Actitud_humanista_en_Terapia_Cognitivo_C.pdf

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TERAPIA HUMANISTA


Slide Content

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Prieto, A. (1993) Una actitud humanista en terapia conductual. Revista Terapia Psicológica, Sociedad Chilena
de Psicología Clínica. Santiago, 19, 7-12.

UNA ACTITUD HUMANISTA EN TERAPIA CONDUCTUAL

Arturo Prieto Comelin


En la terapia de la conducta es posible encontrar técnicas de tratamiento
aplicables a la mayoría de los trastornos psicológicos. Muchas de esas técnicas son específicas
en cuanto al tipo de alteración a la que se aplican y a los procedimientos de intervención clínica
(Yates, 1976; 1978; Rimm & Master, 1979; Kanfer & Phillips, 1980; Turner, Calhoun &
Adams, 1981; Wolpe, 1981; Gelfand & Hartmann, 1984; Bellack & Hersen, 1985). No
obstante, ninguna técnica por si sola produce un cambio de vida en el paciente si no es parte de
una actitud terapéutica integral. Una crítica frecuente que se le hace a la terapia conductual es
el ser una colección de técnicas puntuales para modificar tal o cual conducta desadaptativa de
un paciente, sin tratarlo como persona en su dimensión global. Desde otras perspectivas
humanistas en cambio, se aborda la problemática del paciente desde una dimensión experiencial
global (Rogers, 1981; 1986) sin llegar necesariamente a la aplicación de técnicas específicas
para el tratamiento de los problemas puntuales que pueda presentar el paciente.

Desde la perspectiva de la terapia conductual el tratamiento está siempre
orientado a la conducta que es considerada anormal o desajustada, y no hacia un individuo
anormal o desajustado. Según este enfoque terapéutico, son las conductas las que pueden estar
alteradas, no las personas. Las conductas de un paciente, pueden alterarse ya sea por razones
orgánicas o experienciales. En este último caso, algunas conductas desadaptativas son
aprendidas según las condiciones de vida, las relaciones, interacciones y tratos que este paciente
reciba en su ambiente natural; por ejemplo, la timidez, el retraimiento socio-afectivo o también
la rebeldía agresiva pueden generarse por un trato represivo y castigador. Así, una parte de las
conductas problemáticas o alteradas se aprenden debido al trato inadecuado, a la actitud socio-
afectiva patologizante que el paciente recibe por parte de las personas significativas con que
interactúa. Otras clases de conducta problemáticas, en cambios, se producen por el déficit o
ausencia de conductas apropiadas; por ejemplo, la distractibilidad se puede producir por un
déficit de la atención. Las conductas pueden ser consideradas anormales ya sea porque
presentan un exceso o un déficit de frecuencias respecto de lo que, para el mismo paciente o
para las personas significativas con que se relaciona, es valorado como deseable. Aceptando
que el foco primordial de la terapia cognitivo conductual suele ser la modificación del patrón
de conducta alterada que presenta un paciente, en las aplicaciones ante problemas de
vinculación socio-afectivo, el objetivo terapéutico lo constituye mas bien la modificación de un
patrón alterado de interacción con las personas significativas de ambiente social.

Si bien el objetivo de todo tratamiento conductual es modificar el patrón de
conducta problemática para el mismo paciente o para otras personas significativas con las que
él se relaciona, un criterio de eficacia terapéutica debe considerar no sólo la reducción de
conductas alteradas, sino también la formación de conductas prosociales del paciente. Para
considerar que una terapia ha sido eficaz no basta con lograr que el paciente ya no presente
conductas problemáticas, sino además es necesario que adquiera conductas apropiadas para su
desarrollo personal y social. La carencia de tal condición terapéutica ha sido muy bien ilustrada

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en la película "La Naranja Mecánica" de Stanley Kubrick que muestra cómo no debe aplicarse
una terapia conductual, al estar entre otras cosas, focalizada en la reducción de la conducta
antisocial, en lugar del desarrollo de conductas prosociales. Buena parte de las técnicas en
terapia conductual están orientadas precisamente a la reducción de conductas indeseables por
exceso de frecuencias, en tanto que otras se aplican al fomento de conductas deseables que están
con déficit de frecuencia (Kanfer & Phillips, 1981).

En la práctica de la trapia conductual, los cambios y modificaciones que se
ejercen sobre la conducta del paciente son producidos directamente por el ambiente social en
el que él se desenvuelve. Pocas veces la conducta problemática de un paciente ocurre en la
situación de la consulta clínica. Las conductas desaptativas suelen ocurrir más bien en el
contexto del ambiente cotidiano; en una situación de ambiente natural donde el paciente
interactúa con sus otros significativos, que son los que en definitiva producen el cambio en la
conducta de ese paciente. Desde la perspectiva conductual, el cambio de una conducta
problemática debe estructurarse en base al manejo ambiental de las situaciones en que
comúnmente esa conducta ocurre y no sólo por la aplicación en consulta clínica de técnicas
terapéuticas específicas. Por tal razón, producir un cambio terapéutico en la conducta de un
paciente, requiere la programación y reestructuración de las interacciones socio-afectivas que
ese paciente mantiene con las personas significativas que lo rodean (Prieto, 1985). Así, para
tratar las conductas problemáticas que presenta una persona en un ambiente natural, es
necesario aplicar técnicas conductuales específicas apropiadas para el tratamiento de esa clase
de trastorno y modificar además, el trato o actitud con que los demás interactúan con esa
persona. El éxito del tratamiento dependerá entonces tanto de la efectividad de las técnicas
conductuales específicas, como también de los cambios formativos generados en el ambiente
socio-afectivo del paciente.

Las consecuencias sociales más significativas que afectan la conducta
desadaptada de un paciente son las reacciones que presentan las personas con las que él
mantiene algún vínculo socio-afectivo. De manera que la reacción de esas personas ejerce una
función de retroalimentación para las conductas del paciente (Prieto, 1987). Aún cuando esas
reacciones puedan tener una connotación emocional negativa con la intención de inhibir o
reducir la conducta desadaptada, en términos generales sus efectos sobre la conducta suele ser
el fortalecimiento de su probabilidad de ocurrencia. Por ejemplo, una crítica, un sermón, incluso
una súplica de la madre puede, sin quererlo, fortalecer la conducta anoréxica de su hija
adolescente.

Al interactuar con las personas significativas, las conductas de un paciente
pueden ser calificadas como deseables o indeseables, como normales o anormales, como
adaptativas o desadaptativas. En general es el ambiente social, los otros significativos, quienes
juzgan o califican las conductas del sujeto en términos de positiva o negativa, de "buena" o
"mala" (Prieto, 1992-a; 1992-b). Una vez hecha esa valoración, es posible que los demás
asuman cuatro actitudes de interacción, alguna de las cuales pueden ser la responsable de las
alteraciones que presenta ese paciente, como también de la disfuncionalidad en la dinámica
socio-afectiva del grupo en el que él se desenvuelve.

Las actitudes básicas en la interacción humana pueden diferenciarse en cuatro
grandes categorías: coerción, sobreprotección, indiferencia y formativa. Estas cuatro actitudes

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se diferencian entre sí operacionalmente según la probabilidad de reacción que prima en una
persona al tratar o interactuar con el paciente (Prieto, 1992-a). En expresiones acentuadas, las
actitudes coercitiva, sobreprotectora e indiferencia constituyen el "caldo de cultivo" para la
generación de los trastornos psicológicos con base aprendida o experiencial. Mientras que, más
allá de la aplicación de técnicas específicas de la terapia conductual, una condición escencial
para lograr un cambio integral en la vida del paciente es generar una actitud formativa entre él
y las personas significativas con que interactúa.

La actitud coercitiva consiste en destacar principalmente las conductas
indeseables más que las deseables. Puede producirse simplemente por una relación de
proporción, en el sentido que la persona que trata con el paciente tiende más a destacar la
conducta negativa que la positiva; está más centrado en las acciones del paciente que son
indeseables que en las deseables. Cuando en una pareja donde por ejemplo, una de las persona
critica más lo errores del otro que lo que alaba sus aciertos, esa persona asume una actitud
coercitiva con su pareja. Aunque esa persona también reaccione ocasionalmente a las cosas
positivas que haga su pareja, si proporcionalmente la frecuencia e intensidad de su reacción es
más marcada a lo negativo que a lo positivo, igualmente su actitud es coercitiva con la pareja.

La actitud sobreprotectora, permisiva o consentidora consiste en reaccionar con
similar probabilidad tanto ante lo deseable como a lo indeseable que haga el paciente. Se
reacciona por ejemplo con alabanza frente a lo deseable y con críticas frente a lo indeseable.
Sin duda, la connotación emocional de la reacción puede ser distinta, pero en la medida en que
la frecuencia o intensidad de la reacción sea alta para cualquier conducta que haga el paciente,
se está en ese caso asumiendo una actitud sobreprotectora. Por ejemplo, si una madre tiende a
alabar las cosas buenas que hace su hijo, pero también con igual intensidad tiende a explicarle,
retarlo o consolarlo frente a las cosas malas que él haga, entonces la actitud de la madre es de
sobreprotección. Se podría pensar en ese caso, que la madre pretende que el niño diferencie el
valor de su conducta en función de la connotación emocional que ella otorga a su reacción. Sin
embargo y usando una analogía, la reacción de una persona signifcativa para el paciente es algo
así como una luz que ilumina su camino. Si al asumir una actitud coercitiva, la madre reacciona
principalmente a lo negativo y no a lo positivo, el hijo tendrá sólo iluminado el camino de las
conductas que son indeseables para la madre. Bajo un trato coercitivo, la tendencia más
probable que asumirá ese niño será precisamente tomar el camino de lo negativo o indeseable.
Mientras que en una actitud sobreprotectora, la madre ilumina todos los caminos; sea adecuado
o no lo que el niño haga, ella igual da luz a toda conducta. Por esa razón, al tener todo su ámbito
conductual iluminado, el niño tiende a hacer lo que a él le plazca; simplemente hará lo que a él
se le antoja, sin que tenga mayor incidencia la connotación emocional que la madre haya
pretendido otorgarle a las conductas positivas o negativas de su hijo.

Otra actitud de interacción generadora de alteraciones es la indiferencia, que
consiste en no destacar nada de lo que haga el paciente. Ninguna conducta del paciente produce
reacciones en los demás, ya sea porque se encuentra afectivamente solo o desvinculado de
personas significativas. En una actitud de indiferencia, las conductas adaptativas o
desadaptativas del paciente producen igualmente una escaza o nula reacción en los demás. Bajo
esta actitud, el paciente no tiene forma de orientar su conducta en una dirección que sea
aprobada por su ambiente social, puesto que si no se destaca o no se reacciona a ninguna clase
de conducta que presente, finalmente él no sabrá que hacer. Esta actitud de indiferencia suele

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aplicarse a personas que están más bien bajo un estado de abandono afectivo. Usando
nuevamente la analogía de la luz, se podría imaginar que bajo una actitud de indiferencia el
paciente está a oscuras, pues nada ilumina su camino; nadie reacciona a lo que él hace. De esta
manera, el paciente está virtualmente "abandonado a su suerte" y probablemente no sabrá que
hacer, que camino tomar; o talvez seguirá el camino que le resulte más fácil o inmediato.

En aplicaciones extrapoladas, estas tres actitudes que hemos analizado,
constituyen expresiones de un proceso de aprendizaje generador de trastornos psicológicos que
no tienen etiología orgánica, sino más bien son producto de experiencias desadaptadas. Tales
actitudes patologizantes obedecen a mecanismos del desamparo aprendido (Seligman, 1975;
Maier & Salomon, 1971). Una actitud coercitiva extrapolada conduce a un estado de
desesperanza aprendida, en la cual el paciente asume la incontrolabilidad de las consecuencias
aversivas, pues la mayor parte de lo que hace, sino todo, es castigado por su ambiente social.
En la sobreprotección se da un proceso similar al desamparo que es la indolencia aprendida
(Hulse, Egeth & Deese, 1982), donde el paciente, haga lo que haga, obtiene reforzamiento o
retroalimentación por su conducta. En el caso de la indiferencia se produce un estado de
abandono aprendido. Puesto que ninguna conducta que el paciente haga es reforzada, se genera
un proceso socio-afectivo de extinción generalizada.

Por otra parte, una actitud que promueve y fortalece el desarrollo de conductas
adaptativas es la actitud afirmativa. Esta actitud consiste en destacar lo normal y nolo anormal
que presenta el paciente; en estar centrado más en lo positivo que en lo negativo (Prieto, 1983).
En una actitud formativa, la retroalimentación de los demás se da principalmente a las
conductas valoradas como normales, deseables o "buenas", mientras que simultáneamente se
extinguen las conductas anormales, indeseables o "malas". Una actitud formativa, como el
nombre lo indica, va formando aquellas conductas que los otros significativos consideran
deseables, pero no extraordinarias, en el paciente. Al margen de ser una actitud escencial para
el tratamiento de aquellas conductas que ya pudieran haberse desarrollado de un modo alterado,
la actitud formativa es más una forma de vida orientada hacia lo positivo que un método
terapéutico para modificar la conducta desadaptada.

Cuadro resumen: Actitudes básicas en la interacción humana
CONDUCTA

ACTITUD
DESEABLE INDESEABLE

COERCITIVA


Extingue

Destaca

PERMISIVA


Destaca

Destaca

INDIFERENCIA


Extingue

Extingue

FORMATIVA


Destaca

Extingue

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Al comparar las dos actitudes opuestas, coercitiva y formativa, es posible
apreciar que existe a la base de cada una de ellas ciertas ideas o cogniciones subyacentes que
canalizan las reacciones de quién las presenta. Cuando una persona asume una de esas
actitudes, tácitamente también asume algunos supuestos que justifican y explican su actuar ante
las conductas del paciente. En una actitud coercitiva la idea que subyace en quien asume esta
actitud es que "la ausencia o déficit de una conducta deseable se debe a la presencia de alguna
conducta indeseable". Por ejemplo, la falta de la conducta prosocial se debería a la presencia
de la conducta antisocial. Desde esta perspectiva, la estrategia para producir el cambio en el
paciente, consistiría entonces en castigar la conducta indeseable para que así se presente la
deseable. En el ejemplo anterior, la suposiciónes que castigando la conducta antisocial se
presentará la conducta prosocial. Aunque en apariencia pueda impresionar como una estrategia
afectiva para cambiar la conducta del paciente, difícilmente una actitud humanista en
psicoterapia podría fundamentarse sobre la coerción. No obstante, la actitud coercitiva es talvez
la forma más generalizada de trato que recibe un paciente en el ambiente social. La coerción
se aplica en la educación, el trabajo, las leyes y en las relaciones intrafamiliares (Patterson,
1982). La razón de ello es que, para quien la aplica, la coerción aparentemente funciona:
"reprimiendo la desobediencia surgirá la obediencia"; "castigando la flojera aparecerá el
trabajo". La ilusión de efectividad que se asocia a la coerción radica en que bajo condiciones
aversivas intensas, elimina transitoriamente la conducta indeseable mientras esté vigente la
aplicación del castigo, provocando mediante el miedo conductas evitatorias que emulan a las
deseables.

En la actitud formativa en cambio, la idea que subyace es que "la presencia de
una conducta indeseable se debe a la ausencia de alguna conducta deseable". Por ejemplo, la
presencia de una conducta antisocial se debe a la ausencia de la conducta prosocial. Desde esta
perspectiva entonces, la estrategia terapéutica consiste en fomentar o desarrollar la conducta
deseable, lo que entonces asegura la disminución o incluso eliminación de la indeseable (Prieto,
1987). Fomentando por ejemplo la conducta participativa, disminuirála conducta reatraida.
Asumir una actitud formativa en la relación con alguien es en cuestión de amor, pues sólo
amando a la persona estamos en condiciones de destacar lo positivo de ella y no de atacar lo
que juzgamos como negativo. Por medio de esta actitud, expresamos nuestro amor y respeto al
paciente, asumiendo que sus defectos, sus conductas indeseables o anormales, son más bien el
resultado de nuestra propia valoración de sus actos en lugar de ser un aspecto intrínseco de su
persona. Lo que esta actitud genera en el paciente no es tan sólo un aumento de las conductas
deseables y una disminución de las indeseables; sino más importante aún es el sentimiento de
amar y ser amado, lo que sin duda es el mejor tratamiento que pueda recibir un ser humano. La
cualidad humanista en un tratamiento conductual no es entonces un concepto teórico, ni
tampoco un aspecto que pueda ser atribuido a un modelo psicoterapéutico en particular, sino a
la actitud formativa que asumen los demás, incluido el terapeuta, en sus vínculos socio-
afectivos con el paciente.

En relación al tratamiento de conductas desadaptadas, la actitud formativa se
basa en dos procesos complementarios: la extinción de la conducta desadaptada y el
reforzamiento de conductas incompatibles con aquellas, en la medida que la ocurrencia de una
disminuye la probabilidad de ocurrencia de la otra; por ejemplo,el fortalecimiento de la

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conducta cooperativa disminuye la probabilidad de la conducta competitiva. Respecto a la
formación y desarrollo de conductas adaptativas, la actitud formativa se fundamenta en
principios de aprendizaje para la adquisición de nuevas conductas en el repertorio del paciente:
moldeamiento, encadenamiento, modelaje, insight y simulación (Prieto, 1993). Un aspecto
central de la terapia conductual es entonces, enseñar a los otros significativos los métodos para
fomentar las conductas adaptativas del paciente en su ambiente natural.

Si bien por si sola una atitud formativa del terapeuta no soluciona los problemas
psicológicos del paciente, ella es una requisito en toda relación terapéutica. Más allá de las
técnicas específicas que pudieran aplicarse para tratar una conducta anormal, es necesario que
tanto en la consulta clínica como en su ambiente natural, el paciente se relacione recíprocamente
con los demás de un modo formativo. Lo anterior supone, en primer lugar, que el terapeuta
asuma una actitud formativa en la relación con el paciente; en segundo término, el terapeuta
deberá re-estructurar el sistema de relaciones del paciente con las personas significativas con
que él interactúa y, finalmente, deberá promover en los otros significativos un modo formativo
de relacionarse con el paciente, facilitando métodos a/efectivos para fomentar las conductas
prosociales en el ambiente natural. La actitud formativa es entonces, esa condición terapéutica
global en la cual se insertan técnicas conductuales específicas, logrando integrar
simultáneamente dos requisitos de la psicoterapia que comúnmente han sido vistos como
incompatibles entre sí: el sentido humanista y la específica eficacia de la técnica conductual.

Después de todo, asumir la actitud formativa en la relación con el paciente es
una cuestión de amor, pues sólo amando a las personas estamos en condiciones de destacar lo
positivo de ellas y no de atacar para eliminar lo que juzgamos negativo. Por medio de esta
actitud, expresamos nuestro amor y respeto hacia el otro, asumiendo que sus defectos, sus
conductas indeseables o anormales, son más bien el resultado de nuestra propia valoración de
sus actos en lugar de ser un aspecto intrínseco de su persona. Lo que esta actitud positiva genera
en la persona no es tan sólo un aumento de las conductas deseables y una disminución de las
indeseables; sino más importante aún es el sentimiento de amar y ser amado, lo que sin duda es
el mejor tratamiento que pueda recibir un ser humano.


REFERENCIAS

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Pergamon Press, 1985.
Gelfand, D.M. & Hartmann, D.P. Child Behavoir Analysis and Therapy. New York:
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