Laini Taylor Hija de humo y hueso
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PURA
Madrigal Kirin era Madrigal de los kirin, una de las últimas tribus aladas de los
montes Adelfas. Esa cordillera era un bastión natural entre el Imperio seráfico y las
tierras libres —el territorio defendido por las quimeras—, y hacía siglos que no era
seguro vivir en sus cumbres. Los kirin, rápidos como el rayo y magníficos
arqueros, resistieron más que la mayoría. Hacía solo una década que habían sido
aniquilados, cuando Madrigal era una niña. Ella creció en Loramendi, rodeada de
torres y tejados en vez de montañas.
Loramendi —la Jaula, la Fortaleza Negra, el Nido del caudillo— servía de
hogar a un millón de quimeras aproximadamente, criaturas de todos los aspectos
que jamás, de no haber sido por los serafines, habrían vivido juntas ni luchado
codo con codo, ni siquiera hablado la misma lengua. Hubo un tiempo en que las
distintas razas habían estado dispersas, aisladas; en algunas ocasiones comerciaban
entre ellas; en otras, se enfrentaban en pequeñas escaramuzas —un kirin como
Madrigal tenía tan poco en común con un anolis de Iximi como, por ejemplo, un
lobo con un tigre—, pero el Imperio lo había cambiado todo. Al erigirse en
guardianes del mundo, los ángeles habían concedido a las criaturas de la tierra un
enemigo común, y ahora, tras siglos de lucha, compartían legado, idioma, historia
y causa. Eran una nación, de la que el caudillo era líder, y Loramendi, capital.
Era una ciudad portuaria, y su extenso muelle aparecía repleto de barcos de
guerra, veleros de pesca y una poderosa flota mercante. Las ondulaciones en la
superficie del agua avisaban de la existencia de criaturas anfibias, que, como parte
de la alianza, escoltaban las embarcaciones y luchaban a su lado. La propia ciudad,
dentro de los inmensos muros negros y los barrotes de la Fortaleza, era compartida
por una población diversa; sin embargo, aunque habían vivido juntos durante
siglos, seguían agrupándose en barrios habitados por criaturas semejantes, o
bastante parecidas, lo que había establecido un sistema de castas basado en la
apariencia física.
Madrigal tenía un aspecto altamente humano, que era como se describía a las
razas con cabeza y torso de hombre o mujer. Sus cuernos, negros y anillados, eran
de gacela y surgían de su frente, curvándose hacia la espalda en forma de