Su niñez fue buenísima. Primero se iba a la casilla de Arreburra, y estaba en su
corral dorado por el sol, y desde allí miraba Huelva, encaramándose en la tapia.
Después de allí se iba a la calle Nueva, etc. Luego a la casa de don José, el dulcero,
y se quedaba deslumbrado con sus botas de cabrito. Tuvo muchos sueños, que se
imaginaba desde su balcón y otros lugares.
"Platero trota, entra en el arroyo, pisa la luna y la hace pedazos", consigna en
Escalofrío.
"Ahí tienes ya la golondrina, Platero, negrita y vivaracha, en su nido gris del cuadro
de la Virgen de Montemayor, nido respetado siempre", en Golondrinas.
"Cuando al mediodía voy a ver a Platero, un transparente rayo del sol de las doce
enciende un gran lunar de oro en la plata blanda de su lomo. Bajo su barriga, por el
oscuro suelo, vagamente verde, que todo lo contagia de esmeralda, el techo viejo
llueve claras monedas de fuego", poetiza en La cuadra, etcétera.
Al relatar sus frecuentes paseos, aparece recreada toda la vida del pueblo: los niños
mendigos, el loco del lugar, el niño tonto, la casa de enfrente, el loro, el cura don
José, el perro sarnoso, la novia, los gitanos, las tres viejas, la flor del camino, el
pozo, los gallos, los gorriones, el arroyo, los toros, el canto del grillo, la vendimia, el
vergel, la tormenta, la luna, el pastor, la colina, la tortuga, el cementerio viejo, el
castillo, la fuente, la yegua blanca, el molino de viento, la torre...
--Aglae es otro ejemplo de la poesía y de los sentimientos que expresa el poeta en
una de las estampas de la obra: "¡Qué reguapo estás hoy, Platero! Ven aquí...
Platero, avergonzado un poco de verse así, viene á mí, lento, mojado aún de su
baño, tan limpio que parece una muchacha desnuda. La cara se le ha aclarado,
igual que un alba, y en ella sus ojos grandes destellan vivos, como si la más joven
de las Gracias les hubiera prestado ardor y brillantez. Se lo digo, y en un súbito
entusiasmo fraternal, le cojo la cabeza, se la revuelvo en cariñoso apretón, le hago
cosquillas... Él, bajos los ojos, se defiende blandamente con las orejas, sin irse, o
se libera, en breve correr, para a pararse de nuevo en seco, como un perrillo
juguetón. ¡Qué guapo estás, hombre!, le repito. Y Platero, lo mismo que un niño
pobre que estrenara un traje, corre tímido, hablándome, mirándome en su huida con
el regocijo de las orejas, y se queda haciendo que come unas campanillas
coloradas, en la puerta de la cuadra".
Al final del libro aparecen los momentos de angustia por la muerte repentina de
Platero: "La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas,
rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso a ese pelo de
estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una
polvorienta tristeza."
Aparentemente, es una obra para niños, pero el propio autor nos advierte que está
destinada a todo hombre que se halle en la "edad de oro, que es como una isla
espiritual caída del cielo [...] isla de gracia, de frescura y de dicha"; es decir, en un
estado espiritual de pureza e inocencia, semejante al de los niños.
Todas las páginas, plenas de poesía y colorido, son más bien descriptivas, pues la
acción es mínima. En esencia, la obra refiere pequeñas andanzas y anécdotas de
Platero, confundidas con las propias del autor. Cada párrafo, cada línea, fascina con
su belleza y ternura.Sentimental, tocando la emoción y el gusto del lector, escrita en
un lenguaje sumamente cuidado, pero de una sencillez casi coloquial, su prosa es
pura poesía y poesía pura, según han dicho los más grandes críticos.