejuveneci-
miento del cutis”, le explicó. Y apenas arran-
camos, revoleando los ojos con picardía, mi
tía me cuchicheó que si yo no había notado
que por usar la loción de rosas la Carmela
hacía cinco años que cumplía los cuarenta.
Y me dio risa. Y mientras me reía, of a Sari-
ta gritar: “¡Suerte, Manu!”, haciendo bocina
con la mano.
Se notaba que en la radio venían anun-
ciando el reportaje, por lo menos, desde la

enterado hacía
Y aunque mi
o me gustaba

> habia
> me e
ero yO Ip
mañana; pe Vas de golpe
un rato n

o cra
tía dijera que &

om nejor, a mí m
mejor

ecieran tan de repente
ae sentadas en el
09 dijo que el mundo cam-

a reso era feo. Que desde
2 mamá, todo cambió rá.

que se le mur Yo le dije que a veces iba
Y Paveees despacio. Se lo dije pensan-

cl ue mi mamá s enfermó de golpe y
unca más la vi, ni a ella ni a mi papá. Fue

la noche que me dio mucha, mucha fiebre, y
tuve un sueño feo, muy oscuro, negro, que
no recuerdo. Desde esa noche espero que mi
mamá se cure y que me lleguen las cartas
de florcitas azules. Esperando, el mundo va
despacio, como si calzara botas de plomo,
que son tan pesadas. La tarde que Sarita me
dijo eso feo de la rapidez del mundo, juga-
mos a tirar piedras al cielo: “Hay que saltar
alto para que toquen el cielo, Lunita... A ver
quién llega a esa nube, la más gorda... O
aquella, la de las alas de pájaro...”. Y des-
pués de reirnos, me dio las gracias, porque

umbral, S
biaba de ref

pido, y

40

como la mamá estaba en el cielo, sabfa que

había jugado con nosotras. Eso me dijo. Y a
mí me saltó un dolor aquí en el pecho por

ni siquiera tener el cielo para jugar con mi
mamá

—Manuela, saludá me interrumpió mi
la. No ves que Zulema salió de la tienda
para desearte suerte... Y arreglate la media
que la tenés caída, si no Zulema va a que-
rer vendemos un par... -me miró fijo y me
dijo-: ¿En qué pensás?

~En nada tía -y salude a Zulema. Un poco
me agaché y otro subi la pierna para levan-
tarme la media, pero sabía que mucho no
iba a durar el arreglo porque tenía el elástico
reflojo.

Zulema sacudia un pañuelo, muy emocio-
nada estaba. En verdad, de tanta emoción
que se respiraba en el aire, parecía que en
vez de ir a la radio del pueblo, a cinco cua-
dras nomás, estuviéramos por embarcar en
uno de esos aviones enormes que cruzan el
mar y no se regresa en años, o por ahí no
vuelven nunca más.

—Chau, Zulema... -la saludé con la mano.

salem. Nunca pasó
Es buena conmigo yo recibiera Su Yega-
una Navidad sin que Y esto para vo
lo. “Luna, Papá NO papa Noel nunca me
ya aicro en el mundo, un
"in, o tal vez me entrete-
> olvidaba por un rato. La primera
nia y me e a Julia que quería mandar.
David jlo a mi mamá, para que se curara
re Barve lo ice un barquito de papel,
como los que ella me hacía cuando jugába-
mos en la pileta amarilla de los veranos. Se
lo hice para que se sintiera orgullosa de lo
inteligente que yo era. También le hice un
dibujo. A ella la dibujé con una pollera flo-
reada, relinda, y le hice una sonrisa grande
A mi papá no le dibujé la risa porque nunca
pude acordarme de cómo se reía; creo que
eso es porque en la foto está serio o por ahí
es la barba que no deja verle la boca. No sé
Lo que sí sé es que, como yo no sabía escri-
bir, Julia escribía por mí: “Para que mi ma-
mita se cure y mi papi vuelva de Chile”, así
estábamos juntos de nuevo los tres, como en
la foto. Julia siempre me ayudaba y eso que

así me dec
trajo lo que yo Má
poco mejor me 5

andaba tristona, no me acuerdo por qué
Ella me daba las cartas que me mandaba mi
mamá y me las leía. Eran pocas, y las guar-
daba en la caja azul del moño colorado, la de
los bombones que el Oscar le había regalado

a Julia para los veintitrés y, que del atracón,
anduve con dolor de panza como una sema-
na. A las cartas les quedó el olor a chocolate;
a chocolate caliente de tanto que las acaricié.
Aprendí a leerlas moviendo los labios para
formar las palabras. Por las noches cerraba
los ojos y elegía, primero una, después otra.
Cada una de esas noches era más larga que
todo un día entero. Hubo noches en que el
pecho se me ponía duro de tanto leer y leer;
pero no podía dejarlas. Era como esa vez
que me dolía la muela y yo la tocaba con
la lengua, y me dolía más; pero igual seguía
con la lengua dele que dele, ahí, en el do-
lor. Poco me contaba mi mamá en las cartas
Solo que me quería y me extrañaba y que me
portara bien con mi tía Ernestina y que mi
papá seguro que estaba bien, allá en Chile
En una, bueno, la última, me puso “Te extra-
ño, Lunita”. Yo le dije a mi tia que era raro

»

sara Lunita, st no sabía
amara

ae a, porque en las cartas

ue mi mamá me lla
que aquí me dictan así

Y le escribía, nt ä ee
que yo Te cijo que seguro se le había
do... ¥ mi Carita redonda, O QUIZÁ se
ocurride Pr ado Julia... Después no recibi
lo habia conta

Algo pasó. Le mandé una y otra

se lo habia conta.

ri eps, y nada. Sarita me dijo que por
Abigail, la mujer del teleteatro que ella veía
por la tarde con la Carmela en la peluquería,
Contó que la pobre Abigail, al no ver más a
la hija, por no sé qué problema, enloquecis,
Y que eso podia ser que le estuviera pasando
a mi mamá, y que yo tenía que averiguar en
qué manicomio de la capital estaba, para ir a
visitarla, porque tal vez al verme recobraba
la razón, como la Abigail. En verdad, qué te-
nía mi mamá, yo, bien no lo sabía, pero, por
las cartas, para mí, loca no estaba pobrecita;
tampoco me imaginaba que mi vida podía ser
una novela de esas de llorar tanto, tanto...
Mi tía me volvió al lugar:
-Manu, arreglate el pelo que estás des-
peinada.

fees ha ‚none que la media del elástico
2 1a cayendo. Pero solo me sena.
ré el flequillo y ast, de repente me nn Pa

“Tia. ¿Los sobrinos del Oscar me podrán
oír por la radio desde la chacta? Le us me
miró extrañada, más que extrañada. Y cla.
ro, no sabíamos nada de ellos hacía mucho
tiempo, creo que dos veranos habían pasa.
do. Entonces le recordé-: De Micaela, Cami-
lo y Eva. ¿No te acordás, tia?

—iMás vale que me acuerdo! Pero... bue-
no, creo que la radio no llega hasta alla. -Y

con cierta pena en la voz me dijo que las
cosas ya no eran igual desde que el Oscar la

dejó a Julia-: ¡Un muchacho tan bueno y tan
trabajador...! -Se acordó de que el Oscar le
regalaba chorizos caseros, frutas y huevos
frescos, y dijo que ella a los chorizos no los
podía preparar, pero que sí o sí iba a poner
un gallinero en el fondo, junto al galpón.

También contó que Julia se puso neurótica
por lo del Oscar, y yo le pregunté qué que-
ría decir neu-r6-ti-ca (se lo dije en pedacitos
para no trabarme), y ella me preguntó si no

Julia se chiflaba por cual
e casi no se TCH, y eso
la neura, así dijo. Yo me
un poco de razón tenía
no el silbato del afilador
rderlo porque tenía los
ados, y las tijeras tam.
hablaba, se retocó el jopo
me a la vidriera de la per.
hi noté que estábamos llegando;
e levanté la media. °
suerta y las paredes del zaguán de la
an llenas de carteles y afiches con
que yo no conocía, pero me di cuen-
ta de que todos eran artistas. Era la primera
ue entraba. Siempre había llegado has-

ta ahí, hasta el umbral
En la sala esperaba Manuel, sentado, con
su guitarra en las rodillas. Lo vi lindo, lindí-
simo, más lindo que la primera noche en el
club. Me imaginé que también él estaba para

el reportaje.
—Hola, Manuel.
Hola, Manuela
Sonreímos. Mi tía lo saludó con un beso

va que se abrió una
asta q

sn ha
ación omo con unos auri-

onvers
ed ar BOT
Ja may con ustedes.
5 la luz roja que estaba
o todo alfombrado de azul, hasta las
des estaban alfombradas. Con un venta.
pared pecera. Mi ia se quedó en la sala
Me sentamos alrededor de una mesa con
micrófonos. Rolo Omar nos hizo chito con
la mano mientras una rubia teñida, que yo
conocía de haberla visto jugando a las cartas
en el club, con voz de caramelo pasaba los
avisos de la exquisita miel de aromo, de la
carrera de cuadreras del próximo domingo,
de la doma de potros en la fiesta patria y esas
cosas. Manuel bajó los ojos apenas lo miré,
y se puso colorado. Rolo Omar me presen-
tó diciendo: Queridos oyentes de Los Aromos,
damos la bienvenida a Manuela, popularmente
conocida como Manuela Luna: la joven cantan-
te, orgullo de nuestro maravilloso pueblo... Su
aliento a tabaco negro me cortaba la respi-
ración. La acompaña un joven porteño... Con

puert

sobre el mar

cuart

disimulo, para no ahogarme, gité la cabeza
y tomé aire. Esto lo hice tantas veces como
nl para poder respirar, Después, al ra-
tito, cuando empezaron las pregunte

las preguntas, me
fui acostumbrando al olor y no gin
cabeza. Es más, lo miré a Rolo On

a Rolo Omar a los
ojos y hasta traté de sonreirle cuando me
preguntó de mis amigos, de mis gustos, de
mi vida en el pueblo. De mis cosas de más
chica nada quiso saber, y eso me dio rabia
¿Qué habrá pensado, que yo había nacido
ahí a los cuatro años? Encima, poquitas co-
sas me preguntó. En cambio, a Manuel, le
hizo un reportaje relargo. Así me enteré de
que tenía trece años, de que su padre Ernes-
to era médico y su mamá Marcela, maestra,
de que tenía un hermano Ariel de mi edad,
que de pequeño le gusta tocar la guitarra,
y ver películas, y dijo que su libro preferi-
do contaba las aventuras de un chico que
se llamaba Tom S-a-w-y-er (Manuel tuvo que
deletrear el apellido, porque se notaba que
Rolo Omar a las aventuras de ese chico, no
las había leido todavía). A mí me dieron ga-
nas de decir que mi mamá se llama Patricia

eran músicos y que

ch qu A
puch, obre todo mi mamá;

y mi papá Man

\ llamaba así porque en E plaza había una
a * de caballitos hermosos, y que
cales Here or que se llama Caballito
que después de aquella noche del sueño ne-
So. todo cambió, como le pasó a Alicia en e]
e delas Maravillas, que Se Puso a seguir al
Conejo Blanco de ojos rosados y se topó con
la botellita que decía Bébeme, y después de
beber, todo se transformó. Pero Alicia llegó
aun país lleno de sorpresas divertidas y ma-
ravillosas; en cambio yo, en un abrir y cerrar
de ojos, apareci aquí, en Los Aromos, con
mi muñeca Carola, que es de trapo y tiene
el pelo de lana fucsia, que es un color un
poco colorado y un poco violeta; también le
hubiera contado que Carola es cachetona y
tiene las patas largas como Olivia, la novia

que vivía

de Popeye, y que a veces dormimos juntas,

abrazadas, para soñar cosas lindas. Como

ñ 4 que tenía la
esa vez que soñé con mi mamá que tenía A
i N e
cara alegre y hacíamos las rosquitas de en
sobre la mesa cubierta de harina, mi ma

levantaba la pelota de masa y |

à dejaba cae
después, juntas, la estirabames bene

mos hasta que
quedaban unas tiras como de Plastilina, Ir

as, y con las manos blancas haci,
li yo le decia no pecto las
1 1 a quería mucho
y ella me decía que me quería mucho tam,
bién. Esa mañana, cuando me desperté, de
tan lindo que había sido estar con mi mama,
tuve ganas de atar el sueño al pie de la cama,
para que no se escapara, para que estuviera
ahí conmigo cada vez que cerrara los ojos y
me pusiera a soñar. Atarlo como a un perro
travieso, como una vez Julia lo até a Cor-
chito, cuando era muy cachorro, porque le
había desparramado la ropa por ahi... Todas
esas cosas hubiera sido lindo decirlas fren-
te al micrófono. Pero calladita, mirándolo a
Rolo Omar, me di cuenta de que yo pensaba
más, mucho más de lo que decía y también
pensaba cosas que no se podían decir.
Después canté: una, dos hasta cuatro can-
ciones, Para el final dejé la que me pidió
Carmela.
Voy a cantar solo un pedacito porque la

estoy aprendiendo -dije.

xi con la cabeza, con-

roe eal termina, me cmocione, por-
tento igual ro, el muchacho que aprieta
vo de la pecera, entraron para

Rolo Omar me hi

que mi tía y
botoncitos dentr

abrazarm à
<oplido porque elf... sale por los agujeri-

tos de las radios de todas las casas... A Manuel
también lo noté emocionado. Hermosa sonó
su guitarra, Pero feo sonó lo primero que le
escuché decir en la puerta de la radio:
-Me voy mañana porque empiezo la se.
cundaria,
-Qué pena -dijo mi tia, te vamos a ex-
afar...
Yo lo miré, nada más. Y él dijo
Si querés te dejo mi dirección y tomo la
tuya, así nos escribimos.
Enseguida apareció una lapicera, Manuel
sacó un papel: cambiamos direcciones y oji-
tos.

“eso que no se podía hacer ni un

De regreso mi tía me aconsejó esperar la
carta de Manuel para responderle, porque no
quedaba bien que una chica de pueblo le es-
criba primero a un joven de la capital. Que te-
nía que empezar a conocer a los muchachos,

para que no me pasara lo mismo que a Julia
Un perro flaco y sucio salió de los fondos del
almacén de Manolo, ladrando flojo, como
por obligación. “A cucha...", lo corrió mi tía
y siguió con que los hombres son engreídos,
y más engreídos cuando viven en la gran ciu-
dad y son hijos de un doctor...

“A esperar, Manuela”, me dije.

Y saludé a los que me hacían señas por las
ventanas, o salían a la vereda. Rara me sentía
con tantas miradas. Al cruzar la plaza, como
en los recreos de la escuela, unos chicos me
cantaron: A las tres, a las dos, a la una, como
Manuela Luna, no canta ninguna... Y me cau-
só gracia cómo lo hacían.

La aceituna grande y la chica pasaron por
la vereda de enfrente y solo levantaron la
mano, sin muchas ganas, y eso que le tuve
que dedicar una canción a la Chichita. Por
ahí no se enteraron, dijo mi tía, pero no le
creí. Detrás iba la Filu, caminaba con la len-
gua afuera, dando saltitos. Además de muda,
la Filu estaba invisible para mi tía, porque ni
la miró. Yo no dije nada, a ver si se enojaba
conmigo como el dia que se enojó con Julia,

5

había preguntado por que la Fil
muda, y cuando Julia em-
ao a tia le gritó: “¡Callate,
Va Julia las palabras se le

e había qued
pezó a contarme,
empezaron a corta nen) gui
de calló, porque sabía que cuando mi tia
< pone nerviosa, le sube la presión a veinte
*la cara puede quedarle paralizada, como a
dona Chola, que se le torció la boca y habla

más gangoso que Pino, todo por la presión,
Julia me dijo que el miedo es como una mor-
daza, que por eso se calló. Y yo le pregunté
qué era una mordaza. Y ella me explicó que
era como una mano que apretaba la boca. Y
un rato largo quedó así, como si una mano le
apretara la boca. Al otro día le descubrieron
un flemón en la muela de juicio, la opera-
ron, y yo no le pregunté más por las palabras
cortadas de ese día, a ver si le pasaba otra
vez lo mismo.

Cuando me empezó a picar la nariz, vi las
caderas de la Carmela asomar entre las ti-
ras de plástico y detrás apareció Sarita. Me
abrazaron fuerte, con alegría. Estornudé un
poco a lo guasa y nos reímos juntas. Apenas

las dejamos, mi tía me con 3
A tenía a Sarita en ¡Acs gus Carmela
ja un poco de la casa, porque desde
I murió la mama. da ne HE
a, el padre se emborracha
y le pega. Y dijo que se notaba que la po-
bre andaba como un pichicho moviendo la
cola para que la quisieran. Y cuando pense
que iba a seguir hablando de Sar;
empezó a hablar de otra cosa, pero yo me
quedé pensando en los moretones que una
vez le noté en los brazos y Sarita me explicó
que se había caído no sé dónde..... y se lamió
una lagrimita que le pasó cerca de la boca,
rápido lo hizo, pero igual la vi. El padre no
quería que yo sea su amiga. De eso me di
cuenta cuando una vez que jugábamos en su
vereda, escuché que él la llamó a los gritos y
la retó. Algo le dijo de mí que no entendí y
después nunca más fui a jugar a su vereda.
Y de acordarme de esas cosas, de repente,
me agarró un chucho, como de frio. ¡Si me
hubiera traído un saquito...! No importaba.
Faltaban solo dos cuadras para llegar. Y con
la mano me cubrí aquí, en el pecho, cerquita
del corazón,

ría para sacar-

3. EN LA VEREDA

Estabamos las tres sentadas en el umbral
El sol entraba todo entero por la calle princi-
pal, pegaba en el aromo, salpicaba la vereda
y así, como de paso, dibujaba sombras que
se movían en las piernas de Sarita, en las de
Ana y en las mías también. Por ahí éramos
nosotras las que nos movíamos y NO las som-
bras, o las dos... De repente Ana dijo:

-;Saben chicas que hoy vino Andrés?

Que Andrés? —pregunté. Y las dos se mi-
raron con picardia.

—El que viene una vez p
Ana. Y nos reimos.

Le pregunté si andar con el asunto, ae
le decia mi tia, le molestaba, y $! la sang

OT mes —canturreó

57

somo la de un dedo cortad
colorada como m
era color

fe dijo que , :
Me dif à, que después no y que no me la

la panza le dolía un poco el
primer dl porque le daba cosa, pero que
lord, y que 6595 COSAS Se las 1e”
nía que preguntar al doctor. Sarita dijo que
Mell le daba verguenza hablar de eso con
un hombre por más que fuera doctor. Yo me
imaginé lo mismo, pero no dije nada. Ana se
puso a deshojar una ramita y siguió con que
ella sabe de esas cosas porque, por suerte,
tiene una hermana mayor y con novio...

Eché a volar un puñado de panaderos de
una flor reseca de cardo y le pregunté:

-;Tu hermana te cuenta cosas..., digo..
cosas de ella con su novio?

“Sí, poco, porque mi mamá le dice que
cierre el pico porque yo soy chica para ha-
blar de novios. La que debe saber mucho
es Andrea; recién cumplió los dieciséis y ya
tuvo como cinco, uno más confianzudo que
el otro.

Noté que la cara de Sarita se ponía co-
lorada. Entonces le hice señas a Ana para
que hablara bajito y nos corriéramos de ahí

most
que

5

porque la ventana de la pie
ba entreabiera y pod
las tres a sentarnos sobre las ee
mo que, de gigante que e
de la vereda.

Ahí me acorde de cuando mi tia, enfure.
cida contra Julia, la retó Porque en el pueblo
todo el mundo hablaba de que ella andabe
con el Oscar haciendo lo que no debía... Esa
vez le pregunté a Julia qué hacia ella con el
novio para que la tia se enojara tanto, “Nada
malo...., me dijo, lo malo está en la cabeza
de todos los enfermos que viven en este pue-
blo de porquería...”. Mi prima siempre decía
así cuando se enojaba, y también decía que
se quiere ir lo antes posible porque siente
que la van a comer los gusanos de podrida
que está... Una vez dijo que cuando se fuera,
me iba a llevar con ella porque me quería
más que a una hermana, como a una hija,
que si en algo se había equivocado fue para
protegerme de tanta maldad y... de no sa-
ber qué hacer con la desgracia que nos tocó
en la vida. Y me abrazó. Y se quedó callada,
Tirada en la cama, mirando el agujerito que

Fuimos
as raíces del aro-
ocupa la mitad

5

| agado en la pared. Muda

a le dije que también la que.
bra a no ofrme, ni verme. Y tanto
ría, pero ade Y la tuve que dejar así
silencio weal uviera los ojos vueltos hacia
+ core rara los recuerdos... Y me fui. Al

un clavo había

ra
adentro y mirar

Tepara la puerta, of: “Perdoname Lunita”; en

ese momento, no entendí.
_ Es feo todo lo que estamos hablando.

_dijo Sarita, y más bajo, agreg6-: Si me es.
cucha mi papá, me mata... -Y cerró la boca
de golpe, tal vez pensó en la paliza que li-
garía. Yo imaginé eso. Ana me miró; seguro
que imaginó lo mismo. Y de la nada, dije:
Yo encontré al Oscar en lo de don Fer-
mín con una rubia de otro lugar, pero no
le conté nada a Julia. Igual se enteró y me
preguntó si lo había visto al Oscar con una
chica. “Un poco”, le dije. Y ella me pregun-
tó que cómo un poco. Y yo le expliqué que
había visto al Oscar con alguien que estaba
de espalda, que por eso no sabía bien si esa
persona era un hombre con el pelo largo 0
una mujer alta y rubia. Ella me miró con los
ojos así de grandes, y se fue llorando.

-Es horrible que un no
te... -dijo Ana

Y Sarita hizo icon la cabeza, Yo me quede
callada. Y mirando los panaderos que voa.
ban, descubri que había un nido en el roms
y quise verlo. Di un salto y me fui rápido à
buscar los guantes que estaban en la casila
del gas, detrás de la verja, con los que Julia
poda los rosales

=¿Qué hacés? -me preguntó Ana mientras
me los ponía.

—Veo lo que hay en el nido y bajo. Con
los guantes hago más rápido -y empecé a
trepar.

Los guantes me iban grandísimos porque
habían sido del Beto, el padre de Julia. Yo
no lo conocí al Beto porque se había muerto
antes, mucho antes de que yo llegara al pue-
blo; Julia era chiquita, creo que tenía cinco
cuando se quedó sin el papa.

—Te podés caer, Manu... ¡Bajate...! -gritó
Ana.

-jEstä muy alto...! -chilló Sarita.

Sonó una bocina y me asusté. No quise
mirar para abajo, por si acaso, a ver si me

vio te plante, vis.

le las alturas y me Caia
redonda en la vereda. Por suerte tenía pues.
tas las zapatillas con muchos dibujos en 1
suela, para no resbalar, que SÍ no... ya me
hubiera caído. Un poquito más y llego. iAy,
me pinche! ;
Bajate, Manu...! ahora las dos.
Si había llegado hasta ll, tenta que seguir
Me faltaba un poquito más y ya. Un viento
movió las ramas y dejó que el sol me pegara
justo en la cara. Achiqué los ojos. Consegui
calzar la punta de un pie en otra rama y me
tomé con todas mis fuerzas del tronco, has-
ta pararme frente al nido. Me asomé y grité
contentísima:

raba el miedo €

—¡Hay tres huevitos!

-iDejalos y baja... qué te vas a caer! -me
gritó Ana

—¡Son grandes como los confites de la tor
ta del cumple de la Chichita! ¡Sf...., son pica-
flores, tienen puntitos marrones! -Y cuando
of que se acercaba un carro, empecé a bajar.
Tranquila. Un poco más abajo, otro poco
más. Y me deslicé por la última rama como
por un tobogán. Toqué la vereda al mismo

tiempo que doña Tomasa arrimaba el Carro
al cordón, con su hijo José en el pescante

Siempre igual doña Tomasa: con olor à
ruda, el pañuelo negro en la cabeza y fas
polleras oscuras y gastadas, gorda y Petiso.
na. El caballo, más viejo y más cansado, En,
raro que un domingo a la tarde anduvieran
repartiendo huevos. José, que tiene Más y
menos mi edad, pero de cabeza es más chico
(por eso no pasó de segundo grado), en

a bajar unas jaulas llenas de gallinas,
tré corriendo:

-Tia...! Tia...!

Contenta, mi tía salió a recibirlos, con un

npe-
En-

rulero en el jopo, secändose las manos en el
delantal.

-Es para el gallinero del fondo, Lunita.

Y me acordé de que quería tener huevos
frescos,

Vamos a ir bajando las jaulas... José, ayu-
dá pues... ordenó doña Tomasa

Sí, mamma.

—Andäs perezoso, pues —dijo al aire doña
Tomasa.

Y mientras mi tía le pagaba las gallinas,

nosotras lo ayuda
las. Una, dos y
te y se le cayó L

lorada se escapó y EMPEZÓ a correr pata |,
esquina, volando bajito, Sara a, eo 2
ro, la seguimos. De golpe apareciero a
chicos vecinos y Corchito también; la ve
dad es que no sé cómo hizo

el Corcho, pero ahi estaba,
un chiflado. “¡Vení, malcria
vía y, algo de razón tenta,
malcriaba tanto que al principio yo pensaba
que había cambiado al novio por Corchito
Ahora no lo pienso, sé que es asi, si hasta lo
abraza fuerte como lo abrazaba al Oscar y
le conversa. Corchito siguió ladrándole a la
bataraza, y la pobre más nerviosa se ponía
Saltaba para un costado, para el otro y no-
sotras tres desparramábamos risas para un
costado, para el otro. José corría serio y con
el pelo que le chorreaba. De un brinco, Sa-
rita cazó la bataraza en el aire mientras Ana
se reía diciendo: “¡Me hago pis...!”, y cru-
zaba las piernas, “¡Me hago...!”. Y entre risas

Para escaparse
ladrando como
do!”, le gritó mi
Porque Julia lo

6

y cacarcos, vimos que venían caminando lag
aceitunas: la grande y la chica. Nos miramos
con picardía mientras llevábamos la bataraza
para el jaulón que estaba en la vereda

—¡Chicas!, no miren mucho a los ojos de
las aceitunas porque están embrujados —dije
revoleando mis ojos

—¡Basta... que me pisho...! —siguig Ana
muerta de la risa

—Buenas tardes, se-ño-ra Ángeles. Ho}

saludamos las tres como niñas bi,

a,
educadas.

en

Yo me sacudí la remera toda salpicada de

hojitas de aromo. La aceituna grande nos
respondió con la cabeza y se puso a hablar

con mi tía, así, sin apuro, como hablan las

vecinas los domingos en la vereda. La acei-
tuna chica revoleaba los ojos; una miradita
para Ana y Sarita; otra para mí. Se notaba
que quería estar con nosotras, pero la madre
la tenía de la mano y la pegaba a ella

Con mis amigas ayudamos a cargar las
jaulas vacías. Doña Tomasa y José se aco-
modaban en el carro. Dejaron pasar la

66

camioneta del verdule
riendas sobre el lomo d
—Hasta más ver, d

TO; Una mo
del caballo:

'oña Ernestina
—Hasta pronto, doña Tor

arrancó lento. Y se fue le
hacia la calle principal.

Mi tía hizo otro saludo con la
zada y siguió charlando con la aceituna. y
nada de lo que decían me importaba; que
en paz descanse el finado Tito; que
malva es bueno para las hemorrojd,
Julia viaja a Buenos Aires en poco tie
En eso oigo:

—¿Es verdad que la María va a acompañar
a Julia a Buenos Aires por lo de Manuela,

La respuesta de mi tía no la oí. (La susu-
116),

vidita de

masa ~y el carro

vantando plumas

mano al-

mpo.

—Pero los hermanos de la Maria andan en
cosas raras,

—(Otro susurro).

Y después, todo se hizo rápido:

—A tomar la leche, Manuela.

—Adiés, señora Ángeles. Chau, Alina.
—Chau, Luna.

Y un beso a Ana, otro a Sarita

Y una mariposa perdida voló sobre mi gq.
beza. Pintas negras y amarillas tenia en las
alas. Quedaba un sol enclenque sobre |

a Copa
del aromo cuando entré a tomar la leche

“Tia, ¿qué asunto tiene que arreglar Julia
en Buenos Aires?
Y va..., va a hace

T los trámites Para que
nos pongan el teléf

¡ono de una vez, hace Más
de quince años que lo pedimos. Eso Que soy
enfermera... -me sirvió un tazón de leche
chocolatada y unas galletas de maicena,

~w si nos ponen el teléfono, voy a Poder
hablar con mi mamá?

No lo sé, Manuela... jAt... chís...1 sacó
un pañuelo del delantal y se sonó la natiz,
Esel cambio de clima, siempre que se acerca
el otoño... jAt... chis...!

“Tia... ¿Julia va a ir a ver a mi mama?

Y por la costumbre de tocarse el jopo, mi
a se arrancó el rulero de un tirón. El rule-
to rodó por el mosaico de la cocina todo
salpicado de gris. Corchito encontró el ru-
lero antes que nosotras, lo cazó y corrió.

e

Mi tía salió detrás, por

iCorchooot, 1 Plena taser

De repente me encontr

de maicena en la mano. frente a un tax
leche chocolatada, sintiendo ne
era como un hueco grande de ibe dane
de podian caber todas las Penas del mundo,
Pero no pude comer. Y tan Tequetemuchas
eran las penas que iba juntando, que si la
alegria que me quedaba hubiera tenido alas,
volaría bajito como ls gallinas, hasta ahi ne,
más.

© Con una galleta

-iiiiManul!!!, apurate a terminar
y vení a ayudarme con el gal
-iiiCo, co... 10, co.

la leche
llinero.
foi

Esa noche, mi tía, al sacarse las medias,
las tiró asi, como a una piel muy larga; justo
como me decía ella que no tenía que hacer-
se. Y al terminar, dijo: “Dios mío, cuánta ba-
sura hay en este maldito mundo!”

— jiiCo, co... ro, cé... otra ve

4, EN LA ESCUELA

A la señorita Dolores la jubilaron, por eso
llegó Patricia, la nueva maestra, que nació en
este pueblo, pero se fue a Buenos Aires para es-
tudiary para..., no sé qué más. Regresó porque
tiene a su familia aquí, y porque está un poco
cansada de la gran ciudad; eso contó después
de decir: “Me llamo Patricia”, y yo pensé en mi
mamá, porque ella también se llama Patricia.

Patricia no es muy jovencita; tendrá unos
veintinueve o treinta, más o menos como Ju-
lía. Es linda también. Y es distinta a las otras
maestras; habla de cosas muevas, nuevas y
grandes, digo, porque son cosas que no se pue-
den agarrar ni con el pensamiento. Yo estaba

acostumbrada a off hablar de Unidades
decenas, centenas... A dibujar triángulos, pa.
ralelogramos y otras figuras, algunas más Tatas.
pero todas aburridas. À que me digan que San
Marin defendió la patria como un héroe, Que
la Tierra gira y gira... Me acuerdo de cuando
la seño Lucía, la de cuarto, dijo que la Tierra
giraba, y yo le dije que eso ya lo habíamos des.
cubierto dando vueltas con Sarita en un tonel
que habia en el terreno del fondo de la casa
Tan grande era el tonel que gritäbamos: “Va
mos al tüneeeel!”, antes de dar el Pique. Una

se metía dentro y la otra lo hacía rodar empu-
jándolo para abajo; siempre se paraba en una
cuneta, que cuando llovía se llenaba de agua y
de ranas también. Me encantaba asomar la ca-
beza mientras rodaba y ver que el mundo daba
vueltas y vueltas. Iba más rápido que la calesita
de la plaza; pero no la que tiene los caballos
que suben y bajan y hay que sacar la sortija, esa
no, sino la otra, la que se empuja. “¿Viste que
el mundo gira...? ¿Y si nos caemos del planeta,
Manu...?”, me decía Sarita. Y nos arrojábamos
a la tierra, sin importarnos dónde caíamos, asi,

despatarradas y con el corazón zarandeándose,

también despatarrado. Después de la muerte
de su mamá, el papa no la dejó andar más por
ahí como una machona, así le decía, y dejamos
el túnel. Fue una pena esa...

Che, Manuela, ¿te gusta la nueva seño?
Ana me codeó tan a lo bruta, que la cabeza
casi se me cayó sobre el pupitre.

í, sí... parece más buena que la seño Lucía.

—¿Y qué tiene que ver aquí la seño Lucia..?
-me preguntó batiendo los dedos todos junti-
tos. Le contesté con un hombro para arriba y
volví a mirar a la nueva seño, que había abierto
grandes los ojos para decirnos que los chicos y

las chicas del grado nos parecíamos a las lan-
gostas, pero no a las que vuelan y se comen
todo, sino a las que andan en el agua; vendrían
a ser las langostas acuáticas, que son más feas
que las otras y se venden en las pescaderias
de la capital. Contó que, cuando cambian de
caparazón, primero pierden el viejo y que has-
ta fabricar uno nuevo quedan sin defensa por
un tiempo. Igual que nosotros, que estamos
en la edad del pavo o la pavota, y nos crecen
pelos por todos lados, y la voz a veces nos
sale como pito y otras, como bocina, y que

B

mos dónde ponernos de tanto crecer.

mo sabe entimos extranos, asi, Como

so nos
que por eso ne anes
ls langostas desnudas. Después siguió ha.

blando de cosas más raras... Bueno, como si
sentirse una mariposa fuera más raro que sen.
tirse una langosta; porque contó que un chino
había pintado una mariposa y que después se
acostó a dormir, y soñó, y cuando el chino se
despertó no sabía si era un hombre que había
soñado ser una mariposa o era una Mariposa
que soñaba ser un hombre. Y dijo que esa era
una historia que llevaba un secreto, porque no
se sabía qué había sucedido... Así dijo, y yo
pensé que mi sueño negro por ahí llevaba un
secreto también, porque nunca supe bien qué
soñé... Y la seño siguió hablando, y no sé por
qué, mientras la escuchaba, todos los pelitos
de los brazos se me pararon como los de mi
cepillo de dientes. Y aunque yo la miraba fijo
a la seño nueva, igual, se me iba nublando. Y
las palabras saltaban. Yo quería tener los ojos
abiertos, pero solitos ellos se me cerraban; de
arriba para abajo se movían, como las alas de
una mariposa. Y la seño más borrosa se po-
nía. Borrosa como las fotos que saca mi tia

en los cumpleanos. “Están fuera de foco”, ay
le dice Julia. Pero Julia no solo lo dice por las
fotos movidas que saca mi tia, sino también
cuando alguien hace algo que no va, Este fla.
co está fuera de foco, dice, y a mí me divine
escucharla; es muy graciosa Julia para hablar
Bueno, así estaba yo, con la seño Patricia ahi
delante y fuera de foco. Y el cuadro de Sarmien-
to también fuera de foco, y el pizarrón verde,
y el negro, también, y el florero flaquito con
una espiga, borroso, borroso se puso, y des-
pués todo se volvió blanco, y después negro
Me vino un calor como de cincuenta grados, y
mi corazón se zarandeaba, hasta que después,
después, aparecí sentada en la cocina de la es-
cuela. Pilar, la portera, le hablaba a Patricia y
revolvía en una taza. Y aunque Patricia me ha-
blara suavecito, me pareció que la voz le salía
asustada; me hablaba y me acariciaba la frente.
Yo había dejado una mano floja sobre la mesa
de hule con motas color guinda, cerca de unos
cubiertos sueltos que estaban para guardar.
—Tomá el tecito me dijo Pilar y me hizo una
cruz en la frente. Le vi un pañuelito blanco que
asomaba de la manga. Me daba rechazo Pilar

15

“por como me miraba; me parecía bizca y ,
lo era-. Tomalo antes de que se enfríe me
insistió. Y con la boca apretada para que
no escuchara, le dijo a Patricia que yo tent à
diablo en el cuerpo porque no era crane
que por eso hervia. Que mis padres no me pa”
bían bautizado por esas ideas raras que tenían,
Y que para ella, mis pecas eran caca del dia
Algo así oí, no muy claro porque

à Seguía apre-
tando las palabras. Patricia le dio que no jrs
eso, que esas cosas ni se pensaban... Entonce

mees
Pilar se persignó y le hizo una seña a Patricia
para cuchichear tranquila. Y mis OJOS, que es-
taban asi de cerrados, igual la vieron. Toda ella
era bizca: su boca y su cara torcidas, bizcaban;
sus piernas rechuecas, también; hasta su som.
bra, que estaba agrandadísima y partida sobre
la mesa con el mantel de hule, bizcaba. Me
sacudió un temblor. Y como si tuviera el dia-
blo en el cuerpo tuve ganas de pincharla con
el tenedor que estaba cerca de mi mano; pin-
charle un ojo a Pilar y dejarla bizcacha. Tomé
el tenedor. Pilar seguía hablando de cualquier
cosa y, enseguida, volvió a hablar de mí. Dijo
que yo cantaba hermoso porque Dios, que es

pura bondad, me habia dado el don dela von,

Como si yo fuera un demonio que canta ling,
porque Dios es bueno. Patricia no le contesté

me pareció que estaba molesta como yo, Vy!

a sentir el tantalum de mi Corazón y apres

el mango del tenedor, lo levanté y empece à

sudar Respiré hondo mientras me daba cuen.

ta de que no iba a ser capaz ni de pinchar

un dedo siquiera, y eso que un pinchazo en

el dedo casi no duele. Entonces, como a un

pedazo de carne en el plato, le lave el tenedor

a su sombra en la mesa, justo donde imaging

que estaba el ojo. Fuerte lo hice... total.
sombras son calladas; más bien mudas,

—Manuela, ¿cómo te sentis? -me preguntó

Patricia y, mirándola a Pilar, dijo— Está traspi-

rando mucho y el médico que no llega... -Lo

último que vi en foco fue a Pilar sacar el pañue-

lito blanco de la manga para pasármelo por la

frente. En cambio, a las motas del mantel de

hule las vi nubladas, como las fotos que saca
mi tía. Y todo empezó a dar vueltas y vueltas.

“¡Y si nos caemos del planeta, Manu...!”, y

Más vueltas. Of el timbre del recreo junto a los

gritos de los chicos que salían corriendo. Y mis

..., las

dele aletear como una mariposa estaban...
ojos

“femás no lo recuerdo, porque me volví a
Lo E

desmayat

Cuando me desperté, sin abrir los ojos, con
colo palpar las pelotitas de la colcha de pi-
e celeste, me di cuenta de que estaba en mi
na; bien tapada, con el pijama puesto. A mi
Costado, reconocí el pelo lanudo de Carola. Te-
ia sus patas largas enredadas en las mías. Por
€ olor a flores frescas supuse que Julia estaba
muy cerca. Me di vuelta y sentí su respiración
pegada, como haciéndome cosquillas en la
cara. Abri los ojos y la miré: estaba recostada a
mi lado. “Me asustaste, zonza”, me dijo y me

abrazó fuente, fuerte. Y me zampó un beso de

esos con ruido por las ganas que puso cuan-

do me lo dio. Abrazadas nos quedamos un
rato, hasta que Corchito saltó sobre nosotras
y empezó a los colazos. “¡Salí, Corcho...”. Mi
tía me dio unos besos y un comprimido rojo
para tomar con agua. “Para que mi Lunita se
cure rápido”, dijo, y lo tomé de un solo trago.

“Inyección no quiero, tía”, le dije, por si acaso.

7

Ella me aclaró que no hacía falta, que me
dara tranquila,
Toma más agota, Lu, atte baja más api
—ane convenció Julia. Y me contó que ee
hablando cosas raras y que el médico me pue
bia dao unas gotita para que descansan 1°
eso me habia quedado dormida un rato ka
Dijo que me habia bajado la presión y que 3°
eso me habia mareado, que no era mada y 00
el doctor igual me iba a seguir comtolande y
con picardía, agregó: 3

—iQuerés que pase la tele y veamos
Ron Damón de El Chavo?

-Bueno Julia —le respondí sontiendo..
Pero antes decime si mis pecas à
del diablo.

—iQuién te dijo eso?

Pilar, la bizca
—Pero no es bizca.
—Para mí es toda bizca.

Bueno, me parece que es ella la que tie-

ne caca, pero en la cabeza. ¿Y por qué te
dijo eso?

que.

Juntas à

Parecen caca

Porque dice que como no me bautiza-
ron, tengo el diablo en el cuerpo. ¿Por qué

© bautizaron, Julia? -Las palabras me
baban en la cabeza que me dolía

Pan eno... Hosotras quisimos respetar a LUS
BT sabés que hay muchas religiones y
papis am que vos lo decidieras de grande.

ae digas nosotras —protestó mi ua. Yo
sempre quise bautizarla y que tomara la co-
San como una buena cristina, para que

no m

no anduviera como un animalito salvaje sin

Dios por la vida... :
—¡Vos siempre con la misma historia, mal

se enojó Julia, y de golpe se levantó para co-
rrer la cortina de la ventana.

Desde chiquita que yo sabía rezar el padre-
nuestro. Mi tía me lo había enseñado. “Para que
ve ayude”, me decía. Yo rezaba antes de dor-
mir: Padre nuestro que estás en los cielos, santifi-
cado... y le pedía a Dios que mi mamá se curara
y que mi papá volviera. Lo de la comunión me
gustaba por el vestido blanco, pero lo que no
me gustaba, ni me gusta, es estar encerrada en
un ropero contándole al cura las cosas malas
que hice y no solo las que hice, sino también
las que pienso. Tantas son las cosas no muy
santas que piensa mi cabeza, que si el cura se

81

enterara, me la pasaría en penitencia, Por gg,
la prima de Ana, que besaba la figurie 1°
la Mujer Maravilla, le rezaba y, despues €
los ojos cerados, le pedía un deseo, Yo capa
que eso era pecado mortal y que podían pe
sar cosas dramáticas, parecidas a las que
había contado Pablo, el cadete de la fan ma
cia, que dijo que cuando alguien se mace
pecado mortal, antes de entrar a la hogre
le arrancan la lengua y las unas con une =
nazas y le pinchan los ojos con agujas ve
lientes. Por suerte, a mí jamás se me Ocumg
andar besando figuritas del álbum. ¡Ni hes
Cuando yo hacía un pedido a Dios, lo ee
frente a un crucifijo. Muchas noches, de chi
quita, con el rosario de mi tia en las manos
rogué a Dios que me borrara para siempre el
sueño negro y, que si no se podia borrar, por
lo menos que me lo cambiara por otro. No
me importaba que fuera feo, de monstruos o
esas cosas; prefería cualquier otra pesadilla
antes que el sueño negro. Y aunque yo sabía
que era muy difícil cambiar un sueño soña-
do, igual se lo pedí. Pero nunca nada, y eso

ataba de tú, porque mi tía
decía que a Dios había que respetarlo y
no decirle ni che, ni vos nt hposs usted,
aunque parezca respetuoso, siempre e Yo
a gecía: Ta, diosito mio”, y le rezaba; pero
de tanto repetir y repetir las oraciones, solo
de reeguia ponerme las palabras en la boca
Pégase su voluntad así en el Cielo como
en la Tierra > sin sentimiento, hasta que
ni las palabras me aparecían. Digo, por ahi
Dios no me quiere porque no estoy bautiza-
da y encima se me olvidan las oraciones.
“Manu, ¿tenés hambre? me preguntó mi
tía. Yo tenía la boca pastosa, no me daba cuen-
ta si tenía hambre.
No, tía, no mucha.
—Entonces ahora te traigo un té de tilo y se
fue quejosa por el dolor del juanete.
Voy a buscar la tele, Manu -me dijo Julia,
y al llegar a la puerta se dio vuelta, me tiró
una pelotita de papel y salió corriendo como
una nena. Yo agarré la pelotita para tirársela
cuando volviera. Y me abracé a Carola que
tampoco estaba bautizada y solo me tenía a
mí. Pobrecita

„ a Dios lo tr
que a Di

me

5 EN DOMINGO

La bataraza dele cacarear me despertó
temprano ese domingo. ¿Seguirá loquita?
Por ahí doña Tomasa la separó de prepo de
sus pollitos y ella los extraña y por eso anda
medio chiflada, cacareando mañana y no-
che. Y así, entre el cacareo y el sueño, mi ca-
beza parlanchina repitió lo que Alina le dijo
a Sarita en el recreo: “Las nenas que se crían
con hombres se van volviendo varones”, Se
lo dijo porque en la casa de Sarita no hay
ninguna mujer, ni una tía tiene. Sarita se

izo la que no le importó nada, pero yo noté
que le dolió, porque tragó saliva y al ratito
Parecía que de la bronca tenía engrudo en la

¿pugna cuando me dijo que Alina era peo
gue una vibora venenosa. “Mita si ser van
va a ser contagioso...”, repitió varias veces,
Yo no sé si será contagioso, pero igual le dije
que Alina era una maldita tarada, y pense
que, por suerte, Julia y mi tía eran mujeres
pero eso no se lo dije. °
Sin abrir los ojos, palpé el bracito suave
de Carola y la abracé. Me acurruqué como
para seguir durmiendo, pero la voz de Alina
apareció otra vez en mi cabeza: “Nena, vos
en la casa de tu tía estás prestada...”. jf.
¡Qué ganas de estrujarle el cogote como a una
gallina...! Y volvió a cacarear la bataraza... Y
of voces de alguien que charlaba al pasar por
la vereda. Y el silbato del afilador que pare-
cía un pájaro, o era un pájaro que parecía el
afilador... Y más ¡cocorocó...! Y bostecé largo,
largo... Y..., seguro que me volví a dormir
porque no me acuerdo de nada más.

1 De mi segundo sueño, me despertó San-
ro por la radio: Rosa, Rosa, tan maravillosa...,
y la voz de mi tía avisándome que ya eran las

ic, Abrí los ojos y lo primero que vi fue
a a con su facha mata pasiones, como le
dice Julia: enagua rosa de breteles finitos pe-
ada al cuerpo y los pelos como pirinchos.
Estaba apurada por cambiarse porque tenía
wre ira misa y de ahí, para lo de doña Asun-
don, a ponerle la inyección. Desde el baño
se contó que Rolo Omar había dicho por
la radio que iban a venir de la capital para
filmar una película; dijo eso y se asomó con
pirinchos sobre la frente. Le hice señas

nuev

los

para que se peinara, se los acomodó con la

nano y siguió hablando de lo bueno que era
que se hiciera una pelicula en el pueblo; que
a ella le hubiera gustado ser actriz de cine,
como la Sofía Loren, que no es linda pero es
hermosa, y que lo quería mucho a Alfredo
Alcón; todo eso dijo y se empezó a vestir. Yo
le pregunté si sabía qué actores iban a hacer
la película, y ella me respondió que en la ra-
dio no habían dicho nada más, y se puso a
preparar los remedios que iba a llevar:

Yo me quedé pensando en el día del es-
treno, porque el cine que tenemos es rechi-
co. Bueno, es un cine que no es cine; es la

$

sastrería de don Kulec, que par
muy grande. De lunes a viern,
pantalones, sobretodos y tel
un maniquí sin cabeza y
piernas. Los sá

a Sastreria eg
es hay sacos,
as. También hay,

con un palo por
ibados corremos todo contra la
pared. Tenemos que tener cuidado con una
cajita amarilla porque ahí esta el dea que,
Por como lo cuida don Kulec, debe su de
oro. Después acomodamos las Sil y, sobre

que está con.

una tela blanca, bien estiradita,
emos las películas. A cas, to-

tra una pared, vi
das le saltan Tayitas negras y blancas de tanto
Pasar y pasar por la rueda del proyector
Es medio chinchudo don Kulec. Una vez
los chicos le pidieron que pasara Mingo y
Aníbal, porque la habían estrenado en Bue-
nos Aires. ¡Mingo y Aniball, ¡Mingo y Aniball,
i 6 fijo, con los ante-
ritaban, pero él los miró fijo, :
Fos en la punta de la nariz En le nea
i lícula donde hay
tó. Volvimos a ver la pel MES
nene que un globo rojo lo sigue ence
y que unos chicos envidiosos lo ps Sn
ee sufre, pero al final todos los nio
: lo lleva
ndo lo van a buscar y volviera a verla
Ant lloro, siempre lloro. Y si volvie

pelicula dentro de veinte AÑOS, estoy segu-
ra de que lloraría también, Por suerte, don
Kulec no enciende las luces hasta que pasa el
último nombre de todos los que hacen la pe-
licula, porque él dice que es una fala de tee,
peto pararse antes. Entonces, mientras pasan
los nombres, yo me seco las lágrimas como
puedo, un poco con las mangas, otro poco
con las manos, porque no quiero que digan
que soy una llorona. A los varones les gusta
más ver a King Kong que ver al nene de El
globo rojo. A mí también me gusta King Kong,
pero no tanto como a ellos. Julia me dijo que
£so es porque desde chicos, los hombres le.
van en la sangre el deseo de tener a una her.
mosa mujer en la palma de la mano, como
King Kong a la mujer rubia. Cuando dice esas
Cosas, se ríe y a mí también me hace reír.
Además de tener Películas para chicos,
don Kulec tiene películas solo para grandes,
Pero a esas las pasa de noche. Yo me imagino
que es porque hay gente desnuda. Una
i vi el afiche viejo de una película de
25 prohibidas, ten; 'n_nombre rarísimo,

ía ul
y habia gente flaca y desnuda, Hombres y

bd

Mujeres junto:
así. Yo le pr 0 |
© le pregunté a
supo decir q ¿Jul
había visto el ante se
abla visto el af
mbn
mbre. Despu
a verlo, El Hol,
Julia y contó
Y Me Contó una hist
de la guerra, à e
» de los nazis M
millones de muertos y q
. 7 we mul
se quedaron sin sus qua üchos chicos
callada. Y calladita tambié
mojó la nariz. Casi como à
final de El globo rojo
qe ayudás a subirme el cierre, Manuel?
= pidió mi tía porque el cierre del vestido
se le trababa en la espalda-. Gracias, Manu.
—Empezó de nuevo con que Alfredo Alcón,
además de buen actor era una excelente per.
sona, y muy buen mozo. ..; esas cosas seguía
diciendo mientras una lluvia de espray caía en
su cabeza. Estornude dos veces. Me miró, dejó
el espray y, antes de tomar el maletín, me dijo:
-jAh... Manul, casi me olvido, Llegó can!
| E sn para vos. Sabés
del nieto de doña Asunción para ue ois
a - Des
que sigue muy mal, pobre mujer 7

S que
No le
SS importap,

ia, pero ano? Ve
age ella De

ala Me
che y yo no aba organ Me
és sí © Me acordar, 10
S SÍ me acorı aba dy

rdé
Ocausto decía y,

|
|
|
|

voy volando para su casa
Vanco en mi mesa de luz.
ue Pablo Milanés can-
ajes una estrella
“¡Arcechís!”,

je la misa me
de la

bre DI
jo un sol
<a radio justo que Pab
a no te pido que me
re fue oliendo a espray

yez hice. a va:
Jo, lef: Manuela Luna, y a
es de abrir ©” ‘blo, subrayado. Me dio

ambre del Pue
jo, el norm el pensara que mi apellido era

Luna en vez de García. Es lindo el apellido
Luna. En uno de los bordes del costado

tin estampillas de varios colores con la cara
de San Martín. Cuando era chiquita quería
que mi papá fuera como San Martín, por-
Que, como él estaba en Santiago cuidando
a mis abuelos chilenos, para estar conmigo
tenía que cruzar la Cordillera de los Andes,
y eso era muy difícil. Solo San Martín lo ha-
bía hecho. Y que volviera en avión, no se
me había ocurrido. Mis otros abuelos, los
argentinos, se habían muerto cuando yo era
muy pero muy chica: primero mi abuela y
enseguida mi abuelo. De pena se murió mi
abuelo, porque la extrañaba a la finadita. De
ellos me habló mucho mi tía, en cambio, de

risa que

la politica n

E 0 era un,
Papá parecía à Montana,

P que se había on.
en la cordillera, para ae
4 » e no y

Mirando las estam le gs
nuel, conté: a
tin con la ra atrá
veía. Las e rn .
veía Las Cartas de mi mamá fo ie E
tampillas. “Para Manuela” aa

solamente, con
la letra como florcitas, Antes de abrirlo, lo
olí. No olía a chocolate, más bien.. iFjmml,

a caramelo de frutilla. El papel de la cana
también olía a caramelo de frutilla, pero eso
lo supe después de leerla, después de saber
que Manuel había empezado la secundaria y
que todavía no había hecho amigos, que se
acordaba de mí porque le gustaba Dis
mucho como yo cantaba, que su ile
habia dicho que yo cantaba lindo co!

había pasado muy bien me
1 dia In festa en el chub, Antes de
, puso que estaba hacient u ios
que queria tenerla lista para las
ps de invierno, asi yo la cantaba, En
vacacion bujo el Obelisco de Buenos Ai
otra hoje os altos llenos de ventanitas
res, us ados y una guitarra con forma de
por reeaderona como la Carmela, Lindo el
ibujo y muy coloreado. | |
_Lunita, siempre te dije que vos cantás
hermoso como tu mamá... -me dijo Julia
cuando le mostré la carta de Manuel, antes
de irme a dormir, porque ese domingo re-
cien me encontré con ella a la noche, tarde
Durante el día hice muchas cosas. Después
de desayunar fui a darles de comer a las galli-
nas. Les tiré un puñado de maíz en el medio de
las latitas con agua, y rezongando, picoteaban.
Me quedé un rato ahí. La bataraza me miraba
raro, como escondiendo algo. Yo la miraba de
frente y ella de costado. Enseguida noté que
ninguna miraba de frente y que no iban a po-
der hacerlo nunca porque las gallinas tienen
los ojos a los lados, como nosotros las orejas,

canción

Ing Chic, ¿sap
as gallinas? ©

Sobre el aro]

~Yo sé q
Puso cara

Salí

a Loqué ¢
o,

MOS tentadas de a
Ana Continus co

1 or
a Yisa po,

2 n I

de reír, Saqué la ca

que me estaba

y les dije:

à „Men Chicas ! -sacudi

ın pañuelo-, | e

Ton can nelo-. Lean... Rápido se um

entusiasmo. Ana me lo sacó de la
de

mano y al ver la estampilla con San Martín,

Se paró y, como si estuviera en un acto de la

escuela, dijo:

—San Martín cruzó los Andes, con un bu-
rro muerto de hambre y, al cruzar la cor-
dillera, se olvidó la escupidera... largando
pedos por la boca. |

Y otra vez la risa. Y en el male, lugar,

ó a leer en
sacó la carta del sobre y la empezó a
voz alta, haciéndose la graciosa. Manuela,
-A mi amiga Manuela: Hola

08 chistes
rta del bol,

10 de me
quedando un „em

© Un Poco ajyı

el sobre como

ue empecé la se-

Te cuento q
5? Te cuento due PT que no

venti
uso a inven
char tu dulce voz, amor
ida, te extraño locamente. ss
Yo me gusta que me cargué
A ne
e. Ana me abrazó como aicien om
ie „le dije
Te enojés zoncita.."— Salt... ai on
Note y Ana se pusieron de acuerd
Sarita y
= ojos para leer juntas. |
105 os Pa e cantás lindo como tu mamá,
Esto de que cantas lin ‚man
el mundo en la peluquería -dijo

pedo vivir 5
Info de mi vi
ala.

„Cortal

lo dice todo

ita
Sera —dije, pensando que en el pueblo

conocían a mi mamá más que yo.

Y saltó Ana:

-Si Manuel te dibujó el Obelisco, Lu, vos
podés mandarle una foto de la honorable
comisión directiva del Club Social y Sportivo
“Los Aromos”, que tiene más años que un di-
hosaurio, viste... paró para reírse y siguié—:
¿Por qué no le dibujás nuestro obelisco?

—¿Qué obelisco?

—Este Manu ~y
mano y con los do:

—¿Me estás Carg,

señalé el aromo con una
S pies pisó el tronco.
ando, Ana? Cortala de una

vez. No quiero qu
edar cı
haciendo dibujitos. a
ver qué me decía. mi
{Por qué decís eso?
buenísimo, ¿sabés?
mandó un dibujo.
Y... ¡plaf!, me acordé
- i dé que en
do hice un dibujo rarísimo. El mann 20 8
gentina, lo llamé. En una hoja pagos Ar
el pupitre dibujé el pueblo. Le mee como
pueblo. Lo hice mı
cuadrado, en un rincón bien abajo, Leet
A pinté

todo amarillo, con una rayita marrón, Y de
tanto amarillo que tenía mi dibujo, la seño
me preguntó que cuántas florcitas de aromo
había pintado. “¿Y la rayita marrón, Manu?”
“Por el arroyo seño”. A Buenos Aires la di-
bujé arriba de todo. Hice un redondel ne-
gro con manchitas rojas, muy grandote me
quedó. Yo creía que Buenos Aires tenía que
ser negro porque una vez que le pregunté a
la seño Beatriz dónde estaba Caballito, ella
: “¿Ves?, donde dice Buenos Aires,
alé un punto negro
de palabras y ray!
gente

me dij
ahi está Caballito”, y sen
en un mapa grande lleno
tas. Y cuando le pregunté cómo tanta

entraba ahi, en ese punto, ella me dio
queal
alos

amontonados como

À por el
to negro del mapa fue que y Pun-
8 i que yo pensaba que à

Buenos Aires tenía que pintarla de ne, i
n gro,
lo de las manchitas rojas no sabia por a

porteños les gustaba vivir

a las hormigas. Tal vez por eso,

bi x

“ 1A por qué;

misma decía: “¡Qué raro lo de las m
'anchitas

rojas...!”. Pero no me daba cı
lagrimas, grimas de sangre Meal

8 E E Cuenta re-
cién en quinto, cuando mi tía, hablando de la
muerte del Beto, el padre de Julia, dijo: “¡ay
Dios mio...! Aquel día lloré lágrimas de san»
gre...”. Y así de golpe, al escucharla, entendí lo
de las manchitas, y cuando agregó: “Mi cora-
zón siempre estará de luto”, pensé que el color
negro de Buenos Aires era por eso, porque ese
lugar estaba de luto como el corazón de mi tía
y que nada tenía que ver con el punto negro
del mapa de la seño Beatriz.

—Manuela, ¿en qué pensás...? -me pre-
guntó Ana.

-En lo que le voy a dibujar.

—¿Y qué pensás hacer...?

-Bueno..., le contesto la carta y le d

aromo.

ibujo

_Dibujäselo con flores, as

i Va a s
lindo que el Obelisco di uns

le Buenos A

está repelado —dijo Sata. Y ee, 9
más entusiasmo, agreg6-: ¿Saben chicas que
vienen de la capital a hacer una peli, no?

-Si, claro, si lo contó Rolo Omar por la
radio -dije. Ana miró como diciendo lo mis-
mo que yo.

—Me enteré de que la película va a tratar
sobre la vida de la Filu, de cómo se que-
dó muda de golpe y anda caminando por
el pueblo como una loca. (Sarita, como está
en la peluquería, se entera de las cosas que
pasan en el pueblo antes que la radio y eso
que hay dos periodistas de la capital que lo
llaman al Rolo Omar y le chusmean de todo
por teléfono).

Vi que los ojos de Ana se agrandaban
como girasoles. Ahí noté que los míos tam-
bién se abrían. No me cabía en la cabeza que
de tan lejos se hubieran enterado de la vida
de la Filu y menos que su historia interesara
como para hacer una película, Está bien que
sea raro quedarse muda de golpe y andar ca-
minando como perdida, pero pasaron tantas

ET]

Cosas más raras en el
Pre cuenta que
Porque de |

> ita”
» porque CSE año se Murieron
Por los mictobios qe p
as de una, aguantan,
También fue raro loq;
8s; de las malditas q
hasta salió en un diario: “Un;
de langostas apareció en Los
un ratito millones de langosta:
secha. La gente salió
les para espantarlas haciendo ruido
Con los tachos y las cacerolas. Pero lo que las
espantó de verdad dicen que fue la trompe-
ta de la banda municipal que tocó Mauricio
asomado a la ventana; algunos quedaron lo-
Cos de tanto barullo pero las langostas no
volvieron. En lo de don Kulec vi una pelícu-
la de suspenso donde había una invasión de
Pájaros negros, malísimos, que chillaban en

vez de cantar. La gente no podía salir de sus

chos bebés,
que las trip
un crío...”

de langost

dos los granos de la co
a las call

de langos-

vasión
ela invasion esto NO

o mismo Org de la película

5 fore:
por ahí 105 52 i, sari? le
el abés de la peli,
¿ más sab!
am a hija que estaba
pre ja Filu tenía una nadie la vio
Que a que desapareció y que nació.
en macia mal jo $ ria Fil la es-
A era madre solera y la Flu a Se
daba vergüenza. flequillo
fcula -y me soplé el fleq' le
vi en una pelicv de hablar. Ahi me acordé
cuando sel la tarde y le pregunté a Sa-
ES ee Seria, lo de la Filu, ¿no se parece
«la histora del teleteatro que el otro dia m
contaste?, ¿cómo se llamaba la mujer q
enloqueció...?
en era. Y sí..., se parece... Pero si me
dan tiempo voy a seguir averiguando lo de la
Filu, porque seguro que la Carmela sabe algo
més, pero no sé por qué no me lo dice. Miren
que ella me'cuenta todo, hasta me contó lo
de su perro, el Tony. Resulta que cuando es-
tudiaba Peluquería, ensayaba la permanente
con él, porque como tenía el pelo largo y

nunca qe ei
Miren si ©

condié porque le

colorado, los rulitos |
Claro que el pobr
que era alérgico

quedaban precio,
So

muro raso 0°
A 4 Uno de esos fragen. POr
tienen un olor asqueroso. y nee

me contó que mató a su propre nae si
diría contarme cómo fue que desaparecie
hija de la Filu~y se acomodó la Dollera par?
que le tapara a pierna, un poqu Para
las rodillas Arriba de
—¿Qué te pasa? ¿Tenés f
Ana
~Un poco... -dijo, y se y
siguió estirando la pol
vieron los moretones-.
-dijo, tímida. Y volvió a
mela. Dijo que la Carmela andaba con Roge-
lio. Que el gordo cabeza de huevo la pacta
a buscar por la peluquería diciendo que tata
un remedio y que hiciéramos chito porque
era un secreto. Y siguió dándole y dándole
a la lengua para que nos olvidáramos de los
moretones, Pero si estaban
jena. Entonces le dije:

a —¿Estás segura de que te los hiciste con la
ici?

FO, Po.

Mo? e pregunto

puso colorada, y

lera, pero igual se Ie
Me caí de la bici,

la carga con la Car.

ahi, color beren-

4 la cabeza
ajó la cal A
Tágrimas, que

Ella dijo

, S.
abrazamos. Endo

2 cui
ra porque CHAT
ra P ponían

1 bi
la ginel e
co, los ojos sele PC yer

los; entonces Ay

aun poco,

y mal is ‘
A en yel padre se pus
jé la

Ó pe-
sacó el cinturón Y la one
000 y ale y ella corriendo tr

a pegar) aie
ee eso tenia moretones en

do la alcanzó le dio con

as. Dijo que cuane era y NOS MOS-
re A levantó la remera y nos MOS”
e cito. las en la espalda. As
1ó unas marcas colorad siende é feo. Pero

“on ruido, como diciendo qui à
oa ie nada. Será por eso, por chupar a
dé do duro como un carozo me quedé
aqui, en la garganta.
bone no me duele —dijo.

Chisf..., chissf, se oyó. Nos dimos vuelta.
Alguien se asomó por el cerco de la vereda
de enfrente y se volvió a esconder.

Debe ser Pino —dije, y lo llamé parada
sobre una rama que estaba bajita-. ¡Che Pi-
hito, sali! Pero nadie se asomaba —Pino, no
tengas miedo, soy yo, Luna.

tenia por hacer ls s rosquitas de miel
ta quedó en llevar- hoyuelos se le hacían en de cachete.

seguí con la mirada:

5 cuela cı
Nte de], Van
i le
¡Desapareciór che

Puscarlo y lore
Me miré en

2 © pobrecito,
da cuenta de que es asi, medio Porque si se

sufrir má tonti
ufrir más que yo en este mun to, debe

ido,
espera , que sigo
perando... Y mientras pensaba esas pe
vi x el espejo
1 en mi cara las manchitas negras del espejo

del botiquín y, como si fueran las huellas de
un secreto, empecé a contarlas.

—Hoy comemos solas porque Julia está en
la casa de la María. Fue a pasar unos papeles en

dijo mi tía micn-
Y volví a sentir el

Pi ua se fue al club a jugar a las
s

compañar para escribit-

! Bien amarillo lo pinté.
ible je que me habia gustado mu
a ob lisco, y que YO también era porteña
do bra nacido en Caballito, pero que
Do acordaba de Buenos Aires pot pedacitos
“chos, porque me habían tratdo de muy
chica. Lo del sueño negro no quise contár-
<elo, porque era feo y porqueeee... no quise
contárselo. Tampoco lo de un perro malo que
había en la esquina y que tenía ojos de hue-
vo, pero negros. Recuerdos lindos, tampoco,
me parecía demasiado contarle de la calesita
llena de caballos y de un lugar con muchos
negocios. “Vamos a la galería, Manu”, me de-
cía mi mamá. En la galería había un caballo
de mentira, que se le ponía una moneda y

u
Fi nn final Sin pi asta Pronto

Staban la ta,

an las posda Si

le escribí de posd; tas. A mi
veces. Te extraño ÉS x Extraño
non e extran
Extraño. Te extrano © SURO. Te ext

mama 2

ona, e peg ss locas
bian que eran daun. Y en Ae al

: - Yo no me expliqué bien,

pero Julia siempre entendía lo que yo le pre.
guntaba. Sentada en mi cama, me dijo algo
que un poco me alivió. Después le conté lo
del papá de Sarita y de los moretones beren-
jenas que la pobre tenía por todo el cuerpo
Me dijo que iba a hablar con Patricia, que

108

je
jean a qe la pared:

r ella pul :
nde chicas ) da así dijo: asuntos
poca elica i e fijos en
mos tan de con los ojos 3 Da
ados ¥ vo habia de Fre

a muy
5 er decir que estaba = paró
qu iro hondo,

spiró 1

ratito, Y odé los

pen à s color ciruela, se acom: cape.
us botas CF Ms para mirarse en el ESP

ados y 8*
Mirá el traste

ande |
ee hecha una cerda
ngo
rande que tengs
No, estas relinda —le dije a
“Vos me decís asi porque me queré:

“Claro que te quiero. o
Se acercó y nos abrazamos. Le dije casi en

la oreja:
Juli.

50? |
Tba a decirle que cuando fuera a la capital

quería que la encontrara a mi mamá... Pero
solo dije:

—Te quiero mucho, mucho.

Yo también, Lunita.

109

En la noche me desperté tiritando y me
la cabeza, mucho me picaba. La que

vo en la escuela rascándose a dos manos
Julieta. Para mí que los piojos saltaron
a mi cabeza de molestos que estaban
con tanto zarandeo. Seguro que ligué algu-
no. ¡Fff...!, otra vez mi tía me va à enjuagar
con vinagre y voy a andar por ahí con olor a
alada. Abracé a Carola. La luz de la luna
pintaba rayitas blancas sobre mi colcha ce-
leste, la de piqué. Al moverme, se enrula-
ban. Jugué un rato con ellas hasta que volví
mi cara a la pared y ya no estaban. Tanteé la
oscuridad: giré los ojos para un lado, para

el otro Y me convencí de

el ot À RN de que solo veían lo
-uro. Cuando era más chics

oscur ndo era más chica, por las no-

ches, como dudaba si tenía los ojos abren

o cerrados, me tocaba con la punta del dedo
el rinconcito del ojo, aquí, entre las pesta-
Sas; lo hacía de golpe, como si bu... fuera
a sorprenderme un ojo que no era el mío
recién ahí me convencía de que estaban
Yuiertos y que la oscuridad estaba afuera. O
que yO estaba ciega. O que me había caído
en un pantano y que una mano me tapaba
la boca. Entonces, gritaba. Fueron esos días
de noches oscuras que Julia se acordó de mi
Carola y la sacó del cajón de los juguetes
Con Carola, abrazadas, no volví a gritar.

Giré. La cama chilló y otra vez las rayitas
de la luna, pero no jugué. Cerré los ojos por-
que cerrándolos me vienen las voces:

Es como hablar debajo del agua mami,

oigo lo que pienso.

Eso lo probé una vez nadando en el arroyo,
pero no quiero seguir hablándote bajo el agua,

así, todas las noches, como una pobre langosta,
Mamita.

¿Cuándo vas a volver?

¿Qué fue

He NO me importa que no py
crme Como otras
Stas enferma,
c importa
porta

nerte, abrazarte.

> Fe curds més pronto mam

ya estoy grande y puedo entender
cosas que de chiquita no podía
Quiero contarte, mami
que desde que no estoy con vos ni con papa,

el corazón a veces me llora.

por su cuenta,

y como el pobre pasa mucho rato
empapado en lágrimas, se me encoge mamita,
y el pecho me empieza a doler; así,
como cuando leo tus cartas mami,
las de chocolate.

Mucho me duele.
Es que tanto, tanto te necesito.

Te extraño, mamita...

Te extraño con el alma... Te extraño
fe extraño... Te extraño.
Te extrano
Te extrat
Te extraño.
Te extraño
Te extraño
Te extraño

Te extraño.

Te extraño
Te extraño... Te extraño
Te extraño
Te extraño
Te extraño
Te extraño.
Te extraño... Te
Te extraño
Te extraño.
Teextr
Te extraño
Te extraño,
Te extraño

Te extrano... Te extraño.

Corchito pegó dos ladridos. Salí de abajo

del agua. No me escuché más.

Y otra vez la picazón en la cabeza, me
ué, arrullé a Carola
a é, arrullé a Carola y me dormí envuelta en
las rayitas de la luna.

En la mañana, al despertarme, sentí dolor
de par Eran retorcijones, pero no de
«pas. porque si no hubiera tenido que sali
corriendo parael baño, como me pasó aquella
“e que me empaché con los bombones del
Oscar. No, esta vez era un dolor nuevo. Me
sente en la cama y noté que tenía el pijama
manchado de sangre

-jjulialt! -la llamé a los gritos
asustada-. ¡¡Mirá....!

Abri las piernas. Julia me tranquilizó y me
felicitó porque todo estaba bien, asi dij

-Estä todo bien, Manu -y
acariciaba la cabeza, agregó con un
sa-: ¡A cambiarse, senorita...!

Esa noche, bajo el agua, se lo conté todo
ami mama:
Querida mamita,
quiero que

EN El CEMENTERIO

¿Qué día es hoy, Ernestina? —preguntó
doña Asunción, mientras mi tía le preparaba
la última inyección que, hasta ese momen-

nadie podía imaginar que iba a ser la últi-
ma. ¿Cómo suponerlo?, si ese 6 de julio doña
Asunción se despertó haciendo bromas y hasta
se puso a tararear la Canción del Aromo cuando
me vio llegar con mi tía. Imposible suponerlo,
sial segundo de dejar de cantar, con su boca
trompudita como la de un pescado, me dio
un beso acá y otro acá, más cerca de la oreja,
y me dijo que estaba altísima y que cada vez
me parecía más a mi mamá. “Linda como Pa-
tricia”, dijo y se persignó moviendo los labios

para hablarles a Dios y

a todos los santos,
5. Sy
perrit

a, Ia Lult, siguió tendida a los pie 3°
la ama, con el hocico descansando sobre ®
patas y la colcha de amapolas azules, co 1
vant6 las orejas cuando nos vio, ense;
bajó y siguió como si d din y
nadie hubiera entrado Para molestarla, Respite
hondo por silas amapolas desprenda pert
me. Noté que los vidrios de |

x la ventana estal
empañados y que la habitación estaba inu

da de cestillos y bastidores; todo Porque doña
Asunción durante años y años fue la profesora
de bordado de las niñas, de las señoritas y de
las señoras de Los Aromos y de otros pueblos
vecinos. Mi tía siempre cuenta que aprendió a
bordar gracias a doña Asunción. Todo lo hizo
en sus clases de bordado: las flores del man-
tel de las fiestas, con las doce servilletas; los
Pespuntes y festones de las toallas blancas; los
0805, los patitos y las nubes de los baberos de
Julia, que mi tía guarda en la caja redonda del
sombrero de su mamá, que se llamaba Ampa-
To. Sé que tenía una plumita el sombrero, lo sé

Porque se lo vi puesto a la señora Amparo en
el álbum de fotos.

o le-
‘Buida las
'urmiera en un jarc

ban
nda-

dona Asuncion estaba soya
respaldo de madera, Me quedé
en einando que las hojas de pa:
lo, e iban bordadas sobre el vo-
uno la madre”, volvió a repetir
je “binds e lrarme. Estiró la colcha con las
delas unas pintadas de rojo y los
dos como ganchos; igual, las u
dedos or can florecer cuando las acariciaba.
DS otra vez. El polvillo de una c6-
Re ne espejos resaltaba como la pelusa
e 0. Llena de portarretratos estaba
e 2 En solo reconoci a Manuel, de pan-
ein junto a una mujer de pelo rubio
vedo que sonreía. Supuse que era su E
Marcela. Y no me equivoqué, ya que al otro
día, en la capilla, todos saludaban a la mujer
rubia como si fuera la hija de doña Asunción.
Llevaba rulos y algunos años más que en la
foto y estaba triste, igual que Manuel. |
—¿Por qué no vas al jardín, Luna, así te en-
tretenés con los pájaros? -me dijo mi tía, con
la jeringa en la mano, como para sacarme del
lugar. Seguro fue para que doña Asunción
ho sintiera vergüenza de andar mostrando

La cabeza de

da sobr
sirándolo, 1
my que tenía

bl
in dejar Ce
fin Tenia

las nalgas. Las imaginé flacas y arrugg

como una toalla estrujada y amarillenta,

La salude con una sonris,
suave. La luz del y
la cruzd

aditas

ella me sonrió,
có chispitas à
que le colgaba del
ra buscar
i del cuarto.
Por un pasillo ancho y de techo de ladrillos
encorvados, llegué a la galería de vidrios
que estaba verdosa por la parra que la cu.
bria. Era un túnel lleno de luz verde que
bajaba y parecía que no tenía final. Me gus.
16 ser Alicia en el País de las Maravillas, Me
estiré en el piso, cerré los ojos y empecé a
rodar. Rodar y rodar hasta el otro lado de
la tierra para encontrar al Conejo Blanco y
preguntarle: “¿Está aquí mi mamá?”. Rodar
por la cordillera hasta un pantano... “¿Señor
Ratón, lo vio a mi papá...?”. Y otra vuelta,
y otra y otra... ¡Ay...! Mareada, me quedé
con los ojos cerrados, hasta que apareció la
Oruga preguntándome: “¿Qué cosas = las
que no podés recordar?”, como si yo en
Alicia. Y abri los ojos. Se habia terminado el

túnel. Un montón de pajaritos revoloteaban

ador le
le plata del rosario q
cuello. Mi tía se volvió y

lgo en
su maletín azul y

entre las hicdras y
un mirlo que est
como si lo hubie

glicinas alilad

as, Salvo

staba
mirlo cuando el grito de mi tia Me cons e]
aire y, al reaccionar, volví cortiend E
con un balde que cayó rodan a
una campana loca hasta que entré al cure
y la vi a la Lulú ladrandole a doña Asunción,
dándole mordiscones Para despertara. Pero
era imposible. Había muerto. Así me dijo mi
tía apenas pasé el marco de la puerta “Se
murió! ¡Se murió doña Asunción, Lunita», y
me abrazó llorando. La cara de Manuel son-
reía dulce en la foto mientras mi cara en los
espejos se fue nublando. Después durante
el velatorio, mi tía contó que antes de apli-
carle la inyección, había tenido una conver-
sación con ella:
“¿Qué día es hoy, Ernestina? -me pre-
untó doña Asunción. o
e julio de 1984—le is q
ano, porque a veces perdia lucit os - a
-Que bien!, 6 de julio ep eh
sonrisa de felicidad asi de grande.

a pregumtar @Pero.... que dia de la semana
es hoy?

hoy es viernes le contesté. En.
, ella se sents, abrazó a la Lulú como
pudo, y me dijo:
Hoy es un buen día para morirse... y
ahi empezó a boquear como un pescado fue-
ra del agua. Y se murió

Así lo contó mi tía las primeras veces que
alguno le preguntaba. Pero después no dijo
lo del pescado sino dijo que la pobrecita se
había muerto como un ángel, tranquila, casi
sonriente. Entonces yo pensé que la cabeza
de mi tía mejoraba las cosas con las horas o
que se había dado cuenta de que comparar
a doña Asunción con un pescado, quedaba
feo. A mí la única que me preguntó algo fue
Sarita, porque Ana estaba con anginas y no
se levantó hasta después de unos días del se-
pelio. Los grandes me miraban apenados por
el mal momento que había tenido que pasar
viendo morir a doña Asunción. “Pobrecita la
nena, tantas desgracias juntas...” decían. Y
lo peor era que yo me sentía así: como una
Pobre nena. Y no lloraba. A Manuel si lo vi

- Él te
que no:

MPOCO se animó a
cruzamos en el y clatorio
tierro. Lloriqueaba y abrazaba

Rubios los dos. Yo no le hat

sabía qué se podía decir
la abuelita. Debe Ser triste.

¿Vos la viste morir?
Yo llegué después del y
—Asi le dije porque asi d

llegó después del último Suspiro”, y gu
me respondió “Pobrecita”, yoga e, Sa

dijo por mí o por doña Asunción Te a
le pregunte, para qué. apoco

“Parece descansar en u,
las azules”, dijo Julia apenas entró a la pieza
de doña Asunción, después de que mi tía me
mandara corriendo a buscarla, Para que es-
tuviera allí, acompañándonos:

—¡Julia!, vení, apurate, que doña Asunción
se murió —le grité y ella regresó conmigo,
casi desesperada. Cuando la vio dijo lo del
jardin de las amapolas. Por eso, y por 015

olor
cosas me pareció que la muerte tenía

a flores.
Julia, ¿tenés gana:

hablarm,

er

le

Me preguntó

Sari,
atta,
imo sus)
ecia mi tia: «

n Jardin de amapo.

s de llorar? -Ie pregunté

PA

cuando no;
un movimic

to con la cabeza que no queria
decir ni que sí ni que no

La primera vez que
uando se murió la mz
cua

terio fue
má de Sarita. “Para

e la acompañes a tu amiga jeron,
ave solo una miradita cruce con ella, ast de
Prion, porque el papá no la soltó ni cuando
aan a recoger el puiisdito de terre:
À de la despedida. Nunca la vi así a Sani.
ta, con la cola del pelo medio deshecha y
los elásticos de las medias flojos que se le
caían, y ella ni cuenta se daba. Esa vez mi tía
y la Carmela me llevaban de la mano, una
mano para cada una. “¿Y este olor?”, pregun-
té pensando que la muerte tenía olor raro
“Es el olor de los gladiolos, las calas no dan
olor”, me dijo la Carmela, y me explicó que
ella casi no lo olía porque como tenía a toda
la familia ahí, iba seguido, y que se había
acostumbrado al olor del cementerio. Qué
feo debe ser tener a toda la familia muerta,
Pensé, y le apreté la mano a mi tía, fuerte

el entierro de dona Asunción fu

mucl gente que aquella vez y eso que

hacía mucho, mucho frio y a todos nos al“
vaporcito por la boca. Yo le di otra sde
mi bufanda alrededor del cuello y pue"
manos debajo de mi tapado de pang „=
para que no se me congelaran, E] hice azul
olor a flores de muerto, me dije, y estore
como tres veces seguidas, peor que mide
espray, y seguí al lado de mi ua, que q.
los rezos por un caminito lleno de me a
ces y

fotos. Son los gladiolos, me acordé, y la bo, y
se me puso amarga. Un hombre de saco E
gro andaba con una pala en la mano mis
do la tierra, entre coronas. Seguro que es el

sepulturero. Debe ser feo estar todo el tiem.
po tan cerquita de los muertos.
Adelante de todos caminaban las Pierinas,
A la Chichita la llevaban en un sillón de ruedas
Alina se había estrenado unas botas marrones

a que yo la mirara. De-
lar, con la gente de la
la Aproveché quer

lio abrir para

y arrastraba los pies par;
trás, la bizcacha de Pil
cooperadora de la escue
zaba el rosario con lo:

hacerle los cuernos c

de Manuel se puso unos anteojos negros para
disimular el llanto. En la puerta de la capilla
saludaron a los familiares y pronto a seguir
Simino entre las sepulturas, con el murmu-
llo de los rezos, pisando las hojas secas que
hacían ruiditos como si lloraran criff, craff,
hasta que los primeros de la fila se pararon
alrededor de un hoyo, y los de atrás hicimos
lo mismo. Todos se persignaron. Unos seño-
metieron el cajón en el pozo. Mi tía me
pidió una mano y me la apretó fuerte. El cura
Pascual dijo unas palabras, como bendición
final. Seguro que a doña Asunción le hubiera
gustado estar paradita ahí, escuchando las pa-
labras lindas y buenas que decía de ella. Ma-
nuel me echó una mirada cortita. Pensé que
muerta su abuela no tenía razón para volver
al pueblo, y me vino pena. De la nada salió
Sarita hacia el camino de los aromos, llevaba
un ramo de flores. Para ir con ella, de un ti-
ton, me desprendi de la mano de mi tia, que
mca re Marl, llena eres de gracia...
Me Beenden le no pisar las sepulturas.
mujer dee arita sin llamarla, porque una
Pañuelo negro que adivinó que iba

res

a gritarle, me hizo chito

con la mano, y me
di cuenta de que no

Podía gritar por

descanso de las alma arita la me
de sorpresa por atra a no se
prendió, Fue como si supiera Que iba a ae
con ella para llevarle flores à se

mod6 el ramito para dz
mos por el camino amarill
que están florecidos todo el año. Pensé qu
era el lugar más lindo Para estar mer y
no Me gustó pensar así. Quizá Por eso respire
hondo, tan hondo, que levanté |
Sarita se dio cuenta, Pero solo me echó ung
mirada cortita. Tenía un brillo raro en la mira.
da; era como si sus ojos celestes tuvieran luz
y sombra al mismo tiempo. Más allá vi que
mi tía y los vecinos regresaban a la capilla.
Un picaflor se posó cerquita, Me acordé =
nido de mi aromo y pensé en sien
pichones apenas lege. Du ala
volví a decirme mientras a Sarita me se
isando las flores muerta’. sf wal

poe nena pálida de ble
ñaló la foto de una altura, Seria hort
que miraba desde su Sep!

crecen
ertos les
a los mu
A erdad que
si fuera Vi

©, el de los aromo;

| dan

las unas y los pelos cor > en una película que
vien la tele an la nena habia
un florero con c una lata
vacía y tumbada do.

Los ojos de la
samos la

res
ta que

cruces, flores, palmas, coro;
desconocidas, hasta que
a una cruz grisácea y la foto de |
muy blanca de ojos claros

—Aqui está mi mamá -me dijo, con más
cielo en los ojos. Yo no la hab; conocido
porque en la foto estaba muy joven.

Enseguida se puso a cambiar unos clave-
les secos de un florero de cerámica rosa con
pintas verdes y, de rodillas, empezó el padre-
nuestro. Y a mí, que había creido que no me
acordaba de rezar, me empezaron a salir so-
las las palabras.. santificado sea tu nombre...,
hasta que a Sarita se le escapó un gemido y
enseguida el llanto, como un trueno. Ahi no
Supe qué hacer. Miré mis pies que se mo-
vían buscando otro lugar. Pisé fuerte para no
Correr gritando ¡Mamáaaa...! y me quedé

mujer

muda, temblando, como de frio, aguantan-
do para no llorar, dándome cuenta de que el
dolor de Sarita me entraba por la garganta y
por la nariz o por los ojos o por los tres lados
y que me llegaba ac

donde la Cintura se
infla con el aire y subía hasta el pecho Para
encontrar un rinconcito entre mis penas, Se
me escapó un gemido. No sé si Sar

ita lo oyg,
pero apreté los dientes y me vino a la cabeza
la Canción del Aromo, y pensé que si yo fuera

un aromo, estaría vestida de flores amarillas

todo el año, para no morirme de Pena como
mi abuelo,

—iVamos, que hace mucho frío!
Sarita.

Regresamos calladas, de la mano, por el
camino amarillo. El viento se hizo remolino
detrás de la capilla y arrastró hojas de un
lado para el otro y de golpe una me pegó en
la cara, como la mano de un fantasma que
quería asustarme. Era raro el viento de ahí
porque no era como el viento de otros. dei
gares. Al respirar profundo volví a sentir Es
perfume embalsamado de los gladiolos rn
tanto frío que hacía, la cara se me puso €

-me dijo

de cartón y los ojos me lloraban solitos. Ahi
supe que apenas llegara a casa, me pondría a
llorar por cualquier tontera. Que le hablaría
a mi mamá bajo el agua como una pobre lan-
gosta. Que dormiría con sobresaltos. Y que
tal vez despertara con fiebre, como aquella
mañana, después del sueño negro, cuando
amanecí preguntando por ella

—¿Dónde te metiste, Manuela? Te estuve
buscando... -me preguntó mi tía largando
mucho vapor por la boca.

Solo la miré. Y no me dijo nada más; creo
que se dio cuenta de la congoja al ver los ojos
de Sarita enrojecidos y a los míos también.

Chau, Manu, gracias -me saludó Sarita
con un beso. La vi que se iba, caminando
como si temblara.

Mientras duró el olor de los gladiolos, duró
el entierro. Y aunque respiré cortito para no
llevar el olor conmigo, no pude evitar que
el frio me helara por dentro. Tampoco pude
evitar llorar por cualquier tontera y que Julia

le dijera a mi tía “Dejala, ya se le va a pasar”,
sabiendo que era mentira

133

8. EN EL AROMO

Justo a los dos meses de la muerte de doña
Asunción recibí una encomienda, un paquete
pequeño que decía: Para Manuela Luna Los Aro-
mos, escrito con fibra azul. Es de Manuel, pensé.
Entonces, como yo estaba en la vereda cuando lle-
g6 el comisionista. “Lunita, para vos: .”,me quedé
ahi, Y no sé si fue porque el aromo estaba dorado
en flores o fue por complacer algunos de miston-
tos caprichos, que me vinieron ganas de abrir el
paquete allá arriba: yo, sola con los pajaros.

Miré hacia lo alto. El cielo parecía de seda,
liso, sin una nube. Con cuidado de no pin-
charme, empecé a trepar. Entré por Un peque-
ño agujero de luz entre las ramas. Me gustó

135

sentir me Hovian florcita: ¿O
: e me estaba florcciendi una
pr pelo salpicado de flores”, me

d ajar del aromo, apenas

dijo
Pero mientras subía, no me daba

me vio

de que me iba volviendo princesa, Pig
!.xn pie me quedó en el aire, bam

Uy uy
i se me cac el paquete Igual lo

dose.
ndose

€ contra el tronco más grueso.
pichones volaron apenas me Sinticron cer.
parecian rei, picotear el aire y rer, ¿Pero
cómo volaron dos, si eran tres los huevitos >
¿El oto pichón, donde estará...? Elegí una
rama gruesa y me senté, un poco de chant
cerca del nido. Una cigarra me miró con sus
ojitos de uva. ¡Efu...., la sople para ver q
saltaba, y nada la pobre. La tapé con unos
pétalos; solo los ojos le dejé fuera Para que
no se quede a oscuras y crea que está ciega
también. Volví al paquete, lo abrí. Había un
casete y la letra de una canción firmada “u
amigo Manuel”. Lo sabía, Igual, los ojos se
me nublaron, quizá por el rayo de sol que
me pegaba en la cara, quizá por el sofocón que
me subió hasta los cachetes que me hervían.

sostuve y lo apr

Dos

136

EE ——

Me sequé los ojos co

la manga de mi reme-
ra rayada y así pude empezar a |

muchoel haberlo acom.
pañado en el entierro de su abuela (eso que solo

Manuel me agrade

nos vimos de lejos) y enseguida la canción pro
metida. “Promesas son promesas, M >
Leí el titulo “Manuela, la bordado;
jo vi... cinco; no, no, seis estrofas,
va la canción completa, cantada por una prima
mia que desafina un poco”, así me puso, “Espe.
ro que te guste”. Mientras lía la canción, ds
sin querer, le ful poniendo música; una que ya
salía sola, casi de la nada:
Manuela borda por la mañana,
el sol entrando por la ventana
y el desayuno con lentejuelas,
café con leche para la escuela,
Una rama me pinchaba el
da, igual seguí:

Borda con largos hilos de seda
flores doradas en primavera
y con la lluvia de hebras plateadas
finos vestidos de enamoradas.
Corte porque una abeja daba vueltas sobre
mi cabeza. Vi que había un panal, cerquita de

pie y otra la espal-

1a cigarra que ahora parecía dormida... ¿O ge
habrá muerto sin poder cantar siquiera. ..2 Otra
vez la abeja revoloteándome. Baje rapido, para
no terminar como la gorda de la película que ha.
bia visto hacía poco en lo de don Kulec, que se
morta por las picaduras de los insectos asesinos

Cuando Julia escuchó la canción, me dijo
que ella, sin ser psicóloga, se había dado cuenta
del cariño que sentía Manuel por mi, porque
en la canción había unido a la abuela, conmi-
go. Fijate, vos sos Manuela, y ella, la bordadora
Cuando me acomodó las florcitas del pelo, me
volvió a decir que parecía una princesa. Y yo,
para no ponerla triste, no le dije que tal vez eran
mis penas las que habían florecido. Después,
Juntas, cantamos el estribillo:

Manuela borda con mucho amor
el suave canto del corazón
y va enhebrando con doble lana
la fantasía de otro mañana...

Me pareció hermosa la canción de Manuel
Corchito se puso tan celoso, que hubo que sa-
carlo al patio. “Andá a chumbarle a las gallinas,
izonzo!”, le dijo Julia, muerta de la risa.

A PLAZA

9. EN}

Y mientras yo saltaba las piedritas del ca-
mino, oí a Mauricio decir que le daba igual
cualquier día de la semana para recibir a la
gente de la película. Lo dijo y se puso a afinar
la trompeta en el palco de la plaza. A mí me
gustaba que fuera sábado.

Las guirnaldas eran las del carnaval, aun-
que se notaba que habian elegido las menos
colorinches. Colgadas de un lado a otro del
palco, iban haciendo figuras parecidas a los
polígonos que aprendí a hacer en las clases de
Geometría. Bueno, un poco mejor que esos,
Porque, en verdad, cuando apoyo el com-
pas, ¡plim! siempre se me rompe la mina, y

m1

el bendito poligono queda medio ¢
borroncado. Conté.

guirnalda del medio era un
perfecto, verde limón fos
de los aromos, las

hee

colores que habían Morecida
vera, pero como era tempr.

encendido todavia Mi ti
andaba, porque, si se
de la radio: “Lhuvi

e
cumplía el pı
la tarde”,

as con fuert
como el agua
cualquiera podía qued:
solo tocar a los aromo;
apenas escuchó la radi
la preocupación en la
des al patio para jun
ción de rosas; todo
con lo de la lluvia

pienso que es verd:

Cara, igual sacó los bal.
tar agua y hacer la lo-
Por si la radio acertaba
y los fuertes vientos, Yo

ad eso de que el agua de
Tosas es una pócima rejuvenecedora, Porque

con más de cincuenta años, solo una arruga

se le ve a mi tía: la del entrecejo. Cuando era
muy chica, de tanto oír a mi tía decir: “A la
fulana esa la tengo entre ceja y ceja”, un día
le pregunté si la arruguita que tenía ahí se

142

hue
co
uno, dos. a

aba Fulana, y le puse un dedito entre las
lige Y tania, gracia le diio.a mi tia lo que le
Se, que además de contárselo a la Carmela,
e ainigay lecchenta todo Gabi
via Mina cuando le trajo un vestido
reat de última moda alla en Brasil. Y por
Aa esto, después que el comentario pasara
‘or la Carmela y por Mina, medio pueblo se
Perd y medio pueblo le decía La Palena ot
arruga de su entrecejo. Pero resulta que en la
plaza, La Fulana, más que una arruga, parecía
una canaleta, de nerviosa que mi un estaba
por los nubarrones negros que se venían. Ju-
lia le dijo que si alguno quedaba achicharra-
do y estiraba la pata, el pueblo se iba a hacer

más famoso todavía... Y dijo otras cosas que a

mí me hicieron gracia, pero a mi tía la pusie-
Ton neu-ró-ti-ca; por eso le dijo a Julia que se
mordiera la lengua antes de hablar pavadas,
que parecía una chiquilina, ¡y eso que estaba
Por cumplir los treinta...! Lo de los treinta a
Julia no le gustó nada de nada; igual me guiñó
UN ojo, este, que por suerte mi tía no alcanzó
a ver; lo hizo con la misma cara de cuando
traga el jarabe verde para desinflar la panza.

Yo le devolví el guiño con los do:
nunca me salió bien guinar co,
sonrió. Y mientras me puse a bus,
amigas, fui escuchando charlas sa!

vecinos. OF decir que el director de 1°
la era refamoso, que era espanol e
bien las cosas de la Argens
estado un poco all
of que a los

5 0j0S por

que
M uno. Us

a Porq;
À y otro poco aca,
actores nadie los Conocia

el director trabajaba con
pueblo. Esto ú
En eso la vi a Ana, y la llar
notaba que ella también m,
Caminamos juntas y mee
cuando en Españ;

mé con la mano; ge
e estaba buscando,
MPEZ6 a contar que
erno, acá e:

Y que ahora en primave

siguió hablando; tan ligerito hablaba, que las
palabras parecían ttopezarse; todo de los ner.
vios que tenía de pensar que si en la pelicula
necesitaban chicas de nuestra edad podiamos
Ser actrices. Me dijo que yo, además de can-
tar, era relinda, que al director le iba gustar
mucho que yo tuviera el pelo todo de cintitas
marrones, brillante... y que tantas pecas en
los cachetes me hacían más linda todavía. A

n hormigueo en todo el cuer-
aginar que podía estar en una
o de solo re como el chico del Globo rojo
o la gorda ue le dije bajito. Pero ella no
e orque de la esquina de la pla-
qe On calle de la carniceria de don
za que Sn barullo taro; Había unos
Dos vecinos hablando fuerte. Las dos nos
nos corriendo para ver qué pasaba. Ahí
fa vimos a la aceituna grande gra a don
Hinojo porque con la canasta llena de
ara vender.
o hombre!, no ve que ésta no es una
feria. Saque esos pejes podridos.

Don Hinojo ni la miró, solo balbuceó algo
que no entendí; por la cara de Ana, ella tam-
poco. Del saco gris y rotoso sacó un pucho
y lo encendió después de conseguir fuego
estirando la mano hacia el cigarrillo que es-
taba fumando el heladero. “Gracias”, le dijo
y se fue descalzo, arrastrando los talones du-
ros como suelas. Flaco. Siguió camino por
la bajada que va al arroyo y se cruzó con

Miguelito que andaba con una sola muleta,

ai me vino W
m

De tan pobrecitos
Y en eso salió e
iba a durar el rodaje Porque
lo sabía y la Carmela, que sí
Saberlo, no se había asomado F
davia. Mi tía dijo que es
mela seguía en la Peluquería
visto una cola larguísima esperan
Porque... para ser una actriz de ia
que tener presencia, Luna Sue
bia estado el día anterior nn
Encima, comentó que
que la Carmela no cerra
escuchar esto, tuye mie.
de la película y que s,
ta. Y se lo dije a Ana
me quedara tranquila, que estaba segur, >
que la Carmela sabia bien cuan go Eta de

M a uändo iban a Ile-
gar los... ¿Cineastas, se dice?”, me Pregunto.

“Creo que sí”, le respondí, y siguió con que

las dos iban a aparecer para recibir a los ci-
Neastas justo a la hora exacta.

¿Vos te creés que la Carmela se la va a per-

? Así me dijo y me codes porque había

unos vecinos del club que hablaban de mí,

que iban,

ni se mir,
1 tema de ath,

CUANLO tien
Rolo Om,

Ta seguro

» sería bueno que yo cantara porque lo
due lindo... Pero Rolo Omar les dijo que
hacia reparado el sonido, y que era mejor
e a la despedida Todos les que

pe DIE -dieron la rason-al RalosY cal
estate “que había empezado a zarandearse
Core ase wolvid a waiquillcar-Ana se dilo
o hed tina mica que quería decir
e momentome había salvado: Elle sabe
Ei me gusta cantar y mucho, porque con las
canciones la palabras me salen bonitas, Pero
cuando me dicen, así de repente: “Luna, subí
al escenario y canta”, me viene el temblequeo.
Dicen que es el cuiqui que les agarra a los ar-
tistas antes de subir al escenario. Yo no sé
pero sí sé que fue tan grande el miedo que
me dio cuando escuché a los vecinos pedir
por mis canciones, que sentí que me hundía
en un pantano de esos con tierras movedizas
que aparecen en las selvas de las series de la
tele, y que encima el barro me estaba llegando
al cuello... Todo eso sentía cuando Rolo dijo
que no, que no estaba el escenario preparado
para que cantara. Aliviada por haberme salva-
do de morir ahogada en el pantano, vi llegar

de a

a la Filu del brazo de Patricia, E:
Par. ms
que era la rm |
a mi la musa ing
de la película; triste, pero musa pe?
que no se la va a ver en Wes
igual es su historia la que y

taba q

Porqu,
4 Pantalla
ales su € Cuenta, ¢
novela, pero en el cine. Muy nc
veía. Llevaba una pollera tableadse
UN saco gris, pero más oscuro, € à
Se vieran los puños y el cue
rosa. Del otro brazo je colga
Cuero negro, grande para su tare
Re aba de la mujer de Pañuelo
había llegado esa tarde al Pueblo. ;
sa que la vi a la Filul, si apenas te
hombro a Patricia y a =
Parecia una cı i
i ¡mera y

Sacan a pasear una tarde Por la plaza, E

Una bici pasó rozá

a ándonos. Ana le pe;

grito: a

{Que hacés, estúpido...? -Era Federico

“¡Qué raro que lo tratés así al Fede! ¿Ya no
te gusta más?

—¿Cómo me va a gustar, si ayer, cuando fui

» Sl ayer,
a verlo a la cancha, me enteré que a Florencia
z . E

también le mandaba cartitas...? Para peor, las

que
q

pared del gal

torturad
habia he

Faltaba que le sacara fotoco-
ado, vistel, porque él sabe
dia y yo somos medio amigotas,
rere que me ba a enterr..

volví para mirar una pintada en la
o galpón de enfrente: Cárcel para los
lores y asesinos. Pensé que alguien la
cho por la noche. Me pareció raro

_Ana, ¿viste eso en el galpón de Mateo?

Si, seguro que la pintaron los hermanos
de la María. ¿Viste que el Sergio y el Gusti
andan en la política? Mi mamá dice que hay
que tener cuidado porque si te ven con ellos,
por ahí se-creen que andás en algo rato y te

as, vist
Es un tara

Flot
era seg

revientan.

—¿Pero quién?

—Y alguno de esos que andan armados.
sé... viste... El tio de la aceituna chica es algo
de eso. Una vez vino con un uniforme lleno
de botoncitos y medallas, y mi mamá dijo que
cerca de él no había que decir ni una palabra

~Pero ahora no son presidentes, ni gober-
nadores, ni nada...

Sí, claro, pero hace muy poquito que está la
democracia... Por eso tenemos que cuidarnos

no

149

Remato An,
180 se es, a al

En naranj;
~éY si saludamos.
amos a la sen,
Sipsn a seño...? _
Poniendo que ella tenia la mi die a Ang
s

con sus ojos chi
mirlo de doña
de tan fuerte q

quitos y redondos como los del
Asunción. Y cuando me abrazó,

n ue lo hizo, me dolió. Y todo me
pareció raro. Y más raro me resultó porque

150

ja la presentó a Ana diciendo: “Ella es
a alumna”, solamente. Y la mujer la
nds o a cualquiera, casi sin mirarla. La
saludô costado, meneaba la cabeza, como
pl nel diera lo que ocurría; parecida a mí,
sino que estaba en el medio, tampoco en-
ne lo que ocurra. Patricia tomó a la Filu de
Filu, que tenía la cara blanca como el pañuelo
de la mujer, hizo un murmullo que no llegó a
ser palabras y se apretó junto al brazo de Patri-
cia. Todo se enmudeció. Era como si tuvieran
miedo de que algo explotara si no hacían cui-
dado. Quedé en ronda junto a las tres mujeres.
Por eso, Ana, que se había quedado corrida,
asomó la cabeza entre nosotras y preguntó si
alguien sabía cuándo iba a llegar el director. Y
otra vez fuera de foco. No sé si yo. O la pre-
gunta. O Ana, O Ana, la pregunta y yo. O to-
das. O todo. Y pensé que era mejor irme de
esa ronda porque no era para jugar. No, no lo
era. Entonces, a la mujer de pañuelo blanco, le
dije: “Encantada”. Y ella me dijo: “Yo también,
mhijita, estoy encantada”, y se le iluminaron
los ojos de pajarito. Y la música empezó a salir

151

a

de los par
dos Pariame em todo, como si
Estado ata RO Y ipuml, ge
de solpe Obla di, obla da... lalala
nad que Claire se iba espesa k :
re lang face q as rosquitas de miel —
conve due se me info el pee) espa
ca ón caramelo de menta Me 9 ANA me
anto que hay que abriy ya 05

tragar la saliva. Giré y del cabin ei
o del

via Sarita que
L Me gritaba; ©;

cima de € gritaba: “Llegue “t
cay la música, con tanto a -P po
Se acercó corrie, ESO q
Se Nos abrazamo ne Py
es IS al cx

lage, al compás de Obla di ob as tres y
laaará lalaralarira rá, | obla da. ad,

Al ratito nomas legaron 'miones blan-
£ ás llegaroı
| dos ca
cos ambulancias gigantes den ni
'5 COMO ambul 8lgantes, y det
, una

re: feos como los ojos de las Pierinas,
venia dane te ime
e y alcon van a ir los
malditos que nos arruinaron la vida. Eso dijo
con los dientes apretados. Y todo era verdad
porque enseguida de la rural azul se bajó un
señor de pelos largos y blancos, que cuando se

dimos cuenta

ra los
02 Falcon eran para lo

4 i A

a ede la pelicula es, antes de la lluvia,

dita, dijo que en los

i doves... Ali fui en-
air

go más de lo que entendí después

al palco para agradecer

pasas

al
ndiendo
el director subiera

pelicula :
blancos por todas partes el di-

el bigote, en la barba,

que el
y hablar de la
Tenía pelos
rector: en la cabeza, en
en las cejas y en las orejas, pero en el escena-
rio mucho no se le notaban. Estaba emocio-
nado comentó Julia, y yo pensé que nervioso
también porque hacía girar el sombrero entre
las dos manos como si fuera un aro (para acá,
para allá; un segundito quieto y vuelta para
allá, para acá). Lo acompañaban personas que
no eran del pueblo y otras que sí, como don
Kulec, de traje oscuro, que estaba en primera
hae y eso porque es quien más sabe de pelicu-
cp ne estaba la mujer del pañuelo
la cabeza que Noriqueaba mientras

ector hablara. Pe
esperaba que el director hablara. Pero el direc.

‚a empezar porque Mauro, en yy
tor no podía emp : le
de apagar la música, la había subido, y por
fos agujeritos de los parlantes salía el Era un
bikini a lunares amarillo... cada vez más ali
Sarita se refa de los nervios y algunos se tenga
que tapat las orejas con las manos porque ng
aguantaban el bochinche. “¡Qué papelons
zo!", chill Juli, y mi ía se embaló diciendo
que Mauro estaba hecho un pavote desd,

A © que
andaba con la Betina. Y mientras decía ess)

eso de

Mauro y otras cosas peores de la Betina, se
quedó mirando el cielo como para espantar
a las nubes que empezaban a taparlo. Tenia

temor de que alguien se achicharrara con las
luces. Esto no lo dijo, pero sé que lo pensé,
porque, como ella es enfermera, siempre está
atenta para que no se enfermen los que estan
sanos, y si pasaba algo, tenía que salir corrien-
do a buscar el maletin, y se perdia lo que dijo
el director apenas Mauro acertó con los boto-
nes y por fin se acabó el Era un bikini.
Querido pueblo de Los Aromos, (bien ceceo-
so hablaba, por ser español) gracias, muchas
gracias. Estoy conmovido por este recibimiento.

;racias, también, por el apoy
astra elos limos age du
la dictadura más atroz, está (aquí deen de
extrañas, de terror, que para mi Na
queen la Argentina Pasaron cosas, an
porque habia mucha gente Muerta y fii
desaparecidos, sto To dio date: nun“
desaparecidos, que por eso ea
pistes, él habló de dolor, per para m quis
decir tristezas, penas)... que la historia de doña
Filomena (abi supe el nombre dela Fi eg
una entre miles y miles...; cuando dijo esto, la
mujer de pañuelo blanco que loriqueaba e
puso a llorar fuerte sobre los hombros de una
señorita que después me enteré iba a ser la
protagonista de la película; vendría a ser la
hija de la Filu. Gracias, porque todos juntos te-
nemos que defender esta democracia que se inicia.
Y sonaron los redoblantes, y la trompeta de
Mauricio más que los redoblantes. Y aplaudi-
mos fuerte, fuerte. Ana me codeó y me habló
sobre el barullo, un poco a los gritos:
—¿Qué te parece, Manu, si le contamos al
director lo de la invasión de langostas; asi tie-
ne lata para otra peli...?

Me hice la que no escuche
venido una molestia rar
tenía ganas de hablar.
que pica no er

antes, antes.

Porque me

ra en la garga
Aganta
El caramelo de 7 1

m
2 porque me lo habra comas
o

habia

Sarita me miró con sus
llevó de la mano hast
oye”, me dijo. Y nos
una nena con la cara amarilla de ok
que se ponía la mano en la

ba el dedo en la pollera co]
irnos pero se
la gente que

Ojitos de ei
a un banco
sentamos don,

ielo y me
Igual

a nos vig
a ahi, entre
Dre de traje
micrófono
a gente aplaudia
n. Vi a Pino tarta-

quiso quedar parad,
aplaudía a un homt

marrón que hablaba y hablaba, El
hacía unos ruidos raros, pero |;

como si todo anduviera bie
mudear con las manos, rié

ndose como si fuera
carnaval. Y la aceituna grande, petisa como es,
lo miraba todo como en lo alto. Estaba moles-
t

a, sin aplaudir ni un poquito, resoplándole
algo a la bizcacha de Pilar, que la tenía del bra-
zo. Y la nena seguía con la mano en la nariz
dele que te dele y la cara más amarilla le que-
daba. La miré a Sarita porque me pareció que
Quería contarme algo; pero habló, nada más,

va aeria que se
ge 1040 © de que el papa no ou > a
T en la plaza. Mi ía y Julia,
ar

a erderme, a cada
“eran miedo de perderme, a cada

go ST cla para mirarme, Y 2
ae uzio con su cámara de fotos.
Ma hiskyyy..!” Me acomode el
whisky deel
había estrenado en el cum

se

ratito
asó don G
PA ver chicas.

ve o la luz del
vestige pica, y pla! salió la luz del
leaño: si

e hizo cerrar los ojos. Don Guar-
fash a Le thamos a salir bonitas porque
o ollo color. Pero a mí me quedó
tena neo Los ojos cerrados iba a pare-
e e suerte, a los pocos días, don
io apareció con loto, y me vi. A los
ee tenia abiertos, tristes pero as El
vestido había salido hermoso, se notaba ae
ta el pespunte violeta del bolsillo del canesú
Sarita tenía la cara blanca, blanca; estaba muy
parecida a su mamá. Esto se lo dije el jueves
en la vereda, cuando le mostré la foto. El mis-
mo día que le conté el secreto que Julia tenía
guardado. Sarita me confesó que algo sabía de
ese secreto, porque lo había escuchado en la

peluquería el día que llegaron los del cine, y

das SONS que ella, cuan,
das en la plaza, no sabta LE
me quiso tranqu

mejor saber la verdan
monton de y à

veces que 1
do muy lindas; mit" las do,

a
ilizar ex

A, yn:
asmado a do,

verar. “Chicas on
‚nos

Cuando |
Paro frente
María, |.

[eri espere
lista...

dijo levantan
a mujer q

al micro
a Mari
del Pueblo,

lo la cam,

fono, los he
a Y Otras

gritaron |,
todos juntos

y
cia! ¡Justicia! ¡Justicia!..
estuviera ensayadı

ensayado y
ban en el

Personas

Porque ellos no eran los qu

n Jue esta
escenario. Julia se aceros a la Ma
Ha, y se quedaron tan pegaditas Que parecía
que estaban tomadas de la mano; después,

me pareció que la María la soltó, porque vi
que le pasó el brazo por la espalda y que la

so la acariciaban a Sarita cuan-
acarició. COC la mamá, para consolarla de
do se le Ta mujer de pañuelo blanco,
tanta a a el escenario, dijo: “Gracias”,
ue st est? zar a contar su vida. Y a mí me
antes de wi jue una mujer que no era la ac-
are Tae ahi contando cosas de ella. La
de rita amauilla se fue mirándome
pena de E como si me estuviera diciendo:
oe. que me miräs...?”. Quizá había es-
e ainda un poco de más, y tal vez.
Sentt rabia de mí misma, de que me pasaran
cosas sin que me diera cuenta. En eso oigo a
unas personas decir lo de los secuestradores y
los Falcon verdes. Sarita, por como me mira-
ba, también las había oído. Y mientras la mu-
jer de pañuelo blanco contaba entrecortado
que ella estaba buscando a su hija de apenas
veinte años, Sarita me explicó que en la pe-
luqueria hablaron de que el pañuelo blanco
de la mujer era el pañal que había sido de su
hija, de la que desapareció, porque las ma-
dres de antes solo usaban pañales de tela, y
los guardaban de recuerdo. Entonces, como

‘unos hombres armados se llevaron a sus hijos,

muchas de esas madres se pusieron el paña]
alguna tela blanca en la cabeza, para que tod.
el mundo supiera lo que les pasó en la ice
dura y las ayuden. También me hablo de
Filu, dijo que le había pasado algo par E
pero peor, porque su hija estaba embarga”
y que quizá la criatura nació y tambien
robaron, y que ella pensaba que por ee e
Filu se quedó así, medio loquita oo ae
“el loquita” con dos ida y vuelta del ded
en la sien). Y después que me dijo todo =
nos quedamos mudas como la Filu. Lamas?
con el pañuelo blanco siguió hablando en
cada palabra. Pobre... De repente, el cielo se

volvió negro, negro, como de noche. Y em-

pezó a llover. Yo puse la mano sobre el bol-
sillo del canesú, como paragüitas, para que
no se mojara la foto donde mi mamá me te-
nía a upa y mi papá estaba muy serio. Así la
puse. Mi tía le hizo señas a Mauro para que
no encendiera las luces, pero él, que estaba a
los besos con la Betina, supongo que enten-
dió que tenía que volver a Pont re
porque otra vez salto por los parlantes: À

¿ni a lunares amarillo diminuto justo, justo.
16 fula, y un hombre de camisa
blanca que se paró cerca, abrió un diario, se
Jo puso en la cabeza para no mojarse, y dijo:
«ge acabó la milonga, compañera!” Pero no
ise a adie al lado y se fue por el caminito
do, el de ladrillos. Muchos hicieron lo
colono. La gente del eine subió a los autos
mie de pañuelo blanco Supuse que tar
bien, porque la perdí de vista. A la Filu la vi
irse sobre la música, con su carterota negra.
i en la alcanzó enseguida y la cubrió con
‘in paraguas. Baldes de lluvia caían, y Sari-
tay yo seguíamos sentadas, empapandonos
como dos pobres langostas. Y las gotas gor-
das que iban por mi cara me hicieron cerrar
los ojos: ahí sentí la barba pinchudita de mi
papá, que me llevaba a upa bajo la lluvia, y vi
a mi mama, detrás, saltando los charcos con
su pollera floreada. Felices los tres. Sin para-
ans ¿Cómo hacer para que tanta
a 2e este recuerdo? jjjjPapa...
Abrí los ojos, y aunque parpadeé
una, dos, varias veces edo
aura al Dame de
» igual, la risa se borró. Y pensé

bik
Mi tía resopl

tenia
colora’

161

, lo encogía todo, porque
gua lo

ue cl e razón achicado. La miré
coraz

VO à
à Sarita y
€ dije que
à foto en egg
momento, seguro que iba a ser peor We la de

los ojos así, como dormida. Sarita Sacó la len.
gua para tragar unas gotas que le Venían ba.
jando del cachete mientras me CONS que
sí con la cabeza. Todo eso antes de que (1
y mi tía me llevaran de la ma e

Mo bajo la ty.
via. “¡Corré, Manu...!”. Ellas iban Sorteando
los charcos, rapidito, con pasos cortos

Yo los
saltaba con miedo, con mucho miedo de caer
y hundirme en el cielo negro que se refleja
feo como un pantano.

qu el
sen a pelo largo que chorreaba, |
alve

don Guarnuzio nos sacaba un;
si

Mamita de mi alma.
Quiero contarte que en el pueblo
todos hablan mucho de vos y
que el dolor de mi pecho
no se me va, sigue clavado y es
porque te extraño, tanto te extraño, mamita...
quiero abrazarte
Juente...
Te extraño, mami... te extraño...
Te extraño.

Y.

LOS RINCONES

De la cocina llegaba la voz de Rolo Omar
y olor a guiso, pero yo hambre no tenía to-
davía. En un rincón del sofa, julia me m
raba con los ojos brillantes como de fi

ebre,
hasta que me llamó, y me dijo:

Manu, vos sabés que yo soy un poco
bestia, que no terminé la secundaria. Hasta
ahí pensé que me quería contar que iba a
empezar la escuela nocturna, como una vez
se lo prometió a mi tía; lo juró y
todavía nada.
no te

rejuró, pero
Y que a veces... la ignorancia
deja ver la vida así, tal cual es, sino
Como una quiere que sea. Y cuando una se
da cuenta de que metió la pata, sobre todo

con las personas que mas quiere

ene
do, se sufre. Se sufre,

mucho, mucho
piró largo, como buscand:
en el fondo, y me

Lun

“tes.
estaba
'80 que

'o algo que
dijo-: Luna, yo ten
contarte un secreto..

Y se calló. Y otra vez ley,
fondo. Sentí que el montón
me martillaban en la cabeza desde e]
cielo negro en la plaza, estaban por
Pero ahi, frente a Julia, ni el accc..
me salía de la boca. Me volvió a mira, y se
largó a llorar con tanta fuerza, que me acor.
dé de la tarde que el Oscar se fue

-iPerdön...! ¡Perdón.
doname, por favor..!. -Con más, más fuerza
que aquella tarde lloró. -Hace mucho que
quería decirte la verdad... -y empezó a gol-
pearse el pecho con el puño; una, dos, más
veces, como rezando Yo pecador..., pero no.

Seguí quieta. Quieta y muda mientras mi
corazón lloraba como un loco. Empapándo-
se de lágrimas estaba. Y mis ojos secos. L

A Julia se le empezaron a partir las pa da
bras. Y antes de que el miedo le tapara a
boca como una mordaza, caminé hasta mi

6 el aire hasta el

de palabras que

día del
estallar,
dela Filu

!, mi Lunita. ¡Per-

‚pero, palpe el rincón de los re
(a encontrar la caja azul del mon,
Regresé con ella oliendo a Chocolate,
Segui tembleque por el pasillo Fe

rola. En la pared, la caja se vell =

sa, en cambio, mi sombra gota
fantasma amarillento. Da hecl
Julia, ¿quién las escribie?
sacando las cartas de la caja.
Casi no las miró Levanto |
nía colorados; buenos, Pero one
5 ; Color.
miré como si yo fuera un a a

terdos
© Col

y ella estuviera "econociéndose. Y ie
bras en Pedacitos: i

Yo las escribí.
pera... Perdón...

Y tanto olor a chocolate me dio
solté las cartas Florcitas
aire. No miré dónde.

Julia me abrazó. Y mi Corazón como
campana, talán talum. Y mis brazos, quie-
tos, lacios, como la pierna vacía del pan-
talón de Miguelito. Y habló de cuando yo
era chiquita, que era muy difícil decirme
lo que pasaba porque ni ellas sabían lo que

arcadas;
azules caían en el

pasaba, que estaban aterroriz

das, que to-
dos los días esperaban a

na noticia, que
las veces que fue a Buenos Ai

la María, era para saber algo de mis padres,

y que ella me ¡ba a acompañar para segur
buscándolos siempre, siempre

Me corrí un mechón de pelo que me tapa-
ba la cara y, como pude, le pregunte:

—¿Se los llevaron la noche del sueño ne-
gro..., en Caballito... como a la hija de la
Filu?

=Sí, Lunita. Nunca más supimos de ellos,

Julia volvió a abrazarme. Yo también la
abracé, fuerte. Y su corazón como el mío, ta-
lán talum. Unas lágrimas me mojaron la na-
riz, y las dejé caer sobre mi cara, como una
de esas lloviznas flojitas de un día de sol. y
de repente, como si mi corazón cansado de
llorar solo aquí adentro, estallara, apreté a
Julia con más fuerza, y una lluvia lloré sobre
su pecho. Cerré los ojos y todo empezó a
dar vueltas... la cabeza se me puso en blan-
CO, vacía. Mareada, creí que me caía, pero
no. Julia me sostuvo. Un ruido en la cocina
me sobresaltó, pero no paré de llorar, y seguí

on

dando vueltas y vueltas sobre este punt
negro que está en el mapa. “El mundo gin
gira, Manu...”. ¿Y si me caigo? Ay
—¡Julía, Manuela...! ¡A comer...! M,
mi tia ~~
¿Tan tarde era? Sentí que el cuer po d
lia se separaba del mío y que me dab;
beso chiquito y otro con ruido en la c
Abrí los ojos y aflojé los brazos.
—¿Viste, Julia, que el mundo gira.,.2
-Claro, Manu. . :

le Ju.
a un
la cabeza,

~y de la mano me llevó a

la cocina-. Vamos, Lunita... -Y caminamos

—Manuela, lavate las manos que ya esta
lista la comida —dijo mi tía, sin mirarnos.
Me acerqué hasta sentir el calor de la
hornalla, ella seguía con el cucharón, re-
volviendo.
—Tía le dije, pero de tan bajito, no me oyó.
Rolo Omar hablaba y hablaba por la radio
y ella seguía dándole al guiso, sin levantar los
ojos. Quise decirle algo, pero creí que tanto
llanto me había disuelto las palabras... Julia
hizo viento cuando estiró el mantel, y me

vefresc la cara. Y ese alrecito nuevo, quizá
me devolvió el habla porque respiré hondo,
fui abriendo de a poco la boca, y repett

—ría... „me salió chiquito, pero me oy«
sabés tia que Julia me contó la verdad de la
noche que se los llevaron a mamá y papá

Mi tía me miró rapidito, con La Fulana del
entrecejo como zanja y la miró a Julia, sin
pestañear. Volvió al guiso y siguió revolvien-
do. Of un gemido suave. Y no era mio. Of
un gemido más fuerte. Tampoco era. Y un
acordeón dele que dele por la radio antes de
que Rolo Omar hablara de no sé qué fiesta
campestre, y del hermoso sol que había en
Los Aromos en esta primavera. (¡Jm! y yo
que tenía húmeda de lluvia mi remera). Y
seguí parada, quieta ahí, mirando el mantel
a cuadritos colorados y blancos, y los mo-
saicos salpicados de gris, y los frascos de la
alacena adornados con el cuadriyé de mi po-
llera, un poco deshilachado... Mi tía se secó
con el repasador unas gotas de sudor que le
caían largas por la cara, como lágrimas. Yo la
miraba, arrinconada. Y ella, con la voz apa-
gadita de estar apretada, me dijo:

-Viste, Lunita, jcuänt

a basura que
este mundo,

i a aye
~¥esiruj6 el repasadore &N
para escurriro, pero estaba seco, cage ono
retocó un poco el jopo con la mer YS
a mano,

de pura costumbre. Y el acordeón dele
e dele. a y q

te dele, y la bataraza, cocorococo ait a
fondo, mel
Cuando la vi poner e

| pan sobre
fui al baño a lav.

'arme las m;
en el espejo del botiquín. p
miedo a que en cada ¢
ran achicándose, hasta
pero no, era mic
mi boc:

la mesa
anos. Me miré
alpe mi c
aricia mis r
iplim! de
ara, con mis pec:
, entera y redond:
Le sonreí. Ella me

‘ara con
asgos fue.
aparecer;

Mi nariz

'a como una luna
sonrió con las pecas moja.
que el agua de

anos y que los

das de lágrimas nuevas. Dejé
la canilla me empapara las m.
rincones quietos de mi cabe.

za se dispararan
como el flash de don Guarnuzio, en un,

a, di
es.

cien imagenes, todas fuera de foco: de
la sonrisa de mi mamá con sus hoyuelos en los
cachetes, de mi papá con la guitarra y la bar-
ba pinchuda, del barquito de papel en la pileta
amarilla de los veranos, del caballo de la calesi-
ta de Caballito que subía y bajaba.

Después, con las manos secas,

comeria
el guiso, subiría al aromo para b:

ajar con la
cabeza dorada de flores, hecha una prin-

cesa; iría a la peluquería a buscar a Sarita
para llevarle la foto del sábado en la pl
y decirle que ella salió muy parecida a su
mama, blanca y hermosa. Y le hablaría de
todo, todo lo que me contó Julia después de
decirme que tenía un secreto. Y Sarita, que
abe de mi pena de tantos años, me diría
palabras buenas, esas que se sienten como
caricias. Y después, después, seguro que an-
tes de viajar con Julia a Buenos Aires, me
pasaría hablando mucho de mi mamá con
la gente del pueblo, porque yo... muy pocas
cosas me animé a preguntar de ella, por esa
rara manía de sentirme incómoda con tanta
curiosidad
—¡Manu...! vení que se enfría la comida

Si, tía, voy... -cerre la canilla, me sequé
las manos y me di otro vistazo en el espejo.
Respiré hondo y ni un bocado pensé que iba
a poder tragar de cómo me dolía aquí en el
pecho.

Y mientras me acercaba a la cocina, vi a

5 ahí. en el rincón
esperändome para almor

5 los dias desde que estamos jy

Luni, está el puré... Lu, la leche g
Vamos Manu..." Miré una tama del ne
que subía por la ventana y me acorde an
chon que faltaba. ¿Dónde estará? se ha
muerto, pobrecito...? Pensé en apurarme à
comer para subir al aromo y empezara bus
carlo... Vi las manos de mi tía sirviéndome e

guiso calentito, y le dije:

—Gracias, tía.
Ella me miró y me dio las gracias con los

ojos y con una sonrisa. Empecé a comer.
Gotitas de sol caían sobre el mantel. Y un
bocado, y otro... Y a mi cabeza parlanchina
se le dio por cantar y va enhebrando con doble
lana, la fantasía de otro mañana..., solita, sin
que yo la acompañara con la voz, casi, sin

darme cuenta.