Lloraba desconsolada. Mis medios hermanos no tardaron en presentarse. Y
yo ahí, detrás del mostrador de enfermeras observando todo, con un temblor
de manos y piernas que no podía controlar con nada. Mis compañeras de
trabajo se dieron cuenta y me recomendaron irme a casa. Tampoco pude
hacer eso. Algo me sucedió que no quería estar ahí pero tampoco irme.
Quería saber cómo estaba mi padre, estar enterada de su estado clínico y sentí
miedo de que muriera. Sí, así de ilógico, de irónico, de extraño, pero así fue.
Sería la sangre o sería el recuerdo, pero cuando supe que había salido de la
operación a la que fue sometido, sentí el impulso de ir a verlo. Y lo hice.
Era media noche, y una pequeña luz de luna se colaba por la ventana de la
reducida habitación. Por la puerta se coló la Luz de sus ojos. Y ahí, sabiendo
que él seguía inconsciente, de pie al lado de su cama le dije: «Papá, soy Luz,
tu hija». Al escuchar tal declaración, Susana, quien dormitaba sentada en la
penumbra en el sillón junto a la cama, encendió la lámpara y me dijo:
–Así que tú eres la famosa Luz, a la que tanto ha extrañado tu padre, la que
cada que veía a una niña sentada en una banqueta le sacaba el llanto por los
ojos.
Lo demás se dio porque así estaba escrito. Susana y yo salimos de la
habitación y nos sentamos en la cafetería del hospital a charlar durante más
de tres horas.
–Tu padre nunca volvió a buscarlos porque tu madre se lo impidió siempre.
Nunca le perdonó que hubiese formado otra familia conmigo, y te he de decir
que cuando yo me enamoré de tu padre no sabía que era casado, y cuando lo
supe ya estaba embarazada y más enamorada que nunca. Yo estaba dispuesta
a ser siempre la otra, nunca le exigí a tu padre que los dejara, pero tu madre
no le dio otra opción que alejarse de sus vidas. Si un pecado ha cometido tu
padre, Luz, ha sido ser cobarde, porque muchas veces le dije: «Ve y búscalos,
son tus hijos y mis hijos son sus hermanos», pero él me decía que ya había
dejado pasar mucho tiempo, que le daba vergüenza aparecerse así como si
nada, y entonces, Luz, se nos pasó la vida. Así de simple y de complicado, así
de incomprensible y de doloroso.
Incomprensible y doloroso. Por eso comprender ayuda, libera y aligera el
peso de un corazón con huellas de abandono.
La noche siguiente murió mi padre. Se fue de este mundo con todos sus
errores y defectos, con todos sus temores y debilidades. Me tocó estar