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Los visillos de Carmen Martín Gaite y Miguel Picazo
(Carmen Martín Gaite e Inma de Santis, que interpreta el papel de Tali.
Fuente: http://inmadesantis.blogspot.com/)
Comparar un libro y su adaptación al cine, en este caso a la televisión, siempre es
injusto. Primero porque son dos lenguajes diferentes. Segundo porque no es igual el
grado de libertad. El escritor establece sus propios límites, el director está condicionado,
sujeto, por el presupuesto. Ahora habría que decir que menos es más, que la necesidad
se acaba convirtiendo en virtud, pero no es cierto. La serie Entre visillos con medios
sería una especie de segunda parte oficiosa de La tía Tula, la historia de las amigas de
Tula, a la misma altura, una altura que da vértigo, y sin ellos, es la versión teatral del
libro de Carmen Martín Gaite. Alguien podrá decir que es algo que encaja a la
perfección con el espíritu del libro, con su propio título, pero de nuevo, no es así. Entre
visillos no es un libro de interiores, son los exteriores los que le dan sentido, equilibrio,
grandeza. Carmen Martín Gaite es una escritora intimista, no introvertida, sus
personajes son solitarios a su pesar, tienen vocación de charlatanes, de callejeros, de
verbeneros, y si no lo son, o solo en parte, es porque, como en la vida real, no hay nada
más difícil que encontrar un interlocutor a tiempo completo. De ahí que los exteriores
sean tan importantes en Entre visillos, constituyen un espacio de libertad, de rebeldía
("Hoy cogería la bici y se iría lejos"), de búsqueda de esa interlocución ideal,
imposible, un intento de reintegrar la infancia en la vida adulta. Los paseos en Entre
visillos" son tan importantes, sino más, que las palabras, exactamente lo mismo que en
las películas de Antonioni, su par en el cine, sin esos geniales paseos, sus personajes se
ahogarían, literalmente. Cada vez que un personaje de Gaite, o de Antonioni, sale a la
calle, se enfunda el babi, contempla el espectáculo de la vida con los ojos abiertos,
curiosos, expectantes, de un chiquitajo en su silla de paseo. Todo eso por desgracia se
pierde en la serie, y lógicamente se resiente, le falta equilibrio, aire. La culpa no es de
Picazo, sino de los precarios medios con los que contaba televisión española en los años
70, esta misma serie rodada en los 80, la década prodigiosa de las series en España, con
el presupuesto de "Fortunata y Jacinta", hubiera sido una obra maestra. Si en lugar de
una serie de 15 capítulos, televisión española hubiera apostado por la realización de una
sola película, el resultado hubiera sido el mismo, una obra maestra.