la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras
Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había
lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto nunca a
nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con
tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry volvió a poner sus omniculares en
posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien
en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando
aún más de cerca el rostro de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el
terreno que había treinta metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar
la snitch sin la interferencia de otros jugadores.
Finalmente Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de
Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo.
Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá
volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había
visto nunca.
En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más.
Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera
más sucia.
Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la
quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera
lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de
rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.
—Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento... ¡Excesivo
uso de los codos! —informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor—.
Y... ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!
Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de
avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar
las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un
salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.
Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron los dedos en los oídos; pero
Hermione, que no se había tomado la molestia de hacerlo, no tardó en tirar a Harry del
brazo. Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los
dedos de las orejas.
—¡Fíjate en el árbitro! —le dijo riéndose.
Harry miró el terreno de juego. Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las
veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se
atusaba nerviosamente el bigote.
—¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha
gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le
dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí. Harry, mirando por los
omniculares, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las
veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.
—Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del
equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es algo que no habíamos visto
nunca... ¡Ah, la cosa podría ponerse fea...!
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y
Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él
furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras:
«¡JE, JE, JE!» Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo,