La filosofía (y la vida) de Ludwig Wittgenstein es sin duda interesante. En pocos filósofos
podemos ver con tanta fuerza el afán por la sinceridad, la coherencia vital con la búsqueda de
la verdad, por encima de todas las preocupaciones "mundanas". Wittgenstein arriesgó su vida
al entender que la filosofía nos compromete más allá de las reclamaciones de la vida cotidiana,
social y profesional al uso. Pero todo ello desde una gran paradoja que dio lugar a un
importante malentendido. Aceptó las tesis fundamentales del empirismo clásico: sólo es
posible el conocimiento de lo que se ofrece a la percepción, de los hechos; el único
conocimiento, la única forma legítima de conocimiento es la que corresponde a las ciencias
empíricas, y nada más puede añadir la filosofía en relación a los hechos del mundo. Sobre
este fondo que recela de la filosofía como discurso, añade Wittgenstein su idea de que los
límites del conocimiento humano tienen que ver, bien con los límites que impone la lógica
(primer Wittgenstein), bien con los del lenguaje corriente (segundo Wittgenstein). La paradoja y
el malentendido sobrevienen cuando afirmamos que con esto ya se termina todo (así lo
creyeron los filósofos neopositivistas, que intentarán acercar a Wittgenstein a sus tesis). Sin
embargo, aquí comienza lo interesante: para Wittgenstein los hechos de los que nos habla la
ciencia, el único decir con "sentido", se desenvuelven en un escenario del que también nos
podemos y debemos ocupar: la estructura lógica del conjunto de hechos al que llamamos
mundo, el sentido, lo místico; escenario que nos compromete vitalmente y es irrenunciable. La
filosofía nos prepara y predispone para acogerlo con el silencio, pero no con el silencio del
ignorar y menos aún del negar, sino con el callar consciente y voluntario, cómplice del misterio
en el que ya nos complacemos con la belleza, ya nos sometemos al bien u "oramos" ante lo
sagrado.
“El yo filosófico no es el hombre, ni el cuerpo humano, ni tampoco el alma
humana de la cual trata la psicología, sino el sujeto metafísico, el límite -no una
parte del mundo.”
Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, 5.641
“¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida? Sé que este mundo existe. Que
estoy situado en él como mi ojo en su campo visual. Que hay en él algo
problemático que llamamos su sentido. Que ese sentido no radica en él, sino
fuera de él. Que la vida es el mundo. Que mi voluntad penetra el mundo. Que
mi voluntad es buena o mala. Qué bueno y malo dependen, por tanto, de algún
modo del sentido de la vida. Que podemos llamar Dios al sentido de la vida,
esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ello la comparación de Dios con
un padre. Pensar en el sentido de la vida es orar.”
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-
filosofia/Filosofiacontemporanea/Wittgenstein/Principal-Wittgenstein.htm