Salomón construye en Jerusalén el templo de Dios, dónde estaría el arca del
pacto. Este es el único lugar de adoración y sacrificios, y donde se debían celebrar
tres de las fiestas anuales: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.
Dios hace pacto con Salomón. Le dice que si permanece fiel a los mandamientos,
consolidará su dinastía para siempre, pero si no lo hacía, rompería el reino.
Y Dios le dice: “Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis
estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y se lo entregaré a tu siervo. Sin
embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de la mano
de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por
amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido. (1 Re. 11-13).
Salomón, a pesar de toda su sabiduría,
desobedece a Dios y se casa con mujeres
extranjeras que llevan sus “dioses” y sus “altares”
a la tierra de Israel. Incluso el mismo Salomón
haciendo caso a sus esposas, sacrifica ofrendas a
estos dioses.
“EFRAÍN”
El rey del norte, Jeroboam de la tribu de Efraín, al ver
que sus súbditos iban a adorar a Dios a Jerusalén,
temiendo que se quedaran por allá y quisieran
reunificarse, decreta que nadie puede ir a allá.
Establece dos lugares de adoración en su territorio,
cambia las fechas de las fiestas y establece sacerdotes
a lo que quisieran.
Por años, Dios, manda muchos profetas a advertir a la
casa de Israel o “Efraín” que se arrepientan y vuelvan
al pacto, si no les sobrevendría todo lo que estaba
decretado.