de montones de nubes y con un aspecto solemne, temeroso y satisfecho! Los indios
son encantadores. ¡Qué cariño sentirías por ellos, tita querida, y cuánto te querrían a
ti! Te dejarían que cogieses a sus bebés en tus manos, como me dejan a mí. Son unos
bebés gordísimos, morenísimos y muy buenos. No lloran nunca, no llorarían ni
aunque les clavasen alfileres, pero no se los clavan, porque los indios son pobres y no
pueden comprárselos. ¡Y qué cantidad de caballos, mulas, vacas y perros! Los hay a
centenares, centenares y centenares, y todos ellos se dejan hacer lo que tú quieras,
menos tío Thomas, pero no me importa, porque es encantador. ¡Y si oyeras tocar las
trompetas! ¡Tuu…, tuu…, tutú…, tuu…, tú! Y siempre así. ¡Te digo que es una
belleza! ¿Reconoces esos tuus? Son el principio de la diana. ¡Qué tempranísimo la
tocan todas las mañanas! Y cuando la oímos, yo y todos los soldados que hay aquí
nos levantamos y salimos antes de un minuto, con excepción del tío Thomas, que es
inexplicablemente perezoso, no sé por qué, aunque ya se lo he dicho, y creo que se
enmendará. No son muchas las faltas que tiene, y es cariñoso y encantador, igual que
Buffalo Bill, Pájaro de las Tormentas, mamá Dorcas, Soldado, y Shekels, y Potter, y
Sour-Mash, y…, y todos. Son, como tú dirías, unos angelitos.
El día mismo que llegué (ya no sé cuantísimo tiempo hace de eso), Buffalo Bill
me llevó montada en Soldado al campamento de Pájaro de las Tormentas. No al
campamento grande, que está lejos, en la llanura, en el que manda Nube Blanca, y al
que me llevó al día siguiente, sino a este otro que se encuentra a cuatro o cinco millas
de aquí, en las colinas y peñascales, y hay un gran prado, lleno de cabañas indias,
perros, mujeres y mil cosas interesantes, además de un arroyo que lo cruza y que
tiene el agua más limpia que te puedes imaginar, con piedrecitas blancas en el fondo,
y árboles a todo lo largo de las orillas, que son frescas, umbrías, y por las que da
gusto cruzar. Cuando el sol se va poniendo aquello es bastante oscuro, pero mirando
hacia arriba se ven sobre el firmamento los grandes y elevados picos llenos de luz y
llenos de vida, porque el sol da en ellos, y en ocasiones cruza volando un águila, pero
no aleteando, sino igual que si estuviese dormida. Los muchachitos y las muchachitas
indias retozan, se ríen y corren alrededor de la fuente y del estanque, y no llevan
mucha ropa encima, salvo las muchachas. Los perros se pelean, las mujeres andan
muy atareadas trabajando, y los maridos andan muy atareados descansando, mientras
los viejos fuman sentados unos junto a otros, pasándose la pipa no hacia la izquierda
sino hacia la derecha, lo que quiere decir que en el campamento hubo una riña y ellos
están procurando arreglarla. Los niños juegan exactamente igual que cualquier otro, y
los chicos tiran al blanco con sus arcos, y yo le di una bofetada a uno porque hirió a
un perro con un garrote que no hacía nada. El muchacho se enfadó, pero pronto se
arrepintió… Pero este párrafo se está haciendo demasiado largo y voy a empezar
otro. Pájaro de las Tormentas se vistió con sus mejores atavíos guerreros para que yo
lo viese, y estaba espléndido, con la cara pintada de rojo, muy brillante e intenso,
como una brasa. Desde lo alto de la cabeza y por toda la espalda le caía una guirnalda
de plumas de águila, y llevaba además su tomahawk y su pipa, que tiene el cuello
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