Y, sin embargo, a lo largo de toda la Historia es la aproximación directa lo que
ha constituido la forma normal de la estrategia, mientras la indirecta realizada de
propósito ha sido la excepción, siendo curiosa además la frecuencia con que los
generales han recurrido a esta última sólo como recurso supremo.
No obstante lo cual, ella les dio una solución donde la aproximación directa sólo
les había conducido al fracaso y les había dejado coa ello debilitados para
intentar la indirecta. El hecho de que en tan difíciles circunstancias se lograra
aún un éxito decisivo, se destaca, pues, todavía, con mayor importancia.
Nuestro examen ha revelado, por otra parte, un gran número de campañas en las
que lo indirecto de la aproximación es tan manifiesto como lo decisivo del
resultado. Están entre ellas las de Lisandro en el Egeo en 405 antes de J.C., la de
Epaminóndas en el Peloponeso en 362, la de Filipo en Beocia en 338, la de
Alejandro en el Hydaspes, la de Casandro y Lisímaco en el Próximo Oriente en
302, la de Aníbal en Etruria alrededor del lago Trasimeno, las de Escipión en
Utica y Zama, en África, la de César de Ilerda, en España; y en la Historia
moderna, las de Cromwell en Presten, Dunbar y Worcester; la de Turena, en
Alsacia, en 1674-75; en la del Príncipe Eugenio, en Italia, en 1701; las de
Flandes por Marlborough en 1708 y por Villars en 1712; la de Wolfe en Quebec;
la de Jourdan, entre Mosa y Mosela, en 1794; la del archiduque Carlos, entre el
Rin y el Danubio, en 1796; las de Bonaparte en Italia, en 1796, 1797 y 1800, sus
campañas de Ulm y de Austerlitz en 1805; la de Grant en Vicksburg y la de
Sherman en Atlanta. Sin contar otras muchas campañas que constituyen
ejemplos de casos límites en que están menos claramente manifiestos lo
indirecto de la maniobra o el efecto de la misma.
La elevada proporción de tales campañas decisivas, cuya significación es
incrementada aun por el número relativamente escaso de los casos de
aproximación indirecta, hace surgir la conclusión de que ésta es desde luego la
forma más prometedora y económica de la estrategia. Y aún pueden deducirse de
la Historia conclusiones más firmes y bien definidas.
Con la excepción de Alejandro, los generales que han cosechado éxitos de un
modo más continuado, cuando se han encontrado ante un enemigo apoyado en
una posición fuerte, natural o materialmente, rara vez la han atacado de frente y
cuando se han arriesgado a ello de mala gana y forzados por las circunstancias,
el resultado ha sido generalmente el de interrumpir con un fracaso la serie de sus
victorias.