breves cuentos de terror que te dejará pensando, el numero 9 te hará temblar
Size: 1.07 MB
Language: es
Added: Jul 15, 2022
Slides: 18 pages
Slide Content
Ella estaba enamorada.
Sin embargo, a él sólo le gustaban las
chicas delgadas.
Así que una noche, ella se la pasó
vomitando.
Vomitó, vomitó, vomitó como nunca en
su vida.
Después de unas horas, miró el lavabo
y sonrió. Había logrado su cometido:
todas las mariposas de su estómago
estaban fuera.
Ya no sentía nada por él.
Cuentos para Monstruos
Santiago Pedraza
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—Llevo mucho tiempo esperándote aquí
en la cama. ¿Por qué tardaste tanto?
—Queria verme guapa para ti. ¿Cómo me
veo?
—Te ves más hermosa de lo que imaginaba.
—Gracias. ¿Hay espacio para mí en la cama?
—Por supuesto. Acércate, ven aquí. He
estado esperando este momento.
El anciano se acurrucó mejor y su nuca se
movió levemente encima de la almohada.
La muerte se recostó a su lado y lo miró
de cerca. El anciano cerró los ojos, sonrió
aliviado, y entonces todo terminó.
Cuentos para Monstruos
—Papá, siempre fuiste un ebrio
violento que me hizo mucho daño
cuando niño. Y heme aquí, después
de tantos años, parado frente a tu
tumba.
—Pero hijo...¡Sácame de aquí!
¡Aún no estoy muerto!
—Lo sé —dijo él, mientras lanzaba
tierra con una pala.
Cuentos para Monstruos
En medio de la noche, Alan se arrodilló
sobre el extenso jardin y empezó a
escarbar. Bajo la luz de la luna, el cadáver
de una mujer se fue descubriendo.
Cuando Alan terminó de desenterrarla, se
acostó a su lado y la besó. El cadáver
abrió los ojos y le respondió el beso.
Desde una ventana, Cinthia, la esposa de
Alan, observaba la escena con furia.
Había asesinado a su esposo y a su
amante, y los había sepultado en el
jardín.
Sin embargo, todas las noches, uno de los
dos escapaba de su tumba, e iba a
acostarse junto al otro.
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Él la golpeaba,
la golpeaba con salvajismo,
la golpeaba con frenética persistencia,
la golpeaba con todas sus fuerzas.
Pero no fue suficiente.
En algún momento, aquel niño ya no
pudo seguir golpeando, pues su cuerpo
quedó inmóvil debajo del agua. |
Entonces la mujer finalmente lo soltó
y luego se alejó de la tina.
La luna lloró toda la noche.
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Su amor era imposible.
Eran de mundos distintos.
Él era un monstruo,
y ella era magnífica.
Él era tímido,
y ella valiente.
Él era escritor,
y ella uno de sus personajes.
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—Para concluir: no hay ningún monstruo bajo tu
cama. Es solo tu imaginación y debes aprender a
controlarla —dijo la psicóloga.
—El monstruo es real —espetó el niño—. Anoche
luché con él.
—Tu madre me habló del asunto. Dice que
destrozaste tu habitación con un tubo. Dime,
destás enojado con alguien? ¿Tu padre, tal vez?
—Yo logré golpear al monstruo, en la cabeza y en
un pie. Sé que no tengo pruebas, pero lo lastimé.
—d¿Lo lastimaste igual que tu padre lastimaba a tu
madre? ¿Con él estás enojado?
—iMi padre no tiene nada que ver! El monstruo es
real, aunque usted no quiera creerme.
—El monstruo es una representación de tu padre,
y debemos trabajar en ello.
El niño, furioso, salió del consultorio, secándose
las lágrimas.
Fue ahí cuando la psicóloga por fin pudo tocarse
suavemente la nuca, y se levantó cojeando un
poco, en busca de un vaso de agua.
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Las calles del pueblo se llenaron de niños
abría para golpearlos con un palo o arrojarles
agua, mojando y arruinando los disfraces que
los niños vestían con tanta ilusión.
Se reía maliciosamente mientras los veía
alejarse llorando,
Después de un buen rato sin visitas, la puerta
sonó nuevamente. La anciana tomó su palo, el
cual estaba listo para otra ronda. Al abrir se
encontró con una niña que parecía no llevar
disfraz, solo un vestido y unos zapatos nada
peculiares. Cleotilde arqueó una ceja con
desdén, antes de hablarle a la pequeña con su
voz dura.
—Y tú... ¿Ni siquiera te tomaste la molestia de
disfrazarte?
—Claro que sí, vengo disfrazada de niña, ¿no lo
ves? — respondió la muerte.
Algo me desperté en medio de la noche.
Agudicé mis sentidos para identificar qué
era.
Voces, eran voces que provenían del otro
lado de la ventana.
+
-
LA
”
+
+ Me levanté cautelosa, mis pasos fueron
silenciosos, igual que una muerte
*. tranquila.
“8 Alllegar a la ventana, escuché que las
- voces murmuraban, planeaban, decían mi
nombre.
+
™® Furiosa,
estampé mi cabeza contra el cristal
y solté una carcajada
al ver que los psiquiatras retrocedían
M asustados.
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La gente hablaba de una mujer que se
aparecia por las noches.
IN
Iba completamente vestida de blanco, su
piel era tan pálida que parecía de mármol.
Era tan hermosa que las luciérnagas se le
acercaban con curiosidad.
La gente decía que la mujer se paseaba
por el pueblo buscando desdichados.
Pasaba las madrugadas escuchando penas
de borrachos o de ancianas que perdían
un hijo, o de niños que esperaban a un
padre que cruzó la frontera, además de
curar a los perros heridos en las calles.
AA
Y todos en el pueblo sabían una cosa:
aquella mujer no era un espectro,
era la luna que bajaba a consolar a los
tristes.
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CP ER
—Es la cena familiar, ¿otra vez vienes sola,
Elvira?
—Así es, tía. Otra vez sola.
—Aaah, eso me preocupa mucho. Nunca traes
a ningún hombre, te estás tardando.
—Es que... no me gusta traer a nadie. Eso es
todo, tía.
—Pero tu prima Claudia siempre viene con un
chico. Mira, él es Marcos. Un joven muy
atractivo, ¿no crees?
Marcos se sonrojó un poco. Se sentía
cohibido en una mesa con solo mujeres. El
discurso de la tía le pareció divertido, así que
esbozó una sonrisa. Pero ésta no duró mucho.
Los cubiertos cayeron al suelo, el vino
manché el mantel, las mujeres treparon a la
mesa.
Ocho mandíbulas lo atacaron por varios
frentes. Sus gritos no llegaron lejos.
Elvira cerró los ojos, no se movió de su
asiento. Otra vez... No podía ver aquella
escena otra vez.
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Corrimos lo més répido posible, pero a
medio camino escuchamos disparos
dentro de la casa.
Al derribar la puerta, nos dimos cuenta
de que aquel hombre habia matado a
sus dos hijos, sus cuerpos yacian en el
suelo con un agujero en la frente.
4
E
Nos miró con una sonrisa frenética
acompañada de lágrimas amargas.
—Mis hijos no, malditos —dijo al tiempo
que tiraba el arma vacía.
. Entonces soltó un grito de guerra
mientras nos arrojábamos hacia él.
Luchó hasta el final, pero éramos
muchos quienes lo devoraban.
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Él intentó besarla a la fuerza.
Ella lo golpeó con la rodilla y lo lanzó al
otro lado del cuarto.
Él se incorporó a medias y se arrastró como
un perro. Se veía tan patético que causaba
una mezcla de risa y lástima.
—Por favor —dijo él, mirando el hermoso
rostro de la mujer—. Por favor bésame, te lo
suplico, dame un beso.
—Claro que no, imbécil. Te burlaste de mí,
me engañaste, me hiciste quedar como una
tonta, ¿lo recuerdas?
—Por favor, te lo suplico...eso pasó hace más
de quinientos años.
—¿No era esto lo que querías cuando me
engañaste? ¿Vivir por siempre? Ahora
quédate aquí. Hay un moribundo al que
tengo que besar —respondió la muerte.
Hoy me encontré con un hombre de rostro
putrefacto, escurriendo saliva roja.
Hace mucho que no me topaba con uno de
estos.
Su ropa estaba desgastada y rasguñada. En su
camisa se notaban manchas de sangre, la cual,
tal vez no era de él. Sus ojos no eran más que
dos lienzos en blanco y en sus mejillas se
hallaban algunos restos de carne.
No recuerdo la última vez que vi uno de estos.
Ni siquiera recordaba que existían.
¿Cuál era el nombre que les dabamos?
¿Cómo solíamos llamarlos?
Ah, sí, ya recuerdo:
ESPEJOS.
Debo alejarme del cristal y seguir caminando.
Hay momentos en los que logro volver en mí y
recuperar el control, pero la necesidad de
carne hace que me pierda nuevamente.
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Su madre le besó la frente.
—Ya duérmete, pequeño. Tu tía Magda se
quedará contigo otra vez.
—Mamä, no puedes salir.
—¿Qué? ¿Por qué lo dices?
—Por el monstruo. Esta mañana hallaron
otros dos cadáveres.
—¿Un monstruo?
—Si, ya lo han visto varias personas. Dicen
que es como un perro, pero gigantesco,
que tiene garras y comillos enormes.
La mujer apretó los ojos y fue a cerrar la
ventana.
—Son sólo rumores —dijo con los ojos
cerrados, evitando mirar la luna—. Ahora
duérmete porque tengo que salir.
—Mi amor, tengo que escucharlo, ¿me perdonas
por haberte sido infiel? —preguntó ella.
—Claro que sí —respondió el hombre, colocando
a escondidas dos pastillas en su sándwich.
—No sabía que llegarías temprano a casa, no
quería que me encontraras en la cama con él.
—Descuida. Ahora mira lo que te preparé.
—No quise lastimarte. Es solo que tú lo estabas
ahorcando, y tenía que intervenir, así que tomé
esas tijeras y... Tú sabes que no quise hacerte
daño.
—No te preocupes. Ahora debes alimentarte.
En cuanto la mujer terminó su sándwich, el
hombre se dispuso a salir del cuarto.
—Una cosa más, amor —exclamó ella—. Tú... me...
¿Me perdonas por haberte asesinado?
Hubo un silencio largo como las uñas de la
culpa. La luna estuvo atenta a la respuesta.
—Señora Esparza, debe dejar de revivir el
suceso. Necesita dormir un poco, he puesto un
par de pastillas en su sándwich que le ayudarán
a eso —respondió el psiquiatra de la clínica.
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Las mariposas revoloteaban
alegremente, intercambiando besos y
murmullos melosos,
componiendo una canción hecha de
aleteos.
De pronto empezaron a caer meteoros,
una lluvia sólida y estruendosa.
Piedras pesadas se les estampaban
encima, empujándolas hasta el fondo.
Eran pastillas. Un montón de ellas.
Por primera vez, las mariposas
desearon salir de aquel estómago.
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