Hace mucho tiempo atrás, en medio de la gran selva peruana, vivía una familia en la comunidad “La Sarita”. La familia estaba compuesta por una madre y sus tres hijos. La mamá se llamaba María.
Era un día soleado, después de una noche lluviosa, y la señora María decide ir a su pequeña chacra para buscar algunos plátanos para el almuerzo. Sin embargo, ella notó que muchos de los plátanos habían desaparecido y se preguntó qué había pasado.
En ese momento, ella vio unas pequeñas huellas. Una huella era de un humano pero la otra era de una cabra. En ese momento, ella se asustó y pensó que era el chullachaqui , un pequeño duende que le gusta hacer bromas a los niños para que se vayan con él a las profundidades de la selva.
Rápidamente, la mamá decidió ir a su casa para contarle a sus tres hijos que vio las huellas de un chullachaqui .
La señora María les contó a sus tres hijos lo que vio y les pidió que no salgan de casa sin ella ya que tenía miedo de que aparezca el chullachaqui y se lleve a alguno de ellos.
Los días pasaron y los niños hicieron caso a su mamá. Ellos se quedaron jugando dentro de la casa mientras que su mamá hacía los quehaceres del hogar. Cuando les tocaba ir al río por un poco de agua, toda la familia salía junta.
Una tarde, la señora María estaba cocinando y sus tres hijos estaban jugando dentro de la casa. Juan, el segundo hijo, vio por la ventana a un niño que se escondía por los arbustos. Al ver que lo saludaba con mucha emoción y lo estaba invitando para jugar, pensó que era su primo Isaac quien vivía muy cerca de su casa y le gustaba jugar con él. En ese instante, Juan le dijo a sus hermanos para salir a jugar pero ellos se negaron a salir.
Como ninguno de sus hermanos quiso salir con él, Juan decidió ir solo a jugar. Ni bien salió de la casa, aquel niño empezó a correr lo más rápido que pudo y Juan lo siguió también. Mientras se perseguían, Juan no podía alcanzarlo y le pedía que lo esperara. Pero aquel niño no le hacía caso y solo se reía mientras corría. De repente, Juan empezó a sentirse cansado y se tropezó con las raíces del árbol de la Lupuna .
Cuando alzó la mirada para saber en dónde estaba aquel niño, Juan vio que ese niño tenía una pata de cabra y no de un humano. Inmediatamente, se dio cuenta de que aquello no era un niño, sino un chullachaqui que se transformó en humano.
Finalmente, cuando Juan llegó a los exteriores de su casa, él vio a su familia. Cuando su familia lo vio a Juan, fueron corriendo y lo abrazaron con lágrimas en los ojos. Mientras que toda la familia abrazaban a Juan le dijeron: — Estamos muy contentos y agradecidos de que regresaste sano y salvo.