La isla de Entrellusa-Carranques-Huelgues

jrma2025 24 views 10 slides May 17, 2025
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About This Presentation

Islote en la parroquia de Perlora, concejo de Carreño, lugar ideal para el baño, poco concurrido y con paisajes de gran belleza. En la zona hay cuevas y cantiles que caen verticales al mar. Cerca está la famosa playa de Carranques, dividida en dos por la subida de las mareas.


Slide Content

“MIGUEL ANTE LAS PUERTAS DE LOS SUE
ÑOS”
“MIGUEL ANTE LAS PUERTAS DE LOS SUEÑOS”
(Completo)
Para Cecilia Barrios
I
“La imagen de los sueños en los diarios”
Miguel, extravagante, como siempre, miró con la nostalgia del
anciano que siente que la vida se le pasa. A veces, los más

jóvenes engendran extraños sentimientos melancólicos y
advierten la derrota del verano. Y es triste ver que vuelan los
veranos, que escapan a un lugar donde los bosques parecen ser
más densos y más verdes.
Miguel, porque era sano, sospechaba que había algún embrujo
en esos parques y hablaba con un tono modernista: sabéis los
sentimientos de estas gentes que siguen caminando por los
pueblos, envueltos en un verso de Machado. Y el signo natural
del universo, la voz del universo en la poesía, le hablaba de esos
parques y de bosques.
Miguel soñó un imperio en lo remoto, Miguel soñó un abismo
en la palabra, buscó que fuera abismo el verbo mismo. Y pudo
contemplar que en el espíritu también se abría paso aquella
tarde callada de un septiembre malherido: Miguel, como el
septiembre malherido, vencido por su espíritu sin ánimo,
pensaba en los callados cementerios…
Y, hablando de cipreses y cipreses -parece que noviembre se
avecina-, Miguel soñó paisajes imposibles. Lo mismo da deciros
que su almohada tenía aquellos pórticos a un mundo de magias
irreales y de mitos. Los celtas, los vikingos, los cosacos abrían un
espacio a una novela que nunca se escribió fuera del sueño.
Y vieron los dragones de esa tierra sus pasos indecisos por el
jardín amable de la noche. Y vieron esas sílfides de antaño sus
pasos repetidos por la historia, no lejos de los templos del
arcano. Y vieron los castaños de otros tiempos su voz hacerse
llama entre las brisas, perderse como un verso que se escapa.
Y el alba derramó, sobre sus ojos, los oros que pronuncian las
auroras, al tiempo que amanece un nuevo lunes. Y el alba
derramó sobre sus ojos los versos de un azul que tiñó en
púrpura la gracia derramada por su vino. Y nunca fue la aurora
que nacía la luz del alba aquella, siendo sueño, cediendo como
el sueño de la tarde.
Miguel subió por fin a su goleta y quiso mantener su rumbo
firme, volver de aquellos mundos imposibles. Y el caso es que
son mundos tan extraños que no es posible siempre ese
regreso que quieren los muchachos indecisos. Miguel se

despertó y quedó callado y el sueño lo llevó hacia nuevos reinos,
quizás a los castillos donde el alba.
Miguel soñó con mapas olvidados, con mares de rincones
escondidos, con nombres de lugares que no existen. Miguel
soñó con raros paraísos, buscó los paraísos, sintió cerca la tierra
donde nacen las leyendas. Y existen las naciones que se pierden
en brumas de leyendas que cantaron los bardos de otro siglo a
la deriva.
Y hay siglos que se escapan para siempre, que vuelan como el
aire del otoño, que gimen como el sueño de una helada. Y así,
Miguel, corriendo los pasillos callados del palacio que habitaba,
sintió la voz helada del ocaso. Y pudo sospechar en los cristales
callados, empañados, como entonces, el símbolo febril de su
destino.
Miguel era un valiente y su coraje, su audacia, su grandeza ante
el abismo, lo hacía concebir un mundo nuevo. Él pudo
imaginarse un dios inmenso, capaz de dar sentido a lo que tuvo
delante de su vista, de sus ojos: los árboles, las hojas en la
senda, las luces del crepúsculo, las llamas del día moribundo al
despedirse.
Y quiso rescatar sus impresiones, hacerlas eternales, ser su
dueño, tenerlas para sí, sin olvidarlas. El diario en que apuntó
sus pensamientos solía recoger estos secretos de noches tan
fecundas como raras. Y entonces, al mirar aquella página, se
vino a sorprender, viendo el poema, plasmado ya en papel, de
hacía tiempo.
Sus sueños recogían su poesía.
II
“Miguel y la palabra del ocaso”
Miguel, que siempre supo de locuras, hablando de locuras con
su espíritu, se vino a encaprichar con los senderos. Buscaba una
escalera hacia las nubes, buscaba ser el cielo con los nimbos,
jugar con el vapor que va en el aire. Las pompas de jabón son

ilusiones del alma que conquista sensaciones que ofrecen los
poderes imposibles.
Miguel, en su locura, suponía que todos los paisajes son el
mismo, que el tiempo confluía en cada cruce. Pintar aquel otoño
era pintarlo y hacerlo permanente, si el otoño juntaba en sí la
voz de los otoños. Plural y singular se hicieron uno, y el alma de
un otoño repetía los versos que cantaron ya los otros.
Pintor de encrucijadas en Asturias, amigo de los charcos en la
tierra, soñaba con el oro en los caminos: las hojas desprendidas
de los árboles, sus rojos y sus ocres, son alfombras que dicen su
verdad al que camina. Asturias nos hablaba de la muerte, del
paso hacia la muerte entre arreboles que quieren ser el sueño
del ocaso.
Miguel vivió tejiendo esos crepúsculos, Miguel vivió soñando
esos crepúsculos, jugando con su fuego, retratándolo. Sabéis
que en esas telas esa magia nos habla del hechizo y es hechizo
que besa los ocasos, las auroras. Y el alba, bostezando como
siempre, también contó a Miguel sus inquietudes: nacer para la
noche es algo extraño.
¿Buscaban la catarsis sus pinceles? Su pluma de escritor lo dijo
claro: “la muerte nos aguarda y no es terrible.” Pensaba que la
vida le ofrecía seguir ese paseo de la vida, jugar con el paseo de
la vida. Pensaba que ese tránsito curioso lo hacíamos maldito
con ideas extrañas, execrables, dolorosas…
“La muerte que se ofrece en el paisaje se torna en la poesía de la
vida, nos hace caminar con paso firme”, según dicen los versos
del muchacho -extraña afirmación, tal vez sensata, si es cierto
que se vive sin angustias-. Y hablar de las escarchas y la helada,
metáforas de tiempos invernales, ayuda a comprender lo que
sentía.
Miguel soñó con reinos de belleza que buscan las antorchas del
ocaso, que sienten las antorchas del ocaso. Los suyos eran oros
encendidos mirando aquella tarde moribunda que canta las
tristezas de diciembre. ¿Y a qué saben los llantos de diciembre?
Diciembre puede ser la bofetada que hiere como el aire
repentino.

Lo cierto es que diciembre es un regalo que hiere nuestro rostro
con la escarcha que corre por el aire, si anochece. Lo cierto es
que diciembre es un regalo que hiere nuestro rostro con su
fuerza, lanzada como un grito silencioso. Lo cierto es que
diciembre nos avisa del paso de los meses, de los años, y todos
somos algo de diciembre.
Miguel pintó los meses del otoño, y fueron juntamente el mismo
otoño, jugando a ser otoño en el otoño:
-Si todos los otoños son el mismo -se dijo aquella tarde, junto al
río.
Y el río contestó a su comentario:
-Tú piensa que el otoño es pasajero, que van corriendo ya
muchos otoños, que nunca hubo dos tiempos semejantes.
La voz del río sabe lo que dice:
-Tú piensa que hay otoños diferentes, lo mismo que veranos sin
sequía.
Y el caso es que Miguel se imaginaba que nunca vio un verano
de sequía en esa tierra suya de las lluvias:
-Asturias es la tierra donde brotan las aguas en callados
manantiales que cantan la constancia del chubasco.
¿Es bueno celebrar el aguacero? Miguel, pincel en mano, pintó
lienzos y supo escribir líneas fabulosas. Asturias sigue hablando
del otoño, pronuncia sus otoños en follajes y alientos de la
escarcha en los helechos. ¿Y quién habla de helechos
moribundos? La voz de los otoños que volaron, el grito de un
otoño que se queja…
Miguel también habló de los helechos.
III
“Los sueños delirantes del profeta”
Miguel, porque era joven todavía, con alma soñadora,
imaginaba lugares imposibles en el mundo: soñaba con
ciudades infinitas, rincones del desierto en que el ocaso teñía,
con azul, el horizonte. También supuso mares donde el verde se

hacía más hermoso que en la jungla, más denso que la jungla
más tupida.
Miguel se imaginaba en otros reinos, buscaba siempre reinos
diferentes, soñaba con espacios nunca habidos: los prados, cuya
púrpura encendida brillaba, reflejándose en el cielo, se hacían
más hermosos al ocaso, y aquellos parques bellos, sus azules,
sus rojos, esas mezclas singulares, ardían bajo el cielo en los
palacios.
Y, siendo los palacios pabellones que hacían de la luna, con la
noche, la diosa más hermosa de esas patrias, soñaba mares
bellos, cuyo fondo, con algas y correas, semejaba los aires
donde vuelan los albatros; gustaba de saber a los albatros
señores de ese cielo, predadores del aire bullicioso en el océano.
Y, asiéndose a la almohada, suponía mareas en las noches
silenciosas que saben contemplar el plenilunio: legiones de
marrajos avanzaban, llenaban cada palmo las cornudas, hervían
en azul las tintoreras. Y todos eran aves en el agua, sabiéndose,
en el líquido elemento, igual que los halcones en el aire.
Y supo que los pecios eran magia, que todos sus tesoros, su
misterio, tenían más valor que el oro mismo. Los mares del
lenguaje le ofrecían -quizás como metáforas del mundo que
puede uno pintar a su capricho- remotas fantasías que no caben
en esa realidad en que habitamos aquellos que ignoramos su
belleza.
Y somos ignorantes de lo bello, creyendo que la rima y la
pintura, las músicas que suenan en el aire, no dicen que el
destino nos anuncia sucesos que vendrán, imperios nuevos a los
que renunciamos, sin saberlo. También llegará un día en que no
sueñen las almas que ahora sueñan, si es que toca, tras ver la
luna llena en las alturas.
Miguel sabe soñar, y, porque sueña, se siente como un príncipe
en su tierra, gozando del respeto y del dominio. Los bosques,
siempre verdes en Asturias, pudieran ser acaso transparentes,
igual que son las aguas del arroyo. Y es fácil que el arroyo, en su
discurso, nos haga comprensibles sus palabras, los raros
acertijos que recita.

¿Qué dicen los arroyos que recitan? ¿Qué dice su discurso, si
descienden? ¿Qué cantan sus palabras cuando suenan? El caso
es que un murmullo dice mucho, y, hablándole al invierno y al
otoño, parece que se explica a la hojarasca. ¿Qué dice la
hojarasca cuando vuela? ¿La brisa que la arrastra en el sendero?
¿Qué dicen los paisajes al crepúsculo?
El alma del poeta es siempre grande, su voz jamás se agota y es
arroyo que pone voz a todos los arroyos. El alma del poeta es
siempre noble, y es noble, en la palabra del poeta, su rara
confusión, si no es locura. Son sabios los poetas que están locos,
nos habla su locura y nos seduce, nos hace ver el mundo con
sus ojos…
Y hay algas en el fondo -raros ocles-, extrañas tintoreras del
abismo, cetáceos que proceden de los trópicos. Y vemos los
delfines y en su lomo la marca de ese mar que no se agota, las
olas que dibujan con su dorso. Y vemos esas olas que se
hermanan con todos los delfines cuando vienen, si llegan a
estas playas apartadas.
Miguel conoce bien cada secreto del mar, como los viejos
pescadores que escuchan la galerna en la buhardilla. El mar vive
en pobladas caracolas que saben contener esa poesía: un
universo virgen se abre paso. Miguel, explorador que toma el
rumbo, conoce, con la rosa de los vientos, los cantos de juglares
muy distintos.
Miguel no se arrepiente, si naufraga.
IV
“Los vientos son juglares de otros mundos”
Los vientos son juglares de otros mundos, de tierras diferentes
a esta tierra que sabe del trabajo de la gente. Hay mundos
diferentes a este mundo y hay locos que se escapan a esos
mundos, perdidos entre densas soledades. Allí la vida es
siempre diferente: los cielos son oscuros con el día, las noches
se hacen claras como el aire.

Los vientos son juglares, son los bardos que vienen desde el
norte y nos explican secretos que se calla la poesía. Vosotros, los
que amáis versos y prosas, soléis amar las músicas del arpa y el
verso que recitan los rapsodos. Y todos nos describen esos
cuadros que pueden encontrarse en los tapices del viento que
nos habla del otoño.
¿Diremos que el otoño es un poeta? Pongamos que lo fuera un
solo instante: ¡qué clase de poesía nos diría! Pensad en los
rincones apartados, pensad en los más densos castañares,
pensad en esos bosques quejumbrosos. Las selvas son amigas
del crepúsculo, lo saben un preludio de la muerte y saben
anunciarlo a las heladas.
Miguel lo sabe bien, por eso escribe; Miguel lo sabe bien, por
eso pinta: sus cuadros son otoños en un lienzo. Podéis mirar los
cuadros simplemente, dejar que la imaginación os abra puertas,
seguir esos caminos hacia el cuadro. De pronto, camináis por el
poema y todo es la locura desusada que juega a confundirnos
con el mundo.
El mundo de Miguel es diferente, contiene la belleza de una
Asturias que sabe sugerirnos la existencia. Él bebe de esa sidra
que arrebata cuando se vuelve fuente en el camino -a veces,
hace versos a deshora-; él sueña con la sidra que lo ensalza,
llevándolo a esos mundos tan extraños -a veces, se imagina en
otros reinos.
Miguel, de todos modos, es un santo, y en esa santidad en la
que vive, su sueño es el más bello de los sueños. Miguel bucea
siempre en esos mares que pueden disfrutar los que son
nobles, aquellos en que habita la inocencia. Por eso el mito nace
de la entraña, por eso el mito brota de la entraña y en ellos la
leyenda es lo más obvio.
De todos modos, viendo que estos sueños nos llevan a paisajes
tan extraños, podemos suponer lo que le espera: Miguel será
por siempre un solitario, lejano de la gente, de esa gente que no
puede entender sus tonterías. Quizás es que Miguel es un
maniático que sabe recordar los pasadizos que llevan a las islas
del tesoro.

Pensad que ya son muchos los tesoros. Sus versos son el aire, si
resuenan con ese brillo mágico de entonces:
-Existen en el mundo en donde estamos las hadas que nos
miran y seducen -nos dice desde el mundo en que reposa. Él
vive en ese mundo, entre sus algas, sus sueños son un mar
donde naufraga la esencia de los versos que redacta.
Miguel es un poeta y un tunante, y es joven como el viejo que
contempla la vida con señales de añoranza. Las lágrimas se
escapan por sus ojos si puede ver los valles cuyo verde le traen
esos recuerdos del pasado. Él sabe que la voz del eucalipto
jamás la pronunciaron, en los bosques, los viejos eucaliptos de
la zona.
El viento es el que agita al árbol joven, moviéndolo, tocándolo
con fuerza, sabiendo menearlo con su soplo. Y el alma de Miguel
es, pese a todo, como esos eucaliptos que lamentan que el
viento los malee de esa forma. Los árboles más viejos los
envidian, pues ellos ya no danzan con el aire, no bailan con sus
danzas cadenciosas.
Miguel, que es árbol joven, se sorprende, nadando en la
vorágine, creyendo que vuela como el águila en el cielo.
Después, sin gran apuro, torna al mundo, regresa con la gente,
está de vuelta, camina por las sendas más comunes. Lo vemos,
al pasar, lo saludamos y mira y nos saluda muy discreto,
callando su secreto a los extraños.
¡Y el alma del poeta es tan profunda…!
2020 © José Ramón Muñiz Álvarez