Naci
ó el 23
de
abril de
1726 en
Muro
Lucano, a
setenta
kil
ómetros
de
N
ápoles,
Italia.
Hijo del
sastre
Domingo
y de
Benedicta
Cristina
Galela.
A los doce a
ños
muere su padre.
Abandona
la escuela,
y entra a
trabajar como
aprendiz de
sastre en el
taller de
Mart
ín
Pannuto.
Cuando aprendi
ó el oficio de sastre,
solicita ser admitido en el convento
de los capuchinos de Muro; pero all
í
fue rechazado a causa de su
juventud y precaria salud.
Aunque este lo trataba con dureza,
le sirvi
ó fielmente y sin una queja,
hasta que el obispo muri
ó en 1745.
Entonces
entr
ó a
trabajar
como
criado en
la casa del
obispo de
Lacedogna.
Volvi
ó a Muro y abrió una
sastrer
ía por su cuenta. Vivía con
su madre y sus tres hermanas.
De lo que ganaba entregaba a su
madre una tercera parte; el otro
tercio lo repart
ía entre los pobres y
el resto lo empleaba en pagar misas
por las almas del purgatorio.
Cuando ten
ía veintitrés años, los
padres de la congregaci
ón del
Sant
ísimo Redentor,
recientemente fundada,
predicaron una misi
ón en Muro.
Sus parientes que no quer
ían que
entrara al convento, lo encerraron
bajo llave.
Para poder
escaparse
hizo una
cuerda de
s
ábanas
anudadas y
colg
ándose
por la
ventana
sali
ó a la
calle.
Sigui
ó a los padres Redentoristas,
quienes dejaban la ciudad de Muro
Lucano.
los Redentoristas, guiados en la
gira misional por el padre C
áfaro,
tambi
én le contestaron
negativamente, pues no quer
ían
recibirlo por su aspecto enfermizo.
El joven les rog
ó que lo aceptaran,
como hermano lego, y los acompa
ñó
hasta Rionero del Volture donde
predicaron la misi
ón.
Con tal de quedarse con ellos,
com
ía lo que sobraba de los padres;
dorm
ía en tierra y despachaba los
servicios encomendados.
Por lo cual se lo encarg
ó al
superior de la casa de Deliceto en
los primeros meses de 1749.
Admirado
por su
insistencia,
el P. C
áfaro
accedi
ó y
decidi
ó
observar la
resistencia
del joven en
los trabajos
pesados.
La carta de presentaci
ón que le
envi
ó desarmaba a cualquiera,
ya que dec
ía:
"Te env
ío a un hombre inútil".
El cuidado del jard
ín
La limpieza de la caballeriza
Las necesidades de la casa y
El trabajo de sacrist
án.
En Deliceto,
agradecido
a Dios,
trabajaba
sin
descanso
en:
En octubre de 1749, fue nombrado
rector de la casa de Deliceto
justamente por el propio P. C
áfaro,
quien lo hab
ía tildado de inútil e
incapaz para trabajos pesados.
Incansable en el trabajo
Ejemplar en la observancia
Heroico en toda virtud, en especial
en la caridad hacia los cohermanos.
El P. C
áfaro
se retract
ó
de su
apurado
juicio, al
encontrarlo:
Al acabar el trabajo que le tocaba
por deber u oficio, se acercaba a
alg
ún cohermano todavía atareado
y le dec
ía: "
Deja que termine yo, soy
m
ás joven
".
Un d
ía se
encontr
ó
con un
pobre que
caminaba
descalzo por
el pedregal
de la calle:
Gerardo le
pas
ó medias
y zapatos, y
volvi
ó a casa
sin ellos.
Como Jes
ús, Gerardo, sanando
cuerpos, miraba a las almas.
En la casa cinco o seis veces
por a
ño, se reunían
sacerdotes y laicos para
ejercicios espirituales.
M
ás de una vez alguno
aparentaba falsa piedad
para llamar sobre s
í la
atenci
ón de la autoridad
eclesi
ástica, o para más
f
ácilmente imponerse a
sus dependientes.
Gerardo, hurgando en
la conciencia,
desenmascaraba la
hipocres
ía. Estaba siempre
en acecho.
Cuando del confesionario
pasaban a comulgar: con
pocas palabras les dec
ía
en su cara todos los
pecados y los enviaba
otra vez al confesionario.
Desde el interior de la casa,
Gerardo extendi
ó su apostolado a
los caser
íos aledaños en una
cadena ininterrumpida de
milagros y escrutaciones de
ánimo.
Un d
ía, en el cruce de Santa Águeda
de Pullas, el Se
ñor le dijo: "Quédate.
Alguien te va a necesitar".
Se qued
ó y vio
llegar a un
hombre que
frisaba en los
cuarenta.
Le dijo:
"¿Hermanito,
ad
ónde vas?
El otro le
contest
ó: "A mis
negocios, cura de
mi
ér..
Gerardo le respondi
ó: "Sé quien eres:
un pobre hombre a quien el diablo
quiere tragar por tu desesperaci
ón.
"
Ánimo. ¡No es nada!" Vete a
Deliceto. Pres
éntate al P. Fiocchi,
dile que yo te env
ío, y todo
cambiar á".
Unas horas despu
és el desesperado
tocaba a la casa de los
Redentoristas. Se hizo asceta y
modelo en laboriosidad y oraci
ón.
Fue a terminar
su vida en
N
ápoles,
al servicio de
los enfermos,
en el hospital
de los
Incurables.
Su caridad
fue juzgada
heroica, se
llamaba
Francisco
Tata.
Terminado el per
íodo de prueba,
Gerardo emiti
ó los votos religiosos
el 26 de julio de 1752.
En esa ocasi
ón escribió una
carta a San Alfonso Mar
ía de
Ligorio, fundador y superior
general de la Congregaci
ón
del Sant
ísimo Redentor:
"Padre m
ío, heme aquí,
postrado a los pies de
vuestra Paternidad, y
sumamente os agradezco
la bondad y caridad
para conmigo, en haberme
ya aceptado y recibido
como uno de vuestros
hijos.
"Bendita sea por toda la
eternidad la bondad
divina que tuvo conmigo
tantas misericordias por
m
í no merecidas.."
Con la profesi
ón religiosa Gerardo
tuvo la posibilidad de dedicarse
completamente al servicio de las
almas.
Ante la extrema pobreza de la casa
de Deliceto, fue encargado de pedir
limosna.
Fue justo la ocasi
ón para derramar
sobre quienes encontraba la
inagotable fuente de su caridad.
Comenz
ó a pedir en su ciudad natal
y llen
ó de beneficios a la familia
que lo hospedaba y a todos los
bienhechores.
Continu
ó luego en el lado oriental
del Volture, pasando por Melfi,
Rionero, Atella, Ruvo del Monte y en
oto
ño, Lacedonia.
En las aldeas o ciudades, precedido
por la fama de su santidad, era
recibido triunfalmente por el
pueblo.
Todos quer
ían verlo, tocarlo,
hablarle, escucharle,
Porque sab
ía: sanar a los enfermos,
leer en los corazones, disipar dudas,
hacer desaparecer la indiferencia y
el pecado, y comunicar el fervor
religioso.
Acept
ó dolores y humillaciones con
toda alegr
ía, como si fuesen preciosos
regalos de Dios.
Al comprender que para ser un
verdadero ap
óstol tenía que ser
tambi
én un mártir, o sea dar
testimonio por Cristo con sangre, con
el sufrimiento f
ísico o moral.
Un d
ía, volviendo de
Foggia, mientras por un
atajo cruzaba un campo
ajeno, fue echado al suelo
por un violento garrotazo
en las espaldas.
Al recobrarse, se
encontr
ó encima a uno
enfurecido que lo
atormentaba con la
culata, a punta de ca
ñón
de su escopeta, grit
ándole
entre risas de desprecio:
"Ca
íste en la trampa.
Hace tiempo quer
ía
pegarle a un cura.
Justamente t
ú caíste
en mis manos".
Gerardo recobr
ó sus
fuerzas, se arrodill
ó, y,
entrelazadas sus manos,
repet
ía: "Dale, hermano,
p
égame, que tienes razón".
El otro descargaba sus
golpes, hasta que, tocado por
tanta paciencia, tambi
én se
puso de rodillas, los ojos al
suelo, murmurando:
"Perd
óname".
Luego lo ayud
ó a montar
al caballo y acompa
ñó
hasta su casa. Por el
camino, a pesar del dolor
por una costilla rota,
prepar
ó al joven para una
buena confesi
ón.
Y al llegar, lo present
ó
al superior, diciendo:
"Me ca
í del caballo y él
me ayud
ó hasta acá. Lo
dejo a su generosidad".
SU
PRUEBA
M
ÁS
DOLOROSA
En la primavera de 1754, fue
v
íctima de una horrible calumnia.
Nerea Caggiano, una chica de
Lioni, que esperaba un hijo, lo
se
ñaló como al padre del niño.
San Alfonso mand
ó llamar
inmediatamente a Gerardo a
Nocera.
Pensando que su voto de perfecci
ón
le obligaba a no defenderse, guard
ó
silencio; poniendo de esta forma en
aprietos a su superior, quien no
pod
ía creerle culpable.
Se le prohibi
ó durante algunas
semanas recibir la comuni
ón y
hablar con los extra
ños.
San Gerardo respondi
ó
tranquilamente: "Dios, que est
á en el
cielo, me defender
á ".
Gerardo pas
ó cincuenta días de
martirio, sobrellevados con calma y
serenidad, sin una palabra de
disculpa.
Al cabo de unas cuantas semanas,
Nerea y su c
ómplice, vencidos por
los remordimientos, se retractaron
de la falsedad.
San Alfonso le pregunt
ó, por qué no
se hab
ía defendido y éste replicó:
"Padre, ¿acaso no tenemos una regla
que nos proh
íbe disculparnos?"
A pesar de esta calumnia,
él es
considerado por muchos “Patr
ón de
las mujeres embarazadas”.
Hay lugares donde las que van a
dar a luz tienen la imagen del Santo
e invocan su patrocinio".
Reconocida
y publicada
su
inocencia,
fue enviado
a N
ápoles.
Comenz
ó dedicándose a los locos,
que viv
ían en el patio interno del
edificio de los Incurables.
Ten
ía el carisma de penetrar en su
interior y mover sus sentimientos.
En poco tiempo fue el amigo y
confidente de los locos, a
ún a riesgo
de su integridad f
ísica.
Del hospital pas
ó a las calles. A los
pobres los alivi
ó en su situación, a
las prostitutas y sus protectores
pidi
ó radical cambio de ruta.
Pas
ó luego a los talleres de artesanos
y tambi
én se hizo artista: modelaba
crucifijos y tambi
én ejercía su
apostolado.
Con el mismo ideal y la misma
espontaneidad entr
ó en los
palacios de nobles y baj
ó a las
chozas de los pobres, y como un
rayo de sol llevaba luz y calor.
En junio de 1754 fue enviado a la
casa de Materd
ómini, construida en
el solitario cerro que domina toda
la comuna de Caposele;
De preferencia tuvo el oficio de
portero, y se encari
ñó a él más que
a otros oficios porque le daba la
posibilidad de ir en ayuda de los
pobres.
Las abundantes nevadas dejaron a
muchos obreros sin trabajo y sin
pan. Aumentando as
í las filas de los
pobres que cada d
ía tocaban a la
puerta de la casa religiosa.
En
enero
de
1755
SUS
T
ÉCNICAS
DE
CARIDAD
A este respecto, a los pobres que
llegaban, les hac
ía encontrar brazas
ardientes, luego los alimentaba, y al
final un peque
ño sermón. Volvían a
sus casas alimentados en cuerpo y
alma.
Con tanta miseria, vaci
ó la ropería,
el dep
ósito y la cocina del convento;
se despoj
ó de su ropa personal,
quedando,
él tísico, a tiritar de frío,
con tal de que los pobres tuvieran
algo.
Se conmov
ía con los niños, que
particularmente cuidaba con sus
propias manos; con los pobres
avergonzados de su pobreza.
Con las chicas, tentadas a vender su
honor por un pedazo de pan; con los
enfermos abandonados en sucios
ranchos, y redoblaba su presencia
para llegar a todos.
La tarde
del 21 de
agosto de
1755
Mientras se encontraba en San
Gregorio Magno, enviado a pedir
limosna, tuvo una abundante
p
érdida de sangre.
Intuy
ó que llegaba, también para
é
l, la tarde de su vida. Quedó
sereno y tranquilo, dispuesto a
hacer siempre la voluntad de Dios.
Como muestra esta carta que
escribi
ó al superior de la casa de
Materd
ómini:
"Estando de
rodillas en la
iglesia de San
Gregorio tuve un
esputo de sangre...
Si quiere que me
vaya, enseguida
voy; si quiere que
siga pidiendo, sin
dificultad lo har
é,
pues, en cuanto a
mi pecho,
actualmente
estoy mejor de
lo que estaba en
casa. Tos no
tengo m
ás. Lo
siento, porque
vuestra
reverencia se
preocupar
á.
Al
égrese, padre
m
ío, que no es
nada.
Encomi
éndeme
al Se
ñor, para
que pueda
hacer yo su
divina
voluntad".
El 31 de
agosto,
trastornado
por la fiebre,
lleg
ó a
Materd
ómini.
En la puerta de su habitaci
ón
escribi
ó: "Aquí se hace la voluntad
de Dios, como quiere Dios, y por
todo el tiempo que Dios quiera".
Su lecho de dolor se cambi
ó en el
altar de su sacrificio.
Mientras le administraban el vi
ático,
se le escuch
ó orar: "
Se
ñor, sabéis que
cuanto hice y dije, todo fue para
honor vuestro y gloria vuestra.
Ahora,
contento
me muero
porque creo
haber buscado
s
ólo vuestra
gloria y
vuestra
voluntad".
El 15 de octubre, preanunci
ó: "Esta
noche voy a morir. Al caer la tarde,
precis
ó más su partida, diciendo:
"Siete horas m
ás".
Terminadas las siete
horas, Gerardo se fue.
Era la una y media del 16
de octubre de 1755.
Falleci
ó a causa de una
tuberculosis.
Los funerales tomaron proporciones
de apoteosis: todos pasaron
lentamente en torno a su ata
úd,
llorando al bienhechor y al amigo.
Los m
ás
pobres
suspiraban:
"Hemos
perdido a
nuestro
padre".
De su vida y de su muerte llega
tambi
én a los hombres de hoy un
mensaje de libertad y alegr
ía.
Fue
canonizado
el 11 de
diciembre
de 1904 por
el Papa
San P
ío X
De libertad interior, por su
apasionado amor a Dios y a los
hermanos; de alegr
ía, porque por
intermedio nuestro pasa Dios a
recrear el mundo.
Oh Jes
ús, Redentor
nuestro, te adoramos y
te bendecimos por tu
gran amor.
Te damos gracias por la vida de
San Gerardo Mayela. A trav
és de su
intercesi
ón, hoy sigues bendiciendo
a nuestra comunidad.
Infunde en
nosotros el
esp
íritu que
movi
ó a San
Gerardo. Que
su amor a ti,
su fe y su
esperanza
tambi
én sean
las fuerzas que
nos muevan a
nosotros.
Haznos sensibles a tu presencia
para que tambi
én nosotros sepamos
descubrirte en las personas m
ás
humildes y sencillas.
Que procuremos, como
él, buscar
y hacer tu voluntad, a
ún cuando
esto nos pueda traer dificultades.
Bendice
Padre, T
ú
que eres el
Dios de la
Vida, a
nuestras
familias.
Colma de bendiciones, a trav
és de
San Gerardo, a todos los ni
ños, a los
j
óvenes y a todas las mujeres que
est
án por traer vida al mundo.
Que, como San Gerardo, tambi
én
nosotros sepamos amar y defender
la vida.
Que en cada persona descubramos
un ser sagrado, en quien T
ú te nos
manifiestas.
Danos,
Se
ñor, la
gracia de
querer ser
santos. Te
lo pedimos
por la
intercesi
ón
de San
Gerardo.
T
ú que vives y reinas
por los siglos de los
siglos. Am
én.
(P. Miguel A. Garc
ía,
C.SS.R.)
El 16 de octubre de 2005, en ocasi
ón
de cumplirse 250 a
ños
de su muerte,
el Papa Juan Pablo II escribi
ó un
hermoso mensaje:
MENSAJE DEL
PAPA
JUAN PABLO II
“He sabido con gran
alegría que su
familia religiosa se
prepara a celebrar
un especial Año
Gerardino al
coincidir felizmente
dos aniversarios
relacionados con
uno de sus más
ilustres hijos, san
Gerardo Maiella: el
centenario de la
canonización (11 de
diciembre de 1904) y
el 250 aniversario
de su muerte (16 de
octubre de 1755).