hacia la cocina, y lo vio bajar las escaleras, casi corriendo. Vestía una chomba verde inglés,
un jean oscuro y un saco escocés, azul y rojo. Tenía el pelo lacio, bastante largo y
desmechado, algo húmedo, como recién secado cori toalla, y llevaba bajo su brazo una
carpeta y un libro. Ninguno de los dos detuvo su marcha; ella siguió su camino hacia la
cocina, y él descendió las escaleras y se dirigió hacia la puerta principal; pero no dejaron de
mirarse en todo el r(corrido. Mientras él bajaba, Marianella percibió el perForne de Thiago,
que llegó hasta ella, cálido como una onda ixpansiva. —Hola... —dijo Thiago sin detener
su marcha. Ella respondió con otro «hola», pero lo dijo con pudor y casi sin abrir la boca, y
él no lo escuchó. La miró algo deceprionado por la ausencia de respuesta, pero ella se
perdió en pasillo que daba a la cocina. Thiago desestimó y abrió la
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puerta de calle. Marianella se había quedado agazapada en el pasillo, y desde ahí lo espió
mientras él salía. De pronto un grito, un chillido histérico la sobresaltó. Apenas Thiago
abrió la puerta, detrás apareció una chica menudita, con el pelo lacio y peinado con un gran
jopo. Junto a ella había un chico de pelo lacio, enormes cachetes y una sonrisa ganadora.
Ambos vestidos con el mismo uniforme de colegio que Thiago. —Thi! ¡Volviste! —gritó la
flaquita, y se colgó del cuello de Thiago, abrazándolo con fuerza—. ¡Estás hecho un caño,
gordo! Thiago sonrió, agradeciendo el cumplido y saludó amable: —Hola, Tefi! Luego
Thiago miró a su amigo, que lo miraba incrédulo, ambos sonrieron con complicidad y
chocaron sus manos en un saludo afectuoso. —Man! —dijo el cachetón. —Nachito!
—respondió Thiago. Y se abrazaron dándose fuertes palmadas en la espalda. A su lado,
Tefi estaba histérica, feliz por el reencuentro de los amigos. Desde el pasillo, Mar los
espiaba negando con desprecio. Reconocía perfectamente esa forma de hablar, esa
pronunciación exagerada de las eses, o la manera en que no pronunciaban algunas letras
como las d; en lugar de decir «copado», decían «copaaao»... o decían «boló», en lugar de
otra palabra que, si Mar la hubiera dicho, la habrían considerado una ordinaria maleducada,
pero dicha por ellos y así pronunciada era distinto, era cosa de... chetos. Eso era lo que eran
Thiago y sus amigos: chetos, nenes bien, chicos ricos, arrogantes y altaneros. Ubicando a
Thiago en esta categoría, le resultaría más fácil no pensar en él. Mascullando el desprecio
que le despertaban los chetos, fue hasta la cocina, tomó la bandeja con medialunas y volvió
hacia la sala, calculaba que los otros ya se habrían ido, pero allí estaban, sentándose en
unos sillones, mientras Nacho y Tefi hablaban como cotorras, superponiéndose, creando un
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griterío confuso e inteligible, donde cada tanto se llegaba a oír un «boló, un «tipo que», un
«no te la puedo», un «man», y varias palabras en inglés. Mar debía pasar cerca de ellos para
volver a su sector, y trató de hacerlo sin mirarlos, pero el cachetón, sin dejar de hablar, le
manoteó la bandeja con medialunas, al tiempo que Tefi le entregaba su abrigo, y, sin
mirarla, le dijo: —Para mí un café con leche, más leche que café, leche descremada, obvio,
y dos sobrecitos de edulcorante, sin ciclamato, please. Marianella la miró con odio; al
desprecio que le generaba Tefi en particular, y los de su clase en general, se sumaba ahora
que la otra la confundiera con una mucama. Ojo, se dijo Marianella como si alguien
estuviera oyendo sus pensamientos, no tengo nada contra las mucamas, de hecho Cielo es
mucama y es lo más, pero estos chetos nos ven a todos como sus sirvientes. Thiago, viendo
la cara de furia de Marianella, intervino. —Marianella no es la mucama, Tefi. —Ah, ¿no?
Sorry, ¡re que pensé que sí! —dijo Tefi mirando a Marianelia, tratando de entender
entonces quién podría ser.