Conociendo A Un Pedrastra

484 views 4 slides Feb 01, 2010
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LA IGLESIA Y EL PEDRASTRA
Marcial Maciel soñaba con ser proclamado santo universal… y acabará en los infiernos más profundos de su iglesia. Los últimos descubrimientos sobre la doble y exagerada vida del famoso fundador de los Legionarios de Cristo y del grupo sacerdotal Regnum Christi no ...


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LA IGLESIA Y EL PEDRASTRA
Marcial Maciel soñaba con ser proclamado santo universal… y acabará en los infiernos más profundos de su
iglesia. Los últimos descubrimientos sobre la doble y exagerada vida del famoso fundador de los Legionarios
de Cristo y del grupo sacerdotal Regnum Christi no dejan lugar a dudas, y eso que aún no ha concluido la
investigación ordenada hace un año por Benedicto XVI. Lo que ya se sabe es demoledor. El líder de uno de
los más exitosos movimientos del nuevo catolicismo no sólo fue notorio pederasta y drogadicto. También
tuvo hijos -al menos cuatro, quizá seis- con varias mujeres, plagió descaradamente el libro de cabecera
legionario, titulado El salterio de mis días, e impuso a toda la organización un cuarto voto de silencio para
guarecerse de denuncias. Uno de sus antiguos colaboradores le acusa incluso de haber envenenado a su tío
abuelo, el obispo Guízar, que avaló la exitosa carrera eclesiástica del ambicioso sobrino en el convulso
México de los años treinta del siglo pasado.
Blázquez, obispo de Bilbao, es uno de los cinco ‘visitadores’ encargados por el Papa de investigar a la Legión
en pleno
"¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!", clamó Ratzinger antes de ordenar que Maciel fuese castigado
"¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!" Este clamor le valió un pontificado al entonces cardenal Joseph
Ratzinger. Lo pronunció en un vía crucis en abril de 2005, a punto de reunirse el cónclave para elegir al
sucesor de Juan Pablo II. El todopoderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex santo
Oficio de la Inquisición) sabía de qué hablaba. Los cardenales electores, también. Sobre la mesa del Papa
anterior, Karol Wojtyla, se habían acumulado acusaciones de pederastia contra miles de sacerdotes, y
también quejas por el encubrimiento de esos delitos por algunos jerarcas en Estados Unidos, Irlanda, Italia,
Austria e, incluso, España. El alemán Ratzinger aparecía como el único de los reunidos con información y
autoridad suficientes para atajar tal estado de cosas.
El propio Juan Pablo II no se libraba de las críticas. Por citar sólo el caso del fundador de los Legionarios, a la
mesa de trabajo del Papa polaco habían llegado durante años cientos de denuncias sobre las andanzas y
desviaciones del sacerdote Maciel. El Pontífice las despreció. Maciel era uno de sus preferidos. Llenaba
plazas y estadios de fútbol en los viajes del líder católico por el mundo, junto al otro movimiento de moda, el
Camino Neocatecumenal del español Kiko Argüello. Aquella protección contra toda lógica amenaza ahora
con ensombrecer la anunciada beatificación de Juan Pablo II, a poco que funcione la famosa y vieja figura
-desaparecida como tal- del abogado del diablo en todo proceso de canonización.
Cuando el todavía cardenal Ratzinger clamó contra la "suciedad" interna en su iglesia, los cardenales se
convencieron de que era el hombre a elegir. Dos días más tarde lo hicieron Papa, el 19 de abril de 2005. Fue
entonces cuando se empezó a cavar la tumba del hasta entonces intocable fundador de los Legionarios. Una
de las primeras medidas anticorrupción del pontífice Benedicto XVI, en mayo de 2006, le alcanzó donde más
dolía. Maciel debía abandonar Roma apresuradamente, y retirarse a su México natal. También debía dejar el
poder en manos de alguno de sus colaboradores. La decisión del Vaticano parecía humillante -Maciel era
obligado a llevar "una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a cualquier forma de ministerio
público", se le ordenaba-, pero no acalló el escándalo. Demasiado poco castigo para documentadas
acusaciones de abusos sexuales en varios países. Como disculpa, Roma apeló a la edad avanzada del
encausado, casi nonagenario. Maciel moriría poco más tarde, en enero de 2008, en Cotija (Michoacán,
México). Asunto zanjado, suspiraron sus antiguos amigos en el Vaticano.
Se equivocaban de punta a cabo. Además del clamor dolorido de las víctimas, que pusieron el grito en el
cielo por la benevolencia de Benedicto XVI, ahora entraban en escena autoproclamados hijos y mujeres de
Maciel reclamando atención y derechos. Todo empezó en Madrid, adonde Maciel venía con frecuencia, a
veces discretamente. Al fin y al cabo, fue aquí donde fue recibido con los brazos abiertos en 1941, nada más
fundar en México el movimiento de los Legionarios de Cristo, con apenas 20 años de edad. El ministro de

Asuntos Exteriores de entonces, el democristiano Alberto Martín-Artajo, fue el encargado de introducirlo en
la nacionalcatólica sociedad franquista. Hoy, los Legionarios cuentan en España con una Universidad -la
Francisco de Vitoria, en Madrid-, varios seminarios y cientos de colegios, entre otras muchas propiedades.
Los primeros rumores sobre la doble vida de Maciel provocaron un revuelo morboso entre algunos
legionarios, abrumados, sobre todo, por las acusaciones de pederastia, que hasta Roma avalaba
oficialmente. Si su adorado fundador conoció mujer y tenía una hija, eso espantaba, según ellos, las
sospechas del horrendo pecado de pedofilia. Así que lo que debía ser gestionado en sumo secreto, pronto
fue un clamor público, filtrado desde dentro. Maciel no sólo tuvo aventuras amorosas, sino que en Madrid
vivía una hija suya, con nombre, apellidos y un número de portal concreto en unos lujosos apartamentos de
la calle de Los Madroños. La chica, ya madura -la madre murió hace años-, se llama Norma Hilda y ha
pactado silencio a cambio de una pensión vitalicia. Quien selló el acuerdo y se ocupó de que la rocambolesca
historia acabase ahí fue el mismísimo secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, durante una
visita semioficial a España. Ocurrió en los primeros días de febrero del año pasado. El dinero no fue un
obstáculo. Hace décadas que en ambientes hostiles el grupo del Maciel es conocido, con ironía, como los
Millonarios de Cristo.
Animado por el éxito del apaño maquinado en Madrid, Benedicto XVI tomó otra decisión, con la esperanza
de difuminar el escándalo. Ordenó que la investigación se extendiese a toda la organización. El argumento
de la medida era inatacable: si el fundador legionario había llevado una vida de crápula, ¿cómo es que nadie
de su entorno lo advirtió y denunció? Para encontrar respuestas, el Papa nombró a cinco "visitadores",
todos ellos obispos: Ricardo Blázquez, de Bilbao (España); Giuseppe Versaldi, de Alessandria (Italia); Ricardo
Watty, de Tebladpic (México); Ricardo Ezzati, de Concepción (Chile), y Charles Joseph Chaput, de Denver (EE
UU). Watty inspeccionaría en México y Centroamérica; Chaput, los centros legionarios de Estados Unidos y
Canadá; Versaldi, los de Italia, Israel, Corea y Filipinas; Ezzati, los de Suramérica, y Blázquez, los de Europa,
con la excepción de Italia. Para facilitarles el trabajo, el Papa, único que puede atar y desatar esas cosas en la
confesión católica, derogó el cuarto voto de la Constitución legionaria, que obliga a los seguidores de Maciel
a confesarse sólo con sus superiores y a guardar secreto de los conflictos internos.
En un principio, la inspección ordenada por el Papa fue tomada por el sucesor de Maciel al mando de la
Legión y del Regnum Christi, el también mexicano Álvaro Corcuera, como un gesto de confianza. El propio
cardenal secretario de Estado, Bertone, había dado pie al equívoco en la carta en la que comunicó
públicamente la decisión papal. "La visita apostólica es de fundamental importancia y merece la pena
consagrarse a ella con amplitud de miras y limpio corazón. [Los legionarios] Siempre podrán contar con la
ayuda de la Santa Sede para, a través de la verdad y la transparencia, en un clima de diálogo fraterno,
superar las dificultades existentes", decía la carta del cardenal al sacerdote Corcuera.
Lo que no podían prever entonces ambas partes es el aluvión de noticias sobre la vida secreta de Maciel,
ahora sin control posible. Para colmo, había entrado en acción un abogado de prestigio, anunciando
acciones judiciales civiles, que siempre sacan de quicio a la Santa Sede. El letrado se llama José Bonilla. Uno
de sus hijos fue sometido a abusos sexuales a la edad de tres años en un colegio de los Legionarios y le ganó
a la Iglesia católica un juicio penal por esos hechos. Ahora representa a tres de los autoproclamados hijos de
Maciel, con nombres propios y en busca de reconocimiento legal y compensaciones económicas. Se trata de
tres varones, hermanos entre sí, de nacionalidad mexicana. El letrado asegura que Maciel habría tenido tres
hijos más, incluida la española Norma Hilda, cuya existencia ya ha reconocido oficialmente la Legión. Otro
hijo viviría en Londres, y una sexta hija se mató en un accidente de tráfico cuando iba a recoger a su padre a
un aeropuerto de París. Norma Hilda, por cierto, cursó su carrera en la Universidad Francisco de Vitoria, en
Madrid, propiedad legionaria.
Los obispos visitadores que llevan casi un año investigando en las instituciones y centros de los Legionarios
de Cristo y del Regnum Christi no sueltan prenda de sus averiguaciones. Tampoco desmienten noticia
alguna, y eso que se publican a diario, sobre todo en la prensa latinoamericana. Reconocen, en cambio, que

los cinco prelados han sido convocados a Roma de urgencia para presentar a Benedicto XVI un primer
informe de lo actuado. José Martínez de Velasco, redactor jefe de la agencia Efe y el primero que desveló los
escándalos de la Legión -publicó en 2002 el libro Los Legionarios de Cristo, el nuevo ejército del Papa, y dos
años más tarde, Los documentos secretos de los Legionarios de Cristo-, sostiene que la investigación está
"prácticamente concluida", pese a que son muchas las personas que han solicitado ser recibidos para dar su
testimonio o desahogarse.
Martínez de Velasco afirma, además, que las acusaciones de pederastia contra Maciel prácticamente no se
han investigado porque estaban suficientemente contrastadas. Las primeras denuncias sobre abusos
sexuales en centros de la Legión llegaron al Vaticano en la década de los años cincuenta del siglo pasado,
durante el pontificado de Pío XII, paternal protector también del sacerdote mexicano. Éste había llegado a
Roma avalado por su parentesco con un tío abuelo suyo, Rafael Guízar, obispo de Veracruz y en proceso de
canonización por Benedicto XVI como uno de los héroes de la persecución y guerra de los Cristeros en el
México revolucionario de los años treinta del siglo XX. Sin embargo, un libro publicado en México con el
título El Legionario, escrito por Alejandro Espinosa, sostiene que el obispo Guízar murió envenenado con
cianuro por el propio Maciel. "Guízar acogió a su sobrino en su seminario clandestino, pero la buena relación
entre ambos duró hasta que el obispo descubrió que el joven Maciel le estaba pervirtiendo su seminario con
relaciones sexuales con otros estudiantes. El día en que el obispo murió había tenido una discusión muy
fuerte con Maciel", sostiene.
Apoyado con información de algunos testigos del suceso y con confesiones que el mismo Maciel le hizo
cuando tenía con él una relación muy cercana, Espinosa armó esta hipótesis. "La muerte de monseñor
Guízar no quedó esclarecida. Y cuando años después exhumaron su cadáver, se le halló incorrupto y con el
pelo rojizo, tal y como deja el cianuro a los cuerpos. Pero la gente se fue por el lado del milagro", sostiene
este ex legionario, él mismo sometido a abusos cuando estudiaba en el seminario que la Legión posee en
Ontaneda (Cantabria). Hoy vive retirado en el campo mexicano, con estrecheces económicas y, aún,
amenazado por antiguos correligionarios. En cambio, el postulador en México de la causa de canonización
de Guízar, el sacerdote Rafael González Hernández, tacha de absurda la historia. "Monseñor Guízar murió en
1938 a causa de una insuficiencia cardiaca y de un ataque de diabetes. Tenía 60 años y ya era un anciano
decrépito y acabadísimo, pues gastó su vida al servicio de los fieles. Efectivamente, 12 años después de su
muerte, en 1950, sus restos fueron exhumados y se encontraron incorruptos", afirma.
Lo cierto es que, con informaciones de acá y de allá, más lo que le han aportado ya los visitadores, el Papa
tiene datos suficientes sobre la situación de la Legión de Cristo y sobre las acusaciones contra el fundador y
algunos de sus colaboradores. La decisión que adopte se conocerá el próximo marzo. Según Martínez de
Velasco, el Vaticano se debate entre tres opciones: disolver la congregación, proceder a su refundación o
designar un comisario pontificio que conduzca a la Legión hasta un Capítulo General de renovación total.
Desde la disolución de los jesuitas en 1773 por Clemente XIV, forzado por los reyes de Francia, España,
Portugal y de las dos Sicilias -por motivos de poder, por tanto-, la Iglesia católica no se había enfrentado a un
caso igual, esta vez por sucios escándalos sexuales y financieros. Benedicto XVI, él mismo acusado de no
haber actuado con diligencia cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se
enfrenta al peor momento de su pontificado, sobre todo si la investigación interna confirma una culposa
pasividad de Juan Pablo II por amistad personal con Maciel.
"Un guía eficaz de la juventud", según piropo de Juan Pablo II
Los días de gloria de Marcial Maciel, y los de los Legionarios -unos 70.000, de los que 800 son sacerdotes-,
estaban contados cuando un grupo de ex seminaristas de la organización se unió para denunciar ante la
opinión pública al fundador y a sus protectores en el Vaticano. Unos, en Ontaneda (Cantabria), y otros, en
seminarios de México, todos sufrieron abusos sexuales de su padre confesor. Fueron sacerdotes la mayoría.
Tardaron en "contactarse", pero al final fueron "atando datos", dicen, hasta llenar de credibilidad una

denuncia, que llegó ante Ratzinger cuando todavía no habían explotado los escándalos de pederastia en la
iglesia de EE UU. He aquí la identidad de algunos de los denunciantes: además de Alejandro Espinosa, los
hermanos Fernando y José Antonio Pérez Olvera, Samuel Barrales, Arturo Jurado, Juan José Vaca, José Barba
y Félix Alarcón.
La gota que colmó el vaso de su paciencia fue una frase de Juan Pablo II, amigo y protector de Maciel. El
fundador de los Legionarios de Cristo es "un guía eficaz de la juventud", dijo el Papa polaco, de visita en
México. Era en 1994. Con este sorprendente piropo del distraído Pontífice, el fundador legionario, que iba
para los altares según el polaco, empezó su caída a los infiernos de la Iglesia romana. El proceso contra
Maciel, según lo plantearon los ocho ex legionarios y su abogada, la austriaca Martha Wegan, tenía dos
planos: el de los abusos sexuales y la adicción a la morfina del fundador, y el que éste dominara la conciencia
de sus víctimas mediante la dirección espiritual. Es decir, además de los delitos sexuales, que en 1998
podrían estar prescritos, Maciel había absuelto a sus muchachos en confesión. La figura de la absolución del
cómplice, uno de los mayores delitos en la Iglesia católica, no prescribe, y su examen queda reservado a la
Congregación para la Doctrina de la Fe. La demanda contra Maciel se presentó en Roma en octubre de 1998
con este título: Absolutionis complicis. Arturo Jurado et alii versus Rev. Marcial Maciel Degollado. Las
desviaciones del fundador legionario ya fueron investigadas entre 1956 y 1959, sin resultado conocido.
Durante ese tiempo, Maciel fue suspendido como superior general y expulsado de Roma. El cardenal Alfredo
Ottaviani, entonces gran inquisidor, encargó al claretiano vasco y futuro cardenal Arcadio Larraona que
dirigiese la investigación. Éste envió a sus visitadores al seminario de Ontaneda, pero no resolvió nada
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