Cuando llegamos a la plaza busque un banco alejado y nos sentamos. Le pregunte ¿por que se había ido? y me
respondió que no sabía. Luego de hablar un rato, le dije que necesitaba de ella, y me pregunto ¿Por qué?, y le dije
porque ella era la única que se había fijado en esa escena de mi cuadro, por lo tanto pensaba igual que yo. Luego de un
largo tiempo de hablar, María dijo: “pero no se qué ganarías con verme. Hago mal a todos los que se me acercan”.
Cap. X
Quedamos en vernos pronto. Me dio vergüenza decirle que deseaba verla al otro día o que deseaba seguir viéndola allí
mismo. Esa misma noche le hable por teléfono, me atendió una mujer y le dije que necesitaba hablar con la Srta. María
Iribarne, casi instantáneamente oí su voz, pero con un tono oficinesco.
Le dije que necesitaba verla, y ella me pidió que esperara un momento, descargo la bocina del teléfono, y cuando volvió
al teléfono le dije: “necesito verla, María”, el silencio de su respuesta me inquieto hasta que dijo: “yo también, no he
dejado de pensar en Usted, todo esto me parece muy extraño y estoy muy perturbada.
De repente me dijo que debía colgar porque viene gente, no conforme le respondí que la llamaría por la mañana muy
temprano. Ella accedió.
Cap. XI
Pase una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intente muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de
pronto me encontré en la calle Corrientes. Me sentí diferente, miraba a la gente con simpatía y antes siempre he mirado
con antipatía y hasta con asco, sobre todo en los amontonamientos.
Esa noche, pues, mi desprecio por la humanidad había desaparecido. Entre al café Marzotto, en ese lugar va gente a oír
tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye “La pasión según San Mateo”
Cap. XII
A la mañana siguiente, a eso de las diez, llame por teléfono a María, me dijeron que había salido para el campo. Me
quede helado, pero me había dejado una carta. Fui a buscar dicha carta en casa de María, es ahí cuando conocí al Sr.
Allende, esposo de María. Era un hombre alto y flaco, tenía los ojos bien abiertos, pues, era ciego. Me pidió que leyera
mi carta con tranquilidad, aunque siendo de María no debe ser nada urgente, me dijo.
Abrí el sobre, saque la carta; decía una sola frase: “Yo también pienso en usted. MARIA”.
Cuando Allende sintió doblar el papel me dijo: “Nada urgente, supongo.” No, le respondí.
Allende me dijo que María se había ido a la estancia de su familia, pero que en estos momentos estaba en manos de su
primo Hunter. “He oído hablar de él” respondí con amargura. En ese momento decidí irme, me acompaño hasta la
puerta y me despidió.
Cap. XII
Después de la charla con Allende, necesitaba despejarme y pensar con tranquilidad. Me preguntaba cosas: ¿cómo
porque María no me había dicho que era casada, y porque tenía que ir a la estancia a estar con Hunter? Estas y otras
preguntas daban vueltas en mi cabeza.
Todavía me seguía pareciendo extraño el por qué se encerraba María para hablar por teléfono. Deduje que ella también
hablaba con otros hombres, como lo hacía conmigo, ya que a la mucama le pareció extraño cuando llame a su casa
preguntando por la señorita Iribarne, cuando los demás le decían solo María.
Volviendo al tema de la carta, reflexione y saque más deducciones, como la forma en que me hizo llegar la carta.
Olvide mis razonamientos y me dedique mejor a tratar de recordar que era lo que tenía su rostro, ya que me hacia
recordar algo del pasado. Sentí que el amor anónimo que había alimentado durante años de soledad, se habían