Tratado filosófico concebido en 1848 y compuesto y publicado en 1850. En él, por vez primera, el autor afronta las definiciones de progreso y evolución, pero basándose no, como Darwin y Wallace, en principios biológicos, sino en convicciones éticas. Sostiene, en efecto, que el progreso no ...
Tratado filosófico concebido en 1848 y compuesto y publicado en 1850. En él, por vez primera, el autor afronta las definiciones de progreso y evolución, pero basándose no, como Darwin y Wallace, en principios biológicos, sino en convicciones éticas. Sostiene, en efecto, que el progreso no es un azar, sino una necesidad, y que las transformaciones de la humanidad son el resultado de una ley, que está en la base de toda la creación orgánica. Todo progreso resulta de la adaptación de los hombres a su ambiente natural y social, y tal adaptación tiene dos caracteres: transmisión hereditaria de cambios funcionales y desaparición de los inadaptables. De esta forma, las distintas especies de organización, que la sociedad asume en su progreso, desde los grados evolutivos inferiores hasta los superiores, se parecen a las distintas formas de organización animal. Y la vida orgánica incluida en la vida de la humanidad está dominada por un proceso evolutivo necesario, en que se pueden reconocer las dos principales características, de integración y diferenciación. Partiendo de la concepción mecánico evolucionista, propia de su tiempo, Spencer eleva el método evolucionista a método universal, tratando de llegar a esa conciliación de las ciencias naturales con la filosofía, que vuelve a aparecer en toda su obra.
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Slide Content
ALDO EMILIANO LEZCANO
ALDO EMILIANO LEZCANO
OPINIONES DE LA PRENSA
RESEÑA DEL NORTH BRITISH
«Merece un gran elogio por la habilidad, la claridad y la fuerza con las
que está escrito, y que le da carácter, actualmente tan escaso, a un libro
realmente valioso».
RESEÑA DEL BRITISH QUARTERLY
«Un trabajo extraordinario… El Sr. Spencer expone, y expone con una
fuerza y claridad extraordinarias, muchas ecualizaciones sociales de una
especie correcta que aún tienen que hacerse efectiva».
ATENAEUM
«Una investigación llevada a cabo con claridad, buen humor y estricta
lógica… Debemos equivocarnos si este libro no ayuda a organizar esa
enorme masa de pensamientos que, para quien quiera un nombre
específico, ahora es llamada Opinión Liberal».
LITERARY GAZETTE
«Es el trabajo más elocuente, más interesante, más claramente expresado
y lógicamente razonado, al parecer el más original, que ha parecido en la
ciencia de la política social. Evolucionando sintéticamente de propuestas
muy simples, de las que los lectores más prudentes no pueden estar en
desacuerdo, el autor saca deducciones de ellas, en un proceso estrictamente
lógico de razonamiento, las conclusiones más sorprendentes e inesperadas».
ALDO EMILIANO LEZCANO
ECONOMIST
El autor de esta obra no es un pensador común, ni un escritor común; y
nos da, con un lenguaje que brilla por sí solo, con un lenguaje a la vez novel
y elaborado, preciso y lógico, una exposición muy comprensible y completa
de los derechos de los hombres en la sociedad… El libro está planeado para
dar un impulso a los pensamientos, y para interesar a la mente del público
en temas de gran importancia, y de naturaleza más abstracta. Se distingue
por los buenos sentimientos y el razonamiento cercano, y marcará una
época en la literatura de la moralidad científica».
LEADER
«No recordamos un trabajo de ética desde el de Spinoza con el que
pueda compararse por la simplicidad de sus argumentos, y la precisión
lógica con la que un sistema completo de éticas científicas evolucionan de
estos. Esta es una gran alabanza; pero la damos deliberadamente… Un
trabajo a la vez tan científico en espíritu y método, y tan popular en su
ejecución, debemos buscarlo en vano en bibliotecas de filosofía política».
NONCONFORMIST
«La cuidadosa lectura que le hemos dado nos ofreció un intenso placer, y
nos mostró el deber de expresar, con un énfasis poco común, nuestra
opinión de su gran habilidad y excelencia. El Sr. Spencer manifiesta una
combinación nada ordinaria de poder y cultura. Ha escrito un verdadero
trabajo filosófico — lógico casi hasta la perfección— y aunque nunca
pierde el carácter estrictamente científico que los pensadores
experimentados piden, es variado con ejemplos brillantes y atrae la simpatía
general, lo que hace que gane interés y fuerza de parte de la opinión
popular».
ALDO EMILIANO LEZCANO
INQUIRER
«Esta es la creación de un pensador agudo e independiente».
NEW YORK DAILY TRIBUNE
«Recomendamos “Estática Social” a la atención de nuestros editores
emprendedores. El libro solo debe ser conocido para predisponer una venta
entre todas las clases».
ALDO EMILIANO LEZCANO
CONTENIDO
PRÓLOGO .......................................................................................................................................... 1
INTRODUCIÓN ..............................................................................................................................15
LA DOCTRINA DE LA IDONEIDAD ....................................................................................15
LA DOCTRINA DEL SENTIDO MORAL ..............................................................................28
LEMA I ...............................................................................................................................................41
LEMA II ..............................................................................................................................................47
CAPÍTULO I: DEFINICIÓN DE MORALIDAD ..................................................................63
CAPÍTULO II: LA EVANESCENCIA DEL MAL ..................................................................67
CAPÍTULO III: LA IDEA DIVINA
Y LAS CONDICIONES DE SU REALIZACIÓN ..................................................................73
CAPÍTULO IV: DERIVACIÓN DE UN PRIMER PRINCIPIO .........................................83
CAPÍTULO V: DERIVACIÓN SECUNDARIA DE UN PRIMER PRINCIPIO ............96
CAPÍTULO VI: PRIMER PRINCIPIO .................................................................................... 108
CAPÍTULO VII: APLICACIÓN DE ESTE PRIMER PRINCIPIO ................................. 114
CAPÍTULO VIII: LOS DERECHOS DE VIDA Y LIBERTAD PERSONAL .............. 116
CAPÍTULO IX: EL DERECHO AL USO DE LA TIERRA .............................................. 118
CAPÍTULO X: EL DERECHO DE PROPIEDAD ............................................................. 128
CAPÍTULO XI: EL DERECHO DE PROPIEDAD EN IDEAS. .................................... 136
CAPÍTULO XII: EL DERECHO DE PROPIEDAD DE CARÁCTER ......................... 142
CAPÍTULO XIII: EL DERECHO DE INTERCAMBIO ................................................... 145
CAPÍTULO XIV: EL DERECHO DE LIBERTAD DE EXPRESIÓN .......................... 147
CAPÍTULO XV: MÁS DERECHOS ........................................................................................ 152
CAPÍTULO XVI: LOS DERECHOS DE LAS MUJERES ................................................. 153
CAPÍTULO XVII: LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS .................................................... 168
CAPÍTULO XVIII: DERECHOS POLÍTICOS ..................................................................... 189
CAPÍTULO XIX: EL DERECHO A IGNORAR AL ESTADO ....................................... 199
CAPÍTULO XX: LA CONSTITUCIÓN DEL ESTADO .................................................... 208
CAPÍTULO XXI: EL DEBER DEL ESTADO .................................................................... 236
CAPÍTULO XXII: EL LÍMITE DEL DEBER DEL ESTADO ......................................... 256
ALDO EMILIANO LEZCANO
CAPÍTULO XXIII: LA REGULACIÓN DEL COMERCIO ............................................. 275
CAPÍTULO XXIV: LOS SISTEMAS RELIGIOSOS ........................................................... 283
CAPÍTULO XXV: LAS LEYES DE POBRES ....................................................................... 288
CAPÍTULO XXVI: EDUCACIÓN NACIONAL ................................................................. 304
CAPÍTULO XXVII: COLONIAS DEL GOBIERNO ......................................................... 327
CAPÍTULO XXVIII: SUPERVISIÓN SANITARIA ............................................................ 340
CAPÍTULO XXIX: MONEDA, ACUERDOS POSTALES, ETC. ................................... 361
CAPÍTULO XXX: CONSIDERACIONES GENERALES. ............................................... 375
CAPÍTULO XXXI: RESUMEN................................................................................................. 415
CAPÍTULO XXXII: CONCLUSIÓN ....................................................................................... 421
ALDO EMILIANO LEZCANO
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PRÓLOGO
Pocos ensayos han desatado polémicas más ásperas durante tan largo
tiempo como lo ha hecho Estática Social de Herbert Spencer. Curiosamente,
el vasto espectro de ataques que este texto recibió (y aún recibe) es
inversamente proporcional al número de lectores que efectivamente han
acudido a examinar en detalle la obra en cuestión. Incluso no es de extrañar
que resultase prácticamente imposible hacerse de una edición de esta obra,
puesto que la misma era parte del agujero negro de los libros no reeditados
y crónicamente descatalogados. Herbert Spencer parecería pertenecer —al
menos hasta ahora— a un implícito Index Librorum Prohibitorum al que fue
condenado por un concilio espectral de creyentes estatistas, socialistas,
progresistas y comunistas. Afortunadamente existen hoy editores capaces de
desafiar estos tácitos acuerdos sellados desde la intencionalidad totalitaria
del pensamiento único y poner a disposición de los amantes de la libertad
libros bravíos como el que aquí nos convoca.
La mayor parte de las referencias a Spencer —normalmente de tono
descalificante— se han efectuado desde esas sombras que emanan de su
textualidad interdicta por las religiones seculares adoratrices del Estado. Al
habérselo oscurecido con el manto de un olvido que fue hilvanado
desprolijamente con los infames hilos de la distorsión, tiende a ser pre-
juzgado como un autor maldito cuyos contenidos son demasiado nocivos
para los forjadores de ensueños colectivistas. Ciertamente, Herbert Spencer
fue un individualista consecuente y lo suficientemente comprometido con
los cimientos de la causa libertaria como para ser repudiado por los
exorcizadores del liberalismo y/o del libertarismo primigenio. Esta peligrosa
definición del autor resultó desde siempre demasiado incomoda para
cualquiera de los lacayos del colectivismo que se reproducen tan
vertiginosamente en las cuevas de ratas académicas del siglo XIX… o del
XXI. Que haya sido estigmatizado como un pensador hereje debido a sus
filosos análisis sobre el rol del Estado y de los gobiernos condujo a que se
lo minimizara hasta el límite del injusto olvido. Lógicamente, siendo los
«intelectuales de Estado» una cofradía lo suficientemente extendida y
legitimada como para llegar a tomar el control de los claustros
universitarios, todas las condiciones estuvieron dadas para transformar la
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brillantez de esta magnífico pensador inglés en una opacidad indeseable en
la currícula universitaria. No pudiendo evitar referirse obligadamente a un
teórico de la talla de Spencer en cualquier programa de estudios, esa
mención quedó reducida a sintéticas alusiones a sus ideas, siempre extraídas
de comentaristas tomadas de comentaristas de otros comentaristas.
Las pesadillas totalitarias que se sucedieron en la historia del último siglo
y medio ratificaron que muchas de las anticipaciones que Spencer enunciara
en su texto fueron certeros presagios acerca de las distintas asfixias bajo las
que quedaría sofocada la libertad individual. La gradual fagocitación del
individuo en las fauces insaciables de la efigie del Estado —verificable en
los últimos experimentos socialistas y en todas las variantes mafiosas que
adoptan los populismos demagógicos— no sólo dan una retrospectiva
validación a sus metódicos análisis, sino que vuelven a poner a las ideas
spencerianas en una zona teórica obligatoria ineludible para el lector
libertario.
¿Por qué Estática Social aún sigue molestando a los que prefieren lamer la
suela del error antes que sortear las tempestades que se presentan en toda
búsqueda de la verdad? Por un lado es necesario insistir en el hecho de que
la deshonestidad intelectual ha sido el cedazo constante por el que se ha
cribado la producción de ideas spencerianas, impidiéndose así evaluar con
justeza sus planteos. Resulta incontable el número de ataques que los
colectivistas furibundos lanzaron contra las «políticamente incorrectas»
ideas que recorren este ensayo, siendo perfectamente constatable la mala fe
distorsionante que tiñó a esas críticas desde el mismísimo momento de la
publicación del texto a mediados del siglo XIX. De allí el valor que se
desprende de tomar contacto con Spencer desde Spencer mismo. Desde las
páginas de Estática Social el lector podrá juzgar el acierto de sus
observaciones, comprender en detalle lo apropiado de muchas de sus
propuestas, y formular eventuales objeciones correctamente fundamentadas
respecto del alcance de las analogías que establece entre la esfera social y la
evolución natural. Pero sobre todo, es una invaluable herramienta para
comprender la desproporción de las denostaciones que han ido destilando
durante años los historiadores, filósofos, políticos y economistas seguidores
del culto estatista.
Precisar los ejes que permanentemente transversalizan este ensayo
permite advertir cuan incomodantes han sido y siguen siendo las
afirmaciones enunciadas en Estática Social. Sus principales líneas de fuerza
giran en torno al fortísimo cuestionamiento hacia la autoridad
pretendidamente intocable del Estado, a la distrofia que representa el
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gobierno como interventor/regulador de las acciones humanas espontáneas,
a las limitaciones que se imponen a las singularidades de la libertad en
nombre de causas comunes, a la coacción que avasalla el inestimable valor
de lo cooperante y lo voluntario, a las políticas impositivas
hipersuccionadoras de los sectores productivos de la economía, al perverso
rol que deriva de toda forma de monopolio, a todo lo que represente una
amenaza restrictiva a las virtudes del libre comercio, a los preocupantes
riesgos y vulnerabilidades que implica para los miembros de una sociedad el
irrespeto de la propiedad privada, a la servidumbre, al esclavismo, al
colonialismo, a cualquier máscara adoptada por el mimetismo tiránico.
Indudablemente fue precisamente este núcleo de ideas —perfectamente
calificables de protolibertarias— el que causó que se ubicara tempranamente
a Herbert Spencer como un antagonista del intervencionismo estatal, como
un combatiente de los dogmatismos colectivistas, como un denunciante de
los daños que ocasionan las variantes de la ingeniería social, como un
pensador que no titubeó jamás en señalar a través de nítidas evidencias la
insanía de los mercaderes de infernales paraísos terrenales nacidos del ideal
del «bien común».
Intentaremos entonces presentar al lector desde este prólogo la mutua
influencia de tres planos que nos parecen centrales para inteligir
apropiadamente este texto. Nos estamos refiriendo a las condiciones
contextuales en que el presente ensayo fue concebido, al posicionamiento
de Spencer dentro del polemos victoriano, y algunos detalles de su biografía
que permitiran evaluar con mayor rigor la riqueza de este trabajo.
Los genealogistas de esta obra señalan que los primeros bocetos de
Estática Social fueron escritos alrededor de 1847, siendo la mayor parte
producida entre 1848 y 1850. En noviembre de 1848 Spencer había
comenzado a desempeñarse dentro del semanario financiero «The Economist»
como sub-editor, ámbito en el cual tomó contacto con el filósofo anarquista
Thomas Hodgskin y cuyas ideas impactaron fuertemente en su formación
ya perfilada como polímata. Ambos intercambiaron puntos de vista acerca
de muchos asuntos que se tornarían nodales en los futuros escritos
spencerianos: la validez del postulado que aspira a la búsqueda de la
felicidad para el mayor número de individuos, el alcance de las propuestas
utilitaristas, el concepto de propiedad privada, el rol de Estado como
coaccionador de la soberanía del individuo, etc. Más o menos para la misma
época ingresará también en su vida John Chapman, un muy particular editor
de libros cuyos temas y contenidos eran decididamente cuestionadores de
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las ideas imperantes en aquel momento. Su abanico de publicaciones
radicalizadas iban desde la política al sensible tema de la religión. Chapman
poseía un espíritu libérrimo y audaz que deslumbró de inmediato al joven
Spencer quien sintió que había dado con el empresario más apropiado de
todo el Reino Unido para publicar las controversiales cuestiones que ya iban
tomando forma en los borradores de lo que finalmente sería Estática Social.
Por otra parte, fue también John Chapman quien le abrió las puertas al
distinguido círculo de pensadores cuyas tertulias se desarrollaban los viernes
por la noche (los dining clubs constituyeron una modalidad de encuentro
entre escritores y científicos muy común durante el victorianismo tardío
inglés) bajo la tutela organizativa del editor libertario.
Pero este no sería el único círculo de luminarias que Spencer
frecuentaría: tiempo después formará parte del mítico X Club. Allí tomó
contacto frecuente con los más brillantes naturalistas de su tiempo: los
matemáticos William Spottiswoode y Thomas Hirst, el químico Edward
Frankland, el físico John Tyndall, el botánico/explorador Joseph Dalton
Hooker, el banquero polímata John Lubbock, el cirujano real George Busk.
De sus tiempos como miembro del X Club data la densa amistad co-
pensante que Spencer estableció con el biólogo especialista en anatomía
comparada Thomas Henry Huxley. El X Club constituía mucho más que
una red social para sus selectos nueve miembros. Entre sus razones
fundacionales, la más «insurrecta» respecto del orden dado era aquella que
manifestaba la firme voluntad de sus participantes de reformar las
conservadoras bases de la Royal Society… nada menos! Menudo objetivo
dentro del circunspecto universo de la Inglaterra del siglo XIX. El X Club,
en efecto, llegó a transformarse en una poderosísima autoridad en lo
concerniente a las discusiones científicas que suscitaban los principales
desarrollos del naturalismo del siglo XIX. Los miembros del club, entre los
cuales encontró un espacio notable de legítimo reconocimiento Herbert
Spencer, fueron cada uno de ellos, en sus respectivas áreas, un apoyo crucial
y contundente al impulso que iba teniendo la historia natural. De alguna
manera, esas nueve mentes deslumbrantes constituyeron la task force que
apuntaló la difusión y legitimación de la teoría de la evolución de las
especies enunciada por Charles Darwin. Los análisis teóricos y
publicaciones derivadas de estos encuentros entre pensadores defensores de
la teoría de la evolución ocasionaron algunos de los primeros episodios de
mayor enfrentamiento entre religión y ciencia en el mundo anglosajón. Con
argumentos que científicamente desenmascaraban las supersticiones
infundadas en las que estaban basados los supuestos orígenes de la especie
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humana en la biblia, llegaron a solicitar explícitamente que ésta última fuera
considerada como mera literatura y no como una fuente veraz de saber a la
que acudir en busca de explicaciones razonables. Este tipo de planteos,
presentados siempre en forma rigurosamente científica y a la vez
marcadamente combativos, impugnaban desde la razón los fabulados
relatos bíblicos re-ubicándolos en el género literario que les correspondía: el
de las fantasías mitológicas. Huelga decir que no tardó en desencadenarse
un huracán de denuncias por herejía hacia algunos de los participantes o
invitados del X Club.
Es en este fascinante clima epocal, en este escenario intelectual
reminiscentemente copernicano, en este punto bisagra en la historia de la
ciencia natural, en esta atmósfera de duras impugnaciones científicas a las
bases irracionalistas de las creencias religiosas, es allí precisamente en donde
debe contextualizarse el total de la producción de ideas de Spencer. Sin este
marco de referencia resultará incompleta cualquier interpretación de su
obra, incluyendo fundamentalmente Estática Social. Herbert Spencer,
probablemente guiado en principio por el lamarckismo, luego por las ideas
de desarrollo elaboradas por Robert Chambers y más tarde ya familiarizado
con los fundamentos darwinianos que se discutían en el X Club, fue quien
efectivamente pondrá la palabra «evolucionismo» en circulación para la
opinión pública. Su intención —no del todo errada, no del todo correcta—
de presentar una historia natural de las sociedades aplicando para ello el
rigor del marco teórico evolucionista y una suerte de «anatomía social
comparada» deben comprenderse dentro de este campo de batalla que
comenzaba a trazarse firmemente en torno a la revolución de ideas que
generó Darwin. Su concepción amplia de la evolución y las discusiones que
de su particular aproximación a esta teoría se desprendían, lo posicionan
como uno de los primeros en enfrentarse al Creacionismo. Tal como lo
destaca Daniel Dennett en «La peligrosa idea de Darwin», para Spencer la
evolución debia ser comprendida como un proceso universal en el que los
componentes biológicos u orgánicos forman parte de un cierto orden
espontáneo o auto-organización.
Tomemos un ejemplo del tipo de razonamiento que nuestro autor
despliega para inteligir las sociedades humanas desde la lente naturalista.
Spencer poseía una genuina preocupación por el exceso de leyes que
pretendían garantizar desde el Estado la supuesta felicidad de la población.
Esta inquietud ético-política lo llevó, precisamente a titular y subtitular
respectivamente a su ensayo bajo el nombre de Estática Social - O las
condiciones esenciales para la felicidad humana especificadas, y la primera de ellas
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desarrollada». La observación del mundo natural le ofrecía una vasta cantidad
de evidencia en torno a la diversidad, la no-fijeza, lo infintamente variable.
Lo dinámico y lo cambiante invalidaban —desde su punto de vista—
cualquier suposición que sostuviera que las unidades individuales son
establemente rígidas o fácilmente standarizables. No hay un hombre igual a
otro, y esa singularidad individualista radical hace empíricamente imposible
e inviable que un gobierno/estado/partido/ideología pretenda poseer la
fórmula mágica de la plena satisfacción colectiva. De esta forma, cualquier
intento por parte de una entidad política de proveer garantida «felicidad» a
sus miembros o gobernados no podrá establecerse sin una voluntad de
uniformización falsa que terminará violentando esta configuración natural
diversa propia de cada unidad individual de una sociedad. Su lucidez le
permitía así interpretar cualquier afán intervencionista de gobiernos y
Estados como mecanismos que finalmente obstruirán inexorablemente el
natural curso de las acciones a través de las cuales cada quien debe hallar su
particular modo de dar con el pleno despliegue de sus humanas potencias.
Spencer se rehusaba a confiar la búsqueda de las satisfacciones y plenitudes
de los individuos a las mafias en control del Estado, pues éstas terminan
siempre encubriendo su afán de perpetuación en el poder tras la mendaz
justificación de ser los más adecuados intermediarios para hacer llegar a los
ciudadanos a tales nobles ideales colectivos. De lo que se deriva que
manifieste asimismo abiertamente su sospecha sobre esta tal «benevolencia»
de los políticos. Esto último lo hará ubicando perfectamente en el ojo de su
cuestionamiento al mismísimo Estado. El orden natural no compatibiliza
con la intervención estatal, y ni siquiera un hipotético gobierno mínimo es
ecuacionable con la aceptación del Estado. El gobierno no es mucho más
que una expresión organizativa temporal que por la vía de una frondosa
urdimbre de supersticiones políticas tiende a percibirse falsamente como
perenne. En este delicado punto deberíamos entrever cómo el Spencer
minarquista abre tácitamente la posibilidad futura de repensar formas de
gobernabilidad sin Estado, e incluso, formas de organización social sin
gobierno. Muchas de estas cuestiones (tan caras al libertarismo) lo
emparentan desde este temprano escrito con la corriente de pensadores en
la que habrán de abrevar economistas y filósofos como Friedrich von
Hayek, Robert Nozick, o Murray Rothbard.
Imaginemos, aunque sea por un instante, la inconveniencia que para
muchos habra sido leer las spencerianas reflexiones en las que
explícitamente se propone el derecho a abandonar el vínculo con el Estado,
el derecho a renunciar a la protección que éste dice brindar, el derecho de
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negarse a seguir financiando su maquinaria incompetente, ineficaz e
inmoral. Indudablemente, esta voluntad de desacralización del Estado y de
revisión de la problemática de la gobernabilidad le costó a Spencer una
legión de adversarios que no cesarían de multiplicarse en la misma medida
en que el estatismo lograba nuevos adeptos.
La génesis de Estática Social nos muestra así a un joven Spencer decidido
a ir a contracorriente de su propio tiempo: un don que sólo pueden cultivar
con tezón y perseverancia los espíritus libres. Algunas notas biográficas
apuntan a ratificar ciertas conexiones innegables entre su vida, su
personalidad, su rigurosidad y el resultado ensayístico a través del cual nos
ha comunicado sus pensares. Veremos entonces como se hubo de producir
esta imbricación bio-intelectual a través de la elaboración misma de Estática
Social. Mientras trataba de terminar su obra en los escasos ratos que le
dejaban sus obligaciones laborales en The Economist, fue notando que los
progresos en su ensayo se volvían cada vez más lentos: las interrupciones
ajenas a su voluntad se multiplicaban, y a esto había que agregarle que su
salud siempre estuvo algo resentida (mencionemos que, de los hijos nacidos
del matrimonio entre William George y Harriet Holms, el primogénito
Herbert fue el único frágil sobreviviente —the fittest…— que logró
sobrepasar los dos años de vida puesto que ninguno de sus seis hermanos
tuvo esta suerte). Refiriéndose a las causas de estas demoras, surge que las
mismas obedecían en gran medida a la minuciosidad perfeccionista a la que
Spencer someterá a esta obra y las subsiguientes. El esfuerzo esmerado de
un escritor casi escultórico de su estilo ha quedado registrado en sus
autocríticas en torno a la construcción de Estática Social, autocríticas que
pueden rastrearse en la correspondencia que en aquel período mantuvo con
su padre. Herbert reconoce en esos intercambios epistolares que,
efectivamente, la lentitud en la escritura obedecía a la alta exigencia que él
mismo hubo de autoimponerse en torno a la composición y a la producción
de un estilo que lo dejara realmente conforme. La búsqueda escrupulosa de
errores en la sintaxis de sus oraciones, el armado de una lógica interna que
redujera casi por completo la triple distancia que por momentos se le
presentaba entre la idea a exponer, la claridad expositiva que ansiaba
alcanzar, y la potencia del planteo que deseaba transmitir extendieron el
tiempo de armado de este ensayo. Este afán por construir un edificio
conceptual a la vez tan complejo y profundo como simple de entender,
llevó a postergaciones que recién permitieron que en la primavera de 1850
el primer manuscrito definitivo de Estática Social llegara a manos de su
corajudo editor, obviamente, John Chapman.
ALDO EMILIANO LEZCANO
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La obra generó inmediatas resonancias, y mediatos efectos. Fue
comentada no sólo en el Reino Unido entre personalidades destacadas de
diversas áreas de la ciencia, las humanidades, la economía, y la política, sino
también entre pensadores americanos. Herbert Spencer había cruzado así el
océano, territorio donde llegaría años más tarde a influenciar a sociólogos
de la talla de William Graham Sumner (un firme defensor del libre
comercio, opositor a la redistribución coercitiva, denunciante de los
plutócratas aliados del Estado, e inventor conceptual de la expresión
«etnocentrismo» con la que expresaba su rechazo al imperialismo). Incluso,
si aún nos apegamos temporalmente al impacto generado por el libro
durante la segunda mitad del siglo XIX en los EEUU, notaremos que las
ideas que Spencer despliega en su Estática Social resultaron de inmenso valor
argumentativo para los americanos que apoyaban el abolicionismo puesto
que establece una conexión entre colonialismo y esclavitud sobre la que
insistirá en distintos momentos del ensayo. La esclavitud trajo en su tren las
maldiciones multiplicadas de un estado social enfermo, dirá en alusión a los estados
sureños de América cuyos «ruinosos resultados» mostraban el contraste de su
improsperidad si se los comparaba con la situación de sus conciudadanos
norteños. Spencer enfatizará su clara oposición a la esclavitud y no se
cansará de mencionar los estragos de la obediencia servil bajo la que se
anulan los derechos individuales. Para él, el sometimiento de un individuo a
otro —en cualquier escala o forma que ese sometimiento adopte— es
repudiable pues transgrede el núcleo en que se funda la práctica de la
libertad. Los diversos formatos que adquiere la esclavitud y los grados
diferentes en que ésta se manifiesta ponen en visibilidad que lo que se le
sustrae al individuo reducido a una condición servil es su derecho a
satisfacer sus propias necesidades en pos de satisfacer las de otro. El
esclavo, el obediente, el subordinado a una voluntad no-propia que impone
alguien sobre los propios intereses es objeto de un acto violatorio de la
libertad que no puede ser aprobado por ningún hombre civilizado. Spencer
relativiza correctamente el hecho de que los esclavos sean pocos o muchos,
o que la coacción sea ejercida por mayorías o por una minoría. En esta
misma línea tuvo el coraje de denunciar otra «gran superstición»: la de creer
que la verdad puede establecerse como efecto de los votos mayoritarios.
Poco más tarde Sumner no hará sino profundizar este señalamiento
spenceriano al declarar que la democracia es un sistema que está bien lejos
de combatir los peligros de la plutocracia, siendo más bien su perverso
salvoconducto gracias al cual se perpetuará la alianza entre políticos
ALDO EMILIANO LEZCANO
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inescrupulosos e intervencionismo estatal en detrimento de la economía de
libre mercado y el desarrollo integral de cada individuo.
Pero el desembarco de esta obra de Spencer en los EEUU también
representó el inicio de la mayor estigmatización negativa del autor inglés.
Nos referimos aquí a la controversia de la que emergieron las más duras
descalificaciones contra Herbert Spencer y su etiquetamiento de frío y
salvaje «darwinista social». Acusado de que sus ideas proponían dejar morir
de hambre a los pobres para eliminar a los peor adaptados, en 1892 (con un
Spencer ya más envejecido y abrumado por las distorsiones a las que se
sometía a muchas de sus ideas y las acusaciones a su persona de «monstruo
frío carente de corazón») llegó a aprobar que en la reedición corregida de
Estática Social se eliminara el magnífico capítulo «El derecho a ignorar al
Estado».
Si Spencer aún hoy es citado vagamente en textos, conferencias, papers o
debates políticos dentro de ese peculiar aparato de propaganda que son las
mal llamadas «instituciones de educación superior», su mención sigue siendo
con fines defenestratorios. En el derroche de verborreas masturbatorias con
las que tanto goza el mainstream académico, no hay lugar para el radicalismo
directo del individualismo y antiestatismo spencerianos. Y hasta cuando se
le hace lugar dentro de los infértiles relatos rebuscados de los intelectuales
de la progresía es para tomarlo como blanco fácil a través del que
indoctrinar el sentimentalismo colectivista. Encuéstese a cualquier
estudiante de grado o posgrado acerca de los contenidos de la obra
spenceriana, y surgirá de inmendiato un acotado número de palabras que
resumen la distorsionada mirada con que tienden a prejuzgarse sus planteos.
Expresiones como la antemencionada «darwinismo social», opiniones
emocionales que no dejan de mencionar esta supuesta insensibilidad ante
los pobres y los débiles, y otras similares acuden de inmediato a la mente
mediocre de esos pseudocríticos que jamás han tocado un libro de este
pensador inglés. Spencer sigue siendo entomologizado como si se tratara de
un insecto portador del peligroso virus liberal y de las bacterias
protolibertarias. Se lo presenta como el transmisor de una imperdonable
incitacion a la desobediencia a través de su filosofía individualista como
principal impugnadora de la legitimidad de la sagrada maquinaria estatal. Su
aspiración a ubicar a la libertad en el centro de la discusión política y al
individuo en el foco de la reflexión ética quedó invisibilizada por esa
práctica tan extendida que es destruir la reputación de un hombre
amparándose en la insinceridad deformatoria de sus acciones o
pensamiento.
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En 1944 Richard Hofstadter colocó a la obra de Spencer en la mira de
los rumiantes universitarios de izquierda apegados al fanatismo emanado del
culto socialista y el credo comunista. Bajo el particular clima del New Deal,
Hofstadter (un devoto afiliado al Partido Comunista americano) fue quien
se encargó de acusar agresivamente a Spencer de propiciar la desigualdad
económica, la insensibilidad social, y el desprecio brutal a los pobres y
débiles. También se lo tildó de apólogo del conservadurismo extremo. Es
remarcable el hecho de que haya sido el propio Hofstadter —y no
Spencer— quien inventara y utilizara la expresión «darwinismo social».
Tergiversaciones mediante, acusó así a Spencer de aplicar
inescrupulosamente los principios de la selección natural y de la
supervivencia del más apto para justificar de tal modo la existencia de las
desigualdades económico-social. Spencer fue catalogado como un
divulgador de posturas eugenésicas racistas y un legitimador de la ferocidad
competitiva. Una vez más en la historia de las ideas, los ideólogos del
totalitarismo y del pensamiento único mostraban triunfantes la cabeza de un
defensor de la libertad en la punta venenosa de su lanza. Y una vez más lo
hacían desde la infamia, la mentira y el fraude interpretacionista.
¡Qué lejos se encuentra de esta serie de implacables juicios errados quien
ha dicho, textualmente, que toda violencia supone criminalidad! Contrario a lo
que sus detractores han proyectado sobre él, Spencer alude a la noción de
fittest (que puede traducirse como «más fuerte», «más apto», o «mejor
adaptado») queriendo significar con la utilización de esta expresión una
preocupación que puede rastrearse en muchos apartados de sus trabajos:
nos referimos a su inquietud en torno a la invalidez de cualquier ley humana
que sea contraria a la ley de la naturaleza. Su optimismo le hace creer que el
progreso de las sociedades humanas obedece y obedecerá al desuso de la
fuerza y a la eliminación de la aplicación de la violencia, camino que
conduciría hacia intercambios basados en la cooperación voluntaria. La
fuerza ciega de la evolución de las especies —sin finalidad, sin sentido del
bien ni del mal— seguirá siempre estando allí, operando a través de los
mecanismos de selección natural. La competencia existirá igualmente, y las
«unidades individuales» podrán adaptarse a su medio más o menos
exitosamente. Todo eso, que no es sino lo más descarnado de nuestra
inexorable condición animal, seguirá operando. Pero siendo el hombre un
ser intervinculado con otros (a través de la empatía, la actitud cooperante, el
impulso caritativo, la voluntad benéfica, los sentimientos de auténtica
nobleza, etc.) y dado que las sociedades han llegado a un punto de
desarrollo en que la tecnología apuntala muchas de estas interacciones
ALDO EMILIANO LEZCANO
11
positivas entre los miembros de una sociedad, siempre habrá oportunidad
para mitigar con la espontaneidad de la acción humana los posibles efectos
naturales de la selección. Spencer sabe perfectamente que ni las epidemias,
ni las enfermedades, ni las malformaciones, ni la muerte son eliminables de
la vida humana. Pero claramente hablará de los efectos «mitigantes» de las
acciones humanas voluntarias y genuinamente nacidas del anhelo de ayudar
en forma benéfica a otros. Todo ello lo volvía también un ferviente
opositor a los programas sociales financiados con impuestos en los que no
dejaba de ver un mecanismo de perversa subsidiaridad a la pobreza, que
lejos de mejorar la situación de los más desfavorecios, perpetuaba la cadena
causal real de tal condición. Por otra parte, el principio de «igual libertad» en
base al cual se organizará todo el andamiaje de su ética, se halla en la base de
su individualismo libertario. Éste —concebido dentro la historia natural de
las especies— lo impulsa asimismo a interrogarse sobre el mejor modo en
que pueden sobrevivir, desarrollarse y realizarse las unidades individuales
humanas. Es así clave que todos los hombres disfruten del máximo de
libertad, y es por esta misma razón que su individualismo radical observa
que han sido los gobiernos quienes más han hecho por entorpecer, truncar
y anular en muchos casos este principio ético. Rebarbarizados por efecto de
las sociedades de control y el hipergobierno, la voluntad del individuo para
establecer contratos libres mutuamente beneficiosos ha sido sustituida por
la coaccción del Estado y su agresiva capacidad para imponer lo que llamará
«cooperación forzosa» a través del monopolio de la fuerza.
Quien se adentre en las páginas de Estática Social comprobará que pocos
pensadores han fundamentado desde tanta cantidad de perspectivas su
desaprobación a la ferocidad entre individuos, su rechazo a la agresividad de
la coacción, su desprecio condenatorio a cualquier mecanismo de violencia
como Herbert Spencer. Incluso es muy elocuente su llamamiento a no
juzgar a los miembros de sectores sociales por la mera pertenencia a estos
(en el apartado 6 del capítulo XX «La constitución del estado» ofrece una
mirada rotundamente compasiva hacia los sectores más desfavorecidos de la
sociedad poniendo en evidencia lo fácil que resulta abrir juicios de valor
descalificantes contra los trabajadores y los que se hallan en situación de
pobreza desde el cómodo sillón en que se apoltronan los enjuiciadores
pertenecientes a los sectores más acomodados). No habrá de asombrarnos
que, en la misma dirección, declare su apoyo a las asociaciones de
trabajadores, siempre y cuando éstas se basen en pactos voluntarias,
resultándole inaceptable la agremiación compulsiva. Spencer explicita que
parte del objetivo de las asociaciones sindicales ha de ser disminuir todo
ALDO EMILIANO LEZCANO
12
cuanto se pueda la dureza de los empleadores. Resulta poco menos que
llamativo que siendo estas algunas de las afirmaciones que el lector hallará
en Estática Social se siga proyectando hacia Spencer tanta ignominia.
Su defensa del principio de no agresión (consideraba al deseo de mandar
como un deseo bárbaro, repudiable por implicar una objetable apelación a la
fuerza) y su rechazo a la brutalidad colonial-militarista a través de la que se
expolian los recursos de territorios extranjeros tampoco se condice con los
supuestos que hizo recaer la izquierda contra el pensamiento spenceriano.
En Estática Social Spencer impugnará de plano toda forma de coacción, y
por ende, no hay lugar en su obra para ninguna maniobra colectivista de
naciones con afanes imperiales. Mal que les pese admitir a los socialistas y
residuales comunistas (tan afectos ellos a la banalidad paradojal de vestir
remeras con la cara de Ernesto «Che» Guevara atribuyéndole a este asesino
serial las virtudes redentoras de salvar del poder del «imperio yanqui» a
pueblos oprimidos… mediante las atroces carnicerías que provocó con las
balas de su fusil), Spencer sí ha sido un hombre rotundamente pacífico a la
hora de defender su posición antiimperialista, y lo ha sido en el sentido
profundo de lo que implica esta expresión.
¿Qué legado nos ha dejado Spencer a través de los postulados libertarios
de su Estática Social? Pues se ocupa de dar firmes argumentaciones en torno
al derecho del ciudadano a abandonar su vínculo con el Estado; indaga en la
urgencia con que es preciso que el ciudadano comprenda que su condición
de esclavo moderno ha de revertirse sólo cuando retire su apoyo a la
maquinaria estatal y ejerza su derecho a negarse a colaborar en el robo
compulsivo que representa la exacción tributaria; advierte acerca del peligro
a que conllevan las creencias políticas que entronizan a las mayorías como
entidades omnipotentes indiscutibles; se pregunta desde múltiples
perspectivas acerca de la ficción de necesidad con que presentamos honores
a esa deidad indoctrinada/indoctrinadora que es el Estado; nos abre los ojos
a las complejas facetas de análisis que exige el pensar sobre la
fenomenología del gobierno en tanto órgano avasallador de las voluntades
individuales; desmenuza en detalle los efectos de la intromisión estatista en
la educación, en la salud, en la vida cívica; se interroga abiertamente sobre
todos los planos moral y económicamente cuestionables que quedan
implicados en la barbarie de la cuestión colonialista; deja manifiestamente
en claro que hombres y mujeres deben ubicarse en una posición de plena
igualdad ante la ley; no ceja en su esfuerzo de denunciar que el sensible
tema de la pobreza no ha de ser resuelto bajo el ensueño narcotizante de un
Estado redistribucionista que juega su partida como entidad mágica
ALDO EMILIANO LEZCANO
13
benevolente quitando a unos para subsidiar a otros; impugna los privilegios
concedidos por el Estado y las protecciones obscenas con las que éste crea
una casta de prestadores de servicios ineficientes e incompetenetes; no
pierde oportunidad de remarcar los abusos que vergozosamente derivan del
establecimiento de cualquier forma de monopolio; expresa su indignación
ante la justicia como descomunal manufacturadora de leyes que serán
usadas con propósitos extorsivos contra los ciudadanos, dejándolos a la
intemperie en una paradojal maraña de derechos que no los protegen ni los
benefician.
Estática Social es algo más que un ensayo: es el ciudadoso tejido de
conexiones producido por un librepensador. Es el derrotero de planteos
tramados a través de finas conexiones lógicas que permiten recorrer desde
la claridad expositiva inobjetable el ideario de un hombre honestamente
reflexivo que dejó planteadas las principales rutas por las que luego
transitaría el devenir libertario. El núcleo de intencionalidades que Spencer
trata de exponer a mediados del siglo XIX recorre asuntos fundamentales
de aquella época que resultan a la vez perfectamente acoplables a la agenda
libertaria de nuestro siglo XXI. Es imposible no percibir que estamos ante
un pensador clave en la historia de la defensa de la libertad.
Estática Social representa una de los más completos retratos del
pensamiento de Herbert Spencer. Aquí podrá vérselo empuñar las armas de
la crítica política, pulimentar las herramientas inquisitivas del sociólogo,
detenerse en las cavilaciones conceptuales del filósofo, trabajar desde la
analítica del economista, practicar la microscópica pasión del observador
natural. Es este un texto cuyos contenidos componen un exquisito
caleidoscopio imprescindible e ineludible para aquellos deseosos de adquirir
una mirada propia sobre este excepcional victoriano. Para el lector
entrenado en las bellas artes del pensar por sí mismo, para aquellos que no
renuncian a la maravillosa tosudez de ser sesudamente leales a lo que le
transmiten sus propios razonamientos, para los que ya han advertido
sobradamente que el único modo de construir un juicio de valor sobre un
autor y su obra es volver a la «instancia de la letra», hacia todos ellos se
encuentra dirigida esta edición en español de Editorial Innisfree de Estática
Social. Quedan ustedes a las puertas de la audacia parresiasta de este
magnífico pensador inglés... sapere aude!
Gabi Romano
Sudáfrica, diciembre de 2013
ALDO EMILIANO LEZCANO
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ALDO EMILIANO LEZCANO
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INTRODUCIÓN
LA DOCTRINA DE LA IDONEIDAD
§ 1
«Danos un guía» lloran los hombres al filósofo. «Escaparíamos de estas
desgracias en las que estamos envueltos. Hay un estado mejor presente en
nuestra imaginación, y lo deseamos; pero todos nuestros esfuerzos para
realizarlo son en vano. Estamos cansados de eternos fracasos; dinos a través
de qué ley podemos alcanzar nuestro deseo».
«Cualquiera que sea apropiada es correcta» es una de las últimas de las
muchas respuestas a esta solicitud.
«Verdad» responde alguno de los candidatos. «Con la Deidad correcto y
apropiado son términos sin duda intercambiables. Para nosotros, sin
embargos, ahí queda la pregunta — ¿Cuál es el antecedente y cuál es el
consecuente? Reconociendo tu supuesto de que correcto es la cantidad
desconocida y apropiado la conocida, la fórmula puede ser útil. Pero
rechazamos tus hipótesis. Una experiencia dolorosa ha probado que las dos
son igualmente indeterminadas. No, empezamos a sospechar que el correcto
es el más fácil de determinar de los dos; y que tu máxima podría ser mejor si
se transpusiera a — lo que fuera correcto es apropiado.
«Que vuestra ley sea, la felicidad más grande para el mayor número de
personas» interpone otra autoridad.
«Esa, como la otra, no es ninguna ley», contestan, «sino más bien un
enunciado del problema a ser resuelto. Es tu “felicidad más grande” lo que
hemos estado buscando durante tanto tiempo y sin resultados; aunque
nunca le hayamos dado un nombre. No nos dices nada nuevo; solo le pones
nombre a lo que nosotros queremos. Lo que tú llamas una respuesta, es
simplemente nuestra propia pregunta dada la vuelta. Si esta es tu filosofía
ciertamente no tiene valor, pues simplemente repite la pregunta».
«Tened un poco de paciencia» vuelve el moralista, «y os daré mi opinión
de cómo asegurar esta felicidad más grande para el mayor número de
personas».
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16
«Otra vez» — exclaman los opositores «confundes nuestra petición.
Queremos algo más que opiniones. Ya hemos tenido suficientes. Cada
esquema inútil para el bien general ha estado basado en una opinión; y no
tenemos garantía de que tu plan no añada uno más a la lista de fallos. ¿Has
encontrado la manera de crear un juicio infalible? Si no, tú estás, por lo que
podemos percibir, tan a oscuras como nosotros. Es verdad, has conseguido
una idea más clara del fin donde hay que llegar; pero en cuanto al camino
que lleva hacia él, tu ofrecimiento de una opinión prueba que no sabes nada
con más certeza que nosotros. Objetamos antes tu máxima porque no es lo
que queríamos — un guía; porque no dicta un modo seguro de asegurar el
desiderátum; porque no pone voto sobre una política equivocada; porque
permite cualquier acción — mala, tan fácilmente como la buena — siempre
y cuando los actores las crean propicias para el final prescrito. Tus doctrinas
de “apropiado” o “utilidad” o “bien general” o «”la felicidad más grande
para el mayor número de personas” no permiten una sola orden de carácter
práctico. Deja que solo lo gobernantes piensen, o que los profesores
piensen, que sus medidas beneficiarán a la comunidad, y tu filosofía quedará
muda en presencia de la locura más atroz, o en la peor praxis. Esto no hará
nada por nosotros. Buscamos un sistema que pueda devolvernos una
respuesta definitiva cuando preguntemos — “¿Es esta una buena acción?”
y no como la tuya, responda — “Sí, te beneficiará”. Si nos puedes mostrar
una así — si nos puedes dar un axioma de que podamos desarrollar
sucesivas proposiciones hasta que hayamos resuelto todas nuestras
dificultades con certeza matemática — te lo agradeceremos. Si no, debemos
buscar en otro sitio».
En su defensa, nuestro filósofo dice que dichas expectaciones son
irracionales. Duda de la posibilidad de una moralidad estrictamente
científica. Además mantiene que su sistema es suficiente para todos los
objetivos prácticos. Ha señalado claramente la meta a alcanzar. Ha
estudiado el camino que hay entre nosotros y esta. Cree que ha descubierto
la mejor ruta. Y al final se ha ofrecido voluntario como pionero. Habiendo
hecho todo esto, proclama que ha hecho todo lo que se esperaba de él, y
desprecia la oposición de estas críticas como facciosa, y sus objetivos como
frívolos. Vamos a examinar esta posición más de cerca.
ALDO EMILIANO LEZCANO
17
§ 2
Asumiendo que en otros aspectos sea satisfactoria, una ley, principio, o
axioma, tiene valor solo si las palabras con las que se expresa tienen un
significado definitivo. Los términos utilizados deben aceptarse
universalmente en el mismo sentido, de otra manera la proposición será
responsable de varias interpretaciones, como de perder lo que asegura el
título — una ley. Entonces tenemos que dar por hecho que cuando
proclama «la felicidad más grande para el mayor número de personas» como
la ley para la moralidad social, su creador supone que el ser humano es
unánime en su definición de «la felicidad más grande».
Esta fue la hipótesis más desafortunada, porque no hay hecho más
palpable que el estándar de felicidad es infinitamente variable. En todas las
edades, en cada persona, en cada clase, encontramos diferentes ideas
consideradas de esta. Para un gitano nómada un hogar es agobiante;
mientras que un suizo es desgraciado sin uno. El progreso es necesario para
el bienestar de los anglosajones; por otro lado los esquimales están
satisfechos con su miserable pobreza, no tienen deseos latentes, y aún son
lo que eran en los días de Tácito. Un irlandés se deleita en una ronda; un
chino en pompa y ceremonias; y los normalmente apáticos hebreos se
vuelven ruidosamente entusiastas ante una pelea de gallos. El paraíso del
hebreo es «una ciudad de oro y piedras preciosas, son una abundancia
sobrenatural de trigo y vino;» el del turco — un harén poblado de hurís; el
del indio americano — un «feliz terreno de caza»; en el del paraíso nórdico
había batallas diarias con curación mágica de heridas; mientras que el
australiano espera que después de la muerte él pueda «renacer como un
blanco, tener un montón de monedas de seis peniques.» Continuando con
casos individuales, encontramos a Luis XVI interpretando que «la felicidad
más grande» significa hacer cerraduras; en vez de lo que su sucesor
interpreta — crear imperios. Parece que la opinión de Licurgo era que el
perfecto desarrollo físico era la esencia imprescindible para la felicidad
humana; Plotino, por el contrario, no era tan puramente ideal en sus
aspiraciones como para estar avergonzado de su cuerpo. Ciertamente la
multitud de respuestas contradictorias dadas por los pensadores griegos a la
pregunta ¿Qué constituye la felicidad? Han dado ocasión a comparaciones
que ahora se han convertido en triviales. Ni se ha mostrado una mayor
unanimidad entre nosotros. Para un miserable Elwes amasar dinero era el
único disfrute en la vida; pero Day, el autor altruista de «Sandford y
ALDO EMILIANO LEZCANO
18
Merton» no encontraba placentero el reparar en gastos en su distribución.
La calma rural, los libros, y un amigo, es lo que quiere el poeta; un trepador
más bien anhela un gran círculo de conocidos con títulos, un palco en la
ópera y la libertad de Almack. Las ambiciones de un comerciante y de un
artista no se parecen en nada; y si comparamos los castillos en el aire de un
labrador y de un filósofo, encontraríamos amplias diferencias en los órdenes
de arquitectura.
Generalizando tales hechos, vemos que el estándar de «felicidad más
grande» posee tan poca fijeza como los otros exponentes de la naturaleza
humana. Entre naciones, las diferencias de opinión son bastante evidentes.
Contrastando a los patriarcas hebreos con sus actuales descendientes,
observamos que incluso en la misma raza el ideal de belleza de la existencia
cambia. Los miembros de cada comunidad no coinciden sobre la pregunta.
Tampoco, si comparamos los deseos de un escolar codicioso con aquellos
que tendrá el transcendentalista que desprecia la tierra en el que
seguramente se convertirá, no encontramos ninguna constancia en el
individuo. Así que debemos decir, no solo que cada época y cada pueblo
tiene sus concepciones particulares de la felicidad, si no que dos hombres
no tienen las mismas concepciones; y además en cada hombre la
concepción no es la misma en ninguno de los períodos de la vida.
La lógica de esto es bastante simple. La felicidad significa un estado
satisfecho de todas las facultades. La gratificación de una facultad es
producida por su ejercicio. Para ser agradable ese ejercicio debe ser
proporcional al poder de la facultad; si no es suficiente aumenta el
descontento, y su exceso produce fatiga. Por lo tanto, tener felicidad
completa es tener todas las facultades ejercidas en la proporción de todos
sus desarrollos; y un arreglo ideal de las circunstancias calculadas para
asegurar esto constituye el estándar de «felicidad más grande;» pero las
mentes de dos individuos no contienen la misma combinación de
elementos. No se va a encontrar dos hombres iguales. En cada uno hay un
balance diferente de deseos. Por tanto las condiciones adaptadas para la
mayor satisfacción de uno de ellos, podría perfectamente no abarcar el
mismo final para ningún otro. Y consecuentemente la noción de felicidad
debe variar con la disposición y el carácter; es decir, debe variar
indefinidamente.
Por lo tanto también se nos lleva a la inevitable conclusión de que una
verdadera concepción de lo que la vida humana debe ser es solo posible
para el hombre ideal. Podemos hacer estimaciones aproximadas, pero sólo
en quién los sentimientos componentes existen en sus proporciones
ALDO EMILIANO LEZCANO
19
normales es capaz de una aspiración perfecta. Pero como el mundo todavía
no tiene nada de esto, se deduce que una idea específica de «felicidad más
grande» es inalcanzable en el presente. No es de sorprender que Paley y
Bentham hagan vanos intentos de una definición. La pregunta supone uno
de esos misterios que el hombre siempre está intentando comprender y que
siempre falla. Es el enigma irresoluble que Care, como una esfinge, propone
a cada recién llegado, y en falta de respuesta lo devora. Y aún no hay un
Edipo, ni rastro de ninguno.
Posiblemente alguien hará el alegato de que estas son objeciones
hipotéticas, y que en la práctica todos estamos bastante de acuerdo con lo
que «felicidad más grande» significa. Sería fácil desmentir esto, pero es
innecesario, ya que hay un montón de preguntas suficientemente prácticas
pasa satisfacer a dicho crítico, y sobre las que los hombres no exponen nada
de esta unanimidad fingida. Por ejemplo:
— ¿Cuál es la proporción entre los disfrutes mentales y corporales que
constituyen esta «felicidad más grande»? Hay un punto en el que el
incremento de la actividad mental produce un aumento de la felicidad, pero
que sobrepasando éste, al final produce más dolor que placer. ¿Dónde está
ese punto? Algunos parecen pensar que la cultura intelectual y las
gratificaciones que se derivan de ella difícilmente pueden ser llevadas a ese
extremo. Otros mantienen también que entre las clases educadas la
excitación mental se recibe en exceso; y que cuanto más tiempo se le dé a
una buena satisfacción de las funciones animales, se conseguirá una
cantidad mayor de placer. Si «felicidad más grande» tiene que ser la ley, se
necesita decidir cuál de estas opiniones es la correcta; y además determinar
el límite exacto entre el uso y el abuso de cada facultad.
— ¿Cuál es realmente un elemento en la felicidad deseada, la satisfacción
o la ambición? En términos generales se asume, habitualmente, que es la
satisfacción. Creen que es lo principal para el bienestar. Hay otros, sin
embargo, que están de acuerdo con eso pero que por descontento aún
deberíamos ser salvajes. La mayor motivación para el progreso está en sus
ojos. Es más, ellos mantienen que si la satisfacción fuera el orden del día, la
sociedad hubiera empezado a decaer. Se requiere conciliar estas teorías
contradictorias.
— Y este sinónimo para «felicidad más grande» — esta «utilidad» — ¿De
qué debe constar? Millones lo limitarían a las cosas que directa o
indirectamente atienden a las necesidades corporales, y en palabras del
proverbio «ayudan a poner algo en el plato». Hay otros que piensan que
mejorar la mente es útil, independiente de los llamados resultados prácticos,
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20
y enseñan astrología, anatomía comparativa, etnología, y cosas así, junto con
lógica y metafísica. A diferencia de algunos escritores romanos que estaban
de acuerdo en que las bellas artes eran totalmente salvajes, ahora hay
muchos que ven utilizad en comprender la poesía, la pintura, la escultura,
las artes decorativas, y cualquier cosa que ayude al refinamiento del gusto.
Además un grupo extremo que mantiene que la música, el baile, el teatro, y
todo lo que comúnmente se llama entretenimiento, también valen la pena
ser incluidos. Hay que llegar a un acuerdo en lugar de todo este desacuerdo.
— ¿Sí adoptásemos la teoría de alguien de que la felicidad significa el
mayor disfrute posible de los placeres de la vida, o de otros, de que eso
consiste en anticipar los placeres de vida que van a llegar? Y si aceptamos el
problema y decimos que se deberían combinar ambos, ¿cuánto de cada uno
iría en esta composición?
— ¿Y qué deberíamos pensar de nuestra época de búsqueda de riquezas?
¿Deberíamos considerar la absorción total de tiempo y energía en los
negocios — la esclavitud de la mente a las necesidades del cuerpo — el
gasto de vida en la acumulación de recursos para vivir, como constituye «la
felicidad más grande», y actuar en concordancia? ¿O deberíamos legislar
sobre la hipótesis de que esto tiene que contemplarse como la voracidad de
una larva asimilando material para el desarrollo de la futura psiquis?
Preguntas similares sin descubrir pueden crearse indefinidamente. No es
solo teóricamente imposible un acuerdo sobre el significado de «felicidad
más grande», sino que también es obvio, que el hombre tiene problemas
con todos los temas, para los que su determinación requiere nociones
definidas de ello.
Así que para dirigirnos a esta «felicidad más grande para el mayor
número de personas», como el objetivo al que deberíamos dirigirnos,
nuestro piloto «guarda la promesa para nuestros oídos y la rompe para
nuestra esperanza». Lo que nos muestra a través de su telescopio es una
Fata Morgana, y no la tierra prometida. El verdadero paraíso de nuestras
esperanzas está inmerso más allá del horizonte y aún no lo hemos visto.
Está más allá del conocimiento del sabio que nunca será tan visionario. La
fe y no la vista debe ser nuestra guía. No lo podemos hacer sin una brújula.
ALDO EMILIANO LEZCANO
21
§ 3
Incluso si las proposiciones fundamentales del sistema de la idoneidad
no fueran debilitadas de este modo por lo indefinido de sus términos, aun
así serían vulnerables. Admitiendo en nombre del argumento, que el
desiderátum, «la felicidad más grande», se comprende débilmente, su
identidad y naturaleza están de acuerdo con todo, y en la dirección en la que
yace satisfactoriamente acomodada, aún queda la hipótesis injustificada de
que es posible para el juicio humano auto dirigido determinar, con algo de
precisión, por qué métodos puede conseguirse. La experiencia prueba
diariamente que justamente la misma incertidumbre que existe respecto a
los resultados que hay que obtener, existe igualmente respecto a la forma
correcta de alcanzarlos cuando se supone que se conocen. En sus intentos
de alcanzar una tras otra las varias piezas que van a formar el gran total, «la
felicidad más grande», el hombre ha sido de todo menos exitoso; sus
medidas más prometedoras normalmente han acabado en fracasos. Veamos
unos cuantos casos.
Cuando se aprobó la ley en Baviera de que no se debía permitir
matrimonios entre dos partes sin dinero, excepto que alguna autoridad
pudiera «ver una posibilidad razonable de que las partes fueran capaces de
proveer a sus hijos», sin duda esto tenía la intención de promover el
bienestar público comprobando uniones imprevistas, y población de más;
una causa que muchos políticos considerarían digna de alabanza, y una
previsión que muchos pensarían que están bien adaptada para asegurarla.
Sin embargo esta media aparentemente sagaz no ha solucionado de ningún
modo su fin: el hecho es que en Múnich, la capital del reino, ¡la mitad de los
nacimientos son ilegítimos!
También fueron motivos admirables, y razones muy convincentes, las
que llevaron a nuestro gobierno a establecer una fuerza armada en la costa
de África para la supresión del comercio de esclavos. ¿Qué sería más
esencial para la «felicidad más grande» que la aniquilación del tráfico
abominable? ¿Y cómo podrían cuarenta naves de guerra, financiadas con un
gasto de 700.000 libras al año, fracasar total o parcialmente en conseguirlo?
Los resultados han sido, sin embargo, de todo menos satisfactorios. Cuando
los abolicionistas de Inglaterra lo propusieron, pensaron muy poco en que
tal medida en vez de prevenir solo «agravaría los horrores, sin atenuar
sensatamente la extensión del tráfico;» que generaría barcos esclavistas con
navegación rápida con cubiertas de solo 45 centímetros, asfixia por
ALDO EMILIANO LEZCANO
22
abarrotamiento, horribles enfermedades , y una mortalidad del treinta y
cinco por ciento. Ellos nunca soñaron que cuando fuera fuertemente
presionado un esclavista podría tirar un cargamento entero de 500 negros al
mar; ni que en una costa asediada, los jefes decepcionados podrían, como
en Gallinas, matar a 200 hombres y mujeres, y clavar sus cabezas en estacas,
a lo largo de la costa, a la vista del escuadrón
a
. En resumen, nunca previeron
el tener que suplicar como están haciendo ahora para que abandonen el
chantaje.
De nuevo, ¡qué de grandes y qué evidentes para la mente del artesano
fueron las ventajas prometidas en ese proyecto de sindicato, en el que los
jefes de las manufacturas iban a desaparecer! Si un grupo de trabajadores se
transforma en una asociación anónima de manufactura, con directores
electos, secretario, tesorero, superintendente, capataces, etc., para
administrar los asuntos importantes, y una organización adaptada para
asegurar una división equitativa de los beneficios entre los miembros, estaba
claro que las enormes sumas previamente embolsadas por los empleados
serían distribuidas entre los asalariados para gran incremento de su
prosperidad. Aún así todos los intentos pasados de representar esta teoría
tan plausible ha, de una forma u otra, acabado en fracasos lamentables.
Otro ejemplo es ofrecido por el destino acontecido a ese plan similar
recomendado por el Sr. Babbage en su «Economía de manufacturas»,
siendo probablemente para el beneficio de los trabajadores y el interés del
jefe; específicamente, en que las manos de una fábrica debía «unirse, y tener
un representante que comprar al por mayor aquellos artículos de gran
demanda; como el té, azúcar, panceta, etc., y venderlos al por menor a
precios que reembolsarían todo el gasto, junto con los gastos del
representante que llevaba sus ventas». Después de una prueba de catorce
años un comercio, establecido persiguiendo esta idea, fue «abandonado con
el consentimiento conjunto de todas las partes;» el Sr. Babbage confesa que
la opinión que él había expresado «en el beneficio de dicha sociedad había
sido muy modificada,» e ilustra con una serie de curvas «el rápido ascenso y
el descenso gradual» de la asociación experimental.
Los tejedores de Spitalfields nos ofrecen otro caso de hecho. No hay
duda de que la tentación que los llevó a obtener el Acta de 1773, fijando un
salario mínimo, fue grande; y la anticipación de un mayor confort asegurado
por su aplicación debió parecer bastante razonable para todos.
a
Ver El Informe de la Sociedad anti esclavista de 1847; y Evidencia antes del Comité
Parlamentario de 1848.
ALDO EMILIANO LEZCANO
23
Desgraciadamente, sin embargo, los tejedores no consideraron las
consecuencias de que se les prohibiera trabajar a precios reducidos; y poco
se esperaba que antes de 1793, unos 4000 telares dejaron de trabajar a
consecuencia del comercio marchándose a otro lugar.
Para suavizar el sufrimiento que parece necesario para la producción de
la «felicidad más grande», los ingleses han aprobado más de cien actas en el
Parlamento teniendo este fin en mente, cada uno de ellos surgiendo del
fracaso o estado incompleto de la legislación previa. Los hombres sin
embargo aún están insatisfechos con las Leyes de Pobres, y supuestamente
estamos tan alejados como siempre de su solución satisfactoria.
¿Pero por qué citar casos individuales? ¿No atestigua la experiencia de
todas las naciones la inutilidad de estos intentos empíricos a la adquisición
de la felicidad? ¿Qué es el código de leyes sino un registro de tales
desgraciadas suposiciones? ¿O la historia más que una narración de sus
fallos? ¿Y qué tal adelantados estamos ahora? ¿No está aún nuestro
gobierno tan ocupado para que el trabajo de crear leyes empezara ayer? ¿Ha
hecho algún progreso aparente hacia un acuerdo final de arreglos sociales?
¿Y en vez de eso cada año no se envuelve aún más en la red de la
legislación, confundiendo la ya masa heterogénea de decretos en una mayor
confusión? Casi cada procedimiento parlamentario es una confesión tácita
de incompetencia. Apenas hay un proyecto de ley presentado pero se llama
«Una acta para modificar un Acta». El «en tanto que» de casi cada prólogo
anuncia un recuento del error de la legislación previa. Reforma, aclaración, y
revocación, forman el empleo básico de cada sesión. Todas nuestras
grandes inquietudes se deben a la abolición de organismos susceptibles de
ser para el bien público. Testigos de la eliminación de las Test Act y
Corporation Act , para la Emancipación Católica, para el revocamiento de
las Leyes de Cereales ; a los que deben añadirse aquellas para la separación
de la Iglesia y el Estado. La historia de un proyecto es la historia de todos.
Primero viene la presentación, luego el período de prueba, luego el fracaso;
luego una enmienda, y otro fracaso; y, después de muchos parches
alternativos e intentos frustrados, la abolición llega con todo lujo de detalles,
seguida de la sustitución en forma de un nuevo plan, condenado a recorrer
el mismo camino, y compartir el mismo destino.
La filosofía de la idoneidad, sin embargo, ignora este mundo lleno de
hechos. Aunque al hombre se le ha estado negando constantemente sus
intentos de asegurar, a través de la legislación, cualquier componente
deseado de ese conjunto complejo, «la felicidad más grande», sigue
confiando en el juicio natural de los hombres del estado. No pide un guía;
ALDO EMILIANO LEZCANO
24
no posee un método ecléctico; no busca pistas a través de las que la
enredada tela de la existencia social puede ser desenmarañada y sus leyes
descubiertas. Pero esperando para ver el gran desiderátum, se supone que
después de una revisión del fenómeno colectivo de la vida nacional, los
gobiernos están cualificados para elaborar tales medidas que deben ser
«apropiadas». Considera la filosofía de la humanidad tan fácil, la
constitución del organismo social tan simple, las causas de la conducta de la
gente tan obvia, que un análisis general puede llevar a la «sabiduría
colectiva,» el requisito reconocido para la creación de leyes. Cree que la
inteligencia del hombre es competente, primero, para observar con
exactitud los datos expuestos por la naturaleza humana asociada; para crear
sólo opiniones de carácter general e individual, de los efectos de las
religiones, costumbres, supersticiones, prejuicios, las inclinaciones mentales
de la edad, las probabilidades de sucesos futuros, etc., etc.; y entonces, coge
a la vez los fenómenos multiplicados de este mar de vida siempre en
movimiento, siempre cambiante, para deducir de ellos ese conocimiento de
sus principios de gobierno que les permitirán decir si está o esa medida
conducirá a «la felicidad más grande para el mayor número de personas».
Si ninguna investigación previa de las propiedades de la materia terrestre,
Newton hubiera continuado estudiando de inmediato la dinámica del
universo, y después de pasar años con el telescopio determinando las
distancias, tamaños, el tiempo de giro, la inclinación de los ejes, las formas
de las órbitas, perturbaciones, etc., de los cuerpos celestes, se hubiera
asignado a sí mismo para etiquetar este montón de observaciones, y deducir
de todas ellas las leyes del equilibro de los planetas y estrellas, hubiera
estado meditando durante toda la eternidad sin llegar a un resultado.
Pero tan absurdo como ese método de investigación hubiera sido,
hubiera sido mucho menos absurdo, de lo que es el intento de encontrar los
principios de la política pública a través de un análisis directo de esa
combinación maravillosamente compleja — la sociedad. Se necesita
emoción y no sorpresa cuando la legislación, basada en las teorías así
elaboradas, fracasan. Más bien su éxito podría dar material para asombro
extremo. Considerando que el hombre aún entiende tan defectuosamente al
hombre — el instrumento por el que, y el material en el que, las leyes tienen
que actuar — y que un conocimiento completo de la unidad — hombre, no
es más que un primer paso para entender a la masa — la sociedad, parece
bastante obvio que para deducir de las complicaciones que se extienden
infinitamente de la humanidad universal, una filosofía verdadera de la vida
nacional, y a partir de ahí encontrar un código de leyes para obtener la
ALDO EMILIANO LEZCANO
25
«felicidad más grande» es una tarea que sobrepasa la habilidad de cualquier
mente limitada.
§ 4
Otra oposición destructiva a la filosofía de la idoneidad se encuentra en
el hecho de que insinúa la eternidad del gobierno. Es un fallo asumir que el
gobierno debe existir necesariamente para siempre. La institución marca
una época exacta de la civilización — forma parte de una etapa particular
del desarrollo humano. Como entre los bosquimanos encontramos un
estado precedente al gobierno; así debe haber uno en el que se haya
extinguido. Ya ha perdido algo de su importancia. El momento fue cuando
la historia de un pueblo no era más que la historia de su gobierno. Ahora es
de otra manera. El despotismo universal no fue más que una manifestación
de la extrema necesidad de limitar. Feudalismo, servidumbre, esclavismo, —
todas las instituciones tiránicas, son simplemente los tipos de leyes más
fuertes, brotando de, y necesarias para, un mal estado del hombre. El
progreso a partir de estas es en todos los casos el mismo — menos
gobierno. Los estados constitucionales significan esto. La libertad política
significa esto. La democracia significa esto. En las sociedades, asociaciones,
sociedades anónimas, tenemos nuevas agencias ocupando puestos llenados
por el Estado en épocas y países menos avanzados. Con nosotros la
asamblea legislativa se empequeñece por poderes mayores y novedosos —
ya no es el amo sino el esclavo. «Presión desde fuera» se ha llegado a
conocer como la ley definitiva. El triunfo de la Liga Contra las Leyes de
Cereales simplemente es el caso más señalado del momento, de un nuevo
estilo de gobierno — el de la opinión, derrotando al antiguo estilo — el de
la fuerza. Parece probable que se convierta en una observación trillada que
el que hace la ley es solo sirviente del pensador. Día a día la habilidad
política tiene menos fama. Incluso The Times puede ver que «los cambios
sociales creciendo a nuestro alrededor establecen una verdad
suficientemente humillante para los cuerpos legislativos» y que «las mayores
etapas de nuestro progreso están determinados más bien por los trabajos
espontáneos de la sociedad, conectadas como están, con el progreso del arte
y las ciencias, las funciones de la naturaleza, y otras tantas causas apolíticas,
que por la proposición de un proyecto de ley, la aprobación de un acta, o de
ALDO EMILIANO LEZCANO
26
ningún otro actividad política o estatal».
b
Así, como una civilización avanza,
un gobierno decae. Para lo malo es esencial; para lo bueno, no. Es la
inspección que la maldad nacional se hace a sí misma y existe solo al mismo
nivel. Su duración es prueba del barbarismo que aún existe. Lo que para una
bestia salvaje es una jaula, las leyes lo son para el hombre egoísta. Las
restricciones son para el salvaje, el avaro, el violento; no para el justo, el
amable, el caritativo. Toda la necesidad de fuerzas externas implica un
estado patológico. Calabozos para el criminal; una camisa de fuerza para el
loco; muletas para el cojo; sujeciones para los débiles de espalda; para el
débil de carácter un amo, para el idiota un guía; pero para la mente sana, en
un cuerpo sano, nada de esto. Si no hubiera ladrones ni asesinos, las
cárceles no serían necesarias. Es solo porque la tiranía aún llena el mundo
que tenemos ejércitos. Abogados, jueces, jurados — todos instrumentos de
la ley — existen simplemente porque los granujas existen. La fuerza
magistral es lo que sigue al vicio social; y el policía solo es un complemento
del criminal. Por lo tanto el gobierno es lo que llamamos «un mal
necesario».
¿Qué debemos pensar entonces de una moral que elige esta institución
experimental como su base, construye una gran tela de conclusiones sobre
su falsa permanencia, selecciona actas del parlamento como sus materiales, y
emplea al hombre de estado como su arquitecto? La filosofía de la
idoneidad hace esto. Coge al gobierno como colaborador, le asigna el
control entero de sus asuntos — impone todo para deferir a su juicio — en
resumen le hace su principio fundamental, el alma del sistema. Cuando
Paley enseña que «la idoneidad de toda la sociedad está vinculada a cada
parte de esta», se refiere a la existencia de algún poder supremo por el que
ese «la idoneidad de toda la sociedad» se establece. Y en algún otro lugar él
nos dice expresamente que para el logro de una ventaja nacional la decisión
secreta del sujeto es ceder; y que «la prueba de esta ventaja se sitúa en su
legislatura». Aún más concluyente es Bentham, cuando dice que «la felicidad
de los individuos de los que se compone una comunidad, que son sus
placeres y sus seguridad, es el único fin que el legislador tiene que tener en
mente; la única norma conforme a la que cada individuo debería, tanto
como dependa de la asamblea legislativa, hacerse para crear este
comportamiento». Estas posturas, recordemos, no son asumidas
voluntariamente; son requeridas por las hipótesis. Sí, como nos dice su
propulsor, «la idoneidad» significa el beneficio de las masas, no del
individuo — tanto del futuro como del presente, presupone a alguien a
b
Ver el Times el 12 de Octubre de 1846.
ALDO EMILIANO LEZCANO
27
juzgar qué llevará mejor a ese beneficio. Sobre la «utilidad» de ésta o aquella
medida, los puntos de vista son tan variados como para que sea necesario
proveerse de un juez. Si la protección de los impuestos, o religiones
establecidas, o penas capitales, o leyes para los pobres, atienden o no al
«bien general», son preguntas respecto a las que hay tal diferencia de
opinión, de las que no hay nada que hacer hasta que todos se pongan de
acuerdo en ellas, y podríamos paralizarnos hasta el fin de los tiempos. Si
cada hombre llevase a cabo, independiente de un poder estatal, su propia
noción de lo que mejor aseguraría «la felicidad más grande para el mayor
número de personas», la sociedad caería rápidamente en el caos.
Claramente, por tanto, una moralidad establecida sobre una máxima en la
que la interpretación práctica es cuestionable, supone la existencia de alguna
autoridad cuya decisión respecto a ello debe ser final — eso es una
legislación. Y sin esa autoridad, tal moralidad nunca funcionaría.
Veamos aquí el dilema entonces. Un sistema de filosofía moral mantiene
que es un código de reglas apropiadas para el control de los seres humanos
— hecho a medida para la regulación de los mejores, a la vez que para la de
los peores miembros de la raza — aplicable, si cierta, para guiar a la
humanidad a su mayor perfección concebible. El gobierno, sin embargo, es
una institución que se origina en la imperfección del hombre; una
institución que se confiesa engendrada por la necesidad motivada por el
mal; una que debería dejar de lado al mundo poblado de generosos,
concienzudos, altruistas; una, en resumen, contradictoria con esta «mayor
perfección concebible». ¿Cómo, entonces, puede ese ser un sistema de
moralidad verdadera que adopta al gobierno como una de sus premisas?
§ 5
Se debe decir de la filosofía de la idoneidad, en primer lugar, que no
puede hacer una declaración de carácter científico, viendo que su
proposición fundamental no es un axioma sino simplemente una
enunciación del problema a ser resuelto.
También, incluso suponiendo que su proposición fundamental fuera un
axioma, aun así sería inadmisible porque se expresa en términos que no
tienen un significado fijo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
28
Además, si la teoría de la idoneidad sí fuera satisfactoria, aun así sería
inútil; ya que requiere nada menos que la omnisciencia para ponerla en
práctica.
Y, prescindiendo de todas las objeciones, aún se nos fuerza a rechazar un
sistema, que, a la vez que expone tácitamente una reivindicación a la
perfección, toma la imperfección como su base.
LA DOCTRINA DEL SENTIDO MORAL
§ 1
No hay forma de llegar a una verdadera teoría de la sociedad más que
investigando la naturaleza de sus componentes individuales. Para entender a
la humanidad en sus combinaciones, es necesario analizar a esa humanidad
es un forma primordial — para la explicación del compuesto, remitirse de
vuelta a lo sencillo. Encontramos rápidamente que cada fenómeno expuesto
por un conjunto de hombres, se origina en alguna cualidad del propio
hombre. Un poco de reflexión nos muestra, por ejemplo, que la propia
existencia de la sociedad implica una afinidad natural de sus miembros por
tal unión. También está muy claro que sin cierta idoneidad en el ser humano
para gobernar, o ser gobernado, el gobierno hubiera sido imposible. Las
estructuras infinitamente complejas de comercio han crecido bajo el
estímulo de ciertos deseos existentes en cada uno de nosotros. Y es debido
a nuestra posesión de una opinión con las que están de acuerdo que las
instituciones religiosas se han creado.
De hecho, si miramos más de cerca en el asunto, encontramos que
ninguna otra disposición es concebible. Las características expuestas de
seres en un estado asociado no pueden surgir por accidente de la
combinación, sino que deben ser las consecuencias de ciertas propiedades
intrínsecas de los propios seres. Es verdad, la agrupación debe llamar a estas
características; debe manifestar lo que antes estaba inactivo; debe dar la
oportunidad a las rarezas sin desarrollar para que aparezcan; pero
evidentemente no las crea. Ningún fenómeno puede ser representado por
un cuerpo empresarial, pero hay una capacidad que ya existe de antes en sus
miembros individuales para producirlo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
29
Este hecho, que las propiedades de un grupo son dependientes de los
atributos de las partes que lo componen, lo vemos en la naturaleza. En la
combinación química de un elemento con otro, Dalton nos ha mostrado
que la afinidad está entre átomo y átomo. Que lo que llamamos el peso de
un cuerpo es la suma de las tendencias gravitatorias de sus partículas
separadas. La fortaleza de una barra de metal es el efecto total de un
número indefinido de adhesiones moleculares. Y el poder de un imán es el
resultado acumulativo de la polaridad de sus partículas independientes. De
la misma manera, cada fenómeno social debe tener su origen en alguna
propiedad del individuo. Y justo como las atracciones y afinidades que están
latentes en átomos separados se vuelven visibles cuando esos átomos se
aproximan, las fuerzas que están inactivas en un hombre aislado se vuelven
a activar al juntarse con sus compañeros.
Esta consideración, aunque quizás innecesariamente elaborada, tienen
una relevancia importante en nuestra materia. Señala el camino que
debemos seguir en nuestra búsqueda tras una auténtica filosofía social.
Sugiere la idea de que la ley moral de la sociedad, como sus otras leyes, se
origina en algún atributo del ser humano. Nos advierte en contra de adoptar
ninguna doctrina fundamental que, como la de «la felicidad más grande para
el mayor número de personas» no puede ser expresada sin presuponer un
estado de agrupación. Por otro lado da a entender que el primer principio
de un código para el correcto gobierno de la humanidad es su estado de
multitud se debe encontrar en la humanidad en su estado de unidad, que las
fuerzas morales de las que depende el equilibrio social residen en el átomo
social, el hombre; y que las leyes de ese equilibrio las debemos buscar en la
constitución humana.
§ 2
Si no tuviéramos otro aliciente para comer que el causado por la
posibilidad de conseguir ciertas ventajas es poco probable que nuestros
cuerpos estuvieran tan bien cuidados como lo están ahora. Uno puede
imaginarse perfectamente que si fuéramos despojados de ese monitor
puntual, el apetito, y dejados a la guía de algún código de leyes razonadas,
dichas leyes nunca serían tan filosóficas, y los beneficios de obedecerlas tan
obvios, y no formarían más que un sustituto ineficaz. O, en vez de ese
afecto tan poderoso por la que los hombres son guiados a alimentar y
ALDO EMILIANO LEZCANO
30
proteger a sus hijos, existiera simplemente una opinión abstracta de que es
apropiado y necesario mantener la población del planeta, es cuestionable si
la molestia, ansiedad, y el gasto, de proveer para la posteridad, no
sobrepasaría el bien esperado, como para suponer la rápida extinción de las
especies. Y si, además de estas necesidades del cuerpo, y de la raza, todas las
otras de nuestra naturaleza fueran asignadas de igual manera solo al cuidado
del intelecto, — siendo el conocimiento, la propiedad, la libertad, la
reputación, amigos, buscados solo en su dictado — entonces nuestra
investigación sería tan eterna, nuestras valoraciones tan complejas, nuestras
decisiones tan difíciles, que la vida se ocuparía totalmente recopilando lo
evidente, y equilibrando las probabilidades. Bajo tal acuerdo la filosofía
funcional sí que tendría sólidas razones en la naturaleza; ya que podrían
aplicarse simplemente a la sociedad, ese sistema de gobierno al que le gustan
los resultados finales calculados, y que ya rige al individuo.
Bastante diferente, sin embargo, es el método de la naturaleza.
Respondiendo a cada una de las acciones que es nuestro requisito cumplir,
encontramos en nosotros algún apuntador llamado deseo; y cuanto más
esencial es la acción más poderoso es el impulso de su actuación, y más
intensa la gratificación que deriva de él. Por consiguiente, los anhelos de
comida, de dormir, de calor, son irresistibles; y bastante independientes de
ventajas previstas. La continuación de la raza se asegura a través de otros de
igual fuerza, cuyos dictados se siguen, no por obedecer a la razón, sino
normalmente al desafiarla. Que el hombre no está impelido a acumular los
medios de subsistencia solamente echando un vistazo a las consecuencias se
prueba con la existencia de los avaros, en quién el gusto por las posesiones
se satisface por el abandono de los fines que se suponen deben fomentarse.
Encontramos un sistema parecido para regular nuestra conducta con
nuestros semejantes. Tenemos tal gusto por los elogios que tenemos que
actuar ante el público de la forma más agradable. Se desea que haya una
separación de aquellos más apropiados para el grupo de cada uno — de ahí
el sentimiento de amistad. Y en la veneración que siente el hombre por la
superioridad vemos una disposición prevista para asegurar la supremacía del
mejor.
¿No debemos entonces esperar encontrar algo parecido empleado
razonablemente como instrumento para impulsarnos a esa línea de
conducta, en el justo cumplimiento de lo que consiste lo que llamamos
moralidad? Todos deben admitir que se nos guía a nuestro bienestar físico
por los instintos; que de esos instintos también aparecen esas relaciones
domésticas por las que se guían otras cosas importantes, y qué medios
ALDO EMILIANO LEZCANO
31
parecidos se utilizan en muchos casos para asegurar nuestro beneficio
indirecto regulando el comportamiento social. Viendo, por tanto, que
siempre que podamos trazar fácilmente nuestras acciones a su origen, que
podamos encontrarlas reproducidas de esta forma, es, hay que decir al
menos, que es altamente probable que el mismo mecanismo mental se
emplee en todos los casos — que como todos los requisitos importantes de
nuestro ser se satisfacen en las solicitudes del deseo, así también lo son las
menos esenciales, — esa conducta honesta necesaria en cada ser para la
felicidad de todos, existe en nosotros un impulso hacia tal comportamiento;
o, en otras palabras, poseemos un «Sentido Moral», el deber por el que se
pide honestidad en nuestras negociaciones con otros; que recibe satisfacción
de la transacción justa y honesta; y que da a luz al sentimiento de justicia.
En la prohibición de esta conclusión ciertamente se exige, que existiendo
un medio para controlar el comportamiento de hombre a hombre,
deberíamos ver una evidencia universal de su influencia. Los hombres
mostrarían una obediencia más obvia a sus supuestos dictados de lo que lo
hacen. Habría una mayor uniformidad de opinión hacia la rectitud o maldad
de las acciones. Y no deberíamos encontrar, como ahora, un hombre, o
nación, considerado como una virtud y que en otro se ve como un vicio —
los malayos alabando la piratería detestada por las razas civilizadas — un
Thug, viéndolo como un acto religioso, ante un asesinato un europeo
temblaría — un ruso orgulloso de su exitoso engaño; un indio rojo en su
inmortal venganza — cosas de las que nosotros difícilmente podríamos
alardear.
Tan apabullante como parece esta objeción, su falacia se vuelve
suficientemente evidente si observamos el dilema en él nos traiciona la
aplicación general de tal prueba. Y así: nadie niega la existencia universal de
un instinto al que ya nos hemos referido, que nos exige tomar el alimento
necesario para mantener la vida; y nadie niega que tal instinto es altamente
beneficiario, y con toda probabilidad esencial para existir. Sin embargo no
faltan infinitos males ni incongruencias cuando se recuerdan todas las
innumerables diferencias de opinión llamadas «gustos» que se originan en
cada uno. La mera mención de «gula», «embriaguez», nos recuerda que la
provocación del apetito no es siempre buena. Narices monstruosas, rostros
cadavéricos, alientos fétidos, y cuerpos pletóricos, nos encuentran en cada
esquina; y nuestras condolencias siempre están preguntando por dolores de
cabeza, flatulencias, pesadillas, dolor de estómago, y otra infinidad de
síntomas dispépticos. De nuevo: un número igual de irregularidades pueden
encontrarse en el funcionamiento de ese sentimiento generalmente
ALDO EMILIANO LEZCANO
32
reconocido: el afecto paternal. Entre nosotros su influencia beneficiosa
parece medianamente uniforme. En el este, sin embargo, el infanticidio se
practica ahora como siempre se ha hecho. Durante la llamada época clásica,
era común exponer a los bebés a la frágil piedad de las fieras salvajes. Y era
práctica de los espartanos arrojar a todos los recién nacidos que no eran
aprobados por un comité de ancianos a un foso público provisto para ese
propósito. Si, luego, se debe discutir que el deseo de uniformidad en los
códigos morales del hombre, junto con la debilidad y parcialidad de su
influencia, prueba la no existencia de un sentimiento diseñado para la
correcta regulación de nuestras relaciones con otros, debe deducirse de las
irregularidades análogas en la conducta del hombre como las del alimento y
descendencia, que no hay tales sentimientos como el apetito y el afecto
paternal. Al igual, sin embargo, que no sacamos esta conclusión en el primer
caso, no podemos hacerlo en el otro. Por lo tanto, a pesar de todas las
incongruencias, debemos admitir que la existencia de un Sentido Moral
puede ser tanto posible como probable.
§ 3
Pero que poseemos tal sentido puede probarse mejor a través la
evidencia extraída de los labios de aquellos que dice que no la poseemos. Es
bastante extraño que Bentham derive sin querer su proposición inicial de un
oráculo cuya existencia niega, y de la que se burla cuando la utilizan otros.
«Un hombre» comenta, hablando de Shaftesbury, «dice que se le ha hecho
algo a propósito para decirle que está bien y qué está mal; y eso se llama
sentido moral: y luego va a trabajar cómodamente, y dice que esta o aquella
cosa está bien, y esta o aquella cosa esta mal. ¿Por qué? “Porque mi sentido
moral me dice que lo está”». Si Bentham no tiene ninguna otra autoridad
para su propia máxima que este mismo sentido moral, es de alguna manera
tener mala suerte. Sin embargo, poniendo esta máxima en manos críticas,
debemos descubrir pronto que tal es el hecho. Hagamos esto.
«Así que piensas» dijo el aristócrata, «que el objetivo de nuestra ley debe
ser “la felicidad más grande para el mayor número de gente”».
«Esa es justamente mi opinión,» responde el plebeyo que realiza la
petición.
«Bueno, veamos que supone tu principio. Supón que los hombres están,
como muy comúnmente están, en desacuerdo con sus deseos en algún
ALDO EMILIANO LEZCANO
33
momento dado; y supón que los que forman un mayor grupo recibirán una
cierta cantidad de felicidad cada uno, por adoptar un rumbo, mientras que
aquellos que forman el menor grupo recibirán la misma cantidad de
felicidad cada uno, por adoptar el rumbo contrario: entonces si «la felicidad
más grande» tiene que ser nuestra guía, se debe entender, o no, que se hará
como la mayoría quiera?
«Desde luego».
«Eso es decir que, si vosotros — la gente, sois cien, mientras que
nosotros somos noventa y nueve, debe preferirse vuestra felicidad, nuestros
deseos deben colisionar, y que las cantidades individuales de satisfacción en
juego deben ser iguales en ambas partes».
«Exacto; eso supone nuestro axioma».
«Así parece entonces que, en ese caso, mientras que decides entre dos
grupos por mayoría numérica, asumes que la felicidad de un miembro de un
grupo es igualmente importante que la de un miembro del otro».
«Claro».
«Entonces, si lo reducimos a la forma más simple, tu doctrina resulta ser
una afirmación de que todos los hombres tienen el mismo derecho a la
felicidad; o, aplicándolo personalmente — que tú tienes tanto derecho a la
felicidad como lo tengo yo».
«Sin duda lo tengo».
«Y diga, señor, ¿quién le dijo que tiene tanto derecho a la felicidad como
yo?
«¿Qué quién me lo dijo? — Estoy seguro de ello; lo sé; lo siento, lo…»
«No, no, eso no funcionará. Dame a tu autoridad. Dime quién te lo dijo
— quién te llevó a ello — de dónde lo dedujiste».
Con lo cual, tras un poco de interrogatorio, nuestro demandante es
forzado a confesar que no tiene otra autoridad a parte de sus propios
sentimientos — que simplemente tiene una percepción innata del hecho; o,
en otras palabras, que «su sentido moral se lo dice».
Ahora no necesita que se considere si se lo que dice es correcto. Todo lo
que ahora pide atención es el hecho de que, cuando se le pregunta, incluso
el discípulo de Bentham no tiene más alternativa que caer en una intuición
de este sentido moral tan ridiculizado, para la creación de su propio sistema.
ALDO EMILIANO LEZCANO
34
§ 4
En verdad, ninguno de esos comprometidos a una teoría preconcebida,
puede fracasar en reconocer, en cada mano, el funcionamiento de tal
facultad. Desde tiempos remotos en adelante ha habido constantes signos
de su presencia — signos que se expanden felizmente hasta que nuestros
días se aproxima. Los artículos de la Carta Magna personifican sus protestas
ante la opresión, y sus peticiones para una mejor administración de la
justicia. La servidumbre se abolió parcialmente gracias a su sugerencia.
Animó a Wickliffe, Huss, Luther, y Knox en su protesta contra el papismo;
y a través de ella hugonotes, covenants, moravianos, se estimularon a
mantener la libertad de opinión frente a las enseñanzas eclesiásticas. Dictó
el «Essay on the Liberty of Unlicensed Printing» de Milton. Llevó a los padres
peregrinos al nuevo mundo. Apoyó a los seguidores de George Fox bajo
multas y encarcelamiento. Y susurró resistencia ante el clero presbiteriano
en 1662. Días después pronunció esa marea de sentimientos que debilitaron
y arrastraron las incapacidades Católicas. A través de las bocas de oradores
anti esclavistas, vertió su fuego, para abrasar al egoísta, para fusionar al
bueno, para nuestra purificación nacional. Fue su calor, también, el que
templó nuestra compasión por los polacos, e hizo hervir nuestra
indignación contra sus opresores. Sus acumulaciones reprimidas, liberadas
de una injusticia de larga duración, generó la efervescencia de una agitación
reformista. De su creciente llama vinieron esas chispas por las que las
teorías proteccionistas explotaron, y la luz que nos descubrió las verdades
del Libre comercio. A través del paso de su sutil corriente es como se lleva a
cabo esa electrólisis social, que une a hombres en grupos — que separa a la
nación en su positivo y su negativo — sus elementos radicales y
conservativos. En el presente se pone en la piel de las Asociaciones Anti
Estado-Iglesia, y muestras su presencia en diversas sociedades para la
expansión del poder popular. Construye monumentos a mártires políticos,
se agita por la admisión de judíos en el parlamento, publica libros por los
derechos de las mujeres, peticiones contra la legislación de clases; amenaza
con revelarse contra el servicio militar obligatorio, se niega a pagar los
impuestos de la iglesia, revoca actas de deudor opresivas, se lamenta de los
sufrimientos de Italia, y se emociona con compasión por los húngaros. De
esto, como de una raíz, aparecen nuestras aspiraciones hacia la rectitud
social: florece en expresiones como: «Haz a los otros lo que te gustaría que
ALDO EMILIANO LEZCANO
35
te hicieran a ti», «La honestidad es la mejor política», «Justicia antes que
generosidad» y sus frutos son justicia, libertad y seguridad.
§ 5
¿Pero cómo, se debe preguntar, puede un sentimiento tener una
percepción? ¿Cómo un deseo asciende a un sentido moral? ¿No hay aquí una
confusión del intelecto con lo emocional? Es la función de un sentido
percibir, no inducir a cierto tipo de acción; mientras que es la función de un
instinto el inducir a cierto tipo de acción, y no percibir. Pero en los
siguientes argumentos, las funciones motoras e intuitivas se atribuyen al
mismo agente.
La objeción parece seria; y entender el término sentido en su aceptación
más estricta sería fatal. Pero la palabra es en este caso, como en muchos
otros, utilizada para expresar los sentimientos con los que un instinto viene
a considerar las acciones y objetivos con los que se relaciona; o más bien ese
juicio que, por algún tipo de acción refleja, causa al intelecto que se forma
de ellos. Para dilucidar esto debemos tomar un ejemplo; y quizás el amor a
la acumulación nos ofrecerá uno tan bueno como cualquier otra.
Encontramos, entonces, que unido al impulso de adquirir propiedad, hay
lo que llamamos un sentido del valor de la propiedad; y encontramos que la
intensidad de este sentido varía con la fuerza del impulso. Contrasta al avaro
con el derrochador. Acompañando su constante deseo de acumular, el
avaro tiene una creencia bastante peculiar en el valor del dinero. Piensa que
el más severo ahorro es moral; y de cualquier cosa como la generosidad más
común un vicio; mientras que tiene absoluto horror al derroche. Cualquier
cosa que se añada a su depósito le parece bueno; lo que se saca de él, malo. Y
aunque una chispa de generosidad le lleve en alguna ocasión especial a abrir
su monedero, es muy seguro que después se reprochará a sí mismo que ha
hecho mal. Por otro lado, pese que al derrochador le falta el instinto de
adquisición, también fracasa al darse cuenta del valor intrínseco de la
propiedad; no vuelve a casa con él; le tiene poco sentido. Así que bajo la
influencia de otros sentimientos, ve el hábito de ahorrar como malo; y
mantiene que hay algo noble en derrochar. Está claro que estas percepciones
opuestas de la propiedad o impropiedad de ciertas líneas de conducta no se
originan con el intelecto, si no con las facultades emocionales. El intelecto,
sin ser influenciado por el deseo, les mostraría tanto al avaro como al
ALDO EMILIANO LEZCANO
36
derrochador que sus hábitos eran imprudentes; mientras que el intelecto,
influenciado por el deseo, les hace pensar que el otro es un estúpido pero
no le deja ver su propia estupidez.
Esta ley funciona universalmente. Cada sentimiento se acompaña de un
sentido de la idoneidad de esas acciones que le dan satisfacción — tiende a
generar convicciones de que las cosas son buenas o malas de acuerdo a si
traen placer o dolor; y generarían siempre dichas convicciones si no tuvieran
oposición. Como sin embargo hay un conflicto perpetuo entre los
sentimientos — algunos de ellos siendo un antagonista durante toda la vida
— resulta en una congruencia proporcional en las creencias — un conflicto
similar también entre estos — un antagonista paralelo. Así que es solo
donde un deseo es muy predominante, o donde no existe un deseo adverso,
que esta conexión entre los instintos y las opiniones que dictan, se vuelve
visiblemente marcada.
Aplicado a la explicación del caso en cuestión, estos hechos explican
como de un impulso que actúa en el camino que llamamos justo se alzará una
percepción de que ese comportamiento es correcto — una creencia de que es
bueno. Este instinto o sentimiento, satisfecho solo por una acción justa, y
lamentándose por una acción injusta, produce una aprobación en la primera
y una repulsión de la otra; y estas creencias generan de inmediato que una es
moral y la otra es mala. O, refiriéndose de nuevo a la ilustración, debemos
decir que así como el deseo de acumular propiedad es acompañada por un
sentido del valor de la propiedad, también es el deseo de actuar justamente,
acompañado por un sentido de lo que es correcto.
Quizás será necesario encontrarse aquí con la oposición, de que mientras
que según la declaración anterior cada sentimiento tiende a generar
nociones de apropiado o inapropiado de las acciones con las que se
relaciona; y mientras que la moralidad debe determinar qué es correcto en
todos las partes de la conducta, es inapropiado limitar el término «sentido
moral» a lo que solo puede permitir direcciones en un sola parte. Esto es
bastante cierto. Sin embargo, viendo que nuestro comportamiento hacia
otros es más importante que nuestro comportamiento, y en el que somos
más propensos a equivocarnos; viendo también que esta misma facultad es
tan pura e inmediatamente moral en su propósito; y viendo además, como
veremos enseguida, que sus máximas son las únicas capaces de reducirse a
una forma exacta, debemos continuar empleando ese término mostrando
algo de razón, con este significado restringido.
ALDO EMILIANO LEZCANO
37
§ 6
Asumiendo la existencia en el hombre de una facultad como ésta para
incitarlo a buenas relaciones con sus semejantes, y asumiendo que genera
ciertas intuiciones
c
respecto a esas relaciones, parece bastante razonable
buscar en dichas intuiciones los elementos de un código moral. Se han
hecho ocasionalmente intentos de construir un código tan infundado. Han
resultado en sistemas fundados por Shaftesbury y Hutchinson en «Sentido
Moral», por Reid y Beattie en «Sentido Común», por Price en
«Entendimiento», por Clarke en «La Idoneidad de las Cosas», por Granville
Sharpe en «Equidad Natural», por otros en «Ley de lo correcto», «Justicia
Natural», «Ley de la Naturaleza», «Ley de la Razón», «Razonamiento
Correcto», etc. Habiendo fracasado como han hecho estos escritores en el
intento de desarrollar una moralidad filosófica, todos ellos, si el anterior
razonamiento fuera correcto, han consultado a un verdadero oráculo.
Aunque han fallado en sistematizar sus afirmaciones, han actuado
sabiamente en intentar hacerlo. Un análisis de lo correcto e incorrecto que
se ha hecho no es ciertamente el más profundo y definitivo; pero, como
veremos luego, está perfectamente en armonía con su principio inicial y
coincide con ello en sus resultados.
En contra de las normas que así se deducen, ciertamente se afirma, que
son necesariamente inútiles porque son inestables en sus premisas. «Si»,
dicen los opositores «este “sentido moral” al que todos estos escritores
hacen un llamamiento, no posee fijeza, no da una respuesta uniforme, dice
una cosa en Europa, y otra en Asia; origina nociones diferentes del deber en
cada edad, cada raza, cada individuo ¿cómo puede ofrecer una base segura
para la moralidad sistemática? ¿Qué puede ser más absurdo que buscar una
regla definitiva de lo correcto en las respuestas de una autoridad tan
incierta?»
Aun admitiendo que no se puede escapar de esta dificultad — aun
suponiendo que no existe método, a través del que esta fuente, una filosofía
moral puede liberarse de tan fatal imperfección, aun así el resultado es
simplemente el mismo problema, en el que cada esquema propuesto
conlleva. Si tal guía es inadecuada, porque sus máximas son variables,
entonces el interés debe rechazarse por el mismo motivo. Si Bentham tiene
razón al condenar el Sentido Moral, como un «principio anárquico y
c
Como se usa aquí, esta palabra de debe entender en un sentido popular y no en el
metafísico.
ALDO EMILIANO LEZCANO
38
caprichoso, fundado simplemente en sentimientos internos y particulares»
entonces su máxima es doblemente errónea. ¿No es la idea, «felicidad más
grande,» una caprichosa? ¿No está también «fundada simplemente en
sentimientos internos y particulares? ¿Y si incluso la idea «felicidad más
grande» fuera similar en todo, su principio no sería todavía «anárquico» en
virtud del infinito desacuerdo con los medios para alcanzar esta «felicidad
más grande»? Todos los filósofos utilitaristas son de hecho responsables de
este cargo de indeterminación, por lo que siempre se repite la misma
pregunta sin resolver —¿qué es utilidad?—una pregunta que, cada vez que
un periódico nos la muestra, hace que se creen interminables disputas, tanto
como por el bien de cada fin deseado como de la eficiencia de cada medio
propuesto. Y lo peor por tanto, en tanto que el deseo de la precisión
científica respecta, una filosofía del Sentido Moral simplemente se coloca en
la misma categoría que todos los otros sistemas conocidos.
§ 7
Pero afortunadamente hay una alternativa. La fuerza de la objeción
anteriormente descrita puede admitirse totalmente sin invalidar la teoría en
ningún nivel. A pesar de parecer lo contrario, aún es posible construir sobre
esta base una moralidad puramente sintética, una prueba contra toda esa
crítica. El error señalado no es de la doctrina sino de la aplicación. Aquellos
que se comprometieron no empezaron con el principio incorrecto sino más
bien perdieron el camino correcto de ese principio a las conclusiones
deseadas. No estaba en el oráculo al que llamaron, si no en el método de
interpretación, en lo que los estudiantes de la escuela de Shaftesbury se
equivocaron. Confundiendo las funciones de sentimiento y razón, obligaron
a un sentimiento a hacer aquello que debería haberse dejado al intelecto.
Tenían razón al creer que existe algo que gobierna al instinto generando en
nosotros una probación de ciertas acciones que llamamos buenas, y una
aversión a otras que llamamos malas. Pero no tenían razón en asumir que
dicho instinto era capad de resolver intuitivamente cada problema ético que
se le presentase. Suponer esto fue supone que el sentido moral puede
suplantar el lugar de la lógica.
Para una mejor explicación de este punto cojamos una analogía de las
matemáticas, o más bien una rama de esta, como la geometría. La mente
humana posee una facultad que toma conocimiento de una cualidad
medible, cuya facultad, para llevar a cabo la analogía, nos deja el término
sentido geométrico. Con su ayuda estimamos las dimensiones lineales,
ALDO EMILIANO LEZCANO
39
superficies, y el volumen de los objetos que nos rodean, y a formar ideas de
las relaciones entre ellos. Pero en el empeño de reducir el conocimiento
obtenido de esta manera a una forma científica, encontramos que no se
puede confiar en las decisiones hechas a simple vista de este sentido
geométrico como consecuencia del conflicto de opiniones que tiene en diferentes
personas. Comparando notas, sin embargo, descubrimos que ha ciertas
proposiciones simples sobre las que todos pensamos parecido, como «las
cosas que son iguales en la misma cosa son iguales en otra;» «el todo es más
grande que su parte», y estando de acuerdo en estos axiomas como los
llamamos — estas verdades fundamentales reconocidas por nuestro sentido
geométrico, descubrimos que se hace posible que a través de deducciones
sucesivas llegar a un acuerdo sobre todos los puntos discutidos, y resolver
con seguridad problemas de la naturaleza más complicada.
d
Ahora si, en vez
de adoptar este método, los matemáticos hubieran continuado
determinando todas las preguntas sobre líneas, ángulos, cuadrados, círculos,
y esas cosas, con el sentido geométrico — si hubieran intentado descubrir si
los tres ángulos de un triángulo eran, o no, iguales a dos ángulos rectos, y si
las áreas de polígonos regulares estaban, o no, en el radio duplicado de sus
lados equivalentes, a través de un esfuerzo de simple percepción, hubieran
cometido el mismo fallo que cometen los moralistas, que intentan resolver
todos los problemas de la moralidad a través del sentido moral.
El lector se dará cuenta enseguida de la conclusión a la que apunta esta
analogía: concretamente que la percepción de las leyes principales de
cantidad tienen la misma relación con las matemáticas como este instinto de
lo correcto tiene con un sistema moral; y que es la función del sentido
geométrico el originar un axioma geométrico, del que la razón debe deducir
un geometría científica, así la función del sentido moral es original un
axioma moral del que la razón debe desarrollar una moralidad sistemática.
Y, variando el ejemplo, debe observarse además que justo como
nociones tan erróneas en mecánica — por ejemplo, que los cuerpos más
grandes caen más rápido
e
; que el agua sube en una bomba por succión; que
el movimiento perpetuo es posible, junto con las otras muchas opiniones
d
Si adoptamos los puntos de vista de Locke o de Kant como la naturaleza definitiva de lo
que hay aquí, en beneficio de la analogía, llamado sentido geométrico, no afecta a la
pregunta. Dando igual la manera en la que se originen, las percepciones fundamentales
unidas a esto forman las bases no descomponibles de la ciencia exacta. Y esto es todo lo
que ahora se asume.
e
Una doctrina respaldada por Aristóteles y sus seguidores.
ALDO EMILIANO LEZCANO
40
incorrectas, formadas por el sentido mecánico a simple vista — son dejadas de
lado por las conclusiones deducidas sintéticamente de aquellas leyes
primarias de la materia que el sentido mecánico reconoce; así debemos
esperar que la multitud de creencias opuestas sobre el deber humano
dictadas por el sentido moral sin ayuda, desaparezcan antes que las
deducciones científicamente extraídas de alguna ley principal del hombre
que el sentido moral reconoce.
§ 8
Revisando las afirmaciones de la doctrina del Sentido Moral, parece que
hay una razón à priori para esperar que su primer principio de moralidad
social se origine en algún sentimiento, poder o facultad del individuo. Muy
en armonía con esta doctrina está la conclusión de que tal como el deseo
parece ser la motivación para la acción donde los motivos son fácilmente
analizables, sea probablemente la motivación universal; y que la conducta
que llamamos moral está determinada por ella a la vez que por otras
conductas. Además encontramos que incluso la gran máxima de la filosofía
de la idoneidad presupone alguna tendencia en el hombre hacia la buena
relación con su semejante, y alguna percepción correlativa de en qué
consiste esa buena relación. Hay varios fenómenos en la vida social, tanto
en el pasado como que el presente, que ilustra bien la influencia de este
supuesto sentido moral, y que no son fácilmente explicables bajo ninguna
otra hipótesis. Asumiendo la existencia de tal facultad, aparece una razón
para pensar que sus avisos ofrecen una base apropiada para una moralidad
sistemática; y para el disidente cuya variabilidad le hace inadecuado para este
propósito, se responde, cuanto menos, que las bases de todos los otros
sistemas están igualmente abiertas a las mismas objeciones. Finalmente, sin
embargo, descubrimos que esta dificultad es solo aparente, y no real: pese a
que las decisiones de este sentido moral sobre los complicados ejemplos a
los que nos hemos referido son erróneos y a menudo contradictorios, aún
puede ser capaz de generar una intuición verdadera fundamental, que puede
desarrollarse lógicamente en una moralidad científica.
ALDO EMILIANO LEZCANO
41
LEMA I
§ 1
Parece que a primera vista una manera muy racional de probar cualquier
ley de conducta propuesta es preguntar — ¿cómo funcionará? Cogiendo al
hombre como lo conocemos, y las instituciones como son, ¿qué resultará de
llevar tal teoría a la práctica? Debido a este estilo de investigación del
sentido común es por lo que se crean muchas opiniones en moralidad y
política. La gente considera cualquier sistema, si parece viable, si cuadrará
con este o aquel arreglo social, si se ajusta a lo que ven en la naturaleza
humana. Tienen ciertas nociones de los que un hombre es, y de lo que la
sociedad debe ser; y su veredicto es cualquier doctrina ética depende de su
acuerdo o desacuerdo con éstas.
Tal manera de responder las preguntas morales está claramente abierta a
todas las críticas tan funestas para la filosofía de la idoneidad. La
incapacidad de guiarnos nosotros mismos al detalle haciendo estimaciones
de las consecuencias implica la incapacidad de juzgar los primeros
principios a través de ese método. Pero ignorado esto, aún hay otra razón
para rechazar una investigación tan perseguida como inútil; concretamente,
que asume que el carácter de la humanidad es constante. Si los sistemas
morales se adoptan y condenan debido a su coherencia o incoherencia con
lo que sabemos del hombre y de las cosas, entonces se da por hecho que el
hombre y las cosas serán siempre como son. Sería absurdo medir con una
variable estándar. Si la humanidad existente es el calibrador con el que la
verdad debe determinarse, entonces ese calibrador — la humanidad
existente — debe volverse fija.
Que no es fija, debería haber sido suficientemente obvio sin ningún tipo
de demostración — tan obvio en realidad que hacer la prueba resulta
ridículo. Pero, desafortunadamente, aquellos a los que los prejuicios les
hacen pensar de otra manera son demasiados numerosos para ser
ignorados. Su escepticismo necesita encontrarse con los hechos; y, tedioso
como puede ser para el lector filósofo, no hay más alternativa que entrar en
ello.
ALDO EMILIANO LEZCANO
42
§ 2
Primero, detengámonos un momento para considerar la improbabilidad
antecedente de esta presunta constancia en la naturaleza humana. Es una
observación bastante trivial que el cambio es la ley de todas las cosas: una
verdad igual a un único objeto y al universo. La Naturaleza en su infinita
complejidad está siempre creciendo a un nuevo desarrollo. Cada resultado
consecutivo se convierte en el padre de una influencia adicional, destinada
en algún grado a modificar todos los resultados futuros. Ningún hilo nuevo
entra en la textura de esa tela infinita, tejida en «el rugiente telar del Tiempo»
pero que más o menos altera el patrón. Ha sido así desde el principio.
Cuando damos la vuelta a las hojas de la historia primitiva de la tierra,
cuando interpretamos los jeroglíficos en los que están grabados los sucesos
del pasado desconocido, encontramos este mismo cambio siempre
surgiendo, nunca acabando. Lo vemos igual en lo orgánico y en lo
inorgánico — en la descomposición y recombinación de la materia, y en las
formas siempre variables de la vida animal y vegetal. Las antiguas
formaciones se erosionan; nuevas se depositan. Los bosques y pantanos se
vuelven cuencos de carbón; y las rocas que ahora son ígneas antes fueron
sedimentarias. Con una atmósfera cambiante, y una temperatura
descendiente, la tierra y el mar crean perpetuamente nuevas clases de
insectos, plantas y animales. Todas las cosas se metamorfosean; las conchas
infusorias en caliza y sílex, la arena en piedra, la piedra en grava. Los
estratos se retuercen; los océanos se llenan, las tierras emergen y se hunden.
Donde una vez se agitaba un insondable océano, ahora predominan las
cimas nuevamente cubiertas de un país amplio y ricamente vestido,
pululando con la existencia; y donde un vasto continente se extendía no
quedan más que unos pocos islotes de coral para señalar las tumbas de sus
montañas sumergidas. Así pasa también con los sistemas, al igual que con
las palabras. Las órbitas varían en sus formas, los ejes en sus inclinaciones,
los soles en su brillo. Fijas solo por su nombre, las estrellas están cambiando
innecesariamente las relaciones entre ellas. Nuevas aparecen de vez en
cuando, aumentan y decrecen; mientras que los miembros de cada nebulosa,
soles, planetas, y sus satélites, se impulsan para siempre al infinito
inexplorado.
Sería realmente extraño si, en medio de la mutación universal, solo el
hombre fuera constante, inmutable. Pero no es así. El también obedece a la
ALDO EMILIANO LEZCANO
43
ley de la variación indefinida. Sus circunstancias siempre están cambiando; y
él siempre se está adaptando a ellas. Entre el salvaje desnudo sin casa, y los
Shakespeares y Newtons de un estado civilizado existen innumerables
grados de diferencia. Las comparaciones de las razas en forma, color, y
rasgos no son mayores que las comparaciones en sus cualidades morales e
intelectuales. Esa superioridad de observación que permite a un Bushman
ver más lejos a simple vista que a un europeo con un telescopio es
completamente paralelo a la visión intelectual más perfecta de europeo. Los
Kalmyk en su delicado olfato, y los indios en agudeza de oído no sobresalen
al hombre blanco más de lo que el hombre blanco les sobresale en
susceptibilidad moral. Cada edad, cada nación, cada clima, expone una
forma de humanidad modificada; en todas las épocas, y en todos los
pueblos, se producen una mayor o menor cantidad de cambios.
No puede haber un caso más sorprendente de la tenacidad con la que el
hombre se agarrará a una opinión a pesar de una cantidad arrolladora de
evidencias en contra que la de esta creencia prevalente de que la naturaleza
humana es uniforme. Uno podría haber pensado que es imposible utilizar
los ojos o las orejas sin aprender que la humanidad varía indefinidamente en
instintos, en morales, en opiniones, en gustos, en racionalidad, en
coherencia. Incluso un paseo a través del museo más cercano nos mostraría
que alguna ley de modificación estaba trabajando. Nótese los grotescos
frescos de los egipcios, o los dibujos sin sombra de los chinos. ¿No indican
los contrastes entre estos y los trabajos de los artistas europeos diferencias
en los poderes perceptivos de las razas? Compara las esculturas de Atenas
con aquellas de Indostán o México. ¿No es un mayor sentido de belleza
entendido por el primero que en los otros? Pero, pasando a hechos más
significantes suministrados por historiadores y viajeros, ¿qué debemos
pensar al leer que los griegos y romanos tenían una deidad para sancionar y
apoyar cada maldad concebible? ¿O cuándo escuchamos de tribus polinesias
que creen que sus dioses se alimentan de las almas de los difuntos? ¡Sin
duda las características señaladas por tales concepciones de Divinidad
difieren un poco de las nuestras! Sin dudad también debemos afirmar algo
de superioridad esencial sobre aquellos tártaros que dejaban a los padres
enfermos morir de hambre en el desierto; y sobre aquellos isleños de Fiji,
cuyos miembros de la misma familia tienen que vigilar la traición entre ellos.
No es costumbre de un inglés cenar, como un Caribeño, un prisionero
asado; o como el abisinio, un pedazo tembloroso del trasero de un buey
vivo. Tampoco, como un indio, disfruta de cómo se retuerce una víctima en
ALDO EMILIANO LEZCANO
44
la estaca; tampoco quema a su mujer como un hindú para que su espíritu se
le aparezca a su enemigo.
¿Qué sentido hay en que se pueda afirmar que la naturaleza humana es
siempre la misma? ¿Está en la racionalidad? ¿Por qué Anaxágoras tuvo que
dejar su país por haber afirmado blasfemamente que el sol no es el carro del
dios helios: aunque entre nosotros mismos un niño a veces confunde a sus
mayores con la pregunta quién creó a Dios? ¿Está en la justicia? No: tan mal
como los hombres modernos han tratado a sus esclavos, nunca han
animado a sus jóvenes guerreros, como los espartanos, a abordar y asesinar
sirvientes para entrenar. ¿Está en la honestidad? Si lo es ¿cómo es que
leemos que la «piratería era el ejercicio, el comercio, la gloria, y la virtud de
los jóvenes escandinavos;» aunque entre nosotros, incluso en tiempo de
guerra, está visto con malos ojos? ¿Está en la piedad? No: por mucho que
las carnicerías de un austriaco hayan deshonrado recientemente a Europa,
no se puede comparar a las de Gengis Khan que señalizó su primera
victoria lanzando a setenta prisioneros dentro de calderos con agua
hirviendo; o de Timour, que masacró a 100,000 prisioneros hindúes y erigió
una pirámide con 90,000 cabezas en las humeantes ruinas de Bagdad; o de
Atila, que erradicó y eliminó totalmente setenta ciudades. ¿Está en el
rencor? Claro que no: porque aunque se nos cuenta que Begum Samru,
habiendo ordenado que se emparedada a una de sus bailarinas en una
bóveda, hizo que colocaran su cama sobre ella para poder escuchar sus
gemidos moribundos; encontramos a nuestra reina pidiendo, con mucho
honor, que el hombre que la disparó no debe ser azotado. ¿Está en la
semejanza? No está en las acciones como las vemos. ¿Está entonces en
modales y opiniones? Ciertamente no. En nuestra sociedad difícilmente se
recibiría a una dama o caballero que se sepa que ha envenenado a un
enemigo: en Italia, sin embargo, hubo una época en la que el escándalo no
se unía a esto. Ninguna familia seguiría ahora el ejemplo de los Visconti, ni
elegiría a la víbora como símbolo heráldico. Nadie podría encontrar alguien
igual en el siglo diecinueve que a ese capitán de mercenarios alemán que en
letras plateadas se etiquetó «Duque Werner, señor de la Gran Compañía;
enemigo de la piedad, la compasión, y de Dios».
¿Pero por qué ir fuera para buscar ejemplos de variedad humana? ¿No
tenemos suficientes en casa? En estos primeros días cuando se creía que
«era suficiente para los nobles soplar el cuerno, y llevar sus halcones, y dejar
el estudio y el aprendizaje a los hijos de bien» — en esos días cuando el
hombre se aseguraba dentro de gruesas paredes y tras fosos profundos, y
cuando las mujeres llevaban dagas, el carácter no era justo lo que
ALDO EMILIANO LEZCANO
45
encontramos ahora. Aunque todos mantenían nominalmente la fe profesada
por nosotros mismos, el fronterizo era más ferviente en sus rezos cuando
iban a una incursión; los nombres de los santos eran gritos de guerra; los
obispos guiaban sirvientes a la batalla; y la más alta devoción estaba en el
asesinato de los sarracenos. ¿No debe haber cambiado nuestras naturalezas
de alguna manera cuando hemos transformado esta misma religión en paz,
en un esfuerzo altruista de todo tipo, en una iniciativa misionera, en defensa
de la templanza, en investigación sobre «trabajo y los pobres»? ¿No indica la
agitación por la abolición de la pena de muerte una revolución en los
sentimientos del hombre desde los días cuando el cuerpo de Cromwell fue
desenterrado, y su cabeza fue clavada en Temple Bar — los días en que los
criminales era descuartizados a la vez que colgados — los días que había
murmullos «porque Stafford sufrió hasta morir sin ver sus entrañas arder
delante de su cara» — los días cuando horcas chirriantes estaban repartidas
por todo el país — los días cuando las puertas de las iglesias estaban
cubiertas por las pieles de los hombres que había cometido sacrilegio? ¿Y
cuándo leemos que Sir John Hawkins, en honor a haber sido el primero en
empezar el comercio de esclavos, recibió el añadido a su escudo de armas
«un medio moro propiamente atado con una cuerda», no parece que el
carácter nacional ha mejorado entre sus épocas y la nuestra cuando, por
compasión hacia los negros, 300,000 personas prometieron abstenerse de
todo producto de las Indias Orientales?
Pero es realmente absurdo discutir el asunto. Los propios defensores de
esta fijeza de la naturaleza humana reniegan tácitamente de sus creencias en
ella. Constantemente se atrofian con observaciones en diferencias de
carácter nacional, en peculiaridades de las inclinaciones de sus amigos, y en
sus propios gustos y sentimientos especiales. Reconocimientos hechos de
forma accidental invalidan bastante su dogma. Es más, tan siquiera se
necesita esto. Ninguna comparación entre las costumbres de razas separadas
— entre el hombre cómo es y cómo fue — entre el carácter y el talento de
los individuos — se necesitan para esto. Para el hombre de cualquier
entendimiento, el mero hecho de que él cambia con las circunstancias, día a
día, y de año en año, en sentimiento, capacidades, y deseos, es suficiente
para mostrar que la humanidad es definitivamente variable.
ALDO EMILIANO LEZCANO
46
§ 3
Y si la humanidad es indefinidamente variable, no puede utilizarse como
un calibrador para medir la verdad moral. Cuando vemos que instituciones
impracticables en una época han florecido en una posterior; y que lo que
una vez fueron leyes y costumbres beneficiosas se han convertido en
repulsivas; debemos sospechar con astucia que cambios parecidos
sucederán en el futuro. Esa incongruencia con el estado del hombre y las
cosas que en el presente da a ciertos principios propuestos una apariencia
de impracticabilidad, puede ya, en una época futura, no existir; y aquellos
principios que ahora parecen tan bien adaptados a nuestra condición social
pueden entonces no armonizar con ello. A menos que, por lo tanto,
asumamos que la naturaleza humana, aunque hasta ahora variable,
continuará a partir de ahora fija — una asunción de alguna manera
injustificable — no debemos permitir que el descuerdo entre ningún
sistema ético y el presente estado de la humanidad se tome como una
evidencia contra ese sistema.
Es más: no sólo debemos considerar tal descuerdo, cuando aparezca, sin
prejuicio; sino que tenemos que anticiparlo; y considerarlo, en todo caso,
más bien una indicación de la verdad que un error. ¡Es ridículo buscar
coherencia entre la verdad moral absoluta, y las características defectuosas y
los usos de nuestro estado actual! Como ya se ha dicho, la moralidad afirma
ser un código de reglas adecuadas para «la orientación de la humanidad en
su perfección más alta concebible»— una obediencia universal de sus
principios implica una sociedad ideal. ¿Cómo se puede esperar entonces la
harmonía con las ideas, y acciones, e instituciones del hombre cómo es él
ahora? Cuando decimos que la humanidad es pecadora, débil, frágil,
simplemente queremos decir que ellos no cumplen habitualmente con la ley
asignada. La imperfección es simplemente otra palabra para la
desobediencia. Así que esa congruencia entre una verdadera teoría de deber,
un falso estado de la humanidad, es una imposibilidad, una contradicción en
la naturaleza de las cosas. Sin embargo, a través de aconsejar su esquema de
ética, describe su inmediata y completa posibilidad, probando
inevitablemente de este modo su falsedad. Los principios correctos de
acción se vuelven factibles solo cuando el hombre se vuelve perfecto; o más
bien, al poner las expresiones en orden correcto — el hombre se vuelve
perfecto, solo si es capaz de obedecerlas.
ALDO EMILIANO LEZCANO
47
Por lo tanto puede buscarse un total desacuerdo entre las doctrinas
promulgadas en las siguientes páginas, y las instituciones entre las que
vivimos. Y el lector estará preparado para ver tal desacuerdo no solo en
consecuencia con su verdad, sino como añadido a su probabilidad.
LEMA II
§ 1
Y aun así, siendo incapaz como el hombre imperfecto es de cumplir la
ley perfecta, no hay otra ley para él. Solo se abre un camino correcto; y él
debe o seguirlo o aceptar las consecuencias. La condición de existencia no
se inclinará antes su perversidad; ni se relajará en vista de su debilidad.
Tampoco, cuando todos se rompan, se puede esperar ninguna excepción en
los castigos. «Obedece o sufre» son las alternativas que siempre se repiten.
La desobediencia se condenará sin duda. Y no hay indultos.
Es realmente la máxima favorita de cierta filosofía popular que «no hay
regla sin excepción» — un máxima tan respetable como los refranes junto
con los que se relaciona normalmente. Aplicada a los usos convencionales
— a los principios de la política del estado — las regulaciones sociales — a
los preceptos de la prudencia del bolsillo — a las leyes de la gramática, del
arte, de etiqueta — o a aquellos aforismos comunes que clasifican
aproximadamente las experiencias de la vida diaria, puede ser verdad; pero
si se afirman de los principios esenciales de las cosas, de la sociedad, del
hombre, es completamente falsa.
Las reglas de la naturaleza, al contrario, no tienen excepciones. Las
aparentes son solo aparentes; no reales. Son indicadores de que o no hemos
encontrado la ley verdadera, o que tenemos una expresión imperfecta de
ella. Así, si la gravedad terrestre se define como «la tendencia que poseen
todo los cuerpos libres a descender hacia el centro de la tierra» tú puedes
añadir triunfalmente — «todos los cuerpos libres menos el globo». Pero tu
globo no es una excepción. Su ascenso es tanto el resultado de la gravedad
como la caída de una piedra. Simplemente has probado que la definición no
expresa adecuadamente la ley. De nuevo, a la afirmación de que el ejercicio
aumenta la fuerza — puedes responder que aunque normalmente es verdad
no es verdad para los enfermos a quienes el ejercicio es a menudo
perjudicial; y solo es verdad que es saludable dentro de ciertos límites. Eso
ALDO EMILIANO LEZCANO
48
mismo. Pero dichas excepciones hubieran sido innecesarias si la ley se
hubiera expresado completamente. Se había dicho que, — mientras que el
poder de asimilación sea suficiente para hacer buena la pérdida consecuente
del ejercicio, el ejercicio aumenta la fuerza — no se habrían encontrado
limitaciones. Las llamadas excepciones están en nosotros, no en la
naturaleza. Nos muestran tanto que la ley elude nuestra percepción, o
confunde nuestro poder de expresión.
Correctamente entendido, el progreso desde la más profunda ignorancia
a la mayor iluminación, es un progreso desde la entera inconsciencia de la
ley a la convicción de que ley es universal e inevitable. La acumulación de
conocimiento y la continua inducción siempre están limitando las viejas
ideas de causalidad especial en límites más reducidos. Cada nuevo
descubrimiento en la ciencia — cada anomalía resuelta — fortalece a los
hombres en la creencia de que los fenómenos resultan de fuerzas generales
uniformes. Y en detalle, por la fuerza de la evidencia repetida
constantemente, empiezan a percibir que no hay suspensiones de estas
fuerzas incluso para evitar las catástrofes más terribles. Ven que aunque las
flotas son enviadas al fondo por el resultado de una tormenta, el equilibrio
atmosférico debe restaurarse. Ven que la tierra no detiene su atracción,
incluso para salvar a un pueblo de la inminente avalancha. Ven que, a pesar
de la destrucción consecuente de una iglesia, o hacer explotar un navío, el
fluido eléctrico aún seguirá «la línea de la mínima resistencia». Ven que la
afinidad química debe actuar, a pesar de que acabe ardiendo una ciudad
hasta las cenizas — al sumergir medio país por una alteración volcánica —
o la pérdida de cientos de miles de personas por una epidemia. Cada
incremento del conocimiento va a mostrarlos que la constancia es un
atributo esencial de la ley Divina: ¡una invariabilidad que hace que el eclipse
de un centenar de años así previsible en un momento! Y en el fin de estas
normas inflexibles de la naturaleza — encontramos qué es lo
universalmente bueno. Volver el mundo habitable; ese es el gran objetivo.
Los males menores que se esperan de esta persistencia de acción no nada
nada comparables con los beneficios infinitos asegurados. No necesitamos
considerar ahora si estos males deben o no evitarse. Es suficiente para
nosotros saber que la constancia es la ley, y que no tenemos más alternativa
que asumir que esa ley es la mejor posible.
ALDO EMILIANO LEZCANO
49
§ 2
Como con lo físico, así con lo ético. Una creencia, aún irregular y parcial,
está empezando a extenderse entre el hombre, de que hay un vínculo
indisoluble entre la causa y la consecuencia, un destino inexorable, una «ley
que puede ser abrogada». Confundido por los siempre nuevos aspectos
multiplicados de los asuntos humanos, quizás no es sorprendente que el
hombre deba fracasar en reconocer el carácter sistemático del papel Divino.
Aún en el moral como en el mundo material, la evidencia acumulada está
generando gradualmente el convencimiento, de que los sucesos no son en el
fondo casuales; sino que son forjados en cierta dirección inevitable por
fuerzas invariables. En todas las épocas ha habido alguna percepción
parpadeante de esta verdad; cualquier experiencia dada a esa percepción
incrementa la diferencia. Incluso ahora todos los hombres, de una manera u
otra, atestiguan tal fe. Todo credo conocido es una afirmación de esto.
¿Cuáles son los códigos morales de los mahometanos, los Brahman, los
budistas, más que varios reconocimientos de la conexión inseparable entre
la conducta y sus resultados? ¿No dicen todas que no debes hacer esto, y
esto, porque producirá mal; y que debes hacer esto y esto porque producirá
bien? No importa que sus fundadores se equivocaran en el intento de referir
cada efecto a su causa especial, y así estropear sus sistemas de moralidad: a
pesar de esto, prueban que hay una ley inevitable de causalidad en los
asuntos humanos, que son las que un hombre tiene que aprender y cumplir.
¿Y no es esta la doctrina de la religión más conocida? ¿No enseña también
el Cristianismo que tal y tal acto seguramente acabará en tal o tal cuestión
— los hechos malvados en castigo, los hechos buenos en recompensa — y
que estas están necesaria e indisolublemente conectadas? Nosotros
sugerimos tal fe, también, en nuestras conversaciones diarias; en nuestras
máximas y preceptos, en nuestra educación a los niños, en nuestro consejo
a amigos. Al juzgar a hombres y cosas les referimos instintivamente a alguna
norma de principios determinados. Predecimos bien o mal de este o de otro
esquema, debido a su acuerdo o desacuerdo con ciertas leyes de vida
percibidas. Es más, incluso el burocrático chapucero, con su interés por lo
esencial, y declarado desdén por «principios abstractos», tiene realmente un
conocimiento secreto de tal secuencia invariable de eventos — realmente
cree en la influencia de esa necesidad caritativa» de que a un acto dado se
adjunta un resultado fijado. ¿Para qué es el verdadero significado de su
«medida» — su «proyecto de ley»? No considera azar si producirán este, o
ALDO EMILIANO LEZCANO
50
ese, efecto. Si lo hiciera, estaría preparado para adoptar tanto un plan como
otro. Evidentemente ve que hay influencias constantes trabajando, que, de
cada circunstancia, o grupo de circunstancias, deduce una consecuencia
inevitable; y que bajo condiciones similares vendrán de nuevo eventos
similares.
Seguramente, entonces, si todos creen en la persistencia de estas leyes
secundarias, mucho más deberían creen en la persistencia de las primarias,
que sustentan la existencia humana, y de las que crecen nuestras verdades
diarias. No podemos negar la raíz, si reconocemos las ramas. Y si ésta es la
constitución de las cosas, estamos forzados a admitir esta misma «necesidad
beneficiosa». No hay alternativa. Cada sociedad tiene leyes, o no. Si no
tiene, no puede existir orden, ni certeza, ni sistema en su fenómeno. Si
tiene, entonces son como las otras leyes del universo — seguras, inflexibles,
siempre activas, y sin excepciones.
§ 3
Qué infinitamente importante es, que debemos verificar qué son estas
leyes; y habiéndolas verificado, ¡obedecerlas incondicionalmente! Si
realmente existen, entonces solo obedeciéndolas algo puede tener éxito
permanentemente. Solo puede mantenerse mientras que cumple con los
principios del equilibrio moral. Nuestro edificio social puede construirse
con todas las labores e ingenios posibles, y ser hacinado con decretos
astutamente concebidos, pero si no hay rectitud en las partes que lo
componen — si no está construido en principios honestos, seguramente se
caerá a pedazos. Al igual que podemos intentar encender un fuego con
hielo, darle de comer al ganado con piedras, colgar nuestros sombreros en
telarañas, o de otra manera ignorar las leyes físicas del mundo, podemos ir
en contra de sus leyes éticas igualmente imprescindibles.
Sí, pero hay excepciones, dices. No se nos puede guiar siempre
estrictamente a través de principios abstractos. Las consideraciones
prudentes deben tener algún peso. Es necesario utilizar un poco de política.
Muy engañosas, sin duda, son tus razones para defender esta u otra
excepción. Pero si hay alguna verdad en el argumento anterior, no puede
hacerse ninguna infracción de la ley con impunidad. Aquellos valiosos
esquemas por los que propones alcanzar algún bien deseado a través de una
ALDO EMILIANO LEZCANO
51
pequeña desobediencia política, llevan todos al engaño. Si hubiera alguien
que te dijera que ha inventado una combinación mecánica, que dobla el
poder sin disminuir velocidad, o que ha descubierto la cuadratura del
círculo, o que conoce la receta de la piedra filosofal, o que puede venderte
un velo que te salvaría de ahogarte, responderías, que aunque fueran leyes
de la materia, dichas cosas no pueden ser — que eran improbabilidades
demostradas. Exactamente. Pero ten por satisfecho que no son
imposibilidades más absolutas que tus éxitos propuestos, que de forma
parecida chocan con las leyes esenciales de la vida. Debe ser realmente
difícil para aquellos que tienen poca fe en lo invisible, el seguir un principio
impávidamente, a pesar de cada mal amenazante — abandonar su propio
poder de juicio que parece mejor, de la creencia de que solo es mejor lo que
es abstractamente correcto — decir «aunque las apariencias están en su
contra, aun así obedeceré la ley». Sin embargo, esta es la verdadera aptitud a
asumir: la conducta que ha sido el objetivo a inculcar de toda enseñanza
moral; la única conducta que puede responder al final.
f
§ 4
Incluso suponiendo por un momento, que un solo acto de desobediencia
puede pasar sin malos resultados — es más, que puede traer beneficios:
incluso suponiendo esto, la sensatez del acto no se prueba de esta manera.
Por considerar los efectos probables de un precedente incorrecto. Como
Paley en verdad dijo «las malas consecuencias de los actos tiene dos caras,
particular y general». E incluso admitiendo que se ha asegurado un bien
particular, se presupone un mal mayor general al abrir el camino a una
desobediencia futura. No hay seguridad en este credo permisivo. Una
brecha en las leyes deja un espacio para innumerables trasgresiones
posteriores. Si el primer paso erróneo se ha tomado con aparente
impunidad, le seguirán otras inevitablemente. No deben creerse las
f
Coleridge expresa claramente tal creencia. El dice - «Esta es en verdad la característica
principal del sistema moral totalmente enseñada por el Amigo; que la distinta premonición
de las consecuencias pertenece exclusivamente a la Sabiduría Infinita que es una con el
Deseo Todopoderoso, del que dependen todas las consecuencias; pero para el hombre -
obedecer el simple mandato incondicional de evitar cada acto que implique la propia
contradicción, o, en otras palabras, producir y mantener la mayor armonía posible en los
impulsos y facultades que componen su naturaleza, supone los efectos de la prudencia.» —
The Friend. (El Amigo.)
ALDO EMILIANO LEZCANO
52
promesas de los estudiantes de «solo esta vez». Haz un agujero al principio
al admitir una sola excepción, y, entre una excusa u otra, muchas otras
excepciones se introducirán tras ella, para volver al principio bueno para
nada. De hecho, si sus consecuencias se siguen de cerca, esta misma
solicitud de una autorización de casos especiales se vuelve la fuente de casi
todos los males que nos afligen. Casi toda mala acción se excusa en quién lo
realiza en este terreno. Confiesa que su acto está en desacuerdo con la ley
moral, que admite que es, y en algún modo cree que es, la mejor guía.
Piensa, sin embargo, que su interés requiere que de vez en cuando se hagan
excepciones. Todos los hombres hacen esto; — y mira los resultados.
§ 5
¿Pero podremos asegurarnos alguna vez de que una desobediencia
excepcional traerá los beneficios anticipados? Cualquiera que abandone por
una vez una guía declaradamente legítima, debe recordar que está volviendo
a caer en aquella hipótesis de la idoneidad de la que ya hemos visto la
falsedad. Está haciendo valer su derecho al conocimiento perfecto del
hombre, de la sociedad, de las instituciones, de sucesos, de todo lo
complejo, fenómeno siempre cambiante de la existencia humana; y a un
conocimiento de la mente que puede deducir de estas cómo las cosas irán
en el futuro. En resumen, está asumiendo esa misma omnisciencia, que,
como la vemos, es requisito para llevar a cabo con éxito tal sistema. ¿Se
encoje por atribuirse tanto? Entonces observa su dilema. Abandona lo que
admite que es en su conjunto una regla segura de conducta, para seguir una
que es difícil de entender; inestable en sus direcciones; dudosa en sus
consecuencias.
Si la estupidez de tal conducta necesita ser ilustrada con hechos, tenemos
suficientes a mano. El fracaso constante de los esquemas concebidos sin
consultar los principios éticos ya han sido explicados (ver página 8). Vamos
ahora, sin embargo, a coger unos pocos casos especialmente aplicables al
punto presente — casos en los que el beneficio se ha buscado en evidente
oposición a estos principios — casos en los que el hombre, insatisfecho con
el camino cuya señal declara que «la honestidad es la mejor política», se ha
desviado por el camino secundario de la injusticia, con la esperanza de
alcanzar más rápidamente su fin.
La esclavitud de los negros sirve como un buen ejemplo. Nada podía
haber parecido más concluyente que el razonamiento de colonialistas sin
ALDO EMILIANO LEZCANO
53
principios sobre este tema. Aquí había tierras fértiles, un clima espléndido, y
un gran mercado para la venta del producto. Ahora bien, si simplemente se
pudieran importar y reducir a la servidumbre una suficiente cantidad de
trabajadores, ¡sería una gran ventaja para sus amos! Mantenidos a un bajo
precio; hechos para trabajar duro, y para mantenerse largo tiempo en ello,
¡qué excedentes crearían! ¡Aquí había una mina de oro! Bueno: los colonos
cumplieron sus intenciones — hicieron eso que, aunque podía no ser justo,
era aparentemente «la mejor política», tanto como les interesaba. Sin
embargo sus visiones doradas distaron mucho de realizarse. Los países
esclavos estaban en la miseria por todo el mundo. Aunque Jamaica en un
tiempo nos envió unos pocos y muy grandes nababs, la historia de la India
Oriental ha sido una historia de sufrimiento y quejas, a pesar de la continua
ayuda y beneficios artificiales. Los estados sureños de América están muy
por detrás de sus vecinos norteños en prosperidad — están en proceso de
abandonar la esclavitud uno tras otro, en consecuencia de sus ruinosos
resultados. De alguna manera el proyecto no ha respondido como se
esperaba. Aunque trabajaran en algunos casos dieciséis horas de
veinticuatro; aunque se le mantuviera con «una pinta de harina y un arenque
sazonado al día;» aunque se le hiciera trabajar a latigazos, el esclavo no le
daba a su dueño el gran beneficio calculado. Ciertamente resulta que, bajo
ciertas circunstancias, el trabajo gratis es mucho más barato. Y entonces,
además de la desilusión, llegan resultados que no se buscaban. La esclavitud
trajo en su tren las maldiciones multiplicadas de un estado social enfermo;
un reino de mutuo odio y terror; de desmoralización universal; de
imprudencia engendrada del pecado; de gastos excesivos; de mala
cultivación, suelos agotados, estados hipotecados, bancarrota, miseria.
Después de todo, la ley moral hubiera sido la guía más segura.
Cuando Philip de Valois hizo jurar a los policías que ocultarían la
devaluación de la moneda, y que se esforzarían en hacer creer a los
mercaderes que las piezas de oro y plata tenían todo su valor, pensó que
aunque quizás amoral, tan medida sería enormemente rentable. Y sin duda
los otros reyes, que, en «aquellos viejos tiempos», casi en general hicieron lo
mismo. Se extralimitaron, sin embargo, como hace todos los maquinadores.
Es verdad que sus deudas fueron reducidas «en proporción a la reducción
en el valor de la moneda; pero sus impuestos fueron a la vez reducidos en la
misma proporción. Además, la pérdida de su reputación por la honradez les
hizo imposible después pedir prestado dinero, excepto en proporción a
altos índices de interés, para cubrir el riesgo corrido por el prestamista». Así
que no solo perdieron en la parte del acreedor de sus cuentas lo que
ALDO EMILIANO LEZCANO
54
ganaron en la parte del deudor, si no que se pusieron en gran desventaja
para el futuro. Después de siglos de experiencia que costaron caro, la
práctica se abandonó a regañadientes, y ahora es universalmente expandida
como fundamentalmente suicida — de hecho tan suicida como todas las
otras infracciones de la ley de lo correcto.
Recordemos también, el fracaso de esos intentos de beneficiarse a costa
de nuestras colonias Americanas; y los desastrosos resultados a los que
guiaron. Nuestros gobernadores pensaron que sería altamente beneficioso
para la madre patria, si se obligaba a las colonias a hacerse sus clientes; y
persiguiendo esta conclusión, no solo prohibieron a los colonos comprar
ciertos productos de otros países que no fueran Inglaterra, ¡sino que incluso
les negaron el derecho a crear esos productos ellos mismos! Como siempre
la maniobra se probó peor que un fracaso. El gasto requerido para
mantener abierto este trueque nacional fue mayor que las ganancias. Es
más, de hecho, ese gasto fue un despilfarro total, y peor que un despilfarro;
resultó que los intercambios artificiales que se obtenían así implicaban
pérdida por ambas partes. ¡Entonces llegó también el castigo, la oposición
de los colonos, la guerra de la independencia, y ciento y pocos de miles
añadidos a nuestra carga nacional!
¡Qué sombroso ejemplo de la derrota de la deshonestidad por parte de
las leyes eternas de las cosas tenemos en la historia de la Compañía de la
Indias Orientales! Egoísta, inmoral, experimentado en política, y con fuerza
ilimitada para piratearla, esta oligarquía, año tras año, lleva a cabo con
perseverancia sus planes de engrandecimiento. Domina provincia tras
provincia; pone un príncipe tras otro bajo tributo; hace peticiones
desmesuradas sobre reglas adyacentes, e interpreta las negativas como un
pretexto para el ataque; se vuelve el único propietario de la tierra,
demandando casi la mitad de la producción como renta; y monopoliza
completamente el comercio: de este modo uniendo en sí mismo el
personaje de conquistador, gobernante, terrateniente y comerciante. ¿Con
todos estos recursos, qué puede ser excepto próspero? De los botines de la
guerra ganada, la renta de millones de acres, el tributo de monarcas
dependientes, los beneficios de un comercio exclusivo, ¡qué riquezas
incalculables deben lloverles! ¡Qué tesoro Público tan abarrotado! ¡Ay! La
Compañía debe unos 50.000.000 de libras.
El comercio protegido, también, ha ofrecido muchas pruebas de la
imprudencia de la injusticia. La historia del negocio de la lana algunos siglos
atrás puede citarse como una; pero vamos a coger el caso más reciente de la
seda. Bajo la ahora felizmente explotada solicitud de protección de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
55
industria nativa, los fabricantes fueron liberados de toda competencia
extranjera. Sus precios sea aumentaron así artificialmente, y toda la nación
fue forzada a comprar de ellos. Y así, teniendo un gran mercado y grandes
beneficios, pensaron que tenían asegurada su prosperidad. Sin embargo,
estaban condenados a la decepción. En vez de un comercio rápido y
extenso, obtuvieron uno lánguido y limitado; y esa rama de manufactura,
que tenía que ser un patrón de grandeza comercial, se convirtió en sinónimo
de pobreza lamentable. ¡Qué absurdo, bajo tal lamentable estado de las
cosas, debe haber parecido la propuesta de volver hacia el trato justo
bajando los impuestos! ¡Qué «impracticables» se deben haber pensado de
esos hombres, que, debido a que el monopolio era injusto, deseaban
exponer a los casi arruinados fabricantes a la dificultad adicional de la
competencia extranjera! ¿Puede ser algo más contrario al sentido común?
Aquí seguro que había un caso en el que «los principios abstractos» deben
dar paso al «principio». Es más, incluso aquí, también, se prueba que
obedecer a la ley moral es lo mejor. La rebelión en su contra se ha castigado
con desastres acumulados: una sumisión parcial se recompensó con un
aumento de la prosperidad. Dentro de los catorce años posteriores a la
fecha en la que los impuestos se disminuyeron, el comercio subió más del
doble — aumentó más dentro de ese período que durante el siglo anterior.
Y aquellos que, hasta hace poco, fueron incapaces de reconocer a sus
iguales franceses en el mercado nacional, no solo empezaron a competir
con ellos en los mercados de otras naciones, sino que enviaron grandes
cantidades de mercancías a la propia Francia.
Estos no son más que unos pocos ejemplos de una experiencia universal.
Si se sigue diligentemente, los resultados de abandonar lo correcto para seguir
lo político encontrarán uniformemente su fin de este modo. Los hombres
que están suficientemente locos para pensar que pueden violar sin peligro
las leyes fundamentales de la buena conducta, pueden leer en tales derrotas
y desastres su propio destino. Dejad que investiguen, y encontrarán que
cada pequeña maldad, cada gran catástrofe, es de una manera u otra una
sucesión de injusticia. Histeria monetaria, burbujas de los Mares del Sur,
Rainway manía, rebeliones irlandesas, revoluciones francesas — éstas, y las
miserias que fluyen de ellas, no son más que los efectos del engaño. Una
experiencia amarga nos enseña a todos los hombres cuando es demasiado
tarde, que, al igual que en los asuntos nacionales e individuales, la total
sumisión es el camino más inteligente. Incluso Napoleón, después de su
aparente éxito, sus triunfos, su profunda habilidad política, su «política»
previsora, acabó con la creencia de que «no hay poder sin justicia».
ALDO EMILIANO LEZCANO
56
Sin embargo este comentario sobre el código moral — la Historia como
lo llamamos — ¡el hombre lo lee siempre en vano! Estudiando a fondo
sobre de los símbolos con los que está escrita, no están atentos a las grandes
hechos expresados en ellos. En vez de recoger señales que tienen que ver
con todas las preguntas importantes — ¿Cuáles son las leyes que
determinan el éxito o fracaso nacional? — cotillean sobre intrigas de estado,
asedios y batallas, escándalos de la corte, el crimen de los nobles, las peleas
de partidos, los nacimientos, muertes, y bodas de reyes, y otras pequeñeces
como estas. Minucias, detalles chapuceros, la vanidad y cursilería de épocas
pasadas, las meras decoraciones de la tela de la existencia, la examinan,
analizan, y comentan eruditamente con detalle sobre ella; aun así están
ciegos a aquellas realidades severas que cada época envuelve en su
superficial tejido de acontecimientos — esas terribles verdades que nos
miran enfurecidas desde la oscuridad del pasado. Desde los estratos de
nuestro yacimiento histórico, ellos juntan diligentemente todo los
fragmentos altamente coloreados, saltan sobre cualquier cosa que es curiosa
y resplandeciente, y se ríen como gallinas sobre sus brillantes adquisiciones;
mientras tantos las ricas vetas de sabiduría que se ramifican entre estos
detritos inútiles, yacen completamente desatendidas. Pesadas cantidades de
basura son acumuladas ávidamente, mientras que aquellas masas de rico
mineral, que debería haberse cavado, y del que las verdades doradas
deberían haberse fundido, quedan inimaginables y sin buscar.
§ 6
¿Pero por qué todo este análisis elaborado en la propiedad, o
impropiedad, de hacer excepciones a una ley ética establecida? La propia
pregunta es absurda. ¿A qué se refiere realmente un hombre al decir de una
cosa que es «teóricamente justa», o verdadera en principio», o «relativamente
correcta»? Simplemente que le concede lo que él, de una manera u otra,
percibe que son las disposiciones de la ley Divina. Cuando admite que un
acto es «teóricamente justo», admite que es lo que, en deber estricto, debería
hacerse. Por «verdad en principio», quiere decir en armonía con la conducta
decretada por nosotros. El camino que llama «relativamente correcto», cree
que es el camino designado para la felicidad humana. No hay escapatoria.
Las expresiones significan esto, o no significan nada. Prácticamente, por
tanto, cuando él propone desobedecer, ¡lo hace con la esperanza de mejorar
ALDO EMILIANO LEZCANO
57
esta guía! Aunque se haya dicho que tal o cual son los verdaderos caminos
para la felicidad, ¡él opina que conoce más cortos! A la orden silenciosa del
Creador — «Haz esto» él contesta que, en conjunto, ¡él cree que lo puede
hacer mejor! ¡Esta es la infidelidad real; el verdadero ateísmo: dudar de la
premonición y eficiencia de la disposición divina, y con infinita presunción
suponer que el juicio es menos falible! Cuando el hombre «dejará su
desesperada pretensión de escanear este Gran Mundo de Dios en su
pequeño cerebro; y saber que tiene ciertamente, más allá de sus sondeos,
una Ley Justa; que su alma es justa; — que su parte en ello es ajustarse a la
ley del Todo, a seguirlo en devoto silencio, no cuestionarlo, obedeciéndolo
como incuestionable.
g
§ 7
Revisando en pocas palabras el argumento, primero señalamos, que las
leyes físicas se caracterizan por la constancia y universalidad, y que hay
razones para creer la misma verdad de las éticas. Se deduce, si es así, que no
hay más seguridad que en su total obediencia, incluso a pesar de apariencias
amenazantes. Esta conclusión se refuerza por la reflexión, de que cualquier
salida del principio para escapar de algún mal anticipado, es una vuelta a los
errores probados de la idoneidad. Es de nuevo reforzado por el hecho, que
los innumerables intentos de beneficiarse de la arrogancia de la
desobediencia han fracasado. Y aun así la reflexión asegura aún más que
creer que podemos mejorarnos a nosotros mismos al renegar del camino
que se nos ha marcado es un concepto impío de omnisciencia por encima
de lo divino.
Las razones para insistir especialmente de este modo en la obediencia
implícita se harán evidentes a medida que el lector continúe. Entre las
conclusiones que vendrán inevitablemente detrás de un principio
reconocido, encontrará seguramente varios de los que estará apenas
preparado. Alguno de estos parecerá extraño; otros impracticables; y, quizás
— uno o dos totalmente en desacuerdo con sus ideas del deber. Sin
embargo si las encontrara derivadas razonablemente de una verdad
fundamental, no tendría más alternativa que adoptarlas como reglas de
g
Consejo, por cierto, que en estos últimos días el que lo da debería propiamente llevárselo
a casa para sí mismo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
58
conducta, que deberá seguir sin excepción. Y habiendo algún peso en las
consideraciones descritas arriba, entonces, sin importar cómo puede ser en
apariencia inconveniente, peligroso, e incluso perjudicial, el camino que la
moralidad apunta como «relativamente correcto», la mayor sabiduría está la
sumisión perfecta y valiente.
ALDO EMILIANO LEZCANO
59
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61
PARTE I
ALDO EMILIANO LEZCANO
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ALDO EMILIANO LEZCANO
63
CAPÍTULO I
DEFINICIÓN DE MORALIDAD
§ 1
No parece existir ninguna idea establecida de lo que abarca una Filosofía
Moral. Los Moralistas o han omitido el preludio de sus preguntas por
cualquier definición estricta del trabajo a realizar, o han formulado una
definición de carácter muy flojo y sin criterio. En vez de limitarse al
descubrimiento y aplicación de ciertos principios esenciales del buen
comportamiento, han intentado dar reglas para todas las acciones posibles,
bajo todas las circunstancias posibles. Correctamente entendida la materia
de investigación yace dentro de límites relativamente estrechos; pero,
ignorando esto, han entrado en una multitud de preguntas que pronto
veremos que están bastante más allá de su área.
§ 2
Ya se ha dicho que la ley moral debe ser la lay del hombre perfecto — la
ley de obediencia en la que la perfección consiste. Solo hay dos
proposiciones entre las que podemos elegir. También se debe declarar que
la moralidad es un código de reglas para el comportamiento del hombre
como es — un código que reconoce los defectos de carácter existentes, y los
permite; o si no es un código de reglas para la regulación de la conducta
entre los hombres como deberían ser. De la primera alternativa debemos
decir, que cualquier sistema de morales propuesta que reconozca los
defectos existentes, y permite actos necesarios para ellos, se condena a sí
misma; viendo que, por la hipótesis, los actos así perdonados no son los
mejores concebibles; no están perfectamente bien — no perfectamente
moral, y entonces una moralidad que los permite, es, mientras que haga esto,
una moralidad inservible. Escapar de esta contradicción es imposible, a no
ser que se adopte la otra alternativa; específicamente, que al ignorar la ley
ALDO EMILIANO LEZCANO
64
moral todos los estados malintencionados, defectos, e incapacidades,
prescribe la conducta de una humanidad ideal. La rectitud pura y absoluta
solo puede ser su tema a debatir. Su objetivo debe ser determinar las
relaciones que los hombres deben tener los unos con los otros — señalar los
principios de acción en una sociedad normal. A través de proposiciones
sucesivas esto debe aspirar a dar una declaración ordenada de aquellas
condiciones bajo las que los seres humanos deben asociarse
armoniosamente; y para este fin se requiere como su postulado, que esos
seres humanos sean perfectos. O podemos calificarlo la ciencia de la vida
social; una ciencia que, en común con otras ciencias, asume la perfección en
los elementos con los que trata.
§ 3
Tratando por tanto como lo hace los principios abstractos del
comportamiento correcto, y las deducciones que hay que hacer de estos, un
sistema de ética pura no puede reconocer el mal, o ninguna de esas
condiciones que el mal genera. Ignora totalmente lo incorrecto, la injusticia
o el crimen, y no informa cómo debe hacerse cuando se han cometido. No
sabe nada de la infracción de las leyes, ya que es simplemente una
declaración de lo que las leyes son. Simplemente dice, tal y cual son los
principios sobre los que los hombres deben actuar; y cuando estos se
quebrantan no puede hacer otra cosa que decir que se han quebrantado. Si
se pregunta qué debe hacer alguien cuando otro le ha tirado, no te lo dirá;
solo puede contestar que un ataque es una violación de la ley, y da paso a
una mala relación. Es silencioso ante la forma en la que debemos actuar
ante un ladrón; y la información que ofrece es, que robar es una alteración
del equilibrio social. Debemos aprender de él que la deuda implica una
infracción del código moral; que si el deudor debe o no ser encarcelado, no
lo puede decidir. A todas las preguntas que presuponen alguna acción ilegal
antecedente, como ¿debería un abogado defender a cualquiera que crea que
es culpable? ¿Debería un hombre romper un juramento que hizo para hacer
algo malo? ¿Es correcto hacer públicas las malas conductas de nuestros
semejantes? La ley perfecta no puede dar una respuesta, porque no
reconoce las premisas. Al buscar el resolver tales puntos en principios
puramente éticos, los moralistas han intentado imposibles. También deben
haber intentado resolver matemáticamente una serie de problemas respecto
a líneas torcidas y curvas rotas, o deducir de los teoremas de la mecánica el
ALDO EMILIANO LEZCANO
65
método apropiado para arreglar una máquina desencajada. Ninguna
conclusión puede reclamar la verdad absoluta, pero aquellas que dependen
de verdades son las que son absolutas. Antes de que pueda haber exactitud
en una deducción, tiene que haber exactitud en las proposiciones
antecedentes. Un matemático requiere que las líneas rectas con las que trata
sean realmente rectas; y que sus círculos, y elipses, y parábolas estén de
acuerdo con las definiciones precisas — deben responder perfecta e
invariablemente a ecuaciones específicas. Si le das una pregunta en la que
estas condiciones no se cumplen, te dirá que no pueden responderse. Y así
es con el moralista filosófico. Solo trata con el hombre recto. Determina las
propiedades del hombre recto; describe como el hombre recto se comporta,
muestra en qué relaciones se mantiene con otros hombres rectos; muestra
cómo se constituye una comunidad de hombres rectos. Se obliga a ignorar
completamente cualquier desviación de la rectitud estricta. No puede
admitirlo en sus premisas sin invalidad todas sus conclusiones. Un
problema en que el hombre torcido forma uno de los elementos es
irresoluble para él. Puede declarar qué piensa sobre ello — puede dar una
solución aproximada; pero algo más es imposible. Su decisión ya no es
científica ni autoritaria, ahora es meramente una opinión.
O quizás el punto debe forzarse más convenientemente, usando la
ciencia del hombre animal, para ilustrar la del hombre moral. La fisiología se
define como una exposición clasificada de los fenómenos de la vida
corporal. Trata de las funciones de nuestros órganos en su estado normal.
Explica las relaciones en las que los miembros tienen unos con otros —
cuáles son sus respectivos deberes — cómo se llevan a cabo dichos deberes,
y por qué son necesarios. Expone la dependencia mutua de las acciones
vitales; señala cómo estas se mantienen en un balance necesario, y describe
la condición de las cosas que constituyes la salud perfecta. La enfermedad
nunca es reconocida, y por lo tanto no puede responder ninguna pregunta
con respecto a ella. Para la pregunta — ¿Cuál es la causa de la fiebre? O
¿Cuál es el mejor remedio para un catarro? No da respuesta. Tal materia
está fuera de su ámbito. Si pudiera responder ya no sería fisiología, sino
patología, o terapéutica. Justo así es con la verdadera moralidad, que debería
ser llamada propiamente — Fisiología Moral. Su trabajo es simplemente
exponer los principios de la salud moral. Como su análogo, no tiene nada
que ver con acciones patológicas ni funciones trastornadas. Se encarga solo
de las leyes de una humanidad normal y no puede reconocer una condición
mala, depravada o desordenada.
ALDO EMILIANO LEZCANO
66
Así que parece, que en tratar ambas materias como el derecho de la
propiedad, y la impropiedad del conflicto, como partes de la misma ciencia,
los moralistas han confundido justo temas que son esencialmente distintos.
La pregunta — ¿cuáles son los principios correctos de la conducta humana?
Es una cosa; la pregunta — ¿qué debemos hacer cuando estos principios se
han roto? Es otra, y una cosa muy diferente. Si este último admite alguna
solución — si es posible desarrollar científicamente una Patología Moral y
una Terapéutica Moral parece muy dudoso. Siendo esto como debe ser, sin
embargo, está muy claro que un sistema de ética pura es independiente de
estas. Y se considerará a lo largo de investigaciones subsiguientes.
ALDO EMILIANO LEZCANO
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CAPÍTULO II
LA EVANESCENCIA DEL MAL
§ 1
Todo mal resulta de la no adaptación de constitución a estado. Esto es
verdad en todo lo que tiene vida. ¿No se encoge un arbusto en tierra pobre,
o se pone enfermo cuando carece de luz, o muere en el acto si se le mueve a
un clima frío? Esto se debe a que se ha destruido la armonía entre su
organización y sus circunstancias. Esas experiencias en la granja y en los
animales que muestran que el dolor, enfermedad y muerte, se dan en los
animales bajo ciertos tipos de tratamientos, pueden generalizarse todos bajo
la misma ley. Cada incidente sufrido en el cuerpo humano, desde un dolor
de cabeza a una enfermedad fatal — desde una quemadura o un esguince,
hasta la pérdida accidental de la vida, se puede encontrar fácilmente de
forma parecida al colocar ese cuerpo en una situación para la que su
capacidad no da para más. Ni se reduce la expresión a su aplicación al mal
físico; también comprende el mal moral. ¿Se angustia el hombre de buen
corazón ante la visión de pobreza? ¿Es infeliz el soltero porque sus recursos
no le permitirán casarse? ¿Llora la madre por su hijo perdido? ¿Se lamenta el
inmigrante de dejar su tierra natal? ¿No se sienten algunos molestos por
dejar pasar su vida con ocupaciones desagradables, y otros por no tener
ninguna ocupación? La explicación aún es la misma. Independientemente
de la naturaleza especial del mal, esta está siempre relacionada con la causa
general — el deseo de congruencia entre las facultades y sus campos de
acción.
§ 2
Igualmente verdad es que ese mal tiende constantemente a desaparecer.
En virtud a un principio esencial de vida, esta no adaptación de un
organismo a sus condiciones siempre se está corrigiendo; o la modificación
ALDO EMILIANO LEZCANO
68
de uno o ambos, continúa hasta que la adaptación esté completa. Cualquier
cosa que posea energía, desde la célula elemental hasta el propio hombre,
inclusive, obedece a esta ley. Lo vemos ilustrado en la aclimatación de las
plantas, en las costumbres modificadas de los animales domésticos, en las
variadas características de nuestra propia raza. Acostumbradas al corto
invierno ártico, las hierbas y arbusto siberianos brotan, florecen y maduran
sus semillas, en un espacio de unas pocas semanas. Si se exponen al rigor de
los inviernos del norte, los animales de la zona templada consiguen pieles
más gruesas, y se vuelven blancos. El galgo que, la primera vez que se le
lleva a las altas mesetas de los Andes, falla en la persecución por falta de
aliento, adquiere, en el transcurso de generaciones, un par de pulmones más
eficientes. El ganado que en su estado salvaje daba leche solo por cortos
periodos de tiempo, ahora la da casi continuamente. Amblar no es un ritmo
natural para el caballo; aun así hay razas americanas que ahora lo hacen sin
entrenamiento.
El hombre muestra justo la misma adaptabilidad. Cambia el color
dependiendo de la temperatura — vive aquí de arroz, y allí de grasa de
ballena — consigue mayores aparatos digestivos si normalmente come
comida poco nutritiva — adquiere el poder de ayunar largamente si su
forma de vida es irregular, y lo pierde cuando el suministro de comida es
seguro — se vuelve rápido y ágil en la tierra salvaje e inerte en la ciudad —
consigue vista, oído y olfato agudos, cuando sus costumbres de vida lo
necesitan, y estos sentidos se atenúan cuando son menos necesarios. Nadie
puede cuestionar que tales cambios son para la idoneidad de las
circunstancias que nos rodean. Cuando ve que el habitante de los pantanos
vive en una atmósfera que ciertamente es la muerte para un extraño —
cuando ve que un hindú puede tumbarse y dormir bajo un sol tropical,
mientras que su amo blanco con persianas cerradas, espolvoreadores de
agua, un punkah, difícilmente puede dormir — cuando ve que los
groenlandeses y los napolitanos subsisten cómodamente con sus respectivos
alimentos — grasa de ballena y macarrones, pero les haría desgraciados un
intercambio entre ambos — cuando ve que en otros casos aún existe esta
adaptación a la dieta, al clima, y a las formas de vida, incluso el más
escéptico debe admitir que algunas leyes de adaptación están trabajando. Es
más, de hecho, si interpreta los hechos correctamente, encontrará que la
acción de tal ley, es fácil de seguir hasta la más insignificante ramificación de
la experiencia individual. En el borracho que necesita una cantidad mayor
de bebidas espirituosas para emborracharse, y en el tomador de opio, que
tiene que continuar tomando una mayor dosis para producir el efecto
ALDO EMILIANO LEZCANO
69
normal, debe marcar como el sistema adquiere poder gradualmente para
resistir lo que es nocivo. Aquellos que fuman, que esnifan, o que
habitualmente usan medicinas, pueden servir de ejemplo. De hecho, no hay
ningún cambio en el estado o capacidad corporal, que no deba tenerse en
cuenta en el mismo principio.
Esta ley universal de modificación física, es también la ley de la
modificación mental. Las numerosísimas diferencias de capacidad y
disposición que han crecido con el paso del tiempo entre las razas indias,
africanas, mongoles, y caucásicas, y entre las subdivisiones varias de ellas,
todas deben atribuirse a la adquisición en cada caso la idoneidad para las
circunstancias. Esos fuertes constantes en los caracteres de naciones y de
épocas ya ejemplificados hace tiempo no admiten ninguna otra explicación
concebible. ¿Por qué toda esta divergencia de un tipo común original? Si la
adaptación de constitución a condición no es la causa ¿cuál es la causa?
No hay nadie, sin embargo, que pueda refutar esta doctrina con
coherencia alguna, pues todos utilizan argumentos que presuponen su
verdad. Incluso aquellos cuyos prejuicios se oponen más a la teoría de la
infinita adaptabilidad del hombre; están traicionando continuamente su
creencia involuntaria en ella. Hacen esto cuando atribuyen diferencias de
carácter nacional a diferencias en costumbres y preparativos nacionales: y de
nuevo cuando opinan sobre la fuerza del hábito; y de nuevo cuando
discuten la influencia probable de una medida propuesta doble la moralidad
pública: y de nuevo cuando aconsejan práctica como un medio de obtener
una capacidad aumentada: y de nuevo cuando describen ciertas búsquedas
como enriquecedoras y otras como degradantes; y de nuevo cuando hablan
de acostumbrarse a cualquier cosa: y de nuevo cuando recomiendan ciertos
sistemas de disciplina mental — cuando enseñan que el comportamiento
moral eventualmente se vuelve placentero, y cuando advierten del poder de
un vicio largamente fomentado.
De hecho, si consideramos la pregunta de cerca, no se puede imaginar
ninguna otra disposición de las cosas. Debemos adoptar una de las tres
proposiciones. Debemos afirmar o que el ser humano es totalmente
inalterable por las influencias que tiene que soportar — sus circunstancias
como las llamamos; o que constantemente tiende a volverse más y más
inadecuado para esas circunstancias; o que él tiende a volverse adecuado
para ellas. Si la primera es verdad, entonces todos los esquemas de
educación, de gobierno, de reforma social — todos los instrumentos que se
sugieren que actúan sobre el hombre, son completamente inútiles, viendo
que no pueden actuar sobre él en absoluto. Si la segunda es verdad,
ALDO EMILIANO LEZCANO
70
entonces la manera de hacer a un hombre virtuoso es acostumbrarle a
prácticas crueles, y viceversa. Siendo ambas proposiciones absurdas, se nos
fuerza a admitir la que queda.
§ 3
Teniendo en cuenta entonces los dos hechos, que todos el mal resulta de
una no adaptación de la constitución a estados; y que el lugar donde existe
esta no adaptación se está reduciendo continuamente a través del cambio de
constitución para adaptarse a estados, debemos estar preparados para
comprender el lugar actual de la raza humana.
Debido al aumento de la población el estado de existencia que llamamos
social ha sido necesario. Los hombres que viven en este estado sufren bajo
numerosos males. De la hipótesis resulta que sus caracteres no están
completamente adaptados a tal estado.
¿En qué aspecto no están tan adaptados? ¿Cuál es el requisito especial
que el estado social requiere?
Requiere que cada individuo tenga solo tales deseos, que puedan ser
satisfechos sin aprovecharse de la habilidad de otros individuos para
conseguir tal satisfacción. Si los deseos de cada uno no están de esta manera
limitados, entonces todos deben tener certeza de sus deseos insatisfechos; o
algunos deben conseguir satisfacción de ellos al gasto correspondiente de
otros. Necesitando ambas alternativas dolor, implican una no adaptación.
¿Pero por qué un hombre no está adaptado al estado social?
Simplemente porque aún retiene parcialmente las características que le
adaptaron al estado anterior. Los aspectos en los que no está adaptado para
la sociedad son los aspectos en los que está adaptado para su vida original
de depredador. Sus circunstancias primitivas requerían que debía sacrificar
el bienestar de otros seres por el suyo; sus circunstancias presentes
requieren que no deba hacerlo; y mientras que su antigua característica
todavía repique en él, no se adaptará al estado social. Todos los pecados de
los hombres entre ellos, desde el canibalismo del caribeño a los crímenes y
venalidades que vemos a nuestro alrededor; los crímenes que llenan
nuestras cárceles, los engaños del comercio, las disputas de nación con
nación, y de clase con clase; la corrupción de instituciones, la envidia de
casta, y el escándalo de salones, tienen sus causas comprendidas bajo esta
generalización.
ALDO EMILIANO LEZCANO
71
Con respecto a la presente posición de la raza humana, debemos por lo
tanto decir, que el hombre necesitó una constitución moral para adecuare a
su estado original; que necesita otra para adaptarse a su presente estado; y
que ha estado, está, y continuará largo tiempo, en proceso de adaptación.
Con el término civilización queremos decir la adaptación que ya ha tenido
lugar. Los cambios que constituye el progreso son los pasos sucesivos de la
transición. Y la creencia en la perfección humana, simplemente equivale a la
creencia, que en virtud de este proceso, el hombre finalmente se adaptará
completamente a esta forma de vida.
§ 4
Si hubiera alguna conclusión en los siguientes argumentos, tal certeza
está bien fundada. Tan comúnmente apoyado por la evidencia sacada de la
historia, no puede considerarse indiscutible. La deducción que como
adelanto ha sido hasta ahora la regla, será la regla a partir de ahora, debe
llamarse especulación plausible. Pero cuando se muestre que este avance se
debe al trabajo de una ley universal; y que en virtud de esa ley debe
continuar hasta que se alcance el estado que llamamos perfecto, entonces la
llegada de tal estado se saca de la zona de probabilidad a la de la
certidumbre. Y si nadie pone objeciones en esto, dejemos que él nos señale
el error. Aquí hay varios pasos del argumento.
Toda imperfección es la inaptitud a las condiciones de existencia.
Esta inaptitud debe consistir en o tener una facultad o facultades en
exceso; o en tener una facultad o facultades en defecto; o en ambos.
Una facultad en exceso, es una en la que las condiciones de existencia no
permiten el pleno ejercicio; y una facultad que es deficiente, es una de la que
las condiciones de existencia piden más de las que puede desempeñar.
Pero es un principio esencial de vida que una facultad a la que las
circunstancias no le permiten total ejercicio disminuye; y que una facultad
de la que las circunstancias piden demasiado aumenta.
Y mientras que este exceso y esta deficiencia continúen, debe continuar
decayendo en una parte, y creciendo en la otra.
Finalmente todos los excesos y todas las diferencias deben desaparecer;
esto es, toda inaptitud debe desaparecer; esto es, toda la imperfección debe
desaparecer.
ALDO EMILIANO LEZCANO
72
De esta forma el máximo desarrollo del hombre ideal es lógicamente
seguro — tan seguro como cualquier conclusión en la que coloquemos la fe
más implícita; por ejemplo, que todos los hombres morirán. ¿Por qué
deducimos que todos los hombres morirán? Simplemente porque, en un
inmenso número de experiencias pasadas, la muerte ha sucedido
uniformemente. De igual manera como las experiencias de todos los
pueblos en todas las épocas — experiencias que están plasmadas en
máximas, proverbios, y preceptos morales, y que están ilustradas en
biografías e historia, van a probar que órganos, facultades, poderes,
capacidades, o como los llamemos, crecerán del uso y disminuirán del
desuso, se deduce que continuarán haciéndolo. Y si esta deducción es
incuestionable, entonces es la que se deduce de lo anterior — que la
humanidad debe al final adaptarse completamente a sus condiciones —
indudable también.
El progreso, entonces, no es un accidente, sino una necesidad. En vez de
ser la civilización artificial, es una parte de la naturaleza; toda una pieza
junto con el desarrollo del embrión y el desplegar de una flor. Las
modificaciones que el hombre ha experimentado, aún las está
experimentando, resultado de una ley subyacente a toda la creación
orgánica; y siempre que la raza humana continúe, y la constitución de las
cosas sigua siendo la misma, aquellas modificaciones deben acabar
finalizando. Tan cierto como que el árbol se vuelve gigantesco cuando está
solo, y delgado cuando está en un grupo; tan cierto como que la misma
criatura asume las diferentes formas de un caballo de tiro y un caballo de
carreras, de acuerdo a si sus costumbres piden fuerza o rapidez; tan cierto
como que el brazo de un herrero se hace más grande, y la piel de la mano de
un obrero más gruesa; tan cierto como que los ojos tienden a volverse
hipermétropes en el marinero, y miopes en el estudiante; tan cierto como
que el ciego logra un sentido del tacto más delicado; tan seguro como que
un dependiente adquiere rapidez en escritura y cálculo; tan cierto como que
el músico aprende a detectar un error de un semitono en medio de lo que
para otros parece una mezcla de sonidos; tan cierto como que una pasión
crece con la satisfacción y disminuye cuando se modera; tan cierto como
que una conciencia descuidada se vuelve inerte y una que se obedece activa;
tan cierto como que hay alguna eficacia en la cultura educativa, o algún
significado en tales términos como hábito, costumbre, práctica; — así sin
duda deben amoldarse las facultades humanas en completa idoneidad para
el estado social; así sin duda deben desaparecer las cosas que llamamos mal
e inmoralidad; así sin duda el hombre debe volverse perfecto.
ALDO EMILIANO LEZCANO
73
CAPÍTULO III
LA IDEA DIVINA Y LAS CONDICIONES DE SU REALIZACIÓN
§ 1
Si, en vez de proponerlo como la ley de la conducta humana, Bentham
hubiera simplemente asumido que «la felicidad más grande» es el objetivo
creativo, su postura se hubiera sostenido suficientemente. Casi todos los
hombres de una manera u otra afirman lo mismo. Si se hubiera hecho la
proposición antes de estar Simón el estilita encima de su columna,
seguramente hubiera objetado sobre ello. Probablemente los flagelantes del
siglo trece hubieran pensado de otra manera. E incluso ahora es posible que
los faquires de la india tengan una opinión distinta. Pero, pese a que puede
ser verdad que un ascetismo salvaje atribuye a la Deidad una barbaridad
igual a la suya, y cree que se deleita en sacrificios humanos; pese a que
puede ser verdad que entre nosotros mismos la misma noción aún persiste,
bajo la forma de ayunos y penitencias ocasionales; aún hay pocos si no
nadie entre la gente civilizada que no esté de acuerdo en que el bienestar
humano está de acuerdo con la voluntad divina. La doctrina es enseñada
por nuestros profesores religiosos; se asume por cada escritor en la moral;
debemos entonces considerarlo sin peligro como una verdad reconocida.
Es una cosa, sin embargo, mantener que esa felicidad más grande es el
objetivo creativo, y una cosa bastante diferente mantener que la felicidad
más grande debería ser el objetivo principal del hombre. Ha sido el error fatal
de los filósofos de la idoneidad el confundir estas posturas. No han visto
que la verdad tiene dos caras, una cara divina y una cara humana; y que nos
importa mucho cuál miramos. La Felicidad más Grande y la Moralidad, son
la cara y la cruz de un mismo hecho: lo que está escrito en una superficie
está más allá de nuestra interpretación: lo que está escrito en el otro puede
leerse fácilmente.
Hablando metafóricamente, y hablando en lenguaje filosófico, debemos
decir que somos nosotros los que tenemos que determinar las condiciones a
las que tenemos que ajustarnos para alcanzar esta felicidad más grande. No
ALDO EMILIANO LEZCANO
74
confiar en las suposiciones: no hacer esto o aquello, porque pensamos que es
beneficioso: sino encontrar cuál es realmente la línea de conducta que lleva
al fin deseado. Porque indiscutiblemente debe haber en la naturaleza de las
cosas algunos prerrequisitos definitivos e inalterables para tener éxito. El
hombre es una entidad visible, tangible, que tiene propiedades. En las
circunstancias que lo rodean hay ciertas necesidades invariables. La vida
depende del cumplimiento de funciones específicas; y la felicidad es un tipo
de vida particular. Seguramente entonces si podemos saber cómo, en medio
de estas circunstancias señaladas, debe vivir el ser Hombre, para así lograr el
resultado — felicidad más grande, debemos determinar primero cuáles son
las condiciones esenciales. Si resolvemos el problema, solo puede ser
consultado estas y sometiéndonos nosotros mismo a ellas. Suponer que
podemos, ignorando o haciendo caso omiso de ellas, tener éxito gracias a
una especulación aleatoria, es una completa locura. Solo se puede alcanzar el
desiderátum de una manera. Lo que es ese camino debe depender de las
necesidades fundamentales de nuestra posición. Y si las descubriéramos,
nuestro primer paso debe ser determinar esas necesidades.
§ 2
A la cabeza de estos está este hecho inalterable — el estado social. En el
pre-ordenado curso de las cosas, el hombre se ha multiplicado hasta que se
ha visto forzado a vivir más o menos en presencia de otros. Eso, al ser
necesario para el apoyo de la mayor suma de vida, tal condición es
preliminar a la producción de la mayor suma de felicidad, parece altamente
probable. Siendo como debe ser, sin embargo, encontramos este estado
establecido; de ahora en adelante hay que continuarlo; y debemos entonces
establecerlo como una de esas necesidades que nuestras reglas para el logro
de la felicidad más grande deben reconocer y ajustarse.
En este estado social el campo de actividad de cada individuo limitados
por los cambios de actividad de otros individuos, resulta en que los
hombres que se dan cuenta de esta mayor suma de felicidad, deben ser
hombres que puedan obtener completa felicidad dentro de su propio campo
de actividad, sin disminuir los campos de actividad requeridas para la
adquisición de felicidad por otros. Evidentemente, si cada uno o ninguno de
ellos no pueden recibir felicidad completa sin disminuir los campos de
ALDO EMILIANO LEZCANO
75
actividad de uno o más del resto, debe o acortar su completa felicidad, o
debe hacer que uno o más lo hagan; y entonces bajo dichas circunstancias,
la suma total de la felicidad no puede ser tan grande como se concibe, o no
puede ser la mayor felicidad. Entonces aquí está la primera de esas
condiciones fijas para la obtención de la felicidad más grande, exigida para
el estado social. Es el cumplimiento de esta condición lo que expresamos
con la palabra justicia.
Para este prerrequisito esencial hay uno adicional de naturaleza similar.
Vemos que sin aprovecharse de los campos de actividad de otros, el
hombre aún puede comportarse con otro de tal manera que produce
emociones dolorosas. Y si alguno tiene sentimientos que les lleven hacer
esto, está claro que la cantidad total de felicidad no es tan grande como si
estuvieran desprovistos de estos sentimientos. Por lo tanto, para alcanzar la
felicidad más grande, la constitución humana debe ser tal que cada hombre
pueda perfectamente satisfacer su propia naturaleza, no solo sin disminuir
los campos de actividad de otros hombres, sino sin dar infelicidad a otros
hombres de manera directa o indirecta. Esta condición, como veremos
poco a poco, tiene que diferenciarse bastante de la anterior. Esta práctica
debe llamarse beneficio negativo.
Hay otro requisito por cumplimiento del cual la felicidad derivada del
cumplimiento de los siguientes se multiplica indefinidamente. Aún hay otro
requerimiento por cumplimiento de que la felicidad que fluye de su
conformidad con los anteriores se multiplica indefinidamente. Dejemos que
una raza de seres esté compuesta de tal manera que cada individuo sea
capaz de obtener la total satisfacción de todos sus deseos, sin reducirla de la
satisfacción obtenida por otros individuos, y nosotros tendremos un estado
de cosas en que la cantidad de felicidad aislada es la mayor concebible. Pero
dejemos a estos seres estén compuestos de tal manera que cada uno,
además de las emociones placenteras recibidas personalmente, pueda
participar con compresión en las emociones placenteras de todos los otros,
y la suma total de la felicidad aumenta en gran parte. Así que, al requisito
primario de que cada uno debe ser capaz de conseguir la felicidad total sin
disminuir la felicidad del resto, debemos ahora añadir el segundo de que
cada uno debe ser capaz de recibir felicidad de la felicidad del resto.
Cumplir con este requisito implica beneficio positivo.
Por último la última condición debe ir para la producción de la felicidad
más grande, que, aunque debidamente atento a las limitaciones precedentes,
cada individuo debe desempeñar todos aquellos actos requeridos para llenar
la medida de su propia felicidad particular.
ALDO EMILIANO LEZCANO
76
Estas son entonces las necesidades. No hay cuestiones de opinión, sino
cuestiones de hechos inalterables. Su negación es imposible, no se puede
declarar más excepto lo que es autocontradictorio. Sin ninguna alternativa,
los seres que tienen que darse cuenta de la idea divina deben estar así
constituidos. Antes de que se pueda producir la felicidad más grande, cada
hombre debe responder a estas definiciones; y toda aproximación a la
felicidad más grande, presupone una aproximación hacia la conformidad
con ellas. Los esquemas de gobierno y cultura que las ignoran, no pueden
ser otra cosa que esencialmente absurdas. Todo debe ser bueno o malo,
correcto o incorrecto, en virtud de su concordancia o discordancia con ellas.
No necesitamos sorprendernos con investigaciones en la idoneidad de cada
medida, al intentar rastrear sus resultados definitivos en todas sus infinitas
ramificaciones — una tarea que es una insensatez intentar. Nuestro camino
es preguntar respecto a tal medida, si reconoce plenamente o no estas
necesidades fundamentales, y asegurarnos de qué debe ser apropiada o
inapropiada en consecuencia. Todo nuestro código de deber se comprende
en el esfuerzo de estar a la altura de estas necesidades. Si encontramos
satisfacción al hacer esto, está bien; si no, nuestro objetivo es conseguir esa
satisfacción. La felicidad más grande se obtiene solo cuando la conformidad
con ellas es espontánea; viendo que la limitación de deseos que incita a la
violación implica dolor, o reducción de la felicidad más grande. Por lo tanto
tenemos que acostumbrarnos a satisfacer estos requisitos tanto como
podamos. El estado social es una necesidad. Las condiciones de la felicidad
más grande están fijas bajo ese estado. Nuestros caracteres son las únicas
cosas no fijas. Estos, entonces, deben moldearse en la idoneidad para las
condiciones. Y todas las enseñanzas y disciplinas morales, deben tener
como su objetivo, acelerar este proceso.
§ 3
Se pueden dar objeciones en la clasificación anterior de las condiciones
necesarias para la felicidad más grande, como el ser en algún grado artificial.
Se podrá decir quizás que la distinción entre justicia y beneficencia no puede
mantenerse, ya que ambas gradúan a la otra imperceptiblemente. Algunos
pueden argumentar que no es permisible el suponer ninguna diferencia
esencial entre la conducta correcta hacia otros y la conducta correcta hacía
ALDO EMILIANO LEZCANO
77
sí mismo, viendo que lo que generalmente se consideran simplemente
acciones personales, al final afectan a otros en tal grado, que se vuelven
acciones públicas; como los testigos de efectos colaterales como embriaguez
o suicidio. Otros deben sostener que toda moralidad debe clasificarse como
personal; porque con el hombre correctamente constituido o moral, la
conducta apropiada hacia otros es simplemente casual para el cumplimiento
de su propia naturaleza.
En cada una de estas alegaciones hay una gran verdad; y no se puede
negar que bajo un análisis final, todas estas distinciones como las que se han
hecho arriba deben desaparecer. Pero se tiene que tener en mente que
críticas similares pueden pasar a cualquiera de todas las clasificaciones. Se
puede argumentar de la misma manera que no debemos separar las leyes del
calor de aquellas de la mecánica, porque cuando el fuego se aplica al agua
genera fuerza mecánica. Los campos parecidos de la óptica deben
identificase con química; viendo que en el proceso fotográfico, la luz se
convierte en un agente químico. Considerando que los músculos se
contraen cuando son estimulados por una corriente galvánica, debemos
tratar a la fisiología y electricidad como si formaran una sola ciencia. Ni
tampoco deberíamos distinguir entre la vida vegetal y animal; a estas se les
ha encontrado que tienen una raíz común, y es casi imposible a qué división
pertenecen los organismos inferiores. Así que a no ser que tales objetores
estén preparados para decir que la botánica y la zoología deberían verse
como uno, y que todas las líneas de demarcación entre las ciencias físicas
deberían abolirse, deben tolerar en consecuencia una clasificación análoga
en la ciencia moral; y deben admitir que a pesar de que es en cierto modo
artificial, puede ser un preliminar esencial a cualquier cosas como la
investigación sistemática. El mismo poder limitado de comprensión que nos
obliga a tratar con fenómenos naturales separándolos en grupo y estudiado
cada grupo a solas, puede también obligarnos a separar esas acciones que
colocan al hombre en una relación directa con sus semejantes, de otros que
no lo hacen; aunque puede ser verdad que tal separación no pueda
mantenerse estrictamente. E incluso al tratar con una de estas secciones —
en desarrollar los principios de la conducta correcta hacia otros, puede ser
necesario además el distinguir, como arriba, el principio primario y más
imprescindible, del secundario y menos imprescindible; a pesar de que estos
tengan una raíz común.
§ 4
ALDO EMILIANO LEZCANO
78
La realización de la Idea Divina siendo reducida al cumplimiento de
ciertas condiciones, se vuelve la función de una moralidad científica, para
hacer una declaración detallada del modo en el que la vida debe regularse
para ajustarse a ella. En cada una de estas verdades axiomáticas debe ser
posible construir una serie de teoremas de inmediato en relación con
nuestra conducta diaria; o, invirtiendo el pensamiento — cada acción se
encuentra en una cierta relación con estas verdades, y debe ser posible de
una manera u otra resolver el problema, si esa relación es una de
concordancia o discordancia. Cuando tal serie de teoremas se ha elaborado,
y se han dado soluciones a tal serie de problemas, la tarea del moralista se ha
cumplido.
Cada uno de estos axiomas, sin embargo, debe tener su propio grupo de
consecuencias deducidas separadamente, o de hecho, como ya se ha dado a
entender, deben tenerlos así deducidos. Sus respectivos desarrollos
constituyen secciones independientes de la ciencia moral, que requieren ser
tratadas en su orden natural. Por el momento, por tanto, nuestra atención se
limitará al primero y más esencial de ellos. La moralidad individual y
personal, distinguida de la moralidad social y pública, no se introducirá en
las siguientes páginas. Tampoco se encontrará en ellas ninguna declaración
sobre esas clases de obligaciones morales arriba comprendidas bajo los
términos beneficio positivo y negativo.
h
Es de las varias deducciones a sacar
de la condición principal a la felicidad más grande, el cumplimiento de lo
que se quiere decir vagamente con la palabra justicia, de lo que tenemos que
tratar. Nuestro trabajo será desarrollar esa condición en un sistema de
justicia, marcar esos límites impuestos a los campos de actividad de cada
hombre, como por los campos de otros hombres; definir las relaciones que
son necesarias para una identificación de esos límites; o — en otras palabras
— desarrollar los principios de la Estática Social.
h
Estas otras divisiones del tema debes ser retomadas en una ocasión futura, siendo las
circunstancias favorables.
ALDO EMILIANO LEZCANO
79
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81
PARTE II
ALDO EMILIANO LEZCANO
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ALDO EMILIANO LEZCANO
83
CAPÍTULO IV
DERIVACIÓN DE UN PRIMER PRINCIPIO
§ 1
Posiblemente habrá alguien para quién las consideraciones à priori
descritas en el capítulo anterior, sean demasiado abstractas para una
comprensión clara. Es fácil, sin embargo, razonar nuestro camino a ese
primer principio de ciencia ética que estamos a punto de seguir hasta sus
consecuencias, sin apelar a estas. Y será conveniente hacerlo. Empezando
de nuevo, de la verdad reconocida, que la felicidad humana es el deseo
Divino, vamos a mirar los medios designados para la obtención de esa
felicidad, y a observar qué condiciones presuponen.
La felicidad es un estado inevitable de la percepción. Ese estado debe
producirse por la acción sobre la percepción de ciertas influencias
modificantes — por ciertos afectos suyos. Todos los afectos de la
percepción las calificamos sensaciones. Y entre el resto, esos afectos que
constituyen la felicidad deben ser sensaciones.
¿Pero cómo recibimos sensaciones? A través de lo que llamamos
facultades. Es cierto que un hombre no puede ver sin ojos. Igualmente
cierto es que no puede experimentar una impresión de ningún tipo, a no ser
que esté dotado de algún poder apropiado para tomar esa impresión; es
decir, una facultad. Todos los estados mentales que llamamos sentimientos
e ideas, son afectos de su percepción recibida a través de facultades —
sensaciones que le da a través de ellas.
Después viene la pregunta — ¿Bajo qué circunstancias producen las
facultades esas sensaciones de las que consiste la felicidad? La respuesta es
— cuando son ejercidas. Es de la actividad de una o más de ellas que toda
gratificación surge. De la actuación saludable de cada función de mente o
cuerpo se da un sentimiento agradable. Y este sentimiento agradable se
alcanza solo a través del cumplimiento de la función; es decir, por el
ejercicio de la facultad correlativa. Cada facultad a cambio permite su
emoción especial; y la suma de estas constituye la felicidad.
ALDO EMILIANO LEZCANO
84
O el asunto puede exponerse brevemente así. Un deseo es la necesidad
de algunos tipos de sensaciones. Una sensación se produce solo por el
ejercicio de una facultad. Por lo tanto ningún deseo puede satisfacerse
excepto a través del ejercicio de un facultad. Pero la felicidad consiste en la
debida satisfacción de todos los deseos; es decir, la felicidad consiste en el
debido ejercicio de todas las facultades.
§ 2
Si Dios solo desea la felicidad del hombre, y la felicidad del hombre
puede obtenerse solo a través del ejercicio de sus facultades, entonces Dios
desea que el hombre deba ejercitar sus facultades; es decir, es el deber del
hombre ejercitar sus facultades; por deber se refiere a la realización del
deseo Divino. Que ejercer sus facultades es el deber del hombre se prueba
más a fondo por el hecho, de que eso que llamamos castigo va unido al
abandono de ese ejercicio. No es solo la actividad normal de cada facultad
el producir placer, sino que la suspensión continua de esa actividad produce
dolor. Tal como el estómago ansia digerir comida, así cada agente corporal y
mental ansia realizar su acción designada. Y tal como el negarse a satisfacer
las ansias de la facultad digestiva produce sufrimiento, así el negarse a
satisfacer las ansias de cualquier otra facultad produce sufrimiento, a una
extensión proporcional a la importancia de esa facultad. Pero como Dios
desea la felicidad humana, esa línea de conducta que produce infelicidad es
contraria a su deseo. Entonces el no ejercicio de las facultades es contrario a
su deseo. Sea como sea, vemos que el ejercicio de las facultades es el deseo
de Dios y el deber del hombre.
Pero el cumplimiento de este deber presupone necesariamente la
libertad de acción. El hombre no puede ejercer sus facultades sin cierto
alcance. Debemos tener libertad para ir y venir, ver, sentir, hablar, trabajar;
para conseguir comida, ropa, refugio, y proveerse de todas y cada una de las
necesidades de esta naturaleza. Debe ser libre para hacer todo lo que sea
directa o indirectamente requisito para la debida satisfacción de todas las
necesidades físicas y mentales. Sin esto no puede cumplir su deber ni el
deseo de Dios. Pero si no puede cumplir el deseo de Dios sin esto, entonces
Dios le ordena que lo tome. Él tiene autoridad Divina, entonces, para
aceptar esta libertad de acción. Dios tenía previsto que lo tuviera; es decir,
que tiene derecho a ello.
ALDO EMILIANO LEZCANO
85
Parece que no hay posibilidad de escapar de esta conclusión. Repitamos
los pasos por los que llegamos a ella. Dios desea la felicidad del hombre. La
felicidad del hombre solo se puede producir por el ejercicio de sus
facultades. Entonces Dios desea que pueda ejercer sus facultades. Pero para
ejercer sus facultades debe tener libertad para hacer todo lo que sus
facultades le impulsan naturalmente a hacer. Entonces Dios piensa que él
debe tener esa libertad. Por lo tanto él tiene un derecho a esa libertad.
§ 3
Esto, sin embargo, no es verdad para uno sino para todos. Todos están
dotados de facultades. Todos están destinados a cumplir con el deseo
divino ejerciéndolas. Por lo tanto todos deben ser libres para hacer aquellas
cosas en las que consiste su ejercicio. Es decir, todos deben tener derecho a
la liberta de acción.
Y de ahí surge necesariamente una limitación. Porque si los hombres
tienen tal derecho a esa libertad que es necesaria para el ejercicio de sus
facultades, entonces la libertad de cada uno debe estar vinculada con la
misma libertad de los demás. Cuando, en la búsqueda de sus respectivos
fines, dos individuos colisionan, los movimientos del primero siguen libres
solo mientras que no interfieran en los movimientos del otro. Esta esfera de
existencia en la que nos arrojan no teniendo espacio para la actividad
desenfrenada de los demás, pero que poseen de igual manera los mismos
derechos a dicha actividad desenfrenada en virtud de sus constituciones, no
hay otro remedio que el de dejar fuera las inevitables restricciones de una
forma equitativa. Entonces llegamos a la proposición principal, que cada
hombre debe reclamar la mayor libertad para ejercer sus facultades
compatible con la posesión de la misma libertad de otros hombres.
§ 4
ALDO EMILIANO LEZCANO
86
En una consideración parcial esta declaración de la ley puede parecer
quizás abierta a críticas. Debe ser mejor limitar el derecho de cada uno a
ejercitar sus facultades, con la condición de que no dañará a otros — no
infligirá daño a otros. Pero aunque a primera vista satisfactoria, esta
expresión de la ley permite deducciones erróneas. Es verdad que el hombre,
respondiendo a aquellas condiciones de la felicidad más grande descritas en
el capítulo anterior, no puede ejercer sus facultades ofendiendo a otros. No
es, sin embargo, que cada uno evite proporcionar sufrimiento absteniéndose
del pleno ejercicio de sus facultades; si no que las facultades de cada uno
son tales que su pleno ejercicio no hiere a nadie. Y aquí está la diferencia.
Proporcionar sufrimiento puede tener dos causas. O que el hombre
anormalmente constituido haga algo desagradable a los sentimientos
normales de sus vecinos, en cuyo caso actúa mal; o que en el
comportamiento de un hombre normalmente constituido irriten los
sentimientos anormales de sus vecinos; en cuyo caso no es su
comportamiento el que está mal, sino sus caracteres. Bajo tales
circunstancias el debido ejercicio es correcto, aunque dé sufrimiento; y el
remedio para el mal se encuentra en la modificación de esos sentimientos
anormales a los que se les proporciona dolor.
Para aclarar esta distinción veamos unos pocos ejemplos. Un hombre
honesto descubre que un amigo, del que antes había pensado bien, es un
granuja. Tiene ciertos altos instintos a los que la pillería repugna; y dándoles
completa libertad, deja de relacionarse con este que no lo merece. Ahora,
aunque hacer esto proporciona sufrimiento, no resulta en la infracción de la
ley. El mal debe atribuirse, no al indebido ejercicio de sus facultades, sino
por la inmoralidad del hombre que lo sufre. Por otra parte, un protestante
en un país católico romano, se niega a descubrir su cabeza al pasar el
anfitrión. Así obedeciendo los impulsos de ciertos sentimientos, molesta a
los espectadores; y si se tuviera que modificar el gesto anterior de la ley
correcta, sería censurable. Al obedecer a los impulsos provocados por
ciertos sentimientos resulta molesto para el espectador, algo que sería
censurable si la modificación de la ley antes mencionada fuera correcta. La
culpa, sin embargo, no la tiene él, sino aquellos que se han ofendido. No es
que él sea culpable declarando así su creencia, sino que ellos no deberían
tener una intolerancia tan tiránica de otras opiniones que no sean las tuyas.
O, un hijo, para gran disgusto de su padre y familia, se casa con quien,
aunque en todos los aspectos admirable, carece de dote. Así obedeciendo a
los dictados de su naturaleza puede conllevar un sufrimiento considerable a
ALDO EMILIANO LEZCANO
87
sus familiares; pero de eso n o se deduce que su conducta sea mala; más
bien se deduce que los sentimientos que su conducta ha herido son malos.
Por lo tanto vemos que en casos frecuentes como estos, limitar el
ejercicio de las facultades por la necesidad de no proporcionar sufrimiento a
otros, sería parar el ejercicio apropiado de las facultades en algunas
personas, con el propósito de dejar el ejercicio inapropiado de facultades en
el resto. Además, el cumplimiento de tal regla no previene, como parece a
primera vista, el sufrimiento. Porque aunque el que se retenga por ello evita
infligir sufrimiento en sus semejantes, lo hace a expensas de sufrir él. El mal
debe ser soportado por alguien, y la pregunta es por quién. ¿Debe el
protestante, mostrando veneración a algo que no venera, contar una
mentira, y así usar la violencia contra su sentimiento de conciencia que debe
eludir el irritar el espíritu intolerante de sus vecinos católicos? ¿O debe dar
rienda a su propia saludable sinceridad e independencia, y ofender a sus
malsanos intolerantes? ¿Debe el hombre honesto reprimir aquellos
sentimientos que le hacen honesto, no fuera que su exhibición le produjera
dolor al granuja? ¿O debe respetar sus propios sentimientos más nobles, y
dañar los viles del otro? Entre estas alternativas nadie puede mantenerse
callado. Y aquí es donde llegamos a la raíz del asunto. Hay que recordar que
la ley universal de la vida es, que el ejercicio o gratificación de las facultades
las fortalecen; mientras, al contrario, la represión o daño infligido hacia ellas,
implica una disminución de su poder. Y entonces le sigue que cuando se
marca la acción de una facultad normal, para prevenir dañar las facultades
anormales de otros, esas facultades anormales se mantienen tan activas
como siempre, y las normales se vuelven débiles y anormales. Mientras que
bajo circunstancias opuestas la normal permanece fuerte, y las anormales se
debilitan, y se hacen más normales. En el primer caso el daño es perjudicial,
porque retrasa la aproximación a esa forma de naturaleza humana bajo la
que las facultades de cada uno deben ejercitarse totalmente sin disgustar a
facultades similares. En el otro caso el daño es beneficioso, porque ayuda a
la aproximación a esa forma. Así, esa primera impresión de la ley que surge
inmediatamente de las condiciones de la existencia social, resulta ser la
verdadera: tales modificaciones de la misma como arriba, exigen una
conducta que es en muchos casos absolutamente maliciosa.
Y aún, por otro lado, cuando buscamos expresar la ley diciendo que cada
hombre tiene total libertad para ejercer sus facultades, siempre y cuando
nunca pase por encima de las libertades de ningún otro, nos
comprometemos a un defecto de un carácter opuesto; y encontramos que
hay muchos casos en que la anterior expresión modificada responde mejor.
ALDO EMILIANO LEZCANO
88
Existen varias maneras en que las facultades pueden ejercitarse para el
agravio de otras personas, sin que la ley de la misma libertad se sobrepase.
Un hombre debe comportarse de forma poco amigable, puede utilizar
lenguaje malsonante, o molestar con costumbres asquerosas; y quienquiera
que ofenda de esta manera los sentimientos normales de sus colegas,
disminuye la felicidad de forma manifiesta. Olvidamos tal conducta si
decimos que cada uno es libre de ejercer sus facultades mientras que no
infrinja daño a nadie más. Mientras si simplemente limitamos la libertad de
cada uno por la misma libertad de todos, no la prohibimos; viendo que el
que ejercita sus facultades de esta manera, no dificulta a otros al ejercitar las
suyas de la misma manera, y en la misma extensión. ¿Cómo vamos a escapar
entonces de esta dificultad? Ninguna declaración de la ley cumple del todo
nuestros requisitos y aun así debemos elegir uno de ellas. ¿Cuál debe ser, y
por qué?
Debe ser la original, y por una muy buena razón. Limitando la libertad de
cada uno por la misma de libertad de todos, se excluyen un amplio rango de
acciones incorrectas, pero no excluye ciertas otras incorrectas. Limitando la
cantidad de libertad de cada uno por la necesidad de no dar sufrimiento al
resto, excluye todas las acciones impropias, pero excluye con ellas otras
muchas que son apropiadas. La primera no corta suficiente; la otra corta
demasiado. La primera es negativamente errónea; la otra lo es
positivamente. Evidentemente, entonces, debemos adoptar la
negativamente errónea, viendo que esos defectos pueden volverse buenos a
través de la ley complementaria. Y aquí es donde necesitamos esa distinción
marcada recientemente entre justicia y beneficio negativo — una distinción que
hacemos normalmente en los asuntos de la vida. La justicia impone sobre el
ejercicio de las facultades una serie primaria de limitaciones, que es
estrictamente verdad mientras continúe. El beneficio negativo impone una
serie secundaria. No es un defecto en la primera que no incluya la última, las
dos son, en lo principal, distintas; y, como acabamos de ver, el intento de
unirlas bajo una expresión nos lleva a errores fatales.
§ 5
Sin embargo probablemente se empezará otra oposición. Con plena
libertad para ejercer las facultades, se refiere a plena libertad para hacer todo
ALDO EMILIANO LEZCANO
89
lo que las facultades provocan, o, en otras palabras, hacer todas lo que el
individuo desea; y debe decirse, que si el individuo es libre de hacer todo lo
que él desea, siempre y cuando no traspase ciertos derechos de otros,
entonces es libre para hacer cosas que son perjudiciales para él mismo — es
libre para emborracharse, o suicidarse. A esto se debe responder en primer
lugar, como lo anterior, que aunque la ley ahora establecida prohíbe una
cierto tipo de acciones como inmorales, no reconoce todas las clases de
inmoralidad — que la restricción que pone en el libre ejercicio de
facultades, pese a ser la principal, no es la única restricción, y él debe recibir
sin prejuicios a las futuras. De la necesidad de tales futuras, la dificultad que
aquí se alza provee un segundo ejemplo.
Dese cuenta ahora, sin embargo, que estas restricciones adicionales son
de autoridad bastante inferior a la ley original. En vez de ser, como esta,
capaz de desarrollo puramente científico, ellas (bajo circunstancias
existentes) pueden desarrollarse solo en formas superiores de idoneidad. El
límite establecido en la libertad de cada hombre, como la libertad de otros
hombres, es un límite casi siempre posible de determinar exactamente; para
dejar que la condición de las cosas sea lo que debe, las cantidades
respectivas de libertad que el hombre adopta pueden compararse, y la
igualdad o desigualdad de esas cantidades reconocerse. Pero cuando nos
ponemos a elaborar deducciones prácticas de las proposiciones de que un
hombre no tiene la libertad de hacerse cosas perjudiciales a sí mismo, y que
él no tiene libertad (excepto en los casos recientemente citados) de hacer lo
que puede traer infelicidad a sus vecinos, nos encontramos envueltos en
estimaciones complicadas de placeres y daños, al peligro evidente de
nuestras conclusiones. Es muy cierto, que trazar las consecuencias que un
acto dado supondrán para uno mismo y para otros, es incomparablemente
menos difícil que determinar los efectos definitivos de algunas medidas
públicas sobre una nación entera; y por tanto guiarse por el interés propio
en la vida privada es proporcionalmente menos peligroso. También es
cierto, que incluso aquí, que las deducciones fidedignas sólo se pueden
obtener en la minoría de casos. En el primer lugar no podemos decir con
frecuencia si los malos resultados sobrepasarán a los buenos; y en el
segundo lugar no podemos decir con frecuencia si las facultades en las que
el sufrimiento se produce, son estados normales o anormales. Por ejemplo,
aunque es muy obvio que la embriaguez es un ejercicio perjudicial de las
facultades, ya que produce claramente más daño que placer, no es obvio de
ninguna manera cuánto ejercicio es apropiado para nosotros, y cuando el
trabajo se vuelve perjudicial; no se manifiesta de ninguna manera dónde se
ALDO EMILIANO LEZCANO
90
encuentra la línea entre la actividad debida e indebida; no se manifiesta de
ninguna manera qué cantidad de ventaja justifica a un hombre al someterse
a un ambiente y modo de vida inadecuado; y aún en cada uno de estos casos
la felicidad está en riesgo, y el mal camino es malo por la misma razón por
la que la embriaguez lo es. Incluso siendo posible decir de cada acción
privada si la satisfacción resultante prevalece sobre el sufrimiento resultante,
aún presentaría esta segunda dificultad, que nosotros no podemos con
certeza distinguir el sufrimiento que es perjudicial, del que es beneficioso.
Pese que aún estamos adaptados defectuosamente a nuestras condiciones, el
dolor debe surgir inevitablemente de la represión de facultades que están
demasiado activas, y de la sobrecarga de aquellos que no son lo mismo que
sus deberes; y, siendo necesario para el desarrollo del hombre definitivo, tal
dolor no puede considerarse la condena de las acciones que lo causan. Así,
refiriéndose a los ejemplos apenas citados, es obvio que la habilidad de
trabajar es necesaria para la producción de la felicidad más grande; aun así
es la adquisición de esta habilidad por el hombre incivilizado tan
preocupante, que solo la disciplina más severa le obligará a ello. A ese grado
de inteligencia que necesita nuestro estilo de vida actual, no se puede llegar
sin años de aburrida dedicación; y quizás no pueda organizarse en la raza sin
un sacrificio parcial y temporal de la salud física. La realización de la Idea
Divina implica a la gente de cada región habitable; y esto implica la
adaptación de la humanidad a una variedad de climas — una adaptación que
no puede sobrellevar sin gran sufrimiento. Aquí, entonces, están los casos
en que la libertad del hombre no debe estar limitada por la necesidad de no
herirse a sí mismo; viendo que esto no puede limitarse sin una suspensión
de nuestro acercamiento a la felicidad más grande. De igual manera vemos
desde hace bastante tiempo, que hay casos en que por la misma razón la
libertad del hombre no debe limitarse por la necesidad de no infligir daños a
otros. Y el hecho del que debemos darnos cuenta ahora es, que no
poseemos una forma segura de distinguir los dos grupos de casos así
ilustrados de aquellos casos en que el hecho que disminuye la felicidad, ni
en nosotros ni en otros, es tanto inmediata y en última estancia dañino, y
por lo tanto inapropiado. No ser capaces de definir específicamente la
constitución del hombre ideal, pero ser capaces de definirlo solo generalmente
— no ser capaces de determinar las proporciones de las varias facultades
que componen esta constitución, pero ser capaces simplemente de
establecer ciertas leyes a las que debe ajustarse su acción — somos bastante
incompetentes para decir de cada hecho particular si está o no de acuerdo
con esta constitución. O, poniendo la dificultad en su forma más simple,
ALDO EMILIANO LEZCANO
91
debemos decir, que aunque estas limitaciones suponen el término felicidad, y
que la felicidad es actualmente capaz solo de una definición genérica y no
una específica, no admiten un desarrollo científico. Aunque corrige
limitaciones abstraídamente, y limitaciones que el hombre ideal observará
estrictamente, no pueden reducirse a formas concretas hasta que exista el
hombre ideal.
§ 6
Y ahora hemos llegado al punto de una verdad importante que toca esta
materia; la verdad concretamente, de que solo a través de un ejercicio
universal de esta presunta libertad de cada uno, limitada solo por la misma
libertad de todos, puede alguna vez surgir una separación de aquellos actos
que, aunque casual y temporalmente dañinos para nosotros o para otros,
son indirectamente beneficiosos, de aquellos actos que son necesaria y
eternamente dañinos. Obviamente, la no adaptación de las facultades a sus
funciones, de la que brota cada tipo de mal, debe consistir tanto en exceso
como en defecto. Y obviamente, en la amplia variedad de casos que
estamos tratando ahora, no existe otro modo a parte de uno tentativo de
distinguir ese uso de facultades que produce sufrimiento porque sobrepasa
las condiciones de la existencia normal, de ese otro uso de facultades que
produce sufrimiento porque no cumple esas condiciones. Y obviamente, el
debido empleo de este modo provisional requiere que cada hombre deba
tener la mayor libertad compatible con la misma libertad de todos los
demás. O, dando la vuelta a la proposición, debemos decir, que pese a que
estas condiciones secundarias de la felicidad más grande son realmente fijas,
aun así la interpretación práctica de estas requieren un conocimiento
detallado de la constitución humana definitiva, física y mental, y siendo tal
conocimiento detallado inalcanzable, nuestro camino es considerar la ley de
igualdad de libertad como la creación del único límite reconocible del
ejercicio de las facultades, sabiendo que los otros límites inevitablemente se
harán sentir, y que en virtud de la ley de la adaptación, finalmente debe
surgir una completa conformidad con ellas.
Que, en este camino que se persigue, ocurrirá un cese gradual de las
acciones perjudicialmente dolorosas, pese a que las beneficialmente
dolorosas continuarán hasta que el dolor haya dejado de ser dolorosas, debe
esclarecerse a través de unos pocos ejemplos. Así, el cambio desde la
ALDO EMILIANO LEZCANO
92
naturaleza impulsiva del salvaje a esa naturaleza que permite al hombre
civilizado sacrificar un placer actual por uno futuro mayor, supone mucho
sufrimiento; pero las necesidades de la vida social exigiendo tal cambio, y
continuamente sancionando la falta de un poder auto-restrictivo con severo
castigo, asegura un contante aunque molesto esfuerzo por parte de todos
para conseguir este poder — un esfuerzo que sin embargo debe triunfar
lentamente. En cambio, el predominio entre los hombre se un deseo un
tanto excesivo por la comida, implicado que eso produce constantemente
bastante sufrimiento físico, y algo de mental, seguramente se acompañará de
intentos de moderación, y tras constante freno debe al final reducir su deseo
a una intensidad normal.
i
Y lo que sucede tan manifiestamente en estos
simples casos, sucederá con igual certeza en aquellos complejos arriba
ejemplificados, donde los buenos y malos resultados están más equilibrados:
porque aunque sea imposible para el intelecto estimar en tales casos las
cantidades respectivas de pacer y dolor consiguientes a cada alternativa, aun
así la experiencia permitirá la propia constitución para hacer esto; y además le
provocará instintivamente que evite ese camino que produce el máximo
sufrimiento, o, en otras palabras — la mayoría de los pecados contra las
necesidades de la existencia, y elegir el menor de los pecados contra ellas.
Dirigiéndonos hacia aquellos actos que nos relacionan directamente con
otros hombres, de la misma manera aquellos que no perjudiquen a nadie
deben promoverse, y las facultades que responden a ellos desarrollarse;
mientras que, al contrario, los actos inevitablemente desagradables para
nuestros vecinos, deben, en virtud de la reacción desagradable que supone
comúnmente para nosotros mismos, ser, en la media de los casos, sujeto de
un cierto grado de represión — una represión que debe resaltar finalmente
los deseos de los que brotan. Y ahora observa que es el objetivo principal
del argumento presente el mostrar, concretamente, que en el curso de este
proceso debe producirse continuamente un efecto diferente sobre la
conducta que es necesariamente dolorosa para otros, de aquella que es
producida sobre la conducta que es solo casualmente dolorosa. La conducta
que daña sentimientos necesarios en otros, experimentará inevitablemente,
como se acaba de explicar, una limitación y disminución consecuente: la
i
El por qué el apetito por la comida es mayor que lo apropiado, parece al principio difícil
de contestar. Al recordar, sin embargo, las condiciones del hombre aborigen, podemos
encontrar una explicación a esta aparente anomalía en el hecho, de que la irregularidad en
sus suministros de alimento hizo necesaria una habilidad para comer ampliamente cuando
el alimento estaba al alcance, e hizo necesario, por tanto, un deseo correspondiente. Ahora
que los suministros de alimento se han vuelto regulares, y no se debe proveer contra
períodos contingentes de largo ayuno, el deseo es excesivo y tiene que reducirse.
ALDO EMILIANO LEZCANO
93
conducta que daña solo sus sentimientos casuales, como aquellos de casta, o
prejuicio, no lo hará así inevitablemente; pero si brota de sentimientos
necesarios, continuarán, por el contrario, a expensas de estos sentimientos
casuales, y hasta su represión final. Cuando los hombres se comportan
mutuamente de manera que ofende a algunos elementos esenciales en la
naturaleza de cada uno, y todos en cambio tienen que soportar el
sufrimiento consecuente, surgirá una tendencia para dominar el deseo que
les hacer actuar así. Cuando, en vez de esto, continúan dañándose los unos
a los otros aquellos elementos innecesarios de carácter peculiar a una fase
pasajera de las cosas, y son obligados a hacer esto por impulsos que se
requieren constantemente, entonces estos elementos no esenciales se
extirparán. Así, la confusión existente de sentimientos necesarios y
convencionales, circunstancias necesarias y convencionales, y sentimientos y
circunstancias que son parcialmente necesarias y parcialmente
convencionales, eventualmente se volverá clara. Los sentimientos
convencionales cederán ante circunstancias necesarias, y circunstancias
convencionales ante sentimientos necesarios. Y cuando, como resultado de
este proceso, haya llegado la adaptación completa entre la constitución y las
condiciones, también habrá llegado una clasificación completa de acciones
en esencialmente dañinas y esencialmente beneficiosas.
Si, entonces, encontramos que la primera cosa necesaria para producir la
subordinación definitiva de estos límites secundarios de la conducta
correcta es, que debemos tener la oportunidad de ponernos en contacto
libremente con ellas — se nos debe permitir expandir nuestras naturalezas
en todas direcciones hasta que el espacio disponible sea llenado, y los límites
reales se hayan hecho sentir — si un desarrollo de estos límites secundarios
en códigos prácticos de deber solo pueden cumplirse así, entonces la
autoridad suprema de nuestra primera ley — la libertad de cada uno
limitada solo por la misma libertad de todos — se vuelve entonces más
obvia, viendo que ese derecho a ejercer las facultades que reivindica, debe
preceder el desarrollo de esta moralidad adicional. Es más, viéndola desde
este punto de vista, casi leeríamos que esta primera ley es la única ley; por
que encontramos que de las varias condiciones para la felicidad más grande
es la única capaz por ahora de un desarrollo sistemático; y encontramos
además que la conformidad con ella, asegura máxima conformidad con las
otras.
ALDO EMILIANO LEZCANO
94
§ 7
Sin embargo, aún se debe admitir, que en casos donde estas limitaciones
secundarias al ejercicio de las facultades se trasgreden indudablemente, la
afirmación total de esta ley de la misma libertad nos traiciona en un dilema
aparente. Por embriaguez, o por malos modales, nuestra propia felicidad, o
la felicidad de otros, disminuye; y no de forma accidental sino necesaria. Y
si afirmando que la libertad de un hombre para hacer todo lo que él desee
mientras que respete la misma libertad de otros, insinuamos que tiene
libertad para emborracharse o para actuar salvajemente, entonces caemos en
la contradicción de afirmar que tiene la libertad de hacer algo que
esencialmente destruye felicidad.
De esta dificultad no se puede decir nada, salvo que parece que se debe
en parte a la imposibilidad de hacer que la ley perfecta reconozca un estado
imperfecto, y en parte a ese defecto en nuestros poderes de expresión en
otro lado ejemplificados. Tal como se encuentra el problema, sin embargo,
debemos tratar con él como mejor debamos. Claramente no hay alternativa
más que declarar la libertad del hombre a ejercitar sus facultades; porque sin
esta libre realización del deseo Divino es imposible. Claramente no hay más
alternativa que declarar las varias limitaciones de esa libertad necesarias para
lograr la felicidad más grande. Y claramente no hay más alternativa que
desarrollar la primera y principal de estas limitaciones separadamente;
viendo como hemos hecho que un desarrollo de las otras es imposible en el
presente. En contra de las consecuencias de desatender estas limitaciones
secundarias, debemos protegernos entonces lo mejor que podamos;
alimentando las deducciones científicas con su negación, a través de lo que
tales deducciones como la observación y experiencia nos permitan hacer.
§ 8
Por último, sin embargo, hay satisfacción en la idea, de que tal
imperfección, no puede al menos dañar ninguna de las conclusiones que
ahora vamos a sacar. Siendo la libertad de acción la primera facultad
esencial que ejercitar, y por tanto la primera esencial para la felicidad; y la
libertad de cada uno limitada por la libertad de todos, siendo la forma que
asume esta primera fundamental cuando se aplica a muchos en vez de a uno
(§ 3), da paso a que esta libertad de cada uno, limitada por la propia libertad
ALDO EMILIANO LEZCANO
95
de todos, es la regla en conformidad con que la sociedad debe organizarse.
Siendo la libertad el pre-requisito para la vida normal en el individuo, la
misma libertad se vuelve el pre-requisito para la vida normal en la sociedad.
Y si esta ley de la misma libertad es la ley primaria de las relaciones correctas
entre hombre y hombre, entonces ninguna ley secundaria nos puede ordenar
acabar con un deseo a cumplir.
Ahora encontraremos que en el desarrollo de esta limitación primaria al
ejercicio de facultades en una serie de regulaciones prácticas, es imposible
reconocer ningunas limitaciones secundarias sin cometer una infracción en
la primaria. ¿En qué debe consistir el reconocimiento de cualquier
limitación secundaria? Debe consistir en la creación de ciertas restricciones
extra en nuestra organización social en el ejercicio de las facultades a parte
de aquellas impuestas por la ley de la misma libertad. ¿Y cómo se van a
forzar estas restricciones extras? Evidentemente, a través el hombre. El
hombre que las imponga debe necesariamente asumir al hacerlo una mayor
cantidad de libertad que aquellos a quien son impuestos — es decir, ellos
deben infringir la primera ley para prevenir que otros infrinjan las
secundarias.
De ahí, al sacar deducciones respecto a la constitución equitativa de la
sociedad, podemos afirmar sin peligro de principio a fin esta libertad de
cada uno limitada solamente por la libertad de todos — así debe afirmarse.
El abandono de otras limitaciones no afectará de ninguna manera la
exactitud de nuestras conclusiones, mientras que nos limitemos a deducir de
esta ley fundamental las buenas relaciones de un hombre con otro; mientras
que no podamos incluir estas otras limitaciones en nuestras hipótesis sin
invalidar esas conclusiones. No tenemos más alternativa que, a partir de
ahora, ignorar las otras limitaciones; dejando su interpretación parcial que es
posible para nosotros en el presente, para posterior exposición.
ALDO EMILIANO LEZCANO
96
CAPÍTULO V
DERIVACIÓN SECUNDARIA DE UN PRIMER
PRINCIPIO
§ 1
Habiendo preguntado cómo la Idea Divina, la felicidad más grande, se
debe realizar — habiendo encontrado que se tiene que realizar a través del
ejercicio de las facultades — y habiendo encontrado que, para realizar su
fin, tal ejercicio de facultades debe reducirse entre ciertos límites; vamos a
seguir con la investigación un paso más adelante, y ver si no existen en el
mismo hombre un impulso que demanda ese ejercicio, y un impulso para
respetar esos límites. Algunas disposiciones son claramente necesarias para
la finalización del esquema creativo. Estaría muy en desacuerdo con la ley
general de nuestra estructura, que no hubiera nada que nos contuviera del
ejercicio excesivo de las facultades, excepto las consideraciones abstractas
como aquellas descritas en el último capítulo. Como se ha señalado en otro
sitio, el hombre es gobernado por otros medios a parte de los intelectuales.
La regulación de su conducta no se deja a la casualidad de una pregunta
filosofal. Debemos, entonces, esperar encontrar un agente especial a través
del que la distinción entre el ejercicio correcto e incorrecto de las facultades
sea reconocido y respondido.
§ 2
De lo que ya hemos reunido, el lector por supuesto deducirá que este
agente es el Sentido Moral, en cuya existencia vimos en otro lugar buenas
razones para creer. Y posiblemente anticipará la próxima deducción, que
esta ley primera y esencial, declaratoria de la libertad de cada uno limitada
solamente por la misma libertad de todos, es esa verdad fundamental de la
que el sentido moral tiene que dar una intuición, y que el intelecto se tiene
que desarrollar en una moralidad científica.
ALDO EMILIANO LEZCANO
97
De la exactitud de esta deducción hay varias pruebas, un análisis en el
que ahora debemos entrar. Al principio de la lista está el hecho, que, de
alguna fuente u otra en la mente del hombre, siguen llegando
continuamente declaraciones que más o menos expresan totalmente esta
verdad. Totalmente independiente de cualquier examen analítico como ese
al que acabamos de llegar, el hombre expone una tendencia a afirmar la
igualdad de los derechos humanos. En todas las épocas, pero especialmente
en las últimas, esta tendencia ha sido visible. En nuestra historia podemos
percibir signos de su presencia tan temprano como en los tiempos de
Eduardo I, en cuyos Writ of Summons decía que «una ley justa, esa que
afecta a todos debe ser aprobada por todos». Cómo ha influenciado
nuestras instituciones puede verse en el principio judicial «todos los
hombres son iguales ante la ley». La doctrina que «todos son iguales por
naturaleza» (claro solo mientras que sus derechos sean afectados), no solo
ha sido afirmadas por filántropos como Grandville Sharpe, sino que Robert
Filmer, un reconocido campeón de la monarquía absoluta, nos dice
«Heyward, Blaekwood, Barclay, y otros que han reivindicado con valor los
derechos de los reyes, * * * con un consentimiento admitieron la libertad e
igualdad por naturaleza de la humanidad». De nuevo encontramos la
declaración de la independencia americana afirmando que «todos los
hombres tienen los mismos derechos a la vida, libertad, y búsqueda de la
felicidad;» y la afirmación similar «cada hombre tiene una derecho igual con
todos los otros hombres a voz en la creación de las leyes que se requieren
que cumplan,» fue la máxima del movimiento del Sufragio Absoluto. En su
ensayo sobre el Gobierno Civil, Locke, también, expresa la opinión de que
no hay «nada más evidente que el hecho de que las criaturas de las mismas
especies y rangos, promiscuamente nacidas para tener las mismas ventajas
naturales y el uso de las mismas facultades, deben ser también iguales entre
ellas sin subordinación o sometimiento». Y aquellos que desean más
autoridades que han expresado la misma convicción, debe añadir los
nombres de juez Blackstone y «Hooker el sensato».
Los dichos y acciones de la vida diaria insinúan continuamente alguna
creencia intuitiva de este tipo. Damos por hecho su universalidad, cuando
apelamos al sentido de justicia del hombre. En momento de enfado se
muestra en expresiones tales como — «¿Cómo te gustaría?» «¿Qué es eso
para ti?» «Tengo el mismo derecho que tú», etc. Nuestros elogios de libertad
se impregnan con ello; y da amargura a las invectivas con que atacamos a
los opresores de la humanidad. Es más, en realidad, esta fe en la igualdad de
los derechos humanos es tan espontánea, que nuestro propio cuerpo lo
ALDO EMILIANO LEZCANO
98
expresa. Equidad e igual vienen de la misma raíz; y equidad literariamente
significa igualdad.
Es obvio, además, que algo de tal fe está continuamente aumentando en
fuerza. Correctamente entendido, el avance de un salvaje a un estado culto
es el avance de su dominio. Es por su mayor armonía con ello que las leyes,
opiniones, y usos de una sociedad civilizada se distinguen principalmente de
aquellas de un bárbaro. Lo fundamental que ha sido al modificar los eventos
del pasado se ha dado a entender en otro lugar. Si recordamos las
agitaciones políticas que han recorrido un camino exitoso en estos últimos
años, y consideramos también aquellas que están pasando a nuestro
alrededor, podemos encontrarlas casi todas fuertemente teñidas por ello.
Tampoco podemos contemplar las últimas revoluciones europeas, y leer los
preámbulos de las nuevas constituciones que han brotado de ellas, sin
percibir que una creencia de la igualdad de las luchas humanas es ahora más
fuerte y general que nunca.
No sin sentido es la continuación de la vida y el crecimiento de esta
convicción. Él debe de hecho tener una extraña manera de interpretar el
fenómeno social, que puede creer que su reaparición, con cada vez mayor
frecuencia, en leyes, libros, inquietudes, revoluciones, no significa nada. Si
las analizamos, podemos encontrar que todas las creencias dependen de
alguna manera de la conformación mental — las temporales de la
característica temporales de nuestra naturaleza — las permanentes de su
característica permanente. Y cuando encontramos que una creencia como
ésta en la misma libertad de todos los hombres, no es solo permanente, sino
que diariamente gana terreno, tenemos buena razón para concluir que
corresponde a algún elemento esencial de nuestra constitución moral: más
específicamente desde que encontramos que su existencia está en armonía
con ese prerrequisito principal para la felicidad más grande a la que
recientemente hemos tratado; y que su crecimiento está en armonía con la
ley de adaptación a través de la que se origina esta felicidad más grande.
Tal, al menos, es la hipótesis aquí adoptada. De la anterior acumulación
de evidencia se deduce que existe en el hombre lo que debe calificarse un
instinto de derechos personales — un sentimiento que le guía a demandar la
misma gran parte de privilegio natural como la que es demandada por otros
— un sentimiento que le lleva a rechazar cualquier cosa como una violación
de lo que él cree que es su espacio de libertad original. Debido a este
impulso, los individuos, como unidades de la masa social, tienden a asumir
relaciones parecidas con los átomos de la materia, rodeadas como están
éstas de sus respectivas atmósferas de repulsión a la vez que de atracción. Y
ALDO EMILIANO LEZCANO
99
quizás la estabilidad social deba depender al final del debido equilibrio de
estas fuerzas.
§ 3
Existe, sin embargo, una secta dominante de supuestos políticos
filósofos que tratan con desprecio esta creencia de que el hombre tiene
algunas demandas anteriores a aquellas aprobadas por el gobierno. Como
discípulos de Bentham, la coherencia demanda que hagan esto. En
consecuencia, aunque violan sus percepciones secretas, ellos niegan
audazmente la existencia de «derechos» por completo. Sin embargo
traicionan constantemente una creencia en las doctrinas que declaradamente
rechazan. Hablan involuntariamente sobre justicia, especialmente cuando les
afecta, casi en el mismo estilo que sus oponentes. Sacan las mismas
diferencias entre ley y equidad que el resto de la gente. Aplauden la justicia, y
el honor, tanto como si pensaran que son algo más que meras palabras. Y
cuando les roban, o atacan, o les encarcelan erróneamente, exhiben la
misma indignación, la misma determinación de oponerse al agresor, dicen
las mismas denuncias de tiranía, y las mismas ruidosas peticiones para la
rectificación, como los reivindicadores más severos de los derechos del
hombre. Al explicar tales contradicciones, de hecho se supone, que el
sentimiento así expresado no es más que el resultado de una convicción
adquirida poco a poco que beneficia la corriente de algunos tipos de
acciones, y males de otros tipos; y se dice que las apatías y antipatías
contraídas respectivamente hacia estas, se muestran a sí mismas, como amor
a la justicia, y odio a la injusticia. A esta conclusión se llega a través de la
conclusión expuesta en otro lugar, de que hubiera sido igualmente sensato
concluir que el hambre brota de la creencia del beneficio de comer; ¡o que el
amor a los hijos es el resultado de un deseo de mantener la especie!
Pero es divertido cuando, después de todo, resulta que el suelo en el que
estos filósofos se han asentado, y desde el cual muestran su sarcasmo con
tal autocomplacencia, no es más que una mina del adversario, predestinada
a explotar a la nada el enorme tejido de conclusiones en los que se han
basado. Este principio de apariencia sólida de «la felicidad más grande para
el mayor número de personas», solo necesita que le acerquen fuego, ¡y ahí
va! Explota en la afirmación asombrosa, de que todos los hombres tienen
ALDO EMILIANO LEZCANO
100
los mismos derechos a la felicidad — una afirmación mucho más radical y
revolucionaria que cualquiera de esas que son atacados con tanto desdén.
j
Cuando vemos, entonces, que un instinto de derechos personales se
manifiesta sin cesar por sí solo en opiniones e instituciones; cuando además
encontramos que el intento de seguir los avisos de este instinto a la
experiencia, nos traiciona con una absurdidad; y cuando al final, el dogma
de aquello que más firmemente niega que hay tan instinto, prueba que solo
es otra emanación de esto — nos encontramos en posesión de a evidencia
más sólida posible de su existencia — la declaración de todas las partes. Se
nos justifica entonces al considerar esa existencia suficientemente probada.
§ 4
¿Pero por qué, se puede preguntar, se necesitaría algún sentimiento
dirigiendo al hombre a reclamar la libertad de acción requerida para el
debido ejercicio de las facultades, y motivarlos a resistir las violaciones de
esa libertad? ¿No harán esto las varias facultades por sí solas, debido a sus
deseos de actividad, que no pueden satisfacerse de otra manera? Sin duda
no hay necesidad de un impulso especial para hacer que un hombre haga lo
que todos sus impulsos unidos tienden a obligarle a hacer.
Esta no es una objeción tan seria como parece. Pues aunque, no
habiendo tal sentimiento como este supuesto, cada facultad a cambio puede
impulsar a su dueño a oponerse a una disminución de su propio ámbito de
acción, y aún, durante la inactividad de esta facultad, no habría nada para
impedir el libre requisito de su futuro ejercicio. Se puede, quizás, concluir,
que la mera percepción de que puedan darse ocasiones para el uso de dicha
libertad constituirá un incentivo suficiente para defenderlo. Pero plausible
como parece esta suposición, no coincide con la información. No
encontramos en la investigación, que cada facultad tiene una previsión
especial — piensan en las gratificaciones que van a llegan: encontramos, al
contrario, que proveer para la gratificación futura de las facultades en toda
su extensión, es la función de las facultades designadas solamente para ese
j
No necesitamos debatir aquí las reivindicaciones de esta máxima. Es suficiente para los
propósitos presentes comentar, que siendo verdad sería completamente inútil como un
primer principio; podemos definirlo tanto de la imposibilidad de determinar
específicamente qué es la felicidad, como de la falta de una medida para repartirlo
equitativamente.
ALDO EMILIANO LEZCANO
101
propósito. De tal modo que, refiriéndonos de nuevo a la ilustración del
instinto adquisitivo, vemos que, cuando esto falta, las necesidades de
comida, vestimenta , refugio, así como el resto de necesidades que genera la
propiedad, no generan ellos mismos la acumulación de propiedades de que
depende la continuidad de su satisfacción. Cada uno de ellos, cuando está
activo, impulsa al individuo a tomar medidas para su cumplimiento
presente; pero no le impulsa a dejar de lado las medidas de su futuro
cumplimiento. Para motivarle necesita cierta cantidad de este instinto
adquisitivo, que, en búsqueda de su propia gratificación, asegura a propósito
a otros instintos los medios de su satisfacción. De igual manera, entonces,
con la libertad de acción. Se debate, que como cada facultad no se ocupa de
su propio fondo particular de necesidades, tampoco cuida de su propia
esfera particular de actividad; y que como hay una facultad especial para la
que se requiere la recaudación de un fondo general de necesidades básicas,
así mismo hay una facultad especial al que se asigna el mantenimiento de
una esfera general. O quizás deberíamos expresar más claramente la relación
en las que estás dos facultades sobresalen del resto, diciendo, que aunque es
la función de una el acumular la materia en las que las facultades tienen que
ejercitarse en toda su extensión, es la función de la otra preservar la libertad
de movimiento a través de la que la materia es tanto obtenida como utilizada.
§ 5
Viendo, sin embargo, que este instinto de derechos personales es un
instinto puramente egoísta, dirigiendo a cada hombre a reivindicar y
defender su propia libertad de acción, queda la pregunta — ¿De dónde
viene nuestra percepción de los derechos de otros?
El camino a una solución de esta dificultad lo ha abierto Adam Smith en
su «Teoría de los Sentimientos Morales». El objetivo de ese trabajo es
mostrar que la propia regulación de nuestra conducta hacia otro, se asegura
por medio de una facultad cuya función es provocar en cada ser las
emociones mostradas por los que le rodean — una facultad de despierta un
estado de sentimientos, o, como él lo llama, «un sentimiento semejante con
las pasiones de otros» — la facultad, en resumen, que normalmente
llamamos Empatía. Como ejemplos de la manera en que este agente actúa,
cita estos casos:
ALDO EMILIANO LEZCANO
102
«Personas de carácter delicado, y constitución física débil, se quejan de
que al mirar a las llagas y úlceras que los mendigos exponen en las calles,
son propensos a sentir un picor o sensación incómoda en la parte
correspondiente de su cuerpo». «Hombre muy fuertes hacen la observación,
de que al mirar los ojos irritados a menudo sienten una irritación muy
perceptible ellos mismos». «Nuestra felicidad por la liberación de aquellos
héroes de tragedia o romance que nos interesa, es tan sincero como nuestro
dolor por sus angustias, y nuestra empatía por su tristeza, no es más real que
aquella por su felicidad». «Nos ruborizamos por la insolencia y grosería de
otro, aunque él mismo parece no tener sentido de la impropiedad en su
acto».
A estos hechos citados por Adam Smith, debemos añadir muchos otros
de igual importancia, tales como que la gente — especialmente las mujeres
— se asustan o gritan al ver un accidente que les ha sucedido a otros; que
asistentes sin práctica a menudo se desmayan en operaciones quirúrgicas;
que entre de los soldados elegidos para ser testigo de un azotamiento, a
menudo bastantes se desmayan en las primeras filas; que se sabe un chico al
presenciar una ejecución. Todos hemos experimentado el incómodo
sentimiento de pena producido en nosotros por las meteduras de pata y
confusiones de un orador nervioso; y casi todo el mundo se han encontrado
en un momento u otro con un horrible temor de ver a otro al borde de un
precipicio. La acción contraria de la facultad es observable igualmente. De
este modo, nos encontramos a nosotros incapaces de evitar unirnos a la
alegría de nuestros amigos, aunque no conozcamos su causa; y los niños,
muy a su pesar, se ven forzados a reír en medio de sus lágrimas, al ser
testigos de las risas de aquellos que les rodean. Estas y otras evidencias
parecidas prueban que, como dice Burke, «la empatía debe considerarse
como un tipo de sustitución por la que se nos pone en lugar de otro
hombre, y afectado de muchas manteras como se le afecta».
Al trazar nuestras acciones benévolas a la influencia de tal facultad — al
concluir que se nos guía a aliviar las tristezas de otros por un deseo de
deshacernos nosotros mismos del dolor dado al ver tristeza, y hacer a otros
felices, porque participamos en su felicidad, Adam Smith propone lo que
parece ser una teoría bastante satisfactoria. Pero ha ignorado una de sus
aplicaciones más importantes. Al no reconocer ningún impulso que impulse
al hombre a mantener sus demandas, no vio que su respecto a las demandas
de otros, pueden explicarse de la misma manera. No percibió que el
sentimiento de justicia no es nada más que un afecto compasivo del instinto
de los derechos personales — un tipo de función refleja de ellos. Tal, sin
ALDO EMILIANO LEZCANO
103
embargo, debe ser el caso, si ese instinto existe, y si esta hipótesis de Adam
Smith es verdad. Aquí yace la explicación de esas dudas de la consciencia,
como las llamamos, sentidas por el hombre que ha cometido acciones
deshonestas. Es a través de este medio que recibimos satisfacción en pagar
a otro lo que es justo para él. Y con estas dos facultades también, se origina
esa indignación que las narrativas de opresión política provocan en
nosotros, y ese rechinamiento de los dientes con los que leemos las
barbaridades de los comerciantes de esclavos.
Se ha dado a entender en otro lugar, que aunque debemos mantener la
distinción entre ellos, sin embargo es verdad que justicia y benevolencia tiene
una raíz común, y el lector percibirá de inmediato que la raíz común es — la
Empatía. Todas las acciones clasificadas propiamente bajo la primera, y que
describimos como justa, equitativa, honesta, brota de la emoción compasiva
del instinto de los derechos personales; mientras que aquellas agrupadas
normalmente bajo la otra, como compasión, caridad, bondad, generosidad,
amabilidad, consideración, se deben a las acciones de la Empatía sobre uno
o más de los otros sentimientos.
§ 6
Se pueden citar pruebas más detalladas para ayudar a la teoría anterior. Si
es verdad que las percepciones de justicia del hombre se generan de la
manera que se supone, da paso a que, otras cosas iguales, aquellas que
tienen el sentido más fuerte de sus propios derechos, tendrá el sentido más
fuerte de los derechos de sus vecinos. Y, observando si este es el caso o no,
debemos poner la teoría a prueba. Hagamos esto.
El primer ejemplo que se sugiere es ofrecido por la Sociedad de Amigos.
Desde que aparecieron en los días de Carlos I., los miembros de este cuerpo
han sobresalido por su decidida reivindicación de la libertad personal. Lo
han mostrado en su continua resistencia al poder eclesiástico; en la
obstinación con que resistieron con éxito la persecución; en su aún
negación a pagar impuesto a la iglesia; e incluso en su credo, que no permite
un sacerdocio. Observa, ahora, cómo el sentimiento que implican estas
peculiaridades se ha manifestado a sí misma con empatía. Penn y sus
seguidores fueron los únicos inmigrantes de su época que admitieron a los
indígenas de la tierra que colonizaros. De esta misma secta fueron los
filantropistas que comenzaron la agitación para la abolición del comercio de
ALDO EMILIANO LEZCANO
104
esclavos; y quienes fueron los más activos en llevarlas a cabo. Entre los
manicomios, el York Retreat fue uno de los primeros, si no el primero, en el
que se implantó el tratamiento no coercitivo hacia los locos. También
estaban los cuáqueros, que hace años empezaron a gritar en contra de la
injusticia a la vez que contra la crueldad de la guerra. Y, aunque debe ser
verdad que en los negocios son firmes en la reivindicación de sus derechos,
no es menos verdad que en su conjunto son notables por su trato honesto.
El carácter nacional inglés, en comparación con otras razas, suministrará
otro ejemplo. Se nos distingue universalmente por nuestro amor celoso
hacia la libertad — por el firme mantenimiento de nuestros derechos. A la
vez no se nos distingue menos por la mayor equidad de nuestra conducta.
Aunque nuestro comportamiento hacia los nativos de tierras en las que nos
hemos asentados ha sido de todo menos loables, nunca ha sido tan terrible
como la de los españoles y otros. Según se cuenta los comerciantes ingleses
son famosos por su buena fe y franqueza. Incluso entre la más cruel de
nuestra población — incluso en el propio ring, se muestra en esa máxima
que prohíbe golpear a un hombre cuando ha caído, un sentido mayor de lo
que es justo que lo que muestra la gente de otros países. Y durante los
últimos tiempos, en que la demanda popular de derechos políticos ha sido
tan fuerte y ha aumentado, hemos probado, como nación, nuestro mayor
respeto por los derechos de otros, con un intento de acabar con la
esclavitud por todo el mundo.
A la inversa, encontramos que esos que no tienen un fuerte sentido de lo
que es justo para ellos, son de la misma manera deficientes en un sentido de
lo que es justo para sus semejantes. Esto ha sido durante tiempo una
observación común. Como uno de nuestros escritores vivos dice — el
tirano no es más que un esclavo a la inversa. En épocas anteriores, cuando
los señores feudales eran vasallos del rey, también eran déspotas con sus
criados. En nuestra propia época, el noble ruso es como un siervo a su
autócrata, y un autócrata para su siervo. Es incluso remarcado por los
escolares, que el matón es el que está más dispuesto para caer bajo un
matón más grande. Observamos constantemente que aquellos que adulan al
más grande están dominando a sus inferiores. Que «los esclavos liberados
superan a todos los otros dueños (de esclavos) en crueldad y opresión,»
k
es
una verdad establecida en numerosas autoridades. Y que donde se ofrece la
oportunidad la naturaleza sumisa se vuelve tiránica, se ilustra más a fondo
k
Cuatro Años en el Pacífico. Por el teniente Walpole [N. del A: Teniente Walpole:
Comandante naval británico y político conservador.]
ALDO EMILIANO LEZCANO
105
en el hecho de que los negros son frecuentemente capturados y vendidos
por sus propios reyes.
Así encontramos que la teoría propuesta, se sostiene tanto por la
evidencia directa como por la opuesta. Sin embargo debe hacerse una
calificación. No hay conexión necesaria entre un sentido de lo que es
necesario para uno mismo, y un sentido de lo que es necesario para otros.
La empatía y el instinto de los derechos no siempre coexisten en igual
fuerza más de lo que otras facultades lo hacen. Cualquiera de ellas puede
estar presente en una cantidad normal, mientras que la otra es casi
necesitada. Y, si falto de empatía, es posible para un hombre que tienen un
impulso suficiente reivindicar sus propios derechos, no mostrar el respecto
correspondiente por los derechos de sus semejantes. Siendo el instinto de
los derechos totalmente egoísta, simplemente impulsa a su poseedor a
mantener sus propios privilegios. Solo a través de su emoción empática se
despierta el deseo de actuar equitativamente hacia otros; y cuando la
empatía está ausente tal deseo es imposible. Sin embargo, esto no afecta a la
proposición general, de que donde existe la cantidad normal de empatía, el
respeto hacia los derechos de otros será grande o pequeño, de acuerdo a si
la cantidad del instinto de los derechos personales es grande o pequeña. Y
de este modo en la media de los casos, podemos concluir con seguridad que
el sentido de la justicia de un hombre consigo mismo, y su sentido de
justicia hacia sus vecinos, tiene una relación constante entre sí.
§ 7
Más pruebas de que existe la disposición mental aquí descrita, pueden
encontrarse en el hecho, que algunas de las extrañas ideas morales
identificables en ella están en perfecta armonía con algunas de las
conclusiones abstractas a las que se han llegado en el anterior capítulo.
Encontramos en nosotros una convicción, por la que no podemos dar una
razón satisfactoria, de que somos libres, si queremos, de hacer una cosa en
particular que es condenable de hacer. Aunque puede disminuir en gran
medida su felicidad, un hombre siente que tiene un derecho, si quiere, de
cortarse un miembro, o destruir su propiedad. Pese a que condenamos la
falta de consideración que muestra hacia algún pobre deudor, aún
admitimos que el duro prestamista, en estricta justicia, tiene derecho hasta al
último penique. A pesar de nuestra repugnancia ante el egoísmo de uno que
ALDO EMILIANO LEZCANO
106
se niega a darse el lujo de un alojamiento acogedor, no podemos negar que
tiene bastante libertad de rechazarlo. Estas percepciones, que, si la hipótesis
es verdad, se atribuyen al instinto de los derechos personales actuando en el
primer caso directamente, y en los otros casos con empatía, muy de acuerdo
con las inferencias anteriores. Encontramos que la ley de la misma libertad
era la ley fundamental. Encontramos que otros límites de actividad no
pueden ser tan autoritarios como el que establece. Y también encontramos
que en esto, nuestro estado de adaptación, puede ser incorrecto establecer
cualquier límite fijo a la libertad de cada uno, salvo a la libertad similar de
otros. Tal correspondencia entre nuestras creencias innatas, y las
conclusiones a las que hemos llegado previamente, da probabilidad
adicional a la hipótesis aquí avanzada.
§ 8
Por tanto parece bastante obvio que existe en nosotros un mecanismo
mental a través del que el pre requisito esencial para la felicidad más grande
se reconoce y se refuerza. Encontramos los principios generales de nuestra
estructura al insinuar tal provisión. En ese Sentido Moral, cuya existencia
hemos visto que es probable en otro lugar, tenemos un agente
respondiendo aparentemente al requisito; y en esta primera condición de la
felicidad más grande, descubrimos el axioma al que el Sentido Moral tiene
que responder. Se pone en evidencia que el hombre posee un sentimiento
que responde a este axioma ante la expresión más o menos completa dada
espontáneamente en los dogmas políticos, en las leyes, y en las expresiones
de la vida cotidiana: se encuentran más pruebas de su existencia en el hecho,
que aquellos que nominalmente rechazan la creencia que expresa, afirman
esa creencia de un forma disfrazada e incorrecta. Por una analogía sacada
del impulso a acumular, se nos muestra que un impulso a mantener la
libertad de acción, es probablemente más esencial para la integridad de la
constitución humana. Cómo este impulso a mantener la libertad de acción
puede generar consideración por la libertad de acción de otros, se explica a
través de una extensión de la doctrina de la Comprensión de Adam Smith; y
numerosos hechos conspiran para probar que nuestro sentimiento de
justicia se debe realmente a una emoción compasiva de tal impulso. Por
último, encontramos que las convicciones originadas en nosotros después
de la forma aquí supuesta, corresponde con los resultados del razonamiento
ALDO EMILIANO LEZCANO
107
abstracto, no solo como que cada uno posee el derecho a ejercer sus
facultades, y como un límite consecuente con ese derecho, sino como a
santidad característica de ese derecho y su límite.
ALDO EMILIANO LEZCANO
108
CAPÍTULO VI
PRIMER PRINCIPIO
§ 1
De este modo hemos llegado a través de varias rutas a la misma
conclusión. Si razonamos nuestro camino desde aquellas condiciones fijas
bajo las que solo la Idea Divina — la felicidad más grande, puede realizarse
— si tomamos nuestras deducciones de la constitución del hombre,
considerándolo como una diversidad de facultades — o si escuchamos los
avisos de cierta agencia mental, que parece tener la función de guiarnos en
esta materia, se nos enseña también la ley de las relaciones sociales
correctas, que — Cada hombre tiene libertad para hacer lo que desee, siempre y
cuando no viole la misma libertad de cualquier otro hombre. Aunque se pueden
necesitar más restricciones de la libertad de acción así afirmada, ya hemos
visto que en la regulación justa de una comunidad no pueden reconocerse
más restricciones. Tales restricciones deben mantenerse siempre para uso
privado e individual. Entonces debemos adoptar esta ley de la misma
libertad en su totalidad, como la ley en la que debe basarse un correcto
sistema de igualdad.
§ 2
Algunos, quizás, se opondrán a este primer principio, que estando en la
naturaleza de una verdad axiomática — apoyando las inferencias que un
individuo deriva de ello, debe ser reconocido por todos; que no lo es.
Respecto al hecho así supuesto, de que ha habido, y hay, hombres
insensibles a este primer principio, no se puede cuestionar. Probablemente
Aristóteles hubiera estado en desacuerdo, ya que consideraba una «máxima
evidente que la naturaleza planeó que los bárbaros fueran esclavos». El
Cardenal Julián, quien «aborrecía la impiedad de seguir teniendo fe con los
infieles», seguramente lo hubiera discutido. Es una doctrina que apenas
ALDO EMILIANO LEZCANO
109
hubiera sido apropiada para el abad Guibert, que, en sus sermones, llamaba
a las ciudades libres de Francia «esas comunidades abominables, donde
siervos, en contra de la ley y la justicia, renunciaban ellos mismos al poder
de sus señores». Y quizás los Highlanders, que en 1748 fueron reacios a
recibir la libertad en la abolición de las jurisdicciones hereditarias, no lo
hubieran admitido. Pero la confesión de que la verdad de este primer
principio no es evidente para todos, de ninguna manera lo invalida. Los
Bushman solo pueden contar hasta tres; aun así la aritmética es un hecho: y
tenemos un Cálculo de Funciones con cuya ayuda encontramos planeta. Así
como, entonces, la incapacidad del salvaje de percibir las verdades básicas
del número no es un argumento contra su existencia, ni un obstáculo para
su descubrimiento y desarrollo, del mismo modo, las circunstancias de que
alguien no vea que la ley de la misma libertad es una verdad elementar de la
ética, no impide que sea una.
Tan lejana está esta diferencia en las percepciones morales del hombre
de ser una dificultad en nuestro camino, que sirve para ilustrar una doctrina
ya descrita. Como se explicó en el Capítulo II., las circunstancias originales
del hombre «requerían que debía sacrificar el bienestar de otros seres por el
suyo;» mientras que sus circunstancias presentes requieren que «cada
individuo debe tener tales deseos que solo puedan satisfacerse sin pasar por
encima de la habilidad de otros individuos para obtener tal satisfacción». Y
se señaló que, en virtud de la ley de adaptación, la constitución humana está
cambiando desde la forma que la ajustaba al primer grupo de condiciones a
una forma que la justa a la última. Y es por el crecimiento de esas dos
facultados que juntas originan lo que llamamos Sentido Moral, que asegura
esa idoneidad para estas últimas condiciones. El impulso estará en
proporción a las intensidades de comprensión, y el instinto de los derechos
personales, para ajustarse a la ley de la misma igualdad. Y de la manera
mostrada en otro lugar, el impulso para ajustarse a esta ley generará una
creencia correlativa en ella. Solo, por tanto, después de que el proceso de
adaptación haya avanzado considerable, puede surgir tanto una
subordinación a esta ley, o una percepción de su verdad. Y por lo tanto no
debe buscarse ningún reconocimiento general durante las fases más
tempranas del desarrollo social.
ALDO EMILIANO LEZCANO
110
§ 3
A la evidencia directa que se ha acumulado en prueba de nuestro primer
principio, ahora, sin embargo, se le debe añadir una abundante evidencia
indirecta suministrada por las estupideces que nos engañan con su negación.
Él que afirma que la ley de la misma libertad no es verdad, es decir, el que
afirma que el hombre no tiene derechos equitativos, tiene dos alternativas.
Puede o decir que el hombre no tiene ningún tipo de derechos, o que tiene
derechos desiguales. Examinemos estas posturas.
Ante todos aquellos que niegan los derechos en su conjunto, se
encuentra ese mismo Sir Robert Filmer que ya ha sido nombrado, con su
dogma, «los hombres no son por naturaleza libres». Empezando así,
encuentra inmediatamente su camino a la conclusión de que la única forma
correcta de gobierno es una monarquía absoluta. Entonces, si el hombre no
es libre por naturaleza, es decir, si el hombre no tiene derechos por
naturaleza, entonces solo tiene derecho a los que hayan sido entregados
especialmente por Dios. De cuya deducción «el derecho divino de los reyes»
es un paso fácil. Pero se ha puesto muy de manifiesto en los últimos
tiempos, sin embargo, que este derecho divino de los reyes, significa el
derecho divino de cualquiera que pueda llegar a lo más alto. Entonces, de
acuerdo a sus afirmaciones, se supone que ningún hombre puede ocupar el
puesto de gobernante supremo en oposición al deseo de la Deidad, da paso
a que quienquiera que consiga este puesto, por medios justos o viles, sea
legítimo o sea usurpador, tiene la autoridad Divina de su lado. Así decir que
«el hombre no es libre por naturaleza,» es decir que aunque el hombre no
tiene derechos, ¡cualquiera puede conseguir poder para coaccionar al resto
tiene derecho de hacerlo!
§ 4
Pero esta doctrina traiciona a sus seguidores en un dilema aún más serio.
Refiriéndonos de vuelta al Capítulo IV, encontraremos que la negación de
los derechos equivale a una difamación de la Deidad. De, como vimos allí,
eso a lo que un hombre tiene derecho, es lo que Dios planeó para él. Y
decir que el hombre no tiene derecho a la libertad de acción, es decir que
Dios no quería que la tuviera. Sin libertad de acción, sin embargo, el
ALDO EMILIANO LEZCANO
111
hombre no puede satisfacer sus deseos. Entonces Dios deseó que no
pudiera satisfacerlos. Pero la no satisfacción de los deseos produce
sufrimiento. Entonces, Dios, planeó que sufriera. Por tal estupidez debemos
considerar refutada la postura sin peligro alguno.
§ 5
Para apoyar la otra alternativa, concretamente, que los derechos del
hombre no son iguales, ningún otro motivo puede concebirse más que el
deseo de asegurar la supremacía del mejor. No hay pocos tipos de personas
que responden comúnmente a contradicciones sobre la desigualdad social
citando ese par de líneas, que, empezando con el postulado — «El orden es
la ley principal del cielo,» acaba con la deducción — «Algunos son, y deben
ser, mejores que el resto». Y en esta máxima, con una contradicción ridícula,
encuentran una defensa de diferencias convencionales. Sin atreverse a creen
la propia «ley principal del cielo», desean ayudarla con una clasificación
artificial. Temen que el «orden» deseado no se mantenga a no ser que se
cuide de él; y así esos «mejores que el resto» son elegidos por adivinación
oficial; colocados en fila; y etiquetados con sus respectivos valores.
Esas personas, y otras como ellas, que sostienen que los derechas no son
iguales, pertenecen a esa gran clase que no cree en nada más que en las
apariencias — que no reconocen otras fuerzas más que aquellas de receta
— votos, autoridad, rango, y demás — que «adora una institución, y no ven
que está fundada en un pensamiento». Una pizca de perspicacia, sin
embargo, les mostraría que el mejor no necesita este apoyo entre sus manos.
La verdadera superioridad se impondrá sin ayuda artificial. Deshacerse de
los molestos acuerdos, y, justo en la proporción a la fuerza residente en
cada uno, será la influencia que cada uno ejercite sobre el resto. Permite a
las cosas tomar su camino natural, y si un hombre tiene en lo que destaca de
lo común, eventualmente se atraerá respeto y obediencia.
§ 6
Pero incluso si se admitiera que, para asegurar la supremacía del mejor, la
libertad de acción debería repartirse entre los hombres en relación a sus
ALDO EMILIANO LEZCANO
112
méritos, los que apoyan los derechos desiguales no serían los promotores;
aquí queda la pregunta — ¿cómo se determinan los méritos relativos?
¿Dónde están las normas a través de las que debemos evaluar los
respectivos valores de diferentes tipos y grados de habilidad? No podemos
apelar a la opinión pública, porque no es uniforme. Y aunque fuera
uniforme, no hay razón para pensar que fuera correcta. Al contrario, si
hubiera que reunir algo de los hechos circundantes, se formarían
estimaciones muy erróneas de esto. ¿Puede situarse la confianza en los
juicios de hombres que se suscriben a los testimonios de Hudson, y aún
dejan que el proyector original de la compañía ferroviaria muera de
pobreza? ¿Están cualificados para decidir sobre la grandeza comparativa
quiénes decoran las mesas de sus salones con una copia del Barke's Peerage;
quienes leen a través de las lista de presentación de corte, y cotillean sobre
los movimientos de haut ton — gente que rastrearía su linaje hasta algún
barón bandido — algún Front-de-boeuf, en vez de un Watt o un
Arkwright? ¿Hay que colocar alguna dependencia en la decisión de una
autoridad que ha erigido media docena de monumentos a su Wellington, y
ninguno a su Shakespeare, su Newton, o su Baco? — ¿Una autoridad que
otorga 74 libras más al portero de su Casa de Comunes que a su astrónomo
real? De acuerdo con Johnson, «el prestigio principal de cada pueblo surge
de sus autores:» sin embargo se horna menos a nuestros hombres de letras
que la gente de título; los escritores de nuestros periódicos importantes son
desconocidos; y vemos que se muestra mucho más respeto a un Rothschild
o a un Baring que a nuestros Faradays y nuestros Owens.
Si, entonces, la opinión pública no da resultados fiables ¿dónde se puede
encontrar una prueba confiable? Evidentemente, si la libertad a la que cada
uno tiene derecho varía con su valor, alguna manera satisfactoria de estimar
el valor debe descubrirse antes de que cualquier acuerdo de las relaciones de
los derechos del hombre puedan ser posibles. ¿Quién señalará ahora tal
manera?
§ 7
Aunque se hiciera aún un mayor reconocimiento — incluso si
tuviéramos que asumir que las respectivas demandas se clasificaran
justamente — sería imposible reducir la teoría de derechos desiguales a la
práctica. Aún tenemos que encontrar una regla a través de la que asignar
ALDO EMILIANO LEZCANO
113
estas diferentes partes de privilegio. ¿Dónde está la escala que nos permitiría
demarcar la porción apropiada de cada individuo? ¿Qué unidad de medida
debe utilizarse para este tipo de división? Suponiendo que los derechos de
un tendero son representados por once porciones, ¿qué número
representarían los de un doctor? ¿Qué múltiplos son las libertades de un
banquero de aquellas de una costurera? Dados dos artistas, uno la mitad de
listo que el otro, se requiere encontrar los límites dentro de los que cada
uno debe ejercer sus facultades. Como la grandeza de un primer ministro es
la de un paleto, así es la total libertad de acción — la respuesta deseada.
Aquí están unas pocas de las innumerables preguntas. Cuando se haya
encontrado un método para su solución, habrá bastante tiempo para
considerar la teoría de derechos desiguales.
§ 8
De esta manera a las razones positivas para afirmar que cada hombre
tiene libertad de hacer lo que él desee, siempre y cuando no infrinja la
misma libertad de cualquier otro hombre, debemos añadir ahora las
negativas precedentes. Ninguna de las alternativas, que nos deja la negación
de este principio, es aceptable. La doctrina de que el hombre no tiene
derechos de forma natural lleva a las deducciones peligrosas, que el poder
tiene derecho, y que la Deidad es un ser malévolo. Mientras que se diga que
el hombre no tiene derechos iguales se asumen dos imposibilidades;
específicamente, que somos capaces de determinar los índices de los
méritos del hombre; y habiendo hecho esto, asignar a cada uno su
proporción adecuada de privilegio.
ALDO EMILIANO LEZCANO
114
CAPÍTULO VII
APLICACIÓN DE ESTE PRIMER PRINCIPIO
§ 1
El proceso a través del que debemos desarrollar este primer principio en
un sistema de equidad, es suficientemente obvio. Solo tenemos que
distinguir entre las acciones que están incluidas bajo su permiso, de aquellas
que están excluidas por él — encontrar qué yace dentro de la esfera
designada para cada individuo, y qué fuera. Nuestro objetivo es descubrir
qué lejos se extiende el territorio del poder, y dónde limita con el de no poder.
Tendríamos que considerar de cada acto, si, al realizarlo, un hombre viola, o
no, la libertad dispuesta a su vecino — si, cuando colocados uno al lado del
otro, las porciones de libertad que las dos partes asumen respectivamente
son iguales. Y de este modo separando eso que puede hacer cada uno sin
pasar por encima de los privilegios de los otros, de aquello que no puede
hacerse así, podemos clasificar acciones en honesta y deshonesta.
§ 2
Pueden ocurrir dificultades de vez en cuando en la realización de este
proceso. Nos encontraremos ocasionalmente, quizás, incapaces de decidir si
una acción viola o no la ley de la misma libertad. Pero tal reconocimiento ni
implica de ninguna manera algún defecto es esa ley. Simplemente implica la
incapacidad humana — una incapacidad que pone un límite a nuestro
descubrimiento de la verdad tanto física como moral. Está por ejemplo,
bastante más allá del poder de cualquier matemático el exponer, en grados y
minutos, el ángulo en el que un hombre puede inclinarse sin caerse. Siendo
incapaz de encontrar un centro de gravedad de un cuerpo humano con
exactitud, no puede decir con certeza si, dada una inclinación, la línea de
dirección caerá o no fuera de la base. Pero nosotros, por tanto, no nos
oponemos a este primer principio de la mecánica. Todos sabemos que, a
ALDO EMILIANO LEZCANO
115
pesar de nuestra incapacidad para seguir esos primeros principios hasta
todas sus consecuencias, la estabilidad o inestabilidad de la actitud de un
hombre aún deberían ser determinados con exactitud por ellos, siendo
nuestras percepciones competentes para asimilar todas las condiciones de
tal problema. De igual manera, se argumenta que, aunque pueden surgir
posiblemente de relaciones sociales más complejas, las preguntas que
aparentemente no son solubles al comparar las respectivas cantidades de
libertad que las partes interesadas asumen, sin embargo se debe admitir que,
si lo vemos o no, sus derechos son tanto iguales o desiguales, y las acciones
dependientes correctas o incorrectas en consecuencia.
§ 3
Para aquellos que tienen fe en lo abstracto, y quién se atreve a seguir a
dondequiera que lleve una doctrina reconocida, será suficiente el señalar las
varias conclusiones que pueden tomarse de este primer principio, y dejar
aquellas conclusiones se mantengan o caigan por la lógica de su deducción.
Se debe temer, sin embargo, que los resultados a los que se han llegado a
través de un proceso tan puramente filosófico, tendrá poco peso en la
mayoría. La gente que «no puede entender un principio hasta que su luz cae
sobre un hecho», no se dejan llevar por las conclusiones así deducidas.
Unidos como están a la guía de una experiencia superficial, están sordos a la
enunciación de aquellas leyes, de las que los fenómenos complejos que
sacan su experiencia son el mecanismo. Tenemos sin embargo, que tratar
con ellos lo mejor que podamos; y, para encontrar su caso, debe citarse la
evidencia de una supuesta naturaleza «práctica». Cuando, por tanto,
llegamos a deducciones en contra de la opinión general, se desea sustentar el
argumento mostrando que la «experiencia», interpretada correctamente,
refuerza estas deducciones.
ALDO EMILIANO LEZCANO
116
CAPÍTULO VIII
LOS DERECHOS DE VIDA Y LIBERTAD PERSONAL
§ 1
Hay tantos resultados obvios de nuestro primer principio que apenas se
necesita una exposición separada. Si todo hombre tiene libertad de hacer
todo lo que él desea, siempre y cuando no viole la misma libertad de
cualquier otro hombre, esto muestra que tiene un derecho para su vida: sin
ella no puede hacer nada de lo que ha deseado; y para su libertad personal:
la retirara parcial, si no total, le impide la realización de este deseo. Está
claro, también, que cada hombre tiene prohibido privar a sus semejantes de
vida o libertad: en la medida que no puede hacer esto sin quebrar la ley, que,
al reivindicar su libertad, declara que no debe infringir «la misma libertad de
ningún otro». Porque el que es asesinado o esclavizado obviamente no es
tan libre como su asesino o esclavista.
§ 2
Es innecesario elogiar estas conclusiones a través cualquier exposición de
beneficios. Todos están espontáneamente de acuerdo con ellas. Hay unas
pocas verdades simples que el sentido moral de una percepción
suficientemente clara sin la ayuda de la lógica; y estas son del número, y son
bastantes. El momento fue, de hecho, cuando aun habiendo producido
poco efecto la ley de adaptación, los sentimientos que responden a estas
verdades se desarrollaron relativamente, y en consecuencia no se produjo su
reconocimiento espontáneo. Y vivimos en los antiguos días asirios cuando
un súbdito era la propiedad de su rey — era nuestra costumbre encadenar al
portero a su celda en un lado de la puerta, enfrente de la caseta del perro en
la otra, como en Atenas y Roma — sacrificábamos hombres a los dioses, o
enviábamos a nuestros prisioneros de guerra a ser despiezados en un
anfiteatro, sería necesario reforzar las doctrinas aquí enunciadas, mostrando
ALDO EMILIANO LEZCANO
117
la idoneidad de actuar sobre ellas. Pero por suerte vivimos en mejores
tiempos; y debemos felicitarnos por haber alcanzado una fase de la
civilización, en la que los derechos de vida y libertad personal ya no
requieren inculcación.
§ 3
No podemos entrar en tales cuestiones como el castigo de muerte,
prisión perpetua de criminales, y cosas de ese tipo. Implicando estas, como
lo hacen, infracciones precedentes de la ley, y siendo, como son, medidas
correctivas para un estado moral enfermo, pertenecen a lo que ya ha sido
llamado en otro lugar Ética Terapéutica, con la que no tenemos nada que
ver.
ALDO EMILIANO LEZCANO
118
CAPÍTULO IX
EL DERECHO AL USO DE LA TIERRA
§ 1
Dada una raza de seres que tienen los mismos derechos a perseguir los
objetivos de sus deseos — dado un mundo adaptado a la gratificación de
esos deseos — un mundo en el que tales seres nacen de igual manera, da
paso inevitablemente a que tienen los mismos derechos para usar ese
mundo. Porque si cada uno de ellos «tiene libertad de hacer lo que él desee
siempre y cuando no viole la misma libertad de ningún otro,» cada uno de
ellos es libre de usa la tierra para la satisfacción de sus deseos, siempre y
cuando permita a todos los otros la misma liberta. Y en cambio, es obvio
que nadie, o parte de ellos, deben usar la tierra de tal manera que impida al
resto utilizarla de forma parecida; viendo que para hacer esto hay que
asumir una mayor libertad que el resto, y en consecuencia romper la ley.
§ 2
La equidad, por tanto, no permite propiedad en terreno. Porque si una
porción de la superficie de la tierra se convirtiera justamente en la posesión
de un individuo, y se mantuviera para su único uso y beneficio, como una
cosa a la que tiene un derecho exclusivo, entonces otras porciones de la
superficie de la tierra también serían de la misma manera mantenidas; y al
final toda la superficie de la tierra se mantendría así; y de este modo nuestro
planeta decaería completamente en manos privadas. Observa ahora el
dilema al que esto lleva. Suponiendo que se cerrara todo el mundo
habitable, resultaría que si los terratenientes tienen un derecho válido a su
superficie, todo aquel que no fuera terrateniente, no tiene derecho a su
superficie. Por lo tanto esos solo pueden existir en la tierra por indulgencia.
Todos son intrusos. Salvo por el permiso de los señores de la tierra, no
ALDO EMILIANO LEZCANO
119
pueden tener sitio para las plantas de sus pies. Es más, pensando los otros
que es apropiado negarles un lugar para dormir, esos hombres sin tierra
pueden ser expulsados equitativamente de la tierra todos juntos. Si,
entonces, la hipótesis de que la tierra puede mantenerse como propiedad,
conlleva que todo el globo se pueda volver el dominio privado de una parte
de sus habitantes; y si, en consecuencia, el resto de sus habitantes pueden
ejercer sus facultades — pueden incluso existir, solo por el consentimiento
de los terratenientes; pone en manifiesto, que una posesión exclusiva de la
tierra exige una violación de la ley de la misma libertad. Porque, los
hombres que no pueden «vivir y moverse y tener sus vidas» sin el permiso
de otros, no pueden ser igualmente libres que los otros.
§3
Pasando desde la consideración de lo posible, a lo real, encontraríamos
aún más razones para negar la rectitud de propiedad en la tierra. No puede
afirmarse nunca que los títulos existentes de tal propiedad son legítimos. Si
alguien piensa así, dejadle mirar en las crónicas. Violencia, fraude, el
privilegio de fuerza, las pretensiones de una astucia superior — estos son
los recursos a los que llevan esos títulos. Los primeros escritos se hicieron
con la espada, en vez de con la pluma; no abogados, sino soldados, fueron
los notarios: los golpes fueron la moneda de cambio entregada en pago; y
para los sellos, se usó sangre en vez de cera. ¿Pueden constituirse así
derechos válidos? Difícilmente. Y si no; ¿qué sucede con las pretensiones de
todos los titulares posteriores de las fincas así obtenidas? ¿Genera la venta o
herencia un derecho donde antes no existía? ¿Pueden los reclamantes
originales ser desestimados según el juicio de la razón, porque la cosa
robada ha cambiado de manos? Ciertamente no. Y si un acto de
transferencia no puede dar un título, ¿pueden muchos? No: aunque nada se
multiplique para siempre, nunca producirá uno. Incluso la ley reconoce este
principio. Incluso un propietario debe, si se le pide, corroborar los derechos
de aquellos a quienes ha comprado o heredado su propiedad; y cualquier
defecto en el pergamino original, incluso si que la propiedad hubiera tenido
dueños cierta cantidad de propietarios intermedios, anula su derecho.
«Pero el tiempo», dicen algunos, «es un bueno legalizando. Las
posesiones inmemoriales deben tomarse para constituir un derecho
legítimo. Lo que se ha mantenido a lo largo de la historia, ahora debe
ALDO EMILIANO LEZCANO
120
considerarse como posesión irrevocable de los individuos» A cuya
proposición se le debe dar un consentimiento dispuesto cuando sus
planteadores puedan asignarle un significado definitivo. Para hacer esto, sin
embargo, deben encontrar respuestas satisfactorias a cuestiones tales como
— ¿cuánto tardo lo que era originalmente un mal volverse un bien? ¿A qué
porcentaje por año una afirmación inválida se vuelve válida? ¿Si un título se
vuelve perfecto en mil años, cómo más que perfecto será en dos mil años?
— y así. Para cuya solución requerirán un nuevo cálculo.
Si puede ser conveniente admitir afirmaciones de un cierto prestigio, no
es el caso. No tenemos nada que hacer aquí con las consideraciones de
privilegio convencional o idoneidad legislativa. Tenemos simplemente que
preguntar cuál es el veredicto dado por la pura equidad en la materia. Y este
veredicto impone una protesta contra cada pretensión existente a la
posesión individual del suelo; y dicta la afirmación, que la lucha del ser
humano en toda la extensión de la superficie de la tierra aún es válida; a
pesar de todos los hechos, costumbres, y leyes.
§4
No solo la posesión de la tierra tiene un origen injustificable, sino que es
imposible hallar un modo en que la tierra pueda convertirse en propiedad
privada. Se considera comúnmente que el cultivo da un título de propiedad
legítimo. Aquel que ha reclamado una extensión de tierra de su primitivo
estado salvaje, se supone que lo ha hecho de esta manera suya. Pero si su
derecho se discute ¿a través de qué sistema de lógica puede reivindicarlo?
Escuchemos un momento a sus ruegos.
«Hola, señor» grita el cosmopolita a algún campesino, fumando a la
puerta de su cabaña, «¿a través de qué autoridad tomas posesión de estos
acres que has despejado; alrededor del que has alzado una valla, y en donde
has construido esta cabaña?»
«¿Por cuál autoridad? Me he asentado aquí porque no había nadie para
decir no — porque yo tenía tanta libertad para hacerlo como cualquier otro
hombre. Además, ahora que he cortado el bosque, y he labrado y cosechado
la tierra, esta granja es más mía que tuya, o de nadie; y pienso quedármela».
«Sí, eso decís todos. Pero aún no veo cómo has probado tu
reivindicación. Cuando viniste aquí encontraste esta tierra produciendo
árboles — arces azucareros, quizás; quizás estaba cubierto con praderas y
ALDO EMILIANO LEZCANO
121
fresas silvestres. Bueno, en vez de estos, has hecho que coseche trigo, o
maíz, o tabaco. Ahora quiero entender cómo, al exterminar un tipo de
plantas, y hacer que el suelo lleve otro grupo en su lugar, te has hecho a ti
mismo señor de este suelo durante todas las temporadas que vienen».
«Oh, esos productos naturales que destruí eran de poca o ninguna
utilidad; mientras que yo hice que la tierra diera cosas buenas para comer —
cosas que ayudan a dar vida y felicidad».
«Aún no has mostrado por qué tal proceso hace que la porción de tierra
que has modificado sea tuya. ¿Qué es lo que has hecho? Le has dado la
vuelta a la tierra unos pocos centímetros de profundidad con una pala o un
arado; has diseminado sobre esta superficie preparada unas pocas semillas; y
has recogido los frutos que el sol, lluvia, y aire, ayudaron a la tierra a
producir. Solo dime, por favor, ¿a través de qué magia estos actos te han
convertido en el único dueño de esta amplia masa de materia, teniendo
como base la superficie de tu propiedad, y por su cumbre el centro del
globo? Todo lo que parece que monopolizarías para ti y tus descendientes
para siempre».
«Bueno, si no es mío, ¿de quién es? No se lo he quitado a nadie. Cuando
crucé el lejano Missisippi, no encontré nada más que los bosques
silenciosos. Si alguien más se hubiera asentado aquí, y hubiera despejado
esto, hubiera tenido el mismo derecho que yo al lugar. No he hecho más
que lo que hubiera hecho otra persona con libertad para hacerlo que
hubiera venido antes de mí. Mientras que no las habían reclamado, estas
tierras pertenecían a todos los hombres — tanto para uno como para otro
— y ahora son mías simplemente porque fui el primero en descubrirlas y
mejorarlas».
«Es verdad, cuando dices que “mientras que no las habían reclamado,
estas tierras pertenecían a todos los hombres” . Y es mi deber decirte que
aún pertenecen a todos los hombres; y que tus “mejoras” como las llamas,
no pueden invalidar el derecho de todos los hombres. Tú puedes arar y
gradar, y sembrar y cosechar; puedes darle la vuelta al campo tanto como
quieras, pero todas tus manipulaciones fracasarán al hacer esa tierra tuya,
que no era tuya para empezar. Déjame ponerte un ejemplo. Supón que en el
camino de tus viajes llegas hasta una casa abandonada, que a pesar de su
ruinoso estado te agrada; supón que con la intención de convertirla en tu
casa gastas mucho tiempo y molestias arreglarla — que pintas y empapeles,
y encalas, y a un coste considerable la vuelves habitable. Supón también,
que en algún mal día un extraño se da a conocer, quién resulta ser el
heredero a quién han legado esta casa; y que este supuesto heredero está
ALDO EMILIANO LEZCANO
122
preparado con todas las pruebas necesarias de su identidad: ¿qué pasa con
tus mejoras? ¿Te dan un título de propiedad válido a la casa? ¿Anulan el
título del demandante original?»
«No».
«Entonces tampoco tus operaciones innovadoras te dan un título válido
a esta tierra, ni tampoco anulan el título de su demandante original — la
raza humana. El mundo es el legado de Dios al ser humano. Todos los
hombres son los herederos conjuntos de éste; tú entre ellos. Y porque hayas
tomado tu residencia en una parte de él, y hayas dominado, cultivado,
embellecido esa parte — mejorarla como dices, no te garantiza por tanto
que apropiarte de ella sea una propiedad totalmente privada. Al menos si lo
haces así, puedes en cualquier momento ser justamente expulsado por su
dueño legítimo — la Sociedad».
«Bueno, pero seguramente no me expulsarías sin darme alguna
recompensa por el gran valor adicional que le he dado a esta extensión. Al
reducir lo que era tierra salvaje en campos fértiles. No me dejarías a la
deriva y me privarías de todo el beneficio de esos años de duro trabajo que
me ha costado transformar este lugar a su presente estado».
«Claro que no: igual que con el caso de la casa, tendría un título
equiparable de compensación de los propietarios por las reparaciones y
nuevos accesorios, con lo que la comunidad no puede tomar justamente
posesión de esta finca, sin pagar por todo lo que le has hecho. Este valor
extra que tu labor le ha transmitido es justamente tuyo; y aunque te has
ocupado, sin marcharte, en mejorar lo que pertenece a la comunidad, no
hay duda de que la comunidad desestimará tu petición. Pero admitir esto, es
una cosa muy diferente de reconocer tu derecho a la propia tierra. Puede ser
verdad que tienes derecho a compensación por las mejoras que este terreno
ha recibido en tus manos; y a la vez puede ser igualmente verdad que
ningún acto, forma, procedimiento, o ceremonia, puede hacer de este
terreno tu propiedad privada».
§5
En verdad parece posible a simple vista que la tierra se vuelva la
posesión exclusiva de individuos a través de algún proceso de distribución
equitativa. «¿Por qué», se puede preguntar, «no deberían los hombres estar
de acuerdo en una subdivisión justa? Y todos somos co-herederos, ¿por qué
ALDO EMILIANO LEZCANO
123
no puede este patrimonio distribuirse equitativamente, y cada uno ser
después el amo perfecto de su propia parte?
A esta pregunta se debe responder primero, que tal división está
prohibida por la dificultad de fijar los valores de las respectivas extensiones
de tierra. Variación en productividad, diferentes grados de accesibilidad,
ventajas de clima, proximidad a los centros de civilización — estas, y otras
consideraciones, sacan el problema de la esfera de la mera medida a la
región de la imposibilidad.
Pero, prescindiendo de esto, preguntémonos entre quién hay que
repartir. ¿Deben ser los hombres adultos, y todo aquel que haya alcanzado
los veintiuno en un día específico, los individuos afortunados? Si es así, ¿qué
se hace con aquellos que llegan a esa edad el día siguiente? ¿Se propone que
cada hombre, mujer, y niño, tenga una parte? Y si es así ¿qué pasa con los
que nazcan el año siguiente? ¿Y cuál será el destino de aquellos cuyos padres
vendan sus bienes y desperdicien las ganancias? Estos sin parte deben
constituir una clase ya descrita como que no tienen derecho a un lugar de
descanso en la tierra — viviendo de la tolerancia de sus semejantes —
siendo prácticamente siervos. Y la existencia de tal clase está en total
desacuerdo con la ley de la misma libertad.
Hasta entonces, podemos producir una comisión válida autorizándonos
el hacer esta distribución — hasta que se pueda probar que Dios ha dado
un acta de privilegios a una generación, y otra a la siguiente — hasta que
podamos demostrar que los hombres nacidos después de cierta fecha están
condenados a la esclavitud, debemos considerar que tal distribución no es
permisible.
§6
Probablemente alguien considerará las dificultades inseparables de la
posesión individual de la tierra, causadas por una presión excesiva a una
doctrina aplicable solo dentro de los límites racionales. Esta es una de las
formas favoritas de pensamiento de algunos. Hay gente que odia cualquier
cosa con la forma de conclusiones exactas; y estas lo son. De acuerdo con
tales, lo correcto nunca está en ningún extremo, sino siempre a medio
camino entre los extremos. Están continuamente intentando conciliar Sí y
No. Síes, y peros, y excepciones, les encantan. Tienen tanta fe en «la medida
ALDO EMILIANO LEZCANO
124
juiciosa» que apenas creerían es un oráculo, si se dice un principio
completo. Si fueras a preguntarles si la tierra rota en su eje de este a oeste, o
de oeste a este, casi debes esperar la respuesta — «un poco de ambos», o
«No exactamente ninguno». Es dudoso si afirmaría que el todo es más
grande que su parte, sin poner alguna condición. Tienen pasión por los
acuerdos. Para que les guste, la Verdad tiene que estar siempre aderezada
con un poco de Error. No pueden concebir una ley pura, definitiva,
completa, e ilimitada. Y por lo tanto, en discusiones como la presente, están
constantemente solicitando limitaciones — siempre deseando disminuir, y
modificar, y moderar — siempre protestando contra las doctrinas que se
siguen hasta sus máximas consecuencias.
Pero es necesario recordar, que tal verdad ética es tan exacta y tan
perentoria como una verdad física; y que en este tema de la tenencia de una
tierra, el veredicto de moralidad debe ser claramente sí o no. Cada hombre
tiene un derecho a hacer de la tierra una propiedad privada, o no lo tiene. No
hay un término medio. Debemos elegir una de las dos posiciones. No puede
haber una opinión de mitad y mitad. En la naturaleza de las cosas la realidad
debe ser un camino o el otro.
Si los hombres no tienen tal derecho, se nos libera de una vez de los
dilemas ya señalados. Si tienen tal derecho, entonces ese derecho es absoluto,
sagrado, sin ningún pretexto puede ser violado. Si tienen tal derecho,
entonces su ilustrísima de Leeds tiene motivos para avisar a los turistas de
Ben Macdui, el duque de Atholl en cerrar Glen Tilt, el duque de Buccleugh
en negar sitio a la Iglesia Libre, y el duque de Sutherlanden en desterrar a los
Highlanders para hacer sitio para un pastizal de ovejas. Si tienen tal derecho
sería apropiado para el único propietario de cualquier reino — un Jersey o
Guernsey, por ejemplo — imponer solo las regulaciones que el eligiera en
sus habitantes — decirles que ellos no deben vivir en su propiedad, a no ser
que profesen cierta religión, hablen un idioma en particular, le paguen una
reverencia específica, tomen una vestimenta autorizada y se atengan a todas
la condiciones que el vea que puede hacer. Si tienen tal derecho, entonces
hay verdad en ese principio de la escuela Ultra-Tori, que los terratenientes
son los únicos dueños legítimos de un país — que la gente en general
continúan en ella por el permiso de los terratenientes, y consecuentemente
deben rendirse a las reglas del terrateniente, y respetar cualquier institución
que los terratenientes instalen. No hay escapatoria de estas deducciones.
Son consecuencias necesarias de la teoría de que la tierra se puede convertir
en propiedad individual. Y solo se pueden rechazar negando esta teoría.
ALDO EMILIANO LEZCANO
125
§7
Después de todo, nadie cree implícitamente en el arrendamiento. Oímos
de haciendas mantenidas bajo el rey, es decir, el Estado; o guardados para el
beneficio público; y no que sean las posesiones inalienables de sus dueños
nominales. Además, diariamente rechazamos el arrendamiento con nuestra
legislación. ¿Hay que hacer un canal, una vía férrea, o una autopista de
peaje? No tenemos dudas en tomar tantos acres como sea necesario;
permitiendo a los propietarios compensación por el capital invertido. No
esperamos al consentimiento. Un Acta de Parlamento sustituye la autoridad
de los títulos de escritura. O es justo, o no lo es. O el público es libre para
apropiarse de tanta parte de la superficie de la tierra como vean necesario, o
los títulos de los terratenientes deben considerarse absolutos, y todos los
trabajos nacionales deben posponerse hasta que los señores y hacendados
gusten de separarse de las partes requeridas de sus haciendas. Si decidimos
que los derechos de la propiedad individual deben ceder, entonces
queremos decir que el derecho nacional general al suelo es supremo — que
el derecho de posesión privada solo existe por consentimiento general —
retirando ese consentimiento general al acabarse — o, en otras palabras, que
no es un derecho en absoluto.
§8
«¿Pero a qué lleva esta doctrina, que los hombres tienen el mismo
derecho al uso de la tierra? ¿Debemos volver a la época de la naturaleza
salvaje abierta, y subsistir de raíces, bayas, y caza? ¿O se nos tiene que dejar
a la dirección de los señores Fourrier, Owen, Louis Blanc, y compañía?».
Ninguno de los dos. Tal doctrina es coherente con el mayor estado de
civilización; puede llevarse a cabo sin involucrar una comunidad de bienes; y
no necesita causar una revolución muy seria en acuerdos existentes. El
cambio requerido sería simplemente un cambio de propietarios.
Propiedades separadas se juntarían en propiedades compartidas del público.
En vez de estar en posesión de una persona, el país podría llevarse a través
de un gran cuerpo corporativo — la Sociedad. En vez de pagar su renta al
agente de Sir John o su Ilustrísima, lo pagaría al agente o subagente de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
126
comunidad. Los administradores serían públicos en vez de privados; y el
alquiler la única ocupación de la tierra.
Un estado de las cosas ordenadas de esta manera estaría en perfecta
armonía con la ley moral. Bajo ella todos los hombres podrían ser
igualmente propietarios; todos los hombres serían igualmente libres para
convertirse en terratenientes. A, B, C, y el resto, podrían competir por una
granja libre como ahora; uno de ellos podría tomar esa granja, sin violar de
ninguna manera los principios de la pura equidad. Todos serían igualmente
libres para pujar; todos serían igualmente libres para abstenerse. Y cuando la
granja hubiera sido dada a A, B, o C, todos los grupos hubieran hecho lo
que hubieran querido — el primero eligiendo pagar una suma concreta a sus
semejantes — los otros en negarse a pagar tal suma. Claramente, por tanto,
en tal sistema, la tierra debería ser cercada, ocupada, y cultivada, en total
subordinación a la ley de la misma libertad.
§9
Sin duda grandes dificultades deben asistir a la reanudación, por toda la
humanidad, de sus derechos a la tierra. El problema de la compensación a
los propietarios existentes es una complicada — una que quizás no puede
establecerse de una manera estrictamente igualitaria. Teniendo que tratar
con los grupos que originalmente robaron a la raza humana su herencia,
realizaríamos poco trabajo en la materia. Pero, desafortunadamente,
muchos de los propietarios son hombres que han, tanto mediante o
inmediatamente — tanto por sus propios actos, o por los actos de sus
ancestros — dado por sus propiedades, equivalentes de riqueza
honestamente ganada, creyendo que estaban invirtiendo sus ahorros de una
forma legítima. Valorar justamente y liquidar tales reivindicaciones, es uno
de los problemas más complejos que la sociedad tendrá que resolver algún
día. Pero la moralidad abstracta no tiene nada que ver con esta confusión y
nuestra salida de esta. Habiéndose metido el hombre en el dilema de la
desobediencia de la ley, tiene que salir de él tan bien como pueda; y
dañando un poco a la clase terrateniente como debe ser.
Mientras, debemos hacer bien en recordar, que hay que considerar a
otros a parte de la clase terrateniente. En nuestra tierna consideración de los
intereses personales de unos pocos, no nos olvidemos que los derechos de
muchos están en suspenso; y debemos recordarlo, mientras que la tierra sea
monopolizada por particulares. Recordemos, también, que la injusticia así
infligida en el grupo de la humanidad, es una injusticia de la naturaleza más
ALDO EMILIANO LEZCANO
127
grave. El hecho de que no se considere así, no prueba nada. En fases
tempranas de la civilización incluso el homicidio se tomaba a la ligera. Los
satiés de India, junto con la práctica seguida en otro lugar de sacrificar una
hecatombe de víctimas humanas en el entierro de un jefe, muestran esto: y
probablemente los caníbales consideran perfectamente justificable el
sacrificio de aquellos que «la fortuna de la guerra» ha hecho sus prisioneros.
Se supuso universalmente una vez que el esclavismo era una institución
natural y bastante legítima — una condición con la que algunos nacieron, y
a la que debían someterse como a un ordenación Divina; es más, de hecho,
gran parte de la humanidad aún tiene esta opinión. Un alto desarrollo social
sin embargo, ha generado en nosotros una fe mejor, y ahora reconocemos a
un alcance considerable los derechos de la humanidad. Pero nuestra
civilización es solo parcial. Puede reconocerse tarde o temprano que la
Igualdad pronuncia máxima que aún no hemos escuchado; y el hombre
debe entonces aprender, que privar a otros de sus derechos a usar la tierra,
es cometer un crimen solo inferior en maldad al crimen de quitarles sus
vidas o libertades personales.
§10
Revisando brevemente el argumento, vemos que el derecho de cada
hombre al uso de la tierra, limitada solo por los mismos derechos de sus
semejantes, se deduce inmediatamente de la ley de la misma libertad. Vemos
que el mantenimiento de este derecho prohíbe necesariamente la propiedad
de la tierra. Al analizarlos todos los títulos de esa propiedad resultan ser
inválidos; aquellos basados en reclamación inclusive. Parece que incluso un
reparto equitativo de la tierra entre sus habitantes generaría una propiedad
legítima. Encontramos que llevado hasta sus máximas consecuencias un
derecho a la posesión exclusiva del suelo supone un despotismo
terrateniente. También encontramos que tal derecho es denegado
constantemente por los decretos de nuestra legislatura. Y por último
encontramos, que la teoría de co-herederos de todos los hombres hacia la
tierra, es consistente con la mayor civilización; y que, aunque sea difícil
personificar esta teoría en hechos, la Igualdad ordena duramente que se
haga.
ALDO EMILIANO LEZCANO
128
CAPÍTULO X
EL DERECHO DE PROPIEDAD
§1
La ley moral, siendo la ley del estado social, está obligada totalmente a
ignorar el estado anterior al social. Constituyendo, como los principios de
pura moralidad hacen, un código de conducta para el hombre perfecto, no
pueden hacerse para adaptarse a las acciones del hombre incivilizado,
incluso bajo las condiciones hipotéticas más ingeniosas — no pueden
hacerse ni para reconocer aquellas acciones para dilucidar una sentencia
definitiva sobre ellas. Ignorando este hecho, los pensadores, en sus intentos
en probar alguno de los primeros teoremas de ética, han caído normalmente
en el error de referirse de nuevo a un estado imaginario salvaje, en vez de
referirse hacia una civilización ideal, como deberían haber hecho; y se han,
en consecuencia, enredado en dificultades que surgen del desacuerdo entre
los principios éticos y las falsas premisas. A esta circunstancia se atribuye
esa imprecisión de la que se caracterizan los argumentos utilizados para
establecer el derecho de propiedad en una forma lógica. Pese a que poseen
una cierta verosimilitud, no pueden considerarse concluyentes; si
consideramos que sugieren preguntas y objeciones que no admiten
respuestas satisfactorias. Veamos un ejemplo de estos argumentos, y
examinemos sus defectos.
«Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores,» dice Locke, «son
comunes a todos los hombres, cada hombre tiene una propiedad en su
propia persona; nadie tiene derecho a él excepto él mismo. El esfuerzo de
su cuerpo, y el trabajo de sus manos, podemos decir que es propiamente
suyo. Cualquier cosa que saque del estado que la naturaleza ha provisto y
dejado, él ha mezclado su esfuerzo con ello, y lo ha juntado en algo que es
suyo, y de este modo lo hace su propiedad. Habiéndolo sacado del estado
normal en el que la naturaleza lo ha colocado, anexiona algo a través de su
trabajo que lo excluye del derecho común de otros hombres. Siendo este
trabajo la propiedad incuestionable del trabajador, ningún hombre excepto
ALDO EMILIANO LEZCANO
129
él tiene derecho a lo que se ha unido, a menos que se haya dejado algo
suficiente e igual de bueno en común para los otros.
Si se tiene tendencia a poner reparos, una podría responder ante esta
observación, que como, de acuerdo con las premisas, «la tierra y todas las
criaturas inferiores» — todas las cosas que, de hecho, la tierra produce —
«son comunes a todos los hombres,» el consentimiento de todos los
hombres debe obtenerse antes de que cualquier artículo sea equitativamente
«sacado del estado común en el que la naturaleza lo ha colocado». Puede
discutirse que la verdadera pregunta se pasa por alto, cuando se dice, que, al
recolectar cualquier producto natural, un hombre «ha mezclado su esfuerzo
con ello, y lo ha juntado en algo que es suyo, y de este modo lo hace su
propiedad;» por lo que el punto a debatir es, si tiene algún derecho a
recolectar, o mezclar su trabajo con esto, que, según la hipótesis,
previamente pertenecía a toda la humanidad. El razonamiento utilizado en
el último capítulo para probar que ninguna cantidad de trabajo, otorgada
por un individuo sobre una parte de la superficie de la tierra, puede anular el
título de la sociedad a esa parte, puede emplearse de manera parecida para
mostrar que nadie puede, por el mero acto de apropiarse para sí mismo de
cualquier animal o fruta salvaje sin reclamar, suplanta los derechos
colectivos de otros hombres hacia ello. Puede ser bastante verdad que el
trabajo que un hombre emplea en capturar o recolectar, le da un mayor
derecho a la cosa capturada o recolectada, que cualquier otro hombre; pero
la cuestión del tema es, si a través del trabajo así empleado, ha hecho su
derecho a la cosa capturada o recolectada, mayor que los derechos pre-
existentes de todos los otros hombre juntos. Y a menos que pueda probar
que ha hecho esto, su título de posesión no puede admitirse como un
derecho, sino que solo puede reconocerse en el campo de la idoneidad.
Más dificultades son sugeridas por la restricción, de que el derecho a
cualquier artículo de propiedad así obtenido, es válido solo «menos que se
haya dejado algo suficiente e igual de bueno en común para los otros». Una
condición como ésta da a luz a tal multitud de preguntas, dudas, y
limitaciones, como para neutralizar prácticamente la proposición general
completamente. Se puede preguntar, por ejemplo — ¿qué suficiente «se
haya dejado en común para otros?» ¿Cómo se puede determinar si lo que
queda es «igual de bueno» como lo que se ha cogido? ¿Qué pasa si lo que
queda es menos accesible? Si no hay suficiente «en común para los otros»
¿Cómo se debe ejercer el derecho de distribución? ¿Por qué, en tal caso, la
mezcla del trabajo con el objeto adquirido, deja de «excluir del derecho
común de otros hombres?» Suponiendo que lo suficiente es alcanzable, pero
ALDO EMILIANO LEZCANO
130
no todo igualmente bien ¿a través de que regla elige cada hombre? De cuya
pregunta parece imposible derivar el presunto derecho, sin tales cortes que
la vuelven, desde un punto de vista ético, que la devalúen.
Así, como ya se ha señalado, encontramos, que la circunstancias de la
vida salvaje, presentan los principios de la moralidad abstracta inaplicables;
porque es imposible, bajo condiciones anteriores a las sociales, determinar
la rectitud o incorrección de ciertas acciones a través de una medición
exacta de la cantidad de libertad asumida por las partes afectadas. No
debemos esperar, entonces, que el derecho de propiedad pueda basarse
satisfactoriamente en las premisas ofrecidas por tal estado de existencia.
§2
Pero, bajo el sistema de tenencia señalado en el último capítulo, como el
único que es congruente con los derechos equitativos de todos los hombres
en el uso de la tierra, estas dificultades desaparecen; y el derecho de
propiedad obtiene base legítima. Hemos visto que, sin ninguna infracción
en la ley de la misma libertad, un individuo puede arrendar de la sociedad
una superficie de tierra, accediendo a pagar de vuelta una cantidad señalada
del producto que obtenga de ese suelo. Encontramos que, al hacer esto, no
hace más que lo que cualquier otro hombre es de igual libre para hacer —
que cada uno tiene el mismo poder consigo mismo para convertirse en un
terrateniente — y que la renta que paga corresponde de la misma manera a
todos. Habiendo alquilado de esta manera un trozo de tierra de sus
semejantes, por un período específico, para propósitos comprensibles, y en
términos específicos — habiendo obtenido así, por un tiempo, el uso
exclusivo de esa tierra a través un acuerdo con sus dueños, se manifiesta
que un individuo puede, sin ninguna infracción de los derechos de otros,
apropiarse para sí de esa porción de producto que queda después de que él
haya pagado al hombre la renta prometida. Ahora ha, usando la expresión
de Locke, «mezclado su trabajo con» ciertos productos de la tierra; y su
derecho hacia ellos es en este caso válido, porque ha obtenido el
consentimiento de la sociedad antes de emplear así su trabajo; y habiendo
cumplido la condición que la sociedad impuso al darle ese consentimiento
— el pago por la renta — la sociedad, para cumplir su parte del trato, debe
reconocer su derecho a ese excedente que queda después de que la renta se
haya pagado. «Siempre y cuando nos entregues una parte indicada del
ALDO EMILIANO LEZCANO
131
producto que puedes obtener por el cultivo de este trozo de tierra, te damos
el uso exclusivo del resto de ese producto:» estas son las palabras del
contrato; y en virtud de este contrato, el terrateniente debe reclamar la parte
adicional de su propiedad privada: puede reclamarla sin desobedecer la ley
de la misma libertad; y por tanto tiene un derecho de reclamarla.
Cualquier duda que pueda sentirse hacia el hecho que esto es una
deducción lógica de nuestro primer principio, que cada hombre tiene
libertad para hacer todo lo que el desee siempre y cuando no viole la misma
libertad de cualquier otro hombre, puede aclararse fácilmente al comparar
los respectivos grados de libertad asumida en tal caso por el ocupante y los
miembros de la sociedad con quienes negocia. Como se ha mostrado en el
capítulo anterior, si el público en su conjunto quita a cualquier individuo el
uso de la tierra, le están permitiendo menos libertad de la que ellos reclaman;
y quebrando así la ley de la misma libertad, hacen mal. Si, al contrario, un
individuo usurpa una porción de tierra dada, a que la, como hemos visto,
todos los otros hombres tiene tan buen derecho como él, él quebranta la ley
asumiendo más libertad que el resto. Pero cuando un individuo mantiene la
tierra como un terrateniente de la sociedad, se mantiene un equilibrio entre
estos extremos, y se respetan los derechos de ambas partes. El primero paga
un precio, por cierto privilegio concedido por los otros. Por el hecho de
haberse hecho este acuerdo, se muestra que tal precio y privilegio se
consideran equivalentes. El arrendador y el arrendatario han hecho ambos,
dentro de los límites prescritos, lo que desearon: el primero dejando cierta
propiedad por una suma específica; el otro en estar de acuerdo en dar esa
suma. Y mientras que este contrato continúe intacto, la ley de la misma
libertad se observa debidamente. Si, no obstante, cualquiera de las
condiciones prescritas no se lleva a cabo, la ley se quebranta
necesariamente, y las partes se ven envueltas en los aprietos arriba
nombrados. Si el terrateniente se niega a pagar la renta, entonces reclama
tácitamente el uso y beneficio exclusivo de la tierra que ocupa —
prácticamente afirma que él es el único dueño de su producto; y
consecuentemente viola la ley, asumiendo una mayor parte de la libertad
que el resto de la humanidad. Si, por otro lado, la sociedad coge del
terrateniente esa porción de frutas obtenidas por el cultivo de su granja, que
queda con él después del pago de la renta, virtualmente le están negado el
uso de la tierra por completo (por el uso de la tierra nos referimos al uso de
sus productos), y haciendo esto, demandan una mayor parte de libertad de
la que le permiten. Claramente, por tanto, este producto excedente se queda
equitativamente con el terrateniente. La sociedad no puede quitárselo sin
ALDO EMILIANO LEZCANO
132
traspasar su libertad; él puede tomarlo sin traspasar la libertad de la sociedad.
Y así, de acuerdo con la ley, es libre para hacer todo lo que desee, siempre y
cuando no infrinja la misma libertad de ningún otro, es libre de tomar
posesión de tal excedente como su propiedad.
§3
La doctrina que todos los hombres tienen derechos equitativos al uso de
la tierra, parece a simple vista, permitir una especie de organización social,
en desacuerdo con esa de la que el derecho de propiedad se acaba de
deducir; una organización, concretamente, en que el público, en vez de dejar
la tierra a los miembros individuales de su cuerpo, debe mantenerlo en sus
propias manos; cultivarla en agencias de acciones compartidas; y distribuir el
producto: de hecho, lo que se llama normalmente Socialismo o
Comunismo.
Convincente como puede ser, tal esquema no es capaz de realizarse en
estricta conformidad con la ley moral. De las dos formas bajo las que puede
representarse, la primera es éticamente imperfecta; y la otra, aunque correcta
en teoría, es impracticable.
Así, si se concede una porción equitativa del producto de la tierra a cada
hombre, sin tener en cuenta la cantidad o calidad del trabajo que ha
aportado hacia la obtención de ese producto, se comete una violación de la
igualdad. Nuestro primer principio requiere, no que todos debamos tener
las mismas porciones de las cosas que ayudan a la gratificación de las
facultades, sino que todos debemos tener la misma libertad para perseguir
esas cosas — debemos tener el mismo alcance. Es una cosa dar a cada uno
una oportunidad para adquirir los objetos de sus deseos; es otra, y muy
diferente, dar los objetos, sin importar si se ha realizado o no el debido
esfuerzo para obtenerlos. La primera hemos visto que es la ley primaria del
esquema divino; la otra, al interferir con la conexión ordenada entre deseo y
gratificación, muestra su desacuerdo con ese esquema. Es más, requiere una
violación absoluta del principio de la misma libertad. Porque cuando
declaramos la entera Libertad de cada uno, limitado solo por la misma
libertad de todos, declaramos que cada uno es libre de hacer lo que los
deseos dictan, dentro de los límites prescritos — que cada uno es libre, por
tanto, de reclamar para sí mismo todas esas gratificaciones, y fuentes de
gratificación, alcanzables por él dentro de esos límites — todas esas
ALDO EMILIANO LEZCANO
133
gratificaciones y fuentes de gratificación que puede procurarse sin traspasar
las esferas de acción de su vecinos. Si, por lo tanto, al empezar muchos con
los mismos campos de actividad como estos, uno obtiene, gracias a su
mayor fuerza, mayor ingenio, o mayor aplicación, más gratificaciones o
fuentes de gratificación que el resto, y hace esto sin pasar por encima de
ninguna manera de la misma libertad del resto, la ley moral le cede un
derecho exclusivo de todas esas gratificaciones extra y fuentes de
gratificación; ni puede el resto quitárselos sin reclamar para ellos un mayor
libertad de acción que la que él reclama, y de este modo violar esa ley. De
donde resulta, que una distribución equitativa de la tierra entre todos ellos,
no es congruente con la pura justicia.
Si, por otro lado, cada uno tiene que adjudicarle una parte del producto
en proporción al grado en que ha ayudado a la producción, la propuesta,
pese a que es abstractamente justa, ya no es factible. Si fueran todos los
hombres agricultores de la tierra, quizás sería posible una estimación
aproximada de sus derechos varios. Pero determinar las cantidades
respectivas de ayuda dada por diferentes tipos de trabajadores mentales y
físicos, para conseguir las reservas generales de las necesidades de la vida, es
una imposibilidad absoluta. No tenemos medios de realizar tal división
salvo que sea proporcionada por la ley de la oferta y la demanda, y la
hipótesis excluye ese medio.
l
§4
Un argumento fatídico para la teoría comunista, se sugiere a través del
hecho, que un deseo de propiedad es uno de los elementos de nuestra
naturaleza. Se han hecho alusiones reiteradas a la verdad admitida, que la
codicia es un impulso irracional bastante distinto de los deseos cuyas
gratificaciones asegura la propiedad— un impulso que se obedece a
menudo a expensas de esos deseos. Y si una tendencia hacia la adquisición
personal es realmente un componente de la constitución humana, entonces
no puede ser una forma correcta de sociedad la que no permite libertad. Los
socialistas ciertamente sostienen que la distribución privada es un abuso de
esta tendencia, cuya función normal, dicen, es impulsarnos a acumular por
el beneficio de todo el público. Pero al intentar escapar así de una dificultad,
l
No todas estas deducciones influyen contra el sistema de acciones compartidas de
producción y trabajo, que son probablemente lo que el Socialismo predice.
ALDO EMILIANO LEZCANO
134
no hacen más que meterse en otra. Tal explicación ignora el hecho de que el
uso y abuso de una facultad (lo que sea que la etimología de las palabras
puedan implicar) difieren solo en grado; mientras que su suposición es, que
difieren en clase. La gula es un abuso del deseo por la comida; timidez, un
abuso del sentimiento que en moderación produce prudencia; servilismo, un
abuso del sentimiento que genera respeto; obstinación, de ese del que brota
la firmeza: en todos los casos que encontramos que las manifestaciones
legítimas difieren de las ilegítimas, simplemente en cantidad, y no en calidad.
Así también con este instinto de acumulación. Puede ser bastante verdad
que sus dictados han sido, y aún lo son, seguidos hacia un exceso absurdo;
pero también es verdad que ningún cambio en el estado de la sociedad
alterará su naturaleza ni su función. Aún debe ser un deseo de adquisición
personal para cualquier grado moderado. Por esta razón resulta que un
sistema que permite oportunidad para su ejecución debe conservarse
siempre; que significa, que el sistema de propiedad privada debe
conservarse; y esto presupone un derecho a la propiedad privada, que por
derecho queremos decir aquello que armoniza con la constitución humana
por mandato divino.
§5
Hay todavía, sin embargo, un dilema mayor en que M. Proudhon y su
grupo se traicionan. Porque si, como ellos afirman, «toda la propiedad es
robo» — si nadie puede convertirse equitativamente en el poseedor
exclusivo de ningún artículo — o como decimos nosotros, obtener un
derecho a ello, entre otras consecuencias, resulta que un hombre puede no
tener derecho a las cosas que consume de comida. Y si estas no son suyas
antes de comérselas ¿cómo pueden hacerse suyas? Como Dice Locke,
«¿Cuándo empiezan a ser suyas? ¿Cuándo digiere? ¿O cuándo come? ¿O
cuándo cuece? ¿O cuándo las trae a casa?» Si ningún acto previo puede
hacerlos de su propiedad, ningún proceso de asimilación puede hacerlo
entonces; tan siquiera la absorción en los tejidos. Por lo tanto, persiguiendo
la idea, llegamos a la curiosa conclusión, que todo el conjunto de sus
huesos, músculos, piel, etc., habiendo sido así construidos con nutrientes
que no le pertenecen, un hombre no tiene propiedad de su propia carne y
sangre — que no tiene un título válido de sí mismo — que no tiene más
derecho a sus miembros del que tiene a los miembros de otros — ¡y que
tiene tanto derecho al cuerpo de su vecino como al suyo propio! Si
ALDO EMILIANO LEZCANO
135
existiéramos de la misma manera que esos pólipos compuestos, en que un
número de individuos están cimentados en un tronco vivo común a todos
ellos, tal teoría sería suficientemente racional. Pero hasta que el comunismo
pueda llevarse a ese alcance, lo mejor será continuar con la antigua doctrina.
§6
Una mayor discusión parece innecesaria. Hemos visto que el derecho de
propiedad es deducible de la ley de la misma libertad — que se presupone
de la constitución humana — y que su negación lleva a estupideces.
Si no fuera necesario referirnos frecuentemente al hecho de ahora en
adelante, apenas sería necesario mostrar que quitar la propiedad a otra
persona es una violación de la ley de la misma libertad, y por tanto está mal.
Sí A se apropia de algo que pertenece a B, puede suceder una de dos cosas:
o que B haga lo mismo a A, o que no lo haga. Si A no tiene propiedad, o si
su propiedad es inaccesible para B, B evidentemente no tiene oportunidad
de ejercer la misma libertad con A, al reclamar para él algo de igual valor; y
A ha asumido por tanto una mayor parte de libertad que la que él permite a
B, y ha quebrantado la ley. Si de nuevo, la propiedad de A está abierta a B, y
A permite a B el uso de la misma libertad consigo mismo al coger un
equivalente, no hay violación de la ley; y el asunto se convierte
prácticamente en un trueque. Pero tal transacción nunca tendrá lugar salvo
en la teoría; porque A no tiene motivos para apropiarse de la propiedad de
B con la intención de dejar que B coja un equivalente: viendo que si lo que
realmente quiere dejar que B lo que B cree que es un equivalente, preferirá
hacer un intercambio por consentimiento de la manera normal.
El único caso simulando esto, es uno en el que A toma de B una cosa de
la que no desea separarse; eso es, una cosa por la que A no puede darle nada
a B que B piense que es equivalente; y como la cantidad de gratificación que
B tiene en la posesión de esa cosa, es la medida de su valor para él, resulta
que A no puede dar a B una cosa que permita a B gratificación igual, o en
otras palabras, lo que él piensa un equivalente, entonces A ha tomado de B
lo que ofrece a A satisfacción, pero no devuelve a B lo que le ofrece a B
satisfacción; y por tanto ha quebrantado la ley al asumir la mayor parte de
libertad. Por lo tanto encontramos que es una deducción de la ley de la
misma libertad, que ningún hombre puede coger una propiedad
legítimamente de otro contra su voluntad.
ALDO EMILIANO LEZCANO
136
CAPÍTULO XI
EL DERECHO DE PROPIEDAD EN IDEAS.
§1
Es bastante evidente que no se compromete ninguna violación de la ley
de la misma libertad en la adquisición del conocimiento — ese
conocimiento, al menos, que está abierto a todos. Un hombre puede leer,
escuchar, observar, todo lo que quiera, sin disminuir en absoluto la libertad
de otros al hacerlo — de hecho, sin afectar a la condición de los otros en
ningún sentido. Está claro, también, que el conocimiento así obtenido
puede ser digerido, re-organizado, y combinado de nuevo, y deducir su
poseedor un nuevo conocimiento, sin que los derechos de sus semejantes
sean traspasados de este modo. Y también es manifiesto, que la ley moral
permite al hombre que ha obtenido a través de su labor intelectual tal nuevo
conocimiento, conservarlo para su uso exclusivo, o reclamarlo como su
propiedad privada. Quien hace esto, de ninguna manera sobrepasa los
límites prescritos de la libertad individual. No reduce la libertad de acción
de nadie. Toda persona conserva tanto alcance de pensamiento y acción
como antes. Y cada uno es libre de adquirir los mismos hechos — elaborar
a partir de ellos, si él puede, las mismas ideas — y de manera similar emplear
esas nuevas idea para su propio beneficio. Viendo, por tanto, que un
hombre puede reclamar el uso exclusivo de sus ideas originales sin
sobrepasar los límites de la misma libertad, resulta en que tiene un derecho a
reclamarlas; o, en otras palabras, tales ideas son su propiedad.
Claro que el argumento utilizado en el último capítulo para mostrar que
la propiedad material no puede ser tomada de su poseedor sin romper la ley,
es aplicable a la propiedad de este tipo también.
§2
Que el derecho de un hombre al producto de su cerebro es igualmente
válido con su derecho al producto de sus manos, es un hecho que no ha
ALDO EMILIANO LEZCANO
137
obtenido más que un reconocimiento imperfecto. Es verdad que tenemos
leyes de patentes, leyes de derechos de autor, y actas para el registro de
diseños; pero estos, o en cualquier caso dos de ellos, han sido promulgados
no tanto en obediencia de los dictados de la justicia, sino en deferencia de
las recomendaciones de la política de comercio. «Una patente no es una
cosa que pueda reclamarse como un derecho» nos dicen las autoridades
legales, sino que se pretende para «actuar como un estímulo a la industria y
talento». No es porque la piratería de patrones podría ser mala que la
legislación la prohíbe, sino porque ellos desean ofrecer «estímulos a los
fabricantes». Similares también son las opiniones actuales. Medidas de este
tipo son consideradas comúnmente por el público como dar a los
inventores cierto «privilegio», una «recompensa», un tipo de «monopolio»
modificado. Es en el campo del arte de gobernar que se aprueban; y no por
ser necesarias para la administración de justicia.
El predominio de tal creencia no es a través ningún medio encomiable
para la consciencia nacional, e indica una triste falta de franqueza del
sentimiento moral. Pensar que los beneficios que un especulador hace por
un alza en la participación en el mercado, debería reconocerse de forma
legal y equitativa como su propiedad, y aun así que alguna nueva
combinación de ideas, que debe haberle costado a un hombre ingenioso
años de dedicación para completar ¡no puede ser «reclamada como un
derecho» por ese hombre! Pensar que debe mantenerse un sinecura para
tener un «interés personal» en su oficina, y solo un título de compensación
si es abolido, y aun así que un invento sobre el que se ha gastado constante
esfuerzo mental, y en el que el pobre mecánico se ha gastado quizás sus
últimos seis peniques — un invento que ha completado enteramente con su
trabajo y materiales propios — se ha originado, como fue, de la misma
materia de sus propia mente — ¡no puede reconocerse como su propiedad!
Pensar que su título sería para él admisible solamente cuando le conviniera
— admitido solo en el pago de unas 400 libras — y, después de eso,
¡anulado por los pretextos más insignificantes! ¡Qué percepción de la justicia
tan poco sensible muestra esto! ¡Qué falta de capacidad para apreciad los
problemas en absoluto eliminados más allá de la esfera de sentidos externos!
Uno podría pensar que la igualdad no ofrece guía más allá de transacciones
en cosas materiales — pesos, medidas y dinero. Dejemos que un joven
tendero coja de la caja registradora de su maestro un soberano visible,
tangible y ponderable, y todo lo que puedes ver es que los derechos del
dueño han sido violados. Aun así aquellos que exclaman con tal virtud
indignada en contra del robo, comprarán una edición pirata de un libro, sin
ALDO EMILIANO LEZCANO
138
ninguna duda de consciencia con respecto a la recepción de objetos
robados. El engaño, cuando se muestra en allanamiento de morada o robo
de ovejas, se considera como eterna infamia, y aquellos condenados por ello
son excluidos para siempre de la sociedad; pero al fabricante que roba los
planos mejorados de su capataz para el hilado de algodón, o la construcción
de máquinas de vapor, aún se le tiene en gran respeto. La ley es suficiente
activa para arrestar al pilluelo que puede haber despojado a algún ciudadano
acomodado de su pañuelo de bolsillo, y tratara con el joven pícaro en el
gasto público; pero no hay indemnización para el mísero diseñador al que le
ha robado algún pícaro lo que formaba la única esperanza de su vida. Estas
son sólidas ilustraciones del hecho, que el sentido moral, cuando va sin la
dirección de la deducción sistemática, fracasa en encontrar su camino a
través del laberinto de opinión confusa, hacia un código correcto del deber.
§3
Como ya se ha observado, es una idea común, y una especialmente
predominante entre las clases trabajadoras, que el uso exclusivo de su
descubridor de un nuevo o mejorado método de producción, es una especie
de monopolio, en el sentido en el que se utiliza esa palabra
convencionalmente. Dejar que un hombre tenga todo el beneficio
acumulado del empleo de alguna máquina más eficiente, o un mejor
proceso inventado por él; y no dejar que otra persona adopte y aplique para
su propio beneficio el mismo plan, es mantener una injusticia. Ni hay
filantrópicos deficientes ni tan siquiera hombres pensantes, que consideren
que el valor de las ideas originadas por un individuo — ideas que pueden
ser de gran beneficio nacional — deben tomarse de manos privadas y
lanzadas al mayor público.
«Y digan, caballeros,» podría responder un inventor justamente, «¿por
qué no puedo hacer yo la misma propuesta respecto a vuestros bienes
inmuebles, vuestras ropas, vuestras casas, vuestras acciones de ferrocarril, y
vuestro dinero en inversiones? Si tenéis razón en la interpretación que dais
al término “monopolio”, no veo por qué el término no debe aplicarse a los
abrigos sobre vuestras espaldas y las provisiones de vuestras mesas. Con la
misma razón yo podría argumentar que vosotros “monopolizáis”
injustamente vuestros muebles, y que no deberíais por igualdad tener el
“uso exclusivo” de tantas residencias. Si “beneficio nacional” tiene que ser
ALDO EMILIANO LEZCANO
139
la regla suprema, ¿por qué no deberíamos apropiarnos de tu riqueza, y de la
riqueza de otros como tú, para la liquidación de la deuda de estado? En
verdad, como dices, llegaste de forma honesta a esta propiedad: pero
también lo hice yo con mi invención. Es verdad, como dices, que este
capital, de cuyo interés has subsistido, fue adquirido tras años de trabajo
duro — es la recompensa de industria perseverante: bueno, puedo decir lo
mismo de esta máquina. Mientras tú estabas reuniendo beneficios, yo estaba
recogiendo ideas; el tiempo que tú pasaste memorizando los precios
actuales, yo lo empleé en estudiar mecánica; tus especulaciones en nuevos
artículos de mercado, respuestas a mi experimento, muchas de las cuales
fueron costosas e infructíferas; cuando estabas escribiendo en tus cuentas,
yo estaba haciendo dibujos; y la misma perseverancia, paciencia,
pensamiento, y trabajo duro, que te permitió hacer una fortuna, me ha
permitido completar mi invento. Al igual que tu riqueza, representa mucho
trabajo acumulado; y yo vivo de los beneficios que me produce, al igual que
tú estás viviendo de los intereses de tus ahorros invertidos. Ten cuidado,
entonces, de cómo cuestionas mi derecho. Si soy un monopolista, también
lo eres tú; y así lo es cada hombre. Si no tengo derecho a estos productos de
mi cerebro, tampoco los tienes tú de aquellos de tus manos: nadie puede
convertirse en el único dueño de cualquier artículo en absoluto; y “toda
propiedad es robo”».
§4
Caen en un serio error, quiénes suponen que el derecho exclusivo
asumido por un descubridor, es algo tomado del público. El que aumenta
de cualquier manera los rendimientos de producción, es visto por todos,
salvo por algunos locos ludistas, como un benefactor general que da en vez
de tomar. En inventor exitoso hace una mayor conquista sobre la
naturaleza. A través de él las leyes de la materia se vuelven aún más
serviciales a los deseos de la humanidad. Él economiza el trabajo — ayuda a
emancipar a los hombres de su esclavitud a las necesidades del cuerpo —
emplea un nuevo poder al vagón de la felicidad humana. No puede, si
pudiera, evitar que la sociedad participe en gran parte de su buena fortuna.
Antes de que pueda darse cuenta de cualquier beneficio de su nuevo
proceso o aparato, primero debe otorgar un beneficio a sus semejantes —
debe u, ofrecerles un artículo mejor al precio cobrado normalmente, o el
ALDO EMILIANO LEZCANO
140
mismo artículo a un menor precio. Si no hace esto, su invento no vale nada;
si lo hace, convierte a la sociedad en un semejante en la nueva mina de
riquezas que ha abierto. Por todo el esfuerzo que ha tenido en dominar una
región previamente desconocida de la naturaleza, simplemente pide una
proporción extra de las frutas. El resto de la humanidad inevitablemente
viene por el beneficio principal — tendrá todo en el menor tiempo.
Mientras tanto, no pueden sin injusticia ignorar sus derechos.
Recordemos, también, que en esta desobediencia, como en otros casos, a
la ley moral es al final perjudicial para todos los grupos — para aquellos que
infringen los derechos del individuo al igual que al propio individuo. Es un
hecho bien probado, que esa inseguridad de la propiedad material que
resulta del engaño general, reacciona inevitablemente en el castigo de todos.
El fundamento de esto es lógico. La energía industrial disminuye solo en
proporción a la incertidumbre de su recompensa. Aquellos que no saben
que deben cosechar no sembrarán. En vez de emplearlo en negocios, los
capitalistas guardarán lo que poseen, porque la inversión productiva es
peligrosa. De ahí surge una dificultad de medios según se necesite. Cada
empresa se paraliza por una falta de seguridad. Y de la desconfianza general
brota desánimo general, apatía, desempleo, pobreza, y las miserias de sus
empleados, involucrando a la vez a todos los tipos de hombres. Parecido en
tipo, y menos solo en grado, es la maldición que acompaña la inseguridad de
la propiedad de ideas. Tanto como los beneficios que acumule
probablemente el inventor sean precarios, así se desanimará en continuar
con sus planes. «Si,» piensa para sí mismo, «otros van a disfrutar los frutos
de estos tediosos estudios y estos innumerables experimentos, ¿por qué
debería continuarlos? Si, además de todas las posibilidades de fallo del
propio esquema, todo el tiempo, dificultad, y gastos de mis investigaciones,
todas las posibilidades de destrucción a mi derecho por la divulgación del
plan, todos los altos costes para la obtención de protección legal, es
probable que me quite mi derecho cualquier sinvergüenza que pueda
violarla esperando que no tenga dinero o locura suficiente para establecer
un tribunal de demanda contra él, será mejor que abandone el proyecto de
una vez». Y aunque tal reflejo puede a menudo fracasar en extinguir las
esperanzas optimistas de un inventor — aunque puede proseguir aún con
su esquema hasta el final, pese a todos los riesgos, aún después de haber
sufrido una vez las pérdidas que una vez de cada diez la sociedad le infligirá,
tendrá cuidado de no entrar nunca más en un proyecto similar. Cualquier
otra idea que pueda entonces o posteriormente considerar — algunas de
ALDO EMILIANO LEZCANO
141
ellas seguramente valiosas — continuarán sin desarrollarse y probablemente
morirán con él. Si hubiera conocido la humanidad los muchos
descubrimientos importantes que los ingeniosos previnieron de entregar al
mundo por el esfuerzo de obtener protección legar, o por la desconfianza
en esa protección si se obtenía — si la gente apreciara debidamente el
consiguiente control sobre el desarrollo de los medios de producción — y
pudiendo estimar adecuadamente la pérdida de este modo supuesta sobre sí
mismos, empezarían a ver que el reconocimiento de los derechos de
propiedad en ideas, es solo menos importante que el reconocimiento del
derecho de propiedad de bienes.
§5
En consecuencia de la probabilidad, o quizás debemos decir la
certidumbre, que las causas que llevan a la evolución de una nueva idea en
nuestra mente, producirán finalmente un resultado parecido en otra mente,
el derecho arriba descrito no debe admitirse sin limitación. Muchos han
señalado la tendencia que existe de un invento o descubrimiento importante
de ser creado por investigadores independientes a la vez. No hay nada
realmente misterioso en esto. Un cierto estado del conocimiento, un avance
reciente en ciencia, el acontecimiento de una nueva necesidad social, —
estas forman las condiciones bajo las que las mentes de carácter similar son
estimuladas a líneas de pensamiento iguales, siendo propensas al final en
acabar en el mismo resultado. Siendo tal el hecho, surge un requisito para el
derecho de la propiedad de ideas, que es difícil y casi imposible de
especificar definitivamente. Las leyes de patentes y derechos de autor,
expresan este requisito limitando el privilegio del inventor o autor dentro de
un cierto plazo de años. Pero de qué forma la longitud de ese plazo puede
encontrarse con exactitud no se dice nada. Mientras tanto, como ya se ha
señalado, al menos tal dificultad no influye en contra del propio derecho.
ALDO EMILIANO LEZCANO
142
CAPÍTULO XII
EL DERECHO DE PROPIEDAD DE CARÁCTER
§1
Si pudiéramos analizar con exactitud el estímulo a través del que el
hombre es normalmente impulsado a actuar — si pudiéramos determinar
las proporciones de los varios motivos que van a preparar ese estímulo,
probablemente podríamos encontrar que entre esos tipos sacados de la
presión absoluta de las necesidades corporales, el componente principal es
un deseo de la buena opinión, consideración, o admiración de otros. Si
observamos este sentimiento como es mostrado por el salvaje tatuado en su
disposición a someterse a tortura para que pueda obtener un carácter de
fortaleza, o correr cualquier riesgo para que se le pueda llamar valiente; o si,
de vuelta a la vida civilizada, contemplamos que la ambición exhibida
universalmente por poetas, oradores, hombres de estado, artistas, soldados,
y otros conocidos de la fama; o si, al quitarles sus disfraces, descubrimos la
verdadera naturaleza de esa impaciencia insana con que la gente persigue la
riqueza: somos igualmente instruidos en el hecho que, después de aquellos
instintos conectados inmediatamente con la preservación de la vida, el amor
a la aprobación ejercita la mayor influencia sobre la conducta humana.
La reputación por tanto, como una cosa por la que el hombre lucha tan
incesantemente para adquirir y conservar, debe considerarse como
propiedad. Ganada como otra propiedad a través de trabajo, cuidado y
perseverancia — de igual manera envolviendo a su dueño con facilidades
para asegurar sus fines, y permitiéndole como lo hace un suministro
constante de alimento para varios de sus deseos; el aprecio de otros es una
posesión, teniendo muchas analogías con posesiones de una naturaleza más
palpable. Una posesión de la buena voluntad general, parece a muchos más
valioso que uno en tierras. A través de algunas grandes acciones que han
traído opiniones beneficiosas, pueden ser una fuente más rica de
gratificación que la que se ha obtenido de reservas bancarias o acciones
ferroviarias. Hay algunos a los que una corona de laurel sería un tesoro
mayor que un amplio legado. Los títulos tuvieron una vez un precio
ALDO EMILIANO LEZCANO
143
definitivo de libras, chelines y peniques; y si ahora se devalúan cuando se
comparan con los honores premiados espontáneamente por la voz pública,
es que no representan una cantidad tan grande de aprobación sincera. Los
hombres que por tanto cultivan el carácter, y viven de los cultivos de
elogios que cosechan — hombres que han invertido su trabajo en acciones
nobles, y reciben a través del interés los mejores deseos y felicitaciones
cordiales de la sociedad, se les puede considerar que tiene derecho a estas
recompensas de buena conducta, parecidos a los derechos de otros a las
recompensas en su sector. Claro que esto no es verdad solo cuando se
distinguen por un valor inusual; es verdad para todo. En el grado en que
cada uno ha mostrado honradez, amabilidad, verdad, u otra virtud, y se ha
ganado una reputación entre sus semejantes por ello, debemos mantener el
derecho a la reputación que se ha ganado así de manera justa, como un tipo
de propiedad; un tipo de propiedad también, que, sin citar los dichos
trillados de Iago, debe describirse como de mayor valor que la propiedad de
cualquier otro tipo.
Aquellos que dudan en admitir que un buen nombre es propiedad, deben
recordar que tiene realmente un valor monetario. Aquel considerado
honesto se le prefiere como a alguien con quién los tratos comerciales
pueden llevarse a cabo con seguridad. Cualquiera del que se diga que es
particularmente trabajador, es probable que, siendo en otras cosas iguales,
se le pague mejor que a sus competidores. El famoso que tiene gran
capacidad intelectual, presenta a aquellos que la poseen en empleos y
trabajos remunerados. Es bastante permisible por tanto, clasificar la
reputación bajo su persona, viendo que, como el capital, ésta puede traer a
su dueño un ingreso real de dinero en efectivo.
§2
La postura que un buen carácter es una propiedad concedida, un derecho
a su posesión cuando se gana honestamente, se demuestra a través de
argumentos similares a aquellos utilizados en los dos capítulos anteriores.
Tal carácter es alcanzable sin ninguna violación de la libertad de otros; es de
hecho un resultado concreto de la consideración usual de esa libertad; y
siendo así una fuente de gratificación que su dueño obtiene legítimamente
— una especie de propiedad, como decimos — ya no pueden quitarle más
ALDO EMILIANO LEZCANO
144
sin quebrantar la igualdad, que la propiedad de otros tipos puede. Esta
conclusión sirve evidentemente para la fundación de una ley de difamación.
§3
Posiblemente este razonamiento será creerá no concluyente. La postura
que el carácter es propiedad se puede considerar abierta a controversia; y
debe declararse que la propiedad así clasificada puede probarse con
precisión lógica. Si alguien admitiera que esta admisión es fatal para el
argumento, tienen la alternativa de considerar la difamación como una
infracción, no de la primera ley que nos prohíbe pasar por encima de las
esferas de actividad el uno al otro, sino de la secundaria que nos prohíbe
causar dolor el uno al otro. Si la destrucción de la reputación merecida de
cada semejante no equivale a una violación de la ley de la misma libertad,
entonces lo peor de tal acto permanece para ser tratado en ese
departamento adicional de moral en otro lugar generalizado bajo el término
de beneficio negativo. Cada uno debe hacer su propia elección de entre
estas alternativas; porque parece no haber manera de decidir entre ellos con
certeza. Y ahí de hecho nos encontramos con un ejemplo de una
observación previamente hecha, concretamente, que la división de
moralidad en partes separadas, aunque necesarias para nuestra adecuada
comprensión, es aún artificial; y que las líneas de demarcación no siempre
son capaces de mantenerse.
ALDO EMILIANO LEZCANO
145
CAPÍTULO XIII
EL DERECHO DE INTERCAMBIO
§1
La libertad de intercambiar su propiedad por la propiedad de otros, está
incluida evidentemente en la libertad general del hombre. Al reclamar esto
como su derecho, de ninguna manera viola el propio límite puesto a su
esfera de acción por las mismas esferas de acción de otros. Las dos partes
en una operación de comercio, pese a que hagan todo lo que quieren hacer,
no están asumiendo más libertad de la que dejan a otros. De hecho su acto
termina con ellos mismos — no afecta la condición de los espectadores
para nada — les deja tanto poder para perseguir el objetivo de sus deseos
como antes. Por lo tanto, los intercambios pueden hacerse con total
conformidad con la ley de la misma libertad.
Posiblemente se dirá, que en los casos en que varios hombres desean
comerciar con el mismo hombre, y un negocio se ha hecho al fin entre él y
uno de ellos, el resto ha sido excluido por este suceso de un cierto campo
posible para la realización de sus necesidades, que anteriormente estaba
abierto a ellos; y en consecuencia les han disminuido las libertad de ejercitar
sus facultados debido al éxito de su competidor. Este, sin embargo, es un
punto de vista distorsionado de la materia. Vamos a volver por un
momento al primer principio. ¿Qué es eso qué tenemos que hacer?
Tenemos que dividir a partes iguales entre todos los hombres, toda esa
libertad que las condiciones de la existencia social ofrecen. Observa,
entonces, en cuanto a las relaciones de comercio, cuándo corresponde de la
parte a cada uno. Evidentemente cada uno es libre de ofrecer; cada uno es
libre de aceptar; cada uno es libre de rechazar; porque cada uno puede hacer
esto de cualquier modo sin impedir a sus hacer lo mismo del mismo modo,
y al mismo tiempo. Pero nadie debe hacer más; nadie puede forzar a otro a
marcharse con sus bienes; nadie puede forzar a otro a aceptar un precio
específico; porque nadie puede hacer esto sin asumir más libertad de acción
que el hombre a quién así trata. Si, por tanto, cada uno tiene derecho a
ofrecer, a aceptar, y a rechazar, pero no a hacer nada más, está claro que,
ALDO EMILIANO LEZCANO
146
bajo las circunstancias arriba señaladas, el cerrar un acuerdo entre dos
grupos implica una no violación de los derechos de los decepcionados;
viendo que cada uno de ellos continúan tan libres como siempre, para
ofrecer, aceptar, y rechazar.
§2
Decir que, como resultado de esto, todas las interferencias entre aquello
que traficarían con las cantidades de unos y otros a una violación de la
igualdad, es apenas necesario. Ni hay ninguna ocasión aquí para asignar
razones por las cuales el reconocimiento de la libertad de comercio es
conveniente. En armonía como está con las creencias establecidas con la
gente pensante, la conclusión anterior puede dejarse a salvo sin ayuda.
Algunas observaciones sobre los límites que da a la legislación son de hecho
adecuadas. Pero estas vendrán de forma más apropiada en otro lugar.
ALDO EMILIANO LEZCANO
147
CAPÍTULO XIV
EL DERECHO DE LIBERTAD DE EXPRESIÓN
§1
Siendo la expresión del pensamiento un tipo de acción, surge de la
proposición de que cada hombre es libre dentro de límites específicos para
hacer lo que él desee, el resultado evidente, que, con la misma cualificación,
es libre de decir lo que él desee; o, en otras palabras, como los derechos de
sus semejantes forman la única limitación legítima de sus actos, del mismo
modo ellas forman la única limitación legítima sobre sus palabras.
Hay dos formas en las que el habla puede sobrepasar los límites
decretados. Puede ser utilizada para la divulgación de calumnias, que, como
hemos visto en capítulos anteriores, supone ignorar las obligaciones
morales; o puede ser utilizada para incitar y dirigir a otro a dañar a un
tercero. En este último caso, el instigador, aunque no se involucra
personalmente en la violación que propone, debe considerarse como si
virtualmente él lo hubiera cometido. No debemos liberar a un asesino que
afirma que su daga era culpable del asesinado que se le imputaba en vez de
ser él mismo. Debemos responder, que haber movido la daga con la
intención de tomar una vida, constituye un crimen. Siguiendo esta idea,
debemos también afirmar que el que sea que, a través de sobornos o
persuasión, movió al hombre que movió la daga, es igualmente culpable con
su agente. Tenía justamente la misma intención, y usó medios parecidos
para su cumplimiento; la única diferencia fue que él generó la muerte a
través de un mecanismo más complicado. Como, sin embargo, nadie
discutirá que la intervención de una palanca adicional entre una fuerza
motora y su efecto definitivo, altera la relación entre los dos, tampoco se
puede decir que el que haga algo mal a través de un representante, es menos
culpable si lo hubiera hecho él mismo. Por lo tanto, el que sugiere o insta a
la infracción de los derechos de otro, se debe considerar que ha traspasado
la ley de la misma libertad.
La libertad de expresión, entonces, al igual que la libertad de acción, debe
ser reclamada por cada uno, al mayor alcance compatible con los mismos
ALDO EMILIANO LEZCANO
148
derechos de todos. Sobrepasar los límites así surgidos, se vuelve inmoral.
Dentro de ellos, ninguna restricción es admisible.
§2
Un nuevo Areopagitica, si fuera posible escribir uno, seguramente sería
innecesario en nuestra época del mundo y en este país. Y aún todavía
prevalece, y también entre los hombres que se vanaglorian en sus libertades,
no poca cantidad del sentimiento que Milton combatía en su famoso
escrito. A pesar de la disminución de la intolerancia, y del crecimiento de
instituciones libres, la política represiva del pasado tiene defensores
ocasionales incluso ahora. Si se presentase a votación, probablemente no
pocos dirían sí a la proposición, a que la seguridad pública necesita que se
coloque alguna restricción en la libertad de expresión. El encarcelamiento de
un socialista por blasfemia hace algunos años, no solo llamó a
manifestaciones de indignados contra la violación de «la libertad sin
autorización» del habla, sino que incluso fue aprobada por acérrimos
defensores de la libertad de religión. Muchos querrían convertirlo en un
delito penal para predicar descontento a la gente; y no hay otros pocos que
colgarían a unos pocos demagogos como a los espantapájaros. Vamos a
echar un vistazo a lo que podrían decir los defensores de una leve censura
en nombre de sus opiniones.
§3
Es una afirmación a menudo hecha, como una verdad indiscutible, que el
gobierno debería garantizar a sus súbditos «seguridad y un sentido de
seguridad». De esta máxima se deriva que es el deber del magistrado
mantener el oído pendiente a los dichos de los oradores populares, y parar
la declamación violenta, ya que se planea para crear alarma, es un paso
obvio. Si las hipótesis fueran buenas, la deducción podría pasar; pero las
hipótesis son más que cuestionables. Todos admitimos que la función
especial del legislador es defender a cada hombre en la pacífica posesión de
su persona y propiedad; pero que el legislador es llamado para acallar los
miedos despertados por cada agitación trivial, es una noción demasiado
ALDO EMILIANO LEZCANO
149
ridícula para argumentos serios. Considera un momento a lo que lleva.
Conectadas como están las ideas de «seguridad y un sentido de seguridad,»
debemos suponer que como los gobernadores son necesarios para llevar a
casa «seguridad» a cada individuo, de la misma manera cada individuo
reclama el «sentido de seguridad» en sus manos. ¡Aquí hay una bonita
perspectiva para ministros sobrecargados! Si tal doctrina fuera cierta,
¿dónde debería acabar los cuidados del hombre de estado? ¿Debería
escuchar a las aprensiones de cada hipocondríaco, en cuya imaginación
patológica la reforma se dibuja como un ogro desalentador de tendencias
antropófagas, con picas por garras y guillotinas por dientes? ¿Si no, por qué
no? El «sentido de seguridad» en tal individuo ha sido destruido por las
violentas denuncias de algún irascible patriota; él desea que sus inquietudes
sean calmadas por la supresión de lo que él piensa que es un habla peligrosa;
y, de acuerdo con la hipótesis, sus deseos deben ser obedecidos. En el
mismo campo toda agitación se debe acabar, porque siempre hay alguno —
y tampoco un número pequeño — que contempla con temor la discusión
de cada cuestión pública que se vuelve importante, y predice todo tipo de
desastres de su continuación. Marujas de ambos sexos cayendo en un estado
de gran tribulación sobre las terribles predicciones de un Standard, o las
melancólicas lamentaciones de un Herald, hubieran abandonado de buen
grado la propaganda del Libre Comercio; y si su «sentido de seguridad» se
hubiera consultado debidamente, hubieran hecho lo que hubieran querido.
La invalidez religiosa también debería, por la misma razón, haberse
mantenido aún, porque la propuesta de revocarlas produjo gran
consternación a multitud de gente débil de mente. Las profecías del regreso
de las persecuciones papales fueron abundantes; cada horror narrado en el
Libro de Mártires se esperaba que ocurriera de nuevo; y un miedo
epidémico invalidó a miles. Individuos crédulos escucharon con cejas
alzadas y mandíbulas colgantes los cuentos sombríos de algunos Titus
Oates, y enseguida tuvieron visiones de fuego y haz de leña; cada uno se vio
a sí mismo en Smithfield con una estaca en su espalda y una antorcha en sus
pies; o soñó que estaba en una cámara de tortura de la inquisición, y se
despertaba en un sudor frío para descubrir que había confundido el chillido
de un ratón con el crujido de un aplastapulgares. Bueno, aquí fue una triste
pérdida del «sentido de seguridad;» y entonces las autoridades tuvieron que
parar el movimiento de la emancipación Católica, acallando a sus
defensores, limitando su prensa, e impidiendo sus reuniones.
Es inútil decir que estas son exageraciones, y que las alarmas de
hipocondríacos nerviosos o estúpidos intolerantes tienen que ignorarse. Si
ALDO EMILIANO LEZCANO
150
el miedo de cientos no se va a tratar ¿por qué los de mil? Y si no aquellos de
mil ¿por qué aquellos de diez mil? ¿Cómo se debe trazar la línea? ¿Dónde
está el estándar requerido? ¿Quién debe decir cuándo el sentido de
inseguridad se ha vuelto suficiente general para merecer respeto? ¿Tiene que
ser cuando la mayoría participe en ello? Si es así ¿quién debe decidir cuándo
hacen esto? Quizás se dirá que los miedos deben ser razonables. Bien; ¿pero
quién determina si lo son o no? ¿Dónde está el papa que debe dar un juicio
infalible en tal materia? A todos que cuestionan aquellos que mantendrían el
«sentido de seguridad» como límite de la libertad de expresión, deben
primero encontrar respuestas.
§4
De esas censuras sobre los asuntos de estado que constituyen el delito
legal de traer al gobierno al desacato, y de cuyo delito, por cierto, deberían
acusarse a todos los grupos , desde un orador cartista, al líder de la
oposición — desde el Times, con sus parodias sobre los lamentables
resultados de una «gran charla» anual, a su gracioso contemporáneo que
interroga las excentricidades de un ex ministro de Hacienda versátil — de
tal censura la única pregunta necesaria que se debe hacer es — ¿son
merecidas? ¿Son las alegaciones contenidas en ellas verdad? Si se puede
mostrar que no — eso es, si puede mostrar que se han difamado a las partes
a las que se refieren — es decir, si se puede mostrar que se ha cometido
una violación de la ley — se acaba el asunto, al menos en lo que concierne
al moralista. Pero, por otro lado, debiendo probar que son sustancialmente
correctos, ¿en qué campo debe defenderse su supresión? Aquello que es
realmente despreciable debe exponerse para el desprecio; y, si es así, los
cambios despectivos deben tener total publicidad. Razonar de otra manera,
es tomar la posición maquiavélica, que está bien que la legislatura sea un
fraude, una «hipocresía organizada» — que es necesario para una nación
que se la engañe engañada con la apariencia de virtud cuando no hay
realidad — que la opinión pública tiene que ser errónea en vez de verdadera
— ¡o que está bien para la gente creer en una mentira!
ALDO EMILIANO LEZCANO
151
§5
Habría mucho peligro en colocar a un inválido bajo el régimen propio de
gente de buena salud. Para un dispéptico, el caldo de pollo sería en todos
los aspectos más adecuado que una comida más substancial. Y el que está
sufriendo bajo un ataque de gripe, hará sabiamente en evitar una ráfaga el
noroeste, o incluso una suave brisa del sur. Pero se pensaría que es más que
tonto aquel que dedujera de tales hechos que la comida sólida y el aire
fresco son malas cosas. Atribuir cualquier mal resultado a esto, en vez de a
la condición enfermiza de los pacientes, implicaría extremadamente
primitivas ideas de causalidad.
Similarmente primitivas, sin embargo, son las ideas de aquellos que
deducen que la libertad ilimitada de expresión es inapropiada, porque
conlleva consecuencias desastrosas en ciertos niveles de la sociedad. Es a la
condición anormal del cuerpo político al que se debe atribuir todo mal que
surge de una expresión incontrolada de opinión, y no a la propia expresión
incontrolada. Bajo un régimen social de sonido y lo que acompaña a su
satisfacción, nada se debe temer de las más incontroladas afirmaciones de
pensamiento y sentimiento. Por otro lado puede pasar que en donde existe
enfermedad, la exposición de los lugares doloridos del estado al frío aliento
de la crítica, añadirá síntomas alarmantes. ¿Pero entonces qué? Un Luis
Felipe, un General Cavaignac, o un Luis Napoleón, podrían encontrar una
excusa en un estado corrupto y desorganizado de las cosas debido a
espionaje, censura, o la eliminación de reuniones públicas. ¿Pero entonces
qué? Si una nación no puede ser gobernada con principios de pura igualdad,
tanto peor para la nación. Sin embargo esos principios continúan siendo
verdaderos. Como se ha señalado en otro lugar, debe existir necesariamente
incongruencia entre la ley perfecta y el hombre imperfecto. Y si se suponen
males sobre un pueblo por el inmediato y completo reconocimiento de las
leyes de la misma libertad, tanto en el asunto de expresión como en el de
acción, tales males son simplemente significativos de la adaptación
incompleta de esa gente al estado social, y no de ningún defecto de la ley.
ALDO EMILIANO LEZCANO
152
CAPÍTULO XV
MÁS DERECHOS
Si las circunstancias lo pidieran, podrían añadirse varios otros capítulos
del mismo tipo que los anteriores. Si esto fuera Francia, sería formalmente
necesario deducir de la ley de la misma libertad, el derecho de mudarse de
un lugar a otro sin de dar parte a un permiso del gobierno. Hablando de los
chinos, quizás se exigiría alguna prueba de que un hombre es libre de
cortarse la ropa en cualquier estilo que mejor le siente. Y, de igual manera,
se puede encontrar en diferentes épocas y lugares, muchas otras direcciones
en las que la ley de la misma libertad necesita reivindicación. Pero ahora es
innecesario repetir de nuevo el razonamiento tantas veces utilizado. Esto
que llamamos derechos, no son más que divisiones artificiales de un derecho
general para ejercer las facultades — aplicaciones de ese derecho general a
casos particulares; y cada uno de ellos se prueba de la misma manera,
mostrando que el ejercicio particular de las facultades a las que nos
referimos, es posible sin evitar que el mismo ejercicio de las facultades por
otras personas. El lector ya ha visto los derechos más importantes así
establecidos; y como no se ha tocado el establecimiento de los menores,
deben permanecer a salvo consigo mismo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
153
CAPÍTULO XVI
LOS DERECHOS DE LAS MUJERES
§1
La igualdad no conoce diferencia de sexos. En su vocabulario la palabra
hombre debe ser entendida en un sentido genérico, no específico. La misma
ley se aplica de forma evidente a todo ser humano — ya sean hombres o
mujeres. El mismo razonamiento à priori que establece la ley para los
hombres (cap. III y IV), deben ser utilizadas con igual convicción en
representación de las mujeres. El Sentido Moral, virtud por la que la mente
masculina responde a esa ley, también existe en la mente femenina. Por
tantos los derechos de esa ley deben pertenecer igualmente a ambos sexos.
Esto debería pensarse como una verdad obvia, necesitando solo que se
encuentre con la aceptación universal. Hay bastantes, sin embargo, que
tácitamente, con muchas palabras, expresan su desacuerdo con esto. No se
sabe las razones por las que lo hacen. Ellos admiten el axioma de que la
felicidad humana es la voluntad divina; de este axioma se derivan
principalmente lo que llamamos derechos. Y el por qué las diferencias de la
estructura corporal, y aquellas variaciones mentales insignificantes que
distinguen al hombre de la mujer, deben excluir a la mitad de la raza de los
beneficios de esta ordenación, permanecen sin demostrarse. La
responsabilidad de prueba recae en aquellos que afirman tal hecho; y sería
perfecto para suponer que la ley da la misma libertad a ambos sexos, hasta
que se haya demostrado lo contrario. Pero sin tomar ventaja de esto,
vayamos de inmediato a la controversia.
Solo hoy tres posturas abiertas ante nosotros. Se puede decir que las
mujeres no tienen ningún derecho — que sus derechos no son tan grandes
como loos derechos de los hombres — o que son iguales a los de los
hombres.
Quien quiera que mantenga el primero de estos dogmas, que las mujeres
no tienen ningún derecho, debe mostrar que el Creador pretendía que las
mujeres estuvieran totalmente a merced del hombre — su felicidad, sus
ALDO EMILIANO LEZCANO
154
libertades, sus vidas, a la disposición del hombre; o, en otras palabras, que
se supone que ellas son criaturas de un orden inferior. Pocos tendrán fuerza
de voluntad para afirmar esto.
De la segunda proposición, que los derechos de las mujeres no son tan
grandes como los de los hombres, surgen inmediatamente preguntas como
— ¿Si no son tan grandes, hasta qué punto son menores? ¿Cuál es la
proporción exacta entre los derechos legítimos de los dos sexos? ¿Cómo
podemos decir qué derechos son comunes en ambos, y dónde aquellos
derechos del hombre sobrepasan a los de la mujer? ¿Quién puede
mostrarnos una escala que válida? O, reformulando la pregunta de manera
práctica, ¿hay que determinar a través de algún método lógico si el turco se
justifica al lanzar un circasiano ofensivo al Bósforo? Los derechos de las
mujeres fueron violados por la ley ateniense, ¿que permitía a ciudadanos
bajo ciertas circunstancias vender a su hija o hermana? ¿Nuestro propio
estatuto, que permite a un hombre golpear a su mujer con moderación, y
encarcelarla en cualquier habitación de su casa, es moralmente defendible?
¿Es justo que una mujer casada sea incapaz de tener pertenencias? ¿Un
marido puede simplemente tomar posesión de las ganancias de su mujer
contra su voluntad, como nuestra ley permite hacer? — etcétera. Estos y
una multitud de problemas similares necesitan solución. Algún principio
arraigado en la naturaleza de las cosas tiene que encontrarse, por el que
debe determinarse científicamente — determinarse, no en el campo de la
idoneidad, sino de una forma definitiva y filosófica. ¿Nadie que mantenga la
doctrina de que los derechos de las mujeres son tan grandes como los de los
hombres, piensa que puede encontrar tal principio?
Si no, no queda más alternativa que tomar la tercera postura — que los
derechos de las mujeres son iguales a los de los hombres.
§2
Aquellos que reclaman la inferioridad mental de las mujeres en contra de
su reivindicación a la igualdad de derechos con los hombres, pueden
encontrarse de varias maneras.
En primer lugar, el hecho alegado puede discutirse. Un defensor del sexo
femenino puedo nombrar muchas cuyos logros en gobierno, en ciencia, en
literatura, y en arte, no han obtenido ni una pequeña parte de prestigio. El
mundo ha visto muchas reinas poderosas y sagaces, desde Zenobia, hasta
ALDO EMILIANO LEZCANO
155
las emperatrices Caterina y María Teresa. En las ciencias exactas, la Sra.
Somerville, la Srta. Herschel, y la Srta. Zomlin, se han ganado una alabanza;
en economía política, la Srta. Matineau; en filosofía general, Madame de
Stall; en política, Madame Roland. Poesía tiene su Tighes, su Hemanses, su
Landons, su Brownings; el teatro su Joanna Baillle; y la ficción sus Austens,
Bremers, Gores, Dudevants, etc., sin fin. En la escultura, una princesa ha
adquirido la fama; un dibujo como «The Momentous Question» es una
prueba tolerable de la capacidad femenina para la pintura; y en el escenario,
es cierto que las mujeres estás al nivel de los hombres, pero ni siquiera se
llevan la palma. Uniendo a tales hechos la importante consideración, de que
las mujeres siempre han estado, aún están, en desventaja en todo
departamento de aprendizaje, pensamiento, o habilidad — viendo que no
son admitidas en las academias y universidades en las que los hombres
consiguen su formación.; que el estilo de vida que tiene que esperar, no
presenta una amplia gama de ambiciones; que raramente están expuestas al
más poderoso de todos los estímulos — la necesidad; que la educación en
costumbre impuesta para ella es una que deja sin cultivar muchas de las
facultades superiores, y que el prejuicio contra las doctas, hasta ahora tan
común entre los hombres, ha tendido enormemente a impedir a las mujeres
la búsqueda de los honores literarios; — añadiendo estas consideraciones a
los hechos anteriores, debemos ver buenas razones para pensar que la
supuesta inferioridad de la mente femenina, no es de ningún modo
evidente.
Pero, prescindiendo de este punto, vamos a enfrentarnos con la
proposición en sus propias premisas. Vamos a asumir que el intelecto de la
mujer es menos profundo que el del hombre — que es regida más
uniformemente por los sentimientos, más impulsiva, y menos reflexiva, de
lo que es el hombre — que se asuma todo esto; y veamos ahora qué
fundamento permite tal reconocimiento a la doctrina; que los derechos de
las mujeres no son de la misma extensión que la de los hombres.
1. Si los derechos tienen que medirse en los dos sexos según el índice de
sus cantidades respectivas de inteligencia, entonces el mismo sistema debe
actuar sobre la distribución de los derechos entre hombre y hombre. Por
ese motivo deben continuar todas esas múltiples confusiones ya señaladas.
(Ver páginas 107 y 108)
2. De igual manera, resultará, que como hay en todas partes mujeres de
mayor habilidad incuestionable que la media de hombres, algunas mujeres
deberían tener mayores derechos que algunos hombres.
ALDO EMILIANO LEZCANO
156
3. Por lo que, en vez de un cierto reparto fijo de los derechos a todos los
hombres y otros a todas las mujeres, la propia hipótesis envuelve una
gradación infinita de derechos, independientemente del sexo totalmente, y
nos envía una vez más en busca de aquellas desiderata inalcanzables — un
estándar por el que medir capacidad, y otra por la que medir derechos.
No solo, sin embargo, la teoría se hace pedazos de este modo bajo el
mero proceso de inspección; es absurda en el fondo, cuando se libra del
disfraz de cliché. ¿Qué es lo que entendemos como derechos? Nada más
que libertad para ejercer las facultades. ¿Y cuál es el significado de la
afirmación de que la mujer es mentalmente inferior al hombre?
Simplemente que sus facultades son menos poderosas. ¿A qué equivale el
dogma, que porque la mujer es mentalmente inferior al hombre tiene menos
derechos? Justo esto, — ¡que porque la mujer tiene facultades más débiles
que el hombre, no debe tener la misma libertad que él, para ejercer las
facultades que ella tiene!
§3
La creencia siempre lleva la impronta del carácter — es, de hecho, su
fruto. El antropomorfismo prueba esto suficientemente. Los deseos de los
hombres finalmente se expresan en sus creencias — sus verdaderas
creencias, eso es; no las simbólicas. Destroza la Teoría de las Cosas de un
hombre, y encontrarás que está basada en hechos reunidos por la sugerencia
de sus deseos. Una ardiente pasión consume todas las evidencias opuestas a
su gratificación, y fusionando aquellas que sirven su propósito, las moldea
como armas gracias a las que consigue su fin. No hay acción tan violenta
como la que el actor se hace como una excusa para justificarse; y si el hecho
se repite a menudo, tal excusa se convierte en un credo. Las memorias más
infames registradas — las masacres de Bartholomew y demás — han tenido
sus defensores; es más, han sido inculcadas como la realización de la
voluntad Divina. Hay sabiduría en la fábula que representa al lobo
planteando acusaciones contra el cordero antes de devorarlo. Es siempre así
entre los hombres. Ningún invasor cultivó nunca valores morales, pero se
convenció de que tenía una buena causa. Los sacrificios y rezos han
precedido cada expedición militar, desde una de las campañas de César,
hasta una incursión fronteriza. Dios está de nuestro lado, es el grito
universal. Cada una de dos naciones en guerra consagran sus banderas; y la
ALDO EMILIANO LEZCANO
157
que gane canta un Te Deum. Atila se creía que tenía «un derecho divino al
dominio de la tierra:» los españoles dominaron a los indios con el pretexto
de convertirlos al cristianismo; colgando a trece rebeldes en honor a Jesús
Cristo y sus apóstoles: ¡y nosotros los ingleses justificamos nuestras
agresiones coloniales diciendo que el Creador quería que la raza anglosajona
poblara el mundo! Un deseo insaciable de conquista transmuta el asesinato
de hombres en virtud; y, entre varias razas, una venganza implacable ha
hecho del asesinato un deber. Un ladrón inteligente era digno de elogio
entre los espartanos; y es igualmente entre los cristianos, siempre y cuando
sea en una escala suficientemente grande. La piratería era heroísmo con
Jasón y sus seguidores; también lo era con los nórdicos; aún lo es con los
malayos; y nunca hace falta un vellón de oro como pretexto. Entre los
cazadores de dinero un hombre es elogiado en proporción al número de
horas que pasa en el negocio; en nuestros días el furor por la acumulación
ha glorificado el trabajo; e incluso el avaro tiene un código ético por el que
defender su mezquindad. Las clases dominantes discuten entre ellos en la
creencia de que la propiedad debe representarse en vez de la persona — que
el interés del terrateniente debe predominar. El pobre está totalmente
convencido de que tiene un derecho a socorro. Los monjes mantiene que la
imprenta es un invento del demonio; algunos de nuestros sectarios
modernos consideran que sus hermanos rebeldes están bajo posesión
demoníaca.
m
Para el clero nada es más obvio que una iglesia de estado es
justa y esencial para el mantenimiento de la religión. El sinecurista se cree
con razón al indignarse ante cualquier incumplimiento de sus intereses
creados. Y así a través de la sociedad.
Quizás la reivindicación del esclavista de que los negros no son seres
humanos, y el dogma similar de los mahometanos, de que las mujeres no
tiene alma
n
, son los ejemplos más extraños de creencias así formadas. En
estos, como en los casos extranjeros, el egoísmo encuentra una razón
satisfactoria por la que debe hacer lo que desee — recopila y deforma,
exagera y suprime, así hasta que finalmente se engaña hasta la conclusión
deseada. ¿Duda nadie que el hombre puede creer realmente cosas de esta
manera evidentemente opuestas a los hechos más simples? ¿Nadie afirma
que aquellos que manifiestan opiniones tan evidentemente absurdas deben
ser hipócritas? Que tenga cuidado. Que considere si el egoísmo no le ha
m
Discurso del Sr. Garland, uno de los Metodistas del Congreso.
n
Aunque Washington Iving ha señalado que el Corán no enseña esto, no ha mostrado que
los seguidores de Mahoma no lo crean. Lo más seguro es que la fe mahometana ha
experimentado corrupciones similares a las sufridas por el cristianismo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
158
engañado en locuras casi tan estúpidas. Las leyes de Inglaterra, y la opinión
pública de Inglaterra, consienten doctrinas casi tan ridículas como estas que
nos parecen inconcebibles; es más, las mismas doctrinas de algún modo se
han suavizado. ¿Pero qué es, cuando se examinan de cerca, esta idea de que
los derechos de las mujeres no son iguales a aquellas de los hombres?
Simplemente una forma evanescente de la teoría de que las mujeres no
tienen alma.
§4
Que la condición de un pueblo puede juzgarse a través del tratamiento
que las mujeres reciben en él, es una observación que se ha vuelto casi
trivial. Los hechos, de quienes esta observación es una generalización, son
bastante abundantes. Miremos donde miremos, encontramos que justo
donde la ley del más fuerte regula las relaciones entre hombre y hombre,
regula las relaciones entre hombres y mujeres. Igualmente que el triunfo de
la fuerza sobre los derechos se ve en las instituciones políticas de una
nación, se ve en las domésticas. El despotismo en el estado se asocia
inevitablemente con el despotismo en la familia. Siendo los dos de parecida
moral en su origen, no pueden fracasar al co-existir. Turquía, Egipto, India,
China, Rusia, los estados feudales de Europa — solo se necesitan nombrar
estas para sugerir multitud de hechos que ilustren tal acuerdo.
Aún, por raro que parezca, casi todos los que dejamos caer esta
observación, pasamos por alto su aplicación a nosotros mismos. Aquí nos
sentamos en nuestras mesas de té, y criticamos a nuestros personajes
nacionales, o filosofamos sobre el desarrollo de las instituciones civilizadas,
dando por hecho tranquilamente que somos civilizados — que estado de las
cosas bajo la que vivimos es la correcta, o más o menos. Aunque la gente de
cada época pasada ha pensado lo mismo y estaba totalmente equivocada,
aún hay muchos a los que nunca se les ocurriría que nosotros también
podríamos estar equivocados. En medio de sus críticas sobre el maltrato de
la mujer en el este, y los acuerdos sociales dañinos implícitos en éste,
muchas personas no ven que la misma conexión entre la opresión política y
doméstica existe en nuestra Inglaterra en este momento, y que tantos como
nuestras leyes y costumbres violan los derechos de la humanidad al darle a
las clases más ricas el poder sobre los más pobres, igualmente violan de
forma similar esos derechos al darle al sexo más fuerte poder sobre el débil.
ALDO EMILIANO LEZCANO
159
Aún, mirando al tema a parte del prejuicio, y considerando que todas las
instituciones sean, como son, producto del carácter popular, no podemos
evitar confesar que tal debe ser el caso. De la misma manera que el viejo
fermento de la tiranía se muestra en las transacciones del senado, así
intimidará en los asuntos domésticos. Si la injusticia influye en los actos
públicos del hombre, inevitablemente influirá en los privados. El mero
hecho, por tanto, de que la opresión marca las relaciones de la vida exterior,
es una prueba abundante de que existe en las relaciones en el hogar.
§5
El deseo de mandar es esencialmente un deseo bárbaro. Si se ve en el
ucase de un Zar, o en la orden de un abusón Eton a su fag, significa
igualmente brutalidad. Las órdenes no pueden ser más que salvajes, porque
implica un gusto por la fuerza, siendo la fuerza necesaria. Detrás de su «No
debes», yace apenas escondido «Si tú no, yo te haré». La orden es el gruñido
de coerción agachado para emboscar. O deberíamos llamarlo de manera
acertada — violencia en un estado latente. Todos sus cómplices — su ceño
fruncido, su voz, sus gestos, lo prueban de forma similar a la ferocidad de
hombre incivilizado. La orden es el enemigo de la paz, porque produce
guerras de palabras y sentimientos — algunas veces de acciones. Es
contradictorio con la primera ley de moralidad. Está radicalmente mal.
Todos los barbarismos del pasado tienen sus tipos en el presente. Todos
los barbarismos del pasado dejaron de crecer de ciertas disposiciones: esas
disposiciones pueden haberse debilitado, pero no se han extinguido; y
mientras que existan habrán manifestaciones de ellas. Lo que comúnmente
entendemos como orden y obediencia, son las formas modernas de los
antiguos despotismo y esclavitud. Filosóficamente consideradas, son
idénticas a estas. El despotismo puede definirse como hacer que la voluntad
de otro ceda para la realización de la propia; y su homóloga — esclavitud —
como tener nuestra propia voluntad subordinada a la voluntad de otro. Es
verdad, aplicamos los términos solo cuando el gobierno de la voluntad de
uno sobre otro es extremo, cuando una totalmente, o casi totalmente acaba
con la otra. Pero si el sometimiento de un hombre a un hombre está mal
cuando se lleva a su máximo alcance, es malo a cualquier nivel. Si cada
hombre tiene libertad para ejercer sus facultades dentro de límites
específicos; y si, como hemos visto (capítulo VIII), la esclavitud está mal
ALDO EMILIANO LEZCANO
160
porque transgrede esta libertad, y hace que un hombre utilice sus poderes,
para satisfacer no sus propias necesidades, sino las necesidades de otro;
entonces lo que conlleva orden, o lo que implica obediencia, está también
mal; viendo que esto también, exige la sumisión de las acciones de un
hombre para las satisfacciones de otro. «No debes hacer como tú quieras,
sino como yo quiera,» es la base de toda orden, tanto si es utilizada por un
hacendado a su negro, o por un marido a su esposa. No satisfecho con ser
el único gobernante de sus propias acciones, el mezquino autócrata excede
la frontera separando su esfera de acción de la de sus vecinos, y se encarga
él mismo su sus acciones también. No importa, en la cuestión del principio,
si tal dominación es total o parcial. En cualquier extensión que la voluntad
de uno sea sostenida por la voluntad de otro, en esa extensión las partes son
tirano y esclavo.
Hay, sin ninguna duda, muchos que se revelarán contra esta doctrina.
Hay muchos que mantienen que la obediencia de un ser humano a otro es
correcta, virtuosa y loable. Hay para muchos cuyo sentido moral el dominio
no es repugnante. Hay muchos que piensan que el sometimiento del sexo
débil al más fuerte es legítimo y beneficioso. Que no se dejen engañar. Que
recuerden que las instituciones y creencias de una nación están
determinadas por su carácter. Que recuerden que las percepciones del
hombre se han pervertido por sus pasiones. Que recuerden que nuestro
estado social prueba que nuestros sentimientos superiores están
desarrollados defectuosamente. Y que recuerden que, como muchas
costumbres consideradas correctas por nuestros ancestros, nos parecen
abominables, muchas costumbres que pensamos que son correctas,
nuestros descendientes más civilizados pueden verlas con aversión —
incluso como nosotros aborrecemos esos modales bárbaros que prohíben a
una mujer sentarse en la mesa con su amo y señor, de igual manera la
humanidad algún día aborrecerá esa sumisión de la mujer al marido, que las
leyes existentes imponen.
Como se ha mostrado anteriormente, el sentido moral se convierte en
una guía confiable cuando tiene lógica en un intérprete. No se autoriza nada
más que su instinto primario. De la ley fundamental a la que da voz, la
razón tiene que deducir las consecuencias; y de estas, cuando se toman
correctamente, no se puede reclamar. No prueba, por tanto, que haya
algunos que no sienten que mandar sea incorrecto. Son estos los que deben
averiguar si mandar es o no constante con ese Primer Principio expresivo
de la voluntad Divina — ese axioma al que el Sentido Moral responde. Y
encontrarán que, juzgado así por las leyes de la misma libertad, el mando se
ALDO EMILIANO LEZCANO
161
marca de una vez como incorrecto; porque el que manda, reclama de forma
evidente más libertad que al que se ordena.
§6
Una creencia futura de que la subordinación del sexo no es equitativa, se
predice claramente por el cambio que la civilización está elaborando en los
sentimientos del hombre. La regla arbitraria de que un humano está por
encima de otro, no importa en qué forma aparezca, se reconoce
rápidamente como grosera y cruel en esencia. En nuestros días, al hombre
de sentimientos refinados no le gusta ser el déspota entre sus iguales. Se
disgusta si uno en circunstancias humildes se arrastra ante él. Lejos de
desear elevarse deprimiendo a sus pobres e ignorantes vecinos, él se
esfuerza en hacer que se sientan cómodos en su presencia — les anima a
comportarse de una forma menos sumisa y más digna. Siente que su
prójimo puede ser esclavizado por palabras y actitudes arrogantes a la vez
que por acciones tiránicas; y por lo tanto evita un estilo de expresión
dictatorial con aquellos por debajo de él. Incluso al servicio doméstico, de
cuyos servicios ha obtenido un derecho por contrato, no le gusta dirigirse
en un tono de autoridad. En vez de eso busca disfrazar su papel de amo:
para este fin envuelve sus órdenes en forma de peticiones; y continuamente
emplea las frases «Por favor», y «Gracias».
En la conducta del caballero moderno con sus amigos, tenemos signos
adicionales de este respeto creciente por la dignidad de otros. Todos deben
haber observado el cuidado con el que aquellos que se hallan en situación
de intimidad afectiva, evitan cualquier cosa que parezca supremacía por
ambas partes, o intentan hacerlo desaparecer del recuerdo, a través del
comportamiento mutuo, cualquiera que sea la supremacía que existiera.
¿Quién hay que no ha sido testigo del dilema en que se coloca al más rico de
los dos, entre el deseo de otorgar un beneficio a otro, y el miedo que si lo
hace así puede ofender asumiendo la actitud de un patrón? ¿Y quién hay
que no siente qué destructivo puede ser el sentimiento que subsiste entre él
mismo y su amigo, si él tiene que hacer el papel de jefe de su amigo, o su
amigo el papel de jefe sobre él?
Un mayor incremento de este mismo refinamiento mostrará al hombre
que hay una incongruencia fatal entre la servidumbre matrimonial que
nuestra ley reconoce, y las relaciones que deberían existir entre marido y
ALDO EMILIANO LEZCANO
162
mujer. Seguramente si aquel que posee cualquier generosidad de naturaleza
no le gusta hablar a sus empleados domésticos en un tono de autoridad —
si no puede soportar el asumir frente a su amigo el comportamiento de un
superior — qué asqueroso sería para él, hacerse gobernante de quién todos
sus amables sentimientos están inscritos de forma especial; aquel a quién
está unido por el cariño más grande de la que su naturaleza es capaz; ¡ y por
cuyos derechos y dignidad debería tener la más viva compasión!
§7
El dominio es una maldición para el cariño. Todo el refinamiento —
toda la belleza — toda la poesía — que hay en la pasión que une a los sexos,
se seca y muere en la fría atmósfera de la autoridad. Nativos como son de
regiones ampliamente separadas de nuestra naturaleza, Amor y Coacción no
pueden florecer juntas. La primera crece de los mejores sentimientos: la otra
tienes sus raíces en las peores. El Amor es comprensivo: la Coacción es
insensible. El Amor es dulce: la Coacción es dura. El Amor es
autosacrificio: la Coacción es egoísmo. ¿Cómo pueden co-existir? Es la
propiedad de la primera atraer; mientras que la de la otra es repeler: y, en
conflicto como están, es la tendencia contante de cada uno destruir al otro.
Dejemos que quienquiera que piense que las dos son compatibles se
imagine a sí mismo comportándose como el amo de su prometida. ¿Cree
que puede hacer esto sin dañar la relación existente? ¿No sabe en que en
vez de esto se producirá un mal efecto en los sentimientos de ambas partes
por la aceptación de tal actitud? Y confesando esto, como debe, ¿es
suficientemente supersticioso para suponer que pasando de una forma de
hablar a otras volverá inofensivo ese uso de órdenes que fueron
anteriormente dolorosas?
De todas las causas que conspirar para producir desilusión en aquellas
vivas esperanzas con las que se entra en la vida en matrimonio, ninguna es
tan potente como esta supremacía del sexo — esta degradación de lo que
debería ser una relación igualitaria en una de gobernante y sometido — este
reemplazo de la influencia del afecto a la influencia de la autoridad. Solo
cuando esa condición de esclava a la que las mujeres son condenadas entre
naciones bárbaras sea mejorada, el amor ideal se volverá posible; y solo
cuando esta condición de esclavitud haya sido totalmente abolida, el amor
ideal alcanzará plenitud y permanencia. Los hechos a nuestro alrededor
indican simplemente esto. En cualquier lugar que algo que valga la pena
llamar felicidad conyugal exista en el presente, encontraremos que la
ALDO EMILIANO LEZCANO
163
subyugación de la mujer al marido no es obligada; aunque quizás mantenida
aún en teoría, es prácticamente rechazada.
§8
Hay muchos que piensan que la autoridad, y su aliado la coacción, son
los únicos agentes a través de los que puede controlarse el ser humano. La
anarquía y el gobierno son, junto a ellos, las únicas alternativas concebibles.
Sin creen en nada más que en lo que ven, no pueden conseguir la
posibilidad de una condición de las cosas en que la paz y el orden pueden
mantenerse sin fuerza, o miedo a la fuerza. A través de estas, la doctrina de
que el dominio del hombre sobre la mujer está mal, será sin duda
combatido en el campo de que las relaciones domésticas solo pueden existir
con la ayuda de tal supremacía. La impracticabilidad de una igualdad de
derechos entre los sexos se instará por ellos en refutación de su rectitud. Se
argumentará, que si se pusieran en un nivel esposo y esposa sería para
siempre en antagonismo — eso como que, cuando sus deseos chocasen,
cada uno podría poseer el mismo derecho de hacer lo que él o ella quisiera,
la unión matrimonial estaría diariamente en peligro por el choque de las
voluntades opuestas, y esto, suponiendo como lo hace un conflicto
perpetuo, tal disposición de vida de casados debe ser necesariamente una
errónea.
Esto es una conclusión muy superficial. Ya se ha señalado, que debe
haber una inconsistencia entre la ley perfecta y el estado imperfecto. Cuanto
peor la condición de la sociedad, más visionario debe verse un verdadero
código de moralidad. El hecho de que cualquier principio de conducta
propuesto es totalmente practicable de inmediato — que no necesita
reforma de la naturaleza humana para su completa realización — no es
prueba de su verdad: más bien es prueba de su error. Y, en cambio, un
cierto grado de incongruencia entre tal principio y la humanidad como la
conocemos, aunque no es una prueba de la exactitud de su principio, es en
cualquier caso un hecho a su favor. Por tanto la alegación de que el ser
humano no es bastante bueno para admitir que los sexos vivan juntos
armoniosamente bajo la ley de igualdad equitativa, de ninguna manera
influye contra la validez y lo sagrado de esta ley.
Pero el ininterrumpido proceso de adaptación eliminará este obstáculo
en la rectitud doméstica. Reconociendo la ley moral, y un impuso de actuar
a su altura, yendo codo con codo, como hemos visto que deben hacer, la
igualdad de derechos en el estado matrimonial se volverá posible tan rápido
ALDO EMILIANO LEZCANO
164
como surja una percepción de su justicia. Ese conflicto egoísta de derechos
que, de acuerdo con la anterior objeción, reduciría una unión, fundada en la
ley de la misma libertad, a una condición de anarquía, presupone una
deficiencia en aquellos sentimientos con que una creencia en la ley de la
misma libertad se origina, y disminuirían con el desarrollo de esos
sentimientos. Como ya se ha mostrado anteriormente, el mismo
sentimiento que nos lleva mantener nuestros propios derechos, nos lleva, a
través de su emoción empática, a respetar los derechos de nuestros vecinos.
En igualdad de circunstancias, el sentido de justicia hacia nosotros, y el
sentido de justicia hacia nuestros prójimos, tienen una relación constante
entre sí. Un estado en que cada uno es celoso de sus derechos naturales, no
es por tanto un estado litigioso, porque es uno en que hay por necesidad
una tendencia reducida a la agresión. La experiencia prueba esto. Porque,
como no puede negarse que ahora hay una mayor disposición entre los
hombre hacia la reivindicación de su libertad individual de la que existía en
la época feudal, tampoco puede negarse que ahora hay una menor
disposición entre los hombres de trasgredir de la que se mostraba antes.
Ambos cambios están coordinados, y deben continuar así. Por lo tanto,
cuando la sociedad se haya vuelto suficientemente civilizada para reconocer
la igualdad de derechos entre los sexos — cuando las mujeres hayan
alcanzado una percepción clara de lo que se les debe, y los hombres a una
nobleza de sentimientos que deben hacer que concedan a la mujer la
libertad que ellos mismos reclaman — la humanidad habrá sufrido tal
modificación como para hacer que la igualdad de sexos sea practicable.
La vida de casados bajo este estado último de las cosas no se
caracterizará por disputas perpetuas, si no por concesiones mutuas. En vez
de un deseo de parte del marido de imponer sus derechos hasta el extremo,
sin tener en cuenta los de su mujer, o de parte de la mujer el hacer lo
mismo, habrá un deseo atento en ambas partes de no sobrepasarse.
Ninguno tendrá que estar a la defensiva, porque cada uno estará atento a los
derechos del otro. No la violación, sino la abnegación, será el principio
predominante. La lucha no será por quien deba ganar el dominio, sino
quien debe ceder. Se temerá cometer una infracción, y no contra quién se
haga la infracción. Y así, en vez de discordia doméstica, vendrá una
harmonía mayor de la que conocemos.
No hay nada Utópico en esto. Quizás ya hemos trazado su principio.
Una actitud como la descrita no es raramente mantenida en los tratos de
hombres honrados con otros; y si es así, ¿por qué no debe existir entre los
sexos? Aquí y allí, de hecho, puede encontrarse, incluso ahora, una pareja
ALDO EMILIANO LEZCANO
165
casada que mantiene tal relación. Y lo que en el presente es la excepción un
día puede ser la regla.
§9
La extensión de la ley de la misma libertad a ambos sexos sin duda se
contradirá, en el campo que los privilegios ejercidos por los hombres deben
cederse de este modo a las mujeres también. Claro que deben; ¿y por qué
no? ¿Es que las mujeres ignoran los asuntos de estados? Porque entonces su
opiniones deben ser las de su marido o hermanos; y que el efecto práctico
sería simplemente dar a cada hombre votante dos votos en vez de uno. ¿Es
que pueden volverse poco a poco mejor instruidas, y podrían entonces
empezar a actuar con independencia? Porque, en tal caso, serían
principalmente tan competentes para usar su poder con inteligencia como
los miembros de nuestros votantes actuales.
Se nos dice, sin embargo, que «la misión de la mujer» es una doméstica
— que su carácter y posición no admite que tome decisiones en asuntos
públicos — que la política está más allá de su esfera. Pero esto plantea la
pregunta — ¿quién debe decir cuál es su esfera? Entre los Pawnees y Sioux
es la de una bestia de carga; tiene que cargar con el equipaje, traer a casa
combustible del bosque, y hacer todo lo que es doméstico y trabajoso. En
los países esclavos está dentro de la esfera de la mujer el trabajar codo con
codo con el hombre, bajo el látigo del capataz. Secretaria, cajera, y otros
puestos responsables en negocios, comprenden su esfera en la Francia
moderna. Mientras que, por otro lado, la esfera de una mujer turca o egipcia
se extiende apenas poco más allá de las paredes de harem. ¿Quién nos va
decir ahora cuál es realmente la esfera de la mujer? Como las costumbres de
la humanidad varían tanto, escuchemos cómo se va a mostrar que la esfera
que le asignamos a la mujer es la verdadera — que los límites que hemos
colocado a la actividad femenina son los límites correctos. Escuchemos por
qué en este punto de nuestra política social tenemos toda la razón, mientras
que no la tenemos en muchos otros.
De hecho se ha dicho, que el ejercicio del poder político por la mujeres
es repulsivo para nuestro sentido de la propiedad — discrepa con nuestras
ideas del carácter femenino — es totalmente condenado por nuestros
sentidos. Asumido; ¿pero entonces qué? La misma excusa se ha instado en
defensa de miles de tonterías, y si es válido para un caso también lo es para
ALDO EMILIANO LEZCANO
166
todas las demás. Si un viajero en el este preguntara a un turco por qué las
mujeres en su país se tapan sus rostros, se le diría que para ellas ir sin velo
se consideraría indecente; ofendería los sentimientos del público. En Rusia las
voces femeninas nunca se escuchan en la iglesia: las mujeres no se
consideran dignas «de cantar las alabanzas de Dios en presencia de
hombres;» y el desacato a esta norma sería censurado como una atrocidad
contra los sentimientos públicos. Hubo una época en Francia cuando los
hombres estaban tan enamorados de la ignorancia, que una señorita que
pronunciaba cualquier cosa menos las palabras más comunes
correctamente, se sonrojaba ante sus semejantes; una prueba tolerable de
que los sentimientos reprochaban entonces en una mujer esa educación que
ahora se piensa que es una desgracia si no la posee. En China los pies
estrechos son esenciales para el refinamiento femenino; tan fuerte es el
sentimiento en este tema, que un chino no creerá que una inglesa que anda de
forma natural, puede ser alguien de clase superior. Una vez se sostuvo que
no era femenino para una señorita escribir un libro; y sin duda aquellos que
pensaban así, hubieran citado a los sentimientos para apoyar su opinión.
Aun así, con datos como estos en cada mano, la gente asume que la
liberación de la mujer no puede estar bien, ¡porque es repulsivo para sus
sentimientos!
Tenemos algunos sentimientos que son necesario y eternos; tenemos
otros que, siendo el resultado de la costumbres, son cambiantes y
evanescentes. Y no hay manera de distinguir aquellos sentimientos que son
naturales de aquellos que son convencionales, excepto por medio de una
apelación a los primeros principios. Si un sentimiento responde a alguna
necesidad de nuestra condición, sus dictados deben respetarse. Si es al
contrario — si se opone a una necesidad, en vez de en armonía con uno
mismo, debemos considerar ese sentimiento como un producto de las
circunstancias, de la educación, de la costumbre, y en consecuencia sin peso.
Por mucho que, por tanto, darle poder político a las mujeres pueda
discrepar con nuestras nociones de propiedad, debemos concluir que,
requerido por este primer pre-requisitos de la felicidad más grande — la ley
de la misma libertad — tal concesión es correcta y buena.
§10
ALDO EMILIANO LEZCANO
167
De esta manera se ha mostrado que los derechos de las mujeres deben
mantenerse o caer con la de los hombres; originados como son de la misma
autoridad; establecidos en el mismo axioma; demostrados por el mismo
argumento. Que la ley de la misma libertad se aplica de la misma manera a
ambos sexos, se ha probado suficientemente a través del hecho de que
cualquier otra hipótesis nos envuelve en dificultades inextricables. La idea
de que los derechos de las mujeres no son iguales a los de los hombres, ha
sido condenada como algo similar al dogma oriental, de que las mujeres no
tienen alma. Se ha discutido que la postura mantenida en el presente por el
sexo débil es necesariamente incorrecta, viendo que el mismo egoísmo que
daña nuestras instituciones políticas, deben inevitablemente dañar también
nuestras domésticas. La subordinación de las mujeres a los hombres
también se ha rechazado, porque implica es uso del dominio, y de este
modo demuestra su descendencia del barbarismo. Se ha probado que las
actitudes del dominio por un lado, y la sumisión en el otro, están
esencialmente en desacuerdo con ese sentimiento refinado que debe
subsistir entre marido y mujer. El argumento de que la vida de casados sería
impracticable bajo cualquier otra disposición, se ha presentado al señalar
como la relación de igualdad debe hacerse posible tan rápido como se
reconozca. Por último, se ha mostrado que las oposiciones que
comúnmente se alzan en contra de dar poderes políticos a las mujeres, se
encuentran en nociones y prejuicios que no merecen análisis.
ALDO EMILIANO LEZCANO
168
CAPÍTULO XVII
LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS
§1
Si estamos seguros de nuestra ley — seguros de que es una ordenación
Divina — seguros de que está enraizada en la naturaleza de las cosas,
entonces debemos seguir con seguridad a cualquier lugar que guíe. Como se
ha señalado en otro lugar (Lema II), una ley verdadera no tiene excepciones.
Cuando por tanto ese primer principio del que los derechos de los adultos
se derivan, resulta ser la fuente de la que deben derivar los derechos de los
niños, y cuando los dos procesos de deducción prueban que son idénticos,
no tenemos más elección que cumplir el resultado, y asumir que una
deducción es igualmente autoritaria con la otra.
Que la ley — Cada hombre posee libertad para hacer lo que desee,
siempre y cuando no viole la misma libertad de ningún otro hombre — se
aplica tanto a los jóvenes como a los maduros, se vuelve obvio al referirse
de vuelta a su origen. Dios desea la felicidad humana; esa felicidad solo se
alcanza por medio de las facultades; esas facultades deben ejercerse para la
producción de esa felicidad; su ejercicio pre-supone libertad de acción; estos
son los pasos mediante los que encontramos nuestro camino desde la
voluntad Divina a la ley de la misma libertad. Pero la demostración es
totalmente completa cuando se utiliza en representación del niño, como
cuando se usa en representación del hombre. La felicidad del niño, también,
es deseada por la Deidad; el niño, también, tiene facultades para ser
ejercidas; el niño, también, necesita oportunidades para el ejercicio de esas
facultades; por tanto el niño exige libertad — derechos como los llamamos
— de la misma extensión que los del adulto. No podríamos evitar esta
conclusión, si pudiéramos. Tampoco debemos rechazar la ley en conjunto,
o debemos incluir bajo ella ambos sexos y todas las edades.
El pensador sincero se encontrará forzado a admitir esto, cuando tenga
en cuenta las múltiples confusiones que resultan en la guía de cualquier otra
teoría. Dado que, si se afirma que la ley de la misma libertad solo se aplica a
adultos; es decir, si se afirma que el hombre tiene derechos, pero que los
ALDO EMILIANO LEZCANO
169
niños ni tienen ninguno, nos encontramos directamente con la pregunta —
¿Cuándo el niño se convierte en hombre? ¿En qué momento el ser humano
pasa de la condición de no tener derechos, a la condición de poseedor de
derechos? Nadie tendrá la estupidez de citar el dicho arbitrario del código
de leyes como respuesta. La apelación es para una autoridad por encima de
las promulgaciones legislativas — exige lo que hay que encontrarse en ellas
— en qué atributo de virilidad depende el reconocimiento a través de la ley
de la misma libertad. ¿Debe el joven tener derechos a los derechos de la
humanidad cuando el tono de su voz baje una octava? ¿O cuando se
empieza a afeitar? ¿O cuando deje de crecer? ¿O cuando pueda alzar
cincuenta kilos? ¿Tenemos que adoptar la prueba de edad, de estatura, de
peso, de fuerza, de virilidad, o de inteligencia? Mucho se diría a favor de
cada uno; ¿pero quién puede elegir la verdadera? ¿Y quién puede responder
la objeción, de que cualquier requisito que sea elegido, clasificará a muchos
que no son considerados hombres en el presente como tales; mientras que
rechazará de la lista, otros que son incluidos en ella por consentimiento
universal?
Ni esto es todo. Porque aunque suponiendo que, a través de alguna
especie de lógica desconocida, se haya determinado en qué día particular de
su vida el ser humano puede equitativamente reclamar su libertad, aún
queda por definir la posición que mantiene antes de este período. ¿No tiene
el menor absolutamente ningún derecho? Si es así, no hay nada malo en el
infanticidio. Si es así, el robo está justificado, siempre y cuando a quien se
haya robado fuera menor. Si es así, un niño puede ser igualmente
esclavizado. Porque, como ya se ha mostrado (páginas 112, 134), el
asesinato, robo, y mantener a otros en esclavitud están mal, simplemente
porque se violan los derechos humanos; y si los niños no tienen derechos,
no pueden convertirse en sujetos de estos crímenes. Pero sí, por otro lado,
se mantiene, como se está haciendo, que los niños tienen algunos derechos; si
se mantiene que los jóvenes tienen un mismo derecho a la vida que el
adulto; si se mantiene que tiene algo parecido al mismo tratamiento de
libertad; y si se mantiene (no a través de la ley, sino a través de la opinión
pública) que es capaz de manera parecida de poseer propiedad, entonces se
vuelve necesario mostrar por qué estos derechos primarios deben
reconocerse, pero no otros. Aquellos que afirman que los niños ni tienen
ningún derecho, y que, como los animales inferiores, solo existen gracias al
permiso de los adultos, toman una posición precisa e inconfundible. Pero a
aquellos que suponen que los niños ocupan un lugar moralmente superior
que el de los salvajes, y que aún mantienen que mientras que los niños
ALDO EMILIANO LEZCANO
170
tienen ciertos derechos, sus derechos no son iguales a los de los hombres,
se les pide que dibujen la línea, que expliquen, que definan. Deben decir qué
derechos son comunes a los niños y adultos, y por qué. Deben decir dónde
los derechos de los adultos sobrepasan los de los niños, y por qué. Y sus
respuestas a estas preguntas deben sacarse, no de consideraciones de la
idoneidad, sino de la constitución original de las cosas.
Se debe discutir, que la relación en la que un padre se coloca ante su hijo,
suministrándole las necesidades de la vida, es una diferente de la que
subsiste entre hombre y hombre, y que en consecuencia la ley de misma
libertad no se aplica, la respuesta es, que aunque al mantenerle un padre
establezca un cierto derecho sobre su hijo — una demanda que esperaría
que le fuera proporcionada por una amabilidad hacia él en caso de que la
necesitara, aun así no establece un título de dominio. Porque si el otorgarle
una obligación concede un título de dominio en este caso, entonces también
lo debe hacer así en otros; por este motivo resultará que si un hombre se
convierte en un benefactor de otro, obtiene de esta manera el derecho de
actuar como amo del otro; una conclusión que no reconocemos. Además, si
en virtud de su posición un padre puede pasar por encima de las libertades
de su hijo, de ahí surge necesariamente la pregunta — ¿A qué alcance puede
hacer esto? ¿Puede destruirlos por completo, como al cometer asesinato? Si
no, se requiere determinar el límite hasta el que puede ir, pero que no puede
sobrepasar; un problema igualmente irresoluble con el parecido que
acabamos de ver.
A menos que, por tanto, el lector pueda mostrar que el tren de
razonamiento a través del que la ley de la misma libertad se deduce de la
voluntad divina, no reconoce a los niños, que no puede; a menos que pueda
mostrar con exactitud en qué momento el niño se vuelve un hombre, que
no puede; a menos que pueda mostrar por qué una cierta parte de libertad
se da de forma natural tanto en la infancia como en la adultez, y otra parte
solo en una, que no puede; debe admitir que los derechos de los jóvenes y
los adultos son de la misma extensión.
Hay de hecho una manera de encontrarse con estos argumentos que
parece convincente. Se puede decir que en el niño están sin desarrollar
muchas facultades del futuro hombre, y que como los derechos dependen
principalmente de las facultades, los derechos de los niños no pueden tener
la misma extensión que las de los adultos, porque sus facultades no lo son.
Una objeción desafortunada, esta que dio en el clavo; pero resulta que está
totalmente fuera de lugar. La más completa dotación de derechos que
cualquier ser puede poseer, es la libertad perfecta para ejercer todas sus
ALDO EMILIANO LEZCANO
171
facultades. Y si cada uno de dos seres posee perfecta libertad para ejercer todas
sus facultades, cada uno posee libertades completas; es decir, los derechos de
los dos son iguales; no importa si sus facultades son iguales o no. Porque,
decir que los derechos de uno son inferiores que los del otro porque sus
facultades son menores, ¡es decir que no tiene derecho a ejercer las
facultades que no tiene! — una curiosa mezcla de tópico y ridiculez.
§2
Se ha advertido debidamente que nuestro primer principio llevaba los
orígenes de diversas conclusiones liberadoras. Nos acabamos de encontrar
con una de estas. Acabamos de encontrarnos comprometidos con una
proposición en guerra con las creencias de casi todos. La verdad, sin
embargo, debe ser coherente por necesidad. No tenemos entonces otra
alternativa que examinar de nuevo nuestras opiniones preconcebidas, con
las esperanza de encontrarlas erróneas.
Será bueno que entremos en esta tarea en un espíritu filosófico, incluso a
riego de algo como la repetición, para echar un vistazo a las influencias a
través de las que nuestras creencias están en peligro de deformarse.
Necesitamos que se nos recuerde esto constantemente. Como una verdad
abstracta, todos admitimos que la pasión distorsiona el juicio; sin embargo
nunca nos preguntamos si nuestras pasiones nos influyen. Todos
condenamos el prejuicio, aun así todos somos prejuiciosos. Vemos como
las costumbres, e intereses, y gustos, moldean las teorías de aquellos que
nos rodean; aun así olvidamos que nuestras propias teorías se moldean de
forma similar. Sin embargo, los casos en que nuestros sentimientos nos
predisponen son muy abundantes. La pasión registrada, que un hombre
tiene por sus ideas, le oculta sus defectos de forma tan efectiva como el
cariño maternal ciega a una madre de las imperfecciones de su retoño. Un
autor no puede, por su vida, juzgar correctamente lo que acaba de escribir;
tiene que esperar hasta que un espacio de tiempo le permita leerlo como su
fuera de un extraño, y entonces distingue fallos donde todos habían visto la
perfección. Es solo cuando su entusiasmo se ha enfriado por su parte, que
el artista es capaz de ver los fallos de su cuadro. Mientras que se revelan, no
percibimos la máxima relevancia de nuestros propios actos o de los actos de
otros hacia nosotros; solo años más tarde somos capaces de filosofar sobre
ellos. Justo así, también, lo es con las generaciones siguientes. El hombre
ALDO EMILIANO LEZCANO
172
del pasado entendió bastante mal las instituciones bajo las que vivía; con
pertinacia se mantuvieron fieles a los principios más crueles, y fueron
implacables en su oposición a los correctos, en los dictados de sus apegos y
antipatías. Tan difícil es para el hombre el emanciparse de las cadenas
invisibles que la costumbre y educación arrojan sobre su inteligencia; y tan
palpables es la incompetencia consiguiente de un pueblo al juzgarse
correctamente y a sus hechos y opiniones, que el hecho ha sido plasmado
en el actual aforismo — «Ninguna época puede escribir su propia historia:»
un aforismo suficientemente expresivo de la universalidad del prejuicio.
Si actuamos sabiamente, debemos asumir que los razonamientos de la
sociedad moderna están sometidos a las mismas influencias alarmantes.
Debemos concluir que, incluso ahora, como en tiempos pasados, la opinión
no es más que el equivalente de la condición — simplemente expresa el
grado de civilización que hemos alcanzado. Debemos sospechar que
muchas de esas creencias que parecen el resultado del pensamiento
desapasionado, han sido cultivadas en nosotros por las circunstancias.
Debemos confesar que como, hasta ahora, la oposición fanática a esta
doctrina, e intolerante lealtad a esta, no han sido pruebas de la verdad o
falsedad de dichas doctrinas; ni tampoco es la fuerza del apego, o aversión
que una nación muestra ahora hacia ciertos principios, una prueba de su
exactitud o su falacia. Es más — no debemos solo admitir que la opinión
pública puede ser incorrecta, sino que debe ser así. Sin un equilibrio general
entre las instituciones y las ideas la sociedad no puede subsistir; y por tanto,
si el error domina nuestras instituciones, de forma parecida debe dominar
nuestras ideas. Justo tanto como un pueblo se queda corto en la perfección
de su estado, le faltará verdad en sus creencias.
Hasta aquí se llega a través de un profundo análisis. Como se ha dicho
recientemente, la proposición que se va a mantener difiere con las
costumbres, asociaciones, y las creencias más preciadas de la gran mayoría.
Que la ley de la misma libertad se aplica a los niños tanto como a los
adultos; que en consecuencia los derechos de los niños son de la misma
extensión que la de los adultos; que, como viola esos derechos, el uso de la
coacción es incorrecta; y que la relación comúnmente existente entre padres
e hijos es por tanto una cruel — estas son afirmaciones que quizás pocos
escucharán con imparcialidad. Sin embargo, si hubiera algún peso en las
consideraciones antecedentes, haríamos bien en ignorar todas las quejas de
los sentimientos, y colocar fe incondicional en las conclusiones de la
igualdad abstracta.
ALDO EMILIANO LEZCANO
173
§3
Decimos que el carácter de un hombre se puede notar por la compañía
de tiene. Podríamos decir de igual manera que la verdad de una creencia
puede juzgarse por la moralidad con la que está asociada. Dada una teoría
universalmente en uso entre las partes más degradadas de nuestra raza —
una teoría recibida solo con disminuciones considerables por las naciones
civilizadas — una teoría en la que la confianza del hombre disminuyo tan
rápidamente como la sociedad avanza — y podemos declarar sin peligro
que esa teoría es falsa. En tal, junto con otra evidencia, la subordinación del
sexo se condenó recientemente. Esos hechos comúnmente observables, que
la esclavitud de la mujer es invariablemente asociada con una baja clase de
vida social, y que a la inversa, su elevación hacia una igualdad con el hombre
acompaña al progreso uniformemente, se citaron en la prueba parcial de
que la subordinación de la mujer al hombre es mala en esencia. Si ahora, en
vez de mujer leemos niños, se pueden citar hechos similares, y se puede sacar
una deducción similar. Si es verdad que el dominio del hombre sobre la
mujer ha sido opresivo en proporción a la maldad de la época y de la gente,
también es verdad que la autoridad paterna ha sido estricta e ilimitada en
igual proporción. Si es un hecho que la emancipación de la mujer ha
mantenido el ritmo con la emancipación de la sociedad, es igualmente un
hecho que el una vez gobierno despótico del mayor sobre el joven se ha
mejorado al mismo ritmo. Y si en nuestros día, encontramos que el
reconocimiento que se extiende rápidamente de los derechos del pueblo
acompañado por una percepción que crece silenciosamente de los derechos
de la mujer, también lo encontramos acompañado de una tendencia hacia
sistemas de educación no coactiva — es decir, hacia un reconocimiento
práctico de los derechos de los niños.
Quienquiera que quiera ejemplos de esta presunta armonía entre las
relaciones políticas, conyugales, y filiales, puede descubrirlas en cualquier
sitio y por todas partes. Analizando este estado aborigen de existencia
durante el cual la conducta agresiva del hombre con el hombre hace a la
sociedad apenas posible, verá que no solo las esposas son esclavas y existen
por indulgencia, sino que esos niños conservan su vida por la misma
tenencia, y son sacrificados a los dioses cuando los padres así lo quieren.
Puede observar que durante la época clásica, la esclavitud de cinco sextos de
la población se acompañaba tanto de una teoría de que el niño es propiedad
y esclavo de su padre, y de una fantasía legal que veía a las esposas, como si
ALDO EMILIANO LEZCANO
174
fueran posesión de igual manera que los niños. Esa degradación política de
las razas del este de la India actual para quienes la monarquía aún parece la
única forma posible de gobierno, los encontrará igualmente acompañados
de satíes y de infanticidio. El mismo vínculo de hechos los verá en China,
donde bajo un gobierno, puramente despótico, existe una opinión pública
que considera una ofensa imperdonable para una mujer acusar a su marido
ante un juez, y que clasifica la desobediencia filial como un crimen seguido
en atrocidad al asesinato. Ni en nuestra propia historia faltan ejemplos. Al
revisar aquellos tiempos cuando la libertad constitucional no era más que un
nombre, cuando se les denegaba a los hombres la libertad de expresión y
creencia, cuando los representantes del pueblo eran sobornados
abiertamente y la justicia era comprada —tiempos, también, en los que las
leyes representando la esclavitud de la mujer estaban en total armonía — el
observador no puede fracasar en golpearse con la dureza del
comportamiento paterno, y la actitud de humilde sumisión que los hijos e
hijas tenían que asumir. Entre el final del siglo pasado, cuando nuestra
condición doméstica estaba marcada por el uso de Señor y Señora al dirigirse
a los padres, y a través de la doctrina que un hijo debía casarse sin vacilar
con quienquiera que el padre designara; y cuando nuestra condición política
estaba marcada por la supremacía aristocrática, por el acontecimiento de
revueltas de iglesia y rey, y por la persecución de reformistas; — entre esa
época y la nuestra, la disminución en el rigor de la autoridad paterna y en la
severidad de la opresión política, ha sido simultánea. Y, como ya se ha
señalado, el mismo compañerismo de los hechos se ve en el rápido
crecimiento actual de los sentimientos democráticos, y la misma rápida
difusión de un sistema más suave de instrucción juvenil.
Así, la biografía de las razas permite amplio ejemplo de la presunta ley.
Esa uniformidad del tono moral, que se afirmó debe impregnar
necesariamente los acuerdos de una nación — social, conyugal y paterna,
que vemos ejemplificada de igual manera bajo todas las fases de la
civilización. De hecho esta postura apenas necesitaba prueba, siendo, como
es, un resultado directo de las verdades obvias. Tan cierto como que el
carácter de un hombre destaca a través de sus acciones, igualmente el
carácter de un pueblo destaca a través de sus leyes y costumbres. Teniendo
una raíz común en la naturaleza humana, las instituciones contemporáneas
no pueden dejar de ser afectada igualmente por la imperfección de esa
naturaleza. Todas deben estar bien o mal juntas. El mal que corrompe una
debe corromper todas. El cambio que reforma una debe al mismo tiempo
ALDO EMILIANO LEZCANO
175
reformar todas. El progreso que perfecciona una debe eventualmente
perfeccionar todas.
Consecuentemente, quienquiera que admita que la injusticia es aún
visible en las relaciones de clase con clase — quienquiera que admita que se
expone en el comportamiento de un sexo con el otro, no puede más que
admitir que existe necesariamente en la conducta de mayores ante jóvenes.
Y además debe admitir que siendo más común implícitamente entre las
naciones más bárbaras, y disminuyendo su influencia como lo hace en
progreso de la civilización, la doctrina del sometimiento filial es totalmente
condenada por sus asociaciones.
§4
Si la educación coercitiva es buena, debe producir bien, y si es mala, mal.
A través de un análisis de sus resultados, por tanto, podemos obtener tal
cantidad de evidencia a favor o en contra de la doctrina de que las libertades
de los niños son de la misma extensión que la de los adultos.
Que la educación coercitiva es imprudente, puede suponerse del hecho
recientemente anunciado — la disposición evidente hacia el abandono de
aquello que los sistemas de enseñanza modernos demuestran. Considerando
qué la atención universal ha recibido recientemente la cultura de los jóvenes
— los libros escritos sobre ello, los discursos pronunciados, los
experimentos que se han hecho para aclararlo — hay una razón para
concluir que como la utilización de la fuerza bruta con objetivos educativos
han disminuido enormemente, algo radicalmente malo debe estar
involucrado en ello. Pero sin extenderse en esto, que, como todas las
deducciones sacadas de la idoneidad, es responsable de tener sus hipótesis
cuestionadas, juzguemos la educación coercitiva no por los efectos que se
cree que producen, sino por lo que debe producir.
La educación tiene como objetivo la formación del carácter. Para frenar
tendencias nerviosas, para despertar los sentimientos dormidos, para
fortalecer las percepciones, y cultivar los gustos, para fomentar este
sentimiento y reprimir aquel, para finalmente desarrollar así al niño en un
hombre de naturaleza bien proporcionada y armoniosa — este es el mismo
objetivo de padres y profesor. Aquellos, por tanto, que defienden el uso de
la autoridad, y si es necesario — fuerza en el manejo de los niños, debe
hacerlo así porque ellos piensan que estos son los mejores medios para
ALDO EMILIANO LEZCANO
176
conseguir el objetivo deseado — la formación del carácter. Los padres
tienen que elaborar algunas reglas para el cuarto de los niños. Impulsado en
parte por la creencia, en parte por la costumbre, en parte por la disposición,
el padre decide a favor de un despotismo puro, proclama su palabra como
la ley suprema, anatematiza la desobediencia, y expone la vara como el
árbitro definitivo de todas las disputas. Y claro que este sistema de
disciplina es defendido como uno de los mejores planeados para frenar
tendencias nerviosas, despertar sentimientos dormidos, etc., etc., como se
ha dicho anteriormente. Supón, ahora, que preguntamos cómo funciona el
plan. Un pequeño antipático y nervioso está persiguiendo su propia
gratificación sin tener en cuenta la comodidad de otros —quizás vocifera de
un modo irritante en su juego; o se está divirtiendo molestando a un
semejante; está intentando monopolizar los juguetes destinados a otros igual
que para él. Bueno; evidentemente se requiera algún tipo de intervención. El
padre con ceño fruncido, y un tono serio, le ordena que pare — inspecciona
cualquier cosa como la sumisión reacia con un «haz como te ordeno» — y si
se necesita, insinúa un azote o un agujero oscuro — en resumen lleva
coacción, o la amenaza de coacción, lo suficiente lejos para producir
obediencia. Después de varias exposiciones de sentimientos perversos, el
niño se da por vencido; mostrando, sin embargo, a través de su mal humor
la animosidad que recibe. Mientras el padre atiza el fuego y
complacientemente continúa con el periódico bajo la impresión de que todo
está como debe ser: ¡qué error más lamentable!
Si lo que se quería hubiera sido la simple represión de ruido, o la
transferencia mecánica de un juguete, quizás no se podría haber seguido
ningún camino mejor. Si no hubiera ninguna consecuencia del impulso bajo
el que el niño actuó, mientras que cumpliera la orden dada, no haría falta
decir nada. Pero se necesitaba algo más. El carácter era la cosa a cambiar en
vez de la conducta. No eran las acciones, sino los sentimientos de los que
las acciones brotaron las que necesitaban tratamiento. Aquí había
manifestaciones palpables de egoísmo — una indiferencia a los deseos de
otros, un deseo marcado a tiranizar, un intento de absorber beneficios
destinados a todos — en resumen, había manifestaciones de una menor
escala de esa naturaleza poco compasiva a los que nuestros males sociales se
atribuyen principalmente. ¿Qué, entonces, era lo que se quería?
Evidentemente un cambio en el carácter del niño. ¿Cuál era el problema a
resolver? Claramente generar un estado de la mente que habiendo existido
previamente hubiera prevenido las acciones censurables. ¿Cuál era el fin a
lograr? Incuestionablemente la formación de un carácter que produjera
ALDO EMILIANO LEZCANO
177
espontáneamente una mayor generosidad de comportamiento. O, hablando
claramente, era necesario fortalecer esa empatía hacia la debilidad de la que
este mal comportamiento era identificable.
Pero la empatía solo puede fortalecerse a través del uso. Ninguna
facultad cualquiera que sea crecerá, salvo a través del desempeño de su
función especial — un músculo por contracción; el intelecto a través de la
percepción y pensamiento; una opinión moral a través de los sentimientos.
La empatía, entonces solo puede aumentarse provocando emociones
empática. A un niño egoísta se le puede volver menos egoísta, solo
despertando en él empatía con los deseos de otros. Si no se hace esto, no se
hace nada.
Observad, entonces, cómo queda el caso. Un chico de naturaleza
insensible se tiene que humanizar — tiene que desarrollar cualquier germen
del mejor espíritu que pueda haber en él; ¡y para este fin se propone el uso
de ceños fruncidos, amenazas y el palo! ¡Para estimulas la facultad que
origina nuestro estima de la felicidad de otros, no dice que causemos dolor,
o el miedo al dolor! ¡El problema es — generar en la mente del niño un
sentimiento empático; y la respuesta es — golpearlo, o enviarlo sin cenar a
la cama!
Así que no tenemos más que disminuir la teoría de la subordinación a
una forma definitiva para volver su ridiculez obvia. Contrastando los
medios que se emplean con el trabajo que se hace, nos topamos con su total
incapacidad. En vez de crear un estado nuevo interno que debe mostrarse
en mejores acciones, la coacción evidentemente no hace nada más que
moldear por la fuerza la apariencia en una aspecto tocos de ese estado. En
la familia, como en la sociedad, simplemente se puede contener; no pueden
educar. Al igual que el recuerdo de Bridewell, y el temor de un policía,
aunque sirven para frenar los estragos de un ladrón, no efectúa cambio en
su moral, así, aunque las amenazas de un padre pueden producir en un niño
una cierta conformidad externa con la rectitud, no pueden generar ningún
verdadero apego en él. Como alguien bien ha dicho, el máximo esfuerzo
que la severidad puede hacer es crear hipócritas; nunca puede crear
conversos.
ALDO EMILIANO LEZCANO
178
§5
Dejad a aquellos que no tienen fe en ningún organismo para el gobierno
de los seres humanos, salvo la voluntad severa y la mano fuerte, visiten el
Asilo Hanwell para locos. Dejad que aquellos supuestos hombres prácticos,
que, en el orgullo de sus teorías semi-salvajes, que reaccionan con sarcasmo
ante los movimientos por la paz, por la abolición de penas capitales y de ese
tipo, vayan y sean testigos para su desconcierto como un millar de lunáticos
pueden ser manejados sin el uso de la fuerza. Dejad que estos que se mofan
de «sensiblerías» reflexionen en los horrores de los manicomios como solían
ser; donde había lloros y gemidos y rechinamiento de dientes, donde las
cadenas sonaban de forma sombría, y donde el silencio de la noche era
desgarrado por los gritos que hacía que los tardíos transeúntes se
apresuraran entre escalofríos; dejadles contrastar con estos horrores, la
calma, la alegría, la docilidad, la mejora de salud de cuerpo y mente, y de las
recuperaciones no poco frecuentes, que han seguido al abandono del
régimen de la camisa de fuerza:
o
y deja que luego se avergüencen de sus
creencias.
Y debe el pobre loco, con sentimientos enfermos y un intelecto torcido,
perseguido como está constantemente por las sugestiones de una
imaginación morbosa, debe un ser con una mente tan totalmente caótica
que incluso el más serio defensor de los derechos humanos haría de su caso
una excepción, ¿debe ser susceptible a un tratamiento no coactivo, y un
niño no puede ser susceptible a él? ¿Mantendrá alguien que ese loco puede
ser dirigido por persuasión, pero no los niños? ¿Qué los métodos de fuerza
moral son los mejores para aquellos carentes de razón, pero los métodos de
fuerza física para aquellos que la poseen? Apenas. El defensor más acérrimo
del despotismo doméstico no afirmará tanto. Si incluso a través de conducta
juiciosa se puede conseguir la confianza de un loco — si incluso a la
inteligencia nublada de un lunático, atenciones amables y actitudes
compasivas llevarán la convicción de que está rodeado por amigos y no por
demonios — y si, bajo esa convicción, incluso él, a pesar de que es esclavo
de todo impulso desordenado, se vuelve relativamente dócil, cuánto más se
volverá un niño así bajo la misma influencia. Consigue nada más que la
confianza de un chico; convéncele a través de tu comportamiento de que
tienes su felicidad en el corazón; déjale descubrir que eres el más sabio de
los dos; déjale experimentar los beneficios de seguir tu consejo, y los males
o
Ver Dr. Conolly en Lunatic Asylums (Manicomios para Locos).
ALDO EMILIANO LEZCANO
179
que surgen de ignorarlo; y no a temer que tú le guíes de buena gana. No se
debe obtener la influencia a través de la autoridad; ni a través del
razonamiento; sino a través del incentivo. Muestra en todos tus
comportamientos que tú eres completamente el amigo de tu hijo, y que no
hay nada a lo que no le puedas conducir. El más ligero signo de tu
aprobación o disconformidad será su ley. Has ganado de su parte la llave a
todos sus sentimientos; y, en vez de las pasiones vengativas que el
tratamiento severo hubiera despertado, puedes con una palabra hacer
aparecer las lágrimas, o sonrojos, o la emoción de la empatía — puedes
provocar cualquier emoción que quieras — puedes, en resumen, llevar a
cabo algo que vale la pena llamar educación.
§6
Si deseamos que un chico se convierta en un buen mecánico, nos
aseguramos de su pericia a través de un aprendizaje temprano. Un joven
que quiere ser músico, pasa varias horas al día en su instrumento. Cursos de
iniciación de delineado y tonalidad son realizados por los que quieren ser
artistas. Para el futuro contable, una minuciosa instrucción en aritmética es
prescrita. Los poderes de reflexión se buscan para ser desarrollados a través
del estudio de las matemáticas. De este modo, toda formación se funda en
el principio de que la cultura debe preceder a la competencia. En tales
proverbios como «el hábito es una segunda naturaleza» y «la práctica hace al
maestro» los hombres han expresado aquellos productos netos de
observación universal en que cada sistema educativo se basa aparentemente.
Las máximas de una profesora de pueblo y las especulaciones de un
Petalozzi son igualmente dominadas por la teoría de que el niño debe
acostumbrarse a aquellos esfuerzos de cuerpo y mente que el futuro le
requerirá. La educación significa esto o nada.
¿Cuál es ahora el atributo más importante del hombre como un ser
moral? ¿Qué facultad por encima de todas las otras debería atenderse en
cultivar? ¿No podemos contestar — la facultad del autocontrol? Esto es lo
que forma la principal diferencia entre el ser humano y el salvaje. Es en
virtud de esto que el hombre se define como una criatura «que busca el
antes y el después» Es en su mayor dotación de esta que las razas civilizadas
con superiores a las salvajes. En su supremacía consiste una de las
perfecciones del hombre ideal. No ser impulsivo — no ser incitado de un
ALDO EMILIANO LEZCANO
180
lado para otro por cada deseo que parezca más importante; si no
controlarse, equilibrarse, dominarse a través de la decisión conjunta de los
sentimientos reunidos en consejo, antes del cual debe haberse debatido cada
acción totalmente y calmadamente decidido — esto es lo que la educación
— la educación moral al menos — se esfuerza por producir.
Pero el poder para dominarse, como todos los otros poderes, puede
desarrollarse solo a través del ejercicio. Quienquiera que vaya a gobernar sus
pasiones en la madurez, debe practicar el gobierno de sus pasiones durante
la juventud. Observa, entonces, la estupidez del sistema coactivo. En vez de
acostumbrar al chico para ser su propia ley como se le requiere ser
posteriormente, se le administra la ley. En vez de prepararle para el día en el
que deba dejar el techo paterno, provocando que él fije los límites de sus
acciones y que se encierre entre ellos de forma voluntaria, se le marcan estos
límites, y se le dice — «crúzalos bajo tu propio riesgo». Aquí tenemos un ser
que, en unos pocos años, se va a convertir en su propio dueño, y, para que
encaje en tal condición, se le permite ser su propio dueño lo menos posible.
Mientras que en cada otro particular se cree deseable que lo que el hombre
tendrá que hacer, el niño debería estar bien entrenado en hacerlo, en esto
más importante para todos los particulares — el control de uno mismo —
se piensa que cuanta menos práctica tenga mejor. Con razón aquellos que
han sido educados bajo la disciplina más severa frecuentemente ser
convierten en lo más salvaje de lo salvaje. Tal resultado es simplemente lo
que deben haber buscado.
De hecho, no solo el sistema de la fuerza física fracasa para preparar al
joven para su futuro puesto; tiende totalmente a incapacitarle. Si su destino
fuera la esclavitud — si su otra vida fuera pasarse bajo el mando de un
autócrata ruso, o un hacendado de algodón americano, no podría idearse
ningún método mejor de entrenamiento que uno que le acostumbrara a esa
actitud de completa subordinación que posteriormente tendría que asumir.
Pero justo en el grado en el que tal tratamiento le prepara para la
servidumbre, debe incapacitarle para ser un hombre libre entre los hombres
libres.
§7
¿Pero por qué se necesita la educación? ¿Por qué el niño no crece
espontáneamente en un ser humano normal? ¿Por qué es requisito dominar
esta inclinación, estimular otros sentimientos, y así a través de ayuda
ALDO EMILIANO LEZCANO
181
artificial moldear la mente en algo diferente de lo que debería convertirse?
¿No hay aquí una anomalía en naturaleza? En el resto de la creación
encontramos que la semilla y el embrión logran la perfecta madurez sin
ayuda externa. Deja caer una bellota al suelo, y a su debido tiempo se
convertirá en un roble sano sin poda o entrenamiento. El insecto pasa a
través de sus varias transformaciones sin ayuda, y llega a su forma final
poseyendo todas las capacidades e instintos necesarios. No se necesita
coacción para hacer el que joven pájaro o cuadrúpedo adopte los hábitos
propios de su vida futura. Su carácter como su cuerpo, asume
espontáneamente total idoneidad para la parte que tiene que interpretar en
el mundo. ¿Cómo sucede, entonces, que la mente del ser humano tiende a
desarrollarse misma mal? ¿No debe haber alguna causa excepcional para
esto? Evidentemente: y si es así una verdadera teoría de educación debe
reconocer esta causa.
Es un hecho indiscutible que la constitución moral que adecua a hombre
a su estado original de depredador, difiere de la necesaria para adecuarle a su
estado social a la que ha llevado la multiplicación de la raza. En una parte
anterior de nuestra investigación (cap. II), se ha mostrado que la ley de
adaptación afecta a una transición de una constitución a otra. Viviendo
entonces, como lo hacemos, en medio de una transición, debemos esperar
encontrar varios fenómenos que son explicables solo sobre la hipótesis de
que la humanidad está en el presente parcialmente adaptada a ambos
estados, y no completamente a ninguno — ha perdido solo un poco las
disposiciones necesarias para la vida salvaje, y ha adquirido de forma
imperfecta aquellas necesarias para la vida social. La anomalía ahora mismo
especificada es una de estas. La tendencia de cada nueva generación de
desarrollarse mal, indica el grado de modificación que aún tiene que tener
lugar. Aquellos aspectos en los que un niño requiere control, son solo los
aspectos en los que se parece al hombre primitivo. Las riñas en el cuarto, el
acoso en el patio de juegos, las mentiras y robos insignificantes, el trato
violento a criaturas inferiores, la tendencia a destruir — todas estas implican
esa tendencia a buscar la gratificación a expensas de otros seres, que
cualifica al hombre para la vida salvaje, y que los incapacitan para la vida
civilizada.
Hemos visto, sin embargo, que esta incongruencia entre los atributos del
hombre y su condición está en camino de remediarse. Hemos visto que los
instintos del salvaje deben morir de inanición — que los sentimientos
convocados por el estado social deben crecer a través de su ejercicio, y que
si las leyes de la vida se mantienen constantes, esta modificación continuará
ALDO EMILIANO LEZCANO
182
hasta que nuestros deseos se presenten en perfecta conformidad con
nuestras circunstancias. Cuando se llegue a ese estado definitivo en el que la
moralidad se haya convertido en natural, esta anomalía en el desarrollo del
carácter de los niños habrá desaparecido — el joven ser humano no será
nunca más un excepción en la naturaleza — no tenderá a crecer como
ahora en inaptitud para los requerimientos de su otra vida; sino se
desarrollará espontáneamente en un adulto ideal, de que cada impulso
coincide con los dictados de la ley moral.
La educación por tanto, en tanto que busca formar el carácter, solo sirve
como un objetivo temporal, y, como otras instituciones resultantes de la no
adaptación del hombre al estado social, debe desaparecer al final. Por lo
tanto vemos qué doblemente incongruente es el sistema de enseñanza a
través de la coacción con la ley moral. No solo exige violaciones directas de
esa ley, sino que cada trabajo que intenta desempeñar inútilmente, no será
necesario de desempeñar cuando esa ley haya conseguido su supremacía
final. La fuerza en el círculo doméstico, como la fuerza magistral, es
simplemente el complemento de la inmoralidad: hemos encontrado que la
inmoralidad se resuelve en no adaptación: la no adaptación debe detenerse
con el tiempo: y así la propuesta con la que empieza esta vieja teoría de
educación se convertirá finalmente en falsa. Varas y férula, al igual que
bastones y las esposas para los agentes; las llaves del carcelero; las espadas,
bayonetas y cañones, con que las naciones se dominan las unas a las otras,
son los vástagos de la injusticia — pueden existir solo mientras que se le de
apoyo, y necesariamente comparten la maldad de su familia. Nacido por
tanto como lo es de las impercepciones del hombre — gobernando como
lo hace a través de esas impercepciones — y abdicando como debe cuando
la Equidad empieza a reinar, la Coacción en todas sus formas —
educacional u otras — es esencialmente cruel.
§8
Y aquí se nos guía naturalmente a observar una vez más la incongruencia
necesaria entre la ley perfecta y el hombre imperfecto. Cualquier cosa que se
pueda ver del utopismo en las doctrinas anteriores, no es indicio de
cualquier error en ellas sino a defectos en nosotros. Una impracticabilidad
parcial no debe confundirnos; debe, al contrario, esperarse. Justo en
proporción a nuestra distancia debajo del estado puramente moral, debe
ALDO EMILIANO LEZCANO
183
estar nuestra dificultad en actuar en la ley moral, tanto en el tratamiento de
los niños como en cualquier otra cosa. No tenemos, sin embargo, que
exagerar y reflexionar sobre esta dificultad. Nuestro camino es simple. Solo
tenemos que cumplir con la ley tanto como se encuentre en nosotros,
descansando satisfechos de que las limitaciones exigidas por nuestra
condición presente se impondrán muy pronto.
Mientras tanto remarquemos que el obstáculo principal de la conducta
correcta de la educación recae más bien en los padres que en el niño. No es
que el niño sea insensible a las influencias mayores que la de la fuerza, sino
que los padres no son suficientemente virtuosos para usarlas. Los padres y
madres que se extienden sobre el problema que les supone el mal
comportamiento filial, asumen de forma extraña que toda la culpa se debe a
las malas tendencias de sus hijos y no a las suyas propias. Aunque de rodillas
confiesan ser míseros pecadores, al escuchar sus quejas de hijos e hijas
irrespetuosos podrías suponer que ellos son intachables. Olvidan que la
perversión de sus hijos es una reproducción de su propia perversión. No se
reconocen en estos pequeños tan regañados y a veces golpeados espejos
donde deberían ver reflejado su propio egoísmo. Les asombraría afirmar
que ellos actúan tan incorrectamente con sus hijos como sus hijos lo hacen
con ellos. Aun así un autoanálisis les mostraría que la mitad de sus órdenes
surgen para su propia conveniencia o satisfacción que con objetivos
correctivos. «¡No quiero ruido!» exclama un padre molesto a un grupo de
jóvenes vociferantes; y al cesar el ruido, él reclama que ha hecho algo para
volver a su familia disciplinada. Quizás lo ha hecho; ¿pero cómo?
Exhibiendo la misma mala disposición que él busca frenar en sus hijos —
una determinación de sacrificar para su propia felicidad la felicidad de otros.
Observa, también, el impulso bajo el que se castiga al niño infractor. En vez
de preocupación por el bienestar del delincuente, ese ojo severo y ese labio
apretado denota más bien la ira de un gobernante irritado — expresa algún
pensamiento interior tal como «Pequeño desgraciado, pronto verás quién es
el jefe». Descubre sus raíces, y la teoría de la autoridad parental se
encontrará creciendo no del amor por sus hijos sino de su amor por el
dominio. Deja que cualquiera que dude de esto escuche a esa reprimenda
común «¿Cómo te atreves a desobedecerme?» y entonces considera qué
significa el énfasis. Es más, la educación de la fuerza moral es ampliamente
practicable incluso ahora, si los padres fueran suficientemente civilizados
para usarla.
Pero claro que el obstáculo es en una medida recíproco. Incluso los
mejores ejemplos de infancia como ahora la conocemos será
ALDO EMILIANO LEZCANO
184
ocasionalmente incontrolable a través de la persuasión: y cuando se tenga
que tratar con las naturalezas inferiores, la dificultad de hacerlo sin coacción
debe ser proporcionalmente grande. Sin embargo la paciencia, la
abnegación, un entendimiento suficiente de las emociones de los jóvenes, y
una debida comprensión con ellos, añadido a un pequeño ingenio en la
elección de los medios, normalmente conseguirán todo lo que se pueda
desear. Solo deja que las acciones, palabras, y métodos del padre muestre
que su propio sentimiento es uno completamente correcto, y raramente
fallará en despertar un sentimiento sensible en el pecho de su hijo.
§9
Queda por reconocer una objeción más queda. Probablemente se dirá
que si los derechos de los niños son de la misma extensión que las de los
adultos, resulta que los niños tienen el mismo derecho que los adultos a la
ciudadanía, y deben ser dotados de igual manera con poder político. Esta
deducción parece de alguna manera alarmante; y es fácil de imaginar el aire
triunfante de aquellos que la sacan, y las sonrisas con las que meditan sobre
las tonterías que sugiere. Sin embargo la respuesta es simple y concluyente.
Debe haber dos cosas para originar una incongruencia; y, antes de censurar,
se necesita decir cuál de las dos incongruencias tiene la culpa. En el caso
actual la incongruencia es entre la institución del gobierno en un lado, y una
cierta consecuencia de la ley de la misma libertad en la otra. ¿Cuál de las dos
se debe condenar por esto? En la objeción anterior se asume tácitamente
que la culpa yace con esta consecuencia de la ley de la misma libertad;
mientras que el hecho es justo lo contrario. Es en la institución del gobierno
donde se encuentra la culpa. Si fuera la institución del gobierno una
esencialmente correcta, había razón para suponer que nuestra conclusión
era errónea; pero siendo como es hija de la inmoralidad, debe condenarse
por contradecir la ley moral, y no la ley moral por contradecirla. Si se
obedeciera universalmente la ley moral, el gobierno no existiría; y si el
gobierno no existiera, la ley moral no podría dictar la liberación política de
los niños. De ahí el presunto disparate es fácil de seguir hasta la mala
constitución actual de la sociedad, y no a algún defecto de nuestra
conclusión.
§10
ALDO EMILIANO LEZCANO
185
Con respecto a la extensión de la ley de la misma libertad de los niños,
debemos entonces decir, que la igualdad lo ordena, y que el interés lo
recomienda. Encontramos los derechos de los niños deducibles del mismo
axioma, y a través de los mismos argumentos que los derechos de los
adultos; mientras que su negación nos involucra en confusiones de las que
parece no haber escapatoria. La asociación entre la sumisión filial y
salvajismo — el parentesco evidente de sumisión filial a la esclavitud social
y conyugal — y el hecho de que la sumisión filial decae con el avance de la
civilización, sugiere que tal sumisión es mala. La brutalidad de un
tratamiento coercitivo a los niños se demuestra también a través de su total
fracaso para conseguir el fin principal de la educación moral — la cultura de
la comprensión; a través de su tendencia de provocar sentimientos de
hostilidad y odio; y a través del límite que necesariamente pone sobre el
desarrollo de todas las facultades importantes del autocontrol. Mientras que,
por otro lado, siendo un tratamiento no coercitivo favorable para, y casi
necesario, constantes apelaciones a los mayores sentimientos, debe, a través
del ejercicio de esos sentimientos, mejorar el carácter; y debe, al mismo
tiempo acostumbrar al niño a esa condición de libertad en la que va a pasar
su futura vida. Resulta, también, que la necesidad de una educación moral
de los niños es solo temporal, y que, en consecuencia, una relación filia no
debe presuponer la misma teoría de orden y obediencia en que tal necesidad
es permanente. Por último, encontramos razón para atribuir cualquier
incompatibilidad que pueda haber entre estas conclusiones y nuestra
experiencia diaria, no a cualquier error en ellas, sino a la incongruencia
necesaria entre la ley perfecta y la humanidad imperfecta.
ALDO EMILIANO LEZCANO
186
ALDO EMILIANO LEZCANO
187
PARTE III
ALDO EMILIANO LEZCANO
188
ALDO EMILIANO LEZCANO
189
CAPÍTULO XVIII
DERECHOS POLÍTICOS
§1
Nuestro principio es el original. Es el primer pre-requisito para la
realización de la voluntad divina. Cada forma de interpretar esa voluntad
apunta a esta como a una condición totalmente esencial para su realización.
Si empezamos con una vista à priori del diseño creado, se nos guía
inmediatamente a la ley de la misma libertad (cap. III). ¿Apelamos al
carácter general de la constitución humana? La ley de la misma libertad es
su resultado (cap. IV). Y cuando, siguiendo un mayor análisis, observamos
los arreglos detallados de esa constitución, descubrimos una facultad a
través de la que la ley de la misma libertad se reconoce y se responde (cap.
V). Vista de otra forma, esta ley parece ser otra deducción de las
necesidades de la existencia: de este modo. La vida depende de la realización
de ciertas acciones. Deroga totalmente la libertad de ejercer las facultades, y
tenemos la muerte; derógala parcialmente, y tenemos dolor y muerte parcial.
Esto sigue siendo verdad en el hombre sea salvaje o civilizado — aislado o
social. Y como debe haber vida antes de que haya sociedad, este primer
principio de vida debe preceder al primer principio de la sociedad — debe
fijarlo o gobernarlo. O, hablando claramente, como la libertad para ejercer
las facultades es la primera condición de la vida individual, la libertad de
cada uno, limitada solo por la libertad de todos, debe ser la primera
condición de la vida social.
Derivada, entonces, como está, directamente de la voluntad divina, y
subyaciendo de tal manera la correcta organización de la sociedad, la ley de
la misma libertad tiene mayor autoridad que todas las otras leyes. El
propósito creativo pide que cada cosa se subordine a ella. Las instituciones y
formas sociales deben dirigirse solo como esta manda. La primera data de la
creación; la segundas son de ayer. Ella es constante; las otras son
cambiantes. Ella pertenece a lo perfecto; ellas a lo imperfecto. Ella perdura
con la humanidad; ellas pueden morir mañana. Tan seguro entonces como
ALDO EMILIANO LEZCANO
190
que lo casual debe inclinarse ante la necesidad, así de seguro deben todos
los arreglos convencionales someterse a la ley moral absoluta.
§2
Se ha hecho referencia de vez en cuando a una escuela de políticos,
especialmente reclamándose el título de filósofos, que objetan sobre esto.
No reconocen ninguna autoridad suprema a la que todas las regulaciones
humanas deban inclinarse. Prácticamente, si no profesamente, mantienen,
con Arquelao, que nada es intrínsecamente correcto o incorrecto; pero que
se convierte en cualquiera de los dos por el dictamen del estado. Si vamos a
concederles crédito el gobierno determina qué debe ser moral; y no lo moral
que debe ser el gobierno. No creen en ningún principio profético a través
de cuyos sí o no nos puedan guiar: su Delfos es la Casa de los Comunes. El
hombre vive y se mueve por su propia cuenta y tiene su vida según la
legislación lo permite. Su libertad para hacer esto o aquello no es natural,
sino otorgada. La pregunta — ¿Tiene el ciudadano algún derecho al trabajo
de sus manos? Solo puede decidirse a través de una división parlamentaria.
Si «los sí ganan», lo tiene; si «los no», no lo tiene.
El lector que haya llegado tan lejos, no necesita que se le señale la falacia
de esta doctrina. El sistema de la idoneidad, del que forma una parte
esencial, se ha demostrado insostenible repetidamente, y con ella debe caer
sus proposiciones dependientes. Y habiendo sido, además, totalmente
refutada en anteriores capítulos, la noción de que el hombre no tiene
derechos salvo aquellos que el gobierno fabrica, debería dejarse
prudentemente donde está. Hay, sin embargo, evidencias adicionales a su
falsedad, que deben indicarse también. Primero vamos a investigar cómo se
originó.
§3
Considerando a la sociedad como una corporación, debemos decir que el
hombre, cuando entró por primera vez en ella, tenía la fuerza repulsiva en
exceso, mientras que en la fuerza cohesiva era deficiente. Sus pasiones eran
fuertes; su empatía débil. Aquellas tendencias que le cualificaban para la vida
ALDO EMILIANO LEZCANO
191
salvaje tienden necesariamente a crear guerra entre él y sus vecinos. Su
condición ha sido la de antagonismo perpetuo; y sus hábitos antagónicos
deben acompañarle naturalmente en su vida social. Agresión, disputa, ira,
odio, venganza — estas son las varias fases del proceso a través del que los
miembros de una comunidad primitiva son divididos continuamente. De
ahí la pequeñez de las primeras comunidades. Las poblaciones explotan tan
rápido como crecen. Las razas se separan en tribus, las tribus en facciones.
Solo cuando la civilización avanza las uniones mayores se vuelven posibles.
E incluso estas tienen que pasar a través de alguna fase como la del
feudalismo, con su pequeño liderato y derecho a guerra privada, mostrando
que la tendencia a repeler aún está activa.
Ahora, en proporción a la fuerza repulsiva que subsiste entre los átomos
de la materia, debe estar la limitación necesaria para evitar que exploten. Y
en proporción a la fuerza repulsiva que subsiste entre las unidades de la
sociedad debe estar la fuerza de los vínculos requeridos para prever que la
sociedad vuele en pedazos. Tiene que haber alguna fuerza poderosa
concentrada para producir incluso estas uniones tan pequeñas: y esta
influencia debe ser fuerte en proporción al salvajismo de la gente; de otra
manera las uniones no se pueden mantener. Tenemos tal influencia en el
sentimiento de veneración, reverencia por el poder, lealtad, o, como Carlyle
lo llama — culto al héroe. Es a través de este sentimiento, que la sociedad
empieza a organizarse; donde el barbarismo es mayor, allí este sentimiento
es más grande. De ahí el hecho de que todas las tradiciones están llenas de
seres sobrehumanos, gigantes y semidioses. Los relatos míticos de Baco y
Hércules, de Thor y Odín, y de varios personajes divinos o semi-divinos
que figuran en las historias primitivas de todas las razas, simplemente
prueban la intensidad del asombro con que se contempló la superioridad
una vez. En esa creencia de algunos de los isleños polinesios de que solos
sus jefes tienen alma, encontramos aún un ejemplo restante de la casi
increíble influencia que estos sentimientos de reverencia tienen sobre el
hombre primitivo. A través de ella toda la autoridad, sea la de un
gobernante, profesor, o sacerdote, se vuelve posible. Eran iguales los padres
de las creencias en la milagrosa concepción de Gengis Khan, en los
caracteres proféticos de Zaratustra, Confucio, y Mahoma, y en la
infalibilidad papal. Cuando ya no deifica el poder, lo asocia con atributos
divinos. De esta manera era la muerte para el asirio que entraba sin
invitación en presencia de su monarca. Los orientales anclados aún en el
pasado atribuyen a sus emperadores parentesco celestial. Shamil, el cabeza
de los profetas de los circasianos, se cree que tiene unión completa con la
ALDO EMILIANO LEZCANO
192
esencia Divina. Y los soldados rusos rezan por su zar como «nuestro Dios
en la tierra». La fidelidad de un vasallo a su señor feudal — la devoción de
los celtas de las Tierras Altas a su jefe, fueron exhibiciones del mismo
sentimiento. La lealtad está hecha de la más brillante virtud, y traiciona al
más alto crimen.
Con el avance de la civilización este asombro ante el poder disminuye.
En lugar de ver al monarca como un Dios, se le empieza a ver como un
hombre reinando por la autoridad divina — como «el ungido del señor». La
sumisión se vuelve menos humillante. Los súbditos ya no se postran ante
sus gobernantes, ni los siervos besan los pies de sus amos. La obediencia
deja de ser ilimitada: los hombres elegirán su propia lealtad. Gradualmente,
mientras crecen esos sentimientos que llevan a cada uno a mantener sus
propios derechos, y con compasión a respetar los derechos de los otros —
mientras que cada uno, así, a través de la adquisición de poderes auto-
restrictivos, se adapta a vivir en armonía con su semejante — también
gradualmente el hombre dejará de necesitar restricción externa, y de esta
manera gradualmente este sentimiento que les hace rendirse ante esa
restricción externa disminuye. La ley de adaptación necesita esto. El
sentimiento debe perder poder justo tan rápidamente como deja de ser
necesario. Mientras que el nuevo regulador crece, el viejo debe disminuir. La
primera mejora de un despotismo puro es la sustitución parcial del uno por
el otro. Las constituciones mixtas muestran a las dos actuando
conjuntamente. Y mientras que la primera avanza hacia la supremacía, la
otra se hunde en decrepitud: el derecho divino de los reyes explota, y el
poder monárquico se convierte en un nombre.
Aunque la adaptación el hombre al estado social ya ha hecho un
progreso considerable — aunque la necesidad de restricción externa es
menor — y aunque en consecuencia esta veneración por la autoridad que
hace la restricción posible, ha disminuido enormemente — disminuido a tal
extensión que los que mantienen el poder son diariamente caricaturizados, y
un hombre empieza a escuchar el Himno nacional con los sombreros
puestos — aún el cambio está lejos de completarse. Los atributos del
hombre primitivo aún no han muerto. Aún pasamos por encima de los
derechos de otros — aún perseguimos la felicidad a costa de otros. Se ve
nuestro egoísmo salvaje en el comercio, en la legislación, en los arreglos
sociales, en las diversiones. Un tendero se impone sobre su clienta; su
clienta regatea con el tendero. Las clases pelean sobre sus respectivos
«intereses;» y la corrupción es defendida por aquellos que se benefician de
ella. El espíritu de casta tortura moralmente a sus víctimas con tanta frialdad
ALDO EMILIANO LEZCANO
193
como el hindú tortura a su enemigo. Los jugadores se embolsan sus
ganancias sin preocupación; y el especulador no le importa quién pierda,
porque así consigue su prima. No importa su rango, no importa en qué
estén involucrados — si en promulgar las Leyes de Cereales, o en
peleándose entre ellos en las puertas de un teatro — los hombre se
muestran aún, como poco menos que bárbaros en broadcloth.
Por lo tanto aún necesitamos grilletes, gobernantes para imponerlos; y el
poder de la obediencia para hacer que esos gobernantes sean obedecidos.
Tanto como el amor a la ley de Dios es imperfecta, debe llamarse al miedo
de la ley del hombre para suplir su lugar. Y en la medida que la ley del
hombre sea necesaria debe haber veneración hacia ella para asegurar la
lealtad necesaria. Por lo tanto, como el hombre todavía está bajo la
influencia de este sentimiento, debemos esperar que sus costumbres,
creencias, y filosofías testifiquen su presencia.
Aquí, entonces, tenemos un fundamento de la idea de la idoneidad del
gobierno. Es la última y más refinada forma asumida por esta disposición
para exaltar el estado a expensas del individuo. Se han escrito libros para
probar que la voluntad del monarca debe ser la ley absoluta del súbdito; y si
en vez del monarca leemos legislatura, tenemos la teoría de la idoneidad.
Simplemente modifica el «derecho divino de los reyes» en el derecho divino
de los gobiernos. Es el despotismo democratizado. Entre ese régimen
oriental bajo el que el ciudadano era la propiedad privada de su gobernante,
sin tener ningún tipo de derechos, y ese estado final bajo el que los derechos
serán completos e inviolables, viene este estado intermedio en que se le
permite tener derechos, pero solo por tolerancia del parlamento. Así la
filosofía de la idoneidad encaja naturalmente en su ligar como un fenómeno
acompañando a nuestro progreso de la pasada esclavitud a la futura libertad.
Es una de la serie de creencias a través de la que la humanidad tiene que
pasar. Como cada uno de sus predecesores, es natural en una cierta fase del
desarrollo humano. Y está condenado a perder su control tan rápido como
aumente nuestra adaptación al estado social.
§4
Es solo teniendo en mente que necesitando el hombre una teoría de
algún tipo apoyará cualquier tontería en falta de algo mejor, que podemos
entender cómo la doctrina del Contrato Social de Rousseau haya llegado a
ALDO EMILIANO LEZCANO
194
ser tan ampliamente aceptada. Este hecho recordó, sin embargo, que la
creencia en tal doctrina se vuelve comprensible. Aquí estaban los hombres
mezclados juntos bajo el gobierno y ley. Parecía claro que el arreglo era en
conjunto uno beneficioso. De ahí la tan natural, aunque errónea, conclusión
de que la autoridad del estado era una institución moral. Y siendo la
autoridad estado tomada de una institución moral, se hace necesario
responder por ella, defenderla, conciliarla con la justicia y la verdad. Bajo
cuyo estímulo se sugirió esta teoría de un acuerdo originalmente firmado
entre los individuos por un lado, y la comunidad, o los agentes actuando
por ella, en el otro lado, en el cual se acordó intercambiar lealtad por
protección; y en virtud de cuyo supuesto acuerdo los gobiernos continúan
ejerciendo poder y exigiendo obediencia.
No debe sorprender que tal explicación hubiera satisfecho al irreflexivo;
pero es sumamente extraño que hubiera ganado crédito entre los hombres
instruidos. Observa la serie de inconvenientes fatídicos que pueden iniciarse
de ella.
En primer lugar, la asunción es una puramente injustificada. Antes de
presentar al control legislativo basado en un supuesto acuerdo hecho por
nuestros antepasados, tenemos que tener alguna prueba de que tal acuerdo
se hizo. Pero no se da ninguna prueba. Al contrario, los hechos, tanto como
podemos verificarlos, más bien implican que bajo las formas sociales
primitivas, si fuera salvaje, patriarcal o feudal, la obediencia a la autoridad se
daba incondicionalmente, y cuando el gobernador recurría a la protección era
porque le molestaba el intento de uno de sus súbditos de ejercer un poder
similar al suyo — una conclusión bastante en armonía con lo que
conocemos de juramentos de lealtad tomados más adelante.
De nuevo; incluso suponiendo que el contrato se ha hecho, no somos
beneficiarios, porque se ha invalidado repetidamente debido a la violación
de sus términos. No hay más pueblo que el que se rebela de vez en cuando;
y no hay más gobierno que el que ha fracasado, en infinidad de casos, en
dar la protección prometida. ¿Cómo, entonces puede este contrato
hipotético considerarse obligatorio, cuando, si se hizo alguna vez, ha sido
roto por ambas partes?
Pero, admitiendo el acuerdo, y admitiendo que no ha ocurrido nada
positivo para invalidarlo, aún nos tienen que mostrar en qué principio ese
acuerdo, hecho, nadie sabe cuándo, por nadie sabe quién, puede mantenerse
para atar a gente viviendo ahora. Las dinastías han cambiado, y diferentes
formas de gobierno se han sustituido unas a otras, desde que la presunta
transacción hubiera tenido lugar; mientras que, entre la gente que se supone
ALDO EMILIANO LEZCANO
195
que hubiera participado, y los descendientes actuales, innumerables
generaciones ha vivido y muerto. ¡Así que debemos asumir que este pacto
ha sobrevivido una y otra vez las muertes de todas las partes interesadas! Es
verdaderamente un poder extraño este que nuestros antepasados ejercieron
— ¡ser capaces de fijar el comportamiento de sus descendientes por todo el
porvenir! ¿Qué pensaría cualquier si se le obligara a besar el dedo del pie del
papa, porque su tatara-tatara-tatara-abuelo prometió que lo haría así?
Sin embargo, nunca hubo tal contrato. Y si lo hubiera habido, las
constantes infracciones lo hubieran destruido. E incluso si fuera
indestructible no podría obligarnos, sino solo a aquellos que la hicieron.
§5
La prepotencia de un Malvolio es suficientemente absurda; pero
debemos ir más allá de esto para igualar la arrogancia de las asambleas
legislativas. Algunos criados que, engañados por una fuerte ansia de
dominio, y una imprudencia igual a sus ansias, interpretarían su
administración como propiedad, podría ilustrar esto más apropiadamente. Si
tal argumentara que la propiedad que se le ha sido asignada para administrar
ha sido virtualmente reasignada en su posesión — que para asegurar los
beneficios de su administración su dueño le ha dado el título — que ahora
vivía en ella solo por su permiso (del criado) — y que en el futuro no
recibirá salario de él, excepto por su buena voluntad (del criado) —
entonces tendríamos una perfecta parodia sobre el comportamiento de los
gobiernos con las naciones; entonces tendríamos un doctrina perfectamente
análoga a esta popular, que enseñan cómo el hombre al convertirse en un
miembro de la comunidad da, por el bien de ciertas ventajas sociales, sus
derechos naturales. Partidarios de esta doctrina popular protestarán sin
duda contra tal interpretación de la misma. No tienen causas razonables
para hacerlo así, sin embargo, como aparecerá al presentarlos a
interrogatorio. Supongamos que lo empezamos así:
«Tu hipótesis de que el hombre, cuando entró en el estado social, entreg
su libertad original implica que lo hizo voluntariamente ¿verdad?»
«Sí».
«¿Entonces debió considerar el estado social preferible a ese bajo el que
había vivido previamente?»
«Necesariamente».
ALDO EMILIANO LEZCANO
196
«¿Por qué parece preferible?»
«Porque ofrece una mayor seguridad».
«¿Mayor seguridad para qué?»
«Mayor seguridad para la vida, para la propiedad, para las cosas que
ayudan a la felicidad».
«Exacto. Para conseguir mayor felicidad: ese debe haber sido el objetivo.
Si ellos hubieran esperado conseguir más infelicidad, no hubieran hecho el
cambio voluntariamente ¿verdad?»
«No».
«¿No consiste la felicidad en la debida satisfacción de todos los deseos?
¿En el debido ejercicio de todas las facultades?».
«Sí».
«Y este ejercicio de las facultades es imposible sin libertad de acción. Los
deseos no pueden satisfacerse sin libertad para perseguir y utilizar sus
objetivos».
«Verdad».
«Y es esta libertad para ejercer las facultades dentro de límites
específicos, lo que nosotros queremos decir con «derechos» ¿verdad?
«Sí».
«Bueno, entonces, resumiendo tus respuestas, parece que, por tus
hipótesis, el hombre entró en el estado social voluntariamente; lo que
significa que entró para obtener una mayor felicidad; lo que significa que
entró para obtener pleno ejercicio de sus facultades; lo que significa que
entró para obtener seguridad para tal ejercicio; lo que significa que entró
para garantizarse sus «derechos».
«Expón tu proposición de forma más tangible».
«Muy bien. Si este es una declaración muy abstracta para ti, intentemos
una más simple. Dices que un estado de combinación política es preferible
principalmente porque ofrecía mayor seguridad para la vida y la propiedad
que el estado aislado».
«Por supuesto».
«¿No están las reivindicaciones del hombre a su vida y a su propiedad
entre lo que llamamos derechos; y además los más importantes?»
«Sí».
«¿Entonces decir que el hombre formaron comunidades para prever la
violación constante de sus derechos a la vida y a la propiedad, es decir que
lo hicieron para la preservación de sus derechos?».
«Sí».
ALDO EMILIANO LEZCANO
197
«Por lo tanto, de cualquier manera encontramos que los derechos eran el
objetivo buscado».
«Así parece».
«¿Pero tu hipótesis es que el hombre entregó sus derechos al entrar en el
estado social?».
«Sí».
«Mira ahora cómo te contradices. Afirmas que al convertirse en
miembros de un sociedad, ¡el hombre entregó lo que según dices entró para
conseguirlo mejor!».
«Bueno, quizás no debería haber dicho que «entregaron» sus derechos,
sino que los confiaron».
«¿En qué confianza?».
«En la de un gobierno».
«¿Un gobierno, entonces, es un tipo de agente empleado por los
miembros de una comunidad, para cuidar, y administrar para su beneficio,
algo entregado a su cargo?»
«Exacto».
«¿Y por supuesto, como todos los otros representantes, ejercita
autoridad solo en la voluntad de quién lo designa — lleva a cabo todo lo
que se le encarga hacer sujeto a su aprobación?».
«Impecablemente».
«Y las cosas entregadas a su cargo aún pertenecen a sus dueños
originales. La propiedad de las personas de los derechos que les confiaron
sigue vigente: ¿la gente puedo pedirle a este agente el beneficio total
acumuladas de estos derechos; y puede, si quiere, reasumir su control?».
«No».
«¡No! ¿Qué, no pueden reclamar su propiedad?».
«No. Habiendo una vez asignado sus derechos al cuidado de la
legislatura, deben contentarse con el uso que la legislatura les permita de
ellos».
Y así llegamos a la curiosa doctrina a la que nos referimos arriba, de que
habiendo confiado los miembros de una comunidad una propiedad (sus
derechos) al cuidado de un sirviente (su gobierno), de este modo pierde
toda el derecho de tal propiedad, y no tiene beneficios de ella, ¡excepto las
que su sirviente desea conceder!
ALDO EMILIANO LEZCANO
198
§6
Pero es innecesario atacar a esta teoría del gobierno omnipotente desde
fuera, porque se traiciona desde el interior. Es autodestructiva. Es refutada
por su propio principio más íntimo. El propio testigo llamado a testificar su
verdad deja salir su mentira. ¿Para qué fin es este intento de negar los
derechos? Si es su fin el establecer la ley de la felicidad más grande al mayor
número de personas — una ley para realizar lo que se dice que existe el
gobierno — una ley solo a través de cuyos dictados debería guiarse el
gobierno — una ley, por lo tanto, de una autoridad mayor que el gobierno;
antecedente a ella — una ley al que el gobierno debe ser servil, subordinado.
¿Pero en qué, cuando se analiza, se resuelve esta ley de la felicidad más
grande para el mayor número de personas? En el dogma ultrademocrático
— todos los hombres tienen derecho igual a la felicidad mientras sea para
hacer cumplir la ley— todos los hombres tienen los mismos derechos a la
felicidad, ese gobierno existirá. Y así, aún de acuerdo con la hipótesis
contraria, los derechos son el principio y el fin del gobierno; y el rango por
encima por encima de ella, el fin por encima de los medios.
ALDO EMILIANO LEZCANO
199
CAPÍTULO XIX
EL DERECHO A IGNORAR AL ESTADO
§1
Como resultado de la proposición de que todas las instituciones deben
subordinarse a la ley de la misma libertad, no podemos más que admitir el
derecho del ciudadano a adoptar una condición de voluntaria ilegalidad. Si
cada hombre tiene libertad para hacer lo que quiera, siempre y cuando no
viole la misma libertad de cualquier otro hombre, entonces es libre de
abandonar el vínculo con el estado — renunciar a su protección, y negarse a
financiarle. Es obvio que actuando así no pisotea las libertades de otros;
porque su postura es pasiva; y mientras que sea pasiva no se puede
convertir en un agresor. Es igualmente obvio que no puede ser obligado a
continuar una corporación política, sin un quebrantamiento de la ley moral,
viendo que la ciudadanía implica pago de impuestos; y que quitarle la
propiedad a un hombre va en contra de su voluntad, es una violación de sus
derechos. Siendo el gobierno simplemente un representante contratado en
común por un número de individuos para asegurarles ciertas ventajas, la
propia naturaleza de la conexión implica que cada persona es quien debe
decidir si contratará a tal representante o no. Y si uno de ellos decide
ignorar esta confederación de seguridad mutua, nada se puede decir excepto
que pierde todos los derechos a sus privilegios, y se expone a los peligros
del abuso — una cosa a la que tiene plena libertad para hacer si quiere. No
puede ser obligado a una combinación con la política sin una infracción en
la ley de la misma libertad; puede salirse de ella sin cometer tal infracción; y
por eso tiene derecho a retirarse.
§2
«Ninguna ley humana tiene validez si es contraria a la ley de la naturaleza;
y todas las que son válidas derivan toda su fuerza y toda su autoridad
ALDO EMILIANO LEZCANO
200
mediante o inmediatamente de la original». Así lo escribe Blackstone, a
quién hay que darle todo el mérito por haber visto las ideas de su tiempo; y,
además, podemos decir del nuestro. Un buen antídoto, este, para aquellas
supersticiones políticas que predominan tan ampliamente. Un buen ejemplo
de este sentimiento de la adoración al poder que aún nos engaña
aumentando los privilegios de los gobiernos constitucionales es el que una
vez hicieron los monarcas. Dejad que el hombre aprenda que una legislatura
no es «nuestro Dios en la tierra,» sino que, a través de la autoridad que le
atribuyen, y las cosas que esperan de él, verían que lo piensan así. Dejadlos
que aprendan que más bien es una institución sirviendo a un objetivo
puramente temporal, cuyo poder, cuando no robado, es como mucho
prestado.
¿No hemos visto, de hecho, que el gobierno es esencialmente inmoral?
¿No es el vástago del mal, llevando todas las marcas de su parentesco? ¿No
existe porque existe el crimen? ¿No es fuerte, o, como decimos, despótico,
cuando el delito es grande? ¿No hay más libertad, menos gobierno, cuando
disminuye el crimen? ¿Y no acaba el gobierno cuando acaba el crimen, por
tener pocos objetivos en los que desempeñar su función? No solo el poder
magistral existe por el mal, sino para el mal. La violencia es empleada para
mantenerlo; y toda la violencia supone criminalidad. Soldados, policías, y
carceleros; espadas, bastones y grilletes, son instrumentos para infligir dolor;
e infringir dolor es en resumen malo. Este estado emplea armas malvadas
para dominar al mal, y de la misma manera contaminada por los objetos con
los que trata, y los medios a través de los que trabaja. La moralidad no
puede reconocerlo; por que la moralidad, siendo simplemente una
declaración de la ley perfecta, no puede permitir a nada crecer de, y vivir
por, quebrantamientos de esa ley (cap. I). Por lo que, la autoridad legislativa
no puede ser nunca ética — debe ser siempre simplemente convencional.
Por lo tanto, hay una cierta inconsistencia en el intento de determinar la
posición, estructura y conducta correctas de un gobierno apelando al primer
principio de la rectitud. Porque, como se acaba de señalar, los actos de una
institución que tanto en naturaleza como en origen es imperfecta, no se
puede estar en concordancia con la ley perfecta. Todo lo que podemos
hacer es averiguar, primero, en qué actitud se debe mantener una legislación
en la comunidad para evitar ser un mal personificado debido a su mera
existencia; — segundo, de qué manera debe constituirse para mostrar la
menor incongruencia con la ley moral: — y tercero, a qué esfera se deben
ALDO EMILIANO LEZCANO
201
limitar sus acciones para prever que multiplique esas violaciones de la
igualdad que se estableció para evitar.
La primera condición con la que se debe estar de acuerdo antes de que
pueda establecerse una legislatura sin violar la ley de la misma libertad, es el
reconocimiento del derecho que se está discutiendo ahora— el derecho a
ignorar un estado.
p
§3
Los defensores del despotismo total pueden creer convenientemente que
el control del estado es ilimitado e incondicional. Aquellos que afirman que
el hombre está hecho para los gobiernos y no los gobiernos para el hombre,
puede mantener consistentemente que nadie puede salirse más allá de los
estándares de la organización política. Pero aquellos que mantienen que la
gente son los únicas fuentes legítimas de poder — que la autoridad
legislativa no es original, sino nombrada — no pueden negar el derecho de
ignorar al estado sin incurrir en el disparate.
Porque, si se nombra la autoridad legislativa, se deduce que aquellos de
quién procede son los dueños de quienes se confiere: se deduce también,
que como dueños ellos confieren dicha autoridad voluntariamente: y esto
implica que la pueden dar o retener como quieran. No tiene sentido exigir
una autoridad que se ha arrebatado a los hombres sin su consentimiento.
Pero lo que aquí es verdad para todos en conjunto es igualmente verdad por
separado. Si un gobierno puede actuar correctamente para la gente, solo
cuando estos le dan el poder, también puede actuar correctamente por el
individuo, solo cuando este le da el poder. Si A, B, y C, discuten si deben
contratar un representante para hacer por ellos cierta labor, y si mientras
que A y B están de acuerdo en ello, C disiente, C no puede de igual manera
tomar parte en el acuerdo en representación de sí mismo. Y esto debe ser
igualmente verdad en treinta como en tres: y si de treinta, ¿por qué no de
trescientos, o tres mil, o tres millones?
p
De ahí se pueden sacar argumentos para sus impuestos directos; viendo que solo se hace
posible el rechazo a la carga del estado cuando los impuestos son directos.
ALDO EMILIANO LEZCANO
202
§4
De las supersticiones políticas a las que hemos aludido recientemente,
ninguna está tan universalmente difundida como la noción de que las
mayorías son omnipotentes. Bajo la impresión de que la conservación del
orden nunca requerirá poder para ejercerse a través algún partido, el sentido
moral de nuestro tiempo siente que tal poder no puede otorgarse
correctamente en nadie excepto en la parte más grande de la sociedad.
Interpreta literalmente el dicho «la voz de la gente es la voz de Dios,» y
transfiriendo a uno lo sagrado unido al otro, concluye que del deseo de la
gente, es decir, de la mayoría, no hay apelación. Aun así esta creencia es
completamente errónea.
Supón, como hipótesis, que, golpeada por algún pánico Maltusiano, una
legislatura representando debidamente la opinión pública fuera a promulgar
que todos los niños nacidos durante los próximos diez años deberían ser
ahogados. ¿Alguien cree que tal promulgación sería justificable? Si no, hay
evidentemente un límite del poder de una mayoría. Supón, de nuevo, que
hay dos razas viviendo juntas — Celtas y Sajones, por ejemplo — la más
numerosa decidió a hacer a los otros sus esclavos. ¿Sería válida la autoridad
del mayor número en tal caso? Si no hay algo a lo que debe subordinarse su
autoridad. Supón una vez más, todos los hombres que tienen ingresos por
debajo de las 50 libras al año tendrán que acordar el reducir cada ingreso
por encima de esa cantidad a sus propios estándares, y asignar el exceso a
fines públicos. ¿Podría justificarse su solución? Si no se debe declarar por
tercera vez que hay una ley de la que la voz popular debe diferir. ¿Cuál,
entonces, es esta ley, sino la ley de pura igualdad — la ley de la misma
libertad? Estas limitaciones, que todos pondrían a la voluntad de la mayoría,
son exactamente las limitaciones establecidas por esa ley. Negamos el
derecho a la mayoría de asesinar, esclavizar, o robar, simplemente porque el
asesinato, la esclavitud, y el robo son violaciones de esa ley — violaciones
demasiado repugnantes para ser ignoradas. Pero si las mayores violaciones
de ésta están mal, también lo están las pequeñas. Si la voluntad de muchos
no puede suplantar el primero principio de moralidad en estos casos, no
podrá en ninguno. Así que, por insignificante que sea la minoría, y por
insignificante que sea la supuesta violación de sus derechos, tal violación no
se puede permitir.
Cuando hayamos creado nuestra constitución totalmente democrática,
piensa para sí el reformista serio, deberíamos haber conseguido llevar al
ALDO EMILIANO LEZCANO
203
gobierno en armonía con la justicia absoluta. Tal fe, aunque quizás necesaria
para la época, es una muy equivocada. No se puede volver la coacción justa
a través de ningún proceso. La forma de gobierno más libre es la forma
menos censurable. Al dominio de los pocos por muchos lo llamamos
tiranía: el dominio de los pocos por muchos es tiranía también; solo que de
un tipo menos fuerte. «Debes hacer como deseamos, no como tú desees,»
es en cualquier caso la declaración; y su los cien se lo hacen a los noventa y
nueve, en vez de los noventa y nueve a los cien, es solo un poco menos
inmoral. En ambas partes, quienquiera que cumpla su declaración rompe
necesariamente la ley de la misma libertad: siendo la única diferencia que en
una lo rompen noventa y nueve personas, mientras que el otro lo rompen
cien personas. Y el mérito de la forma democrática de gobierno consiste
únicamente en esto, que infringe contra el menor número.
La propia existencia de mayorías y minorías indica un estado inmoral. El
hombre cuyo carácter está en armonía con la ley moral, encontramos que
puede obtener la felicidad completa son disminuir la felicidad de sus
semejantes (cap. III). Pero la promulgación de acuerdos públicos a través de
votos implica una sociedad formada por hombres constituidos de otra
manera — implica, entonces, inmoralidad orgánica. Así, desde otro punto
de vista, percibimos de nuevo que incluso en su forma más justa es
imposible para el gobierno el desligarse del mal; y además, que a no ser que
el derecho a ignorar al estado se reconozca, sus actos deben ser
esencialmente criminales.
§5
Que un hombre es libre de abandonar los beneficios y quitarse de
encima la carga de la ciudadanía, pueden de hecho deducirse de los
reconocimientos de autoridades existentes y de opinión actual. No
preparados como seguramente están para una doctrina tan extrema como la
que se mantiene aquí, los radicales de nuestros días aún profesan
inconscientemente su creencia en una máxima que obviamente personifica
esta doctrina. ¿No les escuchamos continuamente citar la afirmación de
Blackstone de que «ningún súbdito de Inglaterra puede ser obligado a pagar
ninguna ayuda o impuestos incluso para la defensa del reino o financiar al
gobierno, sino que como se imponen por su propio consentimiento, o de su
ALDO EMILIANO LEZCANO
204
portavoz en el parlamento?»¿Y qué significa esto? Significa, dicen ellos, que
cada hombre debe tener un voto. Verdad: pero significa mucho más. Si hay
algún sentido en las palabras es una enunciación diferente del propio
derecho por el que se compite. En afirmar que un hombre no debe cobrar
impuestos de esta manera a no ser que haya dado directa o indirectamente
su consentimiento, se afirma que puede negarse a que se le cobren
impuestos; y negarse a pagar los impuestos, es cortar toda conexión con el
estado. Quizás se diga que este consentimiento no es un específico, sino
uno general, y que se entiende que el ciudadano ha consentido todo lo que
sus representantes pueden hacer, cuando le votaron. Pero supón que no le
votó; y que al contrario hizo todo lo que tenía en su poder para que
eligieran a otro con puntos de vistas diferentes — ¿Entonces qué? La
respuesta probablemente será que, al tomar parte de tal elección, aceptó
tácitamente a cumplir la decisión de la mayoría ¿Y qué pasa si no votó?
Entonces no puede quejarse justamente de ningún impuesto, viendo que no
protestó contra su imposición. Así, de manera tan curiosa, parece que el dio
su consentimiento de cualquiera de las maneras que actuó — ¡si dijo que sí,
si dijo que no, o si permaneció neutral! Una doctrina bastante rara es esta.
Aquí está un ciudadano desafortunado al que se le pregunta si pagará dinero
por una cierta ventaja ofrecida; y si emplea los únicos medios para expresar
su negativa o simplemente no lo emplea, se nos dice que prácticamente está
de acuerdo; si solo el número de aquellos que están de acuerdo es mayor
que el número de aquellos que disienten. Y así se nos introduce al principio
novedoso de que el consentimiento de A a una cosa no es determinada por
lo que A dice, ¡sino por la que B puede llegar a decir!
Son aquellos que citan a Blackstone lo que tienen que elegir entre esta
estupidez y la doctrina descrita arriba. O su máxima implica el derecho a
ignorar al estado, o disparates.
§6
Hay una extraña heterogeneidad en nuestros credos políticos. Los
sistemas que han tenido su época, y están empezando a dejar pasar aquí y
allí la luz del día, están remendados con nociones modernas diferentes en
calidad y color; y los hombres con seriedad los muestran, los llevan, y
pasean con ellos, bastante inconscientes de su monstruosidad. Este estado
transitorio nuestro, participando como lo hace igualmente del pasado y del
ALDO EMILIANO LEZCANO
205
futuro, produce teorías híbridas exhibiendo la unión más extraña de antiguo
despotismo y de la libertad venidera. Hay ejemplos de la antigua
organización disfrazadas curiosamente por los orígenes de las nuevas —
peculiaridades mostrando adaptación a un estado anterior modificado por
rudimentos que profetizan algo que va a venir — creando una mezcla tan
caótica de relaciones que no se sabe a qué clase se refieren estas novedades
de la época. Como las ideas deben llevar por necesidad el sello del tiempo,
es inútil lamentarse por el contento con que estas creencias incongruentes
se mantienen. De lo contrario parecería inapropiado que el hombre no
persiguiera el fin de los trenes del razonamiento que le ha llevado a estas
modificaciones parciales. En el caso presente, por ejemplo, la coherencia les
forzará a admitir que, en otros puntos además del que se acaba de ver,
mantienen opiniones y utilizan argumentos en el que se involucra el derecho
de ignorar al estado.
¿Pero cuál es el significado de Disentir? El momento fue cuando la fe de
un hombre y su forma de adorar estaban tan determinadas por la ley como
sus actos seculares; y, de acuerdo con cláusulas existentes en nuestro código
de leyes, aún están así. Gracias al aumento de un espíritu Protestante, sin
embargo, hemos ignorado al estado en este asunto — totalmente en teoría,
y parcialmente en la práctica. ¿Pero cómo lo hemos hecho así? Asumiendo
una actitud que, si se mantiene consistentemente, implica un derecho a
ignorar al estado completamente. Observa las posiciones de ambas partes.
«Esta es tu creencia,» dice el legislador; «debes creen y profesar
abiertamente lo que se ha establecido aquí para ti». «No haré nada así,»
responde el inconformista; «prefiero ir a prisión». «Tus leyes religiosas,»
sigue el legislador, «deben ser las que hemos prescrito. Asistirás a las iglesias
que hemos fundado, y adoptarás las ceremonias utilizadas en ellas». «Nada
me persuadirá de hacer eso,» es su respuesta; «Niego totalmente tu poder
para darme órdenes en tales asuntos, y quiere decir que me resistiré lo
máximo». «Por último,» añade el legislador, «te exigimos que pagues tal
suma de dinero para la financiación de estas instituciones religiosas, como
nos parezca oportuno fijar». «Ni un cuarto de penique tendréis de mí,»
exclama nuestro fuerte independiente: «incluso si creyera en las doctrinas de
vuestra iglesia (que no lo hago), aún me revelaría contra vuestra intromisión;
y si tomáis mi propiedad, será por la fuerza y bajo protesta.
¿A qué llega este procedimiento cuando se considera en lo abstracto?
Llega a una afirmación por la que el individuo tiene el derecho de ejercer
una de sus facultades — el sentimiento religioso — sin impedimento ni
obstáculo, y sin límites salvo los establecidos por los derechos iguales de
ALDO EMILIANO LEZCANO
206
otros. ¿Y qué significa ignorar al estado? Simplemente una afirmación del
derecho parecido a ejercer todas las facultades. La primera solo es una
extensión de la otra — descansa en la mismo base que la otra — debe
mantenerse o caer con la otra. En verdad el hombre habla de libertad civil y
religiosa como cosas diferentes: pero la distinción es bastante arbitraria. Son
partes del mismo todo y no pueden separarse filosóficamente.
«Sí pueden,» interviene un objetor; «la afirmación de la primera es
imprescindible para ser un deber religioso. La libertad de adorar a Dios de la
forma que le parezca a él correcta, es un libertad sin la que un hombre no
puede satisfacer lo que él cree que son las órdenes Divinas, y por eso la
conciencia le exige que lo mantenga». No cabe duda; ¿pero cómo si puede
afirmarse lo mismo en todas las otras habilidades? ¿Cómo si su
mantenimiento también resulta ser una cuestión de consciencia? ¿No hemos
visto que la felicidad humana es la voluntad Divina — que solo ejerciendo
estas habilidades se obtiene esta felicidad — y que es imposible ejercerlas
sin libertad? (cap. IV) Y si esta libertad para el ejercicio de las facultades en
una condición sin la que la voluntad Divina no puede realizarse, su
conservación es, a través de lo que nos enseña nuestro opositor, un deber.
O, en otras palabras, parece no solo que el mantenimiento de la libertad de
acción debe ser un punto de conciencia, sino que tiene que serlo. Y así
mostramos sinceramente que los derechos a ignorar al estado en asuntos
religiosos y seculares son esencialmente idénticos.
La otra razón comúnmente asignada a la inconformidad, admite
tratamiento similar. Además de resistir la orden del estado en lo abstracto, el
disidente lo resiste desde la desaprobación de las doctrinas enseñadas.
Ningún mandato legislativo le hará adoptar lo que considera una creencia
errónea; y, teniendo en mente su deber hacia su prójimo, se niega a ayudar a
través de su capital en diseminar esta creencia errónea. La postura es
perfectamente comprensible. Pero es una que o compromete también a sus
seguidores a una inconformidad civil, o los deja en un dilema. ¿Por qué nos
negamos a ser un instrumento en propagar un error? Porque el error es
contrario a la felicidad humana. ¿Cómo se puede mostrar entonces que se
debería oponer al estado en un caso y no en el otro? ¿Alguien afirmaría
deliberadamente que si el gobierno nos pide dinero para ayudar a enseñar lo
que creemos que produce mal, debemos negarnos a ello; pero que si el
dinero es con el objetivo de hacer lo que pensamos que producirá mal, no
debemos negarnos? Aun así, tal es la proposición optimista que tienen que
mantener quienes reconocen el derecho de ignorar al estado en asuntos
religiosos, pero negarlo en asuntos civiles.
ALDO EMILIANO LEZCANO
207
§7
El contenido de este capítulo nos recuerda una vez más la incongruencia
entre la ley perfecta y un estado imperfecto. La posibilidad del principio
aquí establecido varía como la moralidad social. En una comunidad
totalmente violenta su reconocimiento produciría anarquía. En una
totalmente virtuosa su reconocimiento sería tanto inocuo como inevitable.
El progreso hacia una condición de salud social — una condición, es decir,
en la que las medidas correctivas de la legislación ya no serían necesarias, es
progreso hacia una condición en que esas medidas correctivas serán
desechadas, y la autoridad que las prescribe ignorada. Los dos cambios
están necesariamente sincronizados. Ese sentido moral cuya supremacía
hará a la sociedad armoniosa y al gobierno innecesario, es el mismo sentido
moral que hará que cada hombre afirme su libertad incluso hasta llegar a
ignorar al estado — es el mismo sentido moral que, disuadiendo a la
mayoría de coaccionar a la minoría, hará que eventualmente el gobierno sea
imposible. Y como lo que son simplemente diferentes manifestaciones de
un mismo sentimiento debe llevar una proporción constante el uno del
otro, la tendencia a repudiar a los gobiernos aumentará solo en la misma
proporción que los gobiernos se vuelvan innecesarios.
Que nadie se alarme, entonces, en la declaración de la anterior doctrina.
Aún deben ocurrir muchos cambios antes de que empiece a ejercer más
influencia. Probablemente transcurrirá largo tiempo antes de que se admita
generalmente el derecho a ignorar al estado, incluso en teoría. Pasará mucho
antes de que reciba reconocimiento legislativo. E incluso habrá suficientes
revisiones en su ejercicio prematuro. Una dura experiencia enseñará
suficientemente a aquellos que abandonen demasiado pronto la protección
legal. Aunque, en la mayoría de los hombres, hay tal amor por los acuerdos
establecidos, y tanto miedo a los experimentos, que probablemente no
actuarán sobre este derecho hasta mucho después de que sea seguro
hacerlo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
208
CAPÍTULO XX
LA CONSTITUCIÓN DEL ESTADO
q
§1
De las varias conclusiones deducibles de la ley de la misma libertad hay
pocas más obvias y que están más de acuerdo que ésta, que todos los
miembros de una comunidad tienen los mismos derechos al poder político.
Si cada hombre tiene libertad para hacer lo que desee, siempre y cuando no
infrinja la misma libertad de cualquier otro hombre, entonces cada uno es
libre de ejercer la misma autoridad en la legislación como sus semejantes; y
ni un individuo ni la clase pueden ejercer una mayor autoridad que el resto
sin violar la ley.
Evidentemente, por lo tanto, un gobierno totalmente democrático es el
único que es moralmente admisible — es el único que no es
intrínsecamente criminal. Como se ha mostrado anteriormente, ningún
gobierno puede tener autoridad ética. La forma más grande que puede
asumir es esa en la que la ley moral permanece pasiva con respecto a él —
lo tolera — no se queja de él. La primera condición de esa forma es que la
ciudadanía debe ser voluntaria; la segunda — que debe conceder los
mismos privilegios.
§2
Es un hecho bastante bien establecido que el hombre aún es egoísta. Y
es evidente que los seres que responden a este epíteto emplearán el poder
puesto en sus manos para su propia ventaja. Directa o indirectamente, tanto
de una forma o de otra, si no abiertamente, entonces en secreto, se
q
El interés inmediato de la materia explicará suficientemente la longitud a la que se
extiende este capítulo; y si el estilo del argumento utilizado en él es de alguna manera
demasiado popular para un trabajo como este, la misma consideración sirve como excusa.
Dos de las secciones ya han aparecido impresas.
ALDO EMILIANO LEZCANO
209
atenderán sus fines privados. Admitiendo la proposición de que el hombre
es egoísta, no podemos evitar el resultado, que aquellos que poseen
autoridad la utilizarán, si se les permite, para propósitos egoístas.
Si alguien necesitara hechos que probaran esto, los encontraría en cada
página del volumen de historia más cercano. Bajo en encabezamiento —
Monarquía, leerá los insaciables ansias de más territorios; de expropiación
de la propiedad de los súbditos; de justicia vendida al mayor postor; de
continua devaluación de la moneda; y de una avaricia que podían incluso
decrecer para compartir las ganancias de las prostitutas.
Encontrará al Feudalismo ejemplificando el mismo espíritu en las
crueldades infligidas a los siervos; por los derechos de la guerra privada; por
las incursiones depredadoras de los países colindantes, por los robos
ejercidos a los judíos; y por el tributo desorbitado que sacaban los burgueses
— todos ellos ejemplos de ese lema, tan característico del sistema, «Querréis
lo que yo quiera».
¿Busca la misma evidencia en la conducta de los aristócratas posteriores?
Puede descubrirlo en cada estado en Europa: en España, donde las tierras
de nobles y clero estaban ampliamente libre de impuestos; en Hungría,
donde, hasta hace poco, los hombres con título estaban libres de pagar
peaje, y solo los comerciales y las clases trabajadoras pagaban; en Francia,
antes de la primera revolución, donde el Tercer Estado tenía que soportar
todos las cargas del estado; en Escocia, donde hace menos de doscientos
años era la costumbre de los terratenientes secuestrar a la gente del pueblo,
y exportarlos como esclavos; en Irlanda, donde en la rebelión una banda de
terratenientes usurpadores, cazaron y dispararon a los católicos como si
fuera un juego, por atreverse a reclamar lo suyo.
Si se quieren más pruebas de que el poder se utilizará para servir los
objetivos de sus dueños, la legislación inglesa puede suministrar muchos
más. Coged, por ejemplo, la nombrada de manera significativa «Acta Negra»
(9ª de Jorge I), que declara que cualquiera embozado y en posesión de un
arma ofensiva «apareciendo en cualquier madriguera, o lugar donde las
liebres o conejos, o donde normalmente se les mantiene, y siendo
debidamente condenado, debe ser declarado culpable del delito, y debe
sufrir la muerte, sin beneficio del clero». Ejemplo también las Leyes de
Cercamiento, en las que los bienes comunes fueron divididos entre los
terratenientes vecinos, en proporción a sus propiedades, sin tener en cuenta
los derechos de los pobres campesinos. Nótese también la maniobra por la
que los impuestos sobre la tierra se han mantenido inmóviles, o han incluso
disminuido, mientras que otros impuestos se han aumentado enormemente.
ALDO EMILIANO LEZCANO
210
Añade a estos los monopolios privados (obtenidos del rey por «una
recompensa»), la corrupción de los fondos de las escuelas públicas, la
construcción de lugares, y pensiones.
Tampoco es la disposición al uso del poder con fines privados menos
manifiesta en nuestros días. Se muestra en la afirmación de que un sistema
electoral debería dar un predominio al interés del terrateniente. Lo vemos
en la legislación que les libera de varios impuestos aplicados, para que
puedan permitirse pagar más alquiler. Es palpablemente señalado en los
Game Laws. La conducta del hacendado, a quien tasan su casa a un tercio
de su valor, da testimonio de ello. Aparece en la ley que permite al
propietario anticiparse a otros acreedores, y obtener su renta a través de la
toma inmediata de la propiedad de su arrendatario. Nos lo recuerdan los
patrimonios y derechos sucesorios a menudo mencionados. Está implícito
en el hecho de que mientras que nadie sueña en compensar al trabajador
despedido, los caballeros sinecuritas deben acaparar sus «intereses
personales» si se suprimen sus puestos. De parte de la Liga en contra de la
Ley de los Cereales recibe bastantes ejemplos. Se ve en los votos de los
ciento cincuenta miembros del ejército y navales del parlamento. Y por
último, encontramos que este egoísmo de aquellos con autoridad intimida,
incluso en los formularios de entrada al comité eclesiástico del
reverendísimo padre en Dios, que se han apropiado, para el
embellecimiento de sus propios palacios, fondos que les han confiado para
el beneficio de la Iglesia.
Pero no es necesario acumular ejemplos. Aunque debería citarse como
un testigo a cada historiador que ha visto el mundo, el hecho no podría ser
un poco más cierto de lo que ya es. ¿Por qué preguntar si aquellos en el
poder han buscado su propio beneficio en vez del de otros? Con la
naturaleza humana como la conocemos, deben haberlo hecho. Es esta
misma tendencia en los hombres de perseguir satisfacción a expensas de sus
vecinos que vuelve al gobierno necesario. Si no fuéramos egoístas, la
restricción legislativa sería innecesaria. Evidentemente, entonces, la misma
existencia de la autoridad estado prueba que los gobernantes irresponsables
sacrificarán el bien público para su beneficio personal; pese a todas las
promesas solemnes, profesiones engañosas, y controles y salvaguardias
cuidadosamente organizadas.
Si, por tanto, la legislación de clases es una consecuencia inevitable del
poder de clases, no se puede eludir la conclusión de que el interés de toda la
sociedad puede asegurarse, solo colocando el poder en las manos de todo el
pueblo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
211
§3
Contra la postura que para asegurar la justicia a la nación en toda su
extensión todos sus miembros deben poseer los mismos poderes, se exige
de hecho que, como las clases trabajadores constituyen la mayoría, dotar a
todos de este mismo poder, es prácticamente hacer a la clase trabajadora
suprema. Y probablemente se añadirá que por virtud de esta tendencia
egoísta que acabamos de enfatizar, la legislación en sus manos se
distorsionará inevitablemente para servir a los fines del trabajo sin tener en
cuenta los derechos de propiedad.
Claro que aquellos que plantean esta objeción no desean insinuar que la
gente usaría su poder como los bandidos. Aunque en los antiguos días
normandos, cuando el saqueo y quema de pueblos por parte de los nobles
vecinos no era infrecuente, un cambio en el gobierno popular supuso
contraataques sobre las fortalezas de esos piratas feudales, sin embargo bien
podemos concluir que el incremento de la moralidad social que disuade a
los aristócratas modernos de robar directamente al pueblo, también evitará a la
gente infligirles daño directo. El peligro al que apunta esta objeción — el
único peligro que se puede temer racionalmente — es que la misma
tendencia insensible que influye a nuestros gobernantes actuales, podría
llevar a la clase trabajadora a sacrificar los derechos de los ricos en el altar
de sus propios deseos — daría paso a un código de leyes favoreciendo a la
pobreza a expensas de la riqueza.
Incluso si no hubiera respuesta a esto, la evidencia aún dominaría a favor
de la liberación popular. ¿A qué es lo más que este argumento equivale?
Justo esto: — que los pocos deben continuar abusando de los muchos, no
sea que los muchos abusen de los pocos. Los bien alimentados, los que
tienen casas y ropas lujosas, los adlátere y pensionistas, quizás piensen que
es mejor que las masas deban sufrir por sus beneficios (como hacer) a que
ellos sufran del beneficio de las masas (como ellos deben). ¿Pero debería
decir esto un árbitro justo? No debería decir, al contrario, que incluso si sus
respectivos miembros fueran bendecidos con las mismas ventajas, la
minoría debería sacrificarse en vez de la mayoría; que cuanto más
numerosos son a la vez los menos favorecidos, sus derechos se vuelven aún
más imperativos. Seguramente, si uno de las dos partes debe rendirse ante la
injusticia, deberían ser los cientos de ricos, y no los miles de pobres.
ALDO EMILIANO LEZCANO
212
La objeción anterior, sin embargo, no es tan profunda como parece. Es
una cosa para una clase relativamente pequeña el unirse en la búsqueda de
una ventaja común, y otra cosas es para la multitud dispersa hacer lo
mismo. Algunos cientos de individuos que tienen intereses comunes,
moviéndose juntos en el mismo círculo, educados en los mismos prejuicios,
educados en una creencia, atados por los mismos lazos familiares, y
reuniéndose anualmente en la misma ciudad, pueden asociarse fácilmente
para obtener un objetivo deseado. Pero media docena de millones de
trabajadores, distribuidos en una amplia área, involucrados en varias
ocupaciones, perteneciendo a diferentes sectas religiosas, y divididos en dos
cuerpos diferentes, el primero empapado de los sentimientos y teorías de la
vida de ciudad, y el otro conservando todos los prejuicios del pasado que
aún permanece en el campo — para estos actuar con unanimidad es apenas
posible. Su masa es demasiado grande, demasiado incongruente, demasiado
dispersa, para una combinación efectiva. Tenemos una prueba actual de
esto. La agitación artista nos muestra hombres, que, durante los últimos
veinte años, han absorbido las ideas de libertad política — hombres que se
han irritado por un sentido de injusticia — hombres que han sido
despreciados por sus conciudadanos — hombres que han estado sufriendo
carencias diarias — hombres, por tanto, que han acumulado un estímulo
para unirse en la obtención de lo que sienten que tienen derecho, y que ven
razones para creer que les beneficiaría enormemente. ¿Y cómo han
prosperado en el intento de llevar a cabo su conclusión? Disputas,
divisiones, apatía, influencias desfavorables de todo tipo, se han unido para
producir fallos constantes. Ahora bien, si con la ayuda de ese entusiasmo
que siempre inspira una causa honesta, las masas no han alcanzado esa
unidad de acción necesaria para lograr sus objetivos, mucho menos serán
capaces de unirse con éxito siendo ese objetivo uno deshonesto.
§4
Quienquiera que ponga reparos en la emancipación de los trabajadores
con la razón de que son inmorales, está obligado a señalar una
circunscripción electoral que no sea inmoral. Cuando se afirma que la
venalidad de la gente los inhabilita de la posesión de votos, se asume que no
puede encontrarse ninguna clase imputable de venalidad. Pero tal clase no
ALDO EMILIANO LEZCANO
213
existe. Llevad a todas a juicio y ninguna parte de la comunidad obtendría un
veredicto de «no culpable».
¿Si fueran los tenderlos puestos a reconocimiento, cómo justificarían sus
prácticas comerciales? ¿Es moral poner patatas y alumbre en el pan; añadir
sal, tabaco y azafrán a la cerveza; mezclar manteca de cerco con la
mantequilla; fabricar leche de varias maneras conocidas y desconocidas;
adulterar aceites, sustancias químicas, colores, vinos — en resumen, toda
cosa que se pueda adulterar? ¿Indica moralidad la existencia de inspectores
de pesos y medidas? ¿O es honesto vender en el mostrador, bienes cuya
calidad es inferior a las muestras etiquetadas en los escaparates?
Si los manufacturadores hicieran alguna pretensión de pureza, se podrían
encontrar con algunos indicios extraños como la práctica de hacer pedazos
harapos en mal estado para convertirlo en tela junto con nueva lana. Se
pueden hacer preguntas molestas con respecto a la proporción de algodón
tejido en algunos tejidos pretendiendo ser totalmente de seda. La piratería
de patrones, también, sería un tema delicado. Y la práctica de utilizar yeso
para aumentar el volumen y sustancia del papel, difícilmente podría
defenderse en los principios del Decálogo.
No menos vergonzosa sería la sentencia que merecen los agricultores.
En vez de los efectos refinados que los poetas atribuyen a las relaciones con
la naturaleza, es sin embargo un hecho indudable que los granjeros — en
Dorsetshire al menos — han sido condenados por pagar a sus trabajadores
con trigo dañado, cobrado a precio total — un hábito no del todo
consciente. Es un problema de la historia, también, que antes de la
promulgación de las Nuevas Leyes de Pobres, en muchas zonas estaba la
costumbre de darles a los sirvientes de las granjas solo la mitad del salario;
obteniendo el resto de las tasas de los pobres, sobre los que los amos ejercía
el control principal. Y a estos ejemplos de moralidad las transacciones del
mercado de ganado y las ferias de caballos podrían probablemente proveer
dignos compañeros.
Ni en tal escrutinio podrían escapar ilesos los oficios. ¿Quién puede
escuchar la palabra «venalidad» sin pensar inmediatamente en la ley? Los
abogados ya tienen bastante mala reputación para necesitar que señalen sus
pecados; e incluso los caballeros del Colegio de Abogados no están exentos
de reproche. El intento de hacer que un conocido criminal parezca inocente
señala más bien ideas confusas de lo correcto e incorrecto. Entonces su
costumbre de cobrar para abogar en un caso, que otro compromiso no le
permitirá atender, y quedándose con el pago, aunque no realicen el trabajo,
ALDO EMILIANO LEZCANO
214
apenas implica ese juicio honesto tan requerido para el uso correcto del
poder político.
Nuestros miembros del Parlamento reaccionarían con indiferencia si el
guantelete se tomara en su nombre. Ese acuerdo que los sitúa más allá del
alcance de sus acreedores, es apenas congruente con la ley moral; ni implica
el mejor sentido del honor. Y luego esa enfermedad del sistema
representativo — el soborno; ¿debe el rico escapar de todo el odio unido a
él — deben caer todas las desgracias sobre los pobres electores?
Ni pueden aquellos que se mueven en círculos con títulos presumir de
integridad superior. En los trucos de la hípica, en las escenas a media noche
en las casas de juego, los habitantes de Mayfair y Belgravia juegan una parte
suficientemente destacada. La quiebra de Huntingtower no fue del orgullo
de la casta, no más que aquellos actos de bandolerismo al que, de vez en
cuando, se sometían los miembros. Y si la aristocracia poseyera nociones de
igualdad es probable que mostrara un poco más de respeto a los derechos
de sus comerciantes, que se evidencia en su proverbialmente mal carácter
como pagadores.
Es más, incluso los más altos agentes del estado participan de la
contaminación general. ¿No mostró el asunto de Mazzini alguna laxitud de
principios? ¿No fue nada, como el Westminster Review lo puso, para enseñar
que el robo está permitido cuando los oficiales desean aprovechar
información de una carta — que mentir está permitido si desean ocultar el
robo sellando de nuevo la carta — que la falsificación está permitida con el
propósito de falsificar sellos? Y luego nuestros ministros actuales — ¿son
mejores que sus predecesores? Si es así, ¿cómo explicarían las distorsiones
de algunos de los envíos de las indias orientales, y la supresión de otros?
No, no; no dejéis que nadie se oponga a la liberación de la gente por
culpa de su inmoralidad, al menos que se le avergüence exponiendo sus
propios crímenes o los crímenes de su clase. Dejemos que el inocente tire la
primera piedra. Vicio, engaño, venalidad, penetra todos los rangos; y si el
poder político debe denegarse a los trabajadores porque están corrompidos,
debe denegarse a todas las clases por la misma razón.
ALDO EMILIANO LEZCANO
215
§5
Alguien de hecho afirmó que las masas son más violentas que el resto de
la comunidad. Pero que aquellos que expresan esta opinión llegaron a ella
de manera muy ilógica. Miraron procedimientos criminarles, leyeron los
nombres y ocupaciones en el calendario de prisioneros, echaron un vistazo
a las estadísticas del crimen, y porque se encontraron con un inmenso
predominio de vagabundos, siervos agrícolas, albañiles, pastores, barqueros,
porteros, mano de fábrica, y demás, inmediatamente establecieron que la
clase campesina y artesana como mucho más inferior en carácter moral que
cualquier otra clase. No tuvieron en cuanta el hecho, que en número, la
población trabajadora es al menos seis veces más que todo el resto junto.
Ellos no investigaron si, los casos que aparecen en los registros policiales de
anunciantes estafados, o comerciantes etiquetando fraudulentamente, o
vendedores defraudándoos, o un caballero joven preocupado por juergas de
borrachera, ataca a la policía, insulta a una mujer, etc., estuvieran
multiplicados por seis, no se aproximarían en número a otros casos
declarados diariamente. Si se hiciera esto, sin embargo — si los crímenes
cometidos por cada clase se redujeran a un porcentaje sobre el tamaño de la
clase, se encontraría mucha menos desigualdad de que comúnmente se cree
que existe.
Además, se debe recordar que la inmoralidad en las clases media y alta
asume un aspecto diferente de la llevada por los vicios de los pobres. No es
probable que los hombres relativamente pudientes sean culpables de esos
crímenes tan groseros que se ven entre las clases más bajas, porque sus
circunstancias les sacan de la tentación hacia ellos. Sin embargo las malas
tendencias pueden y existen realmente en toda su fuerza; y cualquier día
pueden verse bastantes de sus trabajos en los tribunales de justicia. Quiebras
fraudulentas, acciones para la deuda, demandas para la restitución de
derechos usurpados, peleas por testamentos — todas estas muestran la
actividad de pasiones que, bajo otras condiciones, podrían haber producido
actos técnicamente llamados crímenes. Hombres que, a través de artimañas
legales, les quitan a otros sus propiedades con engaños, o quiénes se niegan
a cumplir con las demandas hechas justamente sobre ellos hasta que fueran
obligados por la ley, son hombres que, en un camino inferior de la vida,
hubieran sido carteristas o robado gallineros. Debemos medir la moralidad a
través de los motivos, no por los hechos. Y si estimamos así los caracteres
del comercio las categorías más ricas, teniendo en cuenta también la
ALDO EMILIANO LEZCANO
216
consideración arriba anunciada — el número — encontraremos que la
información en la fuerza de lo que atribuimos especial inmoralidad a las
clases trabajadoras no es de ninguna manera suficiente.
§6
Es una pena que aquellos que hablan con desprecio de las masas no
tengan suficiente juicio, o suficiente franqueza, para tener en cuenta
debidamente las circunstancias desfavorables en que se encuentran las
masas. Supón que después de sopesar cuidadosamente las pruebas, resulta
que el hombre trabajador realmente muestra mayores vicios que aquellos
acomodados; ¿se deduce de ello que son moralmente peores? ¿Hay que
dejar fuera del juicio las tentaciones adicionales bajo las que trabajan? ¿Se
debe esperar tanto de sus manos como de aquellos nacidos bajo una
posición más afortunada? ¿Deben pedirse las mismas exigencias a los que
poseen cinco talentos que a los que posean diez? Seguramente la suerte del
trabajador de manos callosas es bastante patética sin que le juzguen
duramente. Estar totalmente sacrificado a la felicidad de otros; convertirse
en una mera herramienta humana; tener cada una de sus facultades
subordinada a la sola función del trabajo — esta, uno podría decir, es sola
una desgracia, necesitando total empatía para su mitigación. Considera bien
estos talentos suyos — estas capacidades, afectos, gustos, y los vagos
anhelos a los que da a luz. Piensa en él ahora con sus deseos enjaulados
condenados a una sucesión diaria, semana, anual de trabajo duro y
doloroso, con apenas más perdón que para comer y dormir. Observa como
está atormentado por los placeres que sus hermanos más ricos comparten,
pero los que le son prohibidos para siempre. Nota la humillación que sufre
al ser menospreciado como si no contara entre los hombres. Y entonces
recuerda que no tiene nada que desear excepto una monótona prolongación
de esto hasta la muerte. ¿Es este un estado saludable para vivir?
Es muy fácil para ti, respetable ciudadano, sentado en tu cómoda silla,
con tus pies en el guardafuego, ponerse a hablar de la mala conducta de la
gente; — es muy fácil para ti censurar sus hábitos extravagantes y violentos;
— es muy fácil para ti ser un modelo de frugalidad, de rectitud, de
sobriedad. ¿Qué más debería ser? Aquí estás rodeado de comodidades,
poseyendo múltiples fuentes de legítima felicidad, con una reputación que
mantener, una ambición a cumplir, y el futuro de una competencia para tu
ALDO EMILIANO LEZCANO
217
vejez. Sería una pena de hecho si con estas ventajas no controlaras bien tu
comportamiento. Tienes un hogar alegre, estás limpio y bien vestido, y
alimentado, si no suntuosamente todos los días, en cualquier caso
abundantemente. Para tus horas de relajación hay diversiones. Un periódico
llega regularmente para satisfacer tu curiosidad; y si te gusta la literatura,
debes tener un montón de libros: y hay un piano si te gusta la música.
Puedes permitirte entretener a tus amigos, y te entretienen a cambio. Hay
conferencias, y conciertos, y exhibiciones, accesibles si te inclinas por ellos.
Puedes tener vacaciones cuando elijas tomarlas, y tienes dinero de sobra
para un viaje anual a la playa. ¡Y disfrutando de todos estos privilegios te
atribuyes el mérito de ser un hombre de buena conducta! ¡No hay elogio en
ello! ¿Si tú no contraes hábitos disipados dónde está el mérito? Tienes pocos
incentivos para hacerlo. No hay honor en ti si no gastas tus ahorros en
gratificación sexual; ya tienes bastantes placeres ¿Pero qué haría si te
colocaran en lugar del trabajador? ¿Cómo aguantarían estas virtudes tuyas el
desgaste de la pobreza? ¿Dónde estaría tu prudencia y abnegación si se te
despojara de todas las esperanzas que ahora te estimulan; si no tuvieras
mejor futuro que el de ese trabajador de granja en Dorsetshire con 7
chelines a la semana, o la del siempre apurado tejedor de medias, la del
obrero con sus suspensiones temporales de trabajo? Déjanos verte atado a
un empleo tedioso desde el amanecer hasta el ocaso; alimentado con poca
comida, y apenas suficiente; casado con una chica de fábrica ignorante del
manejo doméstico; despojado de las diversiones que la educación abre; sin
ningún lugar de recreo excepto de la taberna, y luego déjanos ver si serías
tan inmutable como eres. Supón que tus ahorros tienen que hacerse, no,
como ahora, de un ingreso excedente, sino de salarios que son insuficientes
para lo básico; u luego considera si ser previsor sería tan fácil como tú lo
encuentras ahora. Imagínate como uno de la clase despreciada denominada
despectivamente «el gran populacho;» estigmatizados como brutos,
impasibles, violentos; sospechosos de albergar intenciones malvadas;
excluidos de la dignidad de la ciudadanía; y luego di si el deseo de ser
respetable sería tan prácticamente operativo en ti como ahora. Por último,
imagina que viendo que tus capacidades fueran corrientes, tu educación casi
ninguna, y tus competidores innumerables, pierdes las esperanzas de llegar a
un puesto más alto; y entonces piensa si los incentivos para perseverar y
planificar sería tan fuertes como los que tienes ahora. Date cuenta de estas
circunstancias, ciudadano acomodado, y entonces responde si los hábitos
imprudentes y escandalosos de estas personas son tan imperdonables.
ALDO EMILIANO LEZCANO
218
Qué ofensivo es escuchar a algún personaje impertinente y auto
aprobatorio, que agradece a Dios que él no es como otros hombres son,
pasando duras frases a sus pobres conciudadanos tan cargados de duro
trabajo; incluyéndolos a todos en una gran condena, porque en sus luchas
por la existencia no mantienen el mismo decoro remilgado que él. Y de
todas las tonterías hay pocas más grandes, y aún menos en las que nosotros
insistimos tenazmente, que ésta de valorar las conductas de otros hombres
por el patrón de nuestros propios sentimientos. No hay absurdez más
maliciosa que ésta de juzgar las acciones desde fuera como se nos muestran,
en vez de desde dentro como se muestran a los actores; nada más irracional
que criticar acciones como si los que las hacen tuvieran los mismos deseos,
esperanzas, miedos, y limitaciones que nosotros. No podemos entender el
carácter de otro excepto abandonando nuestra propia identidad, y dándonos
cuenta de su estado de ánimo, su deseo de conocimiento, sus apuros,
tentaciones, y desánimo. Y si las clases más ricas hicieran esto antes de
formar sus opiniones del hombre trabajador, sus opiniones saborearían algo
más que la caridad que cubren un montón de pecados.
§7
Después de todo es una polémica lamentable, esta de los vicios
relacionados con ricos y pobres. Dos estudiantes burlándose el uno del
otro, con defectos de los que ellos son igualmente culpables, es lo que
mejor lo parodiaría. Mientras que el Radicalismo indignado denuncia los
«viles aristócratas,» estos por su parte aumentan con horror en la brutalidad
de la muchedumbre. Ninguna parte ve sus propios pecados. Ninguna parte
se reconoce en el otro a sí mismo en un traje diferente. Ninguna parte
puede creer que haría todo lo que los otros hacen si estuvieran en las
mismas circunstancias. Aun así un espectador indiferente no encuentra nada
en lo que elegir entre ellos; sabe que estos reproches de clase no son más
que los síntomas provocativos de una inmoralidad uniformemente difusa.
Etiqueta a los hombres como quieras con títulos de «alta,» y «media,» y
«baja», no puedes prevenir que sean unidades de la misma sociedad,
actuando a través del mismo espíritu de la época, moldeados tras el mismo
tipo de carácter. La ley mecánica, que la acción y reacción son las mismas,
tiene su equivalente moral. La acción de un hombre hacia otro tiende al
final a producir el mismo efecto en ambos, sea la acción buena o mala. Pero
ALDO EMILIANO LEZCANO
219
ponlos en una relación, y ni división de clase, ni diferencia de riqueza,
pueden prevenir a los hombres de integrarse. Quienquiera que sea colocado
entre los salvajes se convertirá con el paso del tiempo en un salvaje también;
dejad que sus compañeros sean traidores, y él se convertirá en traidor para
defenderse; rodéale con gente de buen corazón y se ablandará; entre los
refinados obtendrá refinamiento; y las mismas influencias que así adaptan
rápidamente al individuo a su sociedad, asegura, a través de un proceso más
lento, la uniformidad general de un carácter nacional. Esta no es una teoría
sin confirmar. Miremos cuándo y dónde queramos, que se pueden
encontrar pruebas cubiertas densamente. La crueldad de los gobernantes de
la antigua Roma fueron totalmente igualados por aquellos sobre los que el
pueblo se regodeaba en sus arenas. Durante las guerras serviles de la Edad
Media, los barones torturaban rebeldes, y los rebeldes torturaban barones,
con la misma horrible ferocidad. Aquellas masacres que sucedieron pocos
años después en Galicia cubrieron con infamia tanto a la gente que estaba
comprometida como el gobierno que los pagaba por cabeza. Los jefes
Assam, a los que la Compañía de las Indias Orientales ha indemnizado por
abandonar su derecho establecido de saquear, son tanto igual o peor que la
cantidad de gente, entre los cuales las sociedades anónimas que roban son
comunes. Una cosa similar se muestra en Rusia, donde todos son
estafadores igualmente, desde el Príncipe Mariscal que les quita a las tropas
sus raciones, los oficiales que roban al Emperador de sus almacenes, los
magistrados que demandan sobornos antes de actuar, la policía que tiene
tratos secretos con los ladrones, los tenderos que presumen de sus exitosas
artimañas, hasta los jefes de correos y conductores de droshky con sus
infinitos abusos. En Irlanda, durante el último siglo, mientras que la gente
tenía sus peleas de facción y sociedades de venganza secretas, las peleas
formaban la diversión de la nobleza, y fue llevado a tal punto que el
abogado fue obligado a indemnizar al testigo al que había atemorizado, o al
cliente que no estaba satisfecho con él.
r
Y no olvidemos como esta unidad
de carácter es exhibida totalmente por los irlandeses de hoy, entre los que
los orangistas y los católicos muestran la misma intolerancia agresiva; entre
los cuales los magistrados y la gente se une en los disturbios del partido; y
entre los cuales la imprevisión del campesino solo se puede igualar a la de
los propietarios. Nuestra propia historia provee de ejemplos parecidos en
abundancia. La época en la que Inglaterra estaba abarrotada de asaltantes de
r
Es momento,» dijo un veterano a esta escuela «de retirarse del estrado, desde que esta
nuevo tipo especial de súplica ha sustituido el uso de la pólvora» Sketches of Ireland Sixty
Years Ago (Retazos de Irlanda Hace Sesenta Años).
ALDO EMILIANO LEZCANO
220
caminos y forajidos, y cuando la población tuvo esa amabilidad secreta por
un ladrón audaz aún mostrado en algunas partes del continente, fue la
época cuando los reyes también hacían de bandidos; cuando engañaban a
sus acreedores devaluando la moneda; cuando convencieron a los
trabajadores a construir sus palacios (El castillo de Windsor, por ejemplo),
obligándoles bajo pena de encarcelamiento a tomar los salarios ofrecidos; y
cuando tomaban y vendían los bienes de sus hombres, pagando a los
dueños menos de la tercera parte de lo que los bienes generaron. Durante la
época de persecución religiosa, los papistas martirizaban protestantes, y los
protestantes martirizaban papistas, con la misma crueldad; y los caballeros y
Roundheads se trataban los unos a los otros con el mismo rencor. En el
presente el engaño se muestra no menos en la falsificación de las cuentas de
los astilleros, o la «elaboración» de informes de la compañía ferroviaria, que
en hurto o robo de ovejas; mientras que aquellos que ven crueldad en los
tratos de sucios sastres y sus jerséis, también deben encontrarlo en la
conducta de los dueños ricos, que consiguen renta doble de los pobres
titulares de las parcelas
s
, y de las señoritas respetables que pagan mal a
costureras medio hambrientas.
t
Los cambios en gustos y aficiones son
similarmente comunes en todos. El contraste entre los Squire Westerns y
sus descendientes tiene su analogía entre la gente. Como en España el toreo
aún es el pasatiempo favorito tanto de la reina como de sus súbditos, en
Inglaterra hace cincuenta años, las peleas de gallos y el boxeo eran
frecuentados igualmente por señores y pobres; y una referencia a los
s
«Las parcelas normalmente son dadas de pobres e inútiles trozos de tierra, pero la
rigurosa cultivación que reciben pronto alcanzan un alto grado de fertilidad. Cuanto más
fértiles se vuelven más aumenta la renta en cada porción, y se nos ha informado que hay
en las parcelas actuales en la propiedad del Duque que, bajo la influencia de la misma
competencia que existe con referencia a las granjas, le trae a su Ilustrísima una renta de 2l,
3l, e incluso 4l un acre» --- Times Agricultural Commissioner on the Blenheim Estates (Tiempos del
Comisionado Agrícola en los Estados Blenheim)
t
Ver Cartas en «Labour and the Poor» (El Trabajo y el Pobre.») La viuda de un oficial dice: -
«Generalmente, las señoritas son mucho más duras en sus condiciones que los
comerciantes; oh, sí, los comerciantes normalmente muestran más tolerancia hacia las
costureras que las señoritas. Conozco a una señora de una institución que rechazó algunas
camisas de una señorita que quería que se las hicieran por 9 peniques. Decía que no se
impondría sobre los trabajadores pobres tanto como para que se las hicieran a ese precio.»
— Morning Cronicle (Crónica de la Mañana), 16 Noviembre, 1849. Un vendedor de hierba
cana y nidos para aves cantoras dice: - «Las señoritas son muy duras con la gente. Intentan
regatear, en particular con respecto a los nidos. Me dicen que pueden comprar media
docena por 1 penique, así que me obligan a darles tres o cuatro.» — Morning Cronicle
(Crónica de la Mañana), 20 Noviembre, 1849.
ALDO EMILIANO LEZCANO
221
artículos deportivos mostrarán que los instintos persistentes del salvaje se
muestran en este momento por un porcentaje igual de todas las clases.
De esta forma la supuesta homogeneidad del carácter nacional está
abundantemente ejemplificada. Y mientras que las influencias asimiladas
producidas por esta continúen funcionando, es una tontería suponer que
ningún nivel de una comunidad puede ser moralmente diferente del resto.
En cualquier nivel que veas corrupción, es seguro que impregna igualmente
todos los niveles — asegura que es el síntoma de una mala diátesis social.
Mientras que el virus de la corrupción exista en una parte del cuerpo
político, ninguna otra parte se mantendrá sana.
§8
Cuando se recomienda que la clase trabajadora no debiera ser admitida
dentro de los límites de la constitución porque son ignorantes, se asume
tácitamente que los electores actuales son cultos. Y, haciendo esta
suposición silenciosamente, los oponentes al voto popular sostienen, en su
comodidad, que sería extremadamente imprudente agobiar a propietarios
con un patrimonio mayor de 10 libras, titulares de propiedad, y
arrendatarios inteligentes a voluntad, al dejar entrar a las masas que yacen en
la oscuridad.
Dolorosa como puede ser, la agradable ilusión de que nuestros votantes
actuales son de esta manera honradamente distinguidos, debe disiparse. Si
por ignorancia se refiera a falta de información en temas que, por el debido
cumplimiento de su función, el ciudadano debe entender (y no hay otra
definición para este punto), entonces es un gran error el suponer que la
ignorancia es característica de los que no pueden votar. Si no hubiera otros
ejemplos, prueba suficiente de que esta ignorancia es compartida por
aquellos en la lista, podría recogerse de su conducta en las elecciones.
Podría deducirse mucho del espíritu mostrado en nobles en la elección de
representantes aristócratas. Se podría preguntar si son votantes inteligentes
aquellos a quienes les cosquillean las orejas por la eufonía de un título,
cuyos ojos son atraídos por el blasón heráldico, o cuyos votos se
determinan por los acres de las haciendas de los candidatos. Puede haber
algunas dudas en la penetración de hombres que, mientras que se quejan de
la presión de los impuestos, envían al parlamento hordas de oficiales
militares y marinos, que tienen un interés en volver esos impuestos
ALDO EMILIANO LEZCANO
222
mayores. O las pretensiones de los actuales monopolistas del poder político
deberían analizarse a través de citas de los debates del mercado de
productos agrarios., y de aquellos en la asamblea en donde se condensa la
sabiduría electoral. Pero sin extendernos sobre estas consideraciones
generales, vamos a examinar unas pocas opiniones consideradas por las
clases mercantiles sobre las cuestiones de estado, y veamos cuándo derecho
les dan estas opiniones a una reputación de mejor ilustrado.
«Dinero es riqueza,» fue el dogma universal mantenido por legisladores y
economistas antes de los días de Adam Smith, como una verdad obvia; y en
conformidad con ella los actos del parlamento fueron, por consentimiento
general, planteados para atraer y retener en el país tanto dinero como fuera
posible. Mr. Mill, en la introducción de su reciente trabajado detallado,
asume que esta creencia está ahora extinta. Debe ser así entre los filosóficos,
pero aún prevalece en el mundo del comercio. Continuamos escuchando
acciones alabadas que tienden a «hacer circular el dinero;» y al analizar la
alarma alzada periódicamente de que «el dinero se va del país,» encontramos
que tal acontecimiento se ve como un desastre en sí mismo, y no
simplemente como indicativo de que el país es pobre en alguna comodidad
esencial. ¿No hay motivo aquí para una pequeña «aclaración»?
De nuevo; no un pequeño número de gente respetable que ve que el
aumento del consumo siempre acompaña a la prosperidad, deduce que el
consumo es en sí mismo beneficioso — es la causa de la prosperidad, en
vez de su efecto colateral; y por lo tanto, presenciando un fuego, o la
extravagancia loca de algún derrochador, ellos se consuelan con el
pensamiento de que tales cosas son «buenas para el comercio». Peligrosos
votantes estos, si un profundo conocimiento político es una cualificación
necesaria.
Similarmente difundida entre las clases medias, está una idea de que la
retirada de una gran parte de los fondos de la comunidad por parte de las
clases no productoras no es un perjuicio real para el resto; porque como el
dinero así extraído es posteriormente gastado entre el resto, al final vuelve a
ser lo mismo que si no hubiera sido extraído. Incluso un supuesto
economista político — el Doctor Chalmers — mantiene que los ingresos de
los terratenientes no forman deducción de los medios de la sociedad,
viendo que el gasto de tales ingresos consisten «en una transferencia al
trabajador de sustento y apoyo por sus servicios:» Qué proposición equivale
a esto — ¡que no importa al final si A es sirviente de B, C, y D, viva de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
223
producción de su propia industria, o de la producción de la industria de otro
hombre!
u
Otro fallo corriente parecido entre ricos y pobres es, que las
especulaciones de distribuidores de cereales son perjudiciales para el
público. Tan indignados están tantos hombres bienintencionados de lo que
ellos están convencidos de ser una práctica de crueldad intolerable, que es
apenas posible hacerles ver qué la perfecta libertad de comercio es ventajosa
nacionalmente en esto, como en todos los otros casos. Su ira los ciega al
hecho de que si no se alzara el precio inmediatamente después de una
cosecha deficiente por las compras de estos grandes factores, no habría
nada para prever a la gente de consumir el alimento al precio común; que
acabaría con el suministro insuficiente devorado antes de la maduración de
la próxima cosecha. No se dan cuenta de que esta maniobra mercantil es
análoga en su efecto al poner a una tripulación de una embarcación raciones
reducidas cuando las existencias de provisiones son insuficientes para todo
el viaje. ¡Un error un tanto serio, para estar convencidos los electores;
especialmente ya que muchos de ellos evitarían la compra del cereal a través
de sanciones legales!
Qué teorías primitivas prevalecen también respecto al poder de una
legislatura para animar las diferentes ramas de la industria — «interés
agrícola» y otros «intereses». No solo son los granjeros quienes trabajan
bajo el error de que su ocupación puede hacerse permanentemente más
próspero que el resto a través de un acta del parlamento: la gente educada
de las ciudades, también, participan es este engaño; olvidando bastante que
la mayor rentabilidad dada artificialmente a cualquier comercio particular,
inevitablemente lleva a ese comercio tal aumento del número de
competidores como para reducir rápidamente sus ventajas propuestas al
nivel general, e incluso por un tiempo debajo de ese nivel. ¿No se desea al
educador detrás de un mostrador y en la granja, al igual que en el taller?
Toma nota de nuevo de las estúpidas ideas consideradas en preguntas
presentes. Sonreímos a la simplicidad que en tiempos pasados dejaban a una
población hambrienta y esquelética atribuir el alto precio del pan a la codicia
de los panaderos y molineros; y aún no hay una pequeña analogía entre tal
u
Sin duda la creencia que el Dr. Chalmers combate, concretamente, que los ingresos del
propietario son totalmente consumido por él, es una errónea; porque, como señalamos, la
porción más grande de esta va a mantener a aquellos que directa o indirectamente atienden
los deseos del propietario: pero el Dr. Chalmers pasa por alto el hecho de que si el
propietario no existiera, los servicios que ahora le prestan por «sustento y apoyo,» serían
prestados a aquellos fabricantes del que los ingresos del propietario venían originalmente; y
que al perder estos servicios la sociedad sufre.
ALDO EMILIANO LEZCANO
224
teoría y la que atribuye la angustia nacional a los malos planes monetarios.
Igual que el hombre pobre, cuando le hacen sentir la falta de comida
teniendo que pagar el doble de la suma normal por una barra de pan,
enseguida acusa al vendedor de la barra del pan con el mal; así hacen
muchos comerciantes a quienes la depresión comercial les viene en la forma
de dificultad en conseguir progresos de sus banqueros, o dinero en efectivo
para sus letras de cambio, deciden que hace falta medios monetarios;
ignorando, como sus prototipos hambrientos, que la causa principal del
problema es una deficiencia en la existencias de comida u otras
comodidades. Suponer que un estado de privación general puede curarse
por emisión de billetes, es equivocarse con el proyector de movimiento
perpetuo, quién espera crear poder de la nada.
Así el argumento del tu quoque, que encontramos tan completo para
neutralizar la deducción sacada de la supuesta inmoralidad de las clases
trabajadoras, no es una respuesta menos convincente a la objeción instada
contra la extensión del sufragio en el campo de la ignorancia popular. Si,
por falta información la gente debe continuar sin el derecho a voto,
entonces por la misma razón el cuerpo pectoral actual debería ser privado de
los votos. Si ambas clases tienen que tener sus grados relativos de
competencia para ejercer el poder político determinado por la comparación
de las cantidades de su conocimiento — su conocimiento político, el saber
— entonces la ventaja en el lado de los actuales poseedores de tal poder es
demasiado insuficiente para darles un derecho exclusivo sobre ella. Como
acabamos de ver, una gran proporción de estos están en el error en el
asunto público más importante — en la naturaleza de la riqueza, en las
cosas que son «buenas para el comercio,» en la relación entre los fabricantes
y los que no fabrica, en los negocios del alimento de la gente, en el
«fomento» del comercio, en las influencias de la moneda, etcétera. ¿Dónde,
entonces, está esta gran superioridad sobre los no votantes? ¿Han
confundido bastante artesanos la competencia excesiva como la causa de un
mal, en vez de tomarlo como lo que es — el síntoma de uno? Porque a no
pocos de los educados les han permitido este error. ¿Los hombres
trabajadores mantienen opiniones erróneas con respecto a la maquinaria?
De igual manera lo hacen casi todos los granjeros y no pocos comerciantes.
¿Es la falsa impresión de que los fabricantes pueden subir y bajar los
sueldos a voluntad, predominante entre las masas? Se considera
ampliamente, también, por sus vecinos más ricos. ¿Cómo, entonces, puede
la ignorancia de la gente impulsarse como una razón para negarles votar?
ALDO EMILIANO LEZCANO
225
§9
Aquellos que acortan los argumentos a favor de la democracia diciendo
que se ha intentado y encontrado necesaria, harían bien en considerar si los
gobiernos a los que se refieren era democráticos — si la verdadera
democracia se ha conocido alguna vez — si tal cosa se puede encontrar
incluso ahora. De todos los planes simulándola, el mundo no ha visto
pocos. Pero se rechaza que la propia democracia haya existido alguna vez
— existido, eso es, por un período de tiempo suficiente para admitir que sus
frutos se han juzgado — o que fue posible haber existido así durante el
estado pasado de la humanidad. Una vuelta a las definiciones resuelve el
asunto de una vez. Una democracia, propiamente llamada, es una
organización política modelada de acuerdo con la ley de la misma libertad.
Y si es así, no se pueden llamar democracias bajo las que, como bajo los
gobiernos griego y romano, del 80 al 91% de la gente eran esclavos.
Tampoco se pueden llamar democracias aquellos, que con constituciones
como la de la Italia medieval, solo otorgaban poder a los burgueses y a los
nobles. Ni pueden llamarse democracias, los que, como los estados suizos,
han tratado siempre a una cierta clase no incorporada como ilegales
políticos. Se debería llamar aristocracias aumentadas; no democracias. No
importa si son una mayoría o una minoría a quién se niega el poder; su
exclusión es lo mismo en espíritu, y la definición de una democracia se
rompe igualmente. Al hombre que roba un penique se le llama deshonesto,
al igual que a un hombre que roba una libra; y lo hacemos así porque esta
acción declara igualmente un cierto defecto del carácter. De igual manera
debemos considerar a un gobierno aristocrático que sea la clase que excluye
grande o pequeño.
Ellos, sin embargo, cometen un extraño fallo, refiriéndose como
normalmente hacen a los Estados Unidos, argumentando la existencia de la
esclavitud como una prueba en contra la democracia. Puesto de manera
diferente, esto sirve acertadamente al hombre lógico como una muestra de
lo absurdo. ¡Una pseudo democracia se descubre que no es bastante
democrática, y entonces se deduce que la democracia es mala! ¡Mientras que
algún Autólico se elogia honestamente y se cita a sí mismo como un
ejemplo de ello, se le descubre en el acto de robar de los bolsillos de su
vecino; con lo cual se argumenta que la honestidad debe repudiarse
inmediatamente! Con su boca llena de «nobles sentimientos,» y llevando una
vida aparentemente moral, un Joseph Surface engaña a sus amigos; y, al
ALDO EMILIANO LEZCANO
226
descubrirse que es un villano, surge la exclamación — «¡qué cosa tan
horrible es esta moralidad!»
Pero, ignorando lo que se podría decir además con respecto a los
presuntos fracasos de la democracia, dando por hecho que han fracasado;
dando por hecho que han existido de vez en cuando formas de gobierno
acercándose a la democracia — es más, que en el curso de revoluciones han
existido de forma temporal; dando todo esto por hecho, aún no prueba
nada. ¿Por esto está entre los esfuerzos del hombre que no fracase la
primera vez? ¿No es la perseverancia a través de una serie de fallos la
historia natural del éxito? ¿No nos ofrece el proceso por el que pasamos en
aprender a andar un ejemplo de todas las experiencias humanas? Aunque
vemos que un niño hace cientos de intentos inútiles para mantener su
equilibrio, no llegamos a la conclusión de que está condenado a permanecer
a cuatro patas. Ni tampoco, en la conducta de su educación, dejamos de
decir «inténtalo de nuevo,» porque no ha cumplido su logro deseado. Sin
duda sería desaconsejable basar un argumento sobre la analogía asumida
entre el crecimiento del individuo y del estado (aunque, siendo ambas
gobernadas por las mismas leyes del desarrollo humano, probablemente hay
una analogía legítima entre ellas); pero el símil puede emplearse justamente
para dar a entender que el fracaso de esfuerzos pasados hechos por la
sociedad para mantener la actitud erguida de la democracia, no muestra a
través de ningún medio que tal actitud sea la apropiada.
Y, de hecho, nuestra teoría anticipa tales fallos. Ya hemos visto que una
elevada forma de gobierno es posible solo a través de un elevado tipo de
carácter — esa libertad puede aumentar tan rápido como en control se
vuelve innecesario — que el hombre perfecto solo puede realizar el estado
perfecto. Una democracia, entonces, siendo la más alta forma que un
gobierno puede asumir — indicativo, si no de la máxima fase de la
civilización, de la penúltima — debe necesariamente fallar en las manos de
hombres bárbaros o medio bárbaros.
Mientras que, entonces, se mantiene que casi todos estos supuestos fallos
de la democracia no son fallos de la democracia, sino algo más, se
argumenta que el hecho de que estas democracias comparativamente
genuinas establecidas durante las revoluciones, decayendo rápidamente de
vuelta a sus planes anteriores, no está de ninguna manera en contra de
nuestra posición.
ALDO EMILIANO LEZCANO
227
§10
Si en cualquier caso dado una democracia es viable, es una pregunta que
encontrará siempre su propia solución. El fisiólogo nos muestra que en un
organismo animal, las partes blandas determinan las formas de las duras; y
es igualmente verdad que en el organismo social, el marco aparentemente
fijo de las leyes e instituciones es moldeado por la cosa aparentemente sin
influencia — el carácter. Los acuerdos sociales son los huesos de ese
cuerpo, del que la moral nacional es la vida; y crecerán en formas libres y
sanas, o en enfermas y contraída, de acuerdo a si esa moralidad, esa vida, es
fuerte o de otra manera.
El principio vital de la sociedad, hemos visto que es la ley de la misma
libertad: y también hemos visto que en la facultad compuesta que origina un
sentido moral, existe un agente que permite al hombre apreciar, a amar, y a
actuar por esta ley (cap. IV y V). Hemos visto que para darse cuenta de la
idea Divina — la felicidad más grande — la constitución humana debe ser
tal que cada hombre limitándose dentro de su propia esfera de actividad,
debe dejar intactas las esferas similares de los otros (cap. III); y también
hemos visto que un instinto de nuestra propia libertad, y una comprensión
que nos hace respetar la misma libertad de nuestros compañeros, compone
un mecanismo capaz de establecer este estado de las cosas. Si estos
sentimientos se desarrollan poco, las creencias, leyes, costumbres, y
actitudes de un pueblo, serán agresivas en su carácter; dejad que actúen con
la debida fuerza, y la organización de la comunidad, en igualdad con la
conducta de sus miembros, estará en harmonía con la ley social. Las formas
políticas indican el grado de eficacia con la que este mecanismo mental
funciona; son de alguna manera suplementarias a tal mecanismo; son malas
y coactivas si es defectuosa; se vuelve mejorable en proporción a si actúa
correctamente. Y así la democracia, como una de las formas sociales más
grandes, se identifica por necesidad, tanto en origen como en viabilidad, con
un sentido moral dominante. Este hecho se ha señalado más de una vez;
pero será aconsejable examinar más cuidadosamente hasta ahora los campos
en los que se supone.
Observa primero, entonces, que en las fases más tempranas de la
civilización, antes de que el proceso de adaptación haya producido todavía
mucho efecto, que el deseo de igualdad política no existe. No había
agitación por los gobiernos representativos entre los egipcios, o los persas,
o los asirios; con ellos todas las peleas eran quién debería ser un tirano.
ALDO EMILIANO LEZCANO
228
Entre los hindúes se muestra un estado parecido de las cosas en el presente.
Los rusos, también, están aún bajo esta fase; y en su total despreocupación
de la libertad civil, rechaza a cualquiera que predique la justicia y condena la
tiranía, como un perverso insatisfecho. Una condición mental parecida se
mostraba durante las fases más tempranas de nuestro propio progreso. En
la Edad Media el vasallaje a un señor se consideraba un deber, y la
reivindicación de la libertad personal un crimen. No se soñaban con los
derechos del hombre. Las revoluciones no eran más que disputas dinásticas;
no lo que han sido en los últimos tiempos — intentos de volver al gobierno
más popular. Y si, después de echar un vistazo a los cambios que ha tenido
lugar entre el lejano pasado y el presente, reflexionamos sobre el carácter de
las ideas modernas y agitaciones, en las declaraciones de derechos, en la
libertad de prensa, en la liberación de esclavos, eliminación de
discapacidades religiosas, Proyectos de Reforma, Cartismo, etc., y
consideramos como a través de todos ellos corre un espíritu similar, y cómo
este espíritu se manifiesta constantemente incrementando la intensidad y la
universalidad, debemos ver que estos hechos implican algún cambio moral;
y explicables como son a través del crecimiento de esta facultad
componente que responde a la ley de la misma libertad, es razonable
considerar que muestran el modo en que tal facultad busca colocar los
acuerdos sociales en harmonía con esta ley; o, en otras palabras, ilustrando
los esfuerzos del sentido moral para darse cuenta del estado democrático.
Si una democracia se produce a través de este medio, también es provista
por él. La forma popular de gobierno en contraste con la monárquica, es
supuestamente una que coloca menos limitaciones en el individuo.
Hablando de esto utilizamos términos como instituciones libres, libertad civil,
auto gobierno, insinuando todo esto. Pero la disminución de limitación
externa puede tener lugar solo a la vez que se aumenta la limitación interna.
La conducta tiene que ser gobernada desde fuera o desde dentro. Si el
gobierno del interior no es efectivo, debe existir un gobierno suplementario
de fuera. Si, por otro lado, todos los hombres son propiamente gobernados
desde dentro, los gobiernos se vuelven innecesarios, y los hombres son
totalmente libres. Ahora siendo la facultad principal del auto gobierno el
sentido moral (cap. V), el grado de libertad es sus instituciones que
cualquier persona puede llevar, será proporcional a la difusión de este
sentido moral entre ellos. Y solo cuando su influencia predomina
enormemente puede un plazo de libertad tan largo como una democracia
ser posible.
ALDO EMILIANO LEZCANO
229
Por último, la supremacía de esta misma facultad ofrece la única garantía
para el establecimiento de la democracia. De parte de la gente da lugar a lo
que llamamos un celo de sus libertades — una determinación vigilante de
resistir cualquier tipo de violación de sus derechos; mientras que genera
entre aquellos en el poder respecto por esos derechos a la vez que frena
cualquier deseo que tengan que de comportarse de manera agresiva. Al
contrario, dejad que a los gobernados les falte el instinto libertad y se
volverán indiferentes a la usurpación gradual de sus privilegios mientras que
no suponga una inconveniencia inmediata para ellos; y los gobernantes en
tal caso, faltándoles respeto comprensivo por esto privilegios, serán, en la
misma extensión, inmorales al usurpar. Observemos, en detalle, los
diferentes formas en que el hombre así contrastado se comporta bajo una
forma representativa de gobierno. Entre un pueblo que no está capacitado
para tal forma, los ciudadanos, faltándoles el impulso para reclamar su
mismo poder los unos con los otros, se vuelven descuidados en el ejercicio
de sus votos, dudan si son de alguna utilidad, e incluso de enorgullecen de
ni interferir en temas públicos.
v
Siempre y cuando sus libertades solo sean
afectadas indirectamente, verán pasar las medidas más insidiosas con
indiferencia. Son solo las agresiones descardas las que perciben como
agresiones. Dando como hacen más que un poco de valor en sus privilegios,
son fáciles de sobornar. Cuando se les amenaza, en vez de asumir esa
actitud de resistencia tenaz que dicta en instinto de libertad, se doblegan. Si
les quitan un derecho de ciudadanía, se muestran indiferentes a cómo
conseguirlo de nuevo; y ciertamente cuando su ejercicio difiere con
cualquier interés inmediato están contentos de abandonarlo, — incluso
pedirán, como en tiempos pasados en muchas de las ciudades empresariales,
tanto en Inglaterra como en Espala, que se les exima de elegir
representantes. Mientras tanto, de acuerdo con la ley de la homogeneidad
social sobre la que hemos reflexionado recientemente, aquellos en el poder
están preparados para limitar en la misma proporción. Intimidan, sobornan,
conspiran, y poco a poco establecen un gobierno relativamente coactivo.
Por otro lado, entre un pueblo suficientemente dotado con la facultad de
responder a la ley de la misma libertad, no es posible tal proceso retrógrado.
El hombre de sentimientos sinceramente democráticos ama la libertad
como un avaro ama al oro, por su propio bien y sin tener en cuenta sus
ventajas. Lo que tanto valora de esta manera lo vigila sin dormir; detecta
rápidamente cualquier intento de disminuirlo; y se opone a la agresión el
momento en que comienza. Si alguien asumiera privilegios excesivos, él
v
Por ejemplo el comportamiento de los votantes prusianos desde la última revolución.
ALDO EMILIANO LEZCANO
230
enseguida se acerca a ellos, y les reclama su autoridad para hacerlo.
Negocios que parecen en el grado más remoto deshonestos despiertan sus
sospechas, que no se establecerán mientras que nada quede sin explicar.
Huele un abuso con sagacidad instintiva, y habiendo encontrado uno, nunca
descansa hasta que sea abolido. Si en cualquier acuerdo propuesto hubiera
un peligro latente para su libertad y las de otros — cualquier germen de
poder irresponsable, lo descubre en el acto y niega su consentimiento. Se
alarma por tal propuesta como de la privación del voto de los votantes por
una legislatura; porque al mismo tiempo se le ocurre que la medida así
dirigida para uno puede dirigirse contra muchos. Llamar a ese gobierno
responsable en el que un ministro de gobierno puede involucrar a la nación
en una disputa sobre algún territorio insignificante antes conocer algo de él,
lo ve absurdo. No se necesita una cadena de razonamiento para mostrarle
que la hipótesis, a través de una asamblea delegada, del poder de prolongar
su propia existencia de tres años a siete, es una infracción del principio
representativo; él lo siente que es así; y ninguna profesión plausible de
patriotismo, sin hacer alarde de buenas intenciones, puede comprobar su
oposición a la creación de un precedente tan peligroso. Aún más
emocionado está cuando se le solicitó subvenciones de dinero público, con
el conocimiento de que en una ocasión futura se le dirá como se ha gastado.
Flimsy justifica sobre «la exigencias del estado,» y demás, no pueden
atraparle en un acto tan evidente de auto deterioro. Los escucha frunciendo
el ceño, y manteniendo como lo hace que la protección de los derechos del
hombre es la principal, o incluso la única, «exigencia del estado», niega
severamente la petición. Así está siempre pendiente de extirpar la opresión
incipiente; cortar los abusos de raíz; o, si se permite tal expresión, parar la
violación antes de que empiece. Y cuando una comunidad está compuesta
de hombres animados por el espíritu aquí ejemplificado, la duración de las
instituciones liberales es segura.
La libertad política, entonces, es, como hemos dicho, un resultado
externo de un sentimiento interno — es igualmente, en origen, viabilidad, y
permanencia, dependiente del sentido moral; y es solo cuando es suprema
en su influencia que una forma tal grande de organización social como una
democracia puede mantenerse.
ALDO EMILIANO LEZCANO
231
§11
Y así llegamos a la verdadera respuesta a la pregunta tan ampliamente
discutida en la actualidad — ¿Es ahora viable una forma de gobierno
totalmente popular? Porque, como el sentimiento a través del que se genera
un estado de perfecta libertad política, es también a través del que se
sostiene, se sugiere inmediatamente el resultado que, cuando el sentimiento
es suficientemente fuerte para generarlo, es suficientemente fuerte para
sostenerlo. Cuando, entonces, un pueblo llegue con calma a la conclusión de
que las instituciones democráticas son correctas; cuando determinen de
modo desapasionado que se deben adoptar; o, en otras palabras, si las
circunstancias muestran que el establecimiento de tales instituciones no es
un accidente, sino resultado de la supremacía del susodicho sentimiento;
entonces, y solo entonces, tales instituciones son permanente posibles.
En la opinión, ahora felizmente tan común, que la forma pacífica de
ejercer los cambios políticos es el único eficiente, tenemos una expresión
colateral de esta verdad. El hombre ve que la libertad conseguida a través de
la espada se pierde de nuevo; pero que se mantiene cuando se gana a través
de la agitación pacífica. Por lo tanto ellos deducen muy apropiadamente la
conveniencia de realizar reformas a través de medios que la ley moral
reconoce — medios que no suponen su violación. Correcta como puede ser
esta conclusión, sin embargo, no se entiende filosóficamente. El hombre no
ve por qué es así. No hay verdad en la hipótesis habitual de que la pérdida de
las libertades obtenidas a través de la violencia es un tipo de castigo. No es
que el derramamiento de sangre corrompa las instituciones libres que haya
ayudado a instalar; ni es que cuando se establecieron pacíficamente tales
instituciones fueran protegidas por la virtud de ser así establecidas; sino que
es la forma en la que el cambio se origina lo que indica el carácter nacional, y
demuestra que es respectivamente inadecuado o adecuando para la nueva
forma social. Un breve análisis de esta condición moral insinuada por estos
diferentes tipos de revolución mostrará esto.
Cuando un viejo régimen es derrocado por la fuerza, no se da garantía de
que el nuevo puesto en su lugar satisfará las necesidades de la época. El
hecho es simplemente una demostración de que las miserias infligidas bajo
este antiguo régimen no se aguantaban más. Para repetir lo dicho por Sully,
citado por Burke, y que es perfectamente verdad cuando se aplica a
conmociones de esta naturaleza — «Nunca es del deseo de atacar que la
gente se alza, sino de la impaciencia bajo el sufrimiento». La indignación
ALDO EMILIANO LEZCANO
232
contra un agente que inflige dolor es una pasión, mostrada tanto por brutos
como por hombres; y una revolución social originada por tal fuerza motriz
no es probable que deje tras él un estado de las cosas especialmente
adaptado a las circunstancias de la gente. Esa repentina demostración de
mal humor con que un hombre golpea contra el suelo algo que le ha
provocado mucho, y aun así la pérdida de la que posteriormente se
arrepentirá, sirve en alguna medida para ilustrar la conducta de un pueblo
así excitado. Están molestos, y de forma justa; la influencia que la autoridad
ha tenido sobre ellos se debilita; ese sentimiento de adoración al poder —
la lealtad, como lo llamamos — que era más que el índice de una cierta
adaptación entre sus caracteres y la ley bajo las que habían vivido, está a
partir de ahora en desuso — es silenciada, ahogada en la marea creciente de
su ira; y cuando, después de que hayan destruido la antigua infraestructura
de las cosas, otra se vuelve necesaria, es muy improbable que la que se
coloque durante este estado temporal de agitación sea una realmente en
armonía con su carácter natural. Es más, de hecho, es seguro que no estará
en armonía con sus caracteres naturales; para considerar, las instituciones
que establezcan llevarán la huella del sentimiento que predomine — un
sentimiento ampliamente diferente del mostrado anteriormente, y también
del que vendrá de nuevo más importante tarde o temprano. Estimulado por
hechos acontecidos, los orígenes de estos sentimientos destinados algún día
a establecer una libertad política genuina, asumen una actividad prematura
— parecen mucho más fuertes y generales de lo que realmente son;
mientras que, por el contrario, aquellos sentimientos que mantienen el
estado previo de las cosas están casi totalmente dormidos. La forma
improvisada del gobierno responde exactamente a esta condición
excepcional de la mente, y funcionaría si esa condición se mantuviese; pero
tan rápido como el sentimiento popular vuelve de nuevo a sus cauces
normales, así de rápido lo hace la incongruencia entre los nuevos acuerdos y
el antiguo carácter se hace sentir; y así de rápido es el retroceso.
Viendo los hechos, a través de la teoría precedente de la agencia del
sentido moral, se vuelve aún más manifiesto que las instituciones libres
obtenidas a través de la violencia son necesariamente prematuras. ¿Para qué
son los antecedentes requeridos a una de estas conmociones sociales? Son
los tormentos de una injusticia ampliamente extendida y profundamente
asentada. ¿Y para qué carácter es esta justicia el exponente? Evidentemente
un carácter deficiente en aquellos sentimientos que disuaden al hombre de
agredir — un carácter en que las facultades de un hombre social están aún
desarrolladas de forma imperfecta — un carácter, eso es, que no responde
ALDO EMILIANO LEZCANO
233
debidamente a la ley de la misma libertad. Por lo tanto las violaciones sin
escrúpulos por una parte, y la sumisión culpable de la otra, que, a través de
sus resultados acumulados, han inducido a una crisis tan terrible. Bueno:
aunque el pueblo puede rehacer su gobierno a través de una revolución, no
pueden rehacerse a sí mismo. Ligeramente cambiados, quizás, pueden estar
al pasar a través de un período de tal intensa agitación; pero, en lo principal,
aún son los hombres que eran. El antiguo proceso ser repetirá
consecuentemente de nuevo. Habiéndose apagado la tormenta de la pasión,
empezarán de nuevo estas violaciones y esta indiferencia; y continuarán
hasta que, a través de una imposición gradual de nuevos compromisos, la
nación se haya reducido, no, de hecho, a una condición tan mala como la
anterior, sino a una condición no mucho mejor que esta.
De las mejoras políticas llevadas a cabo pacíficamente, se predice
exactamente lo contrario. Estas pertenecen a una fase superior de la
civilización. En primer lugar presuponen que el sufrimiento popular es un
tipo relativamente leve — no se puede soportar más, exasperante; y, al igual
que otras cosas, esto indica una cantidad reducida de justicia; y una cantidad
reducida de justicia implica una cantidad reducida de la injusticia; y una
cantidad reducida de la injusticia implica un sentido moral más
predominante y energético. Así los propios antecedentes de una agitación
pacífica sirven en alguna medida para asegurar el éxito de las instituciones
libres obtenidas a través de ella. Pero es en el proceso a través del que se
provoca una de estas revoluciones que se muestra claramente la existencia
de un carácter popular necesario. ¿En qué consiste la energía de tal
movimiento? ¿Cuál es el poder secreto que lo origina; por lo que se debe su
crecimiento; y a través de su ayuda que triunfa? Evidentemente este
sentimiento que responde a la ley de la misma libertad. Estas exigencias
persistentes de igualdad política son simplemente los signos de su actividad
creciente. Ni el hambre, ni la ansiedad de escapar de la tortura, ni el deseo
de venganza, son ahora la fuerza transformadora, sino una inquebrantable
determinación para conseguir que las libertades humanas sean reconocidas.
Llevar a cabo una de estas disputas de opinión a una promulgación exitosa a
través de largos retrasos y desánimos, a través de burlas y tergiversación,
implica una fuente inagotable de energía bastante diferente de la mera ira
insurreccional. En lugar de una ráfaga de ira pasajera, un sentimiento
persistente y siempre fortaleciente es aquí el agente que actúa. La agitación
es su gimnasio. El hombre en el que predomina lo cultiva en el resto. Tratan
sobre ellos en discursos; escriben artículos sobre ello; convocan reuniones
para su demostración. Es despertado por denuncias de injusticia; es atraído
ALDO EMILIANO LEZCANO
234
en el nombre de la consciencia; es conjurado por todo lo que es imparcial y
honesto y justo. Se exhiben imágenes del esclavo y del tirano para provocar
su aborrecimiento; se describe un estado de pura libertad como uno al que
desear y esperar; y se percata de lo sagrado de los derechos humanos.
Después de que las mentes del hombre se hayan ejercido y estimulado de
esta manera, se produce una manifestación suficientemente intensa de los
sentimientos, y entonces llega la reforma. Pero este sentimiento, señal,
procede de la misma combinación de facultades a través de la que, como
hemos visto, las instituciones libres se mantienen y realizan. Una de estas
agitaciones, entonces, es un tipo de aprendizaje para las libertades obtenidas
por ella. El poder para conseguir la libertad se vuelve la medida del poder
para utilizarlo. La ley de las formas sociales es que ellas deben expresar el
carácter nacional; surgen llevando su sello, y viven solo mientras les
suministre energía. Una insatisfacción general con las antiguas disposiciones
es un signo de que el carácter nacional requiere unas mejoras; y para que la
gente en busca de estas mejores haya organizado asociaciones, mantenido
conferenciantes, y que sesión tras sesión hayan agotado a la legislatura con
peticiones — que hayan continuado esto, también, hasta que la fuerza de
opinión acumulada se haya vuelto irresistible, es haber dado prueba
concluyente de que el cambio provocado está realmente en armonía con las
necesidades de la época. Las nuevas instituciones no expresan ahora un
estado excepcional de la opinión popular, sino que expresa su estado habitual,
y por lo tanto está claro que se adecuan a él.
§12
Aquí está entonces el estímulo para reformistas tímidos. Hombres de
verdadera perspicacia no necesitan ninguna de estas consideraciones
detalladas para afianzar sus convicciones. El matemático no pide un compás
para probar un teorema con él; ni necesita un hombre con una fe saludable
más pruebas después de escuchar lo que la ley moral dice. Es suficiente para
él que una cosa sea correcta. Nunca creerá que llevar a cabo lo que es
correcto a través de medidas correctas, pueda ser perjudicial. Y este es el
único espíritu que vale la pena llamar religioso. Pero, tristemente, como la
mayoría no está dotada con una creencia tan confiable, se requiere respaldar
los dictados de la igualdad con razones suplementarias. La infidelidad moral
de la escuela de la conveniencia requiere reunión. Y es a aquellos infectados
ALDO EMILIANO LEZCANO
235
por esta que se recomiendan las consideraciones anteriores, como
mostrando que no necesitan temer al mostrar cualquier solidaridad con los
principios democráticos que posean — no necesitan temer lanzar sus
energías de inmediato en una causa popular, porque cuando las instituciones
justas se obtienen de forma justa, deben prosperar necesariamente.
§13
Así el derecho deducible de la ley de la misma libertad — el derecho
poseído por cada ciudadano al mismo poder político que el resto — no es
contrarrestado por ninguna de esas consideraciones prudenciales
normalmente impulsadas contra ella. Encontramos que mientras el egoísmo
haga necesario al gobierno, debe volver cada gobierno corrupto, salvo en
uno en que todos los hombres estén representados. La afirmación que
concediendo sufragio universal crearía un grupo de votantes relativamente
inmoral, prueba ser bastante injustificable; viendo que todas las clases son
inmorales, y, cuando se toman en cuenta números y circunstancias,
aparentemente al mismo nivel. Un vistazo a las pruebas muestra que la
ignorancia popular es una objeción de dos filos; porque, en el conocimiento
que puede suponerse necesario para el uso correcto de los votos, el grupo
de aquellos dentro del cerco de la constitución son casi tan deficientes
como aquellos fuera de ella. El argumento de que instituciones puramente
representativas se han intentado y han fracasado, no solo están basadas en
ejemplos inaplicables, sino que no probarán nada si se corroboran. Por
último, en este, como en otros casos, resulta que la posibilidad de satisfacer
los requerimientos de la ley moral es proporcional al avance que el hombre
ha hecho hacia el estado moral; los planes políticos amoldándose
inevitablemente al carácter popular. Así que mientras que podamos decir a
los demócratas apasionados — «Ten por seguro que se conseguirá una
democracia cuando la gente sea suficientemente buena para una» —
podremos decir por otro lado a aquellos de poca fe — «No temas que una
democracia, cuando se consigue de forma pacífica, pueda conseguirse
demasiado pronto».
ALDO EMILIANO LEZCANO
236
CAPÍTULO XXI
EL DEBER DEL ESTADO
§1
Como ya se ha dicho la moralidad se mantiene hacia el gobierno solo en
la naturaleza de una limitación — se comporta negativamente con respecto
a ella, no positivamente — responde a todas las preguntas indicando
silenciosamente las condiciones de la existencia, constitución y conducta,
bajo lo que solo puede ser éticamente tolerable. Y así, ignorando a todo el
gobierno, la ley moral no puede darnos información directa sobre qué debe
hacer un gobierno — simplemente puede decir qué no debe hacer. Se puede
deducir del capítulo anterior que no se nos deja con un conocimiento
preciso aparte de esto. Porque si, como se ha mostrado, cada hombre tiene
un derecho a separarse del estado, y si, como una consecuencia, el estado
debe verse como un organismo de hombres asociados voluntariamente, no
queda nada para distinguirlo en la forma abstracta de otras sociedades
anónima — nada que determine su función específica; y debemos concebir
a sus miembros asignándoles cualquier función que no suponga una
infracción de la ley moral.
Siendo así imposible una guía inmediata en esta materia, debemos seguir
tales caminos indirectos para llegar a la verdad como esté abierta a nosotros.
La pregunta ya no es una de pura ética, y es por tanto incapaz de
solucionarse por medio de ningún método exacto; solo están disponibles
aproximados. Por fortuna hay varios de estos; y juntándose como lo hacen
en la misma conclusión, esa conclusión supone algo parecido al carácter de
la certidumbre. Vamos a emplearlo sucesivamente ahora.
§2
Bueno, y perfecto, y completo, son palabras aplicables a cualquier cosa
que sea completamente apropiada para su propósito; y a través de la palabra
ALDO EMILIANO LEZCANO
237
moral nos referimos a la misma propiedad en un hombre. Una cosa que
responde totalmente su final no puede mejorarse; y un hombre cuya
naturaleza le lleva al cumplimiento espontáneo del deseo divino no puede
concebirse mejor. Ser bastante autosuficiente — tener poderes totalmente
en proporción con lo que se debe hacer, es ser moral de forma natural.
Dado el objetivo ordenado — la felicidad; dadas las condiciones bajo la que
se guía esta felicidad; y la perfección consiste en la posesión de las
facultades exactamente adaptadas a estas condiciones: mientras que la ley
moral es simplemente una declaración de la línea de conducta a través de la
que las condiciones se satisfacen. Por tanto para el hombre correctamente
constituido la ayuda externa es innecesaria — incluso perjudicial. Igual que
un cuerpo sano no requiere bastón, tónico, o estímulo, sino que tiene en su
interior los medios para hacer los que se le requiere, así el carácter
desarrollado normalmente no pide ayuda artificial; y de hecho los rechaza
por estar prehabitando la esfera para el ejercicio de las facultades que la
hipótesis supone que tiene. Cuando, por otro lado, la constitución del
hombre y las condiciones de su existencia no están en harmonía se alzan
medios externos para sustituir el lugar de facultades internas deficientes. Y
estos sustitutos temporales sustituyendo las facultades, y ayudando al
hombre como lo hacen para cumplir la ley de su ser — la ley moral, como la
llamamos — obtiene una cierta autoridad refleja de esa ley, variando con el
grado en que ayudan a sus necesidades. Cualquiera que sea su función
especial, está claro que el gobierno es una de estas ayudas artificiales; y la
más importante de ellas.
O el caso puede expresarse quizás más claramente así: — si el gobierno
tiene algún deber, ese deber debe ser llevar a cabo algún servicio de algún
tipo — conceder un beneficio. Pero cada beneficio o servicio posible que se
pueda prestar a un hombre se comprende bajo la expresión generar de
ayudarlos a cumplir con la ley de su ser. Si tú das de comer al hambriento, o
curas al enfermo, o defiendes al débil, o frenas al malintencionado, no haces
más que permitirles o contenerles para que cumplan con las condiciones de
la felicidad total casi más de lo que ellos harían de otra manera. Si, por lo
tanto, todos los beneficios que se le pueden conceder al hombre son ayudas
para la realización de la ley moral, los beneficios que debe conceder el
gobierno deben ser de esta naturaleza.
Tanto que se concede, preguntemos ahora cómo la ley moral debe
ayudar esencialmente. La viabilidad evidentemente sustenta la actuación.
Aquello que hace una acción viable tiene prioridad al propio acto. Antes de
la orden — Haz esto, necesariamente viene el postulado — Se puede hacer.
ALDO EMILIANO LEZCANO
238
Antes de establecer un código para el correcto ejercicio de las facultades,
debe establecerse la condición que hace posible el ejercicio de las facultades.
Ahora, esta condición que hace posible el ejercicio de las facultades es — el
poder para perseguir los objetivos en que se tienen que ejercerse — los
objetos del deseo; y esto es lo que llamamos de otra manera libertad de
acción — libertad. Pero eso que hace posible el ejercicio de las facultades,
es eso que hace posible el cumplimiento de la ley moral. Y siendo así la
libertad el gran prerrequisito para el cumplimiento de la ley moral, resulta
que si hay que ayudar a un hombre en el cumplimiento de la ley moral, lo
primero que hay que hacer es asegurarle esta libertad esencial. Esta ayuda
debe llegar antes que ninguna otra ayuda — es, de hecho, lo que hace a
cualquier otra ayuda viable; porque ninguna facultad a través de la que se
niega la que la libertad de acción puede ser asistida en el cumplimiento de su
función hasta que la libertad de acción se haya recuperado. De todas las
instituciones, por tanto, que el hombre imperfecto establece como
suplementarias a su naturaleza, la principal debe tener como cargo
garantizar su libertad. Pero la libertad que puede garantizarse a cada uno
está limitada por las mismas libertades garantizadas a todos los otros. Esto
es necesario tanto por la ley moral y por los derechos simultáneos hechos
sobre la misma institución por sus clientes. Por consiguiente debemos
deducir que es la función de esta institución principal que llamamos un
gobierno, mantener la ley de la misma libertad.
Ya hemos visto que es impracticable determinar el deber del estado
volviendo a un supuesto entendimiento al que entraron los fundadores de la
sociedad — un contrato social. El hombre no estableció deliberadamente
los acuerdos políticos, sino que se desarrolló en ellos inconscientemente —
probablemente no tenía idea de un estado asociado hasta que se encontró
dentro. Además, si fuera la hipótesis de un acuerdo original razonable, no
podría ayudarnos; porque sería estúpido asumir que los deberes impuestos
por una multitud de salvajes a su jefe, o consejo de jefes, debía ser
necesariamente los deberes de los gobiernos a través del tiempo. Sin
embargo, si, en vez de especular lo que había sucedido durante la infancia de
la sociedad, consideramos lo que debe haber pasado, algo se podría aprender.
Pasando a la página 203, el lector encontrará argumentado con detalle que
para el hombre el haberse mantenido en el estado asociado implica que en
conjunto lo encontraron preferible al aislado; lo que significa que
obtuvieron una mayor suma total de satisfacción bajo éste; lo que significa
que permitió el completo ejercicio de sus facultades; lo que significa que
ofrece una garantía más segura para tal ejercicio — más seguridad para su
ALDO EMILIANO LEZCANO
239
derechos de vida y propiedad; es decir, para todos sus derechos. Pero si el
hombre hubiera continuado en el estado asociado solo porque en promedio
aseguraba sus derechos mejor que el anterior, entonces la protección de sus
derechos se vuelve el deber especial que la sociedad en su capacidad
corporativa tiene que desempeñar hacia los individuos. La función a través
de la que las cosas comienzan a existir la podemos considerar con certeza su
función esencial. Ahora, mientras que todas esas ayudas para la satisfacción
que la civilización nos ha traído estaban aún sin desarrollar, la sociedad debe
haber existido solo porque protege a sus miembros en la persecución de
aquellas cosas que permiten la satisfacción de las facultades. Pero proteger
al hombre en la búsqueda de aquellas cosas que le permiten la satisfacción
de las facultades es mantener sus derechos. Y si es a través del
mantenimiento de sus derechos de sus miembros que la sociedad empieza a
existir, entonces mantener sus derechos debe verse como su deber
principal.
Otra confirmación puede sacarse de la práctica universal de la
humanidad en esta materia. Ampliamente como la gente ha discrepado
respecto a los límites apropiados de la supervisión legislativa, todos los han
mantenido para incluir la defensa del sujeto con la agresión. Mientras que,
en varios países y épocas, cientos de diferentes funciones se le han asignado
al estado — mientras que probablemente no hayan habido dos gobiernos
que hayan puesto totalmente de acuerdo en el número y naturaleza de sus
funciones — mientras que las cosas especialmente tratadas por algunos han
sido totalmente descuidadas por otros, y de este modo probadas
innecesarias, no hay un oficio — el del defensor — que no haya sido
común en todas ellas. Si este hecho fuera independiente podría interpretarse
como un accidente transitorio. Pero coincidiendo como lo hace con las
anteriores deducciones sacadas de la naturaleza de la constitución del
hombre y del origen necesario de la sociedad, podemos tomarlo con
seguridad como otra señal de que el deber del estado es — proteger —
hacer cumplir la ley de la misma libertad; mantener los derechos de los
hombres, o, como normalmente lo expresamos — administrar justicia.
§3
Respondiendo la pregunta ¿Qué es lo que tiene que hacer el gobierno? ,
aparece otra — ¿Cuál es la manera más eficiente de hacerlo? A la
ALDO EMILIANO LEZCANO
240
proposición — la administración de justicia es el deber especial del estado
— se expone el corolario — el estado debe emplear los mejore métodos
para satisfacer este deber; y esto nos trae a la pregunta — ¿Cuáles son?
Por nuestra hipótesis la conexión de cada individuo con la comunidad
políticamente organizada, debe ser voluntaria. En virtud de su propio oficio
una institución que propone garantizar la libertad de un hombre para ejercer
sus facultades, solo puede ofrecerle sus servicios; no puede obligarle a su
aceptación. Si lo hace se contradice a sí misma — viola esta misma libertad
que se propone mantener. Asumiendo entonces la ciudadanía
voluntariamente, debemos pregunta qué acuerdo se contraer de esta manera
tácitamente entre el estado y sus miembros. Dos cosas son concebibles.
Tiene que haber o un entendimiento que quienquiera que solicite poder
judicial para ayuda debe sufragar el coste inmediatamente provocado por
este en su nombre, o puede proveerse que el pago de una contribución
constante hacia los gastos de este poder judicial debe darle derecho a sus
servicios al contribuidor cada vez que los necesite. El primero de estos
acuerdos no parece completamente practicable; el otro es que los sistemas
existentes integran parcialmente. En ambos casos, sin embargo, se da por
hecho que las partes cumplirán totalmente sus promesas; que se
intercambiarán equivalentes de protección e impuestos; que, por un lado, si
el individuo elige aprovecharse de la protección del estado, no debe
rechazar su parte justa de las cargas del estado; y por otro, que cuando el
estado haya impuesto las cargas no detendrá la protección.
Evidente como es esta interpretación del acuerdo, que la ciudadanía
presupone, la práctica judicial se guía poco guiada por esta. Nuestro sistema
de jurisprudencia toma un punto de vista parcial en el tema. Es de hecho lo
suficientemente estricta en hacer cumplir los derechos del estado contra el
sujeto; pero en el derecho recíproco del sujeto contra el estado es
relativamente negligente. Es verdad que reconoce el derecho del
contribuyente; pero también es verdad que lo hace parcialmente. De ciertas
violaciones de los derechos, arbitrariamente clasificados como criminales,
está listo para defender cada demandante; pero contra otros, no clasificados
así, deja a cada uno que se defienda por sí mismo. El más insignificante
perjuicio, si se inflige de una manera específica, es reconocido por el
magistrado, y la indemnización puede obtenerse libre de cargo; pero si se
inflige de otra manera, el perjuicio, no importa cuán serio, debe ser tolerarse
pasivamente a no ser que la víctima tenga suficiente dinero o suficientes
datos. Deja que asalten a un hombre, y la ley apoyará su causa con
entusiasmo — multará a su agresor con multa y costes, y lo hará sin cobrar.
ALDO EMILIANO LEZCANO
241
Pero sí, en vez de haber sido atacado, se le ha encarcelado injustamente, se
le remite educadamente a un abogado, con la información que la ofensa
cometida contra él es procesable: lo que significa, que si es rico puede pagar
doble o estar en paz con el Destino; y que si es pobre debe irse incluso sin
una oportunidad de indemnización. Contra el robo, como normalmente se
practicaba, el poder gobernante concedía a sus señores feudales protección
gratuita; pero se puede robar de varias maneras indirectas, y mirará
vagamente a no ser que los medios costosos le interesen. Se dará prisa en
defender a quien se ha sido despojado de unos pocos nabos por un
vagabundo hambriento; pero la finca en la que estos nabos crecían, puede
ser robada sin peligro, mientras que el dueño despojado es abandonado sin
amigos y sin dinero.
w
Algunas demandas solo necesitan ser susurradas, e
inmediatamente representa el papel de agente, abogado, juez y carcelero;
mientras que hace oídos sordos a otros a no ser que se hayan sido realizadas
por sus parásitos sobornados. Ahora es el campeón del hombre herido; y
ahora lanza sus armas para sentarse como un árbitro, mientras que el
opresor y el oprimido arremeten el uno contra el otro. Sobre tal o cual
porción de los derechos de un ciudadano monta guardia y grita — «¿Quién
va?» a cada intruso; pero sobre el resto cualquiera puede pisotearlos sin
miedo a ser desafiado.
Para un hombre con las percepciones sin debilitar por la costumbre, esta
forma de llevar a cabo el acuerdo existente entre él mismo y el estado,
parecería bastante extraño. No es imposible que pueda llamar al negocio
una estafa; podría argumentar que su propiedad ha sido tomada de manera
fraudulenta. «¿Para qué propósito,» podría preguntar, «me sometí a tus
leyes, si se me van a denegar las ventajas que se me prometieron a cambio?
¿No he cumplido con todas las condiciones? Pediste lealtad, y te le di.
Dijiste que se necesitabas dinero, y pagué hasta el último centavo de tu
exacción, duras como fueron. Me obligaste a realizar ciertas funciones
civiles, y las realicé alegremente. Y aun así cuando te pido aquello por lo que
hice todos estos sacrificios, te evades. Supuse que harías tu parte como los
ojos de Argos y el guardián armado Briareo, siempre guardando mis
intereses, siempre preparado para meterse y defenderlos; así que aunque
duerma o me despierte, absorbido en negocios o inmerso en placer, debería
w
Es verdad que un demandante que pueda jurar que no vale 5 libras puede demandar in
formâ pauperis. [Nota del autor: Como un pobre. Se utiliza cuando el acusado no tiene
fondos para pagarse el juicio.] Pero este privilegio es casi una ley en desuso. Las acciones
así establecidas normalmente acaban fracasando, porque aquellos que las dirigen, teniendo
que defender de forma gratuita, defienden sin preocuparse.
ALDO EMILIANO LEZCANO
242
tener el gratificante conocimiento de estar cuidadosamente resguardado del
perjuicio. Ahora, sin embargo, encuentro, no solo que mis derechos pueden
ser violados de muchas maneras sin llamar tu atención, sino que incluso
cuando te digo que me han hecho mal, y pido tu intervención, cierras la
puerta en mi cara, y no me escucharás hasta que haya alimentado
desorbitadamente a alguno de los sirvientes que tienen acceso a tu oreja
privada. ¿Qué debo entender con esto? ¿Es que tus impuestos son
insuficientes para sufragar el coste de administrar justicia en todos los
casos? ¿Si es así, por qué no decir cuánto más, y aumentarlo? ¿Es que no
puedes llevar a cabo lo que afirmas? Si es así, manifiesta con franqueza qué
es lo que sabes hacer, y lo que no. Pero en cualquier caso déjanos tener
algún entendimiento comprensible, y no este revoltijo de contradicciones —
este conflicto de promesa y actuación — esto de cobrar sin realizar el
deber».
§4
Que el hombre deba sentarse con apatía como lo hace bajo la corrupta
administración de justicia actual, no es nada extraordinario. Que nosotros,
con nuestro celo de los abusos; con todas nuestras oportunidades de hacer
campaña, censurar, y modificar las actas de la legislatura; con toda nuestra
buena disposición para organizar y hacer campaña; con las victorias de los
anti Ley de Cereales, la abolición de la esclavitud, la emancipación católica,
fresca en la memoria; que nosotros, la Inglaterra independiente, decidida y
autónoma, debe contemplar diariamente las enormes abominaciones de
nuestro sistema judicial, y aun así no hacer nada para rectificarlas, es
realmente bastante incomprensible. No es que los hechos se discutieran;
todos los hombres están de acuerdo con ellos. Los peligros de la ley son
conocidos. Los nombres de sus oficiales se utilizan como sinónimo de
engaño y avaricia. Las decisiones de sus cortes son típicas del azar. En todas
las compañías escuchas solo una opinión, y cada persona la confirma con
un ejemplo reciente. Ahora te informan de que se han gastado 300 libras en
la recuperación de una propiedad que vale cuarenta chelines; y de nuevo
sobre un caso que se perdió porque no se podía recibir una afirmación en
vez de un juramento. Un vecino a tu derecha puede contar sobre un juez
que permitió que se objetara una condena, en la súplica que las palabras, «en
el año de nuestro Señor,» no estaban colocadas antes de la fecha; y otro en
ALDO EMILIANO LEZCANO
243
tu izquierda narra como un ladrón que hace poco intentó robar una cobaya
fue absuelto, porque se demostró que una cobaya era una especie de rata, y
una rata no podía ser una propiedad. En un momento la historia es la de un
pobre hombre cuyo enemigo rico le ha arruinado deliberadamente
tentándole en litigio; y el siguiente es una niña que ha estado metida seis
semanas en prisión como garantía de que apareciera como testigo contra
quien la había agredido.
x
A este caballero le han quitado con engaños la
mitad de su propiedad, pero no se atreve a recuperarla por miedo a perder
más; mientras su compañero menos prudente puede igualar su experiencia
diciendo que él ha estado solo dos veces al borde de la ruina; una vez que
ha perdido un juicio, y otra vez cuando la ganó. Por todos lados te hablan
de engaños y opresión, y venganza, cometida en nombre de la justicia; de
males soportados por falta de dinero con el qué comprar una
indemnización; de derechos sin reclamar porque la disputa con poderosos
usurpadores era inútil; de demandas judiciales que duraron más que las
vidas de los demandantes; de fortunas devoradas en tramitar un título; en
propiedades perdidas por una informalidad. Y entonces viene una lista de
víctima — de aquellos que han creído y han sido engañados; hombres de
pelo canoso cuyos ahorros ganados duramente fueron a engordar al
abogado; insolventes de ropas raídas y de mejillas hundidas que perdieron
todo en un intento de conseguir lo que se merecen; algunos que han sido
reducido a subsistir de la caridad de amigos; otros que han muerto como un
pobre; con no pocos cuyas ansiedades han producido locura, o que en su
desesperación se han suicidado. ¡Aun así, mientras que todas las partes
repiten las exclamaciones de indignación de los otros, estas injusticias siguen
sin controlarse!
§5
No hay pocos hombres, sin embargo, que defienden este estado de las
cosas — que para ser exactos sostienen que el gobierno debe desempeñar
de forma imperfecta lo que ellos reconocen que es su función especial.
Mientras que, por un lado, admiten que la administración de la justicia es
vitalmente necesaria para la vida civilizada, ellos mantienen, por otro lado,
¡que la justicia debe administrarse muy bien! «Porque,» dicen, «si la ley fuera
barata, todos los hombres se aprovecharían de ella. Si no existiera dificultad
x
El caso ocurrió en Winchester en julio de 1849.
ALDO EMILIANO LEZCANO
244
en obtener justicia, se pediría justicia en cualquier caso de derechos
violados. Se haría diez veces más apelaciones a las autoridades que ahora.
Los hombres correrían en busca acciones legales a la mínima provocación; y
las demandas se incrementarían tanto que harían al remedio peor que la
enfermedad».
Tal es el argumento; un argumento que conlleva tanto una ridiculez total
y una hipótesis injustificable. Observa: cuando esta gran multiplicación de
acciones legales bajo una administración de justicia gratuita se da como una
razón de por qué las cosas deben continuar como están, se sobreentiende
que los males que conllevan a la rectificación de los errores, serían mayores
de los que son los males consiguientes al someterse esos males. O la gran
mayoría de agresiones civiles deben mantenerse en silencio como ahora, o
deben fallar en su favor como antes; y la alegación es que la primera
alternativa es preferible. Pero si diez mil demandas son peor que diez mil
injusticias, entonces una demanda es peor que una injusticia. Lo que
significa que, como un principio general, una apelación a la ley para la
protección es un mal mayor que la violación de la que se quejan. ¡Lo que
significa que sería mejor que no se administrara justicia! Si para escapar de
esta estupidez se debe asumir que, como están las cosas ahora, todos los
grandes males están corregidos, — que el alto precio de la ley previene que
solo los insignificantes sean llevadas ante el tribunal, y que en consecuencia
no puede sacarse la deducción anterior, entonces, o se niega el hecho obvio
que, debido a la pobreza que infligen, muchas de los grandes males
incapacitan a sus víctimas de obtener indemnización, y para el hecho obvio
de que los perjuicios civiles sufridos por las masas, aunque totalmente
pequeñas, son relativamente grandes; ¡o si no se da por hecho que a nueve de
diez partes de la población, que son demasiado pobres para establecer
acciones legales, no se le inflige nunca ningún perjuicio civil!
Y esto no es todo. No es necesariamente verdad que hacer la ley fácil de
acceder aumentaría la demanda. Podría producirse un efecto opuesto. La
profecía se invalida a través de un fallo muy común de calcular el resultado
de alguna nueva disposición asumiendo que todas las otras cosas
permanecerán como están. Se da por hecho que bajo el régimen hipotético
ocurrirían tantas infracciones como en el presente. Mientras que cualquier
observador sincero puede ver que muchas de los delitos civiles cometidos
ahora; se cometen en consecuencia con la ineficiencia de nuestro sistema
judicial.
«Porque la justicia económica alimenta la injusticia».
ALDO EMILIANO LEZCANO
245
Es la dificultad que sabe que habrá en condenarle lo que tienta al pícaro
a actuar pícaramente. Si no fuera la ley tan cara y tan incierta, los
comerciantes deshonestos no se atreverían nunca hacer todas las violaciones
que hacen de ella como hacen ahora. Las violaciones de los ricos contra los
pobres serían raras, si no fuera que el agraviado no tiene prácticamente
compensación. Fíjese como, al hombre que desea mal a su semejante,
nuestro sistema legal mantienen promesas de impunidad. Si su supuesta
tiene víctima pocos medios, existe la probabilidad de que no sea capaz de
mantener un juicio: aquí está el estímulo. Debe poseer bastante dinero,
porque, incluso entonces, teniendo, como mucha gente, un gran miedo de
demanda, probablemente escuchará su pérdida sumisamente: aquí hay más
estímulo. Por último, nuestro conspirador recuerda que, si su víctima
arriesgara una acción, las decisiones judiciales son eventos circunstanciales,
y que los culpables son a menudo rescatados por un abogado inteligente:
aquí hay aún más estímulo. Y así, todas las cosas consideradas, el decide
arriesgarse. Ahora, nunca decidiría si de esta manera la profesión legal era
suficiente. Si fuera la administración de la ley rápida, gratuita, y segura,
aquellas probabilidades y posibilidades que ahora le atraen a acciones
fraudulentas desaparecerían. Los perjuicios civiles cometidos
conscientemente casi cesarían. Solo en casos donde ambas partes en las que
ambos creyeran tener la razón, se llamaría al arbitraje judicial; y el número
de tales casas es comparativamente menos. Las demandas, entonces lejos de
aumentar al hacer la justicia fácil de obtener, probablemente disminuiría.
§6.
Pero, después de todo, no es el establecimiento de este o aquel sistema
de jurisprudencia lo que causa la relación de un hombre con otro sea justa o
de otra manera. El problema reside más al fondo. Y con las formas de
gobierno, así con las formas de la ley; es el carácter nacional el que decide.
El poder de un sistema depende principalmente, no en el ingenio de su
diseño, sino en la fuerza de sus materiales. Nunca concibiendo tan bien su
plan — nunca tan buena la disposición de sus puntales, y amarres, y
tornillos, — nunca su equilibro de fuerzas tan perfecto — aun así si nuestro
ingeniero no ha considerado si las respectivas partes de su estructura
soportarán la presión que se les pusiera encima, deberíamos llamarle
chapucero. De igual manera con los que crean las instituciones. Si la gente
ALDO EMILIANO LEZCANO
246
con la que tiene que tratar no tiene la cualidad requerida, inteligencia no
servirá para avalar nada. Nunca olvidemos que las instituciones están hechas
de hombres; y que los hombres son los puntales, amarres y tornillos que
deben determinar finalmente si las instituciones pueden mantenerse.
Siempre habrá alguna línea de menor resistencia, junto a la que, si la humanidad
que han forjado no es lo suficientemente fuerte, se desplomarán; y
habiéndose desplomado, se hundirán en una actitud menos activa. Así es,
entre otras cosas, con los mecanismos judiciales. No importa qué
admirablemente se conciban, sus resultados serán buenos solo en
proporción a si la nación es buena. Los medios a través de los que tienen
que actuar — jueces, jurados, abogados, testigos, carceleros, etc. — deben
ser equipos de personas — estarán, en la media, marcada por las mismas
imperfecciones de la gente; y aunque el sistema que han puesto a trabajar
sea perfecto, el mal de su carácter degradará sus actos hasta un nivel con la
conducta general de la sociedad.
Que la justicia puede ser bien administrada solo en la proporción en que
el hombre se vuelve justo, es un hecho demasiado ignorado generalmente.
«¡Si al menos tuvieran un juicio a través de un jurado!» dice alguien,
moralizando a los rusos. Pero no pueden tenerlo. No podría existir entre
ellos. Incluso si se estableciera no funcionaría. Les falta ese substrato de
honestidad y honradez en la que sólo se puede mantener. Para que se pueda
usar, esta, como otras instituciones, debe nacer por el carácter popular. No
es el juicio sino el jurado en que produce justicia, pero es el sentimiento de
justicia el que produce el juicio de parte del jurado, como el órgano a través
del que actúa; y el órgano será inerte a no ser que el sentimiento esté ahí.
Estas formas sociales que vemos tan potenciales, son cosas de importancia
secundaria. ¿Qué importaba si los plebeyos romanos estaban dotados de
ciertos privilegios, cuando los patricios les impedían ejercer aquellos
privilegios a través de maltratos que a veces llevaban a la muerte? ¿Qué
importaba si nuestro código de leyes contenía cláusulas justas, y que los
oficiales fueran asignados para hacerlas cumplir, cuando se necesitaba una
Carta Magna para pedir que la justicia no fuera ni vendida, ni denegada, ni
retrasada? ¿Qué importa incluso ahora, que todos los hombres se declaren
iguales ante la ley, cuando los magistrados están influidos por las tendencias
de clase, y tratan a un caballero con más indulgencia que a un artesano? Si
creemos que podemos rectificar las relaciones de los hombres a voluntad,
los decidimos nosotros mismos. Lo que dice Sir James Mackintosh de las
constituciones — que no se hacen, sino que crecen, se aplica a todas los
acuerdos sociales. No es verdad que una vez el hombre dijo — «Que se
ALDO EMILIANO LEZCANO
247
haga la ley»; y se hizo la ley. La administración de la justicia era
originalmente impracticable, utópica; y se ha vuelto más y más practicable
solo cuando los hombres se han vuelto menos salvajes. El antiguo sistema
de resolver peleas a través de combates personales, y el nuevo sistema de
resolverlas a través del arbitraje del estado, han coexistido a través de todas
las épocas; la una usurpando poco a poco el lugar de la otra,
sobrepasándola. Fue solo después de que se hiciera algún avance que el
poder político se reconocería como el que mantiene los derechos. El barón
feudal con castillo y criados mantenía sus propios derechos, y se hubiera
considerado deshonrado al pedir ayuda legal. Incluso después de que
hubiera accedido a considerar a su soberano como árbitro, aún estaba en las
listas, y en la fuerza de su brazo y su lanza, que hiciera buena su causa. Y
cuando recordamos que igualmente entre señores y trabajadores esta
práctica aún perdura incluso ahora — que aún tenemos duelos, que se
piensa que es deshonroso para un caballero evitarlos solicitando un
magistrado — que aún tenemos peleas pugilísticas, que la gente intenta
esconder de la policía — se nos enseña que es imposible para un sistema
judicial volverse eficiente más rápido de lo que el hombre se vuelve bueno.
Es solo después de que la moralidad pública haya ganado una cierta
supremacía, que el poder civil se vuelve lo suficientemente fuerte para llevar
a cabo sus funciones más simples. Antes de esto no se puede ni deshacer de
los bandidos; las incursiones fronterizas continúan a pesar de ello; y es
desafiado por los ladrones de Whitefriars en sus propias fortalezas, como,
entre nosotros, hace dos siglos. Bajo los primeros gobiernos los oficiales de
la ley eran menos amigos que enemigos. Las formas legales son
normalmente utilizadas con objetivo de opresión. Las causas se deciden
por favoritismo, sobornos, e intrigas clandestinas. El sistema judicial se
rompe bajo el trabajo que tiene que hace y nos muestra en un Jonathan
Wild, un juez Jeffries, e incluso un Lord Chancellor Bacon, cómo
inevitablemente sus varias partes se vuelven ineficaces a través de una
maldad generalmente difusa.
Claro que la eficiencia de los sistemas de jurisprudencia presentes y
futuros debe determinarse por las mismas influencias. De nuestros acuerdos
legales debemos decir, lo que Emerson bien ha dicho de las instituciones de
forma general — que son tan buenas como el carácter del hombre le
permite ser. Cuando leemos sobre un magistrado orangista que se vuelve
agresor en vez de protector; de policías que conspiran los unos con los
otros para conseguir condenas para que puedan ser ascendidos; y del
anterior tribunal de palacio, cuyos oficiales normalmente favorecen al
ALDO EMILIANO LEZCANO
248
demandante con la idea de realizar juicios, encontramos ahora, como
antiguamente, que la protección judicial es corrompido por la inmoralidad
de la época. Sin embargo es probable que estemos listos para algo mejor
que lo que tenemos. La indignación universal con que se contempla la ley,
puede tomarse como evidencia de esto — como evidencia, además, de que
un cambio está por llegar. Pero no es probable que el modo de administrar
justicia anteriormente señalada como el apropiado sea inmediatamente
factible; viendo que el hombre, no habiéndolo reconocido aún como
teóricamente correcto, se muestra considerablemente por debajo del estado
al que es natural. Esto, sin embargo, no es una razón para no proponer su
adopción. Porque, lo que se ha dicho en el último capítulo respeto a una
forma justa de gobierno, se puede decir aquí respecto a un sistema de ley
justa; que el poder a establecer discretamente es la medida de su viabilidad.
§7
Dispersando esa bruma de superstición política a través de la que el
estado y sus apéndices surgen ampliamente, las consideraciones anteriores
sugieren una pregunta en cierta manera alarmante. Es imposible que la
justicia tan necesaria pueda existir cuando es impartida por el salvajismo y la
deshonestidad del hombre; si se hace posible solo en la proporción en que
el hombre se vuelve justo; y si en la misma honradez universal, que permite
a la administración de justicia volverse perfecta, también la hace innecesaria,
como evidentemente debe, entonces debemos preguntar con naturalidad —
¿puede realmente el estado administrar justicia? ¿Asegura, rodeando a la
sociedad como a un todo, asegurar al pueblo cualquier disfrute total de sus
derechos que no tendrían sin él? ¿No podemos concluir que quita a los
hombres libertades por un lado, tantas como da por otro? ¿No es
simplemente un mecanismo muerto que funciona por el sentido moral de
una nación; ni añadiendo, ni reduciendo, la fuerza de ese sentido moral; y en
consecuencia incapaz de alterar la suma total de sus efectos?
Una extraña idea, esta, pensarán algunos; y a primera vista así parece.
Tenemos tal costumbre de observar al gobierno en su carácter protectivo, y
olvidar su agresivo, que preguntar si los derechos que asegura no están
equilibrados del todo por los derechos que viola, parece casi ridículo. Sin
embargo debemos encontrar que al aproximarse a la cuenta de un deudor y
de un acreedor, la ridiculez de la duda desaparece. Pasando por esos
ALDO EMILIANO LEZCANO
249
poderes gobernantes del este, que, a cambio de la poca cantidad de
seguridad que garantizan, tiene la costumbre de confiscar, por una excusa u
otra, cualquier propiedad no ocultada eficientemente por los desafortunados
dueños, y que, en algunos casos, presionan tanto sus exacciones que tienen
que devolver las semillas en la primavera de una parte de esa cosecha que
tomaron de los campesinos en la anterior cosecha — pasando por, también,
aquellos sistemas de gobierno de la edad media bajo cuya protección, tal
como era, tenía que ser comprada por la renuncia de la libertad personal,
nos deja establecer una comparación igualmente posible. Tomemos los
gobiernos relativamente buenos que conocemos ahora, y anotando en un
lado los beneficios conferidos, y en el otro los males infligidos, lleguemos a
un equilibrio entre ellos. Bajo las obligaciones principales se puede
introducir el eficiente dominio que nuestro sistema de policía coloca sobre
los crímenes contra la persona y la propiedad; nuestros tribunales de
justicia, también, con todos sus defectos, permiten una defensa parcial
contra los crímenes civiles que necesitan ajustes en la estimación; y para
estos se debe añadir qué les sobrepasa con creces — ese sentido de
seguridad usual, y esa habilidad consecuente para llevar a cabo
valientemente los negocios de la vida, que se producen por la mera
presencia de un poder civil activo. Incluso después de deducir de estas una
pesada rebaja en el resultado de las deficiencias, queda indiscutiblemente un
gran excedente de beneficios del que el estado puede reclamar crédito.
Cambiemos ahora a las declaraciones en contra. Como primer punto de la
lista está la enorme injusticia infligida sobre los diecinueve veintavos de la
comunidad por la usurpación de la tierra — por el quebrantamiento de sus
derechos al uso de la tierra (cap. IX). El poder civil es responsable de esto
— ha sido parte de la agresión — la ha hecho legal, y aún defiende su
derecho. Después viene la violación cometida contra los muchos
subordinándolos a los pocos, y forzándolos a obedecer leyes por cuyo
consentimiento nunca han sido preguntados. Daros cuenta de nuevo de las
tiranías acompañando a la defensa general — la expropiación y extracción
de las milicias, la continua negación de la libertad de soldados y marineros,
acabando no poco frecuentemente en el sacrificio de sus vidas. Recordad
también como se pisotean nuestros derechos a través de las restricciones
comerciales; y como no solo se previene a los hombres de comprar y
vender donde quiera, sino que se les prohíbe continuar con ciertos trabajos
hasta que hayan comprado los permisos del gobierno. Ni nos olvidemos de
las sanciones que hasta hace poco violaban tan seriamente la libertad
religiosa — sanciones que, como la Asociación anti Estado-Iglesia puede
ALDO EMILIANO LEZCANO
250
mostrar, de ninguna manera han desaparecido. Y todas estas, junto a
muchas restricciones menores que nos recubren, están acompañadas por
aquellas incursiones que nunca cesan realizadas sobre nuestra propiedad por
recaudadores y los oficiales de Departamentos de Aduanas e impuestos
especiales, por cobradores de baja tasa y capilleros. Midiendo los males,
como debemos, por el grado en que limitan el ejercicio de las facultades,
añadamos ahora las dos partes y comparemos sus totales. Por un lado el
gobierno nos salva parcialmente (solo parcialmente, ten cuidado) de esos
ataques, robos, asesinatos, estafas, y similares perjuicios, a los que, no
habiendo tal institución, la moralidad existente del hombre nos expondría.
Debemos imaginar que esto se distribuyera entre toda la comunidad, y
sobre la vida de cada ciudadanos, y entonces concebir a que restricción
media en el libre ejercicio de las facultades serían equivalentes. Por otro lado
el propio gobierno viola las libertades del hombre a través del monopolio de
la tierra, de la usurpación del poder, de las restricciones del comercio, de la
esclavitud y muerte de cientos de soldados, y de la ruina de cientos de los
que debe proteger, favoreciendo a creencias y clases, de las funciones civiles
que hace imprescindibles, de restricciones mezquinas demasiado numerosas
para ser nombradas, pero sobre todo de unos impuestos crueles, que,
afectando a siete octavos de la nación como lo hace extrayendo una gran
porcentaje de las ganancias ya insuficientes para las necesidades,
virtualmente destruye, en gran medida, las esferas necesarias para el
desarrollo de sus naturalezas. Tenemos que suponer ahora estas múltiples
limitaciones para el libre ejercicio de las facultades intermedias como las
otras, y luego preguntarnos si los dos intermedias son, o no, iguales. ¿Es la
pregunta después de todo tan irracional? ¿No es la respuesta dudosa?
Es más, de hecho; considéralo correctamente y la respuesta no es para
nada dudosa. Es muy seguro que el gobierno no puede alterar la cantidad de
injusticia cometida. La estupidez está en suponer que puede — en suponer
que a través de algún artificio ingenioso podemos evitar las consecuencias
de nuestras propias naturalezas. El poder civil no hace más que de lo para el
ojo descuidado parece que hace, que el malabarista hace en sus aparentes
milagros. Es imposible para el hombre crear fuerza. Solo puede alterar la
fuerza de su manifestación, su dirección, su distribución. El poder que
impulsa sus barcos de vapor y sus locomotoras no lo hace él; esto yacía
latente en el carbón. Él telegrafía a través de un agente que se libera durante
la oxidación del zinc; pero del que no se consigue más de lo debido al
número de átomos que se han combinado. La propia energía que gasta en
mover su brazo se genera por las afinidades químicas de la comida que
ALDO EMILIANO LEZCANO
251
come. En ningún caso puede hacer nada más que aprovecharse de sus
fuerzas latentes. Esto es tan verdad en ética como en física. El sentimiento
moral es una fuerza — una fuerza a través de la que las acciones de los
hombres son contenidas dentro de ciertos límites prescritos; y ningún
mecanismo legislativo puede aumentar sus resultados ni una pizca. En tanto
que esta fuerza es deficiente, en tanto su trabajo debe permanecer
incompleto. En cualquier grado que nos faltes las cualidades necesarias para
nuestro estado, en el mismo grado debemos sufrir. No se engañará a la
naturaleza. Aquellos que piensen en escapar de la influencia de la gravedad
lanzando sus miembro en alguna postura extraña, no serán más engañados
que aquellos que esperan evitar el peso de su perversión colocándose en
esta o aquella forma de organización política. Cada pizca de maldad debe
soportarse de una manera u otra — consciente o inconscientemente; tanto
de una forma reconocible o bajo un disfraz. Ninguna piedra filosofal puede
producir una conducta dorada de instintos de plomo. Ningún equipo de
senadores, jueces, y policía, pueden compensar por la falta de un
sentimiento interno gobernante. Ninguna manipulación legislativa puede
convertir a duras penas una moralidad insuficiente en una suficiente.
Ninguna prestidigitación administrativa puede salvarnos de nosotros
mismos.
¿Pero no debe implicar esto que el gobierno no es útil? Para nada.
Aunque es incapaz de alterar la suma total de la injusticia tolerada, aún
puede alterar su distribución. Y esto es lo que realmente hace. Con su ayuda,
el hombre iguala a un alcance considerable el mal que tiene que soportar —
lo extiende más uniformemente entre toda la comunidad, y sobre la vida de
cada ciudadano. La total libertad para ejercer las facultades, interrumpidas
por las privaciones totales de esta, y dañada por el daño perpetuo de estas
privaciones, se cambia por una libertad en la que las restricciones son
constantes pero parciales. En vez de esas pérdidas de vida, de miembros, o
de medios de subsistencia, que, bajo el estado de anarquía, todos son
propensos, una organización política comete agresiones universales de un
tipo comparativamente leve. Los males que antes eran ocasionales, pero
devastadores, ahora son incesantes, pero tolerables. El sistema es uno de
seguridad mutua contra las catástrofes morales. Justo como el hombre,
aunque no puede prever incendios y naufragios, aun así puede asegurarse
los unos con los otros contra su ruina, soportándolos en común, y
distribuyendo los daños que suponen durante largos periodos de tiempo;
así, aunque al unirse para objetivos judiciales el hombre no puede disminuir
ALDO EMILIANO LEZCANO
252
la cantidad de injusticia a soportar, pueden, y lo hacen, asegurarse contra lo
que sería de otra manera fatales resultados.
§8
Cuando estuvimos de acuerdo en que la función esencial del estado es
proteger — administrar la ley de la misma libertad — mantener los
derechos de los hombres — virtualmente le asignamos el deber, no solo de
escudar a cada ciudadano de las agresiones de sus vecinos, sino de
defenderle, en común con toda la comunidad, contra las agresiones
exteriores. Una fuerza invasiva puede violar los derechos de la gente tanto
como, o más que, el propio grupo de criminarles; y nuestra definición
requiere que el gobierno deba resistir las infracciones tanto en un caso
como en el otro. Protección, — esto es lo que el hombre busca a través de
la agrupación política; y si es contra enemigos internos o externos no
importa. Incuestionablemente la guerra es inmoral. Pero de igual manera es
la violencia utilizada en la ejecución de la justicia; así es toda coacción. La
ley ética por supuesto se rompe tanto por los hechos de las autoridades
judiciales como por aquellos de un ejército defensivo. No hay, en principio,
diferencia entre el golpe de la porra de un policía y la estocada de la
bayoneta de un soldado. Ambas son infracciones de la ley de la misma
libertad en las personas heridas. En ambos casos tenemos fuerza suficiente
para producir sumisión; y no importa si la fuerza es empleada por un
hombre de rojo o un hombre de azul. Los policías son soldados que actúan
solos: los soldados son policías que actúan al unísono. El gobierno emplea
al primero para atacar detenidamente a diez mil criminarles que hacen la
guerra separadamente a la sociedad; y llama a los segundos cuando son
amenazados por el mismo número de criminales con la forma de tropas
entrenadas. La resistencia a enemigos extranjeros y la resistencia a los
nativos tienen en consecuencia el mismo objetivo — el mantenimiento de
los derechos de los hombres, y siendo afectados por los mismos medios —
la fuerza, son idénticos en su naturaleza, y no puede dictar una mayor
condena en uno que en otro. Los hechos de un campo de batalla
simplemente exhiben de forma concentrada esa inmoralidad que es
intrínseca en el gobierno, y unida a todas sus funciones. Lo que se
manifiesta tanto en sus actos militares es verdad es sus actos civiles, que usa
el mal para reprimir el mal.
ALDO EMILIANO LEZCANO
253
La guerra defensiva (y por supuesto que solamente se aplica a esto el
anterior argumento) debe por tanto tolerarse como el menor de dos males.
Hay de hecho algunos que lo condenan incondicionalmente, y recibirían la
invasión sin resistencia. Para tal hay varias respuestas.
Primero, la coherencia les requiere que actúen del mismo modo hacia sus
conciudadanos. No solo deben permitirse que les engañen, ataquen, roben,
lastimen, sin ofrecer oposición activa, sino que debe rechazar la ayuda del
poder civil; viendo que quienes emplean la fuerza indirectamente, son tan
responsables de esa fuerza como si la emplearan ellos.
De nuevo, tal teoría hace que las relaciones pacifistas entre el hombre y
las naciones parezcan innecesariamente Utópicas. Si todos estuvieran de
acuerdo en no agredir, deberían estar sin duda en paz los unos con los otros
aunque todos se hayan puesto de acuerdo en no resistirse. Así que, mientras
que coloca un estándar tan difícil de comportamiento, la ley de la no
resistencia no es un poco más eficiente como una prevención de la guerra,
que la ley de no agresión.
Además este principio de no resistencia no es deducible de la ley moral.
La ley moral dice — No cometas agresión. No puede decir — No te
resistas; porque decir esto sería presuponer que se rompen sus propias
reglas. Como se explicó en el principio (cap. I), la moralidad describe la
conducta del hombre perfecto; y no puede incluir en sus premisas
circunstancias que aparecen de la imperfección. Esa ley que llega al dominio
universal cuando todos los hombres son lo que deben ser, debe ser la ley
correcta ¿verdad? ¿Y esa ley que entonces se vuelve imposible de cumplir
debe ser la incorrecta? Bueno; en un estado ideal la ley de no agresión es
obedecida por todos — es el principio vital de la conducta de cada uno —
se realiza totalmente, reina, vive; mientras que en tal estado la ley de no
resistencia se vuelve necesariamente una ley en desuso.
Por último, se puede mostrar que la no resistencia es totalmente
incorrecta. No debemos abandonar despreocupadamente nuestros
derechos. No debemos entregar nuestro derecho de nacimiento en nombre
de la paz. Si es un deber el respetar los derechos de otros hombres, también
es el deber de mantener en nuestro. Aquello que es sagrado en sus personas
también es sagrado en las nuestras. ¿No tenemos la facultad que nos hace
sentir y reivindicar nuestro derecho a la libertad de acción, al a vez que, por
un proceso reflejo, nos permite apreciar el mismo derecho en nuestros
iguales? ¿No encontramos que esta facultad puede actuar con fuerza en
nombre de otros, solo cuando actúa con fuerza en el nuestro? ¿Y debemos
asumir que, mientras que sus impulsos comprensivos tienen que ser
ALDO EMILIANO LEZCANO
254
diligentemente escuchados, sus directos deben ser ignorarse? Suponer esto,
es suponer un defecto incurable de nuestra constitución moral — es
suponer que el propio sentimiento previsto para guiarnos nos engañará. No:
no debemos ser pasivos bajo un ataque. En el debido mantenimiento de
nuestros derechos está involucrada la viabilidad de todas nuestras
facultades. Sin libertad de acción, sin derechos, no podemos ejercer
totalmente nuestras facultades; y si no podemos ejercer totalmente nuestras
facultades no podemos cumplir con la voluntad divina; y si permitimos que
nos despojen de aquellos sin lo que no podemos cumplir la voluntad divina,
virtualmente negamos esa voluntad.
¿Pero cómo, si toda coacción es inmoral? ¿No resultará que es inmoral
utilizar la violencia contra un intruso? Ciertamente. ¿Entonces cualquier
alternativa es incorrecta? Justo así: la ley de la conducta correcta se ha roto,
y este dilema es la consecuencia. La acción y reacción son iguales. El golpe
dado a la moralidad en la persona del ofendido no puede terminar por sí
solo: debe haber un retroceso correspondiente. El primer mal da lugar a un
segundo equivalente; haya encontrado resistencia o no. La afirmación
parece extraña — será quizás increíble para muchos; sin embargo debe
hacerse. Y todo lo que podemos decir de esta aparente paradoja es, que
muestra como las acciones decaen en un caos moral una vez que se destruye
el equilibrio de la relación del hombre.
Así encontramos que el principio de la no resistencia no es éticamente
verdad, sino solo el de no agresión — que por lo tanto un gobierno se
justifica en tomar una actitud defensiva hacia enemigos extranjeros — y que
la criminalidad abstracta unida sin duda a tal procedimiento es la misma
criminalidad que impregna la administración de justicia, es la misma
criminalidad del que el propio gobierno es consecuencia.
§9.
Del arbitraje internacional debemos decir, como de la libre constitución,
o de un buen sistema de jurisprudencia, que su viabilidad es una cuestión de
tiempo. Las mismas causas que una vez hicieron a todo gobierno imposible
han prohibido hasta el momento su más amplia extensión. Una federación
de pueblos — una sociedad universal, puede existir solo cuando la
adaptación del hombre al estado social se ha vuelto suficientemente
completa. Ya hemos visto, que en la fase más temprana de la civilización,
ALDO EMILIANO LEZCANO
255
cuando la fuerza repelente es fuerte, y la fuerza agresiva es débil, solo son
posibles pequeñas comunidades; una modificación del carácter causa que
estas tribus, y sátrapas, y gentes, y señores feudales, y clanes, gradualmente se
unan en naciones; y una modificación más les permitirá una mejor unión.
Parece probable que su momento esté acercando. Debemos reunir todo lo
bueno que podamos de lo que contempla tal acuerdo. El reconocimiento de
las cosas que valen la pena en él augura su realización. En sociedades
pacíficas, en propuestas de desarme simultáneo, en visitas internacionales y
conferencias, y en la frecuencia con que suceden ahora las intervenciones
amistosas, podemos ver que la humanidad está creciendo rápido hacia tal
consumación. Aunque hasta ahora impracticable, y quizás impracticable en
el momento presente, una hermandad de naciones se está volviendo factible
a través de los propios esfuerzos utilizados para producirla. Esos
entusiasmos altruistas, que el experimentado piensa que es ridículo, son
partes esenciales del proceso por el que el desiderátum se está forjando.
Quizás ningún hecho es más significante del cambio que se está
produciendo que la expansión de esa teoría de la no resistencia
anteriormente citada. Que debemos encontrar esparcidos entre nosotros,
hombres, quienes del deseo de recibir esta doctrina ultra-humana dañan sus
percepciones de que le es debido, no pueden evitar encontrar placer en
crear problemas. Insegura como puede ser la idea, su origen es bueno. Es
una declaración superflua de esa comprensión que transforma al hombre
salvaje en el hombre social, el bruto en el benévolo, el injusto en el justo; y,
tomado en conjunto con otros signos de las épocas, profetiza que se está
aproximando una relación mejor entre las naciones. Mientras tanto, en
prever algún acuerdo federal global, debemos tener en cuenta que la
estabilidad de una organización política tan complicada depende, no en la
idoneidad de una nación sino en la idoneidad de muchas.
ALDO EMILIANO LEZCANO
256
CAPÍTULO XXII
EL LÍMITE DEL DEBER DEL ESTADO
§1.
Una función para cada órgano, y cada órgano para su propia función, es
la ley de la organización. Para hacer bien su trabajo, un aparato debe posee
una idoneidad especial para ese trabajo; y esta equivaldrá a la inaptitud para
cualquier otro trabajo. Los pulmones no pueden digerir, el corazón no
puede respirar, el estómago no puede bombear sangre. Cada músculo y cada
glándula deben tener su nervio particular. No hay una fibra en el cuerpo que
no tenga una vía para traerse comida, una vía para llevarse su comida, un
agente para que le haga asimilar los nutrientes, y un agente para que le
estimule a hacer su deber particular, y un mecanismo para llevarse la materia
decadente; ninguna que pueda dejarse de lado. Entre las criaturas de la clase
más baja, y las criaturas de la más alta, encontramos de forma similar que la
diferencia esencial es, que en una la acciones vitales se llevan a cabo por
unos pocos agentes simples, mientras que en el otro las acciones vitales se
descomponen en sus partes componentes, y cada una de estas partes tiene
un agente para sí mismo. En organizaciones de otro orden el mismo
principio es evidente. Cuando el fabricante descubre que limitando
totalmente a cada uno de sus empleados a un proceso, podía incrementar
inmensamente los poderes productivos de su establecimiento, no actuó más
que sobre la misma regla, de una función para un órgano. Si comparamos
los acuerdos mercantiles de un pueblo con aquellos de una ciudad,
encontraremos que los dependientes de la primera llevan muchos comercios
cada uno, mientras que cada tendero de la otra se limita a un solo comercio;
mostrándonos como un aparato altamente desarrollado para la distribución
de comodidades se distingue similarmente por la subdivisión de los deberes.
El lenguaje, también, ejemplifica la misma verdad. Entre su estado
primitivo, en el que consistía en nada más que nombres, utilizados
vagamente para indicar todas las ideas sin distinción, y su estado presente,
en que consiste en numerosas «partes del habla,» el proceso de crecimiento
ha sido el de separar gradualmente las palabras es grupos que sirven a
ALDO EMILIANO LEZCANO
257
diferentes propósitos; y tan rápido como ha avanzado este proceso, el
lenguaje se ha vuelto capaz de satisfacer su fin.
¿No debemos, entonces, sospechar que la asignación de una función a
un órgano, es la condición de eficiencia en todos los organismos? Si, tan
lejos como podemos ver, tal es la ley no solo de las organizaciones
naturales, sino de lo que, en el sentido superficial, llamamos artificiales ¿no
parece probable que sea la ley universal? ¿No será la ley de las instituciones?
¿No será la ley del Estado? ¿No debemos esperar que con un gobierno
también, la adaptación especial a un fin implique la no adaptación a otros
fines? ¿Y no es probable que entregando a un gobierno funciones
adicionales, el debido cumplimiento de su función característica se
sacrificará? ¿Y no implicaría esto que un gobierno no debe tomar tales
funciones adicionales?
Pero dejando a un lado la analogía, vamos a investigar si no es el hecho,
que en asumir cualquier oficio a parte del suya original, el Estado empieza a
perder el poder de satisfacer el original. ¿Qué es eso que llamamos Estado?
Hombres políticamente asociados. ¿Cómo asociados? Voluntariamente.
¿Para qué propósito? Para protección mutua. Hombres asociados
voluntariamente para protección mutua: esta es entonces su definición.
Cuando se arreglan correctamente, las condiciones en que esta asociación
voluntaria ofrece sus servicios, deben ser tan capaces de posibilitar la mayor
cantidad de protección posible. Y de otra manera — si insiste en
condiciones no esenciales que impidan a algunos hombres aceptar sus
servicios, o en condiciones que comprometan innecesariamente la libertad
de aquellos hombres que aceptan sus servicios, falla evidentemente en ese
modo en llevar a cabo su función. El momento en que el Estado asume un
segundo oficio hace todo esto. Los hombres asociados para un objetivo
especial nunca estarán de acuerdo unánimemente en la búsqueda de
cualquier otro objetivo. Mientras que nuestra sociedad de protección se
limite a garantizan los derechos de sus miembros, seguramente es de la
misma extensión que la nación; porque mientras que tal organización no se
necesita para nada, muchos hombres sacrificarán algo para asegurar su
custodia. Pero deja que se asigne un deber adicional, y surgirá
inmediatamente una mayor o menor división. La minoría discordante
consistirá en este caso en dos partes; la una constará de quienes tienen tanta
aversión al acuerdo considerado, como para resolverlo separándose en vez
de acceder a ello; y un grupo mayor que constará de aquellos que se quejan
en la imposición de cargos adicionales para las cosas que no quieren que se
hagan, pero que piensan que es mejor someterse en vez de abandonar los
ALDO EMILIANO LEZCANO
258
beneficios de la protección. En ambas partes el Estado fracasa en su deber.
A la primera la aleja a través de términos desfavorables; y de la otra exige
sacrificios que son necesarios para el desempeño de su función original; y
haciéndolo así se convierte en un agresor en vez de en un protector.
Observa como el caso sobresale cuando se pone personalmente.
«Vuestros impuestos son mayores este años que el anterior,» se queja un
ciudadano al gobierno; «¿Cómo es eso?»
«Las sumas de dinero que se han votado para estas nuevas escuelas, y
para los salarios de los maestros y maestras, han aumentado el uso del
dinero de nuestro Tesoro público,» contesta el gobierno».
«Escuelas, maestros y maestras — ¿qué tengo que ver yo con eso? ¿No
me estás cobrando sus gastos, verdad?»
«Sí».
«Nunca te di mi autorización para ello.
«Verdad; pero el parlamento, o, en otras palabras, la mayoría de la
nación, ha decidido que la educación de los jóvenes debe ser confiada a
nosotros, y ha autorizado recaudar tales fondos porque pueden necesitarse
para satisfacer esta confianza».
«¿Pero supón que deseo supervisar la educación de mis hijos yo mismo?»
«Puedes hacer lo que quieras; pero debes pagar por el privilegio que
ofrecemos, si lo utilizas o no. Incluso si no tienes hijos debes pagar de todas
maneras. «
«¿Y si me niego?»
«Si tuviéramos que actuar como en la antigua jurisprudencia, deberíamos
castigarte; pero como están ahora las cosas nos debemos contentar
avisándote de que te has convertido en un proscrito».
«No, no tengo intención de hacer eso; no puedo prescindir en el
presente de vuestra protección».
«Muy bien, entonces debes aceptar nuestros términos, y pagar tu parte
del nuevo impuesto».
«Mira en qué dilema me colocas. Como no me atrevo a renunciar a la
protección por la entré en asociación política para obtenerla, debo o dar
parte de mi propiedad a cambio de nada; o, si hiciera una afirmación que
fuera en parte equivalente, debería dejar de hacer lo que mis afectos
naturales provocan. ¿Me responderás unas pocas preguntas?»
«Desde luego».
«¿Para qué, como un ejecutivo nacional, has sido asignado? ¿No es para
mantener los derechos de aquellos que te emplean; o, en otras palabras, para
ALDO EMILIANO LEZCANO
259
garantizar a cada uno la libertad total a través del ejercicio de sus facultades
compatibles con la misma felicidad de todos los otros?»
«Se ha decidido así».
«Y también se ha decidido que estás justificado al disminuir esta libertad
solo a la extensión que sea necesaria para conservar al resto ¿verdad?»
«Eso es evidentemente una consecuencia».
«Exacto. ¿Ahora déjame preguntarte qué es esta propiedad, este dinero,
que en forma de impuestos me pedís una cantidad adicional? ¿No es lo que
me permite conseguir comida, ropa, refugio, diversión, o, para repetir la
expresión original — eso de lo que dependo para el ejercicio de la mayoría
de mis facultades?»
«Lo es».
«Entonces disminuir mi propiedad es disminuir mi libertad para ejercer
mis facultades ¿Verdad?»
«Evidentemente».
«¿Entonces este nuevo impuesto vuestro prácticamente disminuye mi
libertad para ejercer mis facultades?»
«Sí».
«Bueno, ¿percibes ahora la contradicción? En vez de hacer el papel de un
protector estás haciendo el papel de un agresor. Para lo que fuiste asignado
a garantizarme a mí y a otros, te lo estás llevando ahora. Ver que la libertad
de cada hombre para perseguir los objetivos de sus deseos no está limitada,
salvo por las mismas libertades de todos, es tu función especial. Disminuir
esta libertad por medio de impuestos, o limitaciones civiles más de lo es
absolutamente necesario para realizar tal función, es incorrecto, porque es
contrario a la propia función. Tu nuevo impuesto reduce así la libertad más
de lo que es absolutamente necesario, y consecuentemente es injustificable».
Así encontramos, como se dijo antes, que cuando el Estado empiece a
sobrepasar su oficio de protector, empieza a perder poder protector. No
hay ningún servicio suplementario que pueda intentar sin producir
desacuerdo; y en proporción a la cantidad de desacuerdo que produce así, el
Estado rechaza el fin para el que fue establecido. Dejad que tome deberes
adicionales, y habrá apenas un hombre que no se oponga a que le cobren
impuestos debido a uno o más de ellos — apenas un hombre, entonces, al
que el Estado no haga algo totalmente contrario a los que se le asigna a
hacer. Esto que se le designa al Estado es lo esencial — la cosa a través de
la que la sociedad se hace posible; y estas otras cosas que se proponen hacer
no son esenciales, porque la sociedad es posible sin ellas. Y como las
ALDO EMILIANO LEZCANO
260
esenciales no deben sacrificarse por las no esenciales, el Estado no debe
hacer nada más que proteger.
§2.
Quizás se deduzca, sin embargo, que el mal hecho por el gobierno,
cuando sobrepasa así su deber original, es solo uno aparente; viendo que
aunque disminuye las esferas de acción en una dirección, las añade en otra.
Todas las funciones suplementarias, un objetor puede decir, favorecen de
una forma y otra las necesidades de la sociedad; eso es que facilitan la
satisfacción de los deseos de los hombres; esto es que permiten a hombre
mayor libertad para el ejercicio de sus facultades. Porque si argumentas que
llevarse la propiedad de un hombre disminuye su libertad para ejercer sus
facultades, porque disminuye sus medios de ejercerlas, entonces debes
admitir justamente, que obteniendo para ellos ciertos objetivos que desea, o
llevándose los obstáculos que yacen entre él y esos objetivos, o de otra
manera ayudándole en sus fines, el Estado está incrementando su poder
para ejercer sus facultades, y de ahí está prácticamente incrementando su
libertad.
Para todos los que la respuesta es, que cortando las oportunidades del
hombre por un lado, para añadirlas en otro, está como mucho acompañada
por una pérdida. Recordemos que la fuerza por la que una sociedad, a través
de su gobierno, desarrolla ciertos resultados, nunca se incrementa por
mecanismos administrativos, sino que esa parte de él escapa en desacuerdo.
El gobierno no puede evidentemente crear ninguna facilidad para el ejercicio
de las facultades; todo lo que puede hacer es redistribuirlas. Es fácil calcular
qué puede realizar uno de estos acuerdos artificiales. Establece la cantidad
de poder pasa satisfacer sus necesidades, que toma de un ciudadano en
forma de impuestos extras; deduce el gasto serio que sucede bajo
manipulaciones oficiales; y lo restante, transformado en alguna nueva
forma, es todo que se le puede devolver. La transacción es en consecuencia
una de pérdida. Así que, mientras intenta servir al público asumiendo
funciones suplementarias, un gobierno fracasa en su deber hacia todos los
que están en desacuerdo; no compensa realmente por esto a través de
ventajas adicionales ofrecidas al resto; a quién simplemente da, con una
mano, menos que eso se lleva con la otra.
ALDO EMILIANO LEZCANO
261
§3.
Pero en verdad el negocio es aún más perjudicial de lo que parece,
porque incluso el regalo es un engaño — tiene un signo de menos delante,
inadvertido, quizás, por la mayoría, pero suficientemente visible para el
analista. La filosofía de la conveniencia de la que este estado de
superintendencia general es una expresión práctica, personifica la creencia
de que el gobierno debe no solo garantizar al hombre la búsqueda tranquila
de su felicidad, sino que debe proveerles la felicidad y enviárselas a su
puerta. Ningún esquema puede ser más contraproducente, porque ningún
esquema puede estar más completamente en desacuerdo con la constitución
de las cosas. El hombre, como se ha descrito brevemente al principio,
consiste en una diversidad de facultades, capacitándolo para las condiciones
que le rodean. Cada una de estas facultades, si se desarrolla de forma
normal, le produce, cuando se ejercitan, una satisfacción que constituye
parte de su felicidad; mientras que, en el acto de ejercerla, se realiza alguna
acción para ayudar las necesidades del hombre como un todo, y ofreciendo
a las otras facultades la oportunidad de realizar por turnos sus respectivas
funciones, y de producir cada uno su placer particular; así que, cuando
equilibradas saludablemente, cada una ayuda a todas, y todas ayudan a cada
una. No podemos vivir a no ser que este mecanismo trabaje con
rendimiento tolerable; y podemos vivir totalmente — que se puede tener
total felicidad — solo cuando la reciprocidad entre las capacidades y
requerimientos es perfecta. Como se ha dicho antes, el hombre completo es
el hombre autosuficiente — el hombre que se ajusta cada punto a sus
circunstancias — el hombre en que hay deseos de corresponder no solo a
todas las acciones que son inmediatamente ventajosas, sino a aquellas que lo
son remotamente. Evidentemente, no se puede ayudar a alguien que está así
correctamente constituido. Hacer cualquier cosa por él a través de algún
agente artificial, es suplantar algunos de sus poderes — es dejarlos sin ser
ejercidos, y por tanto disminuir su felicidad. Para los ciudadanos
desarrollados saludablemente, por tanto, la ayuda del Estado es doblemente
perjudicial. Los daña tanto a través de lo que toma como de lo que hace. A
través de los impuestos requeridos para sostener sus agencias absorbe los
medios en que ciertas facultades dependen para su ejercicio; y a través de las
propias agencias deja fuera otras facultades de sus esferas de acción.
ALDO EMILIANO LEZCANO
262
«Pero el hombre no está completo; no se desarrolla saludablemente; no
tiene capacidades en harmonía con sus deseos; y por tanto, en la situación
actual, el gobierno no ocupa con sus intervenciones puestos que podrían
ocuparse». Muy cierto; pero cerca de ser lo que deberíamos ser, lo que más
se desea es que deberíamos convertirnos en lo que deberíamos ser lo más
rápido posible. Estamos experimentando el proceso de adaptación.
Tenemos que perder las características que nos cualificaban para nuestro
estado original, y ganar aquellos que nos cualificarán para nuestro estado
presente; y la pregunta que hay que preguntarse, respecto a estos remedios
mecánicos para nuestras deficiencias, es — ¿Facilitan el cambio?
Definitivamente no. Un momento de reflexión nos convencerá de que lo
retrasan. Nadie necesita que le recuerden que la oferta y demanda es la ley
de la vida tanto como la ley del comercio — que la fuerza se mostrará solo
donde se requiera la fuerza — que una capacidad sin desarrollar puede
desarrollarse solo bajo la serena disciplina de la necesidad. ¿Alargarías e
incrementarías algunos sentimientos demasiados débiles? Entonces debes
prepararte para hacer, tan bien como se pueda, el trabajo requerido para
ello. Se debe mantener siempre activo, siempre forzado, siempre
incomodado por su incompetencia. Bajo este tratamiento alcanzarán, en los
lentos intervalos de generaciones, la eficacia; y lo que una vez fue su tarea
imposible ser convertirá en la fuente de una emoción sana, agradable, y
deseada. Pero deja un instrumento del estado sea colocado entre tal facultad
y su trabajo, y el proceso de adaptación se suspende. El crecimiento cesa; y
en su lugar comienza el retroceso. El agente embrionario ahora sustituido
por alguna comisión — algún consejo o empleado de directivos, disminuye
inmediatamente. Por tanto, la humanidad ya no va moldeándose en
harmonía con los requerimientos naturales del estado social; sino que
empieza, en su lugar, a asumir una forma ajustándose a estos requerimientos
artificiales. En consecuencia se le para en su progreso hacia la característica
de autosuficiencia del hombre completo; o, en otras palabras, se le impide
cumplir las condiciones esenciales para la felicidad total. Y así, como se ha
dicho antes, no solo el gobierno invierte su función llevándose más
propiedad de la que se necesita para fines de protección, sino que incluso lo
que da, a cambio de los excesos así tomados, es en esencia una pérdida.
ALDO EMILIANO LEZCANO
263
§4
Hay de hecho una facultad, o mejor dicho una combinación de
facultades, de cuyos defectos el estado, tanto como radica en él, puede
compensar ventajosamente — esa, específicamente, a través del que la
sociedad se hace posible. Está claro que cualquier ser cuya constitución
debe moldearse en idoneidad para las nuevas condiciones de la existencia
debe colocarse bajo esas condiciones. O, colocando la proposición
específicamente — está claro que el hombre se puede adaptar al estado
social, solo si se le mantiene en el estado social. Asumido esto, se deduce
que como el hombre ha sido, y aún es, deficiente de aquellos sentimientos
que, dictando solo la conducta, previene el antagonismo perpetuo de los
individuos y su desunión consecuente, se requiere algún agente artificial a
través del que pueda mantenerse esta unión. Solo a través del propio
proceso de adaptación se puede producir ese carácter que vuelve al
equilibrio social espontáneo. Y de ahí, mientras que este proceso continúe,
se debe emplear un organismo, primero para unir al hombre a un estado
asociado, y segundo para comprobar todas las conductas que ponen en
peligro la existencia de ese estado. Tal organismo es el que tenemos en un
Estado.
Y ahora señala si lo que consideramos gobierno desde este punto de
vista, o desde el ocupado anteriormente, nuestras conclusiones respecto a
ella son en esencia idénticas. Porque cuando el gobierno cumple con la
función aquí asignada, de mantener al hombre en las circunstancias a las que
se tienen que adaptar, cumple la función que en otros campos le asignamos
— el de protector. Administrar justicia — montar guardia sobre los
derechos del hombre — prevenir la agresión — es simplemente hacer
posible la sociedad, permitir a los hombres vivir juntos — mantenerlos en
contacto con sus nuevas condiciones. Y viendo que las dos definiciones son
en la raíz las mismas, debemos estar preparados para el hecho que, en
cualquier forma que especifiquemos su deber, el Estado no puede
sobrepasar su deber sin vencerse a sí mismo. Porque, si se considera un
protector, encontramos que en el momento que hace algo más que
proteger, se vuelve un agresor en vez de un protector; y, si se le considera
una ayuda a la adaptación, encontramos que cuando hace algo más que
mantener el estado social, retrasa la adaptación en vez de acelerarla.
ALDO EMILIANO LEZCANO
264
§5
Hasta aquí gran parte de la evidencia positiva: vamos a entrar en la
negativa. Los filósofos de la idoneidad dicen que el gobierno tiene otras
funciones que cumplir a parte de la de mantener los derechos del hombre.
Si es así ¿cuáles son? A la afirmación que la línea de frontera del deber del
estado como se ha obtenido arriba está en el lugar equivocado, la
contestación obvia es — muéstranos de dónde se debe sacar. A esta
petición los filósofos de la idoneidad no han sido nunca capaces de
responder. Sus supuestas afirmaciones no son definiciones en absoluto.
Como hemos probado al principio, decir que el gobierno debe hacer lo que
es «apropiado,» o hacer lo que tenderá a producir «la felicidad más grande,»
o hacer lo que favorecerá al «bien general,» es decir justamente nada; porque
hay infinitos desacuerdos en estas desiderata. Una definición donde los
términos están indefinidos es una estupidez. Mientras que la interpretación
práctica de «idoneidad» continúe como un problema de opinión, decir que
el gobierno debe hacer los que es «apropiado,» ¡es decir que debe hacer, lo
que creamos que debe hacer!
Aún entonces nuestra petición es - una definición. Entre los dos
extremos de su posible poder — el todo y la nada con que se le puede
encomendar a un gobierno, ¿dónde está la limitación apropiada? De los
innumerables campos de acción abiertos a una legislatura incontrolada,
¿cuál debería ocupar? ¿Debe extender su intromisión a fijar las creencias,
como en los viejos tiempos; o ignorar los tipos de manufactura,
funcionamiento de granjas, y asuntos domésticos, como hizo una vez; o en
el comercio, como más tarde — como a la educación, como ahora — a la
salud pública, como algunos desean — al vestido, como en China — a la
literatura, como en Austria — a la caridad, a los modales, a las diversiones?
Si no a todas, ¿a cuáles? Si buscara el perplejo investigador refugio en la
autoridad, encontraría precedentes no solo para esto sino para muchas más
de estas intromisiones. Si, como aquellos que estaban en contra de los
maestros sastres hicieran su trabajo fuera del negocio, como aquellos que
querían impedir la producción de cárceles industriales que desplazaran las
de los artesanos libres, o como aquellos que impedirían a los niños de los
colegios de caridad competir con costureras, piensa que es deseable
entrometerse con los acuerdos del comercio, hay suficientes ejemplos para
él. Está la ley de Enrique VII, que indicaba a la gente en qué ferias debían
vender sus productos; y esa de Eduardo VI, que promulgó una multa de
ALDO EMILIANO LEZCANO
265
100 libras por un negocio abusivo; y esa de Juan I, que prescribió la
cantidad de cerveza que debía venderse por un penique; y esa de Enrique
VIII, que hizo penal vender cualquier alfiler que no fuera «de doble cabeza,
y que tuviera sus cabezas soldadas rápidamente al mango, y bien liso; el
mango bien perfilado; la punta bien y redondeada y afilada». Tiene el
consentimiento, también, de aquellos decretos que fijaban los salarios del
trabajo; y de aquellos que impusieron a los granjeros, como en 1538, cuando
la siembra de cáñamo y lino se hizo obligatoria; y de aquellos que
prohibieron el uso de ciertos materiales, como ese artículo ahora tan
ampliamente consumido, el palo de Campeche, se prohibió en 1597. Si está
de acuerdo con una superintendencia tan extendida, quizás pueda adoptar la
idea de M. Louis Blanc de que «el gobierno debería considerarse como el
regulador supremo de la producción,» y habiéndola adoptado, presionar el
control de estado tanto como una vez llevó a cabo en Francia, cuando
pusieron en ridículo a los fabricantes por los defectos en los materiales que
empleaban, y en la textura de sus telas; cuando se multó a algunos por los
tejidos de un tipo peor de tela que la ley decía que debía estar hecho de
angora, y otros porque su hilo de pelo de camello no eran de la anchura
específica; y cuando un hombre no teñía la libertad de elegir el lugar para su
establecimiento, ni trabajar todas las estaciones, ni trabajar para todo el
mundo. ¿Se considera esto una intromisión demasiado detallada? Entonces,
quizás, el mayor favor se mostrará a aquellos reglamentos alemanes a través
de los que se evita que un zapatero continúe su trabajo hasta que un jurado
inspector haya certificado su competencia; que inutilizan a un hombre que
ha elegido un oficio a no poder elegir nunca otro; y que prohíbe a cualquier
comerciante extranjero asentarse en cualquier ciudad alemana sin una
licencia. ¿Y si hay que regular el trabajo, no es apropiado que el trabajo deba
proporcionarse, y los vagos forzados a realizar una cantidad debida de este?
¿En qué caso cómo tenemos que tratar con nuestra población vagabunda?
¿Debemos entender la indirecta de Fletcher de Saltoun, que amablemente
proponía el establecimiento de la esclavitud en Escocia como un beneficio a
«tantas miles de nuestras personas que están en la actualidad muriendo por
la necesidad de pan»? ¿O debemos adoptar la sugerencia análoga del Sr.
Carlyle, que remediaría las miserias de Irlanda organizando a su gente en
regimientos entrenados de mineros? Las horas de trabajo también — ¿Qué
se deben hacer con estas? Habiendo accedido a la petición de los
trabajadores de la fábrica, ¿no debemos considerar la de los jornaleros
panaderos? Y si la de los jornaleros panaderos, ¿por qué no, como pregunta
el Sr. Cobden, considerar los casos de los sopladores de vidrio, los que
ALDO EMILIANO LEZCANO
266
limpian retretes, los fundidores de hierro, los afiladores de cuchillos de
Sheffield, y de hecho todos los otros tipos, incluyendo los duros
trabajadores Miembros del Parlamento? Y cuando se ha provisto de
empleo, y se han fijado las horas de trabajo, y establecido las reglas de
comercio, debemos decidir hasta dónde debe ocuparse el estado de las
mentes de las personas, de la moral y la salud. Hay esta pregunta educativa:
habiendo satisfecho el deseo predominante de escuelas del gobierno con
profesores pagados con impuestos, y adoptado el plan del señor Ewart de
bibliotecas municipales y museos, ¿no debemos solicitar la propuesta
suplementaria de tener profesores nacionales? Y si se está de acuerdo con
esta propuesta, ¿no sería bueno llevar a cabo el esquema de Sir David
Brewster, quien desea tener «hombres ordenados por el estado a las
funciones íntegras de la ciencia» — «un sacerdocio intelectual,» «desarrollar
las verdades espectaculares que el tiempo y el espacio envuelven»?
y
Después
de haber establecido «un sacerdocio intelectual» para darle compañía a
nuestro religioso, un sacerdocio de física tal como proponen ciertos
hombres de medicina sin sueldo, y de los que ya tenemos el germen en
nuestros médicos sindicales, la consistencia pedirá por supuesto la adopción
del sistema de los funerales del gobierno del señor G. A. Walker, bajo la que
«aquellos con autoridad» deben «tener cuidado especial» para que «los más
pobres de nuestros hermanos» puedan tener «una transmisión adecuada y
solemne» a la tumba, y tienen que conceder en ciertos casos «medios
gratuitos de entierro». Habiendo llevado tan lejos el plan comunista de
hacer todo para todos, ¿no debemos considerar las diversiones de la gente,
y, tomando ejemplo de la subvención de la ópera en Francia, establecer
salas de baile públicas, y conciertos gratis, y, teatro baratos, con actores
pagados por el estado, músicos y maestros de ceremonias; utilizando
cuidados debidamente al mismo tiempo para controlar el gusto popular,
como es de hecho en el caso de los abonados de la Art-Union de nuestro
presente Gobierno proponen que se haga? Hablar del gusto nos recuerda de
forma natural al vestir, en cuyos varios aspectos las mejoras deberían
forzarse; por ejemplo — la abolición de los sombreros: deberíamos tener
buen antecedente tanto en Eduardo IV, quién multó a aquellos que llevaban
ningún traje ni capa que no estuvieran de acuerdo con lo especificado, y que
limitó la superfluidad de las puntas de los zapatos, o en Carlos II, quien
prescribió el material para las mortajas de sus súbditos. Los asuntos de
salud, también, necesitarían atención; y, al tratar con esto, ¿no
y
Ver Address to the Brithish Association (Discurso a la Asociación Británica) en Edimburgo,
en 1850.
ALDO EMILIANO LEZCANO
267
consideraríamos rentable aquellos antiguos estatutos «que protegían los
estómagos de la gente limitando los gastos de sus mesas: o recordando que
perjudiciales son nuestras de llegar tarde, no deberíamos ventajosamente
tomar el ejemplo de la antigua práctica Normanda, y fijar la hora en la que la
gente debe apagar sus fuegos e irse a la cama: o no deberíamos con
beneficio actuar sobre la opinión del señor Beausobre, un hombre de
estado, que dice que «sería adecuado vigilar durante la época del fruto, a no
ser que la gente se coma lo que no está maduro»? Y, entonces, al volver la
superintendencia bastante completa, ¿no estaría bien seguir el ejemplo de
ese rey danés que daba indicaciones a sus súbditos de cómo debían fregar
sus suelos, y pulir sus muebles?
Multiplica estas preguntas en un volumen completo; añade los infinitos
subordinados a lo que en la práctica deben provocar; y alguna idea debe
formarse del laberinto a través del que el filósofo de la idoneidad debe
encontrar su camino. ¿Dónde está ahora su pista? De nuevo aparece la
pregunta — ¿cómo propone determinar entre qué se debe intentar y qué
no? ¿Cuál es su definición? Si escapara del cargo del empirismo político,
debe mostrarnos algún examen científico a través del que puede determinar
en cada caso si la superintendencia del Estado es deseable o no. Entre un
extremo de completa no interferencia, y el otro extremo en que cada
ciudadano se debe transformar en un bebé crecido, «con babero y cuchara
de papilla,» yacen innumerables paradas; y al que tendría al Estado haciendo
más que proteger se le pide que diga donde pretende dibujar la línea, y que
nos dé razones substanciales de por qué debe ser justo ahí y no en otro
sitio.
§6
Después de la dificultad de encontrar lo que hay que hacer, viene la
dificultad de encontrar la forma de hacerlo. Vamos a perdonar al filósofo de
la idoneidad la mitad de esta tarea — vamos a asumir para la ocasión algo
con lo que se está de acuerdo unánimemente como un correcto desarrollo; y
ahora supón que le preguntamos — ¿qué pasa con tus medios para
conseguirlo? ¿Estás bastante seguro de que responderán? ¿Estás bastante
seguro de que tu sistema no se romperá bajo su trabajo? ¿Bastante seguro
de que producirá los resultados que deseas? ¿Bastante seguro de que no
producirá algún resultado muy diferente? ¿Bastante seguro de que no te
ALDO EMILIANO LEZCANO
268
meterás en uno de esos embrollos en los que muchos se han perdido? No
faltan advertencias. «Acabemos con la usura,» se decían los gobernantes de
la Edad Media: lo intentaron; e hicieron justo lo contrario de lo que
intentaron; porque resultó, que «todas las regulaciones que interfieren con el
interés del dinero vuelve a sus condiciones más rigurosas y molestas».
«Exterminaremos el protestantismo,» susurraron los católicos del continente
los unos a los otros: lo intentaron; y en vez de hacerlo plantaron en
Inglaterra el germen de una organización de producción que ha suplantado
en una gran extensión a la propia. «Estará bien darle a las clases trabajadoras
residencias fijas» pensaron los legisladores de las Leyes de Pobres; y ras
haber actuado de acuerdo con este pensamiento al final creció
eventualmente sistema de compensación, con sus casas abarrotadas, y
cuadrillas de trabajo no residentes. «Debemos suprimir estos burdeles,»
decidieron las autoridades de Berlín en 1845: las suprimieron, y en 1848, los
libros del registro público y el informe del hospital probaron que el asunto
era considerablemente peor que antes.
z
«Supón que obligamos a los
feligreses de Londres a mantener y educar a sus niños pobres en el país»
Dijeron los hombres de estado en la época de Jorge III; «se inclinaría
enormemente a la preservación de las vidas de los niños pobres feligreses:» Así
sucedió la 7 Geo. III., c. 39; y poco después empezaron las acogidas por
dinero, acabando en la tragedia en Tooting. ¿No son tales advertencias
dignas de atención? ¿O el filósofo de la idoneidad valora esos hechos solo si
están expresados en Blue-books y tablas de Cámaras de Comercio?
Entonces como a sus mecanismos administrativos — ¿puede responder
por su funcionamiento satisfactorio? El comentario común de que el
negocio público se maneja peor que todos los otros negocios, no carece
totalmente de fundamento. Hoy lo encontraremos ejemplificado en los
hechos de un departamento que de hace una hacienda valiosa como la New
Forest, una pérdida para el país de 3000 libras al año; que permite que Salcey
Forest sea totalmente talado y los beneficios robados por un representante
deshonesto; y que, en 1848, solo tenía cubiertas las facturas hasta 1839.
Mañana podremos leer sobre chapuzas del Ministerio de Marina — de
barcos mal construidos, hechos pedazos, reconstruidos y parcheados — o
casi un millón gastado en barcos de guerra de hierro que se descubren que
no soportan un disparo de cañón — y de una lentitud que coloca a los
astilleros «aproximadamente siete años» por detrás de todos los otros.
Ahora la denuncia es de un derrochador que construye cárceles con un
coste de 1200 libras por prisionero; y ahora de una negligencia que permite
z
Artículos del Dr. Fr .J. Bebrend. Ver Medical Time, 16 de Marzo, 1850.)
ALDO EMILIANO LEZCANO
269
importantes apuntes legarles pudrirse entre la basura. Ahí está un marinero
de quién el Estado pide seis penique al mes para un hospital que nunca se le
proporcionó, y cuya pensión del Merchant-Seamen's Fund no es nada de lo
que hubiera sido en una sociedad de seguros ordinaria; y allí, por otra parte,
está un acuñador que consigue más de 4000 libras al año por hacer algo por
lo que cobraría una décima parte de esa cantidad. Se ve el retraso oficial en
el lento progreso del Catálogo del Museo; mala gestión oficial en el
Parlamento no adecuada para hablar dentro; y perversidad oficial en la
oposición hecha uniformemente para la mejora por las autoridades de las
Aduanas y Arbitrios, y la Oficina de Correos. ¿No siente el filósofo de la
idoneidad aprensión al contemplar tal evidencia? ¿O, como uno que afirma
ser guiado por la experiencia, piensa que en su conjunto la experiencia está a
su favor?
Quizás no ha escuchado que de diez inventos mecánicos, normalmente
nueve fallan; y que, antes de que el décimo responda, tienen que superarse
innumerables obstáculos que nunca se han imaginado. ¿O, si ha oído sobre
esto, piensa que las propiedades de la humanidad siendo más fáciles de
entender que aquellas del hierro y latón, y una institución construida por
hombres vivos siendo una cosa más simple comparada con un mecanismo
inanimado, los esquemas legislativos probablemente no fracasan de la
misma manera?
§7
«Es un vulgar engaño creer en el poder soberano de la maquinaria
política,» dice M Guizot. Verdad: y no es solo un vulgar engaño, sino uno
muy peligroso. Dale a un niño nociones exageradas del poder de sus padres,
y tarde o temprano pedirá la luna. Deja a un pueblo creer en la
omnipotencia de su gobierno, y será bastante inevitable producir
revoluciones para conseguir imposibles. Entre sus desmesuradas ideas de lo
que el Estado debería hacer por ellos por un lado, y sus despreciables
actuaciones por el otro, seguramente se generarán sentimientos
extremadamente adversos hacia el orden social — sentimientos que, al
añadirse al descontento producido por otras causas, pueden dar lugar a
situaciones que de otra forma no se habrían dado.
Pero esta creencia en «este poder soberano de la maquinaria política» no
nace con el hombre; se le enseña. ¿Y cómo se le enseña? Evidentemente a
ALDO EMILIANO LEZCANO
270
través de estos predicadores de la superintendencia legislativa universal — a
través de las pretensiones de los propios hombres de estado — y al haber
visto, desde su infancia, toda clase de funciones asumidas por los oficiales
del gobierno. La idea que, en su crítica sobre los últimos sucesos en Francia,
M. Guizot llama un «vulgar engaño,» es una idea que a él, en común con
otros, le ha sido prácticamente inculcada. Siguiendo los pasos de sus
predecesores, ha mantenido en acción, y en algunos casos prolongado, ese
sistema de supervisión oficial a la que esta idea debe su creación. ¿No era
natural que los hombres, viviendo bajo la regulación de prefectos, sub-
prefectos, inspectores, directores, intendentes, comisarios, y otros
funcionario que llegan a 535,000 — hombres que fueron educados por el
gobierno, y que les enseñaron religión — quiénes tenían que pedir permiso
antes de que pudieran moverse de casa — que no podía publicar un folleto
sin un permiso de las autoridades, ni distribuir un periódico después de la
prohibición de censura — quiénes le veían dictar regulaciones diariamente
para ferrocarriles, inspección y administración de minas, construcción de
puentes, creación de carreteras, y erigir monumentos — quiénes fueron
guiados a considerarlo como el patrón de la ciencia, literatura, y artes, y
como el dispensador de honores y recompensas — que lo encontraron
asumiendo la fabricación de la pólvora, supervisando la cría de caballos y
ovejas, haciendo de prestamista público, y monopolizando la venta de
tabaco y rapé — quiénes le vieron asistiendo a todo, desde la ejecución del
trabajo público hasta la inspección sanitaria de las prostitutas — no era
natural que los hombres bajo esas circunstancias adquieran ideas exaltadas
del poder del estado? Y, habiendo adquirido tales ideas, ¿probablemente no
desearían que el Estado les guiara hasta beneficios inalcanzables; que se
enfadaran porque no hicieron esto; e intentaran a través de la violencia la
ejecución de sus deseos? Evidentemente la respuesta debe ser afirmativa. Y
si lo es, no es mucho decir que esta excedencia de la esfera apropiada del
Gobierno, conduciendo como lo hace a ese «vulgar engaño,» una creencia
en «el poder soberano de la maquinaria política,» es el precursor natural de
tales esquemas como aquellos de Blanc y Cabet, y de esa confusión que el
intento de alcanzarlos a través de la agencia estatal debe producir.
Hay otras maneras, también, en que se amenaza la estabilidad social a
través de esta interferencia del sistema. Es un sistema muy caro; cuanto más
se mantiene, mayores se vuelven los impuestos requeridos; y todos sabemos
que el duro impuesto es inseparable del descontento. Además, es en su
naturaleza esencialmente despótico. Al gobernar todo inevitablemente limita
al hombre; y, al disminuir su libertad de acción, lo enfurece. Irrita a través
ALDO EMILIANO LEZCANO
271
de su infinidad de ordenanzas y restricciones; ofende afirmando que ayuda a
aquellos a los que no dejará que se ayuden a sí mismos; y molesta a través
de su multitud de funcionarios autoritarios, quienes están siempre en medio
del hombre y sus actividades. Aquellas normas que obstaculizaron a los
fabricantes franceses durante el último siglo, cuando el estado decidió sobre
las personas a emplear, los artículos a crear, los materiales a usar, y la calidad
de los productos — cuando los inspectores rompieron los telares y
quemaron los productos que no estaban hechos de acuerdo con la ley — y
cuando las mejoras eran ilegales y los inventores multados — no tuvo una
pequeña participación en la producción de la gran revolución. Ni, entre las
causas que conspiraban para derrocar el gobierno de Luis Felipe, debemos
olvidar la irritación generada por la supervisión análoga, bajo la que una
mina no podía abrirse sin el permiso de las autoridades; bajo al que a un
librero o impresor se le podía multar cerrando el negocio por la retirada de
su licencia; y bajo la que es punible tomar un cubo de agua del mar.
Así, si consideramos al gobierno como un medio de mantener el estado
social, encontramos que, aparte de sufrir una pérdida directa de poder para
desempeñar su deber al intentar algo más, hay varias maneras secundarias
en que la aceptación de funciones adicionales pone en peligro la realización
de su función original.
§8
Pero no hemos considerado suficientemente la infinita presunción
perceptible en este intento de regular las acciones del hombre a través de la
ley. Compensar defectos en la constitución original de las cosas — este es el
significado del esquema, manifiestamente expresado. Se dice de un cierto
personaje, que deseaba que se le hubiera consultado cuando se estaba
creando el mundo, porque él hubiera dado buenos consejos; y no pocas
celebridades históricas se han unido a este personaje, en virtud de su
arrogancia incomparable. ¡Superficial, superficial! La gran mayoría de
nuestros hombres de estado y políticos hace lo mismo cada día.
¡Asesoramiento, de hecho! No se paran en el asesoramiento. ¡Se interponen
activamente, tomando en sus propias manos asuntos que parece que Dios
está manejando mal, y asumen para hacerlos bien! Está claro que para ellos
las necesidades y relaciones sociales se han mantenido tan descuidadamente,
que sin su vigilante dirección todo irá mal. Y en cualquier influencia
ALDO EMILIANO LEZCANO
272
silenciosa a través de la que las imperfecciones estén en proceso de ser
eliminadas, no creen en ellas. ¡Pero a través de una comisión, o un grupo de
oficiales, y una subvención parlamentaria, toda carencia debe volverse
buena, y los errores de la Omnisciencia rectificarse!
En verdad es un triste espectáculo para cualquiera que haya intentado, lo
que Bacon recomienda — «un sirviente e intérprete de la naturaleza,» para
ver a estos maquinadores políticos, con sus torpes mecanismos, suplantar
las grandes leyes de la existencia. Uno así, no considerando ya el simple
exterior de las cosas, ha aprendido a buscar las fuerzas secretas a través de
las que se sostienen. Después de un estudio paciente, este caos de
fenómenos en medio del que ha nacido ha empezado a generalizarse en él; y
donde no parecía haber nada más que confusión, ahora puede distinguir los
débiles contornos de un gigantesco plan. Sin accidentes, sin casualidad; sino
que en todos lados orden y finalización. Una a una las excepciones
desaparecen, y todo se vuelve sistemático. De repente lo que parecía una
anomalía responde a algún pensamiento más intenso, muestra polaridad, y
se amplía con hechos similares. En todas partes encuentra los mismos
principios vitales, siempre en acción, siempre exitoso, y siempre aceptando
los mínimos detalles. El crecimiento es incesante; y aunque lento, poderoso:
mostrándose aquí en algún contorno rápidamente desarrollado; y allí, donde
la necesidad es menor, mostrando solo la fibrilla de organización incipiente.
Irresistible a la vez que sutil, ve en el obrero de estos cambios, un poder que
soporta hacia delante pueblos y gobiernos pese a sus teorías, y esquemas, y
prejuicios — un poder que chupa la vida de sus alabadas instituciones, seca
los pergaminos de su Estado con una exhalación, paraliza autoridades
largamente veneradas, arrasa con las leyes más profundamente solemnes,
hace a los hombres de estado retractarse y hace enrojecer a los profetas,
entierra preciadas costumbres, pospone precedente, y que, antes de que el
hombre sea consciente del hecho, ha provocado una revolución en todas las
cosas, y llenado el mundo con una vida superior. Siempre hacia la
perfección es el movimiento poderoso — hacia un desarrollo completo y un
bien más puro; subordinado a su universalidad todas las insignificantes
irregularidades y recaídas, como la curvatura de la tierra subordina las
montañas y los valles. Incluso en los males, el estudiante aprende a
reconocer solo el beneficio que lucha por abrirse camino. Pero, sobre todo,
es golpeado por la satisfacción intrínseca de las cosas, y con la simplicidad
compleja de aquellos principios a través de los que se corrigen cada defecto
— principios que se muestran de la misma manera en el ajuste de las
perturbaciones planetarias, y en la curación de un dedo rasguñado — en el
ALDO EMILIANO LEZCANO
273
balance de los sistemas sociales, y en la sensibilidad aumentada del oído de
un hombre ciego — en la adaptación de los precios del producto, y en la
aclimatación de una planta. Día tras día ve más belleza. Cada nuevo hecho
ejemplifica más claramente alguna ley reconocida, o revela algo completo e
inconcebible: contemplación que así le descubre constantemente una mayor
harmonía, y le mantiene en una fe más profunda.
¡Y ahora, en medio de su admiración y su asombro, el estudiante verá de
repente que tiene todo el rato encima a algún burócrata frívolo diciendo al
mundo cómo va a parchear la naturaleza! ¡Aquí está un hombre que, en
presencia de todas las maravillas que le rodean, se atreve a anuncia que él y
algunos de sus compañeros han unido su cabezas y han encontrado una
forma de mejorar la disposición Divina! Apenas han tenido estos
entrometidos una idea de lo que yace bajo los hechos con los que se
proponen a tratar; como pronto encontrarás al sondear su filosofía; ¡y aun
así, llevarían a cabo sus pretensiones, de que deberíamos verles
autoproclamarse enfermeros del universo! ¡Tienen tan poca fe en las leyes
de las cosas, y tanta fe en sí mismos, que si fuera posible, encadenarían
tierra y sol juntos, a no ser que la fuerza centrípeta fallase! Solo se puede
depender de una agencia creada por el parlamento; ¡y solo cuando esta
humanidad infinitamente compleja nuestra se haya puesto bajo sus
regulaciones ingeniosas, y mantenidas por su suprema inteligencia, se
convertirá el mundo en lo que debe ser! Tal, en esencia, es el increíble credo
de estos reparadores de la creación.
§9
Considerad entonces en qué luz — moral o científicamente, con
referencia a su viabilidad, o como una cuestión de prudencia política, o
incluso en su orientación sobre la fe religiosa — encontraríamos esta teoría,
de que un gobierno debe asumir otros trabajos a parte del de protector, que
sea una teoría insostenible. Se ha mostrado que si el mantenimiento de los
derechos se considera la función especial del Estado, el Estado no puede
realizar ninguna otra función sin una pérdida parcial de poder para realizar
su función especial. Cuando, desde otro punto de vista, se mira al estado
como una ayuda a la adaptación, encontramos que no puede sobrepasar su
deber de vigilar las libertades de los hombres, sin convertirse en un
obstáculo para la adaptación, en vez de una ayuda. Resulta que abolir el
ALDO EMILIANO LEZCANO
274
límite de la intervención legislativa ahora sostenido, es de hecho abolir todo
los límites cualesquiera que sean — es dar a poder civil un campo de acción
al que no se le puede fijar límites, salvo en alguna forma arbitraria y nada
filosófica. Además, incluso pudiendo ser ciertos asuntos suplementarios,
considerados apropiados para la supervisión del gobierno, debidamente
distinguidos del resto, aún estaría el hecho de que toda experiencia muestra
que el Gobierno es un gerente incompetente de tales asuntos
suplementarios. Se promueve además, que el sistema de control oficial
ampliado es malo, porque no es favorable para la estabilidad social. Y,
finalmente, ese sistema se rechaza, ya que supone una presunción absurda e
incluso impía.
Tales, entonces, son los argumentos generales adelantados para probar
que mientras el estado debe proteger, no debe hacer nada más que proteger.
Para el pensador abstracto debe quizás considerarse concluyente. Hay otros,
sin embargo, a quienes les pesará relativamente poco; y, para su
convencimiento, se necesitará examinar en detalle cada uno de los varios
casos en que la superintendencia legislativa se defiende comúnmente.
Procedamos con esto.
ALDO EMILIANO LEZCANO
275
CAPÍTULO XXIII
LA REGULACIÓN DEL COMERCIO
§1
Los acuerdos que alteran el curso natural del comercio son de dos tipos;
se deben clasificar o en estímulos artificiales o en limitaciones artificiales —
recompensas o restricciones.
De las recompensas se puede decir aquí especialmente lo que se ha dicho
en el anterior capítulo de las ventajas artificiales en general; específicamente
que un Gobierno no puede darlas sin invertir directamente su función. No
siendo un requisito para el debido mantenimiento de los derechos de los
ciudadanos, quitarles sus propiedades con el propósito de favorecer ciertas
ramas de producción, estaría mal incluso si se entregaran beneficios
garantizados a cambio; y como, en vez de ofrecerle beneficios garantizados,
el caos comercial como consecuencia de esto pone límites adicionales al
ejercicio de su facultades, tal medida es doblemente incorrecta. Ahora que la
fe en los sobornos mercantiles se ha casi extinguido, es innecesario reforzar
esta deducción abstracta a través de razonamiento adicional.
De las restricciones apenas se necesita decir que son incluso menos
equitativas que las recompensas. Deducible como es de la ley de la misma
libertad, el derecho al intercambio es tan sagrado como cualquier otro
derecho (cap. XIII), y existe tanto entre los miembros de diferentes
naciones como entre miembros de la misma nación. La moralidad no sabe
nada de fronteras geográficas, o de distinción de raza. Puedes poner a los
hombres en lados opuestos de un río o una cadena de montañas; también se
les puede separar por una extensión de agua salada; puedes darles, si
quieres, diferentes idiomas: y puedes incluso colorear sus pieles de forma
diferente; pero no puedes cambiar sus funciones esenciales. Originándose
como lo hacen en los hechos de la constitución del hombre, no se pueden
alterar por los accidentes de la condición externa. La ley moral es
cosmopolita — no hace distinción entre nacionalidades: y entre los
hombres que son opuestos los unos de los otros, tanto en localización
ALDO EMILIANO LEZCANO
276
como en cualquier otra cosa, aún debe existir el mismo equilibrio de
derechos como si fueran los vecinos de la puerta de al lado en todo.
Por lo tanto, al poner un veto en la relación comercial de dos naciones, o
al poner obstáculos en la forma de realizar esa relación, un gobierno pasa
por encima de las libertades de acción el hombre; y haciéndolo invierte
directamente su función. Asegurar a cada hombre la máxima libertad para
ejercer sus facultades, compatible con más mismas libertades de todos los
otros, es el deber del estado. Las prohibiciones de comercio y restricciones
de comercio no solo no aseguran esta libertad, sino que la quitan. Así que
haciéndolas cumplir el Estado se transforma de un defensor de los derechos
a un violador de los derechos. Sería un crimen que un poder civil encargado
de protegernos del asesinato de convirtiera en asesino; sería un crimen que
hiciera de ladrón, aunque se le colocara para mantener alejados a los
ladrones; entonces debe ser un crimen privar a los hombres, de cualquier
manera, de la libertad para perseguir sus objetos de deseo, cuando se les
designó para asegurarle esa libertad. Si mata, roba, o esclaviza, o encadena a
través de regulaciones de comercio, es culpable de manera parecida, y solo
difiere en grado. En un extremo destruye totalmente el poder para ejercer las
facultades; en el otro solo parcialmente. Y en la estricta moral los mismos
tipos de condena deben reflejarse en ambos casos.
§2
No pocos se sorprenderán por este punto de vista del problema. Vamos
a reflexionar un rato sobre los antecedentes y asociaciones de este gobierno
del comercio. Encontrarán, al hacerlo, que está relacionado tanto en origen
y práctica con todas las formas incorrectas. Más de una vez se ha señalado,
que como las costumbres e instituciones injustas derivan su crueldad de un
defecto moral en la gente viviendo bajo ellos, deben haberse impregnado
uniformemente de esa crueldad — que como las leyes sociales, creencia, y
acuerdos consisten solamente en carácter consolidado, el mismo carácter
debe mostrarse en todas las leyes sociales, creencias y acuerdos que
coexisten; y, además, cualquier proceso de mejora les afectará
simultáneamente. Esta verdad fue ampliamente ilustrada. Vimos que la
tiranía en forma de gobierno, tiranía en la conducta del señor con su
sirviente, tiranía en las organizaciones y disciplina religiosas, tiranía en la
relación matrimonial, y tiranía en el trato de los niños, florecía regularmente
ALDO EMILIANO LEZCANO
277
justas y disminuían de forma regular al mismo ritmo. En la misma categoría
debemos poner ahora — la tiranía en las leyes comerciales. Dejando de lado
esas irregularidades menores que impregnan todos los procesos naturales,
debemos encontrar que de los días cuando la exportación era un crimen
capital, hasta nuestra era del libre comercio, ha habido una proporción
constante mantenida entre la severidad de las limitaciones mercantiles y la
severidad de otras limitaciones, como la que ha habido entre el aumento de
la libertad comercial y el aumento de la libertad general.
Unos pocos hechos ejemplificarán esto suficientemente. Toma como
uno el ejemplo al que nos acabamos de referir, en que asociado con la ley
autocrática en la iglesia, en el Estado, en la sala feudal, encontramos a
Eduardo III, que con el propósito de hacer que los extranjeros vinieran y
compraran en nuestros mercados, prohibió a sus súbditos el enviar fuera
ningún bien esencial «bajo pena de muerte y expropiación;» y promulgando
después «que la ley no debe ser alterada ni por él ni por sus sucesores».
Observa, también, como este mismo espíritu despótico se ha exhibido en
las regulaciones que exigían a estos comerciantes continentales a residir
durante su estancia con ciertos inspectores encargados de ver los
cargamentos vendidos dentro de un tiempo específico, y las ganancias re-
invertidas en productos ingleses, y de transmitir al tesoro público cuentas
periódica de los negocios de los comerciantes — regulaciones, por cierto,
de cuyo abandono se lamentó tiempo después por los veneradores de la
sabiduría ancestral, tanto como se lamenta de la abolición de la escala móvil
una cierta parte en nuestros días. Nota de nuevo como, bajo el mismo
régimen, los trabajadores eran forzados a trabajar por salarios fijos; y
entonces como, incluso para mantener el equilibrio, imponían a los tenderos
los precios de los suministros. Fíjate además, que cuando el más tiránico de
estos decretos cae en desuso, aún continúan las menos incómodas, tales
como esas leyes de usura, órdenes a granjeros, prescripción del material de
las mortajas, instrucciones para los fabricantes, etc., a las que nos referimos
en el último capítulo. Pero sin entrar en más detalles — sin extendernos en
el hecho de que esas limitaciones intolerables soportada una vez por las
clases industriales de Francia fueron contemporáneas con el intenso
despotismo en la corte, y aun persistiendo el feudalismo en las provincias
— sin trazar el paralelismo que existe entre la esclavitud política y
económica, bajo la cual, a pesar de sus revoluciones, los franceses aún
siguen viviendo — sin señalar con detalle la misma conexión de los
fenómenos en Prusia, en Austria, y en otros países gobernados de forma
similar — sin hacer todo esto, la evidencia citada muestra suficientemente
ALDO EMILIANO LEZCANO
278
que la opresión de las leyes mercantiles de una nación varía como la
opresión de sus acuerdos y gobierno. Mientras que, a la inversa, si echamos
un vistazo sobre los anales del progreso, y luego contemplamos los cambios
que han tenido lugar en estos pocos años, o que aún están en progreso, no
podemos más que señalar un parentesco similar entre las manifestaciones de
un sentimiento justo en la organización política, en los asuntos eclesiásticos,
en la familia, y en nuestro código comercial.
Así, las restricciones del comercio son del mismo tipo que el gobierno
irresponsable y la esclavitud. Una percepción obtusa de, y una compasión
insuficiente con, los derechos del hombre, son los padres de todas las tiranía
y engaños, lleven el nombre que lleven. Intromisiones con la libertad de
intercambio son tan ciertamente su progenie como las peores violaciones de
los derechos humanos: se encuentran constantemente en la sociedad: y
aunque popularmente no se clasifican como crímenes, están tanto en origen
como en naturaleza estrechamente relacionados con ellos.
§3
Hay otro aspecto bajo en que estas regulaciones del comercio, en común
con muchos ardides similares para la dirección de los asuntos sociales, que
debe considerarse. Son todas en esencia idólatras. La adoración de cosas
muertas y sin poder hechas por manos humanas no se ha extinguido, como
la gente se congratula — no pueden extinguirse — nunca se extinguirán
totalmente. Los elementos de la naturaleza del hombre son contantes; los
cambios están en sus proporciones. Los restos típicos de cada disposición
deben continuar identificables incluso en el futuro más remoto. Si, por un
lado, es un error suponer que la humanidad no ha cambiado en absoluto, es,
por otro lado, un error suponer que ha cambiado o que cambiará, tan
completamente como para no conservar restos de su carácter pasado.
Científicamente definido, idolatría es un modo de pensar bajo el que
toda causa se atribuye a entidades. Resulta de la primera generalización del
intelecto sin desarrollar, que, habiendo visto constantemente resultados
producidos por objetos visibles y tangibles, deduce que todos los resultados
se producen así. En la mente del salvaje se cree que todo efecto se debe a
un trabajador especial, porque se ha observado que los preceden efectos en
multitud de ejemplos. Las leyes de la acción mental requieren que, como
todas las causas conocidas se les han presentado como agentes personales,
ALDO EMILIANO LEZCANO
279
todas las causas desconocidas deben ser concebidas por el de la misma
naturaleza. De ahí el fetichismo original. Una piedra tirada por una mano
invisible, un trozo de madera que, cuando se calienta, estalla en llamas, o un
animal encontrado en la vecindad de alguna catástrofe natural, se asume de
inmediato que es la fuerza que actúa. Hay un fenómeno — un cambio
visible del estado observado en algunos objetos: la experiencia pasada
sugiere inevitablemente que alguien ha realizado este cambio: la experiencia
pasada también sugiere inevitablemente que tal persona es un ente: el ente al
que se le atribuye finalmente la naturaleza del trabajador será el que la
experiencia pasada apunte como más probable: y, en ausencia de otros
entes, esta naturaleza del trabajador se juntará a la madera que produce la
llama, o a la piedra que da el golpe. De esta forma la madera y la piedra,
viéndose como agentes de poder desconocido capaces de infligir daño, se
les reza y apacigua.
Desde el principio, sin embargo, empieza una acumulación de hechos
calculados para determinar esta teoría de las cosas, y seguro finalmente de
derrocarlo. Porque, mientras que ve todos los fenómenos como acciones de
seres vivos, el hombre primitivo atribuye necesariamente a tales seres
cualidades similares a los seres que él ve — hombres y salvajes. Razonando,
como debe, de lo conocido a los desconocido, se le obliga a concebir los
generadores de cambios desconocidos son como los conocidos en todas las
cosas: y encontramos que hace esto; encontramos que lo representa con
formas o humanas, o bestiales, o ambas, y que imagina sus pasiones y sus
costumbres como las suyas. Un atributo, poseído en común por todos los
seres que conoce, es el de la voluntad desigual. No ve a ninguna criatura
cuyos actos sean tan uniformes que pueda decir positivamente cuál será su
futuro comportamiento. De ahí sucede que cuando ciertos sucesos
naturales, que originalmente atribuye a agentes vivos — eventos tales como
la salida y puesta del sol, y la caída de cuerpos a la tierra — vienen a
repetirse perpetuamente, y siguen los mismos antecedentes sin excepción,
su noción de organismo persona es perturbada. Esta uniformidad de acción
perfecta está en desacuerdo con su conocimiento de todos los seres
conocidos — está en desacuerdo con su propio concepto de un ser. Y así
con respecto a los órdenes más familiares, la experiencia le fuerza
silenciosamente a forjar en él la idea de un rumbo constante de
procedimientos — o lo que expresamos con la palabra ley; y una creencia en
organismos impersonales suplanta lentamente la creencia original en
organismos personales. Esta revolución en su modo de pensar, aunque al
principio limitado a ejemplos de causalidad de cada día, se extiende en el
ALDO EMILIANO LEZCANO
280
curso del tiempo a una gama más y más amplia de casos. La acumulación
incesante de hechos que comienza cuando el aumento de la población
provee una multitud de testigos, suministra continuamente nuevos ejemplos
de esa uniformidad de secuencia que difiere con la noción del trabajador
especial; y así el dominio de la llamado sobrenatural es poco a poco usurpado
por lo llamado natural. Aun así, es solo cuando la coherencia de la secuencia
se hace abundantemente obvia, que la antigua teoría se sustituye. Aunque,
entre los griegos, Tales enseñó que había leyes de materia, sin embargo
consideraba que un montón de piedras tenía alma. Donde el caso es inusual
— es decir, donde la conexión entre el antecedente y el consecuente no es
familiar — es decir, donde las circunstancias no desaprueban la creencia
original en el trabajador especial, esta creencia aún se mantiene. Por lo tanto
sucede que, mucho después de que todos los fenómenos normales se hayan
considerado debidos a las propiedades de las cosas, o, en otras palabras, a
un organismo impersonal, un suceso tal como un eclipso o un terremoto se
explicaría como un dragón comiéndose al sol, o un dios girándose al
dormir; una epidemia se atribuye a brujería; un tufillo luminoso de gas de
los pantanos se considera un «Fuego fatuo;» un fracaso en los lácteos o
fermentación se establece a la mala intención de un hada; y hay mitos sobre
las Calzadas de los Gigantes y Puentes de Demonios. Donde la conexión
entre causa y efecto es muy remota y obscura, como en temas de fortuna y
ciertos afectos corporales, esta disposición a atribuir poder a entes continua
incluso después de que la ciencia haya hecho grandes progresos; y así
encontramos que en nuestros días el antiguo fetichismo aún perdura en el
respeto mostrado a los seis peniques doblados, verrugas de la suerte, y
presagios.
Permanece, además, como ya se ha dado a entender, en formas menos
dudosas. Muchos medios sociales muy venerados, también, se han
originado en esta necesidad primitiva de atribuir toda causalidad a
trabajadores especiales — esta incapacidad de separar la idea de la fuerza de
algo individual. Justo en la proporción que un fenómeno natural es
considerado por cualquier persona de origen personal en vez de impersonal,
los fenómenos de la vida nacional se interpretarán de igual manera; y, de
hecho desde que el orden moral es menos obvio que el físico, se
interpretarán incluso de forma más general. Las viejas creencias de que un
rey podía fijar el valor de la moneda, y el grito alzado al cambio de estilo —
«dadnos nuestros onces días,» obviamente implicaba mentes incapaces de
concebir que los asuntos sociales fueran regulados por otros aparte de
organismos visibles y tangibles. Que debería estar trabajando alguna
ALDO EMILIANO LEZCANO
281
influencia invisible pero universalmente difundida que determine las
compras y las ventas de los ciudadanos y las transacciones de los
mercaderes del extranjero, de una forma más ventajosa para todas las partes,
era una idea tan desconocida a tales mentes como era esa causalidad física
uniforme para los griegos primitivos;
aa
y, en cambio, como los griegos
primitivos podían comprender las operaciones de la naturaleza realizadas
por un número de entidades, así para la gente de la edad media era
comprensible que una producción y distribución propia de las comodidades
debía ser asegurada por actas del Parlamento y funcionarios del gobierno.
Mientras que la adecuada regulación del comercio a través de una fuerza
natural indestructible era inconcebible para ellos, podían concebir el
comercio adecuadamente regulado por una fuerza residente en algún medio
material juntado por legisladores, vestidos en traje de oficina, pintado por
aduladores judiciales, y decoradas con «joyas de cinco palabras».
bb
Pero con los fenómenos complejos del comercio, como con los
fenómenos simples del mundo inorgánico, la constancia de la secuencia ha
ido minando la teoría de que el poder reside en entes. La evidencia
irresistible está estableciendo en detalle una creencia en la ley de la oferta y
la demanda, como hace unos cientos de años se estableció una creencia en
la ley de la gravedad. Y el desarrollo de la ciencia socio económica, siendo
así una mayor conquista de la fe en organismos impersonales sobre la fe en
organismos personales, se debe considerar como uno de una serie de
cambios que empezó con la primera victoria de la filosofía natural sobre la
superstición.
§4
Afortunadamente ahora es innecesario reforzar la doctrina de la libertad
comercial a través de ninguna consideración de política. Después de hacer
continuos intentos de mejorar las leyes del comercio, desde la época de
Solón en adelante, el hombre está empezando a ver con detalle que tales
intentos son peor que inútiles. Nuestra economía política nos ha mostrado
en este asunto — que de hecho es su misión principal mostrarlo — que
aa
Ver la Historia de Grote (Nota del Autor: libro titulado Grote's History of Greece — La
Historia de Grecia de Grote.)
bb
Una metáfora que se ha utilizado para señalar el orgullos con el que los oficiales
alemanes valoran sus títulos.
ALDO EMILIANO LEZCANO
282
nuestros plan más inteligente es dejar que las cosas tomen su propio
camino. Un incremento del sentido de la justicia, también, ha ayudado a
convencernos. Hemos aprendido, que nuestros antepasados aprendieron en
algunos casos, y que, ¡ay! aún tenemos que aprender en muchos más, que a
parte del mal nada más puede alzarse de regulaciones no equitativas. Ya
hemos tenido otra lección sobre la necesidad de respetar los principios de
rectitud abstracta. Mirémoslo correctamente y encontraremos que todo lo
que la Liga Contra la Ley de los Cereales hizo, con sus conferencias, sus
periódicos, sus bazares, sus reuniones gigantescas, y sus toneladas de
panfletos, fue para enseñar a la gente — que debería haber estado muy claro
para ellos sin ninguna de estas enseñanzas — que nada bueno puede venir
de la violación de los derechos del hombre. A través de amargas
experiencias y un sinfín de opiniones se nos ha hecho creer en ello con
detalle. Sea verdad o no en otros casos, estamos bastantes seguros de que es
verdad en el comercio. Respecto a esto al menos hemos declarado que, para
el futuro, obedeceremos la ley de la misma libertad.
ALDO EMILIANO LEZCANO
283
CAPÍTULO XXIV
LOS SISTEMAS RELIGIOSOS
§1
Como un asunto de rutina, es necesario señalar aquí que el lector habrá
deducido del cap. XXII, que, entregando una porción de impuestos o una
parte de la propiedad de la nación a la propagación del cristianismo o
cualquier otro credo, un gobierno comete inevitablemente un error. Si,
como con nosotros, tal gobierno toma por la fuerza el dinero de un
ciudadano para la financiación de una iglesia nacional, es culpable de violar
los derechos que debe mantener — de sobrepasar esa libertad para ejercer
las facultades que estaba encargado de proteger. Porque, como ya se ha
mostrado, disminuyendo la libertad de acción de un sujeto más de lo
necesario para asegurar el resto, el poder civil se vuelve un agresor en vez de
un protector. Si, por otro lado, se reconoce el derecho de ignorar al estado,
considerando la cuestión abstractamente, debemos suponer que entonces,
insistiendo en las condiciones que conducen a los hombres a abandonar su
meta, y que innecesariamente limita la libertad de aquellos que no la
abandonan, el estado fracasa hasta ese punto en cumplir con su deber. Por
tanto, aplicando específicamente el principio anteriormente descrito en
términos generales, encontramos que un gobierno no puede asumir las
enseñanzas de una fe religiosa sin invertir su función, o incapacitarse
parcialmente de la realización de esa función.
§2
En la conducta de los clérigos ingleses tenemos un curioso ejemplo del
camino en que el hombre re-adoptará, cuando se disfraza ligeramente, una
creencia que había apartado con indignación de él. Ese mismo dogmatismo
católico, contra el que nuestro clero grita con tal pasión, ellos mismos lo
defienden cuando se ejercita en nombre de su propio credo. Cada Iglesia-
ALDO EMILIANO LEZCANO
284
Estado es esencialmente papista. Nosotros también tenemos un Vaticano —
San Esteban. Es verdad que nuestro arcipreste es uno compuesto. Y es
verdad que con nosotros la triple tiara está separada en sus partes — una
para el monarca, uno para los pares y otra para los comunes. Pero este
hecho no forma ninguna diferencia. En el fondo, el papismo es la
aceptación de inhabilidad. No importa el principio si la aceptación la hace
un hombre, o una reunión de hombres. Sin duda el sorprendente anuncio
— «Debes creer que lo que decimos es correcto, y no que lo que tú piensas
es correcto,» viene de manera menos ofensiva de los labios de una mayoría
parlamentaria que de aquellos de un solo individuo. Pero aún surge la
pregunta — ¿A través de qué autoridad afirman esto estos hombres? ¿De
dónde obtienen ellos su inhabilidad?
Que al establecer cualquier religión un gobierno asegura que es infalible,
apenas necesita prueba. Antes de que una organización religiosa pueda
ponerse a trabajar, se debe llegar a una comprensión clara de lo qué hay que
hacer. Antes de que los ministros pagados por el Estado se pongan a
predicar, se debe decidir primero qué van a predicar. ¿Y quién lo va a decir?
Claramente el Estado. O debe elaborar él mismo la creencia, o debe
nombrar a algún hombre u hombres para hacerlo. Debe de alguna manera
separar la verdad del error, y no puede escapar de la responsabilidad que
acompaña a esto. Si asume el fijar las doctrinas a enseñar, es responsable. Si
adopta un grupo de doctrinas ya creadas, es igualmente responsable. Y si
elige sus doctrinas a través de un representante, es aún responsable; tanto al
designar a aquellos elegidos por él, como al aprobar su decisión. De ahí,
decir que un gobierno debe instalar y mantener un sistema de
adiestramiento religioso, es decir que debe elegir entre varios dogmas que
los hombres mantienen o han mantenido, aquellos que son correctos; es
decir, cuando se ha hecho esto — cuando se ha decidido entre el credo
Católico Romano, el Griego, el Luterano, y el Anglicano, o entre la
puseyista, la alta iglesia anglicana, y la evangélica — cuando se ha decidido si
debemos bautizarnos durante la infancia o en la adultez, cuando la verdad
está con los Trinitarios o los Unitarios, si el hombre se salva a través de la fe
o del trabajo, si los paganos van al infierno o no, si los pastores deben
predicar en blanco o negro, si la confirmación es bíblica, si los días de los
santos se deben mantener o no, y (como hemos visto recientemente en
debate) si el bautizo renace o no — cuando, en resumen, ha establecido
todas esas polémicas que han separado a la humanidad en innumerables
sectas, debe declarar que su juicio no es capaz de errar — es incuestionable
— no se puede recurrir. No hay alternativa. A no ser que el estado diga
ALDO EMILIANO LEZCANO
285
esto, se convence de la inconsistencia más absurda. Solo en la hipótesis de
infalibilidad pueden sus acciones parecer tolerables. ¿De qué otra manera
puede exigir tasas y diezmos del disidente? ¿Qué respuesta puede dar a sus
protestas? «¿Estás bastante seguro sobre tus doctrinas?» pregunta el
disidente. «No,» responde el Estado; «No mucho, pero casi». «Entonces es
posible que estés equivocado, ¿verdad?» «Sí». «Y es posible que estés en lo
correcto, ¿verdad?» «Sí». «¡Y aun así me amenazas con infligir castigos por
inconformidad! Cogéis mis bienes; me metéis en prisión si me resisto; ¡y
todo para forzarme los medios para predicar doctrinas que admites que
pueden ser falsas, y a través de implicación predicar doctrinas que admites
que pueden ser verdad! ¿Cómo justificas esto?» No hay respuesta.
Evidentemente, por tanto, si el Estado insiste, la única postura abierta es la
de que su juicio no puede estar equivocado — que sus doctrinas no pueden
erróneas. Y ahora observa, que si dice esto, se compromete con toda la
disciplina Católica romana tanto como con su teoría. Teniendo una creencia
que está más allá de la posibilidad de duda, y encargado de propagar ese
credo, el Estado está obligado emplear los medios más eficientes para hacer
esto — está obligado a menospreciar a todos los profesores en contra,
como usurpar su función y dificultar la recepción de su doctrina
incuestionable — está obligado a utilizar tanta fuerza como sea necesaria
para hacerlo — está obligado, por lo tanto, a encarcelar, a multar, y si es
necesario, infligir castigos más severos, para que el error sea exterminado y
la verdad triunfe. No hay intermedio. Si se le ha encargado llevar a hombres
hacia el cielo, no puede permitir sin pecado que algunos sean guiados por el
otro camino Si, en vez de castigar a unos pocos en la tierra, permite que
muchos sean eternamente condenados por no creer, es evidentemente
culpable. Evidentemente debe hacer todo, o no debe hacer nada. Si no
segura infalibilidad, no puede fundar de forma razonable una religión
nacional; y si, al fundar una religión nacional, asegura infalibilidad, debe
obligar a todos los hombres a creer en esa religión. Así, como se ha dicho,
cada Iglesia-Estado es esencialmente papista.
§3
Pero aquellos que piensan se han dado cuenta gradualmente de que la
Iglesia-Estado no es tanto una institución religiosa como una institución
ALDO EMILIANO LEZCANO
286
política. «¿Quién no ve,» pregunta Locke, hablando del clero, «que estos
hombres son más ministros del gobierno que ministros de la palabra de Dios?»
Probablemente en la época de Locke hubo pocos que vieron esto; pero hay
muchos ahora. Tampoco es, por cierto, negado totalmente, como debes
haber escuchado de algunos políticos defensores de sistemas religiosos
durante una confidencia después de la cena. «Entre nosotros,» susurrará
uno, «estas iglesias y clérigos, y todos los demás, no son para los hombres
sensatos, como tú y yo; sabemos más; podemos prescindir de ellos; pero
tiene que haber algo de este tipo para mantener a la gente en orden».
cc
Y
entonces continuará mostrando hasta qué punto son influyentemente
restrictivos los servicios religiosos; y cómo fomentan la subordinación y el
contento; y cómo el poder que el clero obtiene sobre los feligreses fortalece
las garras del gobernante civil. Que algún punto de vista permanece
ampliamente debe deducirse de los actos y planes de nuestros hombres de
estado. ¿Cómo podemos entender de otra manera esa inclinación declarada
de los líderes políticos de todos los partidos de reforzar la Iglesia Católica
en Irlanda si el público religioso de Inglaterra les dejase? ¿O qué otro
motivo que no sea político puede tener ese teniente de los Estados — La
Compañía de las Indias Orientales — para dar una subvención anual de
23.000 rupias al templo de Juggernaut, reembolsándolo a través de un
impuesto a los peregrinos? ¿O por qué el gobierno de Ceilán es el
conservador del diente de Buda, y se lo encarga a los sacerdotes budistas?
dd
§4
Del clero, quien por otro lado comúnmente defiende la Iglesia-Estado
como necesaria para la defensa de la religión, se debe decir que haciendo
esto condenan su propia causa, sentencian a su credo como inútil, y se
hacen culpables de hipocresía. ¡Qué! ¿Van a permitir que su fe, la cual
valoran tanto, muera de muerte natural si no se les paga por difundirla?
¿Debe toda esta gente, sobre cuya salvación ellos profesan tal ansiedad, ser
abandonada para ir a la perdición si su sustento, y canonjías, y obispados,
son abolidos? ¿Ha traído esa inspiración apostólica, de la que aseguran son
herederos, tan poco entusiasmo apostólico que no habría sermones si no
hubieran casas parroquiales ni diezmos? ¿Aquellos que, al ordenarse, se
cc
Al escritor se le han dirigido así.
dd
Ver la carta de Sir Colin Campbell a Lord Stanley, 2 mayo, 1845.
ALDO EMILIANO LEZCANO
287
declararon «interiormente conmovidos por el Espíritu Santo,» se encuentran
ahora interiormente conmovidos solo por el tintineo del oro? Esto se
hubiera llamado calumnia viniendo de cualquiera menos de ellos. Y
entonces sus rebaños — ¿Qué dicen de esto? ¿Les importa tan poco la fe
que les han enseñado, que su mantenimiento no se les puede confiar?
Después de siglos de cultura eclesiástica, ¿ha echado tan pocas raíces el
Cristianismo en los corazones de los hombres que excepto gracias a las
regaderas del gobierno debe marchitarse? ¿Entendemos que estos rezos y
sacramentos perpetuos, estas homilías y llamamientos, estas visitas y
lecturas de escrituras, no han generado tanto entusiasmo que se pueda
mantener vivo? ¿Tan poco han hecho diez mil sermones a la semana que los
oyentes no contribuyen con una suma suficiente para la sustentación de un
sacerdocio? Si esto es verdad ¿para qué es bueno el sistema? Estos
defensores no hacen más que abrir sus informes, y acto seguido se
contradicen a sí mismos. ¡Ellos trabajan para probar qué poderosa es la fe
que enseñan, o qué miserablemente la enseñan! ¡Lo más importante de su
súplica para el estado de propagación de este credo es, que ha fracasado en
estimular a sus ministros con su propio espíritu de auto-sacrificio, y
fracasado en despertar en sus devotos una chispa de su propia generosidad!
§5
Es innecesario, sin embargo en este año de gracia de 1850, con sus
polémicas de Gorham y las divisiones de los puseyistas, con sus secesiones
católicas y racionalistas, con confusión dentro de la iglesia, y una asociación
hostil fuera — debatir la cuestión en mayor extensión. Los sucesos están
demostrando a muchos de los reflexivos — incluso a muchos del propio
clero — que un apoyo estatal a cualquier fe en particular es incorrecto, y
que en Inglaterra al menos, debe acabar brevemente. Para los que aún no
ven esto ya ha cantidad de razones cuyo añadido es casi superfluo. Las
conclusiones a las que se ha llevado arriba, que el estado no puede
establecer una religión sin asumir infalibilidad, y que defender su creación
necesaria es condenar a la propia religión, impondrán suficientemente, para
los propósitos presente, nuestra propuesta abstracta.
ALDO EMILIANO LEZCANO
288
CAPÍTULO XXV
LAS LEYES DE POBRES
§1
En común con sus otras suposiciones de funciones secundarias, la
suposición de un gobierno de la función de agente paliativo general para los
pobres, es prohibido inevitablemente por el principio de que un gobierno
no puede correctamente hacer nada más que proteger. Pidiendo a la
ciudadanía contribuciones para mitigar el sufrimiento — contribuciones no
necesarias para la correcta administración de los derechos de los hombres
— el Estado está, como hemos visto, invirtiendo su función, y
disminuyendo esa libertad para ejercer las facultades que fue establecido
para mantener. Posiblemente, sin considerar las explicaciones ya dadas,
algunos afirmarán que satisfaciendo las necesidades del pobre, el Gobierno
está en realidad extendiendo su libertad para ejercer sus facultades,
considerando que le está dando algo sin lo que su ejercicio es imposible; y
que por tanto, aunque disminuye la espera de acción de los contribuyentes,
lo compensa aumentando la de los que reciben. Pero esta declaración del
caso implica una confusión de dos cosas ampliamente diferentes. Hacer
cumplir la ley fundamental — cuidar de que cada hombre tenga libertad
para hacer lo que desee, mientras que no viole la misma felicidad de
cualquier otro hombre — es el objetivo principal por el que los poderes
civiles existen. Asegurar a cada uno el derecho de perseguir dentro de los
límites específicos los objetivos de sus deseos sin ningún obstáculo, es una
cosa bastante separada de asegurar su satisfacción. De dos individuos, uno
puede utilizar su libertad de acción con éxito — puede conseguir las
gratificaciones que buscar, o acumular lo que es equivalente a muchas de
ellas — propiedad; mientras que el otro, teniendo los mismos privilegios,
puede fracasar al hacerlo. Pero con estos resultados el estado no tiene nada
que ver. Todo lo que yace dentro de su trabajo es ver que a cada hombre se
le permite usar tales poderes y oportunidades como posea; y si le quita a
aquel que ha triunfado para dárselo a aquel quien no, viola su deber hacia el
primero para hacer más de lo que debe por el segundo. O, repitiendo la idea
ALDO EMILIANO LEZCANO
289
expresada en otro sitio, rompe la ley vital de la sociedad, de que puede
realizar lo que la vitalidad social no pide.
§2
La noción popularizada por Cobbett, que cada uno tiene un derecho a
mantenerse de lo que da suelo, deja a quienes lo adoptan con un incómodo
dilema. Pero pregúnteles que especifiquen, y se preparan rápido. Asiente
ante su principio; diles que asumirás que su título es válido; y entonces,
como una preliminar necesaria para la liquidación de sus derechos, pregunta
alguna definición precisa — pregunta «¿qué es mantenimiento?» Se quedan
mudos. «¿Es,» dices, «patatas y sal, con harapos y cabaña de barro? ¿O es
pan y bacón, con un una casa de dos habitaciones? ¿Será suficiente un trozo
de carne asada los domingos? ¿O la petición exige carne y licor todos los
días? ¿Se esperará té, café y tabaco? Y si es así, ¿cuántas onzas de cada? ¿Son
las paredes desnudas y los suelos de ladrillo todo lo que se necesita? ¿O
debe haber alfombras y paredes empapeladas? ¿Los zapatos se consideran
necesarios? ¿O se aprobará la práctica escocesa? ¿Debe la ropa ser fustán? Si
no, ¿de qué calidad debe ser el velarte? En resumen, solo señalar donde,
entre dos extremos de hambre y lujo, yace esto llamado un mantenimiento»
De nuevo se quedan mudos. Tú protestas. Explicas que no se puede hacer
nada hasta que la pregunta se responda satisfactoriamente. Muestras que el
derecho debe reducirse a una forma detallada y comprensible antes de que
se pueda dar un paso hacia su acuerdo. «¿Cómo podríamos,» preguntas,
«saber si se ha concedido suficiente, o si demasiado?» Aún se quedan
mudos. Y, de hecho no hay respuesta posible de ellos. Pueden dar
opiniones en abundancia; pero no una respuesta precisa y unánime. Uno
piensa que una subsistencia básica es todo lo que se puede pedir justamente.
Aquí hay otro que señala algo más allá de las necesidades simples. Un
tercero mantiene que deberían mantenerse unas pocas de las diversiones de
la vida. Y alguno de los más coherentes, presionando la doctrina a su
resultado legítimo, dormirá satisfecho con nada menos que una comunidad
de bienes. ¿Quién debe ahora elegir entre estas ideas conflictivas? O, más
bien, ¿cómo se debe llevar a sus promotores a un acuerdo? ¿Puede alguno
de ellos probar que su definición es sostenible y las otras no? Y aun así debe
hacer esto si quiere convencer. Antes de que pueda procesar su derecho
contra la sociedad, en la gran corte de la moralidad, él debe rellenar su
ALDO EMILIANO LEZCANO
290
resumen de la demanda. Si consigue esto tiene derecho a ser escuchado. Si
no, evidentemente debe ser desestimado.
El derecho a trabajar — la traducción francesa de nuestra doctrina de la
ley para los pobres — debe tratarse de igual manera. Una crítica paralela a la
anterior colocaría a sus defensores en un dilema igual. Pero hay otra forma
en que la falacia de esta teoría, tanto en si forma inglesa como su
continental, se puede hacer evidente — una forma que puede emplearse
aquí de forma apropiada.
Y primero vamos a asegurarnos del significado envuelto en esta
expresión — derecho a trabajar. Evidentemente si queremos evitar errores
debemos traducirlo directamente — derecho al trabajo; porque lo que se
pide no es libertad para trabajar; esto nadie lo pone en duda; pero es la
oportunidad de trabajar — que se le proporcione trabajo remunerado, por
lo que se compite. Ahora, sin preocuparse por el hecho de que la palabra
derecho se utiliza aquí, lleva un significado bastante diferente del legítimo —
que no implica aquí algo intrínseco en un hombre, sino algo que depende de
circunstancias externas — no algo que posee en virtud de sus facultades,
sino algo que brota de su relación con otros — no algo propio de él como
un individuo solitario, sino de algo que puede ser propio de él solo como
uno de una comunidad — no algo antecedente a la sociedad, sino algo
necesariamente consecuente de ella — no algo expresivo de un derecho a
hacer, sino de un derecho que se debe hacer — sin preocuparnos de esto,
vamos a tomar la expresión tal y como está, y veamos cómo se ve cuando se
reduce a sus términos menores. Cuando el artesano declara su derecho a
que le den trabajo, presupone la existencia de algún poder al que traspasa
ese deber de darle trabajo. ¿Qué poder es este? El Gobierno, dice. Pero el
gobierno no es un poder original, es uno entregado — está sujeto, entonces,
a la instrucción de su patrón — debe hacer solo lo que su patrón indica — y
no puede hacerse cargo de nada salvo de la ejecución de las órdenes de su
patrón. ¿Quién es ese patrón? La sociedad. Estrictamente hablando,
entonces, la afirmación de nuestro artesano es, que es el deber de la
sociedad encontrarle trabajo. Pero él mismo es miembro de la sociedad —
es en consecuencia una unidad de ese cuerpo que debe, como él dice,
encontrar trabajo para cada hombre — tiene por lo tanto parte del deber de
encontrar trabajo para cada hombre. Mientras, por tanto, es el deber de
todos los hombres encontrarle un trabajo, es su deber ayudar a encontrar
trabajo para todos los otros hombres. Y por lo tanto, si señalamos a sus
compañeros alfabéticamente, su teoría es que A, B, C, D, y el resto de la
nación, están obligados a contratarle; que él está obligado, en compañía con
ALDO EMILIANO LEZCANO
291
B, C, D, y el resto, a contratar a A; que él está obligado, en compañía de A,
C, D y el resto, a contratar a B; está obligado, con A, B, D, y el resto, a
contratar a C, Con A, B, C, y el resto, a contratar a D; ¡y así con cada
individuo del que la sociedad se componga!
Así vemos cómo se distinguen fácilmente derechos imaginarios de los
reales. No necesitan refutación: se refutan ellos solos. La prueba de una
definición rompe la ilusión de una vez. Como una burbuja, albergarán una
mirada superficial; pero desaparece al intentar cogerla.
Mientras tanto no debemos ignorar el hecho de que, erróneas como son
estar Leyes de Pobres y teorías comunistas — estas reivindicaciones del
derecho de un hombre al mantenimiento, y de este derecho a que se le
provea de trabajo — están, sin embargo, bastante relacionadas a una
verdad. Son esfuerzos sin éxito para expresar el hecho, que quienquiera que
nazca en nuestro planeta obtiene así algún interés en él — no debe ser
rechazado sumariamente de nuevo — su existencia no debe ser ignorada
por aquellos que tienen posesiones. En otras palabras, son intentos de
personificar ese pensamiento que encuentra su afirmación legítima en la ley
— todos los hombres tienen los mismos derechos al uso de la Tierra (cap.
IX). El predominio de estas ideas primitivas es bastante natural. Una vaga
percepción de que hay algo mal en la relación en la que la gran masa de la
humanidad se sitúa en el suelo y la vida, seguro que al final crecerá. Después
de salir de debajo de la más horrible injusticia de la esclavitud, el hombre no
tuvo más remedio que empezar con el paso del tiempo a sentir que qué cosa
tan monstruosa era que nueve personas de diez debieran vivir en un mundo
de sufrimiento, sin tener tan siquiera un sitio en el que quedarse, salvo si se
lo permitía aquellos que reclamaban la superficie de la Tierra. ¿Sería
correcto que todos estos seres humanos no solo estuvieran sin derecho a las
necesidades de la vida — no solo que se les negaran elementos de los que se
obtienen tales necesidades — sino que además deben ser incapaces de
cambiar su trabajo por tales necesidades, excepto por la marcha de sus
compañeros más afortunados? ¿Puede ser que la mayoría no tiene mejor
derecho a la existencia que uno basado en la buena voluntad o conveniencia
de la minoría? ¿Puede ser que todos estos hombres sin tierras hayan «sido
enviados por error a esta tierra, donde todos los asientos ya estaban
cogido?» Sin duda. Y si no, ¿cómo se dispondrían las cosas? A todos los que
las preguntas, forzadas ahora en las mentes de los hombres en formas más
o menos definidas, viene, entre otras preguntas, estas teorías de un derecho
al mantenimiento y un derecho al trabajo. Pese a que, por tanto, deben ser
rechazadas como insostenibles, podemos reconocer aún en ellas la
ALDO EMILIANO LEZCANO
292
afirmación imperfecta del sentido moral en su esfuerzo para expresar
igualdad.
§3
El mal hecho a la gente en toda su extensión robándoles su derecho de
nacimiento — su herencia en la tierra — se piensa, de hecho, a través de
alguna excusa suficiente para una ley de pobres, que se considera por tal
como un medio para repartir una compensación. Hay mucha plausibilidad
en esta construcción del problema. Pero como una defensa de las
organizaciones nacionales para la ayuda a los pobres, no soporta críticas. Si
incluso no hubiera incluso mejor razón para oponerse al supuesto
compromiso, aún se podría objetar que para contrarrestar una daño
infligiendo otro, y perpetuar estos daños mutuos sin saber si son o no
equivalentes, es en el mejor de los casos una política muy cuestionable. ¿Por
qué organizar un estado enfermo? En algún momento u otro esta
constitución macabra de las cosas bajo la que la mayor parte del cuerpo
político es cortado del acceso directo de la fuente de vida, debe cambiarse.
Difícil, sin duda, lo encontrará el hombre para establecer una condición
normal. No se puede saber cuántas generaciones deben pasar antes de que
esta se cumpla. Pero finalmente se completará. Todas las disposiciones, sin
embargo, que disfrazan los males supuestos por la relación no equitativa
presente del hombre a la tierra, retrasan el día de rectificación. «Una ley de
pobres generosa» se defiende abiertamente como el mejor medio para
apaciguar a un pueblo irritado. Los asilos para los pobres son utilizados para
suavizar los síntomas más graves de la enfermedad social. El pago a la
parroquia es un soborno. Quienquiera, entonces que desea la cura radical de
enfermedades nacionales, pero especialmente la de este deteriore de una
clase, y la hipertrofia de otra, consecuente de una tenencia injusta, no puede
defender consistentemente ningún tipo de acuerdo.
Pero una ley de pobres no es el medio de distribuir compensación. Ni
con respecto a aquellos de quien viene, ni con respecto a quienes va, la
ayuda a los pobres cumple el objetivo asumido. De acuerdo a la hipótesis las
tasas de los pobres deben asumirse totalmente de la tierra. Pero no lo hacen.
Y al final esa parte de ellos que se asume de la tierra debe venir de los
usurpadores o de sus descendientes. Pero no lo hacen. De acuerdo a la
hipótesis la carga no debe caer sobre inocentes; porque las tasas de los
ALDO EMILIANO LEZCANO
293
pobres se impusieron después de que los bienes raíces hubieran en muchos
casos cambiado de manos a través de compra. De acuerdo con la hipótesis
la carga no debe caer sobre aquellos que ya estafados. Pero lo hace; porque
la mayoría de los contribuyentes pertenecen a la clase no terrateniente. De
acuerdo con la hipótesis todos los hombres que se les prohíbe recibir su
herencia deben recibir una parte de esta llamada indemnización. Pero no lo
hacen; porque solo aquí y allí uno consigue algo de esto. De ninguna
manera, entonces, esta teoría se lleva a cabo. Los depredadores originales
son inalcanzables. En vez de a ellos se les cobran impuestos a los inocentes.
Una gran proporción de los que ya se ha robado es robada de nuevo. Y al
resto, solo unos pocos reciben la recaudación.
§4
La razón normal atribuida para el apoyo una ley de pobres es, que es un
medio indispensable para mitigar el sufrimiento popular. Dada por un
clérigo, tal razón es suficientemente natural; pero viniendo, como
normalmente lo hace, de un inconformista, es extrañamente inconsistente.
Muchas de las objeciones alzadas por el inconformista a una religión
establecida se dirá con una fuerza igual contra una caridad establecida.
Afirma que es injusto cobrarle impuestos para sustentar una creencia en la
que no cree. ¿No podría otro protestar tan razonablemente en contra de
que se le cobren impuestos para mantener un sistema de asistencia que
rechaza? Niega el derecho de cualquier obispo o consejo de elegir por él que
doctrina debe aceptar o qué debe rechazar. ¿Por qué no rechaza el derecho
de cualquier comisionado o sacristía para elegir a través de él quién es
merecedor de su caridad y quién no? Si disiente de una iglesia nacional en
base a que la religión será más general y más sincera cuando se sostiene
voluntariamente, ¿no debería disentir de una ley de pobres en base a que la
beneficencia espontánea producirá resultados tan más amplios como
mejores? ¿No podría la corrupción que señala como neutralizadora de los
efectos de una creencia enseñada por el estado, igualarse a esos males de la
pobreza que acompañan a un aprovisionamiento del estado para el pobre?
¿No debería este inconformismo respecto a la fe ser acompañada por
inconformismo respecto a las buenas acciones? Definitivamente estas
opiniones actuales son incongruentes más allá de toda reconciliación. Se
opone a cada intento de interferir con la elección de su religión, pero se rinde
ALDO EMILIANO LEZCANO
294
a dictados despóticos como al ejercicio de esa religión. Mientras que niega el
derecho de una legislatura para explicar la teoría, aún sostiene la necesidad de
su dirección en la práctica. Es inconcebible que estas posturas puedan estar
en armonía. Quienes crean que la pobreza espiritual se va a remediar solo
con una iglesia nacional, puede con alguna apariencia de razón sugerir el
tratar con la pobreza física a través de un agente análogo. Pero el defensor
del voluntariado está obligado a mantenerse en su principio tanto en un
caso como en el otro.
§5
Si el sufrimiento del desafortunado debe calmase obedeciendo a los
suaves susurros de la benevolencia, o si el miedo a las duras amenazas de la
ley debe ser el motivo para aliviarlos, es de hecho una cuestión de no poca
importancia. Al decidir cuál es la mejor forma de aliviar la miseria tenemos
que considerar, no solo qué se hace por los afligidos, sino cuál es el efecto
reactivo sobre aquellos que lo hacen. La relación que brota entre el
benefactor y el beneficiario es, para este estado presente del mundo, una
refinada. Teniendo poder para amordazar por un tiempo esas inclinaciones
del salvaje que aún permanece en nosotros — correctivo como es de ese
estado duro y frío del sentimiento con el que se persigue el negocio diario
de la vida — y juntando como lo hace esos vínculos de dependencia mutua
que mantiene a la sociedad junta — la caridad es en su naturaleza
esencialmente civilizadora. La emoción que acompaña cada acción generosa
añade un átomo al tejido del hombre perfecto. Como no se puede realizar
ninguna crueldad sin que una naturaleza se mueva un grado de vuelta al
barbarismo, de esta manera no se puede hacer nada amable sin que una
naturaleza se mueva un grado hacia la perfección. Doblemente efectivo, por
tanto, es todo alivio del sufrimiento provocado por la compasión; no solo
porque remedian los males particulares que se van a encontrar, sino que
ayudan a moldear a la humanidad en una forma por la que tales males se
excluirán un día.
En el otro extremo están los planes de ayuda obligados por la ley. Estos
ejercen justamente la influencia opuesta. «La calidad de la piedad (o
compasión) no se fuerza,» dice el poeta. Pero una ley de pobres intenta
hacer a los hombres desgraciados por la fuerza. «Cae como una dulce lluvia
del cielo,» continua el poeta. Pero una ley de pobres es exprimida del
ALDO EMILIANO LEZCANO
295
reticente. «Bendice al que da, bendice al que toma,» añade el poeta. Una ley
de pobres maldice a ambos; a uno con descontento e imprudencia, al otro
con quejas y amargura a menudo renovadas.
Este cambio del bálsamo en veneno debía haber sido señalado por lo
más descuidados. Observa a un contribuyente cuando el nombre del
recaudador es anunciado. Puedes observar que no se concede ninguna
chispa en el ojo por algún pensamiento de felicidad — ninguna relajación
en la boca porque los cuidados egoístas se han olvidado por el momento —
ningún suavizado en la voz para hablar de emoción compasiva: no, ninguna
de estas; pero en vez de eso puedes ver rasgos contraídos, un ceño fruncido,
una desaparición repentina de la bondad de expresión habitual que pueda
haber; se mira la factura medio con miedo medio con irritación; hay quejas
sobre el poco tiempo que ha pasado desde el último impuesto; el monedero
sale lentamente del bolsillo; se deshace de cada moneda a regañadientes; y
después de que el recaudador (a quien se trata con el mínimo civismo) ha
salido, poco tiempo pasa antes de que se recupere la calma normal. ¿Hay
algo en esto que nos recuerde sobre la virtud «doblemente bendecida?»
Fíjese de nuevo como esta caridad de la ley del parlamento suplanta
perpetuamente los mejores sentimientos del hombre. Hay un ciudadano
respetable con suficiente y de sobra; un hombre con sentimientos; liberal, si
es necesario; incluso generoso, si se consigue su compasión. Un mendigo
toca a su puerta; o es abordado en su paseo por algún vagabundo de ropa
raída. ¿Qué hace él? ¿Escucha, investiga, y si es apropiado, ayuda? No;
acorta vulgarmente la historia con —«no tengo nada para usted, buen
hombre; debe ir a su parroquia». Y entonces cierra la puerta, o continúa
caminando, como puede ser el caso, con evidente indiferencia. Debe
golpearle la próxima vez que haya algo que aparente pobreza en el aspecto
del demandante, este pensamiento molesto que se encuentra ante la
reflexión, de que mientras que haya una ley de pobres no puede morir de
hambre, y habrá tiempo suficiente para considerar sus derechos cuando
solicite ayuda. Así el conocimiento de que existe un suministro legal para el
indigente, actúa como un opiáceo para los deseos de compasión. Si no
hubiera habido excusas pre-hechas, el comportamiento probablemente
hubiera sido diferente. Piedad, pidiendo al menos una investigación en el
caso, lo más probable es que hubiera prevalecido; y, en lugar de una
aplicación para el consejo de guardianes, acabando en una miseria entregada
fríamente a través de la tabla de pagos para ser ingratamente recibida,
hubiera empezado una relación buena para ambas partes — una
generosidad que humanice al primero, y una ayuda hecha doblemente
ALDO EMILIANO LEZCANO
296
valiosa para el otro a través de unas pocas palabras de consuelo y ánimo,
seguidas, quizás, por un ascenso a algún puesto autónomo.
En verdad sería difícil encontrar una forma más eficaz de alejar a los
hombres los unos de los otros, y de disminuir su empatía, que este sistema
de caridad estatal. ¡Ser amable por poderes! — ¿puede algo arruinar más al
instinto más fino? Aquí hay una institución a través de la que, por unos
pocos chelines pagados periódicamente, el ciudadano puede juntar toda
bondad que debe a sus hermanos más pobres. ¿Está preocupado por
remordimientos de consciencia? Aquí tiene un alivio, que se consigue al
suscribirse por una parte de su salario. ¿Es indiferente ante el bienestar de
otros? Entonces a cambio de pagos puntuales de impuestos debe recibir la
absolución por la dureza del corazón. Mira, aquí está el anuncio: «La
benevolencia de los caballeros creada para ellos, de la manera más
comercial, y en los plazos más bajos. Caridad repartida por un aparato
patentado, garantizado para salvar toda la suciedad de los dedos y la ofensa
de la nariz. Buenos trabajos asumidos a través de contrato. Remedios
infalibles para auto-reproche siempre a mano. Buenos sentimientos
mantenidos fácilmente anualmente».
Y así tenemos la relación amable, suave, y enriquecedora que debería
tener lugar normalmente entre rico y pobre, supervisada por un mecanismo
frío, duro y sin vida, atado por un pergamino seco de leyes y normas,
gestionado por comisionados, juntas, secretarios y recaudadores, que
realizan sus respectivas funciones como deberes — y mantenido en
movimiento a por el dinero tomado a la fuerza de todas las clases
indiscriminadamente. En lugar de música exhalada a través de sentimientos
en armonía con buenas acciones, tenemos el áspero crujido y chirrido de
una cosa que no puede moverse sin crear discordia — una cosa cuyos actos,
desde la recolección de sus fondos a su distribución final, es prolífica en
quejas, descontento y enfado — una cosa que crea riñas con la autoridad,
controversias sobre los derechos, intimidación, celos, litigación, corrupción,
engaños, mentiras, ingratitud — una cosa que suplanta, y por lo tanto hace
latentes, los sentimientos más nobles del hombre, mientras estimula los más
básicos.
Y ahora date cuenta de cómo encontramos ilustrada en detalle la verdad
en otro lugar expresada en abstracto, que cada vez que un gobierno excede
su deber — el mantenimiento de los derechos de los hombres —
inevitablemente retrasa el proceso de adaptación. ¿De qué facultad es el
trabajo que una ley de pobres asume tan oficiosamente? Comprensión. La
facultad que se necesita ejercer por encima de las otras. La facultad que
ALDO EMILIANO LEZCANO
297
distingue al hombre social del salvaje. La facultad que origina la idea de
justicia — que vuelve al hombre atento a los derechos de los otros — que
vuelve la sociedad posible. La facultad de cuya civilización desarrollada es
una historia — en cuya fuerza incrementada dependen principalmente las
futuras mejoras del estado del hombre — y a través de cuya supremacía
definitiva, la moralidad humana, libertad, y felicidad serán aseguradas.
Suministra parcialmente el lugar de estas leyes de pobres. Disminuyendo las
peticiones que les hacen, limitan su ejercicio, controlan su desarrollo, y por
tanto retrasan el proceso de adaptación.
§6
Impregnando toda naturaleza podemos ver trabajando una severa
disciplina, que es tan cruel que puede ser muy amable. Ese estado de guerra
universal mantenida a través de la más baja creación, para la gran confusión
de mucha gente noble, está en el fondo de la provisión más compasiva que
las circunstancias admiten. Es mucho mejor que el animal rumiante, cuando
la edad le ha despojado del vigor que hace de su existencia un placer, sea
asesinado por algún depredador, en vez de tener una vida dolorosa debido a
las enfermedades, y eventualmente morir de hambre. A través de su
destrucción, no solo acaba la existencia antes de que se vuelva molesta, sino
que se crea espacio para una generación más joven capaz de total disfrute; y,
además, por el propio acto de reemplazo la felicidad es obtenida por un
grupo de depredadores. Fíjese además, que sus enemigos carnívoros no solo
eliminan de las manadas herbívoras individuos que han pasado su plenitud,
sino que se deshacen de los enfermos, malformados, y los menos veloces o
poderosos. A través la ayuda de este proceso purificador, como a través de
las peleas, tan universales en la época de emparejamiento, se previene toda
invalidez de la raza a través de la multiplicación de sus especímenes
inferiores; y se asegura el mantenimiento de una constitución
completamente adaptada a las condiciones que los rodean, y por tanto más
productor de felicidad.
El desarrollo de la creación superior es un progreso hacia una forma de
ser capaz de una felicidad no disminuida por estas desventajas. Es en la raza
humana donde el cumplimiento debe alcanzarse. La civilización es la última
fase de su cumplimiento. Y el hombre ideal es el hombre en el que se
cumplen todas las condiciones de ese cumplimiento. Mientras que el
ALDO EMILIANO LEZCANO
298
bienestar de la humanidad existente, y se desarrolla hacia la máxima
perfección, están ambos asegurados por el mismo beneficio, aunque la
severa disciplina, a la que la creación viva está sujeta en toda su extensión:
una disciplina que es despiadada en la creación el bien; una ley que busca la
felicidad que nunca gira para evadir un sufrimiento parcial y temporal. La
pobreza del incapaz, los sufrimientos que vienen sobre el imprudente, el
hambre del perezoso, y los fuertes apartando a los débiles, que dejan a
tantos «en charcos y miserias», son los decretos de una gran benevolencia
previsora. Parece difícil que alguien sin destrezas que con todos sus
esfuerzos no pueda triunfar, deba suponer hambre en el artesano. Parece
duro que un trabajador incapacitado por la enfermedad de competir con sus
compañeros más fuertes, deba soportar las carencias resultantes. Parece
duro que las viudas y huérfanos deban abandonarse para luchar entre la vida
o la muerte. Sin embargo, cuando no se consideran separadamente, pero en
conexión con el interés de la humanidad universal, estas duras víctimas
parecen estar llenas del mayor beneficio — el mismo beneficio que lleva a
tumba prematura a los niños de padres enfermos, y señala al infeliz, al
alcohólico, y al debilitado como las víctimas de una epidemia.
Hay mucha gente muy amigable — gente a quien según sus sentimientos
nos conciernen debemos alegrarnos — que no tienen valor de mirar este
asunto justamente a la cara. Incapacitados como están por las empatías con
el presente sufrimiento, de mirar debidamente en relación con las
consecuencias definitivas, persiguen un camino que es muy insensato, y al
final incluso cruel. No consideramos verdadera bondad en una madre el
satisfacer a su hijo con dulces que seguramente le pondrán enfermo.
Pensaríamos que es un tipo muy estúpido de bondad lo que guía a un
cirujano a dejar que la enfermedad de su paciente progrese a un desenlace
fatal, en vez de infligir daño a través de una operación. De igual manera,
debemos llamar a aquellos falsos filantropistas, que, para prevenir la miseria
actual, considerarían una mayor miseria a futuras generaciones. Todos los
defensores de una ley de pobres, sin embargo, son clasificados entre tales.
Esa rigurosa necesidad que, cuando se permite actuar sobre ellos, se vuelve
un estímulo tan intenso para el perezoso, y un freno tan fuerte para el
aleatorio, estos amigos de los pobres revocarían, debido a las quejas que
produce aquí y allí. Cegados por el hecho, que bajo el orden natural de las
cosas la sociedad está continuamente excretando sus miembros enfermos,
imbéciles, lentos, vacilantes y sin esperanza, estos hombres irreflexivos,
aunque bien intencionados, proponen una intromisión que no solo frena el
proceso purificador, sino que incluso aumenta la supresión — estimula
ALDO EMILIANO LEZCANO
299
totalmente la multiplicación de los imprudentes e incompetentes
ofreciéndoles una provisión inagotable, y disuade la multiplicación de los
competentes y previsores elevando la dificultad futura de mantener a una
familia. Y así, en su entusiasmo de prevenir los sufrimientos realmente
beneficiosos que nos rodean, esta gente, de sabio suspiro y quejido banal,
legan a la posteridad una maldición que aumenta continuamente.
Volviendo de nuevo al más alto punto de vista, encontramos que hay
una segunda forma y aún más perjudicial en la que la caridad obligatoria de
la ley dificulta el proceso de adaptación. Para volverse adecuado para el
estado social, el hombre no solo tiene que perder su salvajismo, sino que
tiene que adquirir las capacidades necesarias para la vida civilizada. El poder
de la aplicación debe desarrollarse; tales modificaciones del intelecto como
las que deben cualificarle para su nueva tarea deben tener lugar; y, sobre
todo, debe ganar la habilidad de sacrificar una pequeña gratificación
inmediata por una futura más grande. El estado de transición sin duda será
un estado infeliz. La miseria resulta inevitablemente de la incongruencia
entre constitución y condiciones. Todos estos males, que nos afligen, y
parecen a los no familiarizados las consecuencias obvias de esta o esa causa
removible, son acompañantes inevitables de la adaptación ahora en
progreso. La humanidad está siendo exprimida contra las necesidades
inexorables de su nueva posición — está siendo moldeada en armonía con
ellos, y tiene que llevar la infelicidad resultante lo mejor que pueda. El
proceso debe padecerse, y el sufrimiento debe tolerarse. Ningún poder en la
tierra, ninguna ley de hombres de estado astutamente concebida, ningún
esquema corrector de palabras de lo humano, ninguna panacea comunista,
ninguna reforma que el hombre haya abordado o vaya a abordar, puede
reducirlas un poco. Pueden intensificarse, y lo hace; y previendo sus
intensificaciones, el filántropo encontrará un amplio margen para el
esfuerzo. Pero hay un vínculo con el cambio de una cantidad normal de
sufrimiento, que no puede disminuirse sin alterar las propias leyes de la vida.
Cada intento de atenuar esto resulta en su intensificación. Todo lo que una
ley de pobres, o cualquier institución similar puede hacer, es aplazar
parcialmente la transición — quitar por un tiempo, de ciertos miembros de
la sociedad, la presión dolorosa que está afectando a su transformación. En
el mejor de los casos esto es simplemente para posponer lo que al final se
debe soportar. Pero es más que esto: es deshacer lo que ya se ha hecho. Por
las circunstancias en las que la adaptación está teniendo lugar no puede
suplantarse sin causar un retroceso — una pérdida parcial de la adaptación
anteriormente efectuada; y como todo el proceso debe pasarse tarde o
ALDO EMILIANO LEZCANO
300
temprano, se debe pasar de nuevo por el terreno perdido, y soportar de
nuevo el dolor que acompaña. Así, aparte de retrasar la adaptación, una ley
de pobres se añade al sufrimiento que la acompaña inevitablemente.
A primera vista todas estas consideraciones parecen definitivas contra
toda ayuda al pobre — voluntaria a la vez que obligatoria; y sin duda es
verdad que insinúa una condena de cualquier caridad privada que permita a
los destinatarios eludir las necesidades de nuestra existencia social. Con esta
condena, sin embargo, ningún hombre racional discutirá. Ese despilfarro
descuidado de peniques que ha fomentado la perfección de un sistema de
mendicidad organizada — que ha hecho la mendicidad diestra más rentable
que el trabajo manual corriente — que provoca la simulación de parálisis,
epilepsia, cólera, y un sin fin de enfermedades y deformidades — que ha
creado almacenes para la venta y alquiler de trajes falsificados — que ha
dado a bebés que inspiran compasión un valor de marcado de 9 peniques al
día — la irreflexiva benevolencia que ha generado todo esto, no puede más
que ser rechazada por todos. Es solo contra esta caridad insensata que
hablan los argumentos anteriores. A esa caridad que puede describirse como
hombres que ayudan para ayudarse a ellos mismo, no se opone — más bien
lo aprueba. Y en ayudar a hombres para ayudarse a ellos mismo, hay
bastante ámbito para el ejercicio de la compasión de la gente. Los accidentes
suministrarán víctimas en quién la generosidad se gastará legítimamente.
Los hombres arrojados sobre sus espaldas por sucesos imprevistos,
hombres que han fracasado por falta de conocimiento inaccesible para ellos,
hombres arruinados por el engaño de otros, y hombres en cuya esperanza
tan retrasada han vuelto a su corazón enfermo, pueden, con beneficio de
todos los grupos, ser asistidos. Incluso el derrochador, después de que una
gran dificultad haya marcado su memoria con las condiciones inflexibles de
la vida social a la que se debe rendir, puede permitirse correctamente otro
juicio. Y aunque a través de estas mejoras el proceso de adaptación debe ser
remotamente obstaculizado, aún en la mayoría de los casos, no se retrasará
tanto en una dirección como lo que avanzará en otra.
§ 7
Ofensiva como encontramos que es una ley de pobres, incluso bajo la
suposición de que hace lo que se supone que debe hacer — disminuir el
sufrimiento actual — ¿Cómo debemos considerarla al encontrar que no
ALDO EMILIANO LEZCANO
301
hace realmente tal cosa, que no puede hacer tal cosa? Aún, paradójica como
parece la afirmación, es así totalmente. Que el observador deje de
contemplar tan fijamente un lado del fenómeno, la pobreza y su asistencia, y
empiece a examinar el otro lado — los impuestos y los contribuidores
máximos de estas, y descubrirá que suponer que la suma total de
sufrimiento disminuido por la recompensa de la ley del parlamento es un
engaño. Un resumen del caso en términos de trabajo y producción lo hará
claro rápidamente.
Hay, en cualquier período específico, una cantidad dada de comida y
cosas intercambiables por comida, en las manos o a las órdenes de las clases
media y alta. Cierta parte de esta comida es necesaria para estas clases, y es
consumida por ellos en el mismo ritmo, o casi, habiendo escasez o
abundancia. Cualquier variación ocurrida en la suma total de la comida y sus
equivalentes deben entonces afectar a la parte restante, no utilizada por
estas clases para sustento personal. Esta porción que sobra se le da a la
gente a cambio de su trabajo, que es parcialmente gastada en la producción
de más suministro de las necesidades, y en parte en la producción de lujos.
Por lo tanto, cuanto más deficiente es esta porción, menos gente tiene
suficiente. Evidentemente una redistribución a través de la legislación o de
otro agente no puede dales lo suficiente cuando antes era insuficiente. No
puede hace nada más que cambiar las partes en las que se siente la
insuficiencia. Si da suficiente a algunos que de otra manera no hubieran
tenido nada, debe inevitablemente reducir a algunos otros a la condición de
no tener suficiente. Y así, en la medida en la que una ley de pobres mitiga el
sufrimiento por un lado, produce sufrimiento inevitablemente en otro.
Si hubiera alguien al que este razonamiento abstracto le es insatisfactorio,
un ejemplo concreto del caso eliminará, quizás, sus dudas. Un recolector de
impuestos para los pobres recoge del ciudadano una suma de dinero
equivalente a pan o ropa para uno o más pobres. Si no hubiera sido tomada
esta suma, hubiera sido utilizada para comprar superfluidades, que el
ciudadano no necesita, o lo hubiera pagado a un banco, y hubiera sido
prestado por el banco un fabricante, comerciante, o tendero; esto es, que
básicamente se hubiera dado en salario tanto al fabricante de las
superfluidades o a un trabajador, pagado del préstamo de un banquero.
Pero habiéndose llevado esta suma como impuestos para los pobres,
quienquiera que las hubiera recibido como salario debe continuar hasta
cierto punto sin salario. Habiendo tomado el alimento que representaba
para mantener a un pobre, al artesano a quién ese alimento se le hubiera
dado a cambio del trabajo hecho, ahora le debe faltar alimento. Y así, como
ALDO EMILIANO LEZCANO
302
se dijo primero, la transacción es simplemente un cambio de las grupos a
quien les debe faltar alimento.
Es más, el caso es incluso peor. Ya se ha señalado, que aplazando el
proceso de adaptación, una ley de pobres aumenta el sufrimiento a soportar
en algún día futuro; y ahí podemos encontrar que también aumenta el
sufrimiento que hay que soportar ahora. Hay que recordar, que de la suma
tomada en cualquier año para ayudar a los pobres, una gran porción hubiera
ido de otra manera a ayudar a los trabajadores empleados en nuevos
trabajos reproductores — drenaje de tierra, construcción de maquinaria, etc.
Una existencia adicional de comodidades se hubieran producido poco a
poco, y el número de aquellos que no tienen suficiente hubieran disminuido
en consecuencia. Así el asombro expresado por algunos de que tanta
miseria exista, a pesar de la distribución de quince millones al año a través
de la donación beneficencia, sociedades caritativas, sindicatos de ley de
pobres, está bastante fuera de lugar; viendo que cuanto más grande la suma
gratuitamente administrada, más intenso se volverá en breve el sufrimiento.
Evidentemente, de una población dada, cuanto más mayor el número
viviendo de la generosidad de otros, menor debe ser el número viviendo del
trabajo; y cuanto menor el número viviendo del trabajo, menor debe ser la
producción de comida y otras necesidades; y cuanto menos la producción
de las necesidades, mayor debe ser el sufrimiento.
§8
Encontramos, entonces, que la opinión dada por la ley del deber del
estado contra la provisión pública del indigente es forzada por varias
consideraciones independientes. Un análisis crítico de los supuestos
derechos, para defender lo que una ley de pobres defiende, les muestra que
es ficticio. Ni resulta ser válida la solicitud de que una ley de pobres es un
medio para distribuir indemnización por los males hechos a la gente
desheredada. La suposición de que solo a través de una ayuda administrada
por la ley se puede afrontar la pobreza física, prueba ser bastante análoga a
la suposición de que la pobreza espiritual necesita una religión administrada
por la ley; y coherencia necesitan aquellos que afirman la cantidad suficiente
de esfuerzo voluntario en el primer caso para afirmarlo en el segundo
también. La sustitución de una caridad mecánica por una caridad causada
por el corazón es evidentemente desfavorable para el crecimiento de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
303
compasión del hombre, y por lo tanto adversa al proceso de adaptación. La
recompensa legal retrasa más la adaptación interponiéndose entre la gente y
las condiciones a las que se debe adaptar, ya que paraliza parcialmente esas
condiciones. Y, para rematar, encontramos, no solo que una ley de pobres
debe fracasar necesariamente al disminuir el sufrimiento popular, sino que
debe inevitablemente aumentar el sufrimiento, tanto directamente
comprobando la producción de comodidades, e indirectamente causando
un retroceso del carácter, cuya dolorosa disciplina debe en algún futuro
volverse buena.
ALDO EMILIANO LEZCANO
304
CAPÍTULO XXVI
EDUCACIÓN NACIONAL
§1
De la misma manera que nuestra definición del deber del estado prohíbe
al estado administrar la religión y la caridad, de la misma manera prohíbe al
estado administrar la educación. Asumiendo que tomar, por parte del
gobierno, más de lo necesario de la propiedad de un hombre para mantener
sus derechos, es una infracción de sus derechos, y por lo tanto lo contrario
a la función del gobierno hacia él; y asumiendo que se toma de su propiedad
para educar a sus propios hijos o los de otros no es necesario para mantener
sus derechos; tomar su propiedad para tal propósito está mal.
Si se dijera que están involucrados los derechos de los niños, y que se
requiera la intervención del estado para mantenerlo, la respuesta sería que
no se puede mostrar ninguna razón para tal intervención hasta que los
derechos de los niños hayan sido violados, y que sus derechos no son
violados por un abandono de su educación. Porque, como hemos explicado
repetidamente, lo que llamamos derechos son simplemente subdivisiones
arbitrarias de la libertad general para ejercer las facultades; y que solo se
puede llamar violación de derechos a lo que realmente disminuye esta
libertad — limitar un poder previamente existente para perseguir los
objetivos deseados. El padre que no se preocupa por la educación de un
niño no hace esto. La libertad de ejercer las facultades se dejan intactas.
Ignorar la instrucción de ninguna manera toma de la libertad del niño hacer
lo que desea de la mejor forma que pueda; y esta libertad es lo que pide la
igualdad. Cada ataque, recordado como cada violación de los derechos, es
necesariamente activo; mientras que cada abandono, desatención, omisión, es
de igual manera necesariamente pasivo. En consecuencia, a pesar de lo
incorrecta que pueda ser la no actuación del deber paternal — a pesar de lo
mucho que sea condenada por esa segunda moralidad — la moral de la
beneficencia — no equivale a una violación de la ley de la misma libertad, y
entonces el estado no puede tomar conciencia de ello.
ALDO EMILIANO LEZCANO
305
§2
Si no hubiera refutación directa del frecuentemente supuesto derecho a
la educación en las manos del estado, las estupideces en que se involucran
sus defensores mostrarían suficientemente su nulidad. Admitiendo por un
momento que el gobierno está obligado a educar a los hijos de los hombres
¿qué tipo de lógica demostrará que no está obligado a alimentarlos y
vestirlos? Si debe haber una ley del Parlamento para suministrar desarrollo a
sus mentes, ¿por qué no debería haber una ley del Parlamento para
suministrar desarrollo a sus cuerpos? Si las necesidades mentales de la
generación en alza debe ser satisfecha por el estado, ¿por qué no las físicas?
El razonamiento que lleva a establecer el derecho a alimento intelectual,
establecería bien igualmente el derecho a alimento material; es más, hará
más — probará que todos los niños deberían ser cuidados por el gobierno.
Porque si el beneficio, importancia, o necesidad de educación se asigna
como una razón suficiente por la que el gobierno debería educar, entonces
el beneficio, importancia o necesidad de comida, ropa, refugio y calor es
asignada como una razón suficiente por la que el gobierno debería
administrar estas también. Así que el supuesto derecho no puede
establecerse sin anular toda la responsabilidad paternal sea la que sea.
Si fuera necesaria más refutación, está el calvario de una definición.
Recientemente hemos encontrado esta experiencia dañina para el supuesto
derecho al mantenimiento; debemos encontrarlo igual de dañino para este
derecho asumido a la educación. ¿Qué es la educación? ¿Dónde, entre las
enseñanzas de una dame school, y el currículum universitario más completo, se
puede trazar la línea que separa esa parte de la cultura mental que puede ser
reclamada justamente por el estado, de la que no puede ser reclamada? ¿Qué
cualidad peculiar hay en la lectura, escritura, y aritmética, que da al
ciudadano embrión un derecho a que se las impartan, pero qué cualidad no
es compartida con geométrica, historia, dibujo, y ciencias naturales? ¿Debe
enseñarse el cálculo porque es útil? Porque también lo es la geometría,
como nos dirán el carpintero y el albañil; también lo es la química, como
dirán los tintoreros y los blanqueadores; así lo es la fisiología, como es
probado por la abundancia de la mala salud escrita en tantas caras.
Astronomía, mecánica, geología, y las variadas ciencias innatas. ¿Deben
enseñarse estas también? O, asumiendo que están determinadas, ¿cómo se
puede mostrar que un niño debe reclamar del poder civil conocimiento de
ALDO EMILIANO LEZCANO
306
tal o cual valor, pero no conocimientos de ciertos valores menores? Cuando
aquellos que piden una educación estatal puedan decir cuánto es lo debido
— puedan ponerse de acuerdo sobre lo que la juventud tiene derecho, y a lo
que no, será el momento de escuchar. Pero hasta que consigan este
imposible, no puede considerarse su solicitud.
§3
Estos defensores de la enseñanza legislativa caerían en una triste trampa,
si pudieran corroborar su doctrina. ¿A qué se refiere al decir que un
gobierno debe educar a la gente? ¿Por qué deberían ser educados? ¿Para qué
es la educación? Claramente para adecuar a la gente a la vida social — para
volverlos buenos ciudadanos. ¿Y quién va a decir si son buenos ciudadanos?
El Gobierno: no hay otro juez. ¿Y quién dice cómo se deben hacer estos
buenos ciudadanos? El Gobierno: no hay otro juez. De ahí la proposición
se puede convertir en esto — un gobierno debe moldear a los niños en
buenos ciudadanos, utilizando su propio criterio para fijar lo que es un buen
ciudadano; y habiendo hecho esto, debe elaborar tal sistema de disciplina
como se calcule mejor para producir ciudadanos bajo ese patrón. Este
sistema de disciplina está obligado a cumplirlo al máximo. Porque si lo hace
de otra manera, permite al hombre convertirse en algo diferente de lo que
en su juicio se debe convertir, y entonces fracasa en el deber que está
encargado de cumplir. Justificándose así para llevar a cabo tan rígidamente
tales planes al pensar que es lo mejor, cada gobierno debe hacer los que los
gobiernos despóticos del Continente y de China hacen. Esa regulación bajo
la que, en Francia, «las escuelas privadas no pueden establecerse sin una
licencia del ministro, y pueden ser cerradas por una simple orden del
ministerio,» es un paso en la dirección correcta, pero no va lo
suficientemente lejos; viendo que el Estado no puede permitir que su
misión sea llevada a cabo por otros, sin hacer peligrar su debido
cumplimiento. La prohibición de todas las escuelas privadas fueran cuales
fueran, hasta hace poco en Prusia, está más cerca del modelo. La legislatura
austríaca, también, se da cuenta con alguna coherencia de la teoría de la
educación estatal. A través de ella se ejercita un control medianamente
exigente sobre la cultura mental de la nación. Estando en desacuerdo pensar
mucho con la buena ciudadanía, la enseñanza de metafísica, economía
social, y por el estilo, es desaconsejada. Algunos trabajos científicos están
ALDO EMILIANO LEZCANO
307
prohibidos. Y se ofrece una recompensa por la detención de aquellos que
distribuyen biblias — prefiriendo las autoridades a cargo de esta función
encomendar la interpretación de ese libro a sus empleados los jesuitas. Pero
solo en China la idea es llevada a cabo con integridad lógica. Allí el gobierno
publica una lista de trabajos que pueden leerse; y considerando la obediencia
la virtud suprema, las autoridades solo son amigas del despotismo.
Temiendo los efectos inquietantes de la innovación, no permite que se
enseñe nada excepto lo que proviene de él. Con el fin de producir
ciudadanos modelo exige una disciplina estricta sobre toda conducta. Hay
«reglas para sentarse, levantarse, caminar, hablar, inclinarse, fijadas con gran
precisión. Los estudiantes tienen prohibido el ajedrez, fútbol, volar cometas,
bádminton, tocar con instrumentos de aire, entrenar bestias, pájaros, peces
o insectos — todo lo que sea diversión, se dice, dispersa la mente y
corrompe el corazón.
Un dictado de un minuto como este, que se extiende a cada acción, y que
no admitirá una negativa, es la realización legítima de esta teoría de la
educación estatal. Si el Gobierno tiene ideas erróneas de lo que debe ser el
ciudadano, si los métodos de entrenamiento que adopta son insensatos, no
es la cuestión. De acuerdo con la hipótesis se encarga de cumplir una
función específica. No encuentra una forma ya prescrita de hacer esto. No
tiene otra alternativa, por lo tanto, que elegir esa forma que le parezca más
adecuada. Y como no existe una autoridad mayor, ni para contradecir ni
confirmar su juicio, se justifica en la imposición absoluta de sus planes, que
sean los que sean. Como de la proposición de que el Gobierno debe
enseñar religión, brota la otra proposición, que el Gobierno debe decidir
cuál religión es la verdadera, y cómo se debe enseñar; de la misma manera la
afirmación de que el Gobierno debe educar, exige la otra afirmación de que
debe decir qué es la educación, y como debe ser dirigida. Y el mismo
papismo rígido, que encontramos que era una consecuencia lógica del
primer caso, sigue también al otro.
§4
Hay pocos dichos más trillados que este, de que el amor a los hijos es
una de las pasiones más poderosas. Ser padre es casi un deseo universal. La
intensidad de afectos mostrada en el brillo del ojo, el cálido beso, y las
caricias — de la incansable paciencia, y alarma siempre preparada de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
308
madre es un tema sobre el que los filósofos han escrito y los poetas han
cantado en todas las épocas. Todo el mundo ha señalado qué comúnmente
el sentimiento domina a todos los otros. Observa la auto-congratulación
con la que la maternidad es testigo de los logros incomparables de su primer
hijo. Señala el orgullo con el que las actuaciones de cada crío son mostradas
a cada visitante como un indicador de un genio precoz. Considera de nuevo
el profundo interés que siente un padre en los días siguientes en el bienestar
mental de sus hijos, y la ansiedad que manifiesta para que se valgan por sí
mismos; siendo frecuentemente aumentada la instigación de su afecto
natural por la reflexión de que la comodidad cuando sea mayor, tal vez,
dependa de su éxito.
Los «sirvientes e intérpretes de la naturaleza» suponen normalmente que
estos sentimientos no valen para anda. Hasta ahora siempre han pensado
que la gratificación que corresponde a una madre del avance de sus
pequeños sirve como un estímulo para la correcta cultura de sus mentes —
que el honor que el padre espera que de derive de la distinción de las
acciones de sus hijos como un incentivo a sus mejoras — y que la
anticipación de los padres del sufrimiento que los niños mal educados que
puede suponer un día constituye un estímulo adicional para su correcta
dirección. En estos cariños tan fuertes y dependencia mutua, los
observadores creen que vieron una cadena de influencias maravillosamente
ordenadas, calculadas para asegurar el desarrollo mental y físico de
generaciones sucesivas; y en la simplicidad de su fe han deducido que estos
medios divinamente asignados eran completamente suficientes para este
propósito. Puede parecer, sin embargo, de acuerdo con los educacionistas
del estado, que se han equivocado. Parece que todo este sistema de
sentimientos es totalmente insuficiente para elaborar el desiderátum — que
esta combinación de afectos e intereses no se mantienen para tal propósito,
o, lo que es lo mismo, que no tiene ningún propósito en absoluto. Y así, a
falta de cualquier suministro natural para suplir la exigencia, los legisladores
nos muestran el diseño y especificación de una máquina estatal, hecha de
maestros, hujieres, inspectores, y consejos, que trabaja gracias a la correcta
proporción de impuestos, y es suministrada abundantemente con material
bruto, en forma de niños y niñas, de los que hay que afilar una población de
hombres y mujeres bien entrenado, ¡que deben ser «miembro útiles de la
comunidad»!
§5
ALDO EMILIANO LEZCANO
309
Pero se argumenta que los padres, especialmente aquellos cuyos hijos
más necesitan enseñanza, no saben los que es una buena enseñanza. «En el
asunto de la enseñanza,» dice el Sr. Mill, «la intervención del Gobierno es
justificable; porque el caso es uno en que el interés y juicio del consumidor
no son suficiente seguridad para la calidad del producto».
Es extraño que un escritor tan juicioso deba sentirse satisfecho con una
excusa tan gastada. Esta presunta incompetencia de parte de la gente ha
sido la razón atribuida para todas las intromisiones del estado sean las que
sean. Fue por la excusa de que los compradores no eran capaces de
distinguir las telas buenas de las malas, que se crearon esas leyes
complicadas que agobiaron a los fabricantes franceses. Se prohibió la
utilización de ciertos tintes aquí en Inglaterra, debido al criterio deficiente
de la gente. Se publicaron indicaciones para la creación apropiada de
alfileres, bajo la idea de que la experiencia no enseñaría a los compradores
cuales eran mejores. Esos reconocimientos que a los que se someten los
artesanos alemanes, se mantienen necesarios, como garantía para los
consumidores. La razón trillada para la enseñanza estatal de la religión ha
sido que las masas no pueden distinguir la falsa religión de la verdadera.
Apenas hay una sola sección de la vida sobre la que, por razones similares,
la supervisión no se ha, o no pueda ser, establecida. Aquí está el Sr. H.
Hodson Rugg, M.R.C.S., publicando un panfleto que señala el daño
producido en los pobres dueños de la casa ignorantes por la adulteración de
la leche y proponiendo como remedio que debe haber oficiales del
Gobierno que comprueben la leche, y que confisque la que no sea buena —
policía que inspeccione la ventilación de los establos, y que se lleve el
ganado que no valga — y un Gobierno de hospital para vacas, con cirugía
veterinaria incluida. Mañana alguien más podría empezar a decirnos que el
pan malo es incluso más perjudicial que la leche mala, igualmente común,
casi igual de difícil de distinguir, y que, en consecuencia, las panaderías
deberían ser examinadas por las autoridades. Después se querrán oficiales
con hidrómetros y catalizadores químicos, para mojar en los contenedores
de los porteadores de cerveza. En su estela deben, por supuesto, seguir
otros, pagados para vigilar las acciones de los comerciantes de vino. Y así,
hasta, con el deseo de tener todos los procesos de producción debidamente
revisados, nos acercamos a una condición de alguna manera parecida a los
estados esclavos, en los que, como dice, «una mitad de la comunidad está
ocupada en ver que la otra mitad hace lo que debe». Y por cada intromisión
ALDO EMILIANO LEZCANO
310
adicional la solicitud debe ser, como siempre ha sido, que «el interés y el
juicio del consumidor no son seguridad suficiente para la calidad de la
comodidad».
Se tiene que decir que la corrección del control legislativo depende de las
circunstancias; que respecto a algunos artículos el juicio del consumidor es
suficiente, mientras que respecto a otros no; y que la dificultad de decidir
sobre su calidad, coloca a la educación entre estos últimos; de nuevo la
respuesta es la misma que se ha dicho en nombre de todas las interferencias
de una en una. Suficientes engaños, suficientes dificultades en la detección
de fraude, suficientes ejemplos mostrando la incapacidad de los
compradores de protegerse a sí mismo, son citados por los defensores de
cada recurso propuesto para la regulación oficial; y en cada caso se insta que
aquí, de cualquier manera, se necesita la regulación oficial. Aun así la
experiencia refuta estas deducciones una tras otra, enseñándonos que, a la
larga, el interés del consumidor no es solo una garantía eficiente para la
calidad de las cosas consumidas, sino la mejor garantía. ¿No es imprudente,
entonces, creer por centésima vez en una de estas conclusiones verosímiles
pero engañosas? ¿No es más racional, entonces, deducir, que aunque en
apariencia sea lo contrario, la elección del producto — educación, como la
elección de todos los otros productos, debe dejarse sin peligro al criterio de
los compradores?
Aún más razonable parecerá esta deducción al observar que las personas
no son, después de todo, jueces tan incompetentes de la educación como
parecen. Los padres ignorantes son suficientemente rápidos para percibir
los efectos de una enseñanza buena o mala; lo notarán en los niños de
otros, y actuarán en consecuencia. Además es fácil para ellos seguir el
ejemplo de los mejor instruidos, y elegir las mismas escuelas. O pueden
pasar por encima del problema pidiendo consejo; y generalmente hay
alguien tanto capaz como dispuesto a dar a los padres iletrados una
respuesta confiable a su pregunta sobre los profesores. Por último, está la
prueba del precio. Con la educación, como con otras cosas, el precio es un
índice bastante de seguridad del valor, es uno abierto a todas las clases; y es
uno al que los pobres atrae instintivamente en asuntos de escuelas; porque
se sabe que miran fríamente a la instrucción muy barata o gratuita.
Pero incluso admitiendo que, mientras este defecto de juicio no es
virtualmente tan extremo como se afirma, es sin embargo grande, la
necesidad de intromisión es aún rechazada. El mal se somete a rectificación,
como todos los análogos son, o han sido. La generación en alza entenderá
mejor que la buena educación es mejor que sus padres, y sus descendientes
ALDO EMILIANO LEZCANO
311
aún tendrán concepciones más claras. El que piense que el más lento de los
procesos es una razón suficiente para interferir, debe, para ser congruente,
interferir en todos lo demás, para la ignorancia que en cada caso sirve como
una excusa para la intervención de estado es una cura muy gradual. Los
errores de los consumidores y los fabricantes a menudo necesitan
generaciones para volverse correctos. Las mejoras en el mantenimiento del
comercio, en las manufacturas, y especialmente en la agricultura, se
extienden casi de forma imperceptible. Tomad la rotación de cultivos por
ejemplo. Y si esta lentitud es un argumento válido para la intromisión en un
caso, ¿por qué no en los otros? ¿Por qué no tener a las granjas supervisadas
por el Gobierno, porque a los granjeros les hace falta normalmente una
siglo para adoptar los planes sugeridos por la ciencia moderna?
Habiéndonos dado debidamente cuenta del hecho de que la sociedad es
un desarrollo, y no una manufactura — una cosa que se hace a sí misma, y
no una cosa que se pueda hacer artificialmente — podemos caer en algunos
pocos errores; y podemos ver que entre otras imperfecciones esta
incompetencia de las masas de distinguir la buena enseñanza de la mala se
está superando.
§6
Cuando en materia de educación se dice que «el interés y juicio del
consumidor» no es «seguridad suficiente para la calidad del producto,» es
cuando se argumenta que la superintendencia del Gobierno es entonces
necesaria, se hace una suposición muy cuestionable, específicamente, que «el
interés y juicio» de un gobierno son una seguridad suficiente. Ahora hay una
buena razón para discutir esto, es más, incluso para afirmar que, teniendo
en cuenta el futuro, ofrecen menos seguridad.
El problema es, ¿cuál es la mejor manera de desarrollar las mentes: un
problema entre los más difíciles — no digamos, el más difícil? Se necesitan
dos cosas para su solución. Primero, saber en qué deben moldearse las
mentes. Después, saber cómo deben ser moldeadas. Del trabajo a hacer,
pasamos a los que lo deben realizar. Hombres de la educación (como dice la
palabra) no hay duda de que lo son; bien intencionados, algunos de ellos;
atentos, algunos; filosóficos, unos pocos; hombres, sin embargo, que la
mayor parte, nacidos con una cuchara de plata en sus bocas, y propensos a
mirar los asuntos humanos como se reflejan en estas — de alguna manera
ALDO EMILIANO LEZCANO
312
distorsionados. La mayoría de ellos llevan vidas muy cómodas, y por lo
tanto «las cosas como son» hallan la gracia en sus ojos. Por sus gustos — se
muestran en la subordinación del negocio nacional en el tiro al urogallo y en
la caza de zorros. Su orgullo — está en amplias propiedades y largos árboles
genealógicos; y si escudo de armas familia lleva algún antiguo lema como
«Golpea duro,» o, «Fuera, fortuna, y llena los grilletes,» es una gran felicidad.
Su ideal de sociedad, es o un feudalismo sentimental; o es un estado, algo
como el actual, bajo el que la gente debe respetar a los que son mejores, y
«conformarse con el puesto de la vida al que a Dios le complació llamarles;»
o es un estado organizado con el propósito de volver a cada trabajador la
herramienta más eficiente de producción, para que al final la acumulación
de riquezas sea la mayor posible. Añade a esto que sus nociones de
disciplina moral se muestran en el mantenimiento de la pena capital, y
enviar a sus hijos a escuelas donde se practica el acoso, donde ellos mismos
fueron llevados. ¿Puede depender sin peligro el producto — educación —
del juicio de estos? Definitivamente no.
Aún menos se debe confiar en su «interés». Aunque en desacuerdo con
el de las personas, se seguirá inevitablemente con preferencia. El egoísta
que, consciente o inconscientemente, influye a los gobernantes en otros
casos, los influiría en este de la misma manera — no fracasaría en hacerlo,
mientras que el carácter del hombre sea lo que es. Con los impuestos
distribuidos desigualmente, con una distribución tal manifiestamente injusta
de los representantes de la población, con un nepotismo que llena los
lugares lucrativos con Greys y Elliots, con un personal de cien almirantes
más de los necesarios, con pensiones generosas para quien no las merecen,
con un sistema de reducción que despide a los hombres de a pie y conserva
oficiales, y con tales votos como los dados por los miembros del
parlamento relacionados con militares, navales, terratenientes, y el clero,
podemos estar seguros que la educación estatal sería administrada para las
ventajas de aquellos en el poder, en vez de para la ventaja de la nación.
Esperar por algo más es caer en el viejo error de buscar uvas de espinos.
Nada puede ser más verdaderamente utópico que esperar que, con los
hombres y las cosas como son, las influencias que han corrompido las otras
instituciones no corromperán esta.
De este modo, incluso siendo verdad que en el tema de la educación «el
interés y el juicio del consumidor no son seguridad suficiente para la calidad
del producto,» la sensatez de sustituirlos por el «interés y juicio» de un
gobierno no es de ninguna manera obvio. Se puede decir, de hecho, que el
argumento prueba solo la incapacidad de los gobiernos existentes para
ALDO EMILIANO LEZCANO
313
volverse profesores nacionales, y no la incapacidad de un gobierno
normalmente constituido: mientras que el objeto de investigación sea
determinar lo que el gobierno debe hacer, la hipótesis debe ser que el
gobierno es lo que debe ser. A esto la respuesta es, que la naturaleza de la
alegación a encontrar necesita un descenso al nivel de las circunstancias
actuales. Está en el «interés y juicio» defectuoso de la gente, como está ahora,
que se basa la petición de superintendencia legislativa; y, en consecuencia, al
criticar esta petición debemos tomar al gobierno como es ahora. No podemos
razonas como si el gobierno fuera lo que debería ser; ya que, antes de que
pueda volverse así, cualquier presunta deficiencia de «interés y juicio» de
parte de la gente debe haber desaparecido.
§7
La imprudencia de establecer una organización nacional para cultivar la
mente popular, y de pagar al gobierno para supervisar esta organización, es
más vista en la verdad general que tal organización es en espíritu
conservativa, y no progresiva. Todas las instituciones tienen un instinto de
auto preservación que crece del egoísmo de aquellos conectados a ellas.
Siendo dependiente para su vitalidad de la prolongación de las disposiciones
existentes, las apoyan de forma natural. Sus raíces están en el pasado y en el
presente; nunca en el futuro. El cambio los amenaza, los modifica,
finalmente los destruye; de ahí que se opongan uniformemente al cambio.
Por otro lado, la educación, propiamente llamada, está estrechamente
relacionada con el cambio — es su pionera — es el agente de la revolución
que nunca duerme — está siempre amoldando al hombre para cosas
mejores, y desmoldándoles para las cosas como son. Por tanto, entre las
instituciones cuya propia existencia depende de que el hombre continúe
como es, y la verdadera educación, que es uno de los instrumentos para
hacerle diferente de quién es, debe haber siempre antagonismo.
Desde la época del sacerdocio egipcio hacia adelante, el comportamiento
de las corporaciones, políticas, eclesiásticas, o educativas, han dado prueba
de esto. Unos 800 años A.C., las escuelas sin licencia estaban prohibidas por
el senado ateniense. En Roma, la libertad de enseñanza fue atacada dos
veces antes de la época cristiana; y de nuevo, después, por el emperador
Julián. Los gobiernos continentales actuales muestran, a través de sus
políticas, como de persistente es la tendencia. En la universalidad de la
censura vemos el mismo hecho más ilustrado. Los célebres dichos de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
314
emperatriz Caterina a su primer ministro, muestran bien la forma en la que
los gobernantes consideran la propagación del conocimiento. Y cada vez
que los gobiernos han asumido la educación, ha sido con la opinión de
prevenir esa educación espontánea que amenaza su propia supremacía. Es
testigo el caso de China, donde las ideas impresas diligentemente — ideas
impresas tales como, «¡Oh! ¡Qué magníficos son los asuntos del Gobierno!»
«¡Oh! ¡Cuánto respeto se le debe a los oficiales del Gobierno!» señalan
suficientemente la situación. Testigo, de nuevo, el caso de Austria, donde,
de acuerdo con el deseo del Emperador Francis, la educación de la mente
popular fue encomendada a los jesuitas, que deben «contrarrestar la de la
libertad, a través de la propaganda de la superstición».
ee
Ni ha habido pocos
signos de un espíritu igual aquí en Inglaterra. El intento en la época de
Cobbet de menospreciar la literatura barata, a través de un acta que prevenía
las publicaciones semanales de venderse por menos de seis peniques, sin
lugar a duda señalaba esto. Se muestra de nuevo en la reticencia con la que
el impuesto de timbre del periódico se redujo, cuando la resistencia se había
vuelto inútil. Y aún deben verlo en la doble cara de una legislatura que
afirma favorecer al progresismo popular, y aun así continúa recaudando un
millón y cuarto de libras esterlinas al año de «impuesto del conocimiento».
Qué poco amigables han sido todos los cuerpos eclesiásticos con la
difusión de la educación que todo el mundo conoce. La obstinación
mostrada por el brahmán en la lucha contra las verdades de la ciencia
moderna — el fanatismo con el que los doctores mahometanos ignoran
todos los libros excepto el Corán — y el prejuicio promovido por las
instituciones religiosas de nuestro propio país contra el propio nombre de la
filosofía — son ejemplos similares de la conducta que este instinto de
autoconservación produce. En este dicho de los monjes, «Debemos acabar
con la impresión, o la impresión acabará con nosotros,» se expresó
claramente el motivo universal; y fue, de nuevo, a través de la boca de ese
obispo francés que denunció los sistemas de Bell y Lancaster como
inventos del demonio. Ni dejar que nadie concluya que el entusiasmo
manifestado recientemente por el clero de la iglesia indica un nuevo odio.
Aquellos que recuerdan la amargura con la que las escuelas dominicales
ee
Y no sin éxito, de acuerdo al Sr. Wilde, quien (escribiendo antes de la Revolución) nos
dice, de manera panegírica sobre el sistema educativo austriaco, que la gente, «no suspira
por un estado de libertad política sobre el que no conocen nada. El gobierno impidiendo
prudentemente que sus mentes fueran inflamadas por esas ampollas sobre la sociedad que
han escrito y predicado nuestros propios compatriotas en la fiebre del descontento y
animosidad, efectos que ahora son visibles en Gran Bretaña.» (¡)
ALDO EMILIANO LEZCANO
315
fueron atacadas al principio por ellos; y aquellos que señalaron como
compiten ahora con mucho interés con disientes por los hijos de los pobres,
pueden ver de forma suficientemente clara que se están esforzando para
hacer lo mejor de una necesidad — que, teniendo más o menos definida la
consciencia de lo inevitable del progreso educacional, desean educar a la
gente en la lealtad a la Iglesia.
Aún más manifiesta se vuelve esta tendencia obstaculizadora al
considerar que las mismas organizaciones concebidas para la expansión del
conocimiento, pueden actuar ellas mismas como sus represores. Así se dice,
que Oxford fue uno de los últimos lugares en el que la filosofía newtoniana
fue reconocida. Leemos de nuevo, en la vida de Locke, que «hubo una
reunión de los jefes de las casas de Oxford, donde se propuso censurar y
disuadir la lectura de este ensayo (Sobre el Entendimiento Humano); y
después de varios debates, se concluyó que sin ninguna censura pública
cada jefe de una casa debía procurar prevenir que se leyera en su propia
universidad». En Eton, en la época de Shelley, «la química era algo
prohibido,» incluso hasta el rechazo de tratados químicos. Tan uniforme ha
sido la costumbre de estas instituciones fundadas para cerrar las puestas
contra las innovaciones, que están entre los últimos lugares a los que alguien
busca mejoras en el arte de la enseñanza, o una opción mejor para enseñar a
los sujetos. La actitud de las universidades hacia las ciencias naturales ha
sido la de una ausencia de reconocimiento despectiva. Las autoridades de la
universidad se han resistido mucho, tanto activa como pasivamente, de
volver a la psicología, química, geología, etc., materias de estudio; y solo
más tarde, bajo presión externa, y bajo el miedo de ser suplantados por
instituciones rivales, se han tomado los nuevos estudios cautelosamente.
Aunque la fuerza de la inercia pueda ser muy útil en este lugar — aunque
la resistencia de los poseedores de cargos tenga su función — aunque no
debamos discutir con este instinto de autoconservación que da a las
instituciones su vitalidad, porque también las mantiene a través de una
decrepitud prolongada — aun así debemos negar sabiamente que aumente
su efecto natural. Es muy necesario tener en nuestra economía social una
fuerza conservadora a la vez que una reformadora, que pueda haber
progreso como resultante, pero es altamente imprudente permitirse la
primera ventaja artificial sobre la otra. Sin embargo, establecer una
educación estatal es hacer esto. La propia organización de la educación, y el
gobierno que la dirige, se inclinarán inevitablemente a las cosas como son; y
darles el control sobre la mente nacional, es darles los medios de reprimir
ALDO EMILIANO LEZCANO
316
aspiraciones por las cosas como deberían ser. Estas instituciones solo
permitirán esa cultura que parece compatible con su propia preservación;
mientras que a esa cultura que, a través de hacer progresar a la sociedad, la
amenaza con minar sus propios cimientos, o, en otras palabras — se
opondrán a esa cultura que es más valiosa.
El optimista quizás esperará que, aunque esto ha sido una ley hasta
ahora, no será la ley en el futuro. No dejemos que se engañe. Mientras que
el hombre persiga ventajas privadas a expensas del bien común, que es decir
— mientras que el gobierno sea necesario, esto será verdad. Sin duda la
tendencia será menos marcada en la proporción en que los hombres sean
menos egoístas injustamente. Pero del mismo modo que les falta perfecta
diligencia, igualmente los intereses creados les influirán, e igualmente las
instituciones se resistirán al cambio.
§8
¿Ha visto el lector alguna vez a un niño en el primer ardor al crear un
jardín? La visión es una divertida, y nada instructiva. Probablemente un
trozo de parterre — una par de metros cuadrados o así — se le ha
entregado para su uso exclusivo. Muestra un poco de adhesión de
propiedad, y no poco orgullo de propietario. Mientras que dura el
entusiasmo, no se cansa nunca de contemplar su territorio; y cada
acompañante, y cada visitante con quien se puede tomar la libertad, seguro
que se encontrará con su petición — «Ven a ver mi jardín». Fíjate sobre
todo, sin embargo, con qué ansiedad se ve el crecimiento de unos pocas
pequeñas plantas. Tres o cuatro veces al día se apresurará el pequeño para
mirarlas. Que irritantemente lento le parece el proceso. Cada mañana que se
levanta espera encontrar algún cambio marcado; y observad, todo parece
igual que el día anterior. ¡Cuándo saldrán las flores! Por casi una semana
algunos capullos precoces le han estado prometiendo el triunfo de la
primera flor, y aún permanece cerrado. ¡Seguramente debe haber algo mal!
Quizás las hojas se han atascado. ¡Ah! Esa es la razón, sin duda. Y así
seguramente algún día pillarás a nuestro joven florista muy enérgicamente
ocupado en abrir el cáliz, y, puede ser, intentando desplegar algunos de los
pétalos.
ALDO EMILIANO LEZCANO
317
Algo así como esta impaciencia infantil es el sentimiento mostrado no
por pocos educacionistas estatales. Tanto ellos como su clase muestran una
falta de fe en las fuerzas naturales — casi ignoran que hay tales fuerzas. En
ambos hay la misma insatisfacción con el índice decretado de progreso. Y
por ambos, los medios artificiales son usados para remediar lo que están
convencidos de que son fallos de la naturaleza. En estos últimos años todos
los hombres han se han dado cuenta a la vez de la importancia de la
enseñanza de la gente. A eso a lo que hace un tiempo éramos indiferentes o
incluso hostiles se ha vuelto de repente un objeto de entusiasmo. Con todo
la pasión de recientes conversos — con todas las expectativas desmesuradas
de un novicio — con todas la impaciencia de un deseo despertado
recientemente — esperan el resultado deseado; y, con la irracionalidad que
siempre acompaña a tal estado de la mente, se descontentan, porque el
progreso de la ignorancia general a una iluminación universal no se ha
completado en una generación. Uno debería pensar que está
suficientemente claro para todo el mundo que los grandes cambios que
tienen lugar en nuestro mundo son uniformemente lentos. Los continentes
se mueven en un radio de unos 30 o 60 centímetros en un siglo. La
deposición de un delta es un trabajo de decenas de miles de años. La
transformación de roca estéril en suelo fértil lleva innumerables años. Si
alguien piensa que la sociedad avanza en una ley diferente, dejemos que
lean. ¿No se ha requerido toda la era cristiana para abolir la esclavitud? En
la medida que se ha abolido. ¿No vivieron y murieron cientos de
generaciones mientras que las pictografías crecieron en imprenta? ¿No se
han incrementado las habilidades científicas, comerciales y mecánicas a un
ritmo similarmente lento? ¡Aun así los hombres están decepcionados de que
cincuenta tristes años no bastan para la ilustración meticulosa popular!
Aunque dentro de este período se ha hecho un avance mucho más allá de lo
que el calmado pensador hubiera esperado — más allá de lo que parecía
predecir el índice pasado de progreso en los asuntos humanos — ¡aun así
esta gente tan impaciente condena sumariamente el sistema voluntario
como un fracaso! ¡Un proceso natural — un proceso establecido
espontáneamente — un proceso de auto-desarrollo que ha comenzado la
mente nacional, es despreciada porque no ha originado una transformación
total en el curso de lo que solo constituye un día en la vida de la humanidad!
¡Y entonces, para compensar la incompetencia de la naturaleza, debe
acelerarse el despliegue a través de los dedos legislativos!
ALDO EMILIANO LEZCANO
318
§9
Hay, de hecho, una excusa para intentar expandir la educación a través
de medios artificiales, específicamente, la ansiedad para disminuir el crimen,
de la que se supone que la educación es un preventivo. «Mantenemos,» dice
el Sr. Macaulay, «que quienquiera que tiene el derecho a colgar tiene el
derecho a educar»
ff
Y en una carta en relación al sistema de barrios de
Manchester, la Srta. Martineay escribe — «Ni puedo ver que la economía
política se oponga al impuesto general con propósitos educativos. Como
una simple tasa política este impuesto debería ser un asunto muy barato.
Nos costaría mucho menos que lo que pagamos ahora por la inmoralidad
juvenil». En ambos comentarios está implícita esta creencia permanente.
Ahora, con todo el respeto a todas las grandes autoridades que lo
mantienen, la verdad de esta creencia puede discutirse. No tenemos pruebas
de que la educación, como se entiende normalmente, prevenga el crimen.
Esos parágrafos de los periódicos repetidos constantemente, en los que los
índices de convictos educados a sin educación se expresan tan
triunfalmente, no prueban nada. Antes de que se saque ninguna deducción,
se debe mostrar que estos convictos educados y no educados, vienen de dos
secciones iguales de la sociedad, como en todos los otros aspectos a parte del
conocimiento — similares en rango y ocupación; teniendo ventajas
parecidas, trabajando bajo tentaciones similares. No es solo que no es
verdad; es que no se parece en nada a la verdad. La mayoría de criminales
ignorantes pertenecen a una clase con las circunstancias más desfavorables;
mientras que los pocos educados vienen de una clase comparadamente más
favorecida. Como están las cosas sería igualmente lógico afirmar que el
crimen aparece de mantenerse sin alimentos de origen animal, o de vivir en
habitaciones mal ventiladas, o de llevar camisas sucias; porque si se fueran a
catequizar a los reclusos de una prisión, se encontraría sin duda que la
mayoría de ellos estarían en las mismas condiciones. Ignorancia y crimen no
son causa y efecto; son resultados coincidentes de la misma causa. Ser
completamente ignorante es haberse movido entre aquellos incentivos que
son más fuertes para hacer algo mal; haber sido parcialmente instruido es
haber estado en una clase sujeto a menos tentaciones urgentes; ser bien
instruido es haber vivido casi más allá del alcance de los motivos normales
para la infracción. Ignorancia, entonces (al menos refiriéndonos a las
estadísticas), simplemente indica la presencia de influencias que producen
ff
Cita de un discurso en Edimburgo.
ALDO EMILIANO LEZCANO
319
crimen, y no se puede decir que es la causa del crimen a igual que no se
puede decir que la caída del barómetro es la causa de la lluvia.
Tan lejos de probar que la moralidad se aumenta con la educación, el
hecho prueba, en todo caso, lo contrario. Así se nos dice, en un informe del
Reverendo Joseph Kingsmill, capellán jefe de la Prisión Pentonville, que la
proporción que hay entre los reclusos educados y los no educados es tan
alta como la que existe entre las clases educadas y no educadas en la
población general; aunque, como se acaba de explicar, debemos esperar
razonablemente, que teniendo menos tentaciones, los reclusos educados
deban llevar menor proporción a su clase. De nuevo, se ha mostrado de
informes del Gobierno — «Que el número de jóvenes delincuentes en la
metrópolis ha ido aumentando constantemente cada años desde la
institución de Ragged School Union; y que mientras que el número de
criminarles que no pueden leer y escribir ha descendido de 24,856 (en 1844)
a 22,968 (en 1848) — o no menos que 1888 en ese período — el número de
aquellos que pueden leer y escribir imperfectamente ha aumentado de
33,337 a 36,229 — o 2857 — durante el mismo tiempo». Morning Chronicle,
25 de abril, 1850. Otro colaborador a la serie de artículos de «Labour and
the Poor,» del que se ha sacado la anterior declaración, señala que «la
población minera (en el norte) es extremadamente inferior en tema de
educación e inteligencia; y aun así contradicen las teorías consideradas
generalmente de ignorancia y crimen, representado el sector de la población
menos criminal de Inglaterra». Morning Chronicle, 20 de diciembre, 1849. Y,
hablando de las mujeres empleadas en la siderurgia y minas de carbón a
través del sur de Gales, dice — «su ignorancia es completamente horrible;
aun así el informe señala en ellas una inmunidad singular ante el crimen». —
Morning Chronicle, 21 de marzo, 1850
Si se creen insuficientes estos testimonios, se pueden reforzar por ese del
Sr. Fletcher, que se ha centrado más elaboradamente en esta cuestión que
quizás ningún otro escritor del presente. Resumiendo los resultados de sus
investigaciones, dice:
«1. Comparando los compromisos vulgares de los delitos criminales con
la proporción de educación en cada barrio, resulta que hay un pequeño
equilibrio a favor de los barrios más educados en los años de mayor
depresión industrial (1842-3-4), pero una mayor en su contra en los años de
menos depresión industrial (1845-6-7); mientras que al comparar las partes
más instruidas con las menos de cada barrio, el resultado final es en contra
del primero en ambos períodos, aunque el cuádruple en el último que en el
primero.
ALDO EMILIANO LEZCANO
320
«2. Cambiar las edades de la población en diferentes distritos para
enfrentarse al exceso de criminales de ciertas edades jóvenes, cambiará el
carácter de esta prueba superficial contra el adiestramiento; cada concesión
que se haya otorgado al niño llevará a los mismos resultados».
«3. Bajo este período, entonces, la comparación de las declaraciones
criminales y educativas de esto, no más que en otros países de Europa, no
ha permitido evidencia estadística sólida a favor, y tan poca en contra, los
efectos morales asociados con la instrucción, como actualmente se difunde
entre la gente.
gg
A todo lo que se le debe añadir las pruebas de los Sres. Gurrea y Dupin,
quienes han mostrado que los barrios más educados en Francia son los
barrios más criminales.
El hecho es, que apenas existe alguna conexión entre la moralidad y la
disciplina de la enseñanza ordinaria. La mera cultura del intelecto (y la
educación como normalmente se conduce equivale a poco más) es apenas
significativa para la conducta. Las creencias grabadas en la memoria, buenos
principios aprendidos de memoria, lecciones de bien y mal, no erradicarán
las inclinaciones crueles, aunque la gente, a pesar de su experiencia como
padres, y como ciudadanos, continúan con la esperanza de que lo harán.
Toda la historia, tanto de la raza como del individuo, va a probar que en la
mayoría de los casos los principios no actúan en absoluto. Y dónde parece
que actúan, no es a través de ellas, sino de sentimiento preexistentes que
responden a ellos, que los efectos realmente se producen. La inteligencia no
es un poder, sino un instrumento — no una cosa que se mueve y trabaja
sola, sino una cosa que se mueve y trabaja a través de fuerzas que hay detrás
de él. La razón es un ojo — el ojo a través del que los deseos ven su camino
a la satisfacción. Y educar es solo lo que hace mejor a ese ojo — le da una
visión más exacta y más completa — no altera para nada los deseos
favorecidos por él. Sin embargo aunque se haga previsora, las pasiones
determinarán aún las direcciones en las que se debe transformar — los
objetivos con los que debe tratar. El intelecto solo se empleará para logar
aquellos fines que los instintos o sentimientos proponen: no habiendo
hecho la cultura nada más que aumentar la habilidad para ligarlos.
Probablemente alguno dirá que los hombres instruidos les permiten
diferencian los castigos que están unidos de forma natural a los crímenes; y
en cierto modo es verdad. Pero es solo verdad superficialmente. Aunque
gg
Summary of the Moral Statistics of England and Wales. (Resumen de las Estadísticas Morales
de Inglaterra y Gales.) Por D. Joseph Fletcher, Barrister-at-Law (un tipo de abogado), uno de
los Inspectores de los Colegios de su Majestad.
ALDO EMILIANO LEZCANO
321
pueden aprender que los peores crímenes normalmente traen castigo de una
forma u otra, no aprenderán que los más sutiles lo hacen. Sus pecados se
harán simplemente más maquiavélicos. Si, como dice Coleridge, «un pícaro
es un estúpido con un circunloquio», entonces instruyendo al pícaro no
harás más que convertir el circunloquio en uno más amplio. Si fuera
suficiente muchos conocimientos e inteligencia penetrante, entonces Bacon
hubiera sido honrado y Napoleón hubiera sido justo. Donde el carácter es
defectuoso, el intelecto, no importa qué grande sea, fracasa en regularlo
correctamente, porque los deseos predominantes falsifican su juicio. Es
más, incluso una visión perceptible de las malas consecuencias no se
contendrán cuando las pasiones más fuertes están trabajando. ¿Por qué otra
razón el hombre se emborrachará, aunque sabe que le embriaguez les traerá
sufrimiento, y desgracia, y (como con el pobre) incluso hambre? ¿Y por qué
otra razón los estudiantes de medicina, que conocen las enfermedades
causadas por la vida disoluta mejor que otros jóvenes, son tan temerarios, o
incluso más temerarios? ¿Por qué entonces el ladrón de Londres, que ha
estado en el molino una docena de veces, robará de nuevo en cuanto esté en
libertad? ¿Por qué entonces la gente, a quienes les han enseñado toda su
vida sobre el cristianismo, no se comporta como cristianos, aunque creen en
las graves sanciones que suponen actuar de otra manera?
Es, de hecho, extraño que con los hechos de la vida diaria delante de
ellos en la calle, en la tesorería, y en la familia, los hombres inteligentes aún
esperen que la educación cure el crimen. Si ejércitos de profesores
considerados con cierta reverencia supersticiosa, han sido incapaces de
purificar la sociedad en estos dieciocho siglos, es probablemente difícil que
ejércitos de profesores, no considerados de esta manera, sean capaces de
hacerlo. Si la creencia natural, respaldada por la autoridad sobrenatural, no
provocará que los hombres hagan como debería haber hecho, es
probablemente difícil que solo la persuasión natural les provoque. Si las
esperanzas de felicidad eterna y los miedos a la condenación eterna fracasan
en hacer a los seres humanos virtuosos, es probablemente difícil que los
elogios y reproches del maestro tengan éxito.
Hay, de hecho una razón suficiente para el fracaso — no menos una
razón que una imposibilidad de la tarea. La esperanza de que el crimen
puede curarse en el presente, si a través de la educación estatal, o del
sistema silencioso, o del sistema separado, o cualquier otro sistema, es una
de esas en que los utopistas han caído a través de la gente que se
enorgullecen en ser prácticos. El crimen es incurable, salvo a través de un
proceso gradual de adaptación al estado social que la humanidad está
ALDO EMILIANO LEZCANO
322
experimentando. El crimen es una evasión continua de la antigua naturaleza
inadaptada — el índice de un carácter inadaptado a sus condiciones — y
solo tan rápido como la inadaptabilidad disminuya puede disminuir el
crimen. Esperar algunos métodos rápidos para eliminar el crimen, es en
realidad esperar algún método rápido para eliminar todos los males — leyes,
gobiernos, impuestos, pobreza, clase, y el resto; porque ellos y el crimen
tienen la misma raíz. Reformar la conducta del hombre sin reformar sus
naturalezas es imposible; y esperar que sus naturalezas sean reformadas, de
otra manera excepto por las fuerzas que nos están civilizando lentamente, es
previsible. Esquemas de disciplina o cultura son útiles solo en proporción
en la medida en la que alteran en carácter nacional, y el grado en que lo
hacen no es en absoluto elevado. No es a través de medios concebidos por
humanos, buenos como pueden ser a su manera, sino a través de la acción
de las circunstancias sobre los hombres que nunca cesan — a través de la
presión constante de sus nuevas condiciones sobre ellos — que el cambio
requerido es afectado principalmente.
Mientras tanto debe observarse, que cualquier beneficio moral que pueda
ser afectado por la educación, debe ser afectado por una adecuación que sea
emocional en vez de intuitiva. Si, en vez de hacer entender a un niño que esta
cosa es correcta y la otra incorrecta, le haces sentir que son así — si haces
que ame la virtud y rechace el vicio — si despiertas un deseo noble, y pones en
letargo a uno inferior — si traes a la vida a un sentimiento previamente
dormido — si causas un impulso comprensivo para conseguir uno mejor que
el egoísmo — si, en resumen, produces un estado de la mente en el que el
comportamiento correcto es natural, espontáneo, instintivo, haces algo bueno.
Pero ninguna instrucción en catequismo, ninguna enseñanza de códigos
morales, pueden llevar a cabo a esto. Solo despertando repetidamente las
emociones apropiadas pueden cambiarse el carácter. Meras ideas recibidas
por el intelecto, sin encontrar una respuesta interior — sin tener raíces allí
— son bastante ineficaces sobre la conducta, y son rápidamente olvidadas al
entrar en la vida.
Quizás se dirá que una disciplina como esta que se describe ahora como
la única eficaz, debería ser asumida por el Estado. Sin duda debería. ¡Pero
que el cielo nos defienda de todos los intentos legislativos hacia la
educación emocional!
ALDO EMILIANO LEZCANO
323
§10
Aún queda otra objeción. Justo como hemos encontrado, en un análisis
más cercano, que un gobierno no puede curar el sufrimiento a través de las
leyes de pobres, sino que solo puede cambiarla de una parte de la
comunidad a otra, así, asombrosa como parece la afirmación, debemos
encontrar de hecho que un gobierno no puede educar en absoluto, sino que
puede educar algunos deseducando a otros. Si, antes de agitar el asunto, el
hombre hubiera tomado la precaución de definir educación, probablemente
hubiera visto que el Estado no puede permitirse ayudar en este asunto. Pero
desafortunadamente habiendo descuidado el hacer esto, han limitado su
atención solamente a la educación dada en las escuelas, y han olvidado
investigar cómo se relacionan sus planes con la educación que empieza
cuando los días de escuela terminan. No es de hecho que no sepan que
impartir disciplina riñendo como deber diario sea valioso — más valioso, de
hecho, que la disciplina del profesor. A veces les puedes escuchar hacer una
observación así. Pero, con la impaciencia normal entre los maquinadores,
están tan absorbidos en estudiar la acción de sus mecanismos sugeridos
como de ignorar su reacción.
¿De todas las cualidades cuál es la que el hombre necesita más? ¿A la
ausencia de qué cualidad se atribuyen normalmente los sufrimientos
populares? ¿Cuál es la cualidad que es deficiente en las masas imprevisoras?
Autocontrol — la habilidad de sacrificar una pequeña satisfacción presente
por una futura mayor. Un trabajador dotado con el debido autocontrol
nunca gastaría sus salarios del sábado por la noche en el bar. Si tuviera
suficiente autocontrol, el artesano no despilfarraría sus ingresos durante las
épocas prósperas y dejaría el futuro desprovisto. Más autocontrol
prevendría matrimonios imprudentes y el crecimiento de la población
pobre. Y si no hubiera embriaguez, derroche, multiplicación irresponsable,
las desgracias sociales serían insignificantes.
Considera a continuación cómo se debe incrementar el poder del
autocontrol. Solo a través de una dura experiencia se puede hacer algo.
Aquellos a los que se le necesita sacar esta facultad — se debe dejar la
educación a la disciplina de la naturaleza; y permitirse soportar los
sufrimientos relacionados con su defecto de carácter. La única cura para la
imprudencia es sufrir lo que conlleva la imprudencia. Solo ponerlo cara a
cara con la severa necesidad, y dejarle sentir qué inflexible, qué poco
compasivas, son sus leyes, puede mejorar al hombre de deseos mal
ALDO EMILIANO LEZCANO
324
gobernados. Como ya se ha mostrado, todo lo que se interpone entre
humanidad y las condiciones de su existencia — protegiendo de las
consecuencias a través de las leyes de pobres o parecidas — no sirve para
nada más excepto anular el remedio y prolongar el mal. No olvidemos
nunca que la ley es — adaptación a las circunstancias, sean las que sean. Y
si, en lugar de permitir al hombre ponerse en contacto con las
circunstancias reales de su oposición, les colocamos en una artificial, en
circunstancias falsas, se adaptarán a esas en su lugar; y tendrán, al final, que
someterse al sufrimiento de adaptarse de nuevo a las verdaderas.
De todos los incentivos para el autocontrol, quizás ninguno es tal fuerte
como el sentido de responsabilidad parental. Y si es así, disminuir ese
sentido es utilizar los medios más eficaces para prevenir que se desarrolle el
autocontrol. Tenemos prueba suficiente de esto al estimular la imprevisión
de los matrimonios a través de la ley de pobres; y el efecto que produce una
ley de pobres al liberar a los hombres de la responsabilidad final de
mantener a sus hijos, debe producirse en menos grado al quitarles la
responsabilidad de educar a sus hijos. Cuanto más asume el Estado el hacer
esto por su familiar, más se reducen los gastos del hombre casado, a costa
del hombre soltero, y mayor se vuelve la tentación de casarse. Que nadie
piense que la oferta de la instrucción aparentemente gratuita de sus hijos no
tendrá peso en el hombre trabajador deliberando sobre la conveniencia de
tomar una esposa. Quienquiera que haya observado los miedos que las
grandes pasiones juegan en los consejos del intelecto — que se haya dado
cuenta de cómo intimidará hasta el silencio a los sentimientos más débiles
que se le oponen — cómo tratará con desprecio la evidencia más
concluyente adversa, mientras que, demandando lo bueno de su causa,
«nimiedades como la luz y el aire son confirmaciones férreas que prueban la
verdad de la Sagrada Escritura» — quienquiera que haya señalado esto,
apenas puede dudar que, en las reflexiones de tal persona, no en vano la
perspectiva de enseñanza pública para niños afectaría la decisión. Es más,
de hecho, se permitiría una razón positiva para dar paso a sus deseos. Justo
como un hombre en una cena cara comerá más de lo que sabe que es bueno
para él, en el principio de que vale la pena por su dinero, así el artesano
encontrará una excusa para casarse a la vista de que, a no ser que lo haga,
estaría pagando impuesto de educación para nada.
Y no es solo de esta forma que una educación estatal estimularía a los
hombres a obedecer a sus impulsos actuales. Una influencia desfavorable al
aumento del autocontrol se ejercitaría a través de ello a los largo de toda la
vida parental. Esa poderosa restricción que la ansiedad de la educación de
ALDO EMILIANO LEZCANO
325
los niños impone ahora sobre las tendencias imprevisibles del pobre,
debería eliminarse. Más de un hombre que, como están las cosas, no pueden
más que mantener el control sobre alguna tendencia violenta o excesiva, y
cuya contención más eficiente es el pensamiento de que si cede debe ser al
sacrifico de ese libro de aprendizaje que ambiciona en dar a su familia, caerá
donde esa contención se debilita — no solo dejará de mejorar en el poder
de autocontrol como lo está haciendo ahora, sino que probablemente
degenerará, y transmitirá a sus hijos una fase de la civilización más baja en
vez de una más alta.
Por lo tanto, como se ha dicho, un gobierno puede educar en una
dirección solo deseducando en otra — puede otorgar conocimiento solo a
expensas de su carácter. Retrasa el desarrollo de una cualidad universal
necesaria — una en cuya ausencia la pobreza, insensatez, crimen, deben
continuar; y todo eso puede dar una pizca de información.
¡Qué contraste hay entre estos fútiles inventos del hombre y los
admirables mecanismos que trabajan silenciosamente de la naturaleza! La
naturaleza, con una economía perfecta, hace que todas las fuerzas cuenten.
Hace la acción y la reacción igualmente útiles. Este fuerte afecto por la
progenie se vuelve en sus manos el agente de una doble cultura, sirviendo a
la vez para crear a los padres y a los niños en la forma deseada. Y es
hermoso ver cómo el más poderoso de los instintos está hecho de los
medios para mantener al hombre bajo una disciplina a la que, quizás, nada
más puede hacerles rendirse. ¡Y aun así los hombres de estados proponen
descomponer esta disposición hábilmente concebida, opinando con
seguridad que su propio sistema patentado responderá mucho mejor!
§ 11
Así, en el presente, como en otros casos, encontramos el dictado de la
ley abstracta reforzada por consideraciones secundarias. El presunto
derecho a la educación en manos del Estado prueba que es insostenible;
primero, encargando lógicamente a sus seguidores otros derechos
demasiado absurdos para ser considerados; y de nuevo, siendo imposible de
definir. Además, si se pudieran establecer estas peticiones, implicaría que el
deber del Gobierno es hacer cumplir despóticamente su sistema de
disciplina, y el deber del sujeto a rendirse. Que la educación no debe tratarse
ALDO EMILIANO LEZCANO
326
de la misma manera que otras cosas, porque en su caso «el interés y juicio
del consumidor no es seguridad suficiente para calidad del producto,» es
una solicitud con los antecedentes más sospechosos; habiéndose empleado
mucho tiempo en otros casos, y muchas veces refutados. Tampoco lo es la
suposición implícita de que el «interés y juicio» de un gobierno debería
constituir una seguridad suficientemente admisible. Al contrario, la
experiencia prueba que el interés de un gobierno, y el de todas las
instituciones que pueda crear, se oponen directamente a la educación más
importante. De nuevo, decir que la educación legislativa es necesaria,
porque otras enseñanzas han fracasado, presupone un punto de vista
lamentablemente estrecho del progreso humano; y además, supone el
extraño escepticismo de que, aunque los medios naturales han traído la
iluminación a su altura actual, e incluso ahora lo está aumentando a un
ritmo incomparable, ya no responderán. La creencia de que la educación es
un preventivo del crimen, sin tener ningún fundamento ni en teoría o
hecho, no puede mantenerse como una excusa para la intromisión. Y, para
rematar, resulta que la institución que tanto se ha deseado es una simple
máquina muerta, que solo puede dar de una forma el poder que quita de
otra, menos el desacuerdo — una cosa que no puede afectar este tipo de
educación sin extraer la fuerza que ahora lo está generando — una cosa, por
lo tanto, que no puede educar en absoluto.
ALDO EMILIANO LEZCANO
327
CAPÍTULO XXVII.
COLONIAS DEL GOBIERNO
§1
Siendo una colonia una comunidad, preguntar si es correcto para el
Estado fundar y gobernar colonias, es prácticamente preguntar, si es
correcto para una comunidad encontrar y gobernar otras comunidades. Y
no siendo esta cuestión una en la que las relaciones de una sociedad están
solo involucradas con sus propias autoridades, sino siendo una en la que
entran los intereses de grupos externos a tal sociedad, es en alguna medida
sacada del tipo de cuestiones hasta ahora consideradas. Sin embargo,
nuestro principio guía permite orientación satisfactoria es este caso como en
otros.
Que un gobierno no puede comprometerse a administrar los asuntos de
una colonia, y respaldar un personal judicial, un cuerpo de policía, una
guarnición, etcétera, sin sobrepasar la sociedad madre, apenas necesita
señalarse. Cualquier gasto para estos propósitos, que sea como el nuestro
unos tres y medio millones de libras al año, o unos pocos miles, supone un
quebrantamiento del deber del Estado. Hemos visto que tomar de los
hombre más propiedad de la que es necesaria para asegurar mejor su
derechos, es una infracción de sus derechos. El gasto colonial no puede
encontrarse sin que se extraiga así la propiedad. Por lo tanto el gasto
colonial es injustificable.
Un opositor puede de hecho afirmar, que al mantener una legislatura
subordinada en un asentamiento, la legislatura actual no hace más que
cumplir con los colonos su trabajo original de protector, y que los colonos
tienen un derecho de protección en sus manos. Pero el deber de una
sociedad hacia sí misma, de un gobierno hacia sus súbditos, no permitirá la
aceptación de tal responsabilidad. Porque, como es la función de un
gobierno administrar la ley de la misma libertad, no puede, sin invertir su
función, cobrar los impuestos a una parte de sus súbditos a tasas más altas
de las que son necesarias para protegerlos, que debe dar protección a otra
porción por debajo del coste principal; y proteger a los que emigran, a
ALDO EMILIANO LEZCANO
328
expensas de aquellos que se quedan, es hacer esto. Evidentemente, la tutela
que una nación extiende en su capacidad corporativa a cada uno de sus
miembros, está limitada por las condiciones. El ciudadano debe costear su
parte de los gastos, debe estar de acuerdo en desempeñar ciertos deberes
políticos, y debe residir dentro de fronteras geográficas específicas. Si
prefiere irse a otro sitio, se puede suponer que ha considerado debidamente,
por un lado, los beneficios de la emigración que ha considerado, y por otro,
los males que acompañan a la pérdida de la ciudadanía, y que predominan
las ventajas futuras de un cambio. De cualquier manera no puede mostrar
que, negándose a enviar oficiales a las antípodas para ocuparse de él, la
sociedad viola un contrato aceptado o implícito.
Además, el gobierno colonial, propiamente llamado, no puede llevarse a
cabo sin violar los derechos de los colonos. Porque si, como sucede
normalmente, los colonos son mandados por las autoridades enviadas de la
madre patria, entonces se rompe la ley de la misma libertad siempre en su
persona, al igual que cualquier otro tipo de ley autocrática. Si, de nuevo, se
les permite administrar sus propios asuntos, manteniendo al estado padre
solo un poder veto, todavía hay injusticia en la asunción de una mayor
libertad por parte de la antigua comunidad que de la que se concede a
aquellos en la nueva. Y si la nueva comunidad es totalmente autogobernada
como la antigua, entonces, políticamente hablando, no es una colonia en
absoluto, sino una nación separada. De una forma, sin embargo, la unión
legislativa entre un país de origen y sus colonia debe mantenerse sin
quebrantar la ley; específicamente, haciéndoles partes integrales de un
imperio, representados separadamente en una asamblea unida encargada de
gobernar todo. Pero teóricamente justo como ese acuerdo puede llevarse a
cabo, o incluso que se está haciendo en Francia, aún es demasiado
impolítico palpablemente para considerarlo seriamente. Proponer que,
mientras que los ingleses se unieron para legislar a la gente de Australia, del
Cabo, de Nueva Zelanda, de Canadá, de Jamaica, y del resto, estas deberían
a cambio legislar para los ingleses, y los unos a los otros, es como proponer
que el carnicero debería supervisar la clasificación de los artículos del
mercero, el mercero redacta una tarifa de precios para el verdulero, y el
verdulero enseñar al panadero a hacer pan.
Por lo tanto, la unión política de un país de origen y una colonia es
inadmisible; viendo que, como se mantiene normalmente, tan unión infringe
necesariamente los derechos de los miembros de ambas comunidades, y
viendo que no puede hacerse simplemente sin que al mismo tiempo se
vuelva ridículamente inadecuado.
ALDO EMILIANO LEZCANO
329
§2
Fue extremadamente frío por parte del papa Alejandro VI repartir los
países desconocidos de la Tierra entre los españoles y los portugueses,
concediéndole a España todas las tierras paganas descubiertas y sin
descubrir que se encontraran al oeste de cierto meridiano trazado a través
del Atlántico, y a Portugal aquellos que se encontraran al este de él. La reina
Isabel, también, fue de alguna manera fría, cuando otorgó a Sir Humphrey
Gilbert el poder «de descubrir y tomar posesión de países lejanos y
paganos,» y «ejercer derechos, realezas, y jurisdicción, en tales países y mares
adyacentes». Ni Carlos II mostró menos frialdad, cuando le dio a Winthrop,
Mason y a otros, poder para «matar, asesinar, y destruir, de todas las
maneras, empresas, o medios posibles, fueran los que fueran, todas y cada
una de las personas que de aquí en adelante intenten o inicien la
destrucción, invasión, perjuicio, o molestia a los habitantes,» de la supuesta
plantación de Connecticut. De hecho, todas las expediciones de
colonización hasta las de nuestros días, con sus anexiones americanas, sus
ocupaciones francesas de Argel y Tahití, y con sus conquistas británicas de
Sind, y de Punyab, han soportado una semejanza repulsiva a las actividades
de los bucaneros. Como siempre, sin embargo, estas acciones sin escrúpulos
han traído las retribuciones merecidas. La codicia insaciable — un simple
impulso ciego de agarrar cualquier cosa al alcance — ha generado creencias
muy erróneas, y ha engañado a naciones en hechos desastrosos. «Los
hombres son ricos en proporción a sus acres,» argumentan los políticos. «un
incrementos del patrimonio es evidentemente equivalente a incremente de
la riqueza. ¿Qué, entonces, puede ser más claro que el hecho de que la
adquisición de nuevo territorio deba ser una ventaja nacional?» Así,
engañados por la analogía, y animados por la codicia, hemos continuado
apoderándonos de provincia tras provincia, ignorando totalmente las
pérdidas que conllevan uniformemente. De hecho, ha sido inconcebible que
supongan pérdidas. Que añadir algo debe enriquecer parece una verdad tan
obvia, que nunca le ha dado al hombre por preguntar qué pasa cuando lo
que se ha añadido es una cantidad negativa. E incluso ahora, aunque la duda
empieza a aparecer en la mente pública, el deseo instintivo de retener es
demasiado grande para permitir un cambio de política. Nuestro dilema es
ese del mono en la fábula, que, metiendo su mano en una jarra de fruta,
coge una cantidad tan grande que no puede sacar su mano de nuevo, y se
obliga a arrastrar la jarra de un lado a otro con él, sin pensar en dejar lo que
ALDO EMILIANO LEZCANO
330
ha cogido. Aún falta por ver cuándo conseguiremos algo más que la
inteligencia de un simio. Afortunadamente el viejo espíritu pirata está en
decline. Una conquista no es vanagloriada como en un engrandecimiento
nacional. Se lamentó nuestra última anexión india como una necesidad
desafortunada. La experiencia nos está enseñando rápidamente que los
dominios lejanos son una carga, y no adquisiciones. Y así este primer
motivo para el Estado — la colonización — las ansias de posesiones más
grandes — será muy pronto destruido por la creencia de que la agresión
territorial es tan poco diplomática como injusta.
§3
Mientras que la simple tendencia a robar, — comúnmente conocida bajo
algún pseudónimo grandilocuente, disfrazado por brillantes falsedades, y
vuelto sublime a ojos del hombre por la amplitud de sus objetivos, — ha
sido el verdadero apuntador de las invasiones colonizadoras, desde aquellos
de Cortez y Pizarro en adelante, su supuesto propósito ha sido o la
expansión de la religión o la extensión del comercio. Hoy en día la última
excusa ha sido la favorita. Para obtener más mercados — esto es lo que la
gente se han dicho en voz alta los unos a los otros, era el objetivo al que se
apuntaba. Y, aunque segundo frente la expansión del imperio, ha sido hacia
este objetivo que la legislación colonial se ha orientado principalmente.
Aquellos hombres santos que fueron tan prolíficos en la Edad Media,
parece que se han deleitado en mostrar sus poderes sobrenaturales en las
ocasiones más triviales. Era una hazaña común con ellos, cuando estaban
involucrados en la construcción de una iglesia, que se alargara mágicamente
una viga que el carpintero había hecho muy corta. Algunos tenían el hábito
constante de llamar a que cayera el fuego del cielo para que encendiera sus
velar. Cuando no tenía un lugar donde depositar su traje, S. Goar, de
Tréveris, transformaba un rayo de sol en un perchero. Y se dice de S.
Columbano que hizo un milagro al mantener a las larvas fuera de sus
repollos. Aunque estos ejemplos del uso de grandes medios para conseguir
fines insignificantes no se igualan a los esfuerzos de los gobiernos para
asegurar el comercio colonial, la estupidez unida a ambos difiere solo en
grado. Un gasto del poder ridículamente desproporcionado para la ocasión
es su característica común. En el primer caso, como en el otro, un agente
antinatural es empleado para hacer lo que un agente natural podría hacer
ALDO EMILIANO LEZCANO
331
también. El comercio es una cosa suficientemente simple que crecerá donde
quiera que haya sitio para ella. Pero, de acuerdo a los hombres de estado,
debe crearse a través de una maquinaria gigantesca y costosa. Ese comercio
es solo ventajoso a un país que trae de vuelta por lo que se da directa o
indirectamente, un valor mayor de productos de los que de otra manera se
podrían obtener. Pero los hombres de estado no reconocen tal límite para
sus beneficios. Piensan de cada nuevo punto de venta, que se mantiene
abierto a cualquier coste, es valioso. Aquí hay alguna pequeña isla cubierta
de maleza, o territorio salvaje — insalubre, o estéril, o inclemente, o incluso
deshabitado, que a través del derecho de descubrimiento, conquista, o
maniobra diplomática, se le puede poner las manos encima. Las posesiones
son inmediatamente tomadas; se asigna un gobernador muy asalariado; los
oficiales recaudan a su alrededor; entonces le siguen los fuertes, guarnición,
navíos de guardia; de esto poco a poco vienen las peleas con los pueblos
vecinos, incursiones, guerras; y esto llama a más trabajos de defensa, más
fuerza, más dinero. Y a todas las protestas contra este gasto imprudente, la
respuesta es — «considerad como expande nuestro comercio». Si te quejas
en el gasto de 800,000 libras en fortificar Gibraltar y Malta, en el gasto de
130,000 libras al año para la defensa de las islas jónicas, y al mantenimiento
de 1200 soldados en un lugar bueno para nada como las Bermudas, en la
guarnición de Sta. Helena, Hong Kong, Heligoland, y el resto, se te dice que
todo esto es necesario para la protección de nuestro comercio. Si le pones
objeciones al gasto de 110,000 libras al año en el gobierno de Ceilán, se
piensa que es una respuesta suficiente que Ceilán nos compra manufacturas
con el valor bruto de 240,000 al años. Cualquier crítica que puedas hacer
sobre la política de conservar Canadá, a un coste anual de 800,000 libras, se
encuentran con el hecho de que esta cantidad es solo el 30 por ciento de la
suma que los canadienses se gastan en nuestros productos.
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Si tuvieras que,
bajo el miedo de que la deuda de la Compañía de las Indias Orientales
pueda ser encasquetada a la gente de Inglaterra, lamentar el gasto de
17,000,000 libras por la guerra afgana, la amortización de 1,000,000 de libras
al año en Sind, y el consumo de incontables tesoros en la subyugación del
Punyab, aún viene la eterna excusa de más comercio. Una jungla en Borneo,
el desierto de Kaffraria, y las colinas desoladas de las Islas Malvinas, son
todas ocupadas bajo este pretexto. Se olvida el gasto más abundante, solo si
es seguido de una demanda insignificante de mercancía; incluso si tal
demanda no fuera más que para suministrar las necesidades de una
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Para estos y otros hecho, ver los discursos de Sir W. Molesworth durante las sesiones de
1848 y 1849.
ALDO EMILIANO LEZCANO
332
guarnición — cristal para las ventanas de los barracones, almidón para las
camisetas de los oficiales, y terrones de azúcar para la mesa del gobernador
— todo lo que pueden encontrar cuidadosamente incluido en gráficas de la
Cámara del Comercio, se regocijan al constituir un aumento de nuestras
exportaciones.
§4
Pero no solo gastamos tanto para ganar tan poco, lo gastamos
totalmente para nada; es más, de hecho, en algunos casos para obtener una
pérdida. Todo comercio rentable con las colonia vendrá sin el gasto de un
penique para la administración colonial — debe fluir hacia nosotros
naturalmente.; y cualquier comercio que no fluya hacia nosotros
naturalmente, no es rentable, sino lo contrario. Si un asentamiento hace
tratos solo con nosotros, lo hace por dos causas; que hacemos los artículos
que consumen sus habitantes a un precio más bajo que otras naciones, o
que obligamos a sus habitantes a comprarlos a nosotros, aunque puedan
obtenerlos por menos de otro lugar. Evidentemente, si no podemos vender
más baratos que otros productores, aún debemos suministrar
exclusivamente sus mercados, si fuera el asentamiento independiente. Si no
podemos venderlos más barato, es igualmente cierto que nos estamos
dañando indirectamente a nosotros y a los colonos también; porque, como
dice M’Culloch: — «Cada país tiene algunas capacidades naturales o
adquiridas que le permiten llevar a cabo ciertas ramas de la industria de
manera más ventajosa que ningún otro. Pero el hecho de que un país no
vende más barato en los mercados de sus colonias, muestra
concluyentemente que, en vez de tener alguna superioridad, trabaja bajo una
desventaja, comparado con otros, en la producción de artículos particulares
que están solicitados. Y por lo tanto, provocando un mercado forzado en
las colonias por artículo que de otra manera no podríamos disponer,
realmente empeñamos una porción del capital y trabajo del país en una vía
menos ventajosa que por la que naturalmente hubiera fluido». Y si al daño
que nos hacemos manufacturando productos que podríamos comprar más
económicamente, se le añade el daño que sufrimos al apaciguar a los
colones, al comprarles los productos que podemos conseguir en mejores
condiciones en otro sitio, tenemos delante de nosotros la doble pérdida que
suponen estos monopolios tan codiciados.
ALDO EMILIANO LEZCANO
333
Así se nos enseña de nuevo que los requerimientos de la igualdad son
dignos de toda reverencia. Y qué universal es su utilidad. Solo trae ganancias
ese trato comercial que se tenga con las colonias sin romper estos
requerimientos; mientras que ese trato comercial que no lo tenga, trae
pérdida.
§5
Pasando de los intereses del hogar a los intereses coloniales, aún no
encontramos más que malos resultados. Es una expresión bien sonante esa
de la protección de la madre patria, pero una muy engañosa. Si creemos a
los que lo han vivido y saben de ello más que el nombre, veremos que hay
muy poco de maternal en ello. En la Declaración de Independencia
americana tenemos una declaración sincera en este punto. Hablando del rey
— la personificación del país de origen, los colonos dicen:
«Ha obstruido la administración de la justicia, negando su aprobación a
leyes para establecer poderes judiciales.
«Ha erigido una multitud de nuevos cargos, y enviado aquí al enjambre
de cargos para molestar a nuestra gente, y comerse su sustento.
«Ha mantenido ejércitos entre nosotros en tiempos de paz, sin el
consentimiento de nuestras leyes.
«Se ha juntado con otros para someternos a una jurisdicción extranjera a
nuestra constitución y no reconocida por nuestras leyes; dando su
aprobación a sus fingidas actas de legislación:
«Por acuartelar grandes grupos de tropas armadas entre nosotros.
«Por protegerlos a través de juicios simulados del castigo por cualquier
asesinato que hayan cometido en los habitantes de estos estados.
«Por cortar nuestro comercio con todas las partes del mundo.
«Por imponernos impuestos sin nuestro consentimiento.
«Por privarnos en muchos casos de los beneficios de un juicio con
jurado» Etc., etc., etc.
Aunque las tiranías tan atroces como estas no deshonran comúnmente la
legislación colonial en el presente, no tenemos más que echar un vistazo a
los periódicos publicados en nuestras posesiones extranjeras, para ver que la
ley arbitraria de la Oficina Colonial no es una ventaja. Un enfado crónico,
que varía en una intensidad de la que las demandas son sintomáticas, contra
ALDO EMILIANO LEZCANO
334
lo exhibido en rebeliones abiertas, está normalmente presente en estas
cuarenta y seis dependencias dispersas con las que los hombres de estado
nos han alienado. Dos brotes en quince años dan a entender simplemente el
sentimiento de Canadá — un sentimiento aún existente y creciente, como
declaran recientes sucesos. Durante el mismo período el Cabo Boers se ha
sublevado tres veces; y acabamos de tener una agitación tumultuosa y una
violenta guerra de papeles sobre los presidiarios. En el Caribe hay un
descontento universal. El consejo de Jamaica habla de suministros
detenidos, y maquinaria estatal bajo cerrojo. Guayana envía noticias
parecidas. Aquí hay disputas sobre los recortes; allí, motines rebeldes; y la
ira está en todas partes. En nombre de Ceilán trae a la mente la insolencia
del gobernador titulado por un lado, y por el otro el rencor de los colonos
ofendidos. En los asentamientos australianos, la inmigración criminal ha
sido el tema del enfado; mientras que de Nueva Zelanda vienen las
protestas contra el despotismo del funcionario. Todos los vientos traen el
mismo cuento de una negligencia que no se preocupa de las protestas,
impertinencia sin fin, torpeza, peleas, retrasos, corrupción. Los canadienses
se quejan de haber sido persuadidos por un privilegio ofrecido a invertir su
capital en molinos de harina, cuya legislación posterior hizo inútil. Con una
cantidad de protección siempre cambiante, los plantadores de azúcar no
saben a lo que atenerse. Sudáfrica da testimonio de una mala administración
que una vez hace enemigos a los Griquas, y a otra supone una guerra cafre.
Los emigrantes de Nueva Zelanda se lamentan de una sede del gobierno
colocada de forma ilógica, dinero echado a perder en carreteras inútiles, y
trabajo necesario sin hacer. El sur de Australia se arruina por los derroches
de su gobernador; las tierras son distribuidas para barbarizar a los colonos
por la dispersión, y los trabajadores son enviados en exceso, y abandonados
a mendigar. Nuestro comercio chino se ver peligrado por un
comportamiento insultante de nuestros oficiales militares con los nativos; y
las autoridades de Labuan crean su primer asentamiento en una ciénaga
pestilente.
Sin embargo, estos extraños resultados de la protección de la madre
patria no nos sorprenden, si consideramos a través de quién se cumple los
deberes maternales. Esparcido aquí y allí sobre la tierra, en distancias que
varían de mil a catorce mil millas, y desde algunos de los que hace falta tres
cuartos de un año para enviar una carta y regresar una respuesta, hay
cuarenta y seis comunidades, formadas por diferentes razas, colocadas en
diferentes circunstancias. Y los asuntos de estas numerosas y aisladas
comunidades — sus intereses comerciales, sociales, políticos y religiosos,
ALDO EMILIANO LEZCANO
335
van a ser atendidos — ¿por quién? ¡Por seis funcionarios y sus veintitrés
empleados, sentados en escritorios en Downing Street! ¡A la media de 0” 13
funcionario y medio empleado para cada asentamiento!
¿No está, entonces, suficientemente claro que esta colonización estatal es
tan injustificable por el motivo del bienestar colonial, como de los intereses
de la patria? ¿No debemos dudar razonablemente de la conveniencia de la
gente de un lado de la tierra siendo gobernada por oficiales en el otro? ¿No
podría estás sociedades inmigrantes ocuparse de sus asuntos mejor de que
lo que podemos hacerlo por ellas? Si en algún momento nuestra ansiedad
benevolente en su nombre está descansando, podría resultar que
prescindieran voluntariamente de nuestra superintendencia. Todo lo que la
generosidad más romántica puede requerir de nosotros, es la ternura de
nuestros buenos cargos; y habiendo declinado estos, nuestras conciencias
debe sentirse totalmente liberadas de cualquier deber asumido. Al votar los
habitantes de cada colonia en el problema de que si Inglaterra debería
continuar legislando para ellos o no, deberíamos estar bastante seguro de
conseguir la respuesta de que, si fuera lo mismo para nosotros, deberían
mejor legislar ellos mismos.
§6
Grandes, sin embargo, como son los males que implican la colonización
de gobierno tanto para el país de origen como para los colonos, parecen
insignificantes cuando se comparan con los infligidos sobre los aborígenes
de los países conquistados. La gente de Java piensa que las almas de los
europeos pasan cuando mueren a los cuerpos de los tigres; y está
relacionado con un jefe de la Española que espera no ir al paraíso cuando
escuchó que habría españoles allí. Hechos significativos estos: oscuras
sugestiones de muchos horrores sin documentar. Pero no dan a entender
nada peor que lo que la historia cuenta. Si pensamos en las tribus indias del
oeste, que trabajaron hasta la muerte en minas; o de los hotentotes, cuyos
amos castigaban disparándoles pequeños tiros en las piernas; o de aquellos
nueve mil chinos que los holandeses masacraron una mañana en Batavia; o
los árabes recientemente asfixiados en las cuevas de Dahra por los
franceses, se nos viene a la mente aislados ejemplos del tratamiento recibido
comúnmente por las razas subyugadas por las llamadas naciones cristianas.
Si alguien se congratulase de que nosotros los ingleses somos inocentes de
ALDO EMILIANO LEZCANO
336
tales barbaridades, pronto se arrepentiría por una narración de los hechos
en el este. Los angloindios del último siglo — «aves de presa y migratorias,»
como les nombró Burke — se mostraron solo un poco menos crueles que
sus prototipos de Perú y México. Imagina qué oscuras deben haber sido sus
acciones, cuando incluso los Directores de la Compañía admitieron que «las
amplias fortunas adquiridas en el comercio del interior se obtuvieron a
través de un escenario de la conducta más tiránica y opresiva que jamás se
haya conocido en época o país». Concibe el atroz estado de la sociedad
descrito por Vansittart, que nos dice que los ingleses forzaron a los nativos
a comprar y vender justo a los precios que ellos querían, ante el sufrimiento
de azotes o encierro. Juzga hasta que situación deben haber llegado las cosas
cuando, al describir un viaje, Warren Hastings dice, «la mayoría de los
pueblos insignificantes y serais estaban desiertos al acercarnos». Una traición
fría era la política establecida de las autoridades. Los príncipes eran
traicionados en guerras los unos con los otros; y habiendo sido uno de ellos
ayudado para derrotar a su enemigo, era entonces derrocado por algún
presunto delito. Siempre había a mano algún asunto turbio como una
excusa para los lobos del funcionariado. Jefes dependientes que mantenían
tierras codiciadas, se empobrecía por peticiones exorbitantes de tributos; y
su incapacidad final para enfrentarse a estas peticiones se interpretaba como
un delito de traición, castigado con la destitución. Incluso en nuestros días
continúan similares injusticias.
ii
En nuestros días, también, continúa el
lamentable monopolio de la sal, y los impuestos despiadados, que exprimía
de los pobres ryots casi la mitad de la producción del suelo. En nuestros
días continúa el astuto despotismo de utilizar soldados nativos para
mantener y extender el sometimiento nativo — un despotismo bajo el que,
no hace muchos años, un regimiento de cipayos fue masacrado
deliberadamente, por negarse a marchar sin la ropa adecuada. En nuestros
días las autoridades policiales están confabuladas con ricos pícaros, y
permiten que la maquinaria de la ley se utilice con propósitos de extorsión.
En nuestros días, lo llamados caballeros montarán sus elefantes a través de
los campos de campesinos empobrecido; y se suministrarán con provisiones
de los pueblos nativos sin pagar por ellos. ¡Y en nuestros días, es común
que la gente del interior corra al bosque al ver a un europeo!
Nadie puede fracasar en ver que estas crueldades, estas traiciones, estos
actos de sangre y saqueo, por los que la naciones europeas tienen que
avergonzarse en general, se deben principalmente al llevar a cabo la
colonización bajo la dirección del estado, y con la ayuda de los fondos y de
ii
Ver los despachos de Sir Alexander Burns.
ALDO EMILIANO LEZCANO
337
la fuerza del estado. Es bastante innecesario señalar el reciente asunto en
Wairau en Nueva Zelanda, o la guerra cafre, o nuestros ataques constantes
en el este, o la historia colonial en toda su extensión, en prueba de esto,
porque el hecho es obvio. Un colegial, se hace dominante por la consciencia
de que siempre hay un hermano mayor para hacer su papel, simboliza al
colono, que ve en su madre patria un abusón siempre preparado para
volverse y defenderle. Emigrantes desprotegidos, amarrando entre una reza
extraña, y sintiéndose como la parte más débil, seguramente se comportarán
bien, y su comunidad seguramente crecerá en una relación amigable con los
nativos. Pero deja que a estos emigrantes les sigan regimientos de soldados
— deja que construyan un fuerte, y que monten cañones — deja que
sientan que tienen ventaja, y ya no serán los mismos hombres. Aparecerá
una brutalidad, que la disciplina de la vida civilizada ha reprimido; y no con
poca frecuencia se mostrarán más violentos de lo que pensaban que podrían
ser. Varias malas influencias conspiran con sus propias malas tendencias. La
fuerza militar que los protege tiene un fuerte motivo para fomentar peleas;
porque la guerra promete el premio del dinero. Para los empleados civiles, la
conquista tiende un futuro de más embarcaderos y ascensos más rápidos —
un hecho que debe guiarlos a su favor. Así una tendencia agresiva se
estimula en todo — una tendencia que seguro que se muestra en actos, y
para engañar a los colonos en alguna de esas atrocidades que deshonran la
civilización.
§7
Para rematar el argumento completamente, la historia nos presenta con
pruebas que mientras que la colonización del gobierno esté acompañada de
interminables miserias y abominaciones, la colonización llevada a cabo
naturalmente está libre de estas. A pesar de la mala conducta de la que se le
acusa, le pertenece el honor a William Penn de haber mostrado al hombre
que la amabilidad, la justicia, y la verdad de sus habitantes, son el mejor
salvavidas de una colonia que las tropas y las fortificaciones y el valor de sus
gobernadores. En todos los puntos, Pensilvania ilustra el modo justo, en
contraste con el injusto, de colonizar. No fue fundado por el estado, sino
por individuos particulares. No necesitaba la protección de ninguna madre
patria, porque no cometía ningún quebrantamiento en la ley moral. Su trato
con los indios, descrito como «el único finalizado que no fuera ratificado
por un juramento, y el único que no se ha roto,» tuvo más validez que
ALDO EMILIANO LEZCANO
338
cualquier guarnición. Durante los setenta años en los que los cuáqueros
conservaron el poder principal, disfrutaron de una inmunidad de esa guerra
fronteriza, que sus pérdidas simultáneas, miedos, y derramamiento de
sangre, a los que otros asentamientos fueron sometidos. Por otro lado, su
gente mantuvo una relación amistosa y mutuamente beneficiosa con los
nativos; y, como una consecuencia natural de completa seguridad, hicieron
un rápido progreso inusual en prosperidad material.
Que una política igual hubiera sido similarmente ventajosa en otros
casos, puede deducirse razonablemente. Nadie puede dudar, por ejemplo,
que habiendo negado la Compañía de las Indias Orientales, ayuda militar y
privilegios otorgados por el estado, tanto a sus propios asuntos, como los
asuntos de Indostán, hubiera estado en mejores condiciones de las que está
ahora. El desmesurado deseo del imperio nunca hubiera molestado a la
Compañía con las enormes deudas que actualmente la paralizan. La energía
que se ha gastado en guerras agresivas se hubiera empleado en recursos para
el país. Sin debilitarse por los monopolios, el comercio hubiera sido mucho
más exitoso. Los gobernantes nativos, influenciados por una raza superior
en condiciones amigables con ellos, hubieran facilitado las mejoras; y no
hubiéramos visto, como ahora, ríos no navegables, ni caminos unidos ni
empedrados, y las capacidades probadas del suelo descuidadas. Las
empresas privadas se hubieran abierto hace mucho a estas fuentes de
riqueza, como de hecho está haciendo detalladamente, a pesar de los
desánimos que les lanzaron las autoridades amantes de la conquista. Y si los
colonos hubieran llevado su atención solo al desarrollo del comercio, y se
hubieran organizado pacíficamente, como su estado indefenso les hubiera
obligado a hacer, Inglaterra hubiera sido suministrada con mejores materias
primas, los mercados hubieran aumentado con sus productos, y se hubiera
alcanzado algo apreciable hacia la civilización del este.
§8
De muchas maneras, entonces, la experiencia refuerza el veredicto
pronunciado por la ley del deber del estado en contra de la colonización
estatal. Resulta que la extensión del imperio no es sinónimo con el
incremento de la riqueza; sino que, al contrario, las agresiones producidas
por el deseo de ganar territorios, implican pérdida. La noción de que
aseguramos los beneficios comerciales a través de conexión legislativa con
ALDO EMILIANO LEZCANO
339
las colonias, es una ilusión demostrada. En el mejor de los casos
malgastamos la suma total que nos cuesta el gobierno colonial; mientras que
podemos provocar, y a menudo lo hacemos, una pérdida mayor,
estableciendo todo el comercio artificial. Se debe abandonar la petición y
protección a los colonos; viendo que esta llamada protección es en práctica
una opresión; y viendo que los colonos, de cuyo juicio no hay apelación en
el asunto, dan a entender muy claramente su deseo de dejarla de lado. Por
parte de los aborígenes, es obvio que las crueldades que les han infringido
se han debido principalmente al apoyo a los emigrantes por parte del país de
origen. Y, por último, tenemos una prueba conclusiva de que no solo la
colonización voluntaria es practicable, sino que está libre de esos males
acompañados de la colonización dirigida por un gobierno.
ALDO EMILIANO LEZCANO
340
CAPÍTULO XXVIII
SUPERVISIÓN SANITARIA
§1
Las ideas actuales respecto a la intromisión legislativa en asuntos de
sanidad no parecen haber tomado la forma de una teoría determinada. La
Eastern Medical Association of Scotland mantiene «que es el deber del Estado
adoptar medidas para proteger la salud a la vez que la propiedad de sus
súbditos;» y el Times afirmó recientemente que «el Consejo Privado es
susceptible de ser acusado de la salud del Imperio;»
jj
pero ningún partido
político considerable ha adoptado ninguno de estos dogmas mediante una
clara confesión de fe. Sin embargo, las opiniones que ampliamente
prevalecen en cuestiones de aguas residuales, suministro de agua,
ventilación, y demás, comprometen totalmente a sus defensores en la
creencia de lo que estos dogmas encarnan.
Es evidente que viene dentro de la propia esfera del gobierno reprimir
las molestias. El que contamina la atmósfera que su vecino respira, está
infringiendo los derechos de su vecino. Teniendo los hombres los mismos
derechos para el uso libre de los elementos — teniendo facultades que
necesitan este uso libre de los elementos para su debido ejercicio — y
teniendo ese ejercicio más o menos limitado por lo que haga a los
elementos más o menos utilizables, están siendo violados por cualquiera que
innecesariamente dañe los elementos, y los vuelva perjudiciales para la
salud, o desagradable para los sentidos; y en el cumplimiento de su función
como protector, se llama obviamente a un gobierno para que de
compensación al que ha sufrido la infracción.
Más allá de esto, sin embargo, no puede ir legalmente. Como ya se ha
mostrado en varios casos similares, que un gobierno tome de un ciudadanos
más propiedad de la que es necesaria para la defensa eficiente de los
derechos de ese ciudadano, es infringir sus derechos — es, en consecuencia,
jj
Ver el Times, 17 de Octubre, 1848.
ALDO EMILIANO LEZCANO
341
hacer lo contrario de lo que él, el gobierno, está encargado de hacer para él
— o, en otras palabras, es actuar mal. Y por lo tanto todo impuesto para la
supervisión sanitaria que viene, como lo hace, dentro de esta categoría, debe
ser condenado.
§2
Esta teoría, con la que el Consejo de Salud y similares se relacionan, no
es solo inconsistente con nuestra definición del deber del estado, sino que
está más abierta a restricciones, similares, e igualmente fatales, a aquellas
hechas en casos análogos. Si diciendo «que el deber del estado es adoptar
medidas para la protección de la salud de sus súbditos,» quiere decir (como
quieren decir la mayoría de la profesión médica) que el Estado debe
interponerse entre los charlatanes y aquellos que los frecuentan, o entre el
boticario y el artesano que quiere un remedio para su resfriado—si se refiere
a proteger a la gente contra el tratamiento empírico, el Estado debe prohibir
a las personas sin licencia de prescribirlo — entonces la respuesta es, que
hacerlo es violar directamente la ley moral. Los derechos de los hombres se
infringen por estas, tanto como por otras interferencias comerciales. El
inválido tiene libertar para comprar medicinas o consejo de quienquiera que
desee; el médico sin licencia tiene libertad para venderlos a quienquiera que
lo vaya a comprar. Bajo ningún pretexto se puede colocar una barrera entre
ellos, sin que se rompa la ley de la misma libertad; y el menos de todos debe
el Gobierno, cuyo oficio es mantener esa ley, volverse su transgresor.
Además esta doctrina, que es el deber del estado proteger la salud de sus
súbditos, no puede establecerse, por la misma razón que sus doctrinas
similares no pueden, específicamente, la imposibilidad de decir hasta dónde
se debe llevar el supuesto deber. La salud depende del cumplimiento de
numerosas condiciones — solo puede «protegerse» asegurando ese
cumplimiento: si, entonces, es el deber del estado proteger la salud de sus
súbditos, es su deber ver que ellos cumplen todas las condiciones para la
salud. ¿Debe este deber cumplirse constantemente? Si es así, la legislatura
debe promulgar un dietario nacional; prescribir tantas comidas al día para
cada individuo; fijar la cantidad y calidad de la comida, tanto para hombres
como para mujeres; estipular la proporción de los fluidos, cuando se deben
tomar, y de qué tipo; especificar la cantidad de ejercicio, y definir su
carácter; describir las ropas a emplear; determinar las horas de sueño,
ALDO EMILIANO LEZCANO
342
calculando para las diferencias de edad y sexo: y así con todos los otros
detalles, necesarios para completar una perfecta sinopsis, para guía diaria de
la nación: y para reforzar estas regulaciones deben emplear suficientes
oficiales debidamente cualificados, con el poder para dirigir los asuntos
domésticos de cada uno. Si, por otro lado, no es la supervisión universal de
la conducta privada lo que se quiere, entonces viene la pregunta ¿Dónde,
entre esto y la no supervisión, se encuentra el límite en que la supervisión es
un deber? A esta pregunta no se puede dar respuesta.
§3
Hay una analogía manifiesta entre confiar al gobierno tutor la salud física
de la gente, y confiarle su salud moral. Los dos procedimientos son
igualmente razonables, pueden defenderse a través de argumentos similares,
y deben mantenerse o caer juntos. Si el bienestar de las almas de los
hombres puede ser tratado a través de actas del parlamento, por qué
entonces el bienestar de sus cuerpos no puede ser tratado de la misma
manera. El que piensa que el estado está encargado de administrar remedios
espirituales, puede pensar consistentemente que debería administrar los
materiales. Desinfectar la sociedad del vicio puede citarse naturalmente
como un precedente para desinfectarla de la peste. Purificar las guaridas de
los hombres de vapores nocivos puede mantenerse de manera tan válida
como purificar su atmósfera moral. El miedo a que se inculquen falsas
doctrinas a través de predicadores sin autorización, tiene su análogo en el
miedo de que un médico sin autorización de medicinas o consejos dañinos.
Y las persecuciones cometidas para prevenir el primer mal, consienten los
castigos utilizados para acabar con el otro. Por el contrario, los argumentos
empleados por el disidente para mostrar que la sensatez moral de la gente
no es asunto para la superintendencia del Estado, son aplicables, con un
ligero cambio de términos, a la sensatez física también.
No dejes que nadie piense que esta analogía es imaginaria. Las dos
nociones no están relacionadas solo teóricamente; tenemos hechos que
prueban que tienden a expresarse en organismos similares. Hay una
inclinación evidente en la parte de la profesión médica de organizarse a la
manera del clero. Movidos como están los proyectores de un ferrocarril,
quienes, mientras esperan secretamente salarios, se convencen a sí mismos y
a otros que el ferrocarril propuesto beneficiará al púbico — movidos como
ALDO EMILIANO LEZCANO
343
todos los hombres bajo tales circunstancias, por nueve partes de egoísmo
recubierto de oro sobre una parte de altruismo — los cirujanos y médicos
se esfuerzan vigorosamente en levantar un sistema médico similar a nuestro
religioso. Poco sabe el público en toda su extensión cómo las publicaciones
profesionales hacen campaña activamente por la supervisión designada por
el Estado de la salud pública. Toma el Lancet, y podrás encontrar artículos
escritos para mostrar la necesidad de hacer a los oficiales médicos de la ley
de pobres independientes del Boards of Guardians designándoles de por vida,
siendo responsables solo de la autoridad central, y dándoles sueldos
generosos del Consolidated Fund. El Journal of Public Health propone que «cada
casa que se vaya a quedar libre sea examinada por una persona competente
para ver si está en condiciones adaptadas para la vida segura de los futuros
inquilinos;» y para este fin recaudaría los honorarios, cobrado a los
propietarios, «ingresos adecuados para pagar a un personal suficiente de
inspectores cuatrocientas o quinientas libras al año a cada uno». Una
publicación no profesional, haciéndose eco de la apelación, dice — «Ningún
hombre razonable puede dudar que si un sistema de ventilación apropiado
se volviera imperativo en los propietarios, no solo se frenarían el cólera y
otras enfermedades, sino que el nivel general de salud aumentaría». Mientras
que el Medical Times muestras sus inclinaciones, anunciando, con marcada
aprobación, que «el Gobierno otomano ha publicado recientemente un
decreto para que los puestos de los médicos sean pagados por el Estado,»
que «están obligados a tratar gratuitamente a todos — tantos ricos como
pobres — que pidan ayuda».
Más o menos claramente expresado en estos fragmentos hay un deseo
inequívoco de establecer una clase organizada, financiada con impuestos,
cobrada con la salud de los cuerpos de los hombres, como el clero se cobra
con la salud de sus almas. Y cualquiera que haya visto cómo crecen las
instituciones — como poco a poco una infancia aparentemente infantil se
desarrolla en una madurez tremenda, con intereses personales, influencia
política, y un fuerte instinto de autoconservación, verá que los gérmenes
que se están asomando son bastante capaces, bajo circunstancias favorables,
de desarrollarse en una organización. Verá además, que no faltan
circunstancias favorables — que el predominio de hombres profesionales
desempleados, con los que estas propuestas de inspectores sanitarios y
cirujanos públicos se originaron en su mayoría, es probable que continúe;
que continuando, tenderá a multiplicar los oficios que ha creado, muy en la
misma manera en la que la superabundancia del clero multiplica las iglesias.
Anticipará incluso que, como la expansión de la educación es inevitable que
ALDO EMILIANO LEZCANO
344
haga presión en el mercado de trabajo intelectual aún más intensamente de
lo que es ahora, habrá poco a poco un mayor estímulo en la creación de
puertos de atraque — y aún una mayor tendencia por parte de aquellos que
quieren ocupaciones gentiles para sus hijos, para permitir esta creación — y,
entonces, un mayor peligro del crecimiento de un establecimiento médico.
§4
La excusa más engañosa para no extender la ayuda médica a los
principios del libre comercio, es el mismo que se da para no dejar que la
educación sea difundida por ellos; concretamente, que el juicio del
consumidor no es garantía suficiente para la calidad de la mercancía. La
intolerancia mostrada por los cirujanos y médicos ortodoxos, hacia los
seguidores de su llamada que no han sido ordenados, se debe entender
como un deseo de defender lo público contra el curanderismo. La gente
ignorante dice que no puede distinguir un buen tratamiento del malo, o
consejeros hábiles de los ineptos: de ahí que sea necesario que se deba elegir
por ellos. Y entonces, siguiendo el camino del sacerdocio, para cuyas
persecuciones siempre han colocado una defensa similar, se agitan por
regulaciones más exigentes contra médicos sin licencia, y disertan sobre los
peligros a los que se expone el hombre a través de un sistema sin
restricciones. Escucha al Sr. Wakley. Hablando de una ley recientemente
resucitada en relación a químicos y farmacéuticos, dice, «Se debe
comprobar, en gran medida, ese horrible mal llamado dispensar, ejercida
por personas sin cualificación, que ha sido durante mucho tiempo una
desgracia para el funcionamiento de la leyes relacionadas con la medicina en
este país, y que, sin duda, se han acompañado de un horrible sacrificio de la
vida humana». (Lancer, 11 de septiembre, 1841.) Y de nuevo, «No hay un
químico o farmacéutico en el impero que se niegue a prescribir en su propia
tienda en casos médicos, o que dude día a día en prescribir remedios
simples para las enfermedades de infantes y niños». * * * * * «Hemos
considerado anteriormente que el mal es de gran magnitud, pero está claro
que hemos subestimado la extensión del peligro a que el público se
expone». (Lancet, 16 de octubre, 1841.)
Cualquiera puede diferenciar a través de estas exageraciones ridículas
mucho más del fanático que del filántropo. Pero dejémoslo pasar. Y sin
extendernos en el hecho, de que es extraño que un «horrible sacrificio de la
ALDO EMILIANO LEZCANO
345
vida humana» no haya llamado la atención de la gente ante este «horrible
mal,» — sin hacer nada más que echar un vistazo al siguiente hecho, que
nada se dice de esos beneficios conferidos por «dispensar,» que al menos
formaría una considerable compensación contra este «mal de gran
magnitud,» reconozcamos que la mayoría de las clases pobres son dañadas
por las prescripciones de los farmacéuticos y las medicinas de los
curanderos. Habiendo sido así la alegación, en nombre del argumento,
totalmente admitido, consideremos ahora si constituye una petición
suficiente para intromisión legal.
Molestia, sufrimiento, y muerte, son los castigos unidos por naturaleza a
la ignorancia, a la vez que a la incompetencia — son también los medios
para remediarlos. Y quienquiera que piense que puede arreglar problemas
desligando la ignorancia de sus castigos, reclama más que sabiduría Divina,
y más que benevolencia Divina. Si parece duro ese orden de las cosas, que,
con inquebrantable firmeza, castiga cada quebrantamiento de la ley — si
parece duro ese orden de las que cosas que hacen que un deslizamiento del
pie sea un miembro roto — que envían agonías persistentes tras la
deglución de una hierba nociva — que continúan silenciosamente, época
tras época, dando calentura y fiebres a los habitantes de los pantanos — en
que, ahora y antes, acaba a través de la peste con decenas de miles de
hígados enfermos — si parece duro tal orden, estate seguro de que es solo
aparente, y no real. En parte arrancando los de menos desarrollo, y en parte
sometiendo a los que quedan a la disciplina nunca cesante de la experiencia,
la naturaleza asegura el crecimiento de una raza, que debe tanto comprender
las condiciones de la existencia, y ser capaz de actuar sobre ella. Es
imposible en ningún grado parar a esta disciplina pisando entre la ignorancia
y sus consecuencias, sin, en un grado correspondiente, parar el progreso. Si
ser ignorante fuera tan seguro como ser sabio, nadie se volvería sabio. Y
todas las medidas que tiendan a poner la ignorancia a la par con la sabiduría,
dificultan inevitablemente el crecimiento de la sabiduría. Las leyes del
parlamento para salvar a la gente estúpida de los males que pueden
ocasionarles el tener fe en empíricos, hacen esto, y por lo tanto son malas.
Incompasivo como parece, es mejor dejar al hombre estúpido sufrir el
castigo designado para su estupidez. Para el dolor — debe soportarlo lo
mejor que pueda: para la experiencia — debe atesorarla, y actuar de manera
más racional en el futuro. Que su caso sea una advertencia para otros al
igual que para él. Y a través de la multiplicación de tales advertencias, no
fracasará el generarse en todos los hombres una precaución correspondiente
al peligro a evitar. ¿Hay alguien que desee facilitar el progreso? Deja que se
ALDO EMILIANO LEZCANO
346
disipe el error; y, mientras que hagan esto de manera legítima, cuanto más
rápido lo hagan mejor. Pero proteger al hombre ignorante contra los males
de su ignorancia — separar una causa y consecuencia que Dios ha unido —
para volver inútil la inteligencia que se nos puso para nuestra orientación —
para trastornar lo que es, de hecho, el propio mecanismo de la existencia —
debe conllevar necesariamente nada más que desastres.
¿Quién, de hecho, después de tirar las gafas del color del prejuicio, y
quitándose de delante de la vista sus proyectos favoritos, no puede evitar la
estupidez de estos intentos de proteger al hombre contra ellos mismos?
Nuestros manipuladores podrían llenar el mundo con una triste población
de imbéciles, para que sus planes continuaran. Haría para nosotros un tipo
de constitución humana lamentable — una constitución que le faltase el
poder de mantenerse, y que necesitara ser mantenida por la
superintendencia exterior — una constitución que continuamente va a mal,
y que necesitara ser corregida de nuevo — una constitución que siempre
tiende a autodestruirse. Todo el esfuerzo de la naturaleza es deshacerse de
esto — limpiar el mundo de ello, y hacer sitio para más. La naturaleza exige
que todos los seres sean autosuficientes. A todos los que no lo son, la
naturaleza los está constantemente retirando a través de la muerte.
Inteligencia suficiente para evitar el peligro, poder suficiente para superar
cualquier condición, habilidad para enfrentarse a las necesidades de la
existencia — estas son las capacidades en las que se insiste constantemente.
Date cuenta ahora de cómo se trata con las enfermedades. Pacientes
tuberculosos, con pulmones incompetentes para realizar los deberes de los
pulmones, gente con órganos asimiladores que no toman suficientes
nutrientes, gente con corazones defectuosos que se rompen bajo la
agitación de la circulación, gente que cualquier fallo constitucional que
previene la debida realización de las condiciones de vida, están muriendo
continuamente, y dejando atrás aquellos aptos para el clima, comida y
costumbres en las que han nacido. Incluso el organizado de manera menos
imperfecta, quien, bajo circunstancias normales, puede conseguir vivir con
confort, es aún el primero en ser arrastrado por las epidemias; y solo lo que
son suficientemente resistentes para resistirlas — esto es, solo aquellos que
se adaptan medianamente bien tanto a las necesidades normales y
accidentales de la existencia, permaneces. Y así se mantiene la raza libre de
la invalidez. Claro que esta declaración es en esencia una evidencia; porque
no es concebible ninguna otra forma de disponer las cosas. Pero es una
evidencia a la que muchos hombres prestan muy poca atención. Y si
normalmente pasa por alto su aplicación al cuerpo, aún menos se fijan en su
ALDO EMILIANO LEZCANO
347
relación con la mente. Aun así es igualmente cierto aquí. La naturaleza
insiste tanto en la idoneidad entre las características mentales y las
circunstancias, como entre las características físicas y las circunstancias; y
defectos radicales son causas de muerte tanto en el uno como en el otro. En
el que su propia estupidez, o vicio, u holgazanería, conlleva la pérdida de la
vida, debe, en las generalizaciones de la vida, clasificarse con las víctimas de
vísceras débiles o miembros malformados. En su caso, como en otros,
existe una no adaptación letal; y no importa en los abstracto si es una moral,
intelectual, o corporal. Seres así de imperfectos son fallos de la naturaleza, y
son retirados por sus leyes cuando se encuentra que son así. Junto con el
resto se les pone a prueba. Si están suficientemente completos para vivir,
ellos viven, y está bien que vivan. Si no están suficientemente completos para
vivir, mueren, y que mueran es lo mejor. Si el estado incompleto está en la
fuerza, o agilidad, o percepción, o visión, o autocontrol, no se presta
atención a la prueba rigurosa en la que les han puesto. Pero si cualquier
facultad es excepcionalmente deficiente, las probabilidades son que, a la
larga, algún resultado desastroso, o, en los peores casos, alguno fatal le
seguirá. Y, aunque puede parecer irregular la acción de esta ley — aunque
pueda parecer que se deja mucha paja detrás que debería aventarse, y que se
toma mucho grano que se debería quedar, sin embargo la debida
consideración debe satisfacer a cada uno en que el efecto medio es purificar a
la sociedad de aquellos que son, de algún modo u otro, esencialmente
defectuosos.
Claro que, mientras que la intensidad de este proceso se mitigue a través
de la comprensión espontánea de los hombres los unos por los otros, es
correcto que deba suavizarse: aunque se cause un daño incuestionable
cuando se muestra comprensión, sin ningún respecto a los resultados
finales. Pero los inconvenientes que se alzan de esto no son nada
comparables con los beneficios otorgados de otra manera. Solo cuando esta
comprensión da lugar a una violación de la igualdad — solo cuando origina
una intromisión prohibida por la ley de la misma libertad — solo cuando,
haciendo esto, frena en alguna sección de la vida la relación entre
constitución y condiciones, hace un mal en estado puro. Entonces, sin
embargo, pierde su finalidad. En vez de disminuir el sufrimiento, al final lo
aumenta. Favorece la multiplicación de aquellos peor preparados para la
existencia — dejando, como lo hace, menos sitio para ellos. Tiende a llenar
el mundo con aquellos cuya vida les traerá más dolor, y tiende a prohibir la
entrada a aquellos cuya vida traerá más placer. Inflige sufrimiento positivo, y
previene la felicidad positiva.
ALDO EMILIANO LEZCANO
348
Volviendo a considerar estos planes impacientemente agitados para
mejorar nuestra condición sanitaria a través de un acta del parlamento, la
primera crítica que hay que hacer es que son totalmente innecesarias, si
consideramos que ya hay influencias eficientes trabajando para conseguir
gradualmente cada desiderátum.
Viendo, como lo hace el filántropo de nuestra época, como el ciego
congénito al que se le acaba de dar la vista — mirando a las cosas a través
de ojos recién abiertos a la compasión — forman nociones muy toscas y
muy exageradas de los males con lo que hay que tratar. Algunos,
preocupados por la iluminación de sus compañeros, recogen estadísticas de
una cantidad lamentable de ignorancia; las publican; y a los que les encantan
esta clase se sorprenden. Otros bucean en las madrigueras donde la pobreza
se esconde, y sorprenden al mundo con descripciones de lo que ven. Otros,
por otra parte, recogen información respecto a un crimen, y hacen que lo
benévolo parezca grabe a través de su divulgación. Con lo cual, en su miedo
a estas revelaciones, el hombre mantiene sin pensarlo que los males se han
vuelto recientemente mayores, cuando en realidad son ellos los que se han
empezado a observarlos más. Si pocas quejas se han escuchado hasta ahora
sobre el crimen, la ignorancia, y la miseria, no es que en épocas pasadas
estuvieran menos extendidas; de hecho es lo contrario; sino que es, que
nuestros antepasados fueron relativamente indiferentes hacia ello —
pensaban poco en ellos, y hablaban poco de ellos. Ignorando qué
circunstancias y olvidando esos males sociales que se han sometido a una
mejora gradual — una mejora que probablemente mejora con creciente
rapidez — puede ir acompañado de una innecesaria alarma por temor a las
posibles consecuencias que podría provocar, si esos males no son
remediados inmediatamente, y una esperanza visionaria de que su remedio
inmediato es posible.
Tales son los sentimientos predominantes en relación a la reforma
sanitaria. Tenemos multitud de libros azules, informes del Consejo de Salud,
artículos importantes, panfletos, y conferencias, descriptivas del mal
drenaje, cloacas desbordadas, cementerios putrefactos, aguas contaminadas,
y la suciedad y humedad de pensiones bajas. Los hechos así publicados
están pensados para justificar, o más bien para pedir, la intromisión
legislativa. Parece que nunca se pregunta, si algún proceso correctivo está en
marcha. Aunque todo el mundo sabe que el índice de mortalidad ha
descendido gradualmente, y que el valor de la vida es mayor en Inglaterra
ALDO EMILIANO LEZCANO
349
que en cualquier otro sitio — aunque todo el mundo sabe que la higiene de
nuestras ciudades es mayor incluso que antes, y que nuestros planes
sanitarios crecidos espontáneamente son mucho mejores que los que
existen en el continente, donde el hedor de Colonia, los drenajes
descubiertos de Paris, las tinas de agua de Berlín,
kk
y las miserables aceras de
los pueblos alemanes, muestra lo que lleva a cabo la gestión del Estado —
aunque todo el mundo sabe estas cosas, aun así se asume sin ninguna lógica
que solo se puede eliminar los impedimentos que quedan para la salud
pública a través de la gestión de Estado. Seguramente las causas que han
traído a las cloacas, pavimento y luz, y el suministro de agua de nuestras
ciudades, a su estado actual, no se han detenido de repente. Seguramente
esa mejora, que ha estado teniendo lugar en la condición de Londres
durante estos dos o tres siglos, se espera que continúen. Seguramente el
civismo, que ha llevado a cabo tantas mejoras urbanas desde que Ley de
Corporaciones Municipales diera mayores facilidades, puede llevar a cabo
otras mejoras. Seguramente, si todo eso se hubiera hecho para volver a las
ciudades sanas, se hubiera hecho, no solo sin la ayuda del gobierno, sino a
pesar de las trabas del Gobierno — a pesar, eso es, de los pesados gastos de
las actas locales del Parlamento — podríamos suponer razonablemente, que
lo que queda por hacer se puede hacer de la misma manera, especialmente si
se quitasen las trabas. Uno podría haber pensado que existía una menor
excusa ahora para la intromisión que antes. Ahora que tanto se ha llevado a
cabo; ahora que ese avance espontáneo se realiza a un índice incomparable;
ahora que las leyes de la salud empiezan a estudiarse generalmente; ahora
que la gente está reformando sus hábitos de vida; ahora que el uso de los
baños se está extendiendo; ahora que se ha conseguido que se piense en la
temperatura, ventilación y el debido ejercicio — interferir ahora, de todos los
tiempos, es sin duda un paso tan imprudente e innecesario como cualquier
que se tomase.
Y entonces pensar que, es su prisa para obtener a través de la ley hogares
más saludables para las masas, el hombre no vería que el proceso natural ya
ha empezado es el único proceso que podría finalmente tener éxito. El
Metropolitan Association for Improving the Dwellings of the Labouring Classes está
haciendo todo lo posible en el asunto. Se está esforzando en mostrar que,
bajo una dirección sensata, la construcción de viviendas saludables para los
pobres se vuelve un empleo rentable del capital. Si muestra esto, hará todo
lo que necesite para que se realice; porque el capital fluirá rápidamente en la
kk
Para apagar los fuegos en Berlín dependían de tinas abiertas de agua colocadas en la
ciudad en ciertos puntos, preparadas para ser llevadas donde se las necesitase.
ALDO EMILIANO LEZCANO
350
inversión ofreciendo buenas devoluciones. Si no muestra esto — si después
de un debido ensayo, resulta que estos albergues ejemplares no pagan, y que
se puede conseguir mejor alojamiento del que la gente trabajadora tiene
ahora solo disminuyendo el interés en el dinero invertido en construcción,
entonces ninguna de las actas del parlamento que se aprueben entre hoy y el
día del juicio mejorarán el asunto ni una pizca. Estos planes para hacer
imprescindible la buena ventilación; insistir en el suministro de agua, y fijar
el precio por ello, como hubiera hecho la factura de Lord Morphet; limpiar
las casas vacías antes de la reocupación, y cobrar a los dueños por la
inspección — estos planes para forzar a los propietarios a dar ventajas
adicionales por el mismo dinero son repeticiones de la antigua oferta, que
«el bote de tres aros tendrá diez aros,» y son igualmente incapaces de
realizarse. El primer resultado de un intento de llevarlos a cabo sería una
disminución de los beneficios de los dueños de la casa. No siendo ya el
interés en el capital invertido en las casas tan alto, el capital buscaría otras
inversiones. La construcción de las casas dejaría de seguir el ritmo del
crecimiento de la población. De ahí se alzaría un incremento gradual del
número de ocupantes de cada casa. Y este cambio en la proporción de casas
a gente continuaría hasta que la demanda de casas haya aumentado las
ganancias del propietario a las que eran, y hasta, por hacinamiento, se hayan
producido nuevos males sanitarios para igualar a los antiguos.
ll
Si,
ll
Tales resultados han sido provocados de hecho por la Metropolitan Buildings Act (Ley de
Contrucción Metropolitana). Mientras que esta ley ha introducido algunas reformas en los
mejores tipos de casas (aunque nada al alcance esperado, porque se soborna a los
inspectores, y además los pagos que reclaman por inspeccionar cada alteración
insignificante funciona como sanciones en la mejora), ha conllevado mucho más mal, justo
donde se pretendía dar beneficio. Un arquitecto e inspector lo describe como si se hubiera
funcionado de la siguiente manera. En esos distritos de Londres que consisten en casas
inferiores, construidas en esa moda insustancial que la New Building Act iba a remediar, se
obtiene una renta media, suficientemente lucrativa para los propietarios cuyas casas se
crearon antes de que se aprobara la New Building Act. Esta renta media existente fija la renta
que se debe cobrar en estos distritos por las nuevas casas del mismo alojamiento — esto es,
el mismo número de habitaciones, porque la gente para la que se construyen no aprecia la
seguridad extra de vivir entre paredes reforzadas con vigas de hierro. Ahora llega a juicio,
que las casa construidas de acuerdo con las leyes actuales, y mantenidas en este índice
establecido, no traen ninguna devolución razonable. Los constructores en consecuencia se
han limitado a alzar casas en mejores distritos (donde la posibilidad de una competencia
beneficiosa con las casas preexistentes muestra que esas casas preexistentes eran
medianamente importantes), y han dejado de alzar vivienda para las masas, excepto en los
suburbios donde no existen males sanitarios urgentes. Mientras tanto, en los distritos
inferiores descritos arriba, ha resultado en un aumento del hacinamiento — media docena
de familias en una casa — decena de inquilinos en una habitación. Es más, ha resultado
ALDO EMILIANO LEZCANO
351
construyendo en grandes masas, y a una mayor altura, tal economía se
puede conseguir en el alquiler de suelo, el coste de las pareces exteriores, y
de la techumbre, para dar la misma comodidad al mismo coste que ahora
(que felizmente parece probable), entonces el hecho solo necesita probarse,
y como se ha dicho antes, la rivalidad del capital por la inversión hará todo
lo que se pueda hacer; pero si no, la creencia de que la coacción legislativa
puede hacer mejores las cosas es un compañero fijo de la creencia de que se
puede fijar el precio del pan y el precio de los salarios.
Deja a aquellos que están ansiosos de mejorar la salud del pobre, a través
de la maquinaria indirecta de la ley, que traigan su entusiasmo para soportar
directamente el trabajo a realizar. Dejad que apelen a las tendencias del
hombre, y de nuevo a sus intereses. Deja que demuestren a la gente de
propiedad lo que pagarán por la realización de estas reformas. Deja que
muestren que el poder productivo del trabajador aumentará al mejorar su
salud, mientras que el índice de los pobres disminuirá. Sobre todo, déjales
pedir la supresión de aquellos obstáculos que la legislación existente pone
en el camino de la mejora sanitaria.
mm
Sus esfuerzos así dirigidos realmente
más que esto. Ese estado de miserable deterioro en el que se permiten caer a estas moradas
de los pobres, se debe a la ausencia de competencia de las nuevas casas. Los propietarios
no encuentran a sus inquilinos tentados por la oferta de mejor alojamiento. Las
reparaciones, innecesarias para asegurar la mayor cantidad de beneficios, no se realizan. Y
los pagos exigidos por el supervisor, incluso cuando se construye una chimenea adicional,
suministra excusas preparadas para no hacer nada. Así, mientras que la New Building Act
(Ley de Nueva Construcción) ha causado algunas mejoras donde las mejoras no eran
ampliamente necesarias, no ha causado ninguna donde se necesitaban, sino que en vez de
eso ha generado peores males que los que había que eliminar. De hecho, ¡tenemos que
agradecer de un amplio porcentaje de todos los horrores que nuestros activistas sanitarios
están intentado ahora curar a través de la ley a los anteriores activistas de la misma escuela!
mm
Escribiendo antes de la revocación del deber del ladrillo, el Builder dice, «Se supone que
un cuarto del coste de una vivienda que se deja por 2 chelines 6 peniques o 3 chelines a la
semana está causado por el gasto en los títulos de propiedad y en el impuesto de la madera
y ladrillos utilizado en su construcción. Claro que el dueño de tal propiedad debe ser
remunerado, y por lo tanto cobra 7 ½ chelines o 9 chelines para cubrir estas cargas. El Sr.
C. Gatliff, secretario de la Society for Improving the Dwellings of the Working Classes (Sociedad
para la mejora de las Viviendas de las Clases Trabajadoras) describiendo los efectos del
impuesto de ventanas, dice, «Están pagando a su institución en S. Pancras la suma de 162
libras y 16 chelines en impuestos de ventanas, o el 1 por ciento al año sobre el gasto
original. El alquiler medio pagado por los inquilinos de la Sociedad es de 58 chelines y 6
peniques a la semana, y los impuestos de ventanas deducen de esto 7 ¼ peniques al día» —
La Delegación a Lord Ashley, ver Times, 31 Enero, 1850. El Sr. W. Voller, un maestro
sastre, dice, «Agregué recientemente una de los ventiladores del Dr. Amott en la chimenea
de mi taller, sin saber que me llamaría el Sr. Badser, nuestro inspector del barrio, por una
tarifa de 25 peniques» - Morning Chronicle, 4 febrero, 1850
ALDO EMILIANO LEZCANO
352
promoverá el progreso. Mientras que sus esfuerzos como están ahora
dirigidos son o innecesarios o perjudiciales.
§6
Estos esfuerzos en aumentar la salubridad de la vida de la ciudad a través
de la ley, no solo está abierta a la crítica de que la fuerzas naturales que están
trabajando los vuelven innecesarios, y a la crítica adicional de que algunas de
las cosas forzadas son imposibles de éxito legislativo, sino que se debe
observar también, que incluso la desiderata que alcanzarán las leyes del
parlamento, solo pueden alcanzarse a través de medios muy incorrectos. Es,
en este caso, como en muchos otros, la característica de lo que se bautiza
curiosamente «medidas prácticas,» que ellos suplantan agencias que están
respondiendo bien por agencias que probablemente no respondan bien.
Aquí hay una grave acusación de incompetencia lanzada contra los
desagües, cloacas, atrapa olores, etc., de Inglaterra en general, y de Londres
en particular. La evidencia es voluminosa y concluyente, y a través de un
consentimiento común se devuelve un veredicto demostrado. Los
ciudadanos lo miran con gravedad y hacen una solicitud al Parlamento al
respecto. El Parlamente promete considerar el asunto; y después de la
cantidad de debate normal, dice — «Que se cree un Consejo de Salud». Con
lo cual los solicitantes se frotan las manos, y esperan grandes cosas. Han
limitado la simplicidad — estos buenos ciudadanos. La legislación puede
decepcionarlos cincuenta veces seguidas, sin que tiemble su fe en su
eficiencia. Esperaron que los abusos de la Iglesia fueran rectificados por la
Comisión Eclesiástica: los pobres curas pueden decir si esa esperanza se
realizó. Respaldados por un acta del Parlamentos los comisionados de la
Ley de Pobres tenían que erradicar el pauperismo en personas capacitadas;
aun así, hasta que fueron marcados por la prosperidad reciente, el nivel de
los pobres había aumentado a sus antiguos niveles. La New Building Act tenía
que dar a la gente de Londres mejores hogares; mientras que, como hemos
visto recientemente, ha hecho peor los hogares que las mejoras más
necesitadas. Los hombres fueron optimistas de reformar a criminarles a
través del sistema silencioso, o del sistema separado; pero, si se tuviera que
juzgar a través de las peleas de sus respectivos defensores, ninguno de estos
planes sería muy exitoso. Los niños tenían que haberse convertido en
ALDO EMILIANO LEZCANO
353
buenos ciudadanos a través de la educación industrial; de todos los barrios,
sin embargo, vienen declaraciones de que un gran porcentaje de ellos
acabaron en la cárcel, se volvieron prostitutas, o volvieron a los silos de
pobres. Las medidas impuestas por la Vaccination Act de 1840 fueron para
exterminar la viruela; aun así los informes del registro Generar muestran
que las muertes por viruela se han incrementado. Y así año tras años se
añade a esos esquemas fallidos, que tanto hemos citado. Aún apenas parece
alzarse una duda, respecto a la competencia de los legisladores a hacer lo
que ellos afirman. Desde la época cuando intentaron fijar el valor de la
moneda hasta ahora, cuando acaban de abandonar el intento de fijar el
precio del cereal, los hombres de estado han asumido toda clase de cosas,
desde la regulación del corte de la punta de las botas, hasta preparar a la
gente para el Paraíso; y han estado fracasando constantemente, o
produciendo resultados ampliamente diferentes de los planeados. Sin
embargo, tal fe tiene el hombre, que, aunque vea esto, y aunque escuche
diariamente las estupideces de departamentos públicos — de la Junta de
Ministerio de la Marina que despilfarra tres millones al año en construir
malos barcos y romperlos de nuevo — de Woods and Forests Commissioners
que tan siquiera conocían el alquiler de las fincas que administraban — de
químicos de aduanas incompetentes que hicieron que sus jefes perdieran
juicios, por los que se deben dar compensación — aún el Gobierno no
necesita más que anunciar otro proyecto creíble, y el hombre enseguida
vitorea, y lanza sus gorras, en total expectación de conseguir todo lo
prometido.
Pero la creencia de que los Consejos de Salud, y similares, llevarán a cabo
lo que se espera, no necesita descansar ni en consideraciones abstractas, no
en nuestros experiencia de los organismos del estado en general. Tenemos
una de estas organizaciones trabajando, y, tanto como se puede juzgar en el
presente, ha hecho de todo menos responder a las expectativas de la gente.
Condenarlo, por culpa de alcantarillas obstruidas, sumideros abiertos, y
sucios callejones que siguen tal y como estaban, quizás, sería irracional,
porque se necesita tiempo para corregir los males tan extensamente
establecidos. Pero solo hay una prueba a través de la que podemos estimar
bastante su eficiencia, concretamente, su conducta antes, y durante la última
peste. Tuvo noticia de más de un año de que el cólera se acercaba. Hubo
dos sesiones parlamentarias enteras en medio entre la vez que la segunda
invasión de esa enfermedad se previó y el momento en que la mortalidad
era mayor. El Consejo de Salud, tuvo, entonces, total oportunidad para
mostrar sus poderes, y conseguir mayores poderes si lo necesitaba. Bueno,
ALDO EMILIANO LEZCANO
354
¿cuál sería el primer paso que se hubiera buscado para esto? ¿No debemos
decir la supresión de entierros dentro de los muros? Enterrar a los muertos
en medio de los vivos fue evidentemente dañino; los males acompañados
de la práctica se reconocieron universalmente; y acabar con ello requería
poco más que un simple ejercicio de autoridad. Si el Consejo de Salud
pensaba que poseía la autoridad suficiente para esto ¿Por qué no usó esa
autoridad cuando había rumores de la venida de la epidemia? Si pensaban
que su autoridad no era lo suficientemente grande (que difícilmente puede
serlo, recordando lo que al final hizo), ¿entonces por qué no consiguió más?
En vez de tomar alguno de estos pasos, sin embargo, se ocupó de
considerar formas futuras de suministro de agua, y concibiendo sistemas de
alcantarillado. Mientras el cólera se aproximaba, el Consejo de Salud estaba
meditando en reformas, de las que el más optimista no esperaría beneficios
considerables en los años venideros. Y entonces, cuando el enemigo estaba
sobre nosotros, este guardián, en el que los hombres habían confiado, de
repente se mueve, e hizo lo que, en el momento, hizo peores los males a
remediar. Como lo que dijo un orador, en una de las reuniones médicas
mantenidas durante el momento álgido del cólera, «los Comisionados de la
Salud Pública han adoptado los medio probablemente para producir esa
queja. En vez de tomar sus medidas hace años, ahora han provocado toda
clase de abominaciones. Han retirado estercoleros y cloacas, y han añadido
diez veces más el combustible para avivar el fuego que existía. (Escucha,
escucha.) Nunca desde que puedo recordar ha habido tal acumulación de
detestables olores como desde que la Comisión de la Salud de Ciudades
intentara purificar la atmósfera. (Una risa, y escucha, escucha)» En detalle,
cuando, a pesar de todo lo que se había hecho (o, quizás, en parte a
consecuencia de ello), la mortalidad continuó aumentando, se decidió cerrar
los cementerios, con la esperanza, como debemos suponer, que la
mortalidad de este modo se detuviera. ¡Como se pensó, cuando hay cientos
de miles de cuerpos descomponiéndose, dejar de añadir más produciría de
inmediato un efecto apreciable!
Si a estos hechos añadimos uno más, que, a pesar de las indicaciones
dadas para tratamiento preventivo, y el sistema de visitas domiciliaria, el
cólera afectaba a un mayor número que antes, tenemos algunas razones para
pensar que esta custodia sanitario no hizo bien, sino que, quizás, incluso
daño.
Si se dijera que el Consejo de Salud está mal constituido, o no tiene
suficiente poder, y que si se le hubiera dado una mejor organización
hubiéramos visto diferentes resultados, la respuesta es, que el hecho de que
ALDO EMILIANO LEZCANO
355
esta situación problemática se dé de forma casi invariable es una de las
razones para condenar estas interferencias. Siempre hay algún si provocativo
en medio. Si el clero establecido fuera como debería ser, una Iglesia Estado
haría algún bien. Si la ayuda de la parroquia fuera administrada
juiciosamente, la Ley de Pobres no sería una cosa tan mala. Y si una
organización sanitaria se hubiera creado para hacer justo lo que tenía
previsto hacer, algo se diría en su favor.
§7
Incluso si la agencia del Estado proporcionara a nuestras ciudades la
salubridad más perfecta, al final sería mejor permanecer como estamos, en
vez de obtener tal beneficio por tales medios. Es bastante posible dar
demasiado incluso para un gran desiderátum. Sin embargo lo valioso que la
buena salud corporal pueda ser, es un pago muy caro si es a cambio de la
salud mental. Aquellos que piensan que el Gobierno puede suministrar
ventajas sanitarias por nada, o solo por el pago de más impuesto, está
desgraciadamente equivocado. Se deben pagar tanto con el carácter como
con impuestos. Se debe dar un equivalente en otra moneda a parte del oro,
e incluso más que un equivalente.
Recordemos de nuevo que el hombre no puede forzar. Todo lo que
pueden hacer es aprovechar la fuerza ya existente, y emplearla para elaborar
este o ese objetivo. No pueden aumentarla; no puede conseguir de ella más
que su efecto específico; y cuanto más la utilicen para hacer una cosa, les
faltarán para hacer otras. Así se está volviendo una doctrina común, que lo
que llamamos afinidad química, calor, luz, electricidad, magnetismo, y
movimiento son todas manifestaciones de la misma fuerza primordial —
que son convertibles las unas en la otras — y, como resultado, es imposible
obtener de ninguna forma de esta fuerza más que su equivalente en formas
previas. Esto es igualmente verdad de los medios actuando en sociedad. Es
bastante posible desviar el poder que está elaborando un resultado en el
presente, a la elaboración de algún otro resultado. Puedes transformar un
tipo de influencia en otro tipo, pero no puedes hacer más con ello, y no
puede tenerlo a cambio de nada. No puedes, a través de maniobras
legislativas, conseguir habilidades aumentadas para conseguir un objetivo
deseado, excepto a cambio de algo más. Justo cuando mejor se realiza una
cosa en particular, tanto peor se hará otra cosa.
ALDO EMILIANO LEZCANO
356
O, cambiando el ejemplo, y mirando la sociedad como un organismo,
debemos decir que es artificialmente imposible utilizar la vitalidad social
para el rendimiento activo de una función, sin disminuir la actividad con la
que otra funciones se realiza. Mientras que se deje en paz a la sociedad, sus
varios órganos continuarán desarrollándose en la debida subordinación los
uno son los otros. Si alguno de ellos es muy imperfecto, y no realiza ningún
progreso apreciable hacia la eficiencia, ten por seguro que es porque aún
hay órganos más importantes que son igualmente imperfectos, y porque la
cantidad de fuerza vital que impregna a la sociedad es limitada, el
crecimiento rápido de estas implica el cese del crecimiento en otro lugar.
Ten por seguro, también, que dondequiera que se alce una necesidad
especial para un mejor desempeño de cualquier función, o para el
establecimiento de alguna nueva función, la naturaleza responderá. Ejemplo
en prueba de ello, el aumento de una ciudad industrial o puertos
particulares, o la formación de sociedades anónimas. ¿Hay una demanda en
alza para algún producto de consumo general? Inmediatamente el órgano
que segrega ese producto se vuelve más activo, absorbe más gente, empieza
a aumentar, y segrega en mayor abundancia. Organismos para el
cumplimiento de otros requisitos sociales — para el suministro de cultura
religiosa, educación, etc., son provistas de igual manera: los menos
necesarios aplazados por los más necesarios; justo como todas las partes del
embrión se desarrollan en el orden de su subordinación en la vida. Interferir
en este proceso produciendo desarrollo prematuro en cualquier dirección
particular es molestar inevitablemente el equilibrio adecuado de la
organización, causando en algún otro sitio una atrofia correspondiente. No
hay que olvidar nunca que en un momento dado la cantidad de fuerza vital
de una sociedad está fija. Dependiente como es esta fuerza vital del grado
de adaptación que ha tenido lugar — del alcance en el que el hombre ha
adquirido idoneidad para una vida cooperativa — de la eficiencia con la que
pueden combinar como elementos de un organismo social, debemos tener
por seguro que, mientras que sus caracteres se mantienen constantes, nada
puede aumentar su cantidad total. También tenemos que tener seguro que
esta cantidad total solo puede producir su equivalente exacto de resultados;
y que ninguna legislación puede conseguir más de ella; aunque gastándola
ellos pueden, y siempre hacen, conseguir menos.
Ya, al tratar las Leyes de Pobres y la Educación Nacional, hemos
examinado en detalle la reacción a través de la que estos intentos de una
multiplicación de resultados fueron derrotados. En el caso de
administraciones sanitarias, una reacción similar puede deducirse;
ALDO EMILIANO LEZCANO
357
mostrándose, entre otras formas, en la comprobación de todas las mejoras
sociales que exigen iniciativa popular y perseverancia. Bajo el orden natural
de las cosas, el desarrollo de un carácter inteligente y autosuficiente, debe
seguir el ritmo con la mejora de las circunstancias físicas — la ventaja de
uno con los esfuerzos mostrados para conseguir el otro; así que al establecer
arreglos propicios para robustecer el cuerpo, la robustez de la mente debe
adquirirse imperceptiblemente. Por el contrario, a cualquier medida que la
actividad de pensamiento y la firmeza de propósito se hacen menos
necesarias por un desempeño artificial de su trabajo, en la misma medida
debe retrasarse su incremento, y las mejoras sociales dependientes.
Si se pidiera prueba de esto, se encontraría en el contraste entre la
energía inglesa y la impotencia continental. Ingenieros ingleses (Manby,
Wilson, and Cía.) establecieron la primera fábrica de gas en París, después
del fracaso de una compañía francesa; y muchas de las fábricas de gas a lo
largo de Europa han sido construidas por ingleses. Un ingeniero inglés
(Miller) introdujo la navegación a vapor en el Ródano; otro ingeniero
(Pritchard) tuvo éxito en subir por el Danubio con vapor, después de que
los franceses y alemanes hubieran fracasado. Los primeros barcos a vapor
en el Loira fueron construidos por ingleses (Fawcett y Preston); el gran
puente colgante de Pest fue construido por un inglés (Tierney Clarke); y un
inglés (Vignolles) está construyendo ahora otro puente colgante aún más
grande sobre el Dniéper; muchos ferrocarriles continentales han tenido a
ingleses como ingenieros asesores; a pesar de la famosa Universidad Minera
de Friburgo, varios de los campos mineros a lo largo del Rin fueron abiertos
por capital inglés empleado habilidades inglesas. ¿Y por qué es esto? ¿Por
qué fueron nuestros carruajes tan superiores a las diligencias y eilwagen de
nuestros vecinos? ¿Por qué nuestro sistema ferroviario se desarrolló mucho
más deprisa? ¿Por qué están nuestras ciudades mejor drenadas, mejor
pavimentadas, y con un mejor suministro de agua? No había originalmente
una mayor aptitud mecánica, ni un mayor deseo de progresar en nosotros
que en las naciones unidas en el norte de Europa. En todo caso, éramos
comparativamente deficientes en este sentido. Se importaron mejoras
tempranas en las artes de la vida. Los gérmenes de nuestra fabricación de
seda y lana vinieron de fuera. La primera depuradora en Londres fue erigida
por un holandés. ¿Qué ha pasado, entonces, que hemos girado las tornas a
la relación? ¿Qué ha pasado, que en vez de depender de la habilidad e
iniciativa continental, nuestra habilidad e iniciativa son valiosos en el
continente? Evidentemente el cambio se debe a la diferencia de disciplina.
Habiendo sido dejados en un grado mayor que otros a manejar sus propios
ALDO EMILIANO LEZCANO
358
asuntos, los ingleses se han convertido en autosuficientes, y han adquirido
una habilidad práctica mayor. Mientras que por el contrario esa impotencia
comparativa de las naciones gobernadas paternalmente de Europa, ilustrada
en los hechos anteriores, y comentadas por Laning, en su «Notes of a
Traveller», y por observadores, es un resultado natural de la política de
superintendencia del estado — es la reacción encargada en la acción de
mecanismos oficiales — es el deterioro que corresponde a alguna
hipertrofia artificial.
§8
Aún falta por observar una dificultad aparente que acompaña a la
doctrina que ahora se sostiene. Si la administración sanitaria a través del
estado es incorrecta, porque implica una deducción de la propiedad del
ciudadano mayor que la necesaria para mantener sus derechos, entonces su
administración sanitaria a través de autoridades municipales también es
incorrecta por la misma razón. Siendo a través del gobierno general o del
gobierno local, la recaudación de impuestos obligatorios para el
alcantarillado, y para la pavimentación y la iluminación, es inadmisible,
como hacer indirectamente la protección legislativa más costosa de lo
necesario, o, en otras palabras, convertirlo en un ataque; y si es así, resulta
que ni los métodos pasados, presentes, ni los propuestos de asegurar la
salud de las ciudades son justos.
Parece una conclusión torpe; sin embargo, como se deduce de nuestro
principio general, no tenemos alternativa más que tomarla. Falta por
considerar cómo se deben mantener correctamente en orden las calles y
jardines. Respecto a las aguas residuales no habría dificultad. Las casas
deberían inmediatamente drenarse según el mismo principio mercantil con
el que ahora se les suministra agua. Es altamente probable que en las manos
de una compañía privada el estiércol resultante no solo pagaría el coste de la
recogida, sino que produciría un beneficio considerable. Pero si no, la vuelta
del capital invertido se realizaría a cargo de aquellos cuyas casas fueron
drenadas: la alternativa es que se detengan las conexiones con el
alcantarillado, siendo un seguro tan bueno para recibir el pago como los
análogos que poseen las compañías de agua y gas. La pavimentación e
iluminación caería propiamente en la gestión de los dueños de la casa. No
habiendo suministro público para tales servicios, los dueños de la casa
ALDO EMILIANO LEZCANO
359
encontrarían rápidamente interés para suministrárselo. Habiendo puesto
alguna sociedad de construcción especulativa el ejemplo de la mejora en esta
dirección, la competencia haría el resto. Las viviendas sin una acera
apropiada delante de ellas, y sin lámparas para mostrar a los inquilinos sus
puertas, se quedarían vacías, cuando se ofrecía un alojamiento mejor. Y
habiéndose convertido en algo esencial la buena pavimentación e
iluminación, los propietarios se asociarían para su suministro más
económico.
A la objeción de que la perversidad de propietarios individuales y el
deseo de otros de tomar una ventaja injusta del resto, volvería tal acuerdo
impracticable, la respuesta es que en las nuevas calles suburbanas que aún
no estás tomadas por las autoridades tal acuerdo se está, a una extensión
considerable, llevando a cabo, y se llevaría mucho mejor excepto por el
conocimiento de que es meramente temporal. Además, no se sacaría
ninguna conclusión adversa, incluso si se mostrara que en el presente tal
acuerdo es impracticable. Así, también, fue la libertad personal una vez. Así
fue una vez el gobierno representativo, y aún lo es en muchas naciones.
Como se ha señalado repetidamente, la posibilidad de reconocer los
derechos del hombre es proporcional al grado en que el hombre se ha
vuelto moral. Que una organización impuesta por la ley de la misma libertad
no puede realizarse completamente todavía no es prueba de su
impercepción: es prueba solo de nuestra imperfección. Y como al disminuir
esto, el proceso de adaptación ya nos ha adecuado para instituciones que
fueron una vez demasiado buena para nosotros, así continuará para
adecuarnos a otras que quizás sean demasiado buenas para nosotros ahora.
§9
Encontramos, entonces, que además de estar en desacuerdo con la ley
moral, y además de implicar tonterías, el dogma de que es el deber del
estado proteger la salud de sus súbditos puede combatirse con éxito en el
campo de la política. Resulta, tras examinarlo, que es bastante similar al
antiguo dogma de que es deber del estado proveer el bienestar espiritual de
sus súbditos — debe, si se lleva a cabo consistentemente, necesitar una
organización de la misma extensión — y debe, para nada parece lo
contrario, producir resultado análogos. De los sufrimientos consecuencia
del empirismo sin restricciones, se puede decir con seguridad que no son
ALDO EMILIANO LEZCANO
360
tan grandes como se representa; y que mientras que existan, se encuentran
entre los castigos que la naturaleza ha ligado a la ignorancia o estupidez, y
que se no pueden separar de ella sin que implique sufrimientos muchos
mayores. La ansiedad para mejorar la salubridad de las ciudades a través de
medidas legislativas, se desprecia en el campo de que las causas naturales
aseguran la continuación del progreso — asegura más reformas sanitarias,
justo como aseguran el avance en las artes de la vida, el desarrollo de la
manufactura y del gobierno, y la expansión de la educación. Sin embargo,
parece que estas medidas tal como son dirigidas a la mejora de las viviendas,
apuntan a lo que las leyes no pueden hacer, o se está haciendo mucho mejor
sin ellas; y al resto se objeta, que no es probable conseguir el fin propuesto
— una creencia fundada sobre los resultados de todas la legislación análoga,
y confirmada por la poca experiencia que tenemos actualmente de la propia
legislación sanitaria. Se ha argumentado más que incluso si se realizaran
totalmente las ventajas deseadas se adquirirían a un coste demasiado grande;
viendo que solo se podrían obtener a través de una demora equivalente en
algún departamento aún más importante de progreso social.
ALDO EMILIANO LEZCANO
361
CAPÍTULO XXIX
MONEDA, ACUERDOS POSTALES, ET C.
§ 1
Tanto se han asociado constantemente las ideas moneda y gobierno —
tan universal ha sido el control ejercido por los donantes de la ley sobre los
sistemas monetarios — tan completamente ha llegado el hombre a
considerar su control como algo habitual, que apenas nadie parece
preguntar que resultaría si se aboliese. Quizás en ningún caso se asume
tanto la necesidad de una superintendencia del estado de forma general; y en
ningún caso el rechazo a esa necesidad causa tanta sorpresa. Aun así debe
crearse ese rechazo.
Es obvio que las leyes que interfieren con la moneda no pueden
promulgarse sin una revocación del deber del estado; porque tanto prohibir
la emisión o imponer el recibo de ciertos billetes o monedas a cambio de
otras cosas, es infringir el derecho al intercambio — es prevenir al hombre
de hacer intercambios que de otra manera hubieran hecho, u obligarles a
hacer intercambios que de otra manera no hubieran hecho — es, entonces,
romper la ley de la misma libertad en sus personas (cap. XXIII). Si fuera
verdad nuestro principio general, sería tanto impolítico como incorrecto
hacer esto. Ni se engañará a aquellos que infieren tanto; porque se puede
mostrar que tal dictado no es solo innecesario, sino necesariamente
perjudicial.
Los acuerdos monetarios de cualquier comunidad dependen
básicamente, como la mayoría de sus otros acuerdos, en la moralidad de sus
miembros. Entre un pueblo completamente deshonesto, cada transacción
mercantil debe efectuarse en dinero o bienes; las promesas de pago no
pueden circular, donde, por la hipótesis, no hay probabilidad de que sean
pagadas. En cambio, entre un pueblo perfectamente honesto el papel solo
formará el medio circulante; viendo que ninguno dará promesas para pagar
más de lo que cubrirán sus fondos, no puede haber dudas al recibir
promesas de pago en todos los casos; y el dinero metálico será innecesario,
salvo en cantidades nominales para suplir una medida de valor.
ALDO EMILIANO LEZCANO
362
Evidentemente, por lo tanto, durante un estado intermedio, en el que el
hombre ni es totalmente deshonesto no totalmente honesto, existirá una
moneda diversa; y el porcentaje de papel y moneda variará en el grado que
los individuos confíen los unos en los otros. Parece que no se puede huir de
esta conclusión. Cuanto más predomine el fraude, mayor será el número de
transacciones en el que el vendedor se desprenderá de sus bienes solo por
un equivalente de valor intrínseco; esto es, mayor será el número de
negocios en que se necesite moneda, y predominará más la moneda
metálica. Por otro lado, cuanto más encuentren los hombres los unos a los
otros dignos de confianza en general, más frecuentemente tomarán el pago
en billetes, letras de cambio, y cheques; menores serán los casos en que se
necesite el que el oro y la plata, y menor será la cantidad de oro y plata en
circulación.
Así, regulándose automáticamente como hace la moneda cuando se la
deja en paz, las leyes no puede mejorar sus acuerdos, aunque puede, y lo
hacen continuamente, alterarlos. Que el Estado debe forzar a cada uno que
ha prometido pagar, sean un comerciante, un banquero privado, un
accionista de un banco, para cumplir debidamente con las responsabilidades
que ha contraído, es muy cierto. Pero hacer esto, sin embargo, es mantener
simplemente los derechos del hombre — administrar justicia; y por eso
viene dentro de la función normal del Estado. Pero hacer más que esto —
limitar el asunto; o prohibir billetes por debajo de un cierto valor, no es
menos perjudicial que injusto. Porque, limitar el papel en circulación a una
cantidad más pequeña que la que alcanzaría de otra manera, necesita
inevitablemente un aumento correspondiente de la moneda; y como la
moneda es un capital encerrado, en el que la nación no tiene interés, un
aumento innecesario de su equivalente a un impuesto adicional equivale a
un interés perdido adicional.
Además, incluso bajo tales restricciones, el hombre aún depende
principalmente de la buena fe e interés propio esclarecido entre ellos;
viendo que solo exigiendo al banquero mantener suficiente metálico en sus
fondos para cobrar todas los billetes que ha emitido, se puede dar total
seguridad a los titulares; y que pedir tanto es destruir el motivo para utilizar
los billetes. Se debe recordar, también, que incluso ahora la mayor parte de
nuestro dinero en papel está totalmente desasegurado. Sobre las letras de
cambio
nn
, que representan cargas tres veces más grandes que las
representadas por los billetes, no se ejerce ningún control. Para cumplir con
nn
Aunque no es literalmente una moneda, la letra de cambio, en alguna medida realiza su
función.
ALDO EMILIANO LEZCANO
363
esto no existe una seguridad especial, y su multiplicación no tiene límites,
salvo la natural arriba mencionada — el crédito que encuentran seguro dar
entre ellos.
Por último, tenemos experiencia totalmente en el tema. Mientras que la
banca de Inglaterra se ha controlado continuamente, ahora privilegiando al
Banco de Inglaterra, ahora limitando la asociación de bancos, ahora
prohibiendo los bancos de emisión dentro de un círculo específico, ahora
restringiendo las cantidades emitidas — mientras «que no hayamos
descansado muchos años seguidos sin leyes nuevas, algunas nuevas
regulaciones, dictadas por el antojo y teoría a la moda en una época
particular»
oo
— y mientras «que a través de constante interferencia hayamos
evitado la opinión pública, y la propia experiencia de los banqueros,
adaptando y moldeando sus negocios al mejor curso más seguro»
pp
— ha
existido en Escocia por casi dos siglos un sistema totalmente incontrolado,
— un libre comercio completo de la moneda. ¿Y cuáles han sido los
resultados comparativos? Escocia ha tenido la ventaja, tanto en seguridad
como en economía. El aumento de la seguridad se prueba por el hecho de
que los fracasos bancarios en Escocia han sido mucho menos que en
Inglaterra. Aunque «por la ley nunca ha habido ninguna restricción contra
nadie emitiendo billetes en Escocia; aun así, en la práctica, ha sido siempre
imposible obtener moneda a cualquier billete poco estable o inseguro».
qq
Y
así la garantía natural en el primer caso ha sido más eficiente que la
legislativa en el otro. El aumento en la economía es probado por el hecho
de que Escocia ha llevado sus negocios con una circulación de 3.500.000
libras, mientras en Inglaterra la circulación es de 50.000.000 a 60.000.000; o,
calculando la diferencia de población, Inglaterra ha necesitado tres veces
más de dinero que Escocia.
Cuando, entonces, encontramos una razón à priori para concluir que en
una comunidad dada el equilibrio adecuado entre el papel y la moneda se
mantendrá espontáneamente — cuando también encontramos que tres
cuartas partes de nuestro propio papel se autorregula — que las
restricciones en el otro cuarto implica un hundimiento inútil del capital —
y además, que los hechos prueban que un sistema autorregulado es tan
oo
Capital, Currency, And Banking. (Capital, moneda y Banca) Por Don James Wilson,
Miembro del Parlamento.
pp
Ibidem
qq
Capital, Currency, and Banking. (Capital, moneda y Banca) Por Don James Wilson,
Miembro del Parlamento.
ALDO EMILIANO LEZCANO
364
seguro como más barato, podemos decir perfectamente, como arriba, que la
interferencia legislativa no es solo innecesaria, sino perjudicial.
Si el mal se alza cuando el Estado asume la responsabilidad de regular la
moneda, también se alza el mal cuando se dirige a la banca. Es verdad, no se
comete ninguna violación de su deber al emitir billetes; porque la mera
transferencia de promesas de pagar a aquellos que las tomarán, no exigen ni
la violación de los derechos del hombre ni el aumento de impuestos para
fines ilegítimos. Y si el estado se limitase a eso, no resultaría ningún daño;
pero cuando, como en la práctica, crea sus billetes o, más bien, aquellos
representante de su moneda, viola tanto la ley de la misma libertad y abre la
puerta a abusos que eran de otra manera imposibles. Habiendo promulgado
que las promesas de su agente para pagar se tomarán como cumplimiento
de todas las demandas entre hombre y hombre, se deriva de inmediato que,
cuando la ocasión lo requiera, el siguiente paso de promulgar estas
promesas para pagar se tomarán como cumplimiento de todas las demandas
en su agente. Hecho esto, se contraen más obligaciones sin dificultad,
porque pueden liquidarse en papel. El papel continúa siendo emitido sin
límite, y entonces viene la devaluación; que la devaluación es virtualmente
un impuesto adicional, impuesto sin el consentimiento popular — un
impuesto que, si se impone directamente, haría que los hombres se dieran
cuenta del derroche de su gasto nacional, y condenan la guerra que lo exige.
Viendo, entonces, que nunca podría ocurrir la devaluación, y sus males
simultáneos, no hay billetes que se vuelvan inconvertibles a través de una
ley del parlamento — y viendo que nunca podría existir ningún motivo para
hacer los billetes legalmente inconvertibles, salvo para propósitos de la
banca estatal — hay buena razón para considerar perjudicial a la banca
estatal. Si se insistiera en que, por los males ocasionales que conllevan, la
banca estatal lo compensa ampliamente a través del suministro habitual de
billetes con valor de varios millones, cuyo lugar no podría suministrarse a
través de otros billetes de igual crédito, se responde que no teniendo el
Banco de Inglaterra alianza con el Estado
rr
, sus billetes aún circularían de
forma tan extensiva como ahora, mientras que sus propietarios continúen
su interés (mostrado tan constantemente en las reuniones semi-anuales)
para mantener sus activos más de tres millones por encima de sus exigencia.
rr
La alianza consiste en esto, que en el crédito de una deuda que asciende a 14.000.000
libras, debidas del Gobierno al banco, se permite emitir al banco billetes a esa cantidad (a
parte de billetes en otro depósito), por lo tanto al alcance de esta deuda los billetes tienen
prácticamente una garantía el Gobierno.
ALDO EMILIANO LEZCANO
365
Hay una tercera capacidad en que un gobierno normalmente se mantiene
relacionado con la moneda, concretamente, como un fabricante de
monedas. Se reconoce que en teoría un gobierno puede llevar a cabo el
comercio de sellar lingotes sin invertir su función correcta. En la práctica,
sin embargo, nunca lo hace sin trasgredir colateralmente. Las mismas causas
que lo previenen de competir obteniendo beneficios con particulares en
otros negocios, deben prevenirlo de competir obteniendo beneficios con
ellos en esto — una verdad cuya investigación en la gestión de la casa de la
moneda reforzará de forma suficiente. Y si es así, un gobierno puede
fabricar monedas sin pérdida, solo al prohibir al resto el fabricarlas. Al hacer
esto, sin embargo, disminuye la libertad de acción del hombre de la misma
manera que como a través de otra restricción de comercio — en resumen,
hace mal. Y, finalmente, la violación de la ley de la misma libertad así
cometida resulta en que la sociedad tiene que pagar más dinero en metálico
de lo de otra manera que fuera necesario.
Quizás para muchos parecerá que solo a través de una casa de la moneda
nacional se podrá prevenir la extensiva difusión de la moneda falsa. Pero
aquellos que suponen esto, olvidan que bajo un sistema natural existirían las
mismas garantías contra ese mal como en el presente. La facilidad con la
que el mal dinero se distingue del bueno, es la garantía final para su
autenticidad; y esta garantía sería tan efectiva entonces como ahora.
Además, cualquier seguridad adicional que se alce del castigo de
«falsificadores» aún se podría permitirse; viendo que llevar a la justicia a
aquellos que pagando con moneda falsa obtienen bienes «bajo fraude», está
dentro del deber del Estado. Si se insistiera que en la ausencia de
regulaciones legislativas no hubiera nada para prevenir a los fabricantes de
emitir nuevas acuñaciones de varias denominaciones y grados de finura, la
respuesta es solo cuando se obtiene alguna ventaja pública obvia, puede una
moneda diferente de las actuales ponerse en circulación. Si se permitieran
las acuñaciones privadas, sus propietarios estarían obligados a hacer sus
soberanos como los existentes, porque ningún otro se tomaría. Sobre el
tamaño y peso — serían probados a través del calibre y el equilibrio, como
ahora (y durante un tiempo con gran precaución). Sobre la finura — se
garantizaría por el escrutinio de otros fabricantes. Las firmas competidoras
evaluarían los problemas de las otras dondequiera que apareciera la menor
razón de pensar que está por debajo de la norma establecida, y si su
sospecha se probara correcta, encontrarían alguna manera de difundir la
información. Probablemente un solo caso de denuncia y la ruina
ALDO EMILIANO LEZCANO
366
consecuente prevendrían para siempre los intentos de circular monedas de
finura inferior.
ss
No es poco probable que muchos lectores, aunque no preparados con
respuestas definitivas a estos razonamientos, dudarán aún de su exactitud.
Que el sistema monetario existente — un sistema de trabajo real,
aparentemente mantenido por el Estado — se beneficiaría de la retirada del
control del Estado, es una creencia que las razones más fuertes fracasarán
en muchos casos en inculcar. La costumbre perjudicará al hombre en este
caso, tanto como en otro caso lo hace a los viticultores, quienes, habiendo
sido instruidos por autoridades comisionadas por el Estado de cuando
comenzar la cosecha, creen que tal dictado es beneficioso. Mucho más nos
influye un hecho reconocido que uno imaginado, que si se hubiera
mantenido hasta ahora la cocción y venta del pan a través de agentes del
gobierno, probablemente el suministro de pan por parte de un sector
privado apenas se hubiera creído posible, mucho menos ventajoso. El
librecambista filosófico, sin embargo, recordando este efecto del hábito
sobre las creencias — recordando qué innumerables han sido los casos en
que el control legislativo era erróneo aunque necesario — recordando que
en el propio asunto del dinero el hombre consideró requisito «utilizar las
medidas más violentas para traer el mayor número de lingotes posible, y
prevenir que se marcharan» — recordando como esa intromisión, como
otras, se probaron no solo inútiles sino perjudiciales recordado así todo, el
librecambista filosófico afirmará que en el caso actual también el control
legislativo es indeseable. Razones para considerar el comercio en dinero una
excepción a la regla general, tendrá poco peso para él; porque recogerá las
mismas razones que se han atribuido a la restricción de varios comercios, y
desmentidos por sus resultados. Más bien el concluirá que, en vez de todas
los vaticinios y apariencias en lo contrario, la completa libertad de
intercambio ha sido beneficiosa en otros casos, así que, a pesar de vaticinios
similares y apariencias adversas, será beneficiosa en este caso.
§2
ss
Mientras que estas hojas están pasando a través de la prensa, hechos, que él no tiene
libertad para citar, han sido comunicados al escritor, probando concluyentemente la
economía superior de una manufactura de la moneda llevada por particulares; junto con
otros hechos que sugieren la verdad obvia de que la devaluación de la moneda, que
nuestros antepasados sufrieron tanto, se hizo posible solo a través de fuerza legal — nunca
hubiera sido posible si la moneda se hubiera dejado tranquila.
ALDO EMILIANO LEZCANO
367
Lo que se ha dicho recientemente respecto al acuñamiento de lingotes se
debe repetir aquí, con respecto a llevar cartas, concretamente, que no está
intrínsecamente desacuerdo con el deber del Estado; porque en lo abstracto
no requiere ninguna violación en los derechos de los hombres, ni
directamente, ni a través de impuestos para propósitos no protectores. Sin
embargo, justo como encontramos razón para pensar que el Gobierno no
puede continuar fabricando monedas a no ser que prevenga a los
particulares de hacer lo mismo, encontraremos también razón para pensar
que dejaría de llevar cartas si no prohibiera la competencia. Y si es así, un
gobierno no puede tomar las funciones postales sin invertir su función
principal.
Evidencia de que la empresa privada suplantaría a la agencia estatal en
este asunto, si se le diera la oportunidad, se deduce no solo de nuestra
experiencia general de la inferioridad del gobierno en la capacidad de
fabricante, comerciante, o gestor de negocios, sino de los hechos
relacionados inmediatamente con la cuestión. Así debemos recordar que la
eficiencia que nuestro sistema postal ha alcanzado en realizad no se debe a
estar bajo administración pública, sino debido a la presión desde fuera. Se
han forzado los cambios a las autoridades, no introducidos por ellas. El
sistema del coche de correos fue establecido, y por un período de tiempo
dirigido, por un particular, y superó la oposición oficial. La reforma
realizada por el Sr. Rowland Hill se resistió enérgicamente; y se informa
normalmente incluso ahora, que la perversidad oficial previene que sus
planes sean llevados a cabo por completo. Mientras que se vea que el
espíritu especulativo del espíritu del comercio no está solo preparado, sino
ansioso de satisfacer las necesidades sociales, es probable que bajo un
estado natural de las cosas las mejoras postales modernas hubieran sido
adoptadas voluntariamente, si no anticipadas. Si se afirmara que la empresa
privada no sería competente con una empresa tan grande, se responde ya
hay amplias organizaciones de carácter análogo que funcionan bien. Los
establecimientos de nuestros amplios transportes se ramifican a lo largo de
todo el reino; mientras tenemos una Parcels' Delivery Company, de la misma
extensión en esta esfera con el London District Post, y tan eficiente. Las
agencias privadas para comunicar la información vencen a las públicas
incluso ahora, dondequiera que se les permita competir con ellas. Los
envíos urgentes extranjeros de nuestros diarios están en general antes que
los envíos urgentes del Gobierno. Las copias de un discurso real, o
declaraciones de un voto importante, se difunden a lo largo del país a través
de la prensa, con una rapidez que sobrepasa incluso la conseguida por la
ALDO EMILIANO LEZCANO
368
Oficina Postal; y si la prontitud se muestra en el sellado y clasificación de
cartas, es por mucho superada por la prontitud de la información
parlamentaria. Sin embargo, bastante del propio servicio postal ya es
desempeñado por una agencia privada. No solo nuestros correos internos
son llevados por contrato, sino que casi todos nuestros externos también; y
cuando están llevados por el gobierno se llevan a una gran pérdida. Para
probar esta afirmación solo tenemos que citar el hecho de que la Peninsular
and Oriental Steam Navigation Company se ofrece a asegurarnos una
comunicación mensual con Australia; dos comunicaciones, mensuales,
desde Southampton a Alejandría; dos comunicaciones mensuales, de Suez a
Ceilán, Singapur y China; y dos comunicaciones, mensuales, de Calcuta a
Singapur y China; a parte de realizar el servicio dos veces al mes entre Suez
y Bombay, y todo por la misma cantidad de dinero que solo el último
servicio (Suez a Bombay) cuesta ahora al Gobierno de India y Gran
Bretaña.
Si, entonces, el envío público de cartas ha creado su eficiencia actual a
través del pensamiento, iniciativa, y urgencia de particulares, a pesar de la
resistencia oficial — si organizaciones similares a nuestras postales ya
existen y funcionan bien — si, como transportistas de servicios de
inteligencia por otros medios a parte del correo, los organismos comerciales
superan uniformemente al estado — si parte del servicio de correos es
realizado por tales organismos comerciales y que, también, en la escala más
grande, con una economía comparablemente mayor que la que el estado
puede realizar — no hay nada irracional en la conclusión de que, se si
permitiera, la empresa comercial generaría un sistema de envío de cartas tan
eficiente como, si no más eficiente que, el nuestro actual. Es verdad que
muchos obstáculos están en el camino de tal resultado. Pero porque es
ahora apenas posible ver nuestro camino a través de esto, para nada
significa que no puedan superarse. Son inventos morales, al igual que
físicos. Y sucede frecuentemente que los medios con que se consigue al
final cierta desiderata social, se prevén tan poco como los dispositivos
mecánicos de una generación por la anterior. Toma la Railway Clearing House
por ejemplo. Por lo tanto no es mucho esperar que bajo la presión de la
necesidad social, y el estímulo de interés propio, se descubran métodos
satisfactorios de combatir tales dificultades.
Sin embargo, cualquier duda que aún se considere en el tema no influye
en contra de nuestro principio general. Está claro que la restricción puesta
en la libertad de comercio, prohibiendo fundaciones de envío de cartas, es
una violación del deber de Estado. También está claro que si se abolieran
ALDO EMILIANO LEZCANO
369
esas restricciones, un sistema postal natural crecería finalmente, pudiendo
sobrepasar en eficiencia a los existentes. Y está más claro que si no pudiera
sobrepasarlo, el sistema existente continuaría correctamente; porque, como
se dijo primero, la realización de las funciones postales por el Estado no
está intrínsecamente en desacuerdo con la realización de su función
principal.
§3
La ejecución del Gobierno de lo que normalmente se llama trabajos
públicos, como faros, puertos de refugio, etc., insinuando, como lo hace, la
imposición de impuestos para otros propósitos aparte de mantener los
derechos de los hombres, es tan prohibido por nuestra definición del deber
del Estado, como lo es un sistema de educación nacional, o un sistema
religioso. Ni es esta inferencia inamovible realmente una inconveniente; sin
embargo al principio puede parecerlo. El agente a través del que estas
necesidades menores se satisfacen ahora, no es el único agente competente
para satisfacerlas. Dondequiera que exista una necesidad, también existirá
un impulso para conseguir que se realice, y este impuso seguro, al final,
producirá la acción. En el caso actual, como en otros, lo que es beneficioso
para la comunidad como un todo, se volverá el interés privado a llevar a
cabo por alguna parte de la comunidad. Y como este interés privado ha sido
tan eficiente al proveer de carreteras, canales, y vías ferroviarias, no hay
razón por la que no sería un proveedor igualmente eficiente de refugio,
faros, y todos los aparatos análogos. Incluso si no hubiera clases cuyos
intereses privados fueran ayudados al ejecutar tales trabajos, esta deducción
se debe defender aún. Pero hay tales clases. Dueños de barcos y
comerciantes tienen un motivo directo y siempre alerta para disminuir los
peligros de la navegación; y si no aprendieran de la costumbre de buscar la
ayuda del Estado, se unirían rápidamente para establecer salvaguardias. O,
posiblemente, se anticiparían a través de una unión del Marine Insurance
Offices (instituciones protectoras, originadas por interés personal). Pero
inevitablemente, de una manera u otra, la abundancia de grupos interesados,
y la gran suma de capital en riegos, garantizarían tomar todas las
precauciones necesarias. Esa empresa que construye los muelles de
Londres, Liverpool, y Birkenhead — que está cercando el Wash — que
recientemente recorrió el Atlántico a vapor — y que ahora está
ALDO EMILIANO LEZCANO
370
estableciendo el telégrafo eléctrico a través del Canal — es seguro que se
preparará contra de las eventualidades de la navegación costera.
ALDO EMILIANO LEZCANO
371
ALDO EMILIANO LEZCANO
372
ALDO EMILIANO LEZCANO
373
PARTE IV
ALDO EMILIANO LEZCANO
374
ALDO EMILIANO LEZCANO
375
CAPÍTULO XXX.
CONSIDERACIONES GENERALES.
§l
La filosofía social puede dividirse acertadamente (como ha sido la
economía política) en estática y dinámica; la primera tratando del equilibrio
de una sociedad perfecta, la segunda de las fuerzas con que la sociedad
avanza hacia la perfección. Determinar qué leyes debemos obedecer para
obtener la completa felicidad es el objetivo de la primera, mientras que el de
la otra es analizar las influencias que nos están habilitando para obedecer
estas leyes. Hasta ahora nos hemos preocupado principalmente con las
estáticas, tocando las dinámicas solo ocasionalmente con propósito de
aclaración. Ahora, sin embargo, las dinámicas reclaman especial atención.
Algunos de los fenómenos del progreso a los que ya nos hemos referido
que necesitan más explicación, y muchos otros asociados con ellas faltan
por ser reconocidos. Hay también varias consideraciones generales no
admisibles en los capítulos anteriores, que pueden incluirse aquí
adecuadamente.
§2
Primero déjanos señalar, que el camino de la civilización probablemente
no hubiera podido ser otra diferente del que es. Si un estado social perfecto
se hubiera establecido de inmediato; y por qué, si hubiera sido, no lo fue —
por qué durante innumerables épocas el mundo solo se ha llenado con
criaturas inferiores — y por qué se dejó a la humanidad para adecuarla a la
vida humana limpiándolo de estas — son preguntas que no se necesitan
discutir aquí. Pero dada una tierra indomada; dado un ser — hombre,
designado a extenderse y ocuparla; dadas las leyes de la vida como son;
ningunas otras series de cambios que las que han tenido lugar, podrían
haber sucedido.
ALDO EMILIANO LEZCANO
376
Hay que recordar, que el propósito definitivo de la creación — la
producción de la mayor cantidad de felicidad — solo puede conseguirse
bajo ciertas condiciones fijas. Cada miembro de la raza que realice esto,
debe estar dotado con facultades que le permitan recibir el mayor disfrute
de la acción de vivir, pero debe estar de tal manera constituido que pueda
obtener total satisfacción de cada deseo, sin disminuir el poder de otros e
obtener la misma satisfacción; es más, para conseguir el propósito
perfectamente, se debe derivar placer de ver el placer en otros. Ahora, para
los seres así constituidos para multiplicarse en un mundo ya ocupado por
criaturas inferiores — criaturas que deben ser desalojadas para hacer sitio
— es una imposibilidad obvia. Pero por definición a tales seres les debe
faltar todo deseo de exterminar las razas a las que tienen que suplantar.
Ellas, de hecho, deben tener aversión a exterminarlas, porque la habilidad
de derivar placer de ver placer, conlleva la carga de dolor al ver dolor: la
compasión que afecta a cualquiera de estos resultados, simplemente
teniendo de función el reproducir las emociones observadas,
independientemente de su tipo. Evidentemente, entonces, no teniendo
deseo de destruir — destruir dándoles, por otro lado, sensaciones
desagradables — estos seres hipotéticos, en vez de subyugar y extenderse
por la tierra, deben convertirse ellos mismos en presas de las criaturas ya
existentes, en el que el deseo destructivo predomina. ¿Cómo son entonces
las circunstancias del caso a encontrarse? Evidentemente en hombre
indígena tiene una constitución adaptada para el trabajo que tiene que
realizar, unida a una capacidad dormida de desarrollarse en el hombre
definitivo cuando las condiciones de la existencia lo permitan. Para el fin
que él pueda preparar la tierra para sus futuros habitantes — sus
descendientes, debe poseer un carácter que le adecue a limpiarla de razas
que hagan peligrar su vida, y razas que ocupen el espacio necesario para el
ser humano. Por lo tanto tiene que tener un deseo de matar, porque es una
ley universal de la vida que a cada acción necesaria le corresponde una
gratificación, el deseo que debe servir como un estímulo. Debe además estar
desprovisto de compasión, o debe tener solo su germen, porque de otra
manera estaría incapacitado para su oficio destructivo. En otras palabras,
debe ser lo que llamamos un salvaje, y se le debe dejar para que adquiera la
idoneidad para la vida social mientras que la conquista de la tierra haga la
vida socia posible.
Cualquiera que piense que una comunidad completamente civilizada
puede ser formada por hombres cualificados para hacer la guerra con los
ocupantes pre-existentes de la tierra — esto es, quienquiera que piense que
ALDO EMILIANO LEZCANO
377
el hombre puede comportarse comprensivamente con sus compañeros,
mientras que se comporta indolente hacia criaturas inferiores, descubrirá su
error al mirar los hechos. Encontrará que los seres humanos son crueles los
unos con los otros, en proporción a sus costumbres depredadoras. El indio,
que pasa la vida perseguido, se deleita en torturar a sus hermanos tanto
como en un juego de matar. Sus hijos son instruidos en la fortaleza a través
de largos días de tormento, y su piel roja se hace prematuramente vieja por
el maltrato. La traición y ansias de venganza que los bosquimanos y
australianos se muestran entre ellos y a los europeos, son el
acompañamiento de esa enemistad incesante que existe entre ellos y los
habitantes de la naturaleza. Entre naciones parcialmente civilizadas las dos
características nunca han llevado la misma relación. Así los espectadores de
los anfiteatros romanos se deleitaban tanto por el asesinato de los
gladiadores como por las peleas a muerte con bestias salvajes. Las épocas en
las que Europa estaba escasamente poblada, y cazar una ocupación
principal, fueron también las épocas de la violencia feudal, bandolerismo
universal, mazmorras, tortura. Aquí en Inglaterra una provincia entera
despoblada para hacer conservar la caza, y una ley sentenciando a muerte al
sirviente que matara un venado, muestra como coexistían una gran actividad
del instinto depredador y total indiferencia a la felicidad humana. Días
después, cuando el atormentar a toros y las peleas de gallos eran
pasatiempos comunes, el código penar era mucho más severo que ahora; las
prisiones estaban llenas de horrores; los hombres puestos en la picota eran
maltratados por el populacho; y los pacientes de los asilos de locos,
encadenados desnudos a la pared, se exhibían por dinero; y atormentados
para la diversión de los visitantes. En cambio, entre nosotros un deseo de
disminuir la miseria humana se acompaña de un deseo de mejorar la
condición de criaturas inferiores. Mientras que el sentimiento más amable
del hombre se ve en toda variedad de esfuerzo filantrópico, en sociedades
caritativas, en asociaciones para mejorar las viviendas de la clase trabajadora,
en preocupación por la educación popular, en intento de abolir la pena
capital, en el entusiasmo por reforma moderada, en escuelas para niños
indigentes, en el esfuerzo de proteger a los aprendices de deshollinador, en
investigaciones con respecto «al trabajo y los pobres,» en los fondos de
emigración, el trato amable a los niños, etc., también se muestra en las
sociedades para prevenir la crueldad hacia los animales, en leyes de
parlamento para acabar con el uso de perros para tirar, en la condena de
carreras de vallas y battues, en la última pregunta por qué los perseguidores
de un ciervo no deberías ser castigados tanto como el carretero que maltrata
ALDO EMILIANO LEZCANO
378
a sus caballo, y finalmente, en vegetarianismo. Además, para completar la
evidencia, tenemos el hecho de que el hombre, parcialmente adaptado al
estado social, retrocede al ser colocado en circunstancias que provocan las
antiguas inclinaciones. El barbarismo de los colonos, que viven bajo
condiciones indígenas, se observa universalmente. Los antiguos colonos de
América, entre los que prevalecen asesinatos sin vengar, duelos de rifles, y la
ley de Lynch — o, aún mejor, los tramperos, que llevando una vida salvaje
descendieron a hábitos salvajes, a arrancar el cuero cabelludo, y
ocasionalmente incluso al canibalismo — lo ejemplifican suficientemente.
Pero, de hecho, sin recoger de un campo tan amplio, ejemplos de la
verdad de que el comportamiento del hombre hacia animales inferiores y su
comportamiento con otros, lleva una relación constante, se vuelve claro que
tal es el hecho, al observar que los mismos impulsos gobiernan en ambos
casos. El deseo ciego de infligir sufrimiento, no distingue entre las criaturas
que muestran ese sufrimiento, sino que obtiene gratificación
indiferentemente de la agonía de bestias y seres humanos — se deleita
igualmente en preocupar a un bruto, y en poner a un prisionero en el potro.
En cambio, la compasión que previene a su poseedor de infligir daño, que
le hace evitar el dolor, y que provoca que dé felicidad que puede volver de
nuevo a él, es igualmente común. Como ya se ha dicho que es simplemente
reproducir en un ser las emociones mostradas en otros seres; y cada uno
debe haberse dado cuenta de que saca placer de la vivacidad de un perro
recién desencadenado, o provoca pena en una bestia de carga maltratada,
tan inmediatamente como genera empatía con las alegrías y tristezas del
hombre.
Así que solo al darnos alguna constitución mental completamente
diferente se ha alterado el proceso de civilización. Supón que el esquema
creativo debe originarse a través de medios naturales, y es necesario que el
hombre primitivo sea uno cuya felicidad se obtiene a expensas de la
felicidad de otros seres. Es necesario que el hombre definitivo sea uno que
pueda obtener la felicidad perfecta sin reducir la felicidad de otros. Después
de conseguir su propósito designado, la primera de estas constituciones
debe moldearse hasta el último. Los múltiples males que ha llenado el
mundo durante estos miles de años — las muertes, esclavitud, y robos —
las tiranías de los gobernadores, la opresión de clase, la persecución de
sectas y grupos, las encarnaciones multiformes del egoísmo en leyes justas,
costumbres bárbaras, tratos deshonestos, modales selectos, y demás — son
simples ejemplos del trabajo desastroso de esta constitución original y una
vez necesaria, ahora que el hombre ha crecido en condiciones para las que
ALDO EMILIANO LEZCANO
379
no está preparado — no son más que síntomas del sufrimiento que
acompaña la adaptación de la humanidad a sus nuevas circunstancias.
§3
¿Pero por qué, se debe preguntar, ha sido esta adaptación tan lenta?
Juzgando desde la rapidez en que las costumbres se forman en el individuo,
y viendo como esos hábitos, o mejor dicho las tendencias latentes hacia
ellos, se vuelven hereditarias, parece que la modificación necesaria se
debería haber completado hace bastante. ¿Cómo, entonces, tenemos que
entender este retraso?
La respuesta es que las nuevas condiciones en las que la adaptación ha
tenido lugar han crecido despacio. Solo cuando una revolución en
circunstancias es tanto marcada y permanente, da paso a una alteración de
carácter decisiva. Si la exigencia de incremento de poder en una habilidad
particular es grande e incesante, el desarrollo continuará en una velocidad
proporcionada. Y, al contrario, habrá una disminución apreciable en la
habilidad totalmente privada de ejercicio. Pero las condiciones de la vida
humana no han sufrido cambios lo suficientemente repentinos para
producir estos resultados inmediatos.
Así, nota en primer lugar, que la guerra entre hombre y las criaturas
enemistadas con él ha continuado hasta el presente, y en una gran porción
del globo aún continúa. Nota, además, que donde las inclinaciones
destructivas han conseguido casi su propósito, y están a punto de perder su
satisfacción, se crean una esfera artificial de ejercicio preservando la caza y
se mantienen en una actividad en la que de otra forma se hubieran vuelto
inactivos. Pero date cuenta, principalmente, que la antigua disposición
depredadora se mantiene sola en cierto sentido. Genera entre hombre y
hombre una relación hostil, similar a la que genera entre hombres y
animales inferiores; y haciéndolo así se provee de una fuente duradera de
emoción. Esto sucede inevitablemente. Los deseos de actuar salvajemente,
como hemos visto, indiscriminadamente, necesariamente le lleva a
continuas ofensas contra sus compañeros, y en consecuencia, a un
antagonismo interminable. Y así convertidos por sus constituciones en
enemigos mutuos, a la vez que enemigos con las razas inferiores, el hombre
mantiene viva en otros las viejas tendencia, después de que su necesidad
original haya cesado en gran medida.
ALDO EMILIANO LEZCANO
380
Hasta el momento, entonces, el carácter humano solo ha cambiado
lentamente, porque ha sido sometido a dos grupos de condiciones opuestas.
Por un lado, la disciplina del estado social le ha estado desarrollando en una
forma compasiva; mientras que por otro, la necesidad de autodefensa
parcialmente del hombre contra el salvaje, parcialmente de hombre contra
hombre, y parcialmente de sociedades las unas contra las otras, ha estado
manteniendo la antigua forma indolente. Y solo donde la influencia del
primer grupo de condiciones ha sobrepasado la de la otra, y entonces solo
en proporción al exceso, tiene lugar la modificación. Entre las tribus que
han mantenido las características antisociales de los otros en plena actividad
a través de conflictos contantes, el avance no es posible. Pero donde la
guerra contra hombre y bestia ha dejado de ser continuo, o donde se
emplea solo por una parte de la gente, los efectos de vivir en el estado
asociado se ha vuelto más grande que los efectos de antagonismos bárbaros,
y resultó el progreso.
Considerado esto, la civilización ya no parece ser un desarrollo regular de
un plan específico; más bien parece un desarrollo de las capacidades latentes
del hombre bajo la acción de circunstancias favorables; circunstancias
favorables, date cuenta, que en algún momento u otro era seguro de que
ocurrirían. Aquellas influencias complejas subyacentes de los órdenes más
altos del fenómeno natural, pero más específicamente aquellos subyacentes
al mundo orgánico, trabajan subordinados a la ley de probabilidad. Una
planta, por ejemplo, produce miles de semillas. La mayor parte de estas son
destruidas por criaturas que viven de ellas, o caen en lugar donde no puede
germinar. De las plantas jóvenes de aquellas que germinan, muchas son
asfixiadas por sus vecinas, otra son plagadas por insectos, o comidas por
animales; y en el promedio de los casos, solo una de ellas produce un espécimen
perfecto de su especie, que, escapando todos los peligros, hace madurar
suficientes semillas para continuar la especie. Así lo es también con cada
tipo de criatura. Así lo es también, como muestra el Sr. Quetelet, con el
fenómeno de la vida humana. Y así lo era incluso con la germinación y
crecimiento de la sociedad. Las semillas de la civilización existentes en el
hombre salvaje, y distribuidas por la tierra a través de su multiplicación, se
aseguraron en el lapso del tiempo para caer por doquier en circunstancias
apropiadas para su desarrollo; y a pesar de todos las plagas y desarraigos, se
aseguraron, a través de una repetición suficiente de estos sucesos, de
originar al final una civilización que sobreviviera todos los desastres y
llegara a la perfección.
ALDO EMILIANO LEZCANO
381
§4
Mientras que la continuación del antiguo instinto depredador después del
cumplimiento de su propósito original, ha retrasado la civilización alzando
las condiciones en desacuerdo con aquellas de la vida social, ha ayudado a la
civilización limpiando la tierra de razas inferiores de hombres. Las fuerzas
que están elaborando el gran esquema de la felicidad perfecta, sin tomar en
cuenta el sufrimiento casual, exterminan tales partes de la humanidad que
están en su camino, con la misma dureza que extermina las bestias de caza y
manadas de rumiantes inútiles. Sea un ser humano, o sea un salvaje, se debe
deshacer del obstáculo. Justo como el salvaje ha tomado el lugar de las
criaturas inferiores, así debe, si ha permanecido demasiado siendo salvaje,
dar paso a su superior. Y, observa, es necesario para su superior que, en la
mayoría de los casos, lo reemplace. ¿Cuáles son los prerrequisitos para una
raza conquistadora? Fuerza numérica, o un sistema mejorado de guerra;
ambos son indicadores de progreso. La fuerza numérica implica ciertos
antecedentes civilizados. La carencia de caza puede haber hecho necesaria la
actividad agrícola, y así hacer posible la existencia de una mayor población;
o la distancia de otras tribus ha vuelto menos frecuente la guerra, y así ha
prevenido su perpetua aniquilación; o la superioridad accidental sobre las
tribus vecinas, puede haber llevado a la subyugación final y esclavitud de
estas: en cualquiera de los casos la condición pacífica resultante, debe haber
permitido que el progreso comenzara. Evidentemente, por lo tanto, desde el
principio, la conquista de un pueblo por otro ha sido, en lo principal, la
conquista del hombre social sobre el hombre antisocial; o, estrictamente
hablando, del más adaptado sobre el menos adaptado.
De otra manera, también la prolongación del carácter indolente ha
ayudado indirectamente a la civilización mientras que ha dificultado
directamente; específicamente, dando paso a la esclavitud. Se ha observado
— y, al parecer, suficientemente — que solo a través de tal coerción
astringente como se ha ejercido sobre el hombre mantenido en esclavitud,
se podría haber desarrollado el poder necesario de aplicación continua.
Desprovisto de esto, como de los hábitos de la vida en los que estaba por
fuerza el hombre primitivo (y como, de hecho, especies existentes
muestran), probablemente se requería la disciplina más severa continuada
por muchas generaciones para hacer que se rindiera a las necesidades de un
nuevo estado. Y si es así, el egoísmo bárbaro que mantenía esta disciplina,
ALDO EMILIANO LEZCANO
382
debe considerarse como si tuviera un beneficio colateral, aunque él mismo
fuera tan malo.
Que no se alarme el lector. Que no tema que estos reconocimientos
justifiquen nuevas invasiones y opresiones. Ni deje que nadie que se imagine
que le han llamado para hacer el papel de la Naturaleza en este asunto,
proporcionando disciplina a los negros vagos y otros, suponiendo que estos
asuntos del pasado servirán de precedentes. Correctamente entendido, no
servirán de precedentes. Correctamente entendido, no harán tales cosas.
Esa etapa de la civilización durante la que la suplantación forzosa del débil
por el fuerte, y los sistemas de coacción salvaje, son en conjunto ventajosos,
es una etapa que espontáneamente y necesariamente da lugar a estas cosas.
No es por la búsqueda de conclusiones razonadas con calma con respecto a
la intención de la naturaleza que el hombre conquista y esclaviza a sus
compañeros — no es que repriman sus amables sentimientos para favorecer
la civilización; sino que tal y como está constituidos se preocupan poco del
sufrimiento que están infringiendo en la búsqueda de la gratificación, e
incluso piensan que el logro y ejercicio del control es honorable. Tan
pronto, sin embargo, como se alza una percepción de que estas
subyugaciones y tiranías no son correctas — tan pronto como el
sentimiento que les repugna se vuelve suficientemente poderoso para
contenerlos, es el momento para que se detengan. La cuestión en conjunto
depende de la cantidad de sentido moral que el hombre posee; o, en otras
palabras, del grado de adaptación al estado social que han sufrido. La
inconsciencia de que hay algo incorrecto en la exterminación de razas
inferiores, o reducirles malamente a la esclavitud, presupone un estado casi
rudimentario de la compasión del hombre y su sentido de los derechos
humanos. Las opresiones que infligen y sostienen, no son, entonces,
perjudiciales a su carácter — no retrasa en ellos el crecimiento de los
sentimientos sociales, porque estos no han alcanzado aún un desarrollo lo
suficientemente grande para ofenderse por tales hechos. Y de ahí las ayudas
dadas a la civilización al limpiar la tierra de sus habitantes menos avanzados,
y obligando al resto a adquirir costumbres laborales, se da sin que la
adaptación moral reciba ninguna verificación correspondiente. Totalmente
contrario es, sin embargo, cuando la atrocidad de estas formas de injusticia
comienza a reconocerse. Entonces el tiempo prueba que el antiguo régimen
ya no es el adecuado. No se pueden hacer más progresos hasta que lo que
se ha sentido mal recientemente se haya eliminado o reducido. Si fuera
posible bajo tales circunstancias mantener las pasadas instituciones y
prácticas (que, afortunadamente, no lo es), sería a expensas de una continua
ALDO EMILIANO LEZCANO
383
insensibilización de la conciencia del hombre. El sentimiento cuyo
predominio da posibilidad a un estado social avanzado sería reprimido —
mantenido en un nivel con las antiguas disposiciones, en la suspensión de
todos los progresos adicionales; y antes de que aquellos que han crecido
más allá de uno de esos estados experimentales pueda reestablecerlo, deben
continuar ese carácter inferior del que era natural. Antes de que la
servidumbre forzada pudiera ser establecida de nuevo para la disciplina
laboral de ochocientos mil negros jamaicanos, los treinta millones de
ingleses blancos que lo establecieron tendrían que involucionar en todo —
en honradez, fidelidad, generosidad, honestidad, e incluso en estado
material; ya que disminuir el sentido moral del hombre es disminuir su
idoneidad para actuar juntos, y por lo tanto, volver irrealizables las
organizaciones de producción y distribución. Esto es otro ejemplo de la
perfecta economía de la naturaleza. Mientras que no se percibe la injusticia
de las conquistas y esclavismo, es beneficiosa en su conjunto; pero tan
pronto como se siente que está en desacuerdo con la ley moral, su
continuación retrasa la adaptación en una dirección, más de lo que la
fomenta en el otro: un hecho que nuestro nuevo predicador de la antigua
doctrina, que la fuerza es correcta, puede considerar provechosamente un
poco.
§ 5
Contrastadas como están sus unidades, las comunidades primitivas y
adelantadas deben diferir en los principios de su estructura. Como otros
organismos, el organismo social tiene que pasar en el curso de su desarrollo
a través de formas temporales, en que varias de sus funciones se realizan a
través de aplicaciones destinadas a desaparecer tan rápido como la
aplicación definitiva se vuelva eficiente. La humanidad asociada tiene
apéndices larvarios análogos a aquellos de criaturas individuales. Como el
tritón común de nuestros estanques, los pulmones externos o branquias
disminuyes hasta desaparecer cuando los pulmones internos han madurado;
y como mientras que la fase embrionaria de los vertebrados superiores,
aparecen órganos temporales, sirven a un propósito durante un tiempo, y
son reabsorbidos posteriormente, dejando solo signos de haber estado; así,
en la forma más temprana del cuerpo político existen instituciones que
ALDO EMILIANO LEZCANO
384
después de responder a sus fines durante un tiempo son sustituidos y se
extinguen.
Pero instituciones caducas implican sentimientos caducos. Dependientes
como son del carácter popular, los sistemas políticos establecidos no
pueden morir hasta que el sistema que los mantiene muera. De ahí durante
el aprendizaje del hombre para el estado social debe predominar en él algún
impulso que corresponda a los arreglos necesarios; cuyo impulso disminuye
mientras que la organización de prueba que lo hace posible, se funde en la
organización definitiva. La naturaleza y funcionamiento de este impulso
requiere ahora nuestra atención.
§6
«Tenía un respeto tan grande por la memoria de Enrique IV,» dijo el
célebre ladrón y asesino francés Cartouche, «que si una víctima que
estuviera persiguiendo se hubiera refugiado bajo su estatua en Puente
Nuevo, le hubiera perdonado la vida». Un ejemplo apropiado, este, de la
coexistencia del profundo culto al héroe con el salvajismo más extremo, y
de los medios que el culto al héroe se permite por medio de los cuales el
salvaje debe ser gobernado. La necesidad de tal sentimiento para mantener
juntos a los hombres mientras que aún son tan indolentes, se ha mostrado
en otro lugar. Para que el hombre antisocial se transforme en el hombre
social, debe vivir en el estado social. ¿Pero cómo se puede mantener una
sociedad cuando, según la hipótesis, los deseos agresivos de sus miembros
la destruyen? Evidentemente sus miembros deben poseer una tendencia que
contrarreste con la que mantenerse en el estado social a pesar de la
incongruencia — que les hará someterse a la limitación impuesta — y que
disminuirá mientras que la adaptación a las nuevas circunstancias vuelve la
limitación menos necesaria. Tal tendencia al contrarreste es la que tenemos
en el mismo sentimiento del culto al héroe; un sentimiento que lleva al
hombre a postrarse delante de cualquier manifestación de poder, sea un
jefe, un señor feudal, rey, o gobierno constitucional, y les hace actuar en
subordinación a ese poder.
Hechos ilustrando esta presunta conexión entre la fuerza del culto al
héroe y la fuerza de las tendencias agresivas, junto con otros hechos
ilustrando el decline simultáneo de ambos, se dieron cuando el tema se
discutió por primera vez. Ahora, sin embargo, debemos examinar
ALDO EMILIANO LEZCANO
385
apropiadamente la evidencia en detalle. La proposición es, que en
proporción en que los miembros de una comunidad son bárbaros, es decir,
en proporción en que muestran una falta de sentido moral al buscar
gratificación a expensas de otros, en la misma proporción mostrarán
profunda reverencia por la autoridad. ¿Cuáles son, ahora, los varios
indicadores del sentido moral deficiente? Primero en la lista sobresale
indiferencia por la vida humana; después, violación habitual de la libertad
personal; después de esa, robo, y la deshonestidad relacionada con esto.
Cada una de estas, si la teoría anterior es verdad, debemos encontrarlas más
predominantes cuando el temor al poder es más profundo.
Bueno, ¿no es un hecho que la sumisión servil al gobierno despótico
florece hombro con hombro con la práctica de sacrificios humanos,
infanticidio, y asesinato? Encontramos satíes y thugs entre una raza que
siempre han sido esclavos abyectos. En algunas de las islas pacíficas, donde
la inmolación de niños a ídolos, y el entierro de los padres vivos, es común,
«tan grande es la veneración al liderazgo hereditario que a menudo está
conectado con la idea de poder Divino». El total absolutismo coexiste
uniformemente con el canibalismo. Podemos leer sobre hecatombes
humanas en conexión con la postración más extrema de súbditos a
gobernantes. En Madagascar, donde los hombres son ejecutados en las
ocasiones más significantes, y donde la costa está decorada con calaveras
clavadas en picas, la gente está gobernada con las máximas más severas de la
ley feudal, a través de caciques absolutos bajo una monarquía absoluta. Los
cazadores de cabezas dayakes de Borneo tienen tiranos mezquinos sobre
ellos. Hay un gobierno autocrático, también para las razas mongolas
sedientas de sangre. Prueba tanto positiva como negativa de esta asociación
es dada por el Sr. Grote, donde dice, «En ninguna ciudad de la Grecia
histórica predominó ni los sacrificios humanos ni mutilaciones deliberadas,
como cortar la nariz, orejas, manos, pies, etc., o la castración, o vender a los
hijos como esclavos, o la poligamia, o el sentimiento de obediencia ilimitada hacia
un hombre; todas ellas costumbres, que pueden señalarse como existentes
entre los cartagineses, egipcios, persas, tracios, etc., contemporáneos». Si
consultamos la historia medieval, junto con la lealtad fuertemente
manifestada, hay combates judiciales, derecho de guerra privada, portar
constantemente armas, martirios y masacres religiosas, etc., para probar que
se tenía menos respeto por la vida que ahora. Echando un vistazo sobre la
Europa moderna, encontramos los asesinatos de Italia, las crueldades de los
croatas y checos, y las carnicerías austriacas, ilustrando la relación. Mientras,
ALDO EMILIANO LEZCANO
386
entre nosotros, la disminución de la reverencia por la autoridad ha ocurrido
a la vez que la disminución de las crueldades en nuestro código criminal.
Que las violaciones de la libertad personal son mayores donde el temor
al poder es mayor, es de alguna manera un tópico, viendo que la
servidumbre forzada, a través de la que solo la extensa violación de la
libertad humana se puede hacer, es imposible, a no ser que el sentimiento
del culto al poder sea fuerte. Así, los antiguos persas nunca hubieran
permitido ser considerados la propiedad privada de sus monarcas, si no
hubiera sido por la influencia arrolladora de este sentimiento. Pero que tal
sumisión está asociada con un defecto del sentido moral, se ve mejor en la
verdad reconocida de que la buena disposición para encogerse se acompaña
de una buena disposición para tiranizar. Los sátrapas gobernaron sobre el
pueblo al igual que sus reyes sobre ellos. Los ilotas no fueron más
coaccionados por sus señores espartanos que estos en cambio por su
oligarquía. De los serviles hindúes se nos dice que «se indemnizan por su
pasividad a sus superiores a través de su tiranía, crueldad, y violencia hacia
aquellos en su poder». Durante la época feudal, mientras que la gente eran
hombres vinculados a los nobles, los nobles era vasallos de sus reyes, sus
reyes al papa. En Rusia, en el momento actual, a la aristocracia le da órdenes
el emperador casi igual que ellos mismos dan órdenes a sus siervos. Y
cuando a estos hechos le añadimos el significante que hemos tratado en
otro lugar, que el tratamiento de las mujeres por parte de sus hombres, y los
niños por sus padres, ha sido tiránico en proposición a como la
servidumbre de los súbditos hacia los gobernantes ha sido extrema,
tenemos prueba suficiente de que el culto al héroe es más fuerte donde hay
menos consideración por la libertad humana.
Existe evidencia igualmente abundante de que el predominio del robo se
asocia de igual manera con un predominio de la facultad de producir lealtad.
Los libros de viajes dan prueba de que entre las razas incivilizadas el hurto y
el poder irresponsable de los jefes coexisten. La misma asociación de
engaño y obediencia se encuentra entre gente más avanzada. También es así
con los hindúes, con los cingaleses, y con los habitantes de Madagascar. La
piratería de los malayos, y de los chinos, y de las costumbres depredadoras
de las razas árabes continuadas durante mucho tiempo, tanto por tierra
como por mar, existe en conjunción con la obediencia a una ley despótica.
«Una cualidad,» dice Kohl, «que muestran los letones, con todas las tribus
esclavizadas, es una gran disposición al robo». Los rusos, a quienes adorar a
su emperador es un lujo necesario, confiesan abiertamente de que son
tramposos, y se ríen de sus confesiones. Los polacos, cuyo servil saludo es,
ALDO EMILIANO LEZCANO
387
«Me tiro a tus pies,» y cuyos nobles son avergonzados por los judíos y
ciudadanos, y estos a su vez por la gente, no son famosos por la honradez.
Volviendo a las razas superiores, encontramos que ellas, también, han
pasado a través de fases en que esta misma relación de características se
marcó con fuerza. Así, las épocas cuando el vasallaje de los sirvientes a los
barones feudales era más fuerte, fueron épocas de rapiña universal «En
Alemania una gran proporción de la nobleza rural vivió del robo;
construidos sus castillos con una consideración especial para esta
ocupación, e incluso por los eclesiásticos.
tt
Los burgueses eran
desplumados, las ciudades de vez en cuando saqueadas, y los judíos fueron
torturados por su dinero. Los reyes eran tan ladrones como el resto. Ponían
las manos violentamente encima de los bienes de sus vasallos, como John
de Inglaterra, o Felipe Augusto de Francia; engañaban a sus acreedores
devaluando la moneda; marcaban los caballos de los hombres sin pagar por
ellos; y se apoderaron de los bienes de los comerciantes, los vendieron, y se
quedaron con una gran parte de las ganancias. Al mismo tiempo, mientras
que los saqueadores infestaban la tierra, los piratas cubrían el mar, Cinco
Puertos y Saint Maloe siendo el cuartel general de aquellos infestando el
canal de la Mancha.
Entre estos días y los nuestros, el decline gradual de la realeza — como
se muestra en la extinción de las relaciones feudales, en el abandono del
derecho divino del rey, en la reducción del poder de la monarquía,
clemencia relativa con que la traición se castiga ahora — ha acompañado a
un incremento gradual igual de la honestidad, y de la consideración de las
vidas y libertades de la gente. En tanto que les falta a los hombres respeto
por los derechos de los demás, así aún están impregnados con el respeto
por la autoridad; e incluso podemos rastrear la partes existentes el índice
constante conservado entre estas características. Se ha mostrado, por
ejemplo, que los trabajadores sin cualificación de las metrópolis, quienes, en
vez de entretenerse con opiniones democráticas violentas, parecen no tener
opiniones políticas, o, si lo piensan, en vez de eso se inclinan a mantener
«las cosas como están,» y parte de los que (los que cargan carbón en los
barcos) están extremadamente orgullosos de haber acudido a un hombre el
10 de abril de 1848, y haberse convertido en agentes de policía voluntarios
para «mantener la ley orden» el día de la gran Demostración Cartista, — se
tt
«Un arzobispo de Colonia habiendo construido una fortaleza de este tipo, el gobernador
preguntó como iba a mantenerlo él mismo, sin ingresos asignados para tal propósito. El
prelado solo le deseo que observara que el castillo estaba situado cerca de un cruce de
cuatro caminos.» — La Edad Media de Hallam
ALDO EMILIANO LEZCANO
388
ha mostrado que estos mismos trabajadores sin cualificación constituye la
clase más inmoral. Los informes prueban que son nueve veces más
deshonestos, cinco veces más borrachos, y nueve veces más salvajes
(mostrado por los ataques), que el resto de la comunidad. De la misma
importancia es la observación respecto a presidiarios, citado y confirmado
por el Capitán Maconochie, que «un buen prisionero (por ejemplo uno
obediente) es normalmente un mal hombre
uu
Si, de nuevo, nos volvemos a
los periódicos que circulan alrededor de la corte, y la crónica de los
movimientos de la alta costura, que atribuyen las calamidades nacionales a la
omisión de un nuevo título real a una nueva moneda, y que se disculpa por
los déspotas continentales; leemos en ellos excusa para la guerra y las
armadas permanentes, burlándose de «los traficantes de la paz,» defensa de
la pena de muerte, condenas de liberación popular, diatriba contra la
libertad de intercambio, júbilo ante los robos territoriales, y defensa del
embargo de impuestos de la iglesia: muestran que, donde la creencia en la
que lo sagrado de la autoridad persiste más, la creencia en lo sagrado de la
vida, de libertad, y de propiedad, se muestra menos.
§ 7
El hecho que, durante la civilización, el culto al héroe y el sentido moral
varían a la inversa, es simplemente el anverso del hecho ya señalado, que la
sociedad es posible solo mientras que continúe haciendo esto. Si hubiera
una veneración insuficiente por la Ley Divina, debería haber una veneración
suplementaria por la ley humana; de otra manera habría una anarquía
completa o salvajismo. Evidentemente, si los hombres tienen que vivir
juntos, la ausencia de un poder interno para gobernase correctamente los
unos con los otros, necesita la presencia de poder externo para reforzar tal
comportamiento para poder hacer la asociación soportable; y este poder
solo se puede volver operativo manteniendo el temor. Así que las razas
salvajes carentes del sentimiento productor de lealtad no puede entrar en un
estado civilizado; sino que tienen que ser suplantados por otros que puedan.
Y a continuación de esto resulta, que si en cualquier comunidad disminuye
la lealtad a un índice mayor en que aumenta la igualdad, se alzará una
tendencia hacia la disolución social — una tendencia que la población de
París amenaza con ilustrar.
uu
Ver folletos en el Mark System of Discipline (Sistema de Puntos para la Disciplina)
ALDO EMILIANO LEZCANO
389
Qué necesaria vuelve la prolongación de un egoísmo salvaje la
prolongación de una cantidad equilibrada del culto al poder, puede sentirse
diariamente. Escucha las conversaciones de los hombres sobre sus asuntos;
examina dentro de las prácticas comerciales; lee sobre las cartas comerciales;
o haz que un abogado te detalle sus conversaciones con los clientes:
encontrarás que en muchos casos la conducta depende, no de los que es
correcto, sino de lo que es legal. Mientras que «mantengan en el lado seguro
de la ley,» la gran mayoría no se modera apenas por el respeto a la estricta
rectitud. La pregunta a tu hombre común y mundial no es - ¿Debe el
demandante requerir tanto de mí? Si no — «¿Está enunciado en el pagaré?»
Si «una acción mentirá,» tal tomará suficientes acciones para obtener lo que
sabe que no tiene derecho; y si «la ley lo aprueba y la corte lo premia» se
embolsará todo lo que pueda sin escrúpulos. Cuando encontramos acciones
como estas habitualmente consideradas, y aquellos culpables de ellas
pasando por hombres respetables — cuando encontramos de esta manera
tantos que tratarían justamente a sus compañeros solo por obligación —
descubrimos qué necesario es el sentimiento del que el organismo impuesto
obtiene su poder.
Sin duda este sentimiento ha engendrado muchos males gigantescos,
alguno de los cuales aún cría. Las varias supersticiones que han prevalecido,
y que aún prevalecen, como las grandes cosas que pueden hacer las
legislaturas, y las desastrosas intromisiones que crecen de estas
supersticiones, se deben a esto. La veneración que produce la sumisión a un
gobierno, inevitablemente invierte en ese gobierno con cualidades
proporcionalmente altas; al ser en esencia una adoración al poder, puede ser
arrastrado con fuerza solo hacia quien o tiene el poder, o se cree que lo
tiene. De ahí, los antiguos engaños de que los gobernadores pueden fijar el
valor de la moneda, el precio de los salarios, y el precio de la comida. De
ahí, las falacias actuales sobre mitigar el sufrimiento, calmar las presiones
monetarias, y curar la sobrepoblación a través de la ley. De ahí, también, la
monstruosa doctrina, aunque mayormente recibida, de que una legislatura
puede tomar equitativamente la propiedad de una persona tanto, para tales
propósitos, como piense que es apropiado — para mantener las iglesias
estado, alimentar a los pobres, pagar profesores, fundar colonias, etc. Y de
ahí, por último, la creencia sorprendente de que una ley del parlamento
puede abolir una de los decretos de la Naturaleza — puede, por ejemplo,
volver criminar a un comerciante al comprar productos en Francia, y
traerlos aquí para venderlos, ¡mientras que la ley moral dice que es un
crimen impedírselo! ¡Como si la conducta pudiera volverse correcta o
ALDO EMILIANO LEZCANO
390
incorrecta a través de los votos de algunos hombres sentados en una sala en
Westminster! Aún, a pesar de todo esto — a pesar de las falsas teoría e
interferencias engañosas, las innumerables opiniones, desastres y miseria,
que llevan hasta él de un modo u otro, tenemos que admitir que su
adoración al poder ha realizado, y aún lo hace, una función muy importante,
y debe continuar ventajosamente mientras pueda.
§ 8
Que no puede durar más de lo necesario puede probarse de inmediato.
De una manera igualmente simple y perfecta está hecho para disminuir tan
rápido como para que se prescinda de ello. El propio sentimiento, cuya
minoría ejerce regencia sobre el hombre, se vuelve el destructor de su
poder. Entre el gobernador temporal y el legítimo final, hay un conflicto
incesante, en el que el declive en un lado se necesita para el crecimiento del
otro.
Como ya se ha mostrado, el sentido de los derechos, a través de cuyas
emociones empáticas guía al hombre a comportarse de forma justa hacia
otros, es el mismo sentido de los derechos que les provocan reafirmar sus
propios derechos — su propia libertad de acción — su propia libertad para
ejercer sus facultades, y resistirse a cada trasgresión. Este impulso no admite
ninguna limitación, salvo los impuestos por los otros sentimientos; y pone
en duda toda asunción de privilegio adicional hecha por cualquiera. Por
consiguiente, está en antagonismo perpetuo con un sentimiento que se
deleita con la subordinación. «Venera esta autoridad,» sugiere la adoración al
poder. «¿Por qué debería? ¿Quién me lo ha impuesto?» pregunta el instinto
de libertad. «Obedece,» susurra el primero. «Rebélate,» murmura el otro.
«Haré lo que su Alteza ordene,» dice uno conteniendo el aliento. «Diga,
señor,» grita el otro, «¿quién es usted, que puede mandar sobre mí?» «Este
hombre es designado de forma divina para gobernar sobre todos nosotros,
y por tanto debemos someternos,» argumenta el primero. «Yo digo que no,»
contesta el otro; «tenemos derecho a la libertad respaldados divinamente, y
es nuestro deber mantenerlos». Y así continua la controversia: siendo la
conducta determinada durante cada fase de la civilización por las fuerzas
relativas de dos sentimientos. Aunque todavía es demasiado débil para ser
operativa como una limitación social, el sentido moral, a través de su
protesta apenas escuchada, no entorpece a un culto al héroe predominante
ALDO EMILIANO LEZCANO
391
de posibilitar el despotismo más severo. Gradualmente, mientras que crece
con suficiente fuerza para impedir a los hombres las mayores infracciones
entre ellos, también crece lo suficientemente fuerte para combatir contra
este exceso de coacción que ya no se necesita. Y cuando ya haya conseguido
al final suficiente poder para dársela al hombre, a través de su función
refleja, una consideración tan perfecta por los derechos de los otros como
para volver al gobierno innecesario; entonces también a través de su
función directa, dará al hombre unos celos tan vigilantes por sus propios
derechos como para volver al gobierno imposible. Otro ejemplo, este, de la
simplicidad admirable de la naturaleza. El mismo sentimiento que nos
adecua para la libertad, no hace libres.
Claro que las instituciones de cualquier época dada muestran el
compromiso hecho por estas fuerzas morales opuestas en la firma de su
última tregua. Entre el gobierno ilimitado surgiendo de la supremacía del
primer sentimiento, y el estado sin gobierno surgiendo del otro, se
encuentran formas de organización social, comenzando con «despotismo
moderado por el asesinato,» y acabando con el mayor desarrollo del sistema
representativo, bajo el que el derecho de los votantes para ordenar a sus
delegados se admite totalmente — un sistema que, volviendo a toda la
nación un cuerpo deliberativo, y reduciendo la asamblea legislativa a un
ejecutivo, lleva el autogobierno al alcance total compatible con la existencia
de un poder dirigente. Por necesidad las constituciones variadas que
caracterizan este periodo de transición, son absurdas en lo abstracto. Los
dos sentimientos que responden a los elementos popular y monárquico,
siendo antagonistas, expresan dos ideas contrarias. Y suponer que estas
pueden unirse consistentemente, es suponer que sí y no pueden conciliarse.
La teoría monárquica es, que la gente tiene el deber de someterse con toda
humildad a cierto individuo — debe serle leal — debe jurarle lealtad, es
decir — debe someter sus voluntades a su voluntad. Por el contrario la
teoría democrática — tanto como se definió específicamente, o
personificada en nuestra propia constitución bajo la forma de un poder para
retener suministros y en la ficción legal de que el ciudadano consiente la
leyes que tiene que obedecer — es, que la gente no debe someterse al deseo
de uno, sino que debe satisfacer sus propios deseos. Estas son
contradicciones concluyentes, que ningún razonamiento puede armonizar.
Si un rey puede reclamar legítimamente obediencia, entonces esa obediencia
debe ser total; pero aparece la pregunta sin respuesta — ¿por qué debemos
obedecer en este y no en ese? Pero si el hombre debe gobernar
principalmente sobre sí mismo, entonces deben gobernarse en conjunto. Si
ALDO EMILIANO LEZCANO
392
no se puede preguntar — ¿por qué son sus propios amos en tal o cual caso,
y no en el resto?
Sin embargo, aunque estos gobiernos mezclados, combinando como
hacen dos hipótesis mutuamente destructivas, son completamente
irracionales en principio, deben existir por necesidad, mientras que estén en
armonía con las constituciones mezcladas del hombre parcialmente
adaptado. Y parece que la incongruencia radical que los impregna no puede
ser reconocido por el hombre, mientras que exista una incongruencia
correspondiente a sus propias naturalezas: un buen ejemplo de la ley que la
opinión es determinada finalmente por los sentimientos, y no por la
inteligencia.
§9
Sería bueno considerar un momento cómo, de hecho, las concepciones
de correcto e incorrecto en estos problemas dependen completamente del
equilibrio de los impulsos que existen en el hombre. Primero, observa que
ningún seguimiento de las acciones a sus consecuencias finales buenas o
malas, es, por él mismo, capaz de generar aprobación, o reprobación, de
esas acciones. Si pudiera hacer esto, el código moral del hombre sería alto o
bajo, según si hicieron bien o mal estos análisis, es decir — de acuerdo a su
agudeza intelectual. Y por consiguiente vendría a continuación, que en todas
las épocas y naciones, los hombres con la misma inteligencia tendrían las
mismas teorías éticas, mientras que sus contemporáneos tendrían diferentes,
si su poder reflexivo era diferente. Pero los hechos no responden a estas
deducciones. Al contrario, señalan a la ley arriba especificada. Tanto la
historia como la experiencia diaria nos prueban que las ideas de rectitud del
hombre corresponden al sentimiento e instintos predominando en él.
Leemos constantemente sobre tiranos defendiendo sus derechos de
autoridad ilimitada por estar autorizada divinamente. Los derechos de
príncipes rivales fueron antiguamente afirmados por sus respectivos
partidarios, y aún se afirman por sus legitimistas modernos, con el mismo
calor que los más ardientes demócratas reafirman los derechos del hombre.
Para aquellos viviendo en la época feudal, tan incuestionable parecía el
deber del siervo a obedecer a sus señores, que Luther (sin duda actuando
concienzudamente animó a los barones a vengarse de los campesinos
rebeldes, apelando a todo aquel que pudiera «apuñalarlos, matarlos, y
ALDO EMILIANO LEZCANO
393
espachurrar su cerebro, como si fueran perros rabiosos». Además,
encontraremos, que la ausencia del sentimiento ético invalida la mente de
realizar el derecho abstracto del ser humano a la libertad. Así, con todo su
gran poder de razonamiento, Platón no pudo concebir nada mejor para su
república ideal que un sistema de despotismo de clases; y, de hecho, en esta
época, y mucho después de esto, parece que no ha existido ningún hombre
que viera algo malo en la esclavitud. Se cuenta del Coronel D'Oyley, el
primer gobernador de Jamaica, que a los pocos días después de haber
emitido una orden «para la distribución a la armada de 1701 biblias,» firmó
otra orden para el «pago de la suma de veinte libras esterlina, del dinero de
los impuestos, para pagar a quince perros, traídos por John Hoy, para la
caza de negros». La posesión de esclavos por los ministros de la religión en
América es un hecho paralelo. Leemos que los chinos no pueden entender
por qué las mujeres europeas son tratadas con respeto; y que atribuyen la
circunstancia al ejercicio de artes demoníacas sobre los hombres. Aquí y allí
entre nosotros, un fenómeno análogo puede detectarse. Por ejemplo, el Dr.
Moberly, de la Universidad de Winchester, ha escrito un libro para defender
la figura del fag, que él dice, como un sistema de gobierno escolar, da «más
seguridad de bienes profundamente arraigados que cualquier otro que pueda
concebirse». De nuevo, en un folleto reciente, formado «Un clérigo rural,»
se afirma que «debes convertir el espíritu cartista al igual que reformaría el
espíritu del borracho, mostrando que es una rebelión contra las leyes de
Dios». Pero la peculiaridad más extraña mostrada por aquellos deficientes
en el sentido de los derechos — o al menos el que nos parecería el más
extraño a nosotros — es su incapacidad para reconocer sus propios
derechos. Se nos dice, por ejemplo, a través del teniente Bernard
vv
, que los
asentamientos portugueses en la costa africana, los negros libres «reciben
burlas de los esclavos por no tener un hombre blanco que los vigile, y los
vea justamente oprimidos;» y se dice que en América los propios esclavos
miran por encima del hombro a los negros libres, y los llaman basura.
Hechos aparentemente anómalos que son, sin embargos, fácilmente
concebibles cuando recordamos que aquí en Inglaterra, en el siglo
diecinueve, muchas mujeres defiende ese estado de servidumbre en el que
los hombres las mantienen.
Explicar, a través de cualquier hipótesis actual, los innumerables
desacuerdos en las ideas del hombre de lo correcto e incorrecto explicado
aquí brevemente, parece apenas posible. Pero en la teoría de que esa
vv
Three Years’ Cruize in the Mozambique Channel (Crucero de tres años en el Canal de
Mozambique)
ALDO EMILIANO LEZCANO
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opinión resulta de las fuerzas morales, cuyo equilibrio varía con cada raza y
época — es decir, con cada fase de adaptación, el fundamento es obvio. Ni,
de hecho, considerando el asunto de cerca, parece que la sociedad no podría
mantenerse junta nunca si no dependieran así las opiniones del equilibrio de
los sentidos. Porque si fuera de otra manera, las razas que aún necesitaran
gobierno coercitivo podrían llegar a la conclusión de que el gobierno
coercitivo era malo, tan fácilmente como razas más avanzadas. Los rusos
podrían ver que el despotismo es malo, y las instituciones son buenas, tan
claramente como nosotros las vemos. Y viendo esto, resultaría en
disolución; porque no es concebible que deban permanecer más tiempo
satisfechos bajo esa ley estricta necesaria para mantenerlos bajo el estado
social.
§ 10
El proceso por el que un cambio en los acuerdos políticos es afectado,
cuando la incongruencia entre ellos y el carácter popular se vuelve
insuficiente, debe modificarse de acuerdo con ese carácter, y debe ser
violento o pacífico en consecuencia. No hay pocos que gritan en contra de
todas las revoluciones forjadas por la fuerza de las armas, olvidando que la
calidad de una revolución, como la de una institución, se determina por las
naturalezas de aquellos que la hacen. La persuasión moral es muy admirable;
buena para nosotros; buena, de hecho, para todos los que se puedan
persuadir de que la utilicen. Pero suponer que, en las fases más tempranas
del crecimiento social, se puede emplear la persuasión moral, o, si se
emplea, respondería, es pasar por alto las condiciones. Exponiendo el caso
mecánicamente, podemos decir que como, en proporción a su incapacidad
para la vida social, el marco dentro del que se contiene al hombre debe ser
fuerte, así de incontrolables deben ser los esfuerzos requeridos para romper
ese marco, cuando ya no es apropiado. La existencia de un gobierno que no
se compromete con la voluntad popular — un gobierno despótico —
presupone varias circunstancias que hacen imposible cualquier cambio
excepto el violento. Primero, que la ley coercitiva se haya practicado,
implica que aún persiste en la gente un predominio de ese temor al poder
que siempre indica un salvajismo. Además, con una gran cantidad de
adoración al poder presente, el descontento solo puede tener lugar cuando
los males acumulados del desgobierno hayan generado gran exasperación.
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395
Además que, como la abundancia del sentimiento que mantiene la ley
externa, conlleva una falta de los sentimientos que producen la ley interna,
ningún control para los excesos como ese proporcionado por el debido
respeto por las vidas y derechos de otros, puede funcionar. Y donde hay
inclinaciones comparativamente activa destructivas, ira extrema, y deficiente
autocontrol, la violencia es inevitable. Las revoluciones pacíficas ocurren
bajo circunstancias bastante diferentes. Se vuelven posibles solo cuando la
sociedad, sin estar formada de miembros tan antagonistas, empieza a
juntarse desde su propia organización interna, y no necesita que la
mantengan junta a través de restricciones externas e inflexibles; y cuando,
por consecuencia, la fuerza requerida para efectuar el cambio es menor. Se
vuelven posibles solo cuando el hombre, habiendo adquirido una gran
adaptación al estado social, ni se impondrá el uno sobre el otro, ni someterá
a, opresiones tan extremas, y cuando, por lo tanto, las causas de la
indignación popular disminuyen. Se vuelven posibles solo cuando es
carácter ha crecido más comprensivo, y cuando, como resultado de esto, la
tendencia hacia represalia enfurecida se neutralice parcialmente. De hecho,
la propia idea de que las reformas pueden y deben efectuarse pacíficamente
implica una gran dotación del sentido moral. Sin esto, tal idea no podría ni
concebirse, mucho menos llevada a cabo; con esto, pueden ser ambas.
Por lo tanto, debemos considerar las convulsiones sociales como otros
fenómenos naturales, que trabajan de una manera inevitable e inalterable.
Podemos lamentar el derramamiento de sangre — podemos desear que se
hubiera evitado; pero es estúpido suponer que, manteniéndose igual el
carácter popular, las cosas se podrían haber logrado de otra manera. Si tal o
cual acontecimiento no hubiera ocurrido, dices, el resultado habría sido de
otra manera; si este o ese hombre hubiera vivido, habría prevenido la
catástrofe. Que no te engañen de esta manera. Los cambios son provocados
por un poder por encima de la voluntad individual. Los hombres que
parecen los promotores principales, son simplemente las herramientas con
las que trabaja; y si faltaran, rápidamente encontraría otras. La
incongruencia entre el carácter y las instituciones son la fuerza
perturbadora, y una revolución es el acto de restaurar el equilibrio. Las
circunstancias accidentales modifican el proceso, pero no cambian
perceptiblemente el efecto. Provocan; retrasan; intensifican o alivian; pero
deja que pasen unos pocos años, y se llegará al mismo fin, sin importar los
acontecimientos especiales a través de los que haya pasado.
Que estas anulaciones violentas de instituciones tempranas fracasan en
hacer lo que sus creadores esperan, y que al final resultan en la creación de
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396
instituciones no mucho mejores que aquellas sustituidas, es muy cierto. Pero
no es menos cierto que las modificaciones que realizan no pueden realizarse
de ninguna otra manera. La no adaptación requiere una mala forma de
hacer cambios, al igual que una mala organización política. No solo debe ser
la ley habitual que exige severa, sino que incluso sus pequeñas mejoras no
pueden obtenerse sin mucho sufrimiento. En cambio, las mismas causas
que proveen un mejor estado social posible, proveen sus modificaciones
sucesivas más fácilmente. Estas ocurren bajo menos presión; con menor
alboroto; y con más frecuencia: hasta que, a través de una disminución
gradual en las cantidades e intervalos de cambio, el proceso se funde en uno
de crecimiento interrumpido.
§ 11
Hay otra forma bajo la que la civilización puede generalizarse. Podemos
considerarla como un progreso hacia esa constitución del hombre y
sociedad necesaria para la manifestación completa de la individualidad de
cada uno. Para ser lo que naturalmente es — para hacer justo lo que debería
hacer espontáneamente — es esencial para la completa felicidad de cada
uno, y por lo tanto para la mayor felicidad de todos. Por lo tanto, en virtud
de la ley de adaptación, nuestro avance debe ir hacia un estado en que esta
completa satisfacción de cada deseo, o perfecta realización de la vida
individual, se vuelva posible. Al principio es imposible. Si no se controlan,
los impulsos del hombre primitivo producen anarquía. O se contiene su
individualidad, o la sociedad se debe disolver. Con nosotros, aunque aún se
necesita limitación, la voluntad privada del ciudadano, no siendo
destruyendo tanto el orden, tiene un mayor papel. Y se debe incrementar un
mayor progreso hacia lo sagrado de los derechos personales, y una
subordinación de lo que sea que los limita.
Hay suficientes hechos que ilustran la doctrina que bajo gobiernos
primitivos la represión de la individualidad es mayor, y que se vuelve menos
al avanzar. Refiriéndose la gente de Egipto, Asiria, China, e Indostán, al
contrastarlos con aquellas de Grecia, el Sr. Grote dice, «El castigo religioso
y político, algunas veces combinados y otras veces separados, determinaba a
cada uno su estilo de vida, sus creencias, sus deberes, y su lugar en la
sociedad, sin dejar ningún espacio para la voluntad o razón para su propia
individualidad». La posesión de la gente por parte de los gobernantes, desde
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397
su forma más pura bajo Darío, a través de sus varias modificaciones hasta la
época de «L'etat c'est moi,» y hasta incluso aún tipificado entre nosotros en la
expresión, «mis súbditos,» debe considerarse como una unión mayor o
menor de los individualismos en uno. Las relaciones paralelas de los siervos
a sus señores, y de la familia a su cabeza, implicaban lo mismo. En resumen,
todos los despotismos, sean políticos o religiosos, sean de sexo, de casta, o
de costumbre, deben generalizarse como limitaciones de la individualidad,
que está en la naturaleza de la sociedad eliminar.
Claro que, al avanzar desde un extremo, en el que el estado es todo y el
individuo nada, al otro extremo, en el que el individuo es todo y el estado
nada, la sociedad debe pasar muchas fases intermedias. La aristocracia y la
democracia no son, como se les ha llamado, principios separados y en
conflicto; pero ellas y sus varias mezclas y con la monarquía marcan las
fases en este progreso hacia la individualidad completa. Ni es solo a través
de la mejora de las formas gubernamentales que se muestra el crecimiento
de derechos privados en lugar de los públicos. Se muestra, también, a través
de la reforma en uniones voluntarias — en grupos políticos, por ejemplo; la
tendencia evidente de lo que va a desparecer, por divisiones internas, por la
disminución del poder sobre sus miembros, por el incremento de la
heterogeneidad de opinión; es decir — por la difusión de una
independencia personal dañina para ellos. Aún mejor ilustran esta ley los
cambios en las organizaciones religiosas. La multiplicación de sectas que ha
estado ocurriendo en estos últimos días con una rapidez en aumento, y que
es ahora tan abundantemente ejemplificada por la separación del sistema en
Evangélico, Alta Iglesia Anglicana, y Puseyismo; de nuevo, a través de la
secesión de la Iglesia no conformista; de nuevo, a través del cisma del
Metodismo; de nuevo, a través de las diferencia Unitarias; de nuevo, por la
separación de innumerables congregaciones locales no clasificadas; y, de
nuevo, por la predicación de que la identidad de opinión no dese ser el lazo
de unión — la tendencia universal a separar lo que aquí se muestra, y
simplemente una de las maneras en la que aparece una creciente afirmación
de la individualidad. Por último, a través de la subdivisión continua, lo que
llamamos sectas desaparecerá; y en lugar de esa uniformidad artificial,
obtenido al agrupar al hombre tras un patrón autorizado, se alzará una de
las uniformidades de la naturaleza — una similitud general, con diferencias
infinitesimales.
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§ 12
Desde el punto de vista al que ahora hemos llegado, podemos discernir
que lo que se denomina en nuestras clasificaciones artificiales de verdad,
moralidad, es esencialmente una con la verdad física — es, de hecho, una
especie de fisiología trascendental. Esa condición de las cosas dictadas por
la ley de la misma libertad — esa condición en la que la individualidad de
cada uno debe desarrollarse sin límites, salvo por las mismas
individualidades de otros — esa condición hacia la que, como acabamos de
ver, la humanidad está progresando, es una condición hacia la que tiende
toda la creación. Ya se ha señalado a propósito que solo a través del total
cumplimiento de la ley moral se puede volver la vida completa; y ahora
encontraremos que toda vida cualquiera que sea debe definirse como una
cualidad, de la que la capacidad para cumplir esta ley es la mayor
manifestación.
Una teoría desarrollada por Coleridge ha preparado el camino para esta
generalización. «Por vida,» dice, «me refiero en todas partes a la verdadera
idea de vida, o la forma más general bajo la que la vida se manifiesta ante
nosotros, que incluye todas las formas. He indicado que esto es la tendencia a
la individualización; y los grados o intensidades de la vida consisten en la
realización progresiva de esta tendencia». Para volver comprensible esta
definición, deben especificarse unos pocos hechos buscados para ser
expresados por ello — hechos ejemplificando el contraste entre tipos de
estructura máxima y mínima, y grados de vitalidad máximo y mínimo.
Limitando nuestros ejemplos al reino animal, y empezando donde los
atributos vitales son menos claros, encontramos, por ejemplo, en el género
Porifera, criaturas que consisten en nada más que gelatina amorfa
semilíquida, sostenida sobre fibras rugosas (esponja). Esta gelatina no posee
sensibilidad, no tiene órganos, absorbe nutrientes del agua que penetra su
masa, y, si se corta en trozos, continúa viviendo, en cada parte, como antes.
Así que esta «película gelatinosa,» como se le ha llamado, muestra poco
menos individualidad que un trozo de materia inanimada; porque, así, no
posee diferenciación de partes, y, así también, no está más completa que las
partes en las que se divide. En los pólipos compuestos que están después, y
con los que Coleridge empieza, se manifiesta el progreso hacia la
individualidad; ahora hay una distinción de partes. A la masa gelatinosa
uniforme original con canales recorriéndola, hemos superpuesto, en el
Alcyonidae, un número de sacos digestivos, que acompañan bocas y
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tentáculos. Aquí hay, evidentemente, una segregación parcial en
individualidades — un progreso hacia la separación. Aún hay una
comunidad completa de nutrición; mientras que cada pólipo tiene una cierta
sensibilidad y contracción independientes. Desde esta fase en adelante,
parece haber varios caminos; uno a través del Corallidoe, en el que la masa
que carga con el pólipo rodea un eje calcáreo, hasta el Tubiporidae, en el que
los pólipos, ya sin estar unidos, viven en celdas separadas, situadas en una
estructura calcárea común. Pero Coleridge ha subestimado el modo
extraordinario en que esto pólipos comunistas están unidos con los
organismos individuales mayores a través de la disposición transicional vista
en la Hydrae común, o los pólipos de agua dulce de nuestros estanques.
Estas criaturas (que son en estructura similares a los miembros separados de
los animales arriba descritos), se multiplican por gemación, es decir, de la
separación de los jóvenes del cuerpo de los padres. «Durante el primer
período de la formación de estos brotes, continúan evidentemente con la
sustancia general de la que surgen; e incluso cuando son considerablemente
perfeccionados, y poseían una cavidad interna y tentáculos, sus estómagos
se comunicaban libremente con el de sus padres… Tan pronto como la
hydra recién formada es capaz de capturar una presa, empieza a contribuir a
ayudar a sus padres; la comida que captura pasa a través de la apertura de la
base al cuerpo del pólipo original. En resumen, cuando el joven está
totalmente formado, y maduro para una existencia independiente, el punto
de unión entre los dos se vuelve más y más fino, hasta que un esfuerzo de
parte de cualquiera es suficiente para separarlos, y el proceso se completa . .
. . . A veces se han visto seis o siete yemas germinar a la vez de la misma
hydra; y aunque todo el proceso se concluye en veinticuatro horas, no poco
frecuentemente se puede observar una tercera generación brotando de los
pólipos recién formados incluso antes de su separación de sus padres; se
han visto dieciocho unidos de esta manera en un grupo».
ww
Aquí hay una
criatura que no se puede llamar estrictamente ni simple ni compuesta.
Nominalmente, es un individuo; en la práctica, nunca lo es. En el pólipo
alcyonide muchos individuos están unidos permanentemente: en este género
están unidos temporalmente, en tanto que los individuos particulares están
afectados, pero de otra manera permanentemente; porque siempre hay un
grupo, aunque ese grupo continúe cambiando sus miembros. De hecho, ¿no
podemos decir que el «tendencia a la individualización» no es aquí la más
visible; viendo que las Hydrae están, como estaban, esforzándose
ww
A General Outline of the Animal Kingdom. (Una Descripción General del Reino Animal) Por
el Profesor T. R. Jones, F.G.S
ALDO EMILIANO LEZCANO
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constantemente para volverse individuales, sin tener éxito? ¿Y no podemos
decir además que repetición gradualmente decreciente de esta separación, y
la aparición simultánea de un mayor método de reproducción a través de
óvulos (que en la Bryozoa coexiste con una germinación relativamente
lánguida), esta «tendencia a la individualización» se manifiesta aún más?
Después de que se haya llegado a la separación completa de los
organismos, la ley aún se ve en mejoras sucesivas de la estructura. A través
de la individualidad de sus partes — a través de una mayor distinción en su
naturaleza y sus funciones, todas las criaturas que poseen gran vitalidad se
distingue de las inferiores. Aquellas Hydrae a las que nos acabamos de
referir, que son simples bolsas, con tentáculos alrededor del orificio, pueden
darse la vuelta con impunidad: es estómago se vuelve piel, y la piel
estómago. Aquí, entonces, es evidente que no hay ninguna especialidad de
carácter; las funciones del estómago y de la piel están realizadas por un
tejido, que aún no está individualizado en dos partes separadas, adaptadas
para fines separados. El contraste entre este estado y ese en que tal división
existe, explicará suficientemente que se refiere por individualización de
órganos. Cuán fácil es de encontrar tal individualización de los órganos a lo
largo de toda la gama de la fauna, puede verse en las formas sucesivas que
asume el sistema nervioso. Así en el Acrita, una clase que comprende todo
el género mencionado arriba, «no se han descubierto ni filamentos
nerviosos ni masas, y se supone que la neurina o materia nerviosa se
extiende en un estado molecular a través del cuerpo».
xx
En el caso justo por
encima de éste, la Nematoneura, encontramos el primer paso hacia la
individualización del sistema nervioso: «la materia nerviosa se junta
claramente en filamentos».
yy
En la Homogangliata, se concentran incluso más
en un número de pequeñas masas del mismo tamaño — ganglios. En la
Heterogangliata, algunas de estas pequeñas masas se reúnen en más grandes.
Finalmente, en la Vertebrata, la mayor parte de los centros nerviosos se unen
para formar un cerebro. Y con el resto del cuerpo ha tenido lugar
simultáneamente justo el mismo proceso de condensación en distintos
sistemas — muscular, respiratorio, nutritivo, excretor, absorbente,
circulatorio, etc. — y estos de nuevo en partes separadas, con funciones
especiales.
Los cambios de manifestación vital asociados con y consecuentes de
estos cambios de estructura, tienen la misma importancia. Poseer una mayor
variedad de sentidos, de instintos, de poderes, de cualidades — ser más
xx
Jones.
yy
Ibid.
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complejo en carácter y atributos, es ser más completamente distinguible de
todas las otras cosas creadas; de mostrar una individualidad más marcada.
Porque, evidentemente, como hay algunas propiedades que todos los seres,
orgánicos e inorgánicos, tienen en común, específicamente, peso, movilidad,
inercia, etc.; y como hay propiedades adicionales que todas los seres
orgánicos tienen en común, específicamente, poder de crecimiento y
multiplicación; y como hay aún más propiedades que los seres orgánicos
superiores tienen en común, específicamente, vista, oído, etc.; entonces
aquellos seres orgánicos superiores que poseen características no
compartidas en el resto, difieren de este modo de un mayor número de
seres que el resto, y difieren en más puntos — es decir, están más
separados, son más individuales. Observa, de nuevo, que el mayor poder de
autoconservación mostrado por seres de un tipo superior también puede
generalizarse bajo este mismo término — «una tendencia a la
individualización». Cuanto más bajo es el organismo, más está a la merced
de las circunstancias externas. Es propenso continuamente a ser destruido
por los elementos, por la necesidad de comida, por los enemigos; y al final
es destruido de esta manera en casi todos los casos. Es decir, le falta el
poder de preservar su individualidad; y la pierde, tanto al volver a la forma
de materia inorgánica, o al ser absorbido por otro individuo. En cambio,
donde hay fuerza, sagacidad, rapidez (todas ellas indicadores de una
estructura superior), hay una habilidad correspondiente para mantener la
vida — para prevenir que el individuo se disuelva tan fácilmente; y entonces
la individualización es más completa.
En el hombre vemos la mayor manifestación de esta tendencia. Debido a
su complejidad de estructura, es el que está más alejado del mundo
inorgánico en el que hay menos individualidad. De nuevo, su inteligencia y
adaptabilidad le permiten normalmente mantenerse con vida hasta una
avanzada edad — a completar el ciclo de su existencia; es decir, de llenar los
límites de su individualidad hasta el máximo. De nuevo, es consciente de sí
mismo; es decir, reconoce su propia individualidad. Y, como se ha
mostrado recientemente, aunque el cambio observable en los asuntos
humanos aún es hacia un mayor desarrollo de su individualidad — aún se
puede describir como «una tendencia a la individualización».
Pero fíjate por último, y fíjate principalmente, al ser el hecho con el que
la anterior composición es introductoria, de lo que llamamos la ley moral —
la ley de la misma libertad, es la ley bajo la que la individualización se vuelve
perfecta; y que la habilidad de reconocer y actuar sobre esta ley, es el legado
final de la humanidad — un legado ahora en proceso de evolución. La
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reivindicación en aumento de los derechos personales, en una exigencia en
aumento de las condiciones externas necesarias para un desarrollo completo
de la individualidad debe respetarse. No solo hay ahora una percepción de
la individualidad, y una inteligencia por la que la individualidad debe
preservarse; sino que hay una percepción de que la esfera de acción
necesaria para el desarrollo adecuado de la individualidad debe reclamarse; y
un deseo correlativo de reclamarlo. Y cuando el cambio que está
sucediendo en el presente se complete — cuando cada uno posea un
instinto de libertad, junto con una comprensión activa — entonces todas las
limitaciones aún existentes para la individualidad, sean las limitaciones
gubernamentales, o sean las agresiones de los hombres a otros hombres,
acabarán. Entonces, nadie tendrá dificultades para desarrollar
completamente sus naturalezas; porque mientras que cada uno mantenga sus
propios derechos, respetará los mismos derechos de los otros. Entonces, no
habrá más restricciones legislativas ni cargas legislativas; porque por el
mismo proceso se habrán convertido tanto en innecesarias como en
imposibles. Entonces, por primera vez en la historia de mundo, existirán
seres cuyas individualidades podrán expandirse totalmente en todas
direcciones. Y así, como se dijo antes, en el hombre definitivo la moralidad
perfecta, la perfecta individualización, y la vida perfecta se alcanzarán a la
vez.
§ 13
Aun así esta individualización superior debe unirse con la mayor
dependencia mutua. Por paradójica que la afirmación parezca, el progreso
es a la vez hacia una separación completa y una unión completa. Pero la
separación es de un tipo coherente con las combinaciones más complejas
para la satisfacción de las necesidades sociales; y la unión es de un tipo que
no dificulta el total desarrollo de cada personalidad. La civilización está
desarrollando un estado de las cosas y un tipo de carácter, en el que dos
requerimientos aparentemente en conflicto se reconcilian. Para lograr el
propósito creativo — la mayor suma de felicidad, debe existir por un lado
una cantidad de población sostenible solo a través del mayor sistema de
reproducción; es decir, por la subdivisión más elaborada del trabajo; es
decir, a través de la dependencia mutua más extrema: mientras que por otro
lado, cada individuo debe tener la oportunidad de hacer lo que provoquen
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403
sus deseos. Claramente estos dos sistemas se pueden armonizar solo a
través de la adaptación a la que la humanidad se está sometiendo — ese
proceso durante el que se mueren todos los deseos contrarios a la
organización social más perfecta, y otros deseos correspondientes a tal
organización se desarrollan. Cómo acabará esto produciendo enseguida la
individualización perfecta y la dependencia perfecta mutua, puede no ser
obvio de inmediato. Pero seguramente un ejemplo aclarará suficientemente
el asunto. Aquí hay ciertos afectos domésticos, que pueden satisfacerse solo
a través del establecimiento de relaciones con otros seres. En la ausencia de
estos seres, y la consecuente inactividad de los sentimientos que con ellos se
contemplan, la vida está incompleta — la individualidad es cortada de sus
proporciones justas. Como el desarrollo normal de los elementos
conyugales y paternales de la individualidad depende de tener una familia,
así, cuando la civilización se vuelve completa, el desarrollo normal de todos
los otros elementos de la individualidad dependerá de la existencia del
estado civilizado. Justamente se adquirirá ese tipo de individualidad que
encuentra en la comunidad altamente organizada la esfera mejor adaptada
para su manifestación — que encuentra en cada acuerdo social una
condición que responde a alguna facultad en sí mismo — que no puede, de
hecho, expandirse, si fueran otras las circunstancias. El hombre definitivo
será uno cuyas necesidades privadas coincidan con las públicas. Será ese
tipo de hombre, que, al realizar espontáneamente su propia naturaleza,
cumplirá accidentalmente las funciones de una unidad social; y sólo aún es
capaz de cumplir con su propia naturaleza, si todos los otros hacen lo
mismo.
§ 14
Qué cierto es, de hecho, que el progreso humano es hacia una
dependencia mutua mayor, como hacia una mayor individualización — qué
cierto que le bienestar de cada uno se involucra diariamente más en el
bienestar de todos — y qué, cierto, de hecho, es que el interés de cada uno
en respetar los intereses de otro, puede, con ventaja, ilustrarse con detalle;
porque es un hecho del que muchos parecen bastante ignorantes. El
hombre no puede romper esa ley vital del organismo social — la ley de la
misma libertad, sin castigos de una manera u otra rodeándoles. Siendo ellos
mismo miembros de la comunidad, son afectados por cualquier cosa que le
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afecte a ella. De lo bueno o malo de su estado depende la mayor o menor
eficiencia con que ella administra sus necesidades; y la menor o mayor
cantidad de mal que inflige sobre ellos. A través de esas crueles
disposiciones que les molestan cada hora, sienten los resultados
acumulativos de todos sus pecados contra la ley social; sus propios pecados
incluidos. Y ellos sufren por estos pecados, no solo en limitaciones y
alarmas extra, sino con trabajo y gastos extra necesarios para limitas sus
fines.
Que cada infracción produce una reacción, en parte general y en parte
especial — una reacción que es extrema en proporción a que la infracción
es mayor, se ha notado más o menos en todas las épocas. Así la observación
es tan antigua como la época de Tales, que los tiranos raramente morían de
muerte natural. Desde sus días hasta los nuestros, los tronos del este han
estado continuamente manchados de la sangre de sus sucesivos ocupantes.
Las historias tempranas de los estados europeos, y la reciente historia de
Rusia, ilustra el mismo hecho; y si hay que juzgarlo por sus habitantes, el zar
actual vive en miedo constante de asesinato. Ni es verdad que aquellos que
tienen influencia universal, y parecen ser capaces de hacer lo que quieran,
pueden hacerlo realmente. Limitan su propia libertad al limitar la de los
otros: su despotismo retrocede, y les ata también. Leemos, por ejemplo, que
los emperadores romanos eran las marionetas de sus soldados. «En el
palacio bizantino,» dice Gibbon, «el emperador era el primer esclavo de las
ceremonias que impuso». Hablando de la tediosa etiqueta de la época de
Luis el Grande, Madame de Maintenon comenta, «salvo aquellos que llenan
los más altos puestos, no conozco a nadie más infortunado que aquellos que
los envidian. ¡Si solo pudieras crear una idea de lo que es!» La misma
reacción se siente por los dueños de los esclavos. Algunos de los
sembradores de la India Oriental han reconocido que antes de la
emancipación de los negros fueron los mayores esclavos de sus haciendas.
Los americanos, también están encadenados de varias maneras por su
propia injusticia. En el sur, los blancos se auto-coaccionan, de que deben
coaccionar a los negros. El matrimonio con una de las razas mezcladas está
prohibido; hay un certificado de propiedad de esclavos para los senadores;
un hombre no puede liberar a sus propios esclavos sin marcharse; y solo
por el riesgo de linchamiento nadie se atreve a decir una palabra a favor de
la abolición.
De hecho, se está volviendo claro que estas graves trasgresiones se
vuelven contra los infractores — que «la justicia, con mano igual, presenta a
nuestros propios labios los ingredientes del cáliz que nosotros hemos
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405
emponzoñado;» pero ya tienen claro que lo mismo es verdad para aquellas
trasgresiones menores de las que son culpables. Probablemente los
conservadores modernos del poder de clase pueden ver suficientemente
bien que sus ancestros feudales pagaron algo preciado por mantener a las
masas en servidumbre. Pueden ver que, con armaduras y correo secreto,
con paneles corredizos, pasajes secretos, habitaciones débilmente
iluminadas, precauciones contra el veneno, y un miedo constante por la
sorpresa y traición, estos barones tuvieron como mucho unas vidas
incómodas. Pueden ver que engañosa era la noción de la que mayor fortuna
se tenía que obtener volviendo a la gente sus siervos. Pueden ver en las
masacres de Jacquerie y Galicia, cuando los peones saciaron su venganza
quemando los castillos y matando a sus habitantes, formaron asentamientos
fatales que duraron mucho tiempo. Pero no pueden ver que sus propias
acciones injustas, de una manera u otra, vuelven a por ellos. Al igual que
estos nobles feudales confundieron los males que sufrían como
ordenaciones inalterables de la naturaleza, sin soñar nunca que eran los
resultados reflejos de la tiranía, así sus descendientes fracasan en percibir
que bastante de su propia infelicidad se genera de forma similar.
Y aún, mientras que en algunos casos es apenas posible trazar los canales
secretos a través de los que nuestro mal comportamiento hacia otros vuelve
sobre nosotros, hay otros casos en los que la reacción es evidente. Una
audiencia corriendo de un teatro en llamas, y en su impaciencia para llegar
antes que otro obstruyendo la puerta para que nadie pueda pasar, ofrece un
buen ejemplo del egoísmo injusto derrotándose a sí mismo. Un resultado
análogo se puede atestiguar de los ordinarios americanos, donde los
intentos de conseguir más que una parte justa por parte de invitados
avariciosos, ha generado una competición en comer rápido que no solo
frustra estos intentos, sino que implica en todos, una pérdida inmediata del
disfrute y una mala salud permanente. En tales casos está suficientemente
claro, que al pasar por encima de los derechos de otros, el hombre se hace
daño a sí mismo también. La reacción aquí es directa e inmediata. En todos
los otros casos, sin embargo, la ración es igualmente segura, aunque puede
volver a través de alguna ruta enrevesada, o tras un considerable lapso de
tiempo, o de una forma irreconocible. El hacendado que piensa que es una
parte de la política radical limpiar su propiedad de cabañas, que puede
encasquetar en otro lugar a los pobres, olvida que los terratenientes en
distritos diferentes finalmente lo vencerán haciendo lo mismo; o que si está
tan ubicado como para instalar a sus trabajadores en las ciudades, el caminar
las millas extra de arriba abajo debe rebajar gradualmente el estándar de un
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día de trabajo, alzar el coste del cultivo, y, al final, disminuir la renta. Ni
tampoco ve que a través de las habitaciones hacinadas, desagüe descuidado
y reparaciones a los que lleva esta política, está generando debilidad y
enfermedad, y alzando su índice de pobres por un lado, mientras que lo baja
en otro. El granjero de Dorsetshire que paga los salarios en trigo de siembra
por encima del precio del mercado, imagina que está ahorrando. Nunca se
le ocurre que pierde más de la diferencia por hurtos, por la destrucción de
sus setos por combustible, por el maltrato consiguiente a su ganado, y por el
incremento de los impuestos del condado, el juicio de ladrones y furtivos.
Parece muy claro para el comerciante que la ganancia extra hecha por
adulterar productos, es pura ganancia; y durante un tiempo, quizás, lo sea. A
la larga, sin embargo, sus competidores hacen como él hace — en cierta
medida son forzados a hacerlo — y el índice de ganancia entonces se hunde
a lo que era antes. Mientras la práctica general de la adulteración se ha
fomentado — ha llegado a otros departamentos — ha deteriorado los
artículos que nuestros tenderos compran; y así, en su capacidad de
consumidor, sufre del sistema viciado que ha ayudado a fortalecer. Cuando,
durante el aprendizaje de los negros, la India Oriental tenía que valorar a los
esclavos que querían comprarse a sí mismos, antes de «la liberación de la
Reina,» sin duda pensaron que era astuto prestar juramento a un precio
mayor al día que el verdadero. Pero entonces, un poco después, teniendo
que pagar salarios, tenían sus propias cuotas estimadas para ellos, y
encontrándose que los negros no tomarían nada menos, probablemente se
arrepintieron de su deshonestidad. Suele pasar tiempo antes de que este
retroceso vuelva; pero, sin embargo, vuelve. Mira como los propietarios
irlandeses están siendo largamente castigados por sus alquileres abusivos,
sus desahucios, su fomento de intermediarios, y su total imprudencia del
bienestar popular. Fíjate, también, cómo por haber incitado a aquellos que
hicieron mal a los nativos irlandeses, Inglaterra tiene que pagar un castigo,
en la forma de préstamos que no se devuelven, y en la miseria producida
por las multitudes de inmigrantes indigentes, que tienden a rebajar a su
propia gente a su nivel. Así, se hayan cometido por muchos o por pocos —
se hayan visto en esfuerzos para despojar a extranjeros a través de deberes
restrictivos, o en los engaños del comerciantes — las infracciones de la
igualdad son uniformemente contraproducentes. Mientras que el hombre
siga con las unidades sociales, no puede trasgredir el principio vital de la
sociedad sin consecuencias desastrosas volviendo de una manera u otra
sobre ellos.
ALDO EMILIANO LEZCANO
407
§15
No solo el bienestar máximo del ciudadano pide que él mismo deba
ajustarse a la ley moral; igualmente le hace preocuparse de que todos se
ajusten a ella. La independencia que necesita el estado social vuelve a todos
los negocios del hombre su negocio, de una manera más o menos indirecta.
A la gente cuyos ojos no deambulan más allá de sus libros de contabilidad,
parece que no tengan consecuencias cómo van los asuntos de la humanidad.
Parece que saben más como para preocuparse con los problemas públicos,
haciendo enemigos y dañando su comercio. Aun así si son tan egoístas
como para no preocuparse por sus prójimos, mientras sus propios botes de
carne estén bien llenos, dejad que aprendan que tienen el interés de libras,
chelines y peniques en riesgo. La simple prudencia del bolsillo les debería
llevar hacia un mayor bienestar humano, sino un deseo de mayor motivo.
Ayudar a equilibrar las cosas al final recompensará. La difusión de
principios sólidos y la mejora de la moralidad pública, acaba disminuyendo
los gastos domésticos. ¿No pueden ver que cuando compran carne, pan y
comida, tienen que dar algo al mantenimiento de prisiones y policía? ¿No
pueden ver que en el precio de un abrigo han cobrado un porcentaje más
grande para cobrar una deuda que tenía el sastre? Cada transacción en sus
vidas está de alguna manera obstaculizada por la inmoralidad general. Lo
sienten en la tasa de interés exigida por capital, (sin contar variaciones
temporales) es alta en proporción a que los hombres son malos.
zz
Lo sienten
en la cantidad de facturas de los abogados, o en tener que sufrir robo, por
miedo a que la ley cometa en ellos un mayor robo. Lo sienten en su parte de
dos y medio millones al año, que cuesta nuestra moneda metálica. Lo
sienten en esos derrumbes del comercio, a los que siguen amplias
especulaciones de juego. Les parece una absurda pérdida de tiempo el
expandir la independencia entre los hombres; y aún, si les viniera a la cabeza
como aquellas participaciones en ferrocarril, que compraron con valor,
bajaron a un precio ruinoso porque los directores se asustaron de un matón
rico, aprenderían que el predominio de un espíritu masculino puede
convertirse en dinero de valor para ellos. Se creen indiferentes de las
disputas de las naciones vecinas; y aún, al examinar, encontrarán que una
guerra húngara por los préstamos que reclaman, o un bloqueo danés por su
zz
Cuando la deshonestidad e imprevisión son extremas, el capital no puede tenerse bajo el
30 o 40 por ciento, como en el imperio birmano, o en la Inglaterra de la época del rey Juan
— Ver Mill's Political Economy (Economía Política de Mill).
ALDO EMILIANO LEZCANO
408
influencia en nuestro comercio, más o menos remotamente afectan sus
ganancias, en cualquier aislado rincón de Inglaterra que vivan. Su creencia es
que no están nada interesados en el buen gobierno de la India; y aun así una
pequeña reflexión les mostraría que sufren continuamente por esas
fluctuaciones del comercio consecuencia del suministro irregular e
insuficiente de algodón de América — fluctuaciones que hubieran acabado,
si la India se hubiera agotado por el derroche de sus gobernadores. ¿No les
interesa? Incluso la mejor educación de los chinos les importa, porque la
discriminación de los chinos rechaza a los mercaderes ingleses. ¿No les
interesa? Tienen interés en los ferrocarriles y canales americanos, porque
afectan el precio final del pan en Inglaterra. ¿No les interesa? Por qué la
acumulación de riqueza de cada pueblo en la faz de la tierra les afecta;
porque mientras que es la ley del capital inundar los lugares donde abunda,
hacia donde es escaso, las naciones ricas nunca pueden disfrutar totalmente
los frutos de su propio trabajo hasta que las otras naciones son igualmente
ricas. El buen mandato en los asuntos humanos en las comunidades más
remotas y más insignificantes es beneficioso para todos los hombres; su mal
mandato es catastrófico para todos los hombres. Y aunque el ciudadano
puede verse solo un poco afectado por cada influencia buena o mala
particular, trabajando dentro de su propia sociedad, y aún menos trabajando
dentro de otras sociedades — aunque el efecto en él pueda ser infinitesimal,
aun así está en el resultado acumulativo de infinidad de estas influencias
infinitesimales de las que dependen su felicidad o sufrimiento.
§ 16
Aún más claramente se ve esta identidad definitiva de los intereses
personales y los intereses sociales, cuando descubrimos qué esencialmente
vital es la conexión entre cada persona y la sociedad a la que está unida.
Comparamos suficientes veces una nación con un organismo vivo.
Hablamos del «cuerpo político,» de las funciones de sus muchas partes, de
su crecimiento, de sus enfermedades, como si fuera una criatura. Pero
normalmente empleamos estas expresiones como una metáfora,
sospechando poco lo cercana que es la analogía, y qué lejos aguantará
llevándola a cabo. Tan completamente está organizada, sin embargo, una
sociedad sobre el mismo sistema como un ser individual, que casi podemos
ALDO EMILIANO LEZCANO
409
decir que hay algo más que analogía entre ellos. Vamos a ver algunos de los
hechos.
Observa primero que el paralelismo gana enormemente en razonabilidad,
cuando aprendemos que el cuerpo humano está compuesto en sí mismo de
innumerables organismos microscópicos, que posee un tipo de vitalidad
independiente, que crece absorbiendo nutrientes de los fluidos que circulan,
y que se multiplica, como las mónadas infusorias, a través de fisión
espontánea. Todo el proceso de desarrollo, empezando por el primer
cambio en el óvulo, y terminando con la producción de un hombre adulto,
es fundamentalmente un incremento perpetuo en el número de estas células
a través del modo de generación fisíparo. Por otro lado, ese deterioro
gradual presenciado en la vejez, es en esencia un cese de este aumento.
Durante la salud, la vitalidad de estas células se subordina a la del sistema en
toda su extensión; y la presencia de células rebelde implica enfermedad. Así,
la viruela aparece de la intrusión de una especie de célula, extranjera a esa
comunidad de células de las que consiste el cuerpo, y que, absorbiendo
nutrientes de la sangre, se multiplica rápidamente a través de división
espontánea, hasta que su progenie se ha expandido a través de los tejidos; y
si las energías excretoras de la constitución fracasan en deshacerse de estos
extraños, resulta en la muerte. En ciertos estados del cuerpo, células
indígenas tomarán una nueva forma de vida, y al continuar reproduciéndose
así, dan origen a crecimientos parásitos, tal como el cáncer. Bajo el
microscopio, el cáncer puede identificarse a través de un elemento
específico, conocido como las células cancerígenas. A parte de esas
modificaciones de la vitalidad celular, que constituye a las enfermedades
malignas, ocasionalmente sucede otra en que las células, sin ningún cambio
en su naturaleza esencial, les revelan contra la fuerza gobernante general del
sistema, algunas veces alcanzando pulgadas de diámetro. Estas se llaman
Hydatids o Acephalocysts
aaa
, y, hasta hace poco, se habían tomado por parásitos
aaa
«Las formas primitivas de todas los tejidos son células libres, que crecen por imbibición,
y que desarrollan a sus semejantes de sus núcleos de hialina. Todos los tejidos animales
resultan de la transformación de estas células. Es a estas células que el acephalocyst tiene las
analogías más cercanas en propiedades físicas, químicas y vitales. * * * * Podemos decir,
con algo de verdad, que el cuerpo humano está principalmente compuesto o contraído de
acephalocyst; microscópicos, de hecho, y que, bajo condiciones naturales y saludables, se
metamorfosean en cartílago, hueso, nervio, fibra muscular, etc. Cuando, en vez de tal
cambio, las células orgánicas crecen en dimensiones que las hacen reconocibles a simple
vista, tal desarrollo de acephalocyst, como se llaman, se conecta normalmente en el sujeto
humano con un debilitamiento de la fuerza plástica determinante, que, en alguno de los
puntos más débiles de la estructura, parece incapaz de dirigir la metamorfosis de las células
ALDO EMILIANO LEZCANO
410
internos o entozoos. Aún más cercana parece la relación entre células de
tejido y organismos independientes, al encontrar que existe una criatura
llamada Gregarina, muy similar en estructura a la Hydatid, pero que se admite
que es un entozoo. Consistiendo como lo hace de una membrana celular,
rodeando fluido y un núcleo sólido, y multiplicándose como lo hace a través
de fisión espontánea de este núcleo y consiguiente división de las paredes
celulares, la Gregarina difiere de la célula de tejido simplemente en el tamaño,
y en que no forma parte del órgano que la contiene.
bbb
Y así deben coexistir
en el mismo organismo células de las que se constituye el organismo, otras
que deberían haber ayudado a construirlo, pero que están insubordinada o
parcialmente separadas, y otras que están naturalmente separadas, y
simplemente residen en sus cavidades. De ahí se nos justifica el considerar
al cuerpo como una comunidad de mónadas, cada una de las cuales tiene
poderes independientes de vida, crecimiento y reproducción, cada una de
las cuales absorbe su parte de nutrientes de la sangre. Y cuando se ve así, la
analogía entre un ser individual y una sociedad humana, que mientras ayuda
a favorecer alguna necesidad pública, absorbe una porción de la existencia
de productos en circulación traída hasta su puerta, es bastante evidente.
primitivas por el camino correcto a los tejidos que estaban destinados a formar, sino que
les permiten conservar, como fuera, su condición embrionaria, y crecer por la imbibición
de los fluidos que les rodean, y así se vuelven los medios de perjudicar afectando y
destruyendo los tejidos que deberían haber ayudado y reparado. Considero las diferentes
Acephalocysts, entonces, como simplemente muchas formas o especies de células mórbidas o
hidrópicas.» - Professor Owen's Hunterian Lectures (Los discursos de Hunterian del Profesor
Owen.
bbb
«Schleiden ha visto a estas Gregarinae como esencialmente células orgánicas individuales,
y se referiría a ellas como el grupo más bajo de plantas. Y aquí, de hecho, tenemos un buen
ejemplo de la unidad esencia de la división orgánica de la materia. Es solo el poder de auto-
contracción del tejido, y su solubilidad en ácido acético, que gira la balanza a favor de la
animalidad del Gregarinae; no tienen boca ni estómago, que se ha considerado la
característica orgánica constante de un animal.
«1846, Henle y otros han cuestionado el nombre de Gregarina para que no se considere ni
como una especie orgánica ni individuo, o como nada más que una célula monstruosa: así
aplicándole mi idea, propuesta en 1843, de la verdadera naturaleza de la acephalocyst.
«1848, Killicker ha publicado recientemente una memoria elaboradas sobre el género, en el
que se dan buenos y suficientes fundamentos para concluir que la Gregarina no simplemente
se parece, sino que realmente es una célula animada; se encuentra en el escalón más bajo de
la cadena animal, en paralelo con esa de las especies unicelulares del reino vegetal. La
Gregarina consiste, como han mostrado bien Schleiden y otros, de membranas celulares, de
los contenidos fluido y granular de la célula, y de un núcleo con (ocasionalmente) nucleolo.
El núcleo es la parte más dura, resistiendo la presión más tiempo, como la de la Polygastrian.
Se divide, y su división es seguida de una fisión espontánea.» - Professor Owen's Hunterian
Lectures (Los discursos de Hunterian del Profesor Owen.)
ALDO EMILIANO LEZCANO
411
Un cumplimiento aún más remarcable de esta analogía se encuentra en el
hecho, de que los diferentes de tipos de organización que la sociedad toma,
en el progreso desde la fase más baja a la más alta del desarrollo, son
esencialmente similares a los diferentes tipos de organización animal.
Criaturas de tipo inferior son poco menos que un conjunto de numerosas
partes iguales — se moldean en lo que el Profesor Owen llama el principio
de la repetición vegetal; y al trazar las formas asumidas por los grados
sucesivos por encima de estos, encontramos una disminución gradual del
número de las partes iguales, y una multiplicación en las partes diferentes.
En un extremo no hay más que unas pocas funciones, y muchos agentes
similares para cada función: en el otro, hay muchas funciones, y unos pocos
agentes similares para cada función. Así el aparato visual de una mosca
consiste en dos grupos de lentes fijas, contando en algunas especies 20.000.
Cada una de estas lentes produce una imagen; pero como su campo de
visión es extremadamente estrecho, y como no existe poder de adaptación a
las diferentes distancias, la visión obtenida probablemente es muy
imperfecta. Mientras que el mamífero, por otro lado, solo posee dos ojos;
cada uno de estos incluye numerosos apéndices. Está compuesto de varias
lentes, teniendo diferentes formas y deberes. Estas lentes son capaces de
varios ajustes focales. Hay músculos para dirigirlo a la derecha y a la
izquierda, al suelo y al cielo. Hay una cortina (el iris) para regular la cantidad
de luz admitida. Hay una glándula para segregar, un tubo para verter, y un
desagüe para llevar el fluido lubricante. Hay una cubierta para limpiar la
superficie, y hay pestañas para dar la alarman ante la aproximación de
cuerpos extraños. El contraste entre estos dos tipos de órganos visuales es
el contraste entre los tipos de estructura superior e inferior. Y examinamos
la estructura empleada para mantener los tejidos, lo encontramos formando
en la Annelida (el gusano común, por ejemplo) una serie prolongada de
anillos. En la Myriapoda, que están justo encima de la Annelida, estos anillos
son menos numerosos y más densos. El las Myriapoda superiores están
unidas en segmentos comparativamente menos largos y fuertes, mientras
que en Insecta esta condensación se lleva aún más allá. Hablando de cambio
análogos en los crustáceos, el inferior de todos constituido casi como un
ciempiés, y el superior de todos (el cangrejo) tiene todos sus segmentos
unidos, el Profesor Jones dice — «E incluso los pasos a través de los que
pasamos desde la Annelidan al Myriapod y de estos al insecto, al escorpión, y
la araña, parecen repetirse como si así viéramos el desarrollo progresivo de
la clasificación delante de nosotros. Observa de nuevo, que estas
modificaciones del exoesqueleto son completamente paralelas a aquellas del
ALDO EMILIANO LEZCANO
412
endoesqueleto. Las vértebras son numerosas en el pez, y en el reptil ofidio.
Son menos numerosas en los reptiles más grandes; menos numerosos aún
en los cuadrúpedos; el menos de todos los humanos: y mientras que su
número disminuye, las formas y funciones de sus apéndices varían, en vez
de ser, como en la angula, casi los mismos. Así, también es como los
órganos locomotores. Las espinas de los erizos de mar y las ventosas de las
estrellas de mar son numerosísimas. Así también son las patas de un
ciempiés. En los crustáceos contamos de catorce, doce, y diez, en los
arácnidos e insectos de ocho a seis; en los mamíferos inferiores en cuatro; y
en el hombre dos. Las modificaciones sucesivas de la cavidad digestiva son
de naturaleza análoga. Su forma inferior es la de un saco con solo una
abertura. Después en un tubo con dos aberturas, que tiene diferentes
funciones. Y en las criaturas superiores, este tubo, en vez de estar hecho de
absorbentes de un lado a otro — es decir, en vez de ser un conjunto de
partes iguales — se modifica en muchas diferentes, teniendo diferentes
estructuras adaptadas a las diferentes fases en que la función asimiladora se
divide ahora. Incluso la clasificación bajo la que el hombre, formando el
género Bimana, se distingue del género relacionado más cercano
Quadrumana, se basa en una disminución del número de órganos que tienen
formas y funciones similares.
Justo esta misma unión de partes iguales, y separación de las diferentes
— justo este mismo incremento de la subdivisión de funciones — tiene
lugar en el desarrollo de la sociedad. Los organismos sociales más
tempranos consisten casi totalmente en repetición de un elemento. Cada
hombre en un guerrero, cazador, pescador, constructor, agricultor,
fabricante de herramientas. Cada parte de la comunidad realiza las mismas
funciones de cada otra parte; casi igual que cada parte del cuerpo del pólipo
es igualmente el estómago, piel, y pulmones. Incluso los jefes, en los que
una tendencia hacia la separación de funciones aparece primero, aún
conserva su similitud al resto con respecto a la economía. La siguiente etapa
se distingue por una segregación de estas unidades sociales en unas pocas
clases distintas — soldados, sacerdotes, y trabajadores. Un mayor avance se
ve en la separación de estos trabajadores en diferentes castas, teniendo
ocupaciones especiales, como entre los hindúes. Y, sin más ejemplos el
lector percibirá enseguida, que desde los tipos de sociedad inferiores hasta la
nuestra complicada y más perfecta, el progreso ha sido siempre de la misma
naturaleza. Mientras también percibirá que esta unión de las partes iguales,
como se ve en la concentración de productos particulares en distritos
ALDO EMILIANO LEZCANO
413
particulares, y esta separación de agentes teniendo funciones separadas,
como se ve en la división más y más pequeña del trabajo, aún continua.
Significativo de la analogía afirmada es el siguiente hecho consecuente
del anterior, que la sensibilidad mostrada por las sociedades de estructura
inferior y superior difiere en grado, como lo hace la sensibilidad de criaturas
similarmente contrastadas. Esa facultad peculiar poseída por organismos de
vida inferiores en cada parte después de haberse cortado en parte, es una
manifestación resultante de la otra peculiaridad ahora mismo descrita;
específicamente, que consisten en muchas repeticiones del mismo elemento.
La habilidad de las muchas partes en la que un pólipo se ha dividido, de
crecer en pólipos completos, obviamente implica que cada porción contiene
todos los órganos necesarios para la vida; y que cada porción puede
constituirse así solo cuando aquellos órganos se repitan en cada parte del
cuerpo original. En cambio, la razón por la que cualquier miembro de un
ser altamente organizado no puede vivir cuando se le separa del resto es,
que no incluye todos los elementos vitales, sino que depende de sus
suministros de nutrientes, energía nerviosa, oxígeno, etc., de los miembros
de los que ha sido cortado. Está claro, entonces, que las más tempranas y
más tardías formas de sociedad, distinguiéndose de forma similar en
estructura, se distinguirán similarmente en susceptibilidad al daño. De ahí
sucede que una tribu de salvaje puede dividirse y subdividirse con poco o
ningún inconveniente para las varias partes. Cada una de ellas contiene
elementos que el todo tenía — es simplemente igual de autosuficiente, y
rápidamente asume la organización simple formando una tribu
independiente. De ahí, al contrario, sucede, que en una comunidad como la
nuestra ninguna parte se puede cortar o dañar sin que todas las partes
sufran. Destruye el agente empleado en distribuir las materias primas, y una
gran parte del resto morirá antes de que otro agente distributivo se
desarrolle. De repente corta la parte productora de la parte agricultura, y
uno morirá en el acto, mientras que el otro perduraría de forma dolorosa.
Esta interdependencia se muestra diariamente en los cambios comerciales.
Deja que los obreros de las fábricas trabajen a tiempo parcial, e
inmediatamente los mercados de productos coloniales de Londres y
Liverpool se hunden. El tendero está ocupado o no, de acuerdo a la
cantidad de cultivo de trigo. Y una plaga de la patata puede arruinar a los
distribuidores de los fondos consolidados.
Así encontramos, que no sólo esa analogía entre una sociedad y una
criatura viva es confirmada a un grado bastante insospechado por aquellos
que comúnmente lo muestran, sino también, que la misma definición de
ALDO EMILIANO LEZCANO
414
vida se aplica a ambos. Esta unión de muchos hombres en una comunidad
— este incremento de la dependencia mutua de unidades que se originaron
independientemente — esta segregación natural de ciudadanos en cuerpos
separados, con funciones recíprocamente subordinadas — esta formación
de un todo, consistiendo en numerosas partes esenciales — este
crecimiento de un organismo, del que una parte no puede ser herida sin que
el resto lo sienta — debe generalizarse todo bajo la ley de la
individualización. El desarrollo de la sociedad, tan bien como el desarrollo
del hombre y el desarrollo de la vida en general, puede describirse como una
tendencia a individualizar — a volverse una cosa. Y correctamente
interpretado, las diversas formas de progreso rodeándonos, son
uniformemente significativas de esta tendencia.
Volviendo ahora al punto de donde partimos, el hecho de que los
intereses públicos y privados están esencialmente al unísono, no se puede
fallar al darse cuenta más vívidamente, cuando una conexión tan vital se
encuentra para subsistir entre la sociedad y sus miembros. Aunque puede
ser peligroso colocar verdad implícita en conclusiones fundadas sobre la
analogía que acabamos de trazar, aun así en armonía como están con las
conclusiones deducibles de la experiencia diaria, indiscutiblemente las
refuerza. Cuando, después de observar las reacciones implicadas por la
violación de la igualdad, el ciudadano contempla la relación en que están
dentro del cuerpo político — cuando aprende que tiene un tipo de vida, y se
amolda a las mismas leyes de crecimiento, organización, y sensibilidad que
hace un ser — cuando encuentra que una vitalidad circula a través del
cuerpo social y él, y que mientras la salud social, en cierta medida, depende
del cumplimiento de algunas funciones en las que él toma parte, su felicidad
depende de la acción normal de cada órgano en un cuerpo social — cuanto
complete esto debidamente, él debe ver que su propio bienestar y el
bienestar de los hombres son inseparables. Debe ver que cualquier cosa que
produzca un estado enfermo en una parte de la comunidad, debe infligir
inevitablemente daño en todas las otras partes. Debe ver que su propia vida
puede convertirse en lo que debe ser, solo tan rápido como la sociedad se
vuelva lo que debe ser. En resumen, se debe convencer con la verdad
saludable, de que nadie puede ser perfectamente libre hasta que todos sean
libres; nadie puede ser perfectamente moral hasta que todos sean morales;
nadie puede ser perfectamente feliz hasta que todos sean felices.
ALDO EMILIANO LEZCANO
415
CAPÍTULO XXXI
RESUMEN
§ 1
Al traer dentro de un ámbito limitado las evidencias que se han citado en
apoyo de la Teoría de la Igualdad delante de él, se ayudará al lector a llegar a
un juicio final sobre ella.
Al frente de estas evidencias se encuentra el hecho que, de cualquier lado
que empecemos la investigación, igualmente nuestro camino se unirá hacia
el principio del que esta teoría es un desarrollo. Si empezamos con una
pregunta á priori en las condiciones bajo la que sólo la Idea Divina — la
felicidad más grade — puede realizarse, encontramos esa conformidad que
la ley de la misma libertad es el primera de ellas (cap. III). Si, volviendo a la
constitución del hombre, consideramos los medios provistos para alcanzar
la mayor felicidad, razonamos rápidamente nuestro camino de vuelta a la
misma condición; viendo que estos medios no pueden alcanzar su fin, a
menos que se someta a la ley de la misma libertad (cap. IV). Si, continuamos
el análisis un paso más, examinamos como la subordinación de la ley de la
misma libertad se asegura, descubrimos ciertas facultades a las que esta ley
responde (cap. V). Y, de nuevo, contemplamos el fenómeno de la
civilización, percibimos que el proceso de adaptación bajo el que debe
generalizarse, no puede parar nunca hasta que el hombre se haya vuelto
instintivamente obediente a esta ley de la misma libertad (cap. II). A todas
estas pruebas positivas también se le debe añadir la negativa, que negar esta
ley de la misma libertad es afirmar varias estupideces.
§2
Más confirmación puede encontrarse en la circunstancia que teorías
preexistentes, que son insostenibles tal y como están, son aún absorbidas, y
la parte de verdad contenida en ellas asimilada, por la teoría ahora
propuesta. Así la producción de la felicidad más grande, aunque inaplicable
ALDO EMILIANO LEZCANO
416
como una guía inmediata para el hombre, es sin embargo el verdadero fin
de la moralidad, considerado desde el punto de vista Divino; y como tal,
forma parte del presente sistema (cap. III). El principio del sentido moral,
también, aunque sus propulsores le den un uso incorrecto, se basa aún en
hechos; y, como se ha mostrado, está en armonía, cuando se interpreta
correctamente, con lo que parecen creencias opuestas, y las unidas para
producir un todo. Añade a esto, que la filosofía ahora sostenida, incluye, y
permite una aplicación más amplia a, la doctrina de la empatía de Adam
Smith; y por último, que da un desarrollo final a la «Idea de Vida» de
Coleridge.
§3
El poder que posee la teoría propuesta de reducir los preceptos
principales de la moralidad actual a una forma científica, y de
comprenderlos, en compañía con varios preceptos menos reconocidos, bajo
una generalización, también debe citarse como una evidencia adicional en su
favor. No como hasta ahora reconociendo si, en el todo, el homicidio
produce infelicidad, o al contrario — no preguntado si robar es, o no,
apropiado — no preguntando en el caso de la esclavitud cuáles son sus
efectos en el bien común — no se nos guía ni a través de ningún proceso
tan complejo e inexacto, ni a través de decisiones debatibles del simple
sentido moral; sino a través de inferencias innegables de una primer
principio probado. No solo las reglas principales de la correcta conducta y
el orden justo de las relaciones matrimoniarles y paternales se determinan
así; este mismo primer principio da distintas respuestas respecto a la
correcta constitución de los gobiernos, sus deberes, y los límites de acción.
De un laberinto interminable de debate confuso con respecto a la política
de estas o aquellas medidas públicas, abre caminos cortos y fácilmente
diferenciables; y las conclusiones a las que lleva son reforzadas, tanto
generalmente, por una experiencia abundante de la falacia de las decisiones
del interés, y especialmente, por numerosos argumentos en cada una de las
sucesivas preguntas. Subrayando, entonces, como este primer principio
hace, una gama de deber tan amplia, y aplicada como está por un proceso
de ajuste mental relacionado de cerca de lo geométrico — específicamente,
determinando la igualdad o desigualdad de las cantidades morales — podemos
considerar que un sistema de éticas desarrollado sintéticamente de ella,
ALDO EMILIANO LEZCANO
417
comparte el carácter de un ciencia exacta; y haciendo esto posee derechos
adicionales para nuestra confianza.
§4
De nuevo, los requerimientos de la ley moral, como se interpretan ahora,
coinciden con y anticipan aquellos de la economía política. La economía
política enseña que las restricciones en el comercio son perjudiciales: la ley
moral las denuncia como incorrectas (cap. XXIII). La economía política nos
dice que la pérdida se ocasiona por forzar el comercio con las colonias: la
ley moral no permitirá que se establezca tal comercio (cap. XXVII). La
economía política dice que es bueno que se les permita a los especuladores
manejar los mercados de alimentos ya que lo ven bien: la ley de la misma
libertad (al contrario de la idea actual) les hace justificarse de esto, y
condena toda interferencia con ellos como no equitativo. Sanciones sobre la
usura son probadas a través de la economía política de ser perjudiciales: a
través de la misma libertad son prohibidos por suponer una infracción de
los derechos. De acuerdo con la política económica, la maquinaria es
beneficiosa para el pueblo, en vez de dañina para ella: de acuerdo con esto
la ley de la misma libertad prohíbe todos los intentos de restringir su uso.
Una de las conclusiones establecidas de la economía política es, que los
salarios y precios no pueden regularse artificialmente: mientras tanto es una
deducción obvia de la ley de la misma libertad que ninguna regulación
artificial es moralmente permisible. Se nos enseña a través de la economía
política que para que sean menos dañinos los impuestos deben ser directos:
en coincidencia encontramos que el impuesto directo es el único tipo de
impuesto contra el que la ley de la misma libertad no protesta
incondicionalmente. En otras preguntas varias, tales como el daño de las
alteraciones de la moneda, la inutilidad de los esfuerzos de beneficiar
permanentemente una ocupación a expensas de otras, la deshonestidad de
la intromisión legislativa con los procesos de fabricación, etc., las
conclusiones de la economía política son similares a la vez con los dictados
de esta ley. Y así los argumentos elaborados de Adam Smith y sus sucesores
se anticipan, y se hacen innecesarios para propósitos prácticos, por las
deducciones más simples de la moralidad fundamental: un hecho que,
quizás, no se sabrá hasta que se vea que las deducciones de la economía
ALDO EMILIANO LEZCANO
418
política son verdad, solo porque son los descubrimientos de un proceso
indirecto de lo que la ley moral ordena.
§5
Además, la teoría propuesta incluye una filosofía de la civilización.
Mientras que en su aspecto ético ignora al mal, en su aspecto psicológico
muestra como el mal desaparece. Mientras, como una declaración abstracta
de lo que debe ser la conducta, asume la perfección — es, de hecho, la ley
de esa perfección — aun así, como una razón del fenómeno moral, explica
el por qué la conducta se vuelve lo que debe ser, y por qué el proceso a
través del que ha pasado la humanidad fue necesario.
Así vimos que la posesión del hombre primitivo de una constitución que
le permitía apreciar y actuar hacia los principio de pura rectitud hubiera sido
perjudicial, y de hecho nefasto. Vimos que de acuerdo con la ley de
adaptación, las facultades que responden a estos principios empiezan a
desarrollarse tan pronto como las condiciones de la existencia las llaman.
De vez en cuando se ha mostrado que los incidentes destacados del
progreso indican el continuo desarrollo de estas facultades. Esa supremacía
que debe preceder la realización del estado perfecto, se ha insinuado en
numerosos lugares (cap. II).
Así que por un lado de la teoría propuesta, al mostrar las condiciones
bajo la que solo se puede realizar la Idea Divina, ignora los defectos
existentes de la humanidad; el otro lado, al mostrar las propiedades
mentales necesarias para satisfacer estas condiciones, muestra lo que es
esencialmente la civilización; por qué es necesaria; y nos explica sus
características principales.
§6
Por último, hay un hecho mencionado recientemente, que la verdad
moral como se interpreta ahora, prueba ser un desarrollo de la verdad
psicológica; porque la llamada ley moral es en realidad la ley de la vida
completa. Como más de una vez se ha señalado, un cese total en el ejercicio
de las facultades es la muerte; cualquier cosa que impida parcialmente su
ALDO EMILIANO LEZCANO
419
ejercicio, produce dolor o muerte parcial; y solo cuando se permite la
actividad de todas ellas, la vida se vuelve perfecta. La libertad para ejercer
las facultades siendo así la primera condición de la vida, y la extensión de
esa libertad al punto más alejado posible siendo la condición de la mayor
vida posible, resulta en que la libertad de cada uno, limitada solo por la
misma libertad de todos, es la condición de la vida completa aplicada a la
humanidad en toda su extensión.
No solo es esto verdad en las capacidades individuales de la humanidad:
es igualmente verdad en su capacidad colectiva; viendo que la vitalidad que
una comunidad muestra es alta o baja de acuerdo a si su condición está o no
satisfecha. Porque, como sin duda el lector observó en el curso de nuestro
último análisis, esas clases superiores de organización social, caracterizadas
por la dependencia mutua de sus respectivas partes, son posibles solo
mientras que sus respectivas partes puedan confiar las unas en las otras; es
decir, que solo mientras que el hombre se comporte justamente con sus
compañeros; es decir, solo mientras que obedezca a la ley de la misma
libertad.
De ahí, generalizando ampliamente, como lo hace, los prerrequisitos de
la existencia, tanto personal y social — siendo por un lado la ley bajo la que
cada ciudadano debe alcanzar la vida plena, y siendo por otro lado, no
figuradamente, sino literalmente, la ley vital del organismo social — siendo
la ley bajo la que la individualización, tanto del hombre como de la
sociedad, se consigue — siendo, entonces, la ley de este estado hacia la que
tiende la creación — la ley de la misma libertad puede considerarse
propiamente la ley de la naturaleza.
§ 7
Habiendo revisado brevemente los argumentos — habiendo
rememorado que se llega a nuestro primer principio a través de varios
métodos independientes de investigación — que se desarrolla en un
sistema, uniéndose en un todo consistente, teorías, algunas de las cuales
parecen opuestas, y otras sin relación — que no solo da una derivación
científica a los principios importantes de la moralidad, sino que los incluye
junto con las leyes del deber del estado bajo una generalización — que dicta
órdenes coincidiendo con los requerimientos de la economía política — que
la civilización es explicable como la evolución de un ser capaz de ajustarse a
ALDO EMILIANO LEZCANO
420
ella — y por último, que posee tales relaciones multiplicadas, porque sustenta
las manifestaciones de la vida — habiendo rememorado estas cosas, el
lector quizás encontrará los rayos de la evidencia así enfocados, suficiente
como para disipar las dudas que hasta el momento pueden haber perdurado
con él.
ALDO EMILIANO LEZCANO
421
CAPÍTULO XXXII
CONCLUSIÓN
§l
Se necesitan algunas palabras respecto a la actitud a asumir hacia las
doctrinas que se han enunciado. Probablemente muchos buscarán
ansiosamente excusas para ignorar las limitaciones fundadas por la ley moral
como se han desarrollado aquí. La antigua costumbre de caer de nuevo en
consideraciones del interés — una costumbre que los hombres seguían
mucho antes que fuera idolatrada por Paley — aún tendrá influencia.
Aunque se ha mostrado que el sistema de decidir sobre la conducta a través
del cálculo directo de resultados es uno erróneo — aunque la súplica de
que, aunque por buenas que sean ciertas reglas de acción, las excepciones
ocasionales son necesarias, se han encontrado huecas (Lema II), aun así
podemos anticipar más disculpa por la desobediencia, en el tema de
«política». Entre otras razones para reclamar libertad, seguramente se instará
a que, donde sea que el código moral perfecto esté declaradamente más allá
de la realización del hombre imperfecto, se necesita algún otro código para
nuestra guía actual. No sobre lo que es teóricamente correcto, sino sobre lo
que es el mejor camino practicable bajo circunstancias existentes, es sobre
lo que se insistirá como la cosas a descubrir. Alguno insistirá de nuevo, que
cualquier línea de conducta produce el mayor beneficio como están las
cosas, si no positivamente correcto, aún no es relativamente; y así, entonces, por
ahora, tan obligatoria como la propia ley abstracta. O quizás se dirá, que si,
con la naturaleza humana como es ahora, una reorganización repentina de la
sociedad sobre los principio de la igualdad pura produciría resultados
desastrosos, le sigue que, hasta que se alcance la perfección, se debe usar
algo de discreción al decidir hasta qué punto se deben llevar a cabo estos
principios. Y así podemos esperar tener el interés reafirmado como al
menos la ley temporal, si no la definitiva. Examinemos estas posturas en
detalle.
ALDO EMILIANO LEZCANO
422
§2
Decir que el hombre imperfecto necesita un código moral que reconozca
su imperfección y que se le permita, parece a primera vista razonable. Pero
realmente no es así. Dondequiera que ese código difiera del código perfecto,
también debe diferir en ser menos estricto; porque si se argumenta que el
código perfecto necesita tal modificación como para volverse posible de
realización por el hombre existente, las modificaciones deben consistir en
omitir sus órdenes más duras. Así en vez de decir — «No traspases la ley,»
— se propone, considerando nuestra debilidad, decir — «traspasa la ley en
este y este caso». Expresado así, la proposición casi se condena a sí misma;
viendo que hace que la moralidad permita acciones que son declaradamente
inmorales.
Pasando a través de esto, sin embargo, supón que preguntamos qué
ventaja se promete al bajar así el estándar de la conducta. ¿Si puede suponer
que el hombre en su conjunto se acercará a un cumplimiento total del deber
cuando no se insiste en la parte más difícil de su deber? Apenas: porque
mientras que el cumplimiento cae bajo su objetivo tan comúnmente, traer
su objetivo al nivel de la posibilidad, es hacer que el cumplimiento esté por
debajo de la posibilidad. ¿Es que ningún mal resultará de esforzarse en una
moralidad de la que aún estamos parcialmente capacitados? No; al
contrario, es solo a través de aspiraciones continuas tras lo que hasta ahora
ha estado más allá de nuestro alcance, que se produce el avance. ¿Y dónde
se necesita cualquiera de estas modificaciones? Cualquier incapacidad que
exista en nosotros, se reafirmará necesariamente; y en la vida real nuestro
código se rebajará virtualmente en proporción a esa incapacidad. Si el
hombre aún no puede obedecer completamente la ley, bueno, no puede, y
es el fin del asunto; pero si no resulta que no debamos entonces estereotipar
su incompetencia, especificando cuánto es posible para ellos y cuánto no.
Ni, de hecho, podemos hacer esto cuando se desee. Solo experimentando se
puede decir qué lejos puede adaptarse un individuo, así que una
especificación no respondería por todas. Además, si se diera una media, se
aplicaría solo al tiempo presente; y sería inaplicable al tiempo
inmediatamente siguiente. De aquí que un sistema de morales que
reconozca las imperfecciones actuales del hombre y las permita, no puede
concebirse, y sería inútil si pudiera concebirse.
ALDO EMILIANO LEZCANO
423
§3
Aquellos que, a través de justificar un poco de desobediencia política,
afirman que su ansiedad es práctica, harían bien en sopesar sus palabras un
poco. Por «práctica,» se describe algún modo de acción que produce
beneficio; y un plan que se diseña así especialmente, en contraste con otros,
es uno que se asume que es, en un todo, más beneficioso que los otros.
Esto que llamamos ley moral es simplemente una declaración de las
condiciones de la acción beneficiosa. Originándose en las necesidades
primarias de las cosas, es su desarrollo en una serie de limitaciones
interiores que toda conducta propicia para la mayor felicidad debe limitarse.
Exceder tales limitaciones es ignorar estas necesidades de las cosas — es
luchar contra la constitución de la naturaleza. En otras palabras, defender el
deseo de ser práctico, como una razón para trasgredir la ley moral, es asumir
que en la búsqueda del beneficio debemos abrirnos camino a través de los
límites dentro de los que solo se puede conseguir el beneficio.
¡Qué idea loca es esta de que podemos concebir ventajosamente, y
organizar, y alterar, al ignorar las condiciones inherentes del éxito; o que
conociendo estas condiciones podemos despreciarlas! En el campo y en el
taller mostramos mayor sabiduría. Hemos aprendido a respetar las
propiedades de las sustancias con las que tratamos. Peso, movilidad, inercia,
cohesión, son reconocidos universalmente — son virtualmente, si no
científicamente, comprendidos por ser atributos esenciales de la materia; y
nadie excepto los simplones más inútiles los ignoran. En la ética y
legislación, sin embargo, nos comportamos como si las cosas con las que
tratamos no tuvieran propiedades fijas, ningún atributo. No preguntamos
respetando esta naturaleza humana cuáles son las leyes bajo las que puede
generalizarse su fenómeno variado, ni acomodamos nuestros actos a ellos.
No preguntamos qué constituye la vida, o de qué consiste la felicidad
propiamente, ni elegimos nuestras medidas en consecuencia. ¿Aun así, no es
incuestionable que del hombre, de la vida, de la felicidad, se predicen ciertas
verdades primordiales que sustentan toda conducta correcta? ¿No se debe la
gratificación uniformemente a la realización de sus funciones a través de las
respectivas facultades? ¿No crece cada facultad a través del ejercicio, y
disminuye por el desuso? ¿Y no debe el problema de cada esquema de la
legislación o cultura, dependen principalmente del respeto pagado a estos
hechos? Seguramente es de todo menos razonable, antes de concebir
medidas para el beneficio de la sociedad, determinar de qué está hecha la
ALDO EMILIANO LEZCANO
424
sociedad. ¿Es la naturaleza humana constante o no? Si es así, ¿por qué? Si
no, ¿por qué no? ¿Es en esencia siempre la misma? ¿Entonces cuáles son
sus características permanentes? ¿Está cambiando? ¿Entonces cuál es la
naturaleza de los cambios que está pasando? ¿En qué se está convirtiendo, y
por qué? Evidentemente la respuesta a estas preguntas debe preceder la
adopción de «medidas prácticas». El resultado de tales medidas no puede ser
cuestión del azar. Su éxito o fracaso debe determinarse por su acuerdo o
desacuerdo con ciertos principios fijos de las cosas. ¡Qué estúpido es,
entonces, ignorar estos principios fijados! ¿Llamas «práctico» a empezar tu
doceavo libro antes de aprender los axiomas?
§4
Pero si aún no somos capaces de realizar totalmente la ley perfecta, y si
nuestra incapacidad hace necesarias ciertas regulaciones suplementarias,
entonces, ¿no son estas regulaciones suplementarias, en virtud de sus
efectos benéficos, éticamente justificables? Y si su abolición, en el terreno
que difieren de la moralidad abstracta, sería perjudicial, entonces ¿no tienen
mayor autoridad, en el presente, que la propia ley moral? — ¿No debe lo
relativamente correcto tener prioridad ante lo positivamente correcto?
El aire confidente con que esta pregunta parece reclamar una respuesta
afirmativa se asume de alguna manera precipitadamente. No es verdad que
la disposición mejor adaptada a la época, no posee, en virtud de su
adaptación, ninguna autoridad independiente. Su autoridad no es original,
sino adaptada. Cualquier respeto que se le deba, se le debe solo como una
personificación parcial de la ley moral. Todo el beneficio que se confiere es
atribuido a la realización de esta parte de la ley moral que ejecuta por
considerar la naturaleza esencia de todas las ventajas obtenidas a través de
cualquier disposición. El uso de cada institución es ayudar al hombre en el
logro de la felicidad. La felicidad consiste en el ejercicio adecuado de las
facultades. De ahí una institución adecuada a la época, debe ser una que de
alguna manera u otra asegure al hombre una mayor facilidad para el
ejercicio de sus facultades — es decir, una mayor libertad para tal ejercicio
— de la que disfrutarían sin él. Así, si se afirmara en un pueblo dado que un
despotismo es en el presente la mejor forma de gobierno para ellos, se
refiere a que el ejercicio de las facultades está menos limitado bajo un
despotismo, de lo que estaría limitado bajo el estado anárquico supuesto por
ALDO EMILIANO LEZCANO
425
cualquier otra forma de gobierno; y que, entonces, el despotismo da a tal
pueblo una cantidad de libertad para ejercer las facultades mayor que el que
poseerían en su ausencia. Igualmente, todas las excusas que se podrían dar
por un sufragio restringido, por la censura de la prensa, por limitación por
pasaporte, y demás, se resuelven en afirmaciones de que la preservación del
orden público necesita estas restricciones — que la disolución social
resultará de su abolición — que surgiría un estado de agresión universal de
unos hombres a otros — o, en otras palabras, que la ley de la misma
libertad se viola menos al mantener estas restricciones, de lo que se violarían
si se abolieran.
Si, entonces, la única escusa que se hace por las medias de interés
temporal es, que ellos consiguen que las órdenes de la ley moral se realicen
mejor de lo que otra medida puede, su autoridad no puede compararse más
con esa de la propia ley moral, que la autoridad de un sirviente con la de un
señor. Mientras que un conductor de fuerza es inferior a su generador —
mientras que un instrumento es inferior a la voluntad que lo guía, tanto
menor debe ser una institución a la ley cuyo fin favorece, y tanto debe tal
institución ceder a esa ley como el agente a su jefe.
Y aquí hay que señalar, que debemos evitar mucha confusión dejando de
utilizar la palabra correcto en cualquier caso excepto su sentido legítimo; ese,
específicamente, en el que describe la conducta puramente normal. Corrección
expresa de las acciones, lo que rectitud expresa de las líneas; y no puede
haber más de dos tipos de acción correcta al igual que no puede haber dos
tipos de líneas rectas. Si tuviéramos que mantener nuestras conclusiones
libres de ambigüedad, debemos reservar el término que empleamos para
decir absoluta rectitud, solamente para ese propósito. Y cuando sea
necesario expresar los derechos de las instituciones imperfectas, aunque
beneficiosas, debemos hablar de ellas, no como «relativamente correctas,» o
«correctas por el momento,» sino como las instituciones menos incorrectas
ahora posibles.
§5
El reconocimiento de que las disposiciones sociales pueden ajustarse a la
ley moral solo mientras que la gente sea ella misma moral, probablemente se
creerá que es una petición suficiente para reclamar la libertad para juzgar
cuánto se podrán llevar a cabo la ley moral sin peligro.
ALDO EMILIANO LEZCANO
426
Porque si su congruencia entre la organización política y el carácter
popular es necesaria; y si, una organización política anterior a la época
necesitará modificaciones para adecuarle a la época; y si este proceso de
modificación debe acompañarse de un gran inconveniente, e incluso
sufrimiento; entonces resultará que para evitar estos males nuestro esfuerzo
debe ser adaptar primero a tal organización a la época. Es decir que, las
ambiciones de los hombres de realizar una excelencia ideal deben
comprobarse a través de consideraciones prudenciales.
«Progreso, y al mismo tiempo resistencia,» — ese famoso dicho de M.
Guizot, con el que la anterior postura es en sustancia idéntica — sin duda
expresa la verdad; pero para nada el orden de la verdad supuesto
normalmente. Observar a la sociedad de lejos, y percibir que tal o cual son
los principios de su desarrollo, es una cosa: adoptar estos como leyes de
nuestro gobierno diario, se volverán tras examinarlos en otra cosa bastante
diferente. Justo como vimos que es muy posible para lograr de la felicidad
más grande ser desde un punto de vista el fin reconocido de la moralidad, y
aun así no tener ningún valor para la guía actual (cap. III), así, es muy
posible para el «progreso, y al mismo tiempo resistencia,» ser la ley de la
vida social, sin ser una ley por la que los ciudadanos individuales puedan
regular sus acciones.
Que las aspiraciones tras cosas como deben ser, necesitan restricción a
través de un apego de las cosas como son, se admite completamente. Los
dos sentimientos responden a los dos lados de nuestra naturaleza
entremezclada — el lado en que continuamos adaptados a las antiguas
condiciones de la existencia, y el lado en que nos adaptamos a las nuevas. El
conservadurismo defiende aquellas disposiciones en que un salvajismo aún
persistente se vuelve requisito. El radicalismo se esfuerza en realizar un
estado más en armonía con el carácter del hombre ideal. Las fuerzas de
estos sentimientos están proporcionadas a la necesidad de las instituciones a
las que responden. Y la organización social adecuada para un pueblo dado
en una época dada, será una que escuche la influencia de estos sentimientos
en relación a su prevalencia entre ese pueblo en esa época. De ahí la
necesidad de una manifestación fuerte y constante de ambas. Mientras, en el
otro lado, el amor de hacia lo que es abstractamente justo, indignación
contra toda clase de agresión, y entusiasmo en representación de la reforma,
son sobre los que hay que alegrarse; debemos, por otro lado, tolerar, como
indispensables, estas demostraciones de tendencia antagónica; viéndose en
la oposición detallada a cada mejora, en el sentimentalismo pueril de Young
England, o incluso en algún esfuerzo desesperado de traer de vuelta la
ALDO EMILIANO LEZCANO
427
época del culto al héroe. La naturaleza necesita todo esto, mientras que
representen creencias sinceras. De vez en cuando el esfuerzo resulta en
cambios; y a través de unir fuerzas se produce un resultante, encarnando la
cantidad correcta de movimiento en la dirección correcta. Comprendida así,
entonces, la teoría de «progreso, y al mismo tiempo resistencia,» es correcta.
Nótese ahora, sin embargo, que para que esta resistencia sea benéfica,
debe venir de aquellos que piensan que las instituciones que defienden
realmente son las mejores, y las innovaciones propuestas absolutamente
mal. No debe venir de aquellos que aprueban secretamente el cambio, pero
que piensan que alguna de sus oposiciones es necesaria. Porque si el
verdadero fin de este conflicto de opinión es mantener las disposiciones
sociales en armonía con el carácter medio de la gente; y si (negando ese tipo
de opinión temporal generada por la pasión revolucionaria) la opinión
honesta mantenida por cada hombre de cualquier estado dado de las cosas a
su condición moral; resulta que solo a través de una manifestación universal
de opiniones honestas se puede preservar la armonía entre las disposiciones
sociales y el carácter popular medio. Si, ocultando su comprensión real,
alguien de la parte del movimiento se une a la parte inmóvil, simplemente
con la intención de prevenir un avance demasiado rápido, deben
interrumpir inevitablemente la adaptación entre la comunidad y sus
instituciones. Mientras se deje que el conservadurismo natural siempre
presente en la sociedad contenga la tendencia progresiva, las cosas irán bien;
pero añade a este conservadurismo natural un conservadurismo artificial —
un conservadurismo que no se encuentra en consonancia con la antigua,
sino en una teoría de que el conservadurismo es necesario — y la relación
adecuada entre las desfuerzas se destruye; el resultante ya no va en la
dirección correcta; y el efecto que produce está más o menos corrompido.
Mientras que, por lo tanto, hay una verdad en la creencia de «progreso, y al
mismo tiempo resistencia,» es la ley del cambio social, hay un error fatal en
la deducción de que la resistencia se debe crear artificialmente. Es un error
el suponer que éste es el tipo de resistencia que se ha pedido; y, como la
propia experiencia de M. Guizot testifica, es un error mayor suponer que
alguien pueda decir hasta dónde debe llevarse la resistencia.
Pero, de hecho, sin entrar en una crítica como ésta, el hombre de
conocimiento moral ve suficientemente cerca que tal comportamiento
contradictorio no puede responder. Los métodos exitosos son siempre
genuinos, sinceros. Los asuntos del universo no se continúan a través de un
sistema benigno de reciprocidad. En las acciones de la naturaleza todas las
cosas muestran sus verdaderas cualidades — ejercen cualquier influencia
ALDO EMILIANO LEZCANO
428
que haya realmente en ellas. Es obvio que un globo construido parcialmente
de apariencias en vez de hechos, no perduraría en medio de este caos. Y es
seguro que una comunidad compuesta de hombres cuyos actos no están en
armonía con sus creencias más íntimas, será igualmente inestable. Saber en
nuestros corazones que alguna medida propuesta es esencialmente correcta,
y aún decir a través de nuestros hechos que no está bien, no la probará
realmente beneficiosa. La sociedad no puede prosperar a través de mentiras.
§6
Y aun así se creerá inaceptable negar el poder discrecional en este asunto.
Abandonar las consideraciones prudenciales en el intento de poner a la
sociedad en un fundamento puramente equitativo, probablemente se
pondrán reparos, al implicar un total abandono del juicio privado. Se debe
confesar que lo hace así. Pero aquel que impulsa esta objeción, debe
preguntarse apropiadamente cuánto vale, al aplicarlo a tal tema, su juicio
privado.
¿Cuál es la cuestión a resolver? ¿Si es, o no, momento para hacer algún
cambio deseado? — ¿Si la gente, o no, está preparada para alguna forma
social superior de la que han vivido hasta ahora? ¿Dónde están ahora sus
calificaciones para responder esta pregunta? ¿Ha visto alguna vez los
millones de los que prescribiría? Una décima parte quizás. ¿Cuántas
reconoce? Quizás te puede decir mil o dos mil nombres y ocupaciones.
¿Pero cuántas conoce? Varios cientos, si llega. ¿Y de qué parte de estas
conoce personalmente las características? Se cuentan decenas. ¿Entonces
debe ser a través de lo que lee en libros y periódicos, presencia en
reuniones, y escucha en conversaciones que juzga? En parte sí: de los
puntos principales del carácter atraídos así a su atención, deduce el resto.
¿Encuentra entonces sus deducciones confiables? Al contrario, cuando va
entre los hombres sobre los que ha leído, o que le han descrito,
normalmente resulta que tiene una impresión bastante incorrecta de ellos.
¿No lleva esta evidencia que él juzga a conclusiones iguales a todas las
personas? No: con las mismas fuentes de información abiertas a todos,
otros forman opiniones de la gente ampliamente diferentes de las que él
tiene. ¿Son contantes sus propias convicciones? Para nada: constantemente
se encuentra con hechos que le prueban que ha generalizado con datos
insuficientes; y que obligan a la revisión de su opinión. Sin embargo, ¿no
ALDO EMILIANO LEZCANO
429
puede ser que recolectando las características de aquellos que conoce
personalmente, pueda formar una opinión medianamente correcta de
aquellos que no conoce? Difícilmente: viendo que de aquellos que conoce
personalmente, sus juicios son normalmente incorrectos. Amigos muy
íntimos ocasionalmente le sorprenden con comportamientos bastante
inesperados, incluso sus familiares más cercanos — hermanos, hermanos y
niños lo hacen: es más, de hecho, no tiene más que un conocimiento
limitado de sí mismo; porque aunque de vez en cuando imagina muy
claramente cómo debe actuar bajo ciertas circunstancias, comúnmente
sucede que cuando se le coloca en estas circunstancias su conducta es
bastante diferente de lo que esperaba.
De qué valor es el juicio de una inteligencia tan restringida sobre la
pregunta ¿está la nación preparada para tal o cual medida de reforma, o no
lo está? Aquí hay uno que afirma decir cómo se comportarán unos treinta
millones de personas bajo disposiciones un poco más libres que las
existentes. Aun así no ha visto nueve décimas partes de estas personas;
personalmente solo conoce a una parte infinitesimal; y conoce a estas tan
imperfectamente que en un punto y otro se encuentra equivocado respecto
casi a todos. Aquí hay uno que no puede decir tan siquiera cómo le
afectarían ciertas condiciones no experimentadas, ¡y aún piensa que puede
decir de toda una nación cómo le afectarían ciertas condiciones no
experimentadas! Sin duda hay en esto, una incongruencia absurda entre
pretensión y aptitud.
Cuando el contraste entre las instituciones actuales y las previstas es muy
grande — cuando, por ejemplo, se propone cambiar de inmediato del puro
despotismo a la perfecta libertad — debemos, de hecho, predecir con
seguridad que el resultado no cumplirá con la expectativa. Mientras que el
éxito de las instituciones depende de su idoneidad al carácter popular, y
mientras que es imposible para el carácter popular someterse a un gran
cambio de golpe, resultaría a continuación que a una sustitución repentina
de instituciones existentes de naturaleza bastante opuesta, exigirá ineptitud,
y, por lo tanto, fracaso. Pero en casos como este no se mantiene el poder de
juzgar. Como se ha mostrado en otro lugar, uno de estos cambios extremos
nunca es consecuencia de esa expresión de opinión pacífica presupuesta por
la hipótesis de que el ciudadano debe ser precavido al proponer la reforma;
al contrario, siempre es un resultado de alguna pasión revolucionaria que
ninguna consideración política puede controlar. Solo cuando una mejora se
está discutiendo pacíficamente — es decir, solo cuando las circunstancias
han quedado bien probadas — se puede ejercer el criterio propuesto: y
ALDO EMILIANO LEZCANO
430
entonces el uso correcto de este criterio supone una relación con la gente lo
suficientemente precisa para decirles, «Ahora no son aptos;» Y, de nuevo,
«Ahora son aptos» — una relación que es absurda de asumir — una
relación que nada falto de omnisciencia puede poseer.
¿Quién, entonces, tiene que descubrir cuándo ha llegado el momento de
un cambio específico? Nadie: se descubrirá solo. Para nosotros
sorprendernos de tales cuestiones, es tanto innecesario como estúpido. El
debido reparto de la verdad ya ha sido distribuido en el tiempo. La misma
modificación de la naturaleza del hombre que produce idoneidad para
formas sociales superiores, genera la creencia de que esas formas son
correctas, y haciendo esto las trae a la existencia. Y como opinión, siendo
producto del carácter, debe estar necesariamente en armonía con el carácter,
las instituciones que están en armonía con la opinión, deben estar en
armonía con el carácter también.
§7
El cándido lector puede ver ahora el camino para salir del dilema en el
que se siente colocado, entre una creencia, por un lado, que la ley perfecta
es la única guía perfecta, y una percepción, por otro, de que la ley perfecta
no puede ser realizada por el hombre imperfecto. Dejemos que se dé cuenta
debidamente del hecho de que la opinión es el agente a través del que el
carácter se adapta las disposiciones externas — que su opinión forma parte
correctamente de este agente — es una unidad de fuerza, constituyendo,
con otras unidades, el poder general que elabora cambios sociales — y
entonces percibirá que puede adecuadamente dar plena voz a sus creencias
más íntimas; dejando que produzca el efecto que deba. No es por nada que
tenga en él esta afinidad con algunos principios, y repugnancia a otros. Él,
con todas sus capacidades, y deseos, y creencias, no es un accidente, sino un
producto del tiempo. Las influencias que han actuado sobre generaciones
precedentes; influencias que se han traído para relacionarse con él; la
educación que disciplinó su infancia; junto con las circunstancias en las que
ha vivido desde entonces; han conspirado para hacerle lo que es. Y el
resultado que se ha forjado así en él tiene un propósito. Debe recordar que
mientras que es un niño del pasado, es un padre del futuro. El sentimiento
moral desarrollado en él, estaba planeado para ser determinante en producir
mayor progreso; y para silenciarlo, o para ocultaros los pensamientos que
genera, es oponerse al diseño creativo. Él, como cualquier hombre, debe
considerarse adecuadamente como un agente a través del que la naturaleza
ALDO EMILIANO LEZCANO
431
trabaja; y cuando la naturaleza hace que nazca en él una cierta creencia, le
autoriza de este modo a afirmar y a exteriorizar esa creencia. Porque
«…no hay medio de mejorar la naturaleza
Si la naturaleza no suministra ese medio: se ese arte
Que dices de añadir a la naturaleza, es un arte
Que la naturaleza crea».
Por lo tanto, el hombre sabio no considerará inesperada la fe que está en
él — no como algo que puede menospreciarse y subordinarse a cálculos de
política; sino como la autoridad suprema a la que todas las acciones deben
doblegarse. La mayor verdad concebida por él la pronunciará sin miedo; e
intentará plasmar en hechos su idealismo más puro: sabiendo que, surja lo
que surja, está desempeñando su papel designado en el mundo — si puede
conseguir realizar las cosas a las que aspira — bien; si no — bien también;
pero no tan bien.
§8
Y así, al enseñar una obediencia uniforme e incuestionable, una filosofía
completamente abstracta se vuelve una con toda religión verdadera. La
fidelidad a la consciencia — este es el principio esencial inculcado por
ambos. Ni la duda, ni usar rodeos sobre posibles resultados, sino una
sumisión implícita a lo que se cree que es la ley establecida para nosotros.
No debemos homenajear principios que nuestra conducta transgrede
deliberadamente. No debemos seguir el ejemplo de aquellos que, tomando
como su lema «Domine dirige nos», ignoran las direcciones dadas, y prefieren
dirigirse ellos mismos. No debemos ser culpables de ese ateísmo práctico,
que, no viendo guía para los asuntos humanos más allá de su propia visión
limitada, intenta hacer de dios, y decide qué será bueno para la humanidad,
y qué malo. Pero, al contrario, tenemos que buscar con una humildad
genuina las leyes dispuestas para nosotros — hacerlo firmemente, sin
especular en cuanto a consecuencias, cualquier cosa que estas necesiten; y
tenemos que hacer esto en la creencia de que entonces, cuando haya
sinceridad perfecta — cuando cada hombre sea verdadero a sí mismo —
cuando cada uno se esfuerce por alcanzar lo que piensa que es la mayor
rectitud — entonces todo deben prosperar.
ALDO EMILIANO LEZCANO