En la mente de Juan Tixtla, obrero cuarentón, se cruzaban varias ideas, ¿cómo explicarle a su hijo, en la
tarde, cuando volvieran a casa, lo que habían visto de camino a la escuela? Encontrar a una mujer
muerta por los caminos no era novedad. Ya había escuchado en la fábrica que Esteban y Antonino
habían encontrado a otra cerca de un río, y en la plaza del pueblo se escuchaba lo mismo de hace
tiempo, que secuestraban y mataban mujeres, como a Martha, la hija de don Apolonio, que desapareció
y nunca la encontraron.
Tendría que ponerse de acuerdo con Amalia, su mujer, para que le explicaran al niño, y lograr que esa
imagen no permaneciera en su cabeza y más, si se enteraba por otro lado que habían encontrado a otras
mujeres. A ver que hacían...
Con esas ideas se detuvo en la imagen de su mujer, recordó cómo le gusta ver su espalda desnuda y la
curva que se forma en su cintura, donde empiezan sus nalgas. Recordó cómo le gusta ver cuando ella se
acuesta y al juntar sus piernas se forma un triángulo perfecto de un negro intenso a unos centímetros de
su ombligo, y cómo se queda obnubilado contemplando a esa diosa que tiene por mujer.
Casi llegando a la escuela donde dejaría a su hijo, recordaba más atrás que si le gustó Amalia fue, entre
otras cosas, debido a su parecido con una imagen que había visto de niño, cuando su padre lo había
llevado a Cuernavaca. Pasaron por un cine, caminando aprisa, así como él caminaba aprisa con su hijo
hace unos minutos. Y así como su hijo miró a esa mujer tirada en el piso, él miró la imagen de una
mujer desnuda en un cartel. Años después sabría el nombre de esa actriz. No se fijó en el nombre de la
película ni en nada más. Se fijó durante esos instantes que tardaron en pasar por el frente del cine, en el
pelo, que lo tenía como recogido, en los brazos a los lados del cuerpo, dando la sensación de que iba
caminando. Recordaba perfectamente esos huecos que había entre los brazos y la cintura de la mujer,
que se forman cuando la cadera es ancha y la cintura angosta. Y por supuesto, recordaba perfectamente
ese triangulito oscuro...y cuántas veces soñó con esa imagen.
Que ironía, pensaba, mi hijo acaba de vivir la misma experiencia que yo, más o menos a la misma
edad: ver a una mujer desnuda. Pero mientras a mí me abrió un camino para ser admirador de la belleza
femenina y ahora, incluso, poder tocarla y amarla en Amalia, a Juan no imagino qué le pueda causar
tener la imagen de una mujer muerta tirada en la calle.
Frente a la escuela, al despedirse de su hijo, Juan Tixtla se agachó, lo tomó por los hombros y
mirándolo de frente le dijo:
- No sabemos nada de esa mujer, Juan, pero seguro que era trabajadora y cariñosa como tu mamá.
Alguien la lastimó y la dejó ahí donde la vimos. Por ella no podemos hacer más, pero por tu madre sí.
Quiero que en toda la mañana pienses cómo podemos cuidar a tu madre para que nadie la lastime como
han lastimado a esa mujer, y cuando lleguemos a la casa, le dirás lo mucho que la quieres, ¿sale?
- Sale, dijo el niño.
- Ahh, y otra cosa, lo mismo que tu mamá, las niñas de tu salón y la maestra merecen ser respetadas y
queridas.
- ¿Y a doña Elvira de la tienda también papá?, dijo Juan.
- También, aunque los regañe a veces.