entorpecido su amor y que, no pocas veces, acaban de modo trágico. El autor más sobresaliente fue
Diego de San Pedro, autor de Cárcel de amor.
Los orígenes de estas novelas sentimentales están en la narrativa italiana del siglo XIV, en especial en
la Fiammetta, de Boccaccio, cuyo modelo a su vez fueron las Heroidas, de Ovidio, epístolas elegiacas
de las heroínas abandonadas. A diferencia de sus fuentes, el narrador de la novela sentimental, que
emplea la primera persona, es masculino.
Respecto al teatro en Castilla
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, hay que esperar hasta el siglo XV para hallar una modesta pieza teatral,
de Gómez de Manrique, que no supone progreso alguno respecto al Auto de los Reyes Magos
encontrado en la catedral de Toledo, escrita tres siglos antes.
Sin embargo, a finales del XV despierta en la corte de los Reyes Católicos una gran afición al teatro.
Y, de entre todos los autores teatrales, destaca Juan del Encina
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. Su inspiración teatral es doble: por
un lado, la que procede del drama sacro popular (autos de Navidad y Semana Santa); por otro la
proveniente de Italia (las llamadas comedias humanísticas, escritas en latín). Esta influencia se
observa en sus églogas religiosas (utiliza el dialecto sayagués de León) y en sus obras profanas de
temática amorosa, respectivamente. Entre éstas últimas destaca Plácida y Victoriano. Tuvo un
discípulo, Lucas Fernández, que es en muchos momentos superior a él, sobre todo en su Auto de la
Pasión.
El siglo XV – el del Romancero, el de Mena, Santillana, Manrique y Encina- acaba con un
acontecimiento literario trascendental: la publicación de La Celestina en Burgos, en 1499.
ROMANCERO
Llamamos Romancero viejo al conjunto de los romances que se cantaban por los juglares y por el
pueblo desde mediados o finales del siglo XIV. Muy enriquecido durante el siglo XV, siguió siendo
cantado por el pueblo en los siglos siguientes. Todavía en el siglo XX se han recogido romances en
diversos lugares de España y de Hispanoamérica y entre los judíos de los que fueron expulsados de
España en 1492.
Muchos de los romances viejos se han conservado en la tradición oral, transmitidos de padres a hijos,
hasta hoy. Pero nos han llegado también en cancioneros manuscritos o impresos, recopilados a partir
del XV, y en pliegos sueltos que, durante estos siglos, se vendían a muy bajo precio por ferias y
ciudades.
Este Romancero viejo debe distinguirse del Romancero nuevo, constituido por los romances escritos
por los poetas cultos de los siglos XVI y XVII (Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Quevedo, entre
otros). No son, por tanto, tradicionales.
Dos tesis principales tratan de explicar actualmente el origen de los romances:
Según la tesis tradicionalista de Menéndez Pidal, los romances fueron, en un principio, fragmentos
de un cantar de gesta, que, por gustar especialmente, se cantaban como poemas autónomos. Los
versos largos del cantar, con frecuencia de dieciséis sílabas, y rima asonante entre sí, se dividieron
en versos de ocho sílabas, y, por tanto, con rima sólo en los pares.
Más tarde, estos fragmentos constituyeron un género propio, el del romance, y los poetas lo
cultivaron directamente, incluyendo, junto con los temas de las gestas antiguas (siglos XII, XIII),
otros como los hechos contemporáneos de la Reconquista, asuntos novelescos, peripecias de los
personajes épicos franceses, y hasta asuntos puramente líricos, bíblicos, religiosos…
Otros investigadores sostienen un tesis individualista: los romances no proceden de cantares de
gesta, sino que fueron creados desde un primer momento como género independiente por algún
desconocido poeta, cuya invención obtuvo un éxito fulminante. Como razón se aduce que los
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Francia, desde el siglo XIII, despliega una creciente suntuosidad en sus espectáculos, celebrados al aire libre. Desarrolla
así los misterios: piezas de larga duración que se representaban sobre carros en desfiles procesionales. Espectáculos
parecidos, de naturaleza profana, tenían también lugar en los palacios y en las calles con ocasión de las fiestas. Todo ello
fue imitado en el reino de Aragón, donde los misterios catalanes y valencianos alcanzan gran esplendor.
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Su influencia en el teatro posterior alcanzó hasta Lope de Vega.