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Hace muchos años, en el Valle de los Elfos Amarillos, una pequeña aldea se alzaba a los pies
del río Encantado, en esa aldea vivían muchos de los seres mágicos de los que alguna vez
escuchastes hablar: duendes, hadas, ninfas, gnomos, hechiceros, brujas e incluso fantasmas
burlones. Todos sus habitantes eran muy buenos amigos y vivían en armonía: se respetaban
los unos a los otros y se ayudaban cuando era necesario, nueno, no todos, la bruja Clamidia
apenas tenía amigos en la aldea y los pocos que decían serlo procuraban no verla muy a
menudo. La razón de esto era que la bruja Clamidia se creía el ser mágico más hermoso
del valle. ¡Y en verdad lo era! La bruja Clamidia era realmente hermosa, tanto que incluso
las flores se escondían a su paso avergonzadas, pero su alma no era tan hermosa como su
apariencia.
A la bruja Clamidia le encantaba presumir, ya fuese estrenando una larga capa de bruja,
unos zapatos o poniéndose un sombrero de bruja nuevo, siempre que salía a pasear, para
que todos se murieran de envidia al verla pasar.
-¿Vieron mis nuevos zapatos brujeriles? Son de la colección de este año del famosísimo brujo
y diseñador Juanolo Clanic, según él, se inspiró en mi belleza para crearlos, ji, ji, ji, ji, ji -se
reía la bruja, con falsa modestia.
Una mañana, la bruja Clamidia vio cómo el hada Cantarina, muy linda ella, volaba delante de
su casa muy contenta. Era su cumpleaños y había estrenado un bello vestido de color rosa.
Tal fue la envidia que sintió la bruja al ver al hada tan bien vestida, que agarró su escoba, le
dio un escobazo y la hizo caer al barro, y así estropeó el precioso y nuevo vestido rosa.
Cuando la reina de las hadas se enteró de lo que la bruja Clamidia le había hecho a su hija,
se enfadó tanto que convirtió a la hermosa bruja en una horripilante bruja piruja llena de
verrugas.
-Solo cuando encuentres a alguien que te quiera de verdad, volverás a la normalidad -dijo la
reina de las hadas, mientras la bruja lloraba delante del espejo horrorizada.
La bruja, deseperada y muy angustiada, buscó a alguien que la quisiera de verdad pero
todos salían huyendo cuando la veían, ya que su nuevo aspecto no era nada agradable.
Como los adultos se escondían y los niños se burlaban, la bruja Clamidia tomó la decisión de
encerrarse en su casa y no salir nunca jamás.
Los años pasaron y la bruja Clamidia seguía en su casa escondida.
Todos los espejos los tenía cubiertos con sábanas, para no recordar lo hermosa que había
sido y cómo huían de ella los mayores y se reían los niños. Solo cuando la noche caía y las
estrellas se dejaban ver, salía de su casa la bruja Clamidia, a pasear junto al río Encantado,
fue en este lugar donde la bruja encontró a un grupo de artistas ambulantes, que cantaban
y bailaban alrededor de una fogata, y en medio de las guitarras, una hermosa niña de piel
morena, ojos claros y pelo castaño bailaba al son de la música, ofreciendo su danza a la luna.
La bruja, entre los matorrales, observó el espectáculo embobada. Desde entonces, con luna
y sin ella, la bruja volvía a la orilla del río, a escondidas, para ver bailar a la niña.
Una noche, la bruja no encontró a nadie en la orilla. Triste y decepcionada, se escondió
para ver su alguien pasaba. Al poco rato, sola, caminando por la orilla, apareció la niña. De
pronto, la pequeña se detuvo y miró a su alrededor.
-Sal, brujita. No te asustes de mí. Sé que estás ahí -dijo la niña, señalando hacia los
matorrales donde estaba la bruja escondida.
La bruja salió algo avergonzada.
-Lo siento, niña, no quería asustarte. Solo vengo aquí para verte bailar -explicó Clamidia con
las mejillas coloradas.
La bruja presumida
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