Lecturas Clásicas para Niños ( Vol. 2 )

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About This Presentation

Varias lecturas clásicas publicadas originalmente en 1928 por José Vasconcelos en aras de impulsar la educación, creando así los libros de texto gratuitos para las primarias y secundarias. Ésta serie fue reimpresa en 1984 y hoy constituye un tesoro de nuestro acervo cultural.


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EL CID
EDIABA el siglo XI,
cuando Rodrigo Dfaz de
Vivar, a quien
se llam6
mas tarde Cid Campea­
dor, vino a distinguirse
por
la gallardfa de sus
actos
y por sus frecuen­
tea victorias sobre los
moros.
AI servicio del rey Fer­
nando,
y mas tarde de
los hijos de este, don
Sancho
y don Alionso,
el Cid Rodrigo Dfaz
aiiadi6 tierras, tributos
y vasallos al reino de
Castilla,
y alcanz6 para
sf la gloria de ser el primero de los castellanos.
N arradas por los juglares
y transmitidas de generaci6n a gene­
raci6n, las hazaiias de Rodrigo Dfaz dan asunto al
Cantar de Mio
Cid (1), primera de las obras cl::iBicas de 18. literatura espafiola.
(1) MIo em: Tratamiento que daban 1011 moroll a Rodrl,O Dlaz. Mio corresponde al am. de numro lenguaje
moderno y CUi (palabra mbe) equiv&le al O&Ste\lano oefIor.
9

~~
---------­-""-----­
DESTIERRO DEL CID �
NVIADO por don Alfon­
so march6 el Cid Rodri­
go a Sevilla y a C6rdoba;
iba a cobrar el tributo
que los reyes moros de
aquellas tierras debian
pagar todos los aiios al
monarca cristiano.
Mas sucedi6 que a
esto,
el poderoso rey
moro de Granada,
AI­
mutafar, apoyado por
UllOS cuantos castella­
nos desleales-entre ellos
Diego Perez
y Feman y
Lope Sanchez y el orgu­
lloso conde Garcia Or­
d6iiez-decidieron atacar a Almutamiz, rey de Sevilla, entrando
por su reino a sangre
y fuego. Y como el buen Rodrigo no tan s610
en el servicio de su patria empleaba su espada sino que usabala
tambien para defender en toda
oca.si6n la raz6n y la justicia, al
saber
el grave daiio que los granadinos intentaban hacer al aliadode
su rey, envi6 cartas a Garcia
Ord6fi.ez haciendole saber que co.:.
nocla su traici6n, y que de llevarse a cabo, se verian con elIas caras
en
el campo.
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Mas ya el rey de Granada y sus aliado.s lo.s desleales, riCo.s
ho.mbres castellano.s, cafan esfo.rzadamente so.bre las tierras de Al­
mutamiz, destrufan cuanto hallaban a su
paso., y co.ntestaban co.n
inso.lencia al Cid que no. serfa el quien se atreviera a echarlo.s de las
tierras co.nquistadas.
jQuien
tal dijera al Cid Ro.drigo. Dfaz! Inmediatamente reuni6
un gran ejercito. de cristiano.s y
mo.ros y march6 co.ntra el rey de
Granada y
lo.s suyos, librandose una batalla que dur6 un dia entero.,
de
so.l a so.l, en la que lo.s del Cid o.bligarqn a sus enemigos a huir
abando.nando. todo. el terreno. co.nquistado.. Ento.nces fue cuando. el
Cid
hizo. prisio.nero. en el castillo. de Cabra, al o.rgullo.so. co.nde do.n
Garcfa y Ie arranc6 po.r burla un mech6n de las barbas.
Y
tantos cautivo.s co.gi6 el Cid, que fue impo.sible co.ntarlos;
mas
tan s610. lo.s tuvo. prisio.nero.s tres dias, pasado.s Io.s cuales qland6
que
Io.s so.ltaran. Que la generosidad del Cid en la paz igualaba a su
valo.r en la pelea.
Luego. se uni6 a Io.s de su co.mpania, y reuniendo. abundante y
riquisimo. bo.tin,
hizo. que todo. fuese llevado. a Almutamiz, rey de
Sevilla.
En esta ciudad to.do.s aclamaro.n entusiasmado.s a su libertado.r,
y
Ie rindiero.n el debido. vasallaje, entregando.le inco.ntables riquezas
para que las regalara a su
sefio.r el mo.narca cristiano.. Y cuando., po.r­
tado.r de tan gratas nuevas, lleg6 el Cid a Castilla, fue recibido. co.n '
gran po.mpa yagasajo.;
to.do.s querfan verle, escuchar el relato de
sus muchas hazanas y saber
c6mo. habfa vencido. al po.dero.so. mo.ro.
Almutafar, rey de Granada. Fue ento.nces cuando. al no.mbre de
Cid-que en arabe quiere decir seno.r-se anadi6 po.r vez primera el
de Campeado.r,
co.n que se signific6 su gran bravura en las batallas.
Antes que
Ro.drigo., habia regresado. a la co.rte el renco.ro.so. co.n­
de do.n Garcia, quien en lugar de agradecer al Cid su generosidad,
no. po.dia perdo.narle su captura en el castillo. de Cabra, y ansiaba
vengarse de ella. Po.r
esto., no. atreviendo.se a luchar cara a cara
co.n el vencedo.r de Almutafar, pro.curaba po.r todo.s Io.s medio.s indis­
ponerle
co.n el rey.
-Seno.r y rey -insinuaba un dfa al mo.narca-, lc6mo. pueden
las victo.rias de Vivar habero.s
hecho. o.lvidar su inso.lencia en Santa
Gadea? Rey y seno.r-repetia al siguiente-; lno. veis c6mo. co.n
crecer tanto. y tanto la majestad de Ro.drigo. Diaz va menguando. la
vuestra? y lno. sabeis, seno.r, que el Cid se alaba de tener a sus pies
mas reyes
mo.ros de los que teneis po.r tributario.s? Lo.s ricos ho.m­
bres y mesnadas (1) que siguen al Cid fo.rmarian ya una corte co.mo.
la vuestra. Mirad, seno.r, que las altanerfas del Cid 10. van subiendo.
(1) M.""ada: ej~rcjto, grupo de hombree ann3doe.
mas alto. de 10. que es preciso.; ved que lo.s mo.ros fro.nterizo.s 10.
ado.ran y temen co.mo. a un Dio.s. lNo. veis co.n que Po.co. respeto Be
presenta en las co.rtes co.n la barba desalinada y el cabello. crecido.?
Pensad,
sefio.r, que el que tuvo. o.sadia para hacer jurar a su rey
so.bre la ballesta (1), puede un dia tenerla para hacerse pro.clamar
rey de su territo.rio.
....
Y asf un dia y o.tro., lleg6 al fin don Garcia a co.nseguir que el
rey diera credito. a sus perfidas insinuacio.nes. Y una manana lleg6
a mano.s del Cid un
pliego. autorizado. co.n el Bello. real, en el cual se
Ie hacia saber como. se Ie desterraba de Castilla, se Ie co.nfiscaban
sus bienes, y se
Ie daban nueve dias de plazo. para salir del reino..
(l) DALLlt8TA: ""Ina de tiro para 1all.., neebaa.
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EL CI 0 CONVOCA A SUS VASALLOS
-Amigos, deudos y vasallos: sabed que el Rey Alfonso des tie­
rra de Castilla a vuestro Cid. '. .. Noble y justiciero es nuestro rey
y
el deber de un vasallo es obedecer a su senor. Por eso, "si el me
destierra por uno, yo me destierro por cuatro,"
yes mi solo pesar
que las almenas castellanas puedan caer sin
el sosten que les daba
mi brazo. Porque hoy Alfonso me des tierra de Castilla
.. . , Y si
alguno quiere seguirme fuera de las fronteras del reino, sepa que
junto ami pobreza encontrara la gloria. Estrechas han de ser para
nosotros las cuatro par~es del mundo (1), que hasta el Ultimo con­
fill hemos de
ll~var nuestras banderas y estandartes. Y a las tierras
que ganemos, por conservar el nombre de estas en que nacimos, les
llamaremos Castilla la Nueva.
Asf hablaba el Cid, al conocer la noticia de BU destierro, a sus
numerosos deudos y vasallos. Su primo Alvar Fanez Minaya,
Ie
contest6 en nombre de todos:
-Contigo, Cid, ireinos por yermos y poblados, que no ha de
faltarte nuestro brazo mientras podamos sostener con
ella espada.
Y desde ahora puedes disponer de nuestras personas; y de nuestros
dineros, de nuestros vestidos
y de nuestras mulas y caballos ...
Contento qued6 el Cid al ver el mucho amor que Ie demostra­
ban todos sus caballeros. Y partieron todos de Vivar con direcci6n
a Burgos, y dejaron abandonados y desiertos sus casas y palacios.
Yal Cid, tan valeroso y esforzado,se Ie llenaron los ojos de lagrimas
(l)Re~ que en aque1JOII tiempoa lei-a6n 1I0.e habII. deloubierto Ammca
ttl volver ]a cabeza, y ver las puertas abiertas, los postigos sin can­
dados, vacfas las estancias, las perchas sin azores ni
halcones. (1)
Mas he aquf que al salir de Viva.r la comitiva., vio el Cid una.
corneja allado derecho del camino, y al entrar en Burgos la volvi6 a
ver, pero del lado izquierdo. Lo interpret6 Rodrigo como buen
augurio, y exclam6 sacudiendo la cabeza:
-Albricias, Alvar Faiiez; albricias, caballeros mfos; hoy nos
destierran; pero hemos
de volver cubiertos de gloria a nuestra
Castilla.
(I) BALCON: Ave de pr_ que ... UlAb .. en Iu ....ceria ••
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ELCID EN BURGOS
Ya entra en Burgos el Cid Rodrigo Diaz; sesenta pendones Ie
acompanan y de todas partes llegan ricos-hombres y caballeros
que por su voluntad
Be destierran con ~l.
Los burgalese8 y burgaleBaB (1) Be asoman a las ventanas para
verle y admirarle, y, afligidos y llorosos por
el destierro del Cid, no
pueden menos de exc1amar:
-IOh, Dios, qu~ buen vasallo si tuviera buen senor!
Todos quisieran hospedarle en sus casas; pero nadie se atreve
por miedo a las iras del rey, que hostigado por el conde don Garcia
ha enviado a todas partes cartas autorizadas con el sello real, en que
Be anuncia que aquel que d~ posada al Cid perdera sus bienes y su
casa, y
tambi~n los ojos de la cara.
Por ello, al entrar en Burgos el Cid Campeador, encuentra las
puertas cerradas y las calles desiertas a
au paso.
Asi, en medio del silencio y de la soledad mas absolutos,
diri·
gi~ronse el Cid y sus nobles caballeros a 18. posada de la ciudad; pero
tambi~n aquella puerta estaba cerrada a piedra y Iodo. Los del
acompanamiento del Cid llamaron con palos y con piedras dando al
mismo tiempo fuertes voces, mas los de dentro no quer1an respon·
der. El Cid aguij6 su caballo y sacando
el pie del estribo, golpe6la
puerta; pero
~ta estaba bien remachada y no cedia.
Entonces una nifiita de nueve anos
se acerc6 a los cr.balleros, y
arrodillandoBe delante del Cid, dijo de esta manera:
(1) BVBGALIIII. BVBGALJ:SA.: habltllDte de 1110 chided de Bursas.
-JOh, Campeador, que en buena hora cefiiste la espada! Sabe
que anoche lleg6 una orden del rey en pliego autorizado con su sello
real. Sabe que en ~l nos dice quesi osamos abrirte nuestras puertas,
ofrecerte viandas, darte acogida 0 escuchar tus palabm8, perdere·
mos nuestros bienes y casas
y nuestra libertad y tambi~n los ojos
de
1& cara. Por eso, 10h, Cidl ya que tl1 nada has de ganar con
nuestro
mal, sigue tu camino y que el Setior te valga.
Entro la nitla en su casa, y
el Cid, con sus caballeros, sali6 de
1a ciudad. Junto al rio Arlanz6n, en un arenal desierto, izaron sus
tiendas y pasaron la noche.
Al romper el alba, dej6 el buen Cid a
SUB caballeros y mesnadas en el improvisado campll.mento, y espo·
leando a Babieca,
se dirigi6 a San Pedro de Cardeda, con animo de
despedirse de
eu mujer Jimena y de SUB hijas.
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DESPEDI·DA DEL CID
Saludaban los gallos a la luz del alba cuando lleg6 a San Pedro
el buen Campeador. El abad don Sancho estaba rezando los mai­
tines (1) y dona Jimena, con cinco ilm:tres damas de su compania,
rogaba a Dios que protegiera en sus andanzas a su Cid Rodrigo.
Y
heaquf que en esto llaman a la puerta, y la noticia vuela en
un instante. Con luces y con cirios, acuden todos al patio para reci­
bir llenos de gozo al que naci6 en buena hora.
iQue gran pesar al
saber que se
va desterrado! Llora dona Jimena, lloran sus hijas que
son
aun pequenita.s, lloran las nobles duenas y doncellas, llora el
abad don Sancho. .. En tanto las campanas de San Pedro tanen
a todo vuelo, y numerosos mensajeros
van diciendo por toda Casti­
lla c6mo se aleja de ella
el Cid Campeador. Y por seguirle, abando­
nan muchos sus casas y heredades, y por todas las tierras castella­
nas cruzan innumerables caballeros preguntando d6nde podran
encontrar al buen Cid, pues quieren
ir con el a donde el vaya.
Seis dfas pas6
el Cid allado de su mujer y de sus h,ijas; mas al
cabo de ellos supose que
el rey habfa dado orden terminante de que
si Rodrigo Dfaz no salla del reino
el dfa senalado, no se Ie dejara
escapar
por to do el oro del mundo. Y en sabiendolo, aunque al decir
adi6s a su mujer y a sus hijitas senUa rompersele
el coraz6n,
tuvo
el Cid que aprestarse a la partida. Di6les, pues, el ultimo abra­
zo; abraz6 tambien al
abad don Sancho, y a los fieles servidores que
quedaban en
el monasterio con Jimena, y al son de trompetas y rabe­
(1) MAITINES: Plegaria de Is mariana.
les (1) mont6 a caballo y parti6 hacia el campamento, a la cabeza
de su numerosa
hueste. (2)
Mientras 61 iba de camino con sus caballeros, dona Jimena al
pie del altar, oraba por
BU pronto regreso, dirigicndose vehemente­
mente al Cielo.
Y dicen las viejas cr6nicas en que aprcndimos estas hazanas
del Cid, que mientras Jimena rezaba devotamcnte su omci6n, alla
en
cl campamento un angel se aparecfa CIl Buenos a Rodrigo, y Ie
dccfa:
--cabalga, noble Cid; cabalga, buen Campeador, que nunca
var6nalguno cabalg6 con mlts
suertcni mas gloria. Y mientmB vivas
has de vencer en todas
tUB empresas.
(l) RABIIL: Instrumonto llIusinal, de ouertla. que 8e tafte con Bl'co.
(2) liUII8T": Cuerpo de hombres armados_
20 21

POR LEON V_POR CASTILLA
Interminable tarea seria la de referir una por una todas las
victorias del Cid y de su gente, alcanzadas durante el destierro. No
dur6 este un dia ni dos, sino
muy largos afios, durante los cuales ni
~
un instante ces6 el brazo del Campeador de oponerse a la avalancba "'
sarracenayde reconquistar, paraLe6n y Castilla, las que eran enton­
ces tierras de moros. Y dicen que Rodrigo en aquellos tiempos
duros y penosos, apenas se despojaba de su armadura dos veces por
semana; que en las batallas era con su lanza y su ballesta,
el primero
de todos, y que por vigilar por si mismo los posibles ataques de sus
enemigos, pasaba las nochea a campo raso mientras sus caballeros
dormfan en las tiendas.
Asi en los primeros tiempos fue limpiando de moros toda la
tierra castellana,
basta la misma raya de Arag6n. Puso en fuga al
poderoso
Jeque (1) de Alcala; hizo que Ie rindieran parias (2) seis
reyes que de por vida fueron sus vasallos;
Ie dieron sus riquezas
mas de cUarenta pueblos, y Santisteban con cuatro villas fuertes y
seis castillos roqueros,
Ie entreg6 sus llaves. Y en todos los
fuertes que iba conquistando, hacia
pintar las armas del rey Alfonso,
y ondeaba
el pend6n de Le6n y Castilla, pend6n en todo el mundo
respetado y temido.
A su paso, donde hubo mezquitas musulmanas, se alzaron cris­
tianas iglesias; los reyes pactaron con
el 0 se Ie sometieron; el
(l) JJ:QUJl: Jefe de tribll 4rabe.
(2) PABlU: 'fributo Que Be pagaba 811 lelia de vanlla,je
22
ratific6 tratados viejos, dio leyes nuevas, y fue de todos a la vez
temido y amado, por su valor, por
BU nobleza, por su piedad para
el vencido.
Y los caballeros que por seguirle dejaron en Castilla tierras,
bienes y beredadea, llegaron a poseer
tantas riquezas que lea era
imposible contarlas, que "buen galard6n alcanza
el que sirve a buen
senor."
Mas ya se aleja el Cid de tierras de Arag6n y va bacia Oriente,
por donde sale
el sol. Es su Bueno -Bueno que tan s610 conffa al fiel
Alvar Fafiez Minaya-llevar basta el mar el pend6n castellano, y
conquistar a Valencia, la grande.
De villa en villa, de batalla en
batalla-si tambMn de victoria
en
victoria-sin descansar un punto de las fatigas de la guerra, pa.s6
el Cid tres afios basta llegar a la vista de la tierra sOfiada.
AI fin, lIegando una noche a Monreal, mand6 echar pregones
por Arag6n y Navarra y envi6 a Castilla. numerosos mensajeros.
Unos y otros, dec fan de este modo:
-"EI que quicra cubrirse de gloria y alcanzar buen provecho,
vengase con
cl Cid, a quien lIaman Campeador, y ayudele en su
intento de poner cerco a Valencia, la grande, para entregarla con
gran bonor a Alfonso,
el rey cristiano."
Y de toda la cristiandad llegaron caballeros que unidos al Cid.
llevaron mas alIa, con la Cruz,
el pend6n de Le6n y Castilla,
~

EN TIERRAS DE ALFONSO
Mientras tanto a las tierras de Alfonso el Castellano llegaban
nuevas de las
ha~afias que el Cid llevaba a cabo, ypor todas partes
volaba la noticia de que el desterrado de Castilla
andaba trastor­
nan do al mundo.
En Burgos, a cada nueva victoria alcanzada por el inJanzan (1)
de Vivar, armaban los plcbeyos gran tumulto para pedir al rey la
vuelta del heroe desterrado. Y
Ie aclamaban en las plazas p1iblicas,:
y al grito de: "jViva nuestro Cid Rodrigo, el glorioso Campeador!"
encendfan fuegos y luminarias
para honrarle y celebrar sus glorias.
Esto era 10 que hacia el pueblo en tierras de Alfonso el Castellano.
Y ell la corte . . . Bien veia el rey la nobleza del Cid, quien
3· eambio de la perdida de patria y hacienda, esforzaba su brazo en
gl:l.nar pueblos para el monarca que tan injustamente Ie tratara.
De buena gana perdonaria Alfonso al noble Cid, mas no se fo pcr­
mitian
los intrigantes y odiosos cortesanos, quienes-siempre ins­
tigados por don
Garcia-no perdonaban insidia ni calumnia para
indisponer a Rodrigo con el Rey.
-Pensad, senor-Ie decian--cuaJes seran ahora los humos del
de Vivar; record ad que se cree mas rey que vos, puesto que rompe
con reyes y pueblos los pactos que vos habfais hecho.
Y Alfonso refrenaba sus deseos y no se atrevfa a levantar
el
destierro del Cid. Esto sucedia en la corte.
Mientras, en solitario monasterio,
una noble dama lloraba y
(I) l".."NzoN: Hijo de bidalgoe. caballero.
rezaba sin cesar por la vuelta del guerrero desterrado, y dos ninas
tan bellas como el sol y la luna, iban creciendo, creciendo, hasta
convertirse en dos gentilfsimas doncellas. Era la dama dona Jime­
na, esposa del Cid de Vivar, y las dos doncellas dona Elvira y dona
Sol, sus hijas,
tan hermosas ambas, que causaban la admiraci6n
de cuantos las miraban.
Para estas tres mujeres, que con tab an en
su retiro los anos, los dfas y las horas, cada minuto
duraba cterni­
dades.
Era esto en el monasterio de San Pedro de Cardena.
24
25

CONQUISTA DE VALENCIA
A todo esto las mesnadas del Cid ten ian sitiada a Valencia, la
grande. Los fieros
Almoravides (1) que la dominaban, eran los mas
temidos entre
los sarracenos; mas ya sabemos c6mo nunca hubo
enemigo capaz de intimidar al buen Cid burgaJes. Atras dejaba
ya
pacificadas todas las tierras conquistadas por ~I, y sometidos a su
poder reyes arabes y cristianos.
Duro fue
el cerco, y bien se defendieron los Almoravides. Du­
rante nueve meses los tuvo sitiados el Cid, sin dejarles respirar, sin
darIes tregua de dia ni de noche. Y tantos, y tantos prodigios de
habilidad y de valor llegaron a hacer el Cid y los
BUYOS, que al fin
del d~cimo mes la ciudad se les rindi6 y las llaves lea fueron entre­
gadas. EI Campeador con sus esforzados caballeros, con Minaya
Alvar Fanez,
el mas fiel entre todos, con Martin Antolfnez, el bur­
gales ilustre, eon Felix Munoz, su sobrino, y
Nuno Gustioz y Alvaro
Alvar y Alvaro Salvad6rez y Galindo Garcia, y todos los guerreros
que de lejanas tierras vinieron a ayudarle en su .empresa, entr6 en Ia
gran Valencia,
)a ciudad poderosa, que se visti6 sus mejores galas pa­
ra recibir
al renombrado Cid Campeador. Pues hab~is de saber que
era tan clemente en su dominaci6n, tan noble y justiciero en sus
aetoa
todo!;, que moros y moras antes deseaban que temian ser
vasallos del heroe eastellano.
Los de Valencia
al menos lIegaron It adorarle mas que como It
un rey, como a un dios. No se cansahan de eontemplar 8U larga
(J) ALIIORAVWZ:. : Nombre de UIlIl de I"e Iribu. &rabe. que con'juiataron Ee",,/UI..
barba-que durante BU destierro no cort6 jamas-ni de admirar BU
porte majestuoso y noble, ni de aclamarle en calles y en plazas.
Porque bajo el dominio del Cid, Valencia fue Ia mas bella,
la mas
rica, la mas noble ciudad. . . Y
Ie entregaron el regio alcazar, en el
cual se aloj6; y
Ie hicieron vestirse a la morisca usanza, desterrando
de
BU persona la castellana sencillez, para lucir reales atavfos y
tunicas
talares (1) recamadas de oro y pedrerfa.
No
hay para que decir que en la torre mas alta del alcazar
maravilloso onde6 la ensena de Alfonso
el Castellano, para quien
ganaba el desterrado Cid todas aquellas riquezas. Y la arabe
mez­
qtlita
(2) fue catedral cristiana, que tuvo su obispo en Ia persona de
don Jeronimo, cIerigo muy sabio y virtuoso, llegado de lejanas tie­
rras orientales.
La fama de tan magna conquista se extendi6 por la cristiandad
toda, y los mas altos setiores y
lOB reyes mas poderosoB del mundo
enviaron emisarioB para felicitar al Cid, a quien consideraban
ya
como BU igual Bobre la tierra.
(I) TALAR: Se dice de lao t6nicaa que lIegan baata loe taJones.
(2)
MEIQUlTA: Templo de loe mahomet.noe.
26
27

JIMENA EN VALENCIA
JIMENA PIDE AL REV QUE LA
Guardado esta el alcazar de Valencia y sus mas altas torres;
DESPOSE CON EL CI D
guardadas todas las entradas y salidas de la ciudad. Y por sus
reales puertas sale solemne procesi6n
-las cruces son de plata, las De Rodrigo de Vivar, (1)
sobrepellices de los sacerdotes estan bordadas de oro-en accion de Muy grande fama corria:
gracias por la feliz llegada de Jimena y sus hijas a tierras valencianas. Cinco reyes
ha vencido,
Moros de la moreria,
Tambien salia el buen Cid, el de la luenga barba, vistiendo rico Solt61os de
la prision,
manto de seda y montando a
Babieca (1) que lucia sus mejores Do (2) metidos los tenfa;
arreos. Antes de acercarse a los castellanos dio
una carrera tan Quedaron por sus vasallos,
veloz; que a todos dej6 maravillados; desde aquel dfa fue famoso Sus
parias (3) Ie prometfan.
Babieca en toda Espana. Despues, bajando el Cid de su caballo, se
En Burgos estaba el rey
acerco a su mujer y a sus hijas abrazandolas tiernamente. Era tanto Que Fernando se decfa;
BU gozo, que asomaban las lagrimas a sus ojos. Tambien dona Ji­ Aquesa (4) Jimena Gomez
mena, dona Elvira y dona Sollloraban, y no se
cansabandeadmirar Ante el buen Rey parecfa:
al buen Cid
y besarle las manos. Y asf seguidos de sus caballeros Se habfa humillado ante el
que se entretenfan en juegos de armas y de tablas, entraron todos Y su razon proponfa:
en Valencia mientras musulmanes
y cristianos aclamaban con entu-· "Hija soy yo de Don Gomez,
siasmo al poderoso Cid, y a su noble mujer.
tiQue en Gormaz condado habia:
tiDon Rodrigo de Vivar
tiLe mat6 con valentfa.
~
(1) RODIUOO'DII: VIV..a: Nombre del Cid.
(2)
Do: En donde--donde.
(3) P.uae: Tributo.
(4) AQUEU: Ella.
(1) BABl£CA: Caballo Que mont6 el Cid. ulebre en 1a hietoria de .us b .. ufl...,
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29

"La menor soy yo de tres
"Hijas que
el Conde tenfa.
"Vengo a pediros merced,
"Que me hagrus en este dia,
"Yes que aquese Don Rodrigo
"Por marido yo os pedfa.
"Tendreme por bien casada,
"Honrada me contaria,
"Que soy cierta que su hacienda
IIHa de ir en mejoria,
"Y el mayor en estado
"Que en la vuestra tierra habfa.
"Me hareis asf gran merced,
"Hacerosla bien vendrfa,
"Porque es servicio de Dios
"Y yo Ie perdonarfa
"La muerte que dio a mi padre,
"Si
el este me concedfa."
El rey tuvo por muy bueno
Lo que Jimena pedfa;
Escribierale sus cartas,
Que viniese,
Ie decfa,
A Plasenci( donde estaba,
Que es cosa que
Ie cumplfa.
Rodrigo, que vio las cartas
Que
el rey Fernando Ie envfa,
Cabalg6 sobre
Babieca (1)
Muchos en su compai'ifa,
Todos eran
hijosdalgo (2)
Los que Rodrigo trafa;
Armas nuevas trafan todos,
De una color se vestfan;
Amigos son y parientes,
Todos a el
10 segufan.
Trescientos eran aquellos
Que con Rodrigo venfan.
El Rey sali6 a recibirlo,
Que muy mucho
10 querfa;
Dfjole el Rey:
"Don Rodrigo,
"Agradezco la venida,
"Que aquesa Jimena G6mez
(I) B.lB'EC4: Caballo del Cid.
(2)
HIJ08D4LOO: HidalaOl, caballeros.
"Por marido avos pedfa,
"Y la muerte de su padre
"Perdonada os
la tenia:
"Yo
os suplico que 10 hagais
'IDe ello
gran placer habrfa;
"Os he de hacer gran merced,
"Muchas tierras
os darfa."
"-Placeme, Rey mi sefior,
"Don Rodrigo respondia,
"En esto y en todo aquello
"Que
tu voluntad seria."
El Rey se 10 agradeci6;
Desposado los habfa
El obispo de Palencia,
Y el Rey dadole
habfa
A Rodrigo de Vivar
Mucho mas que antes tenia,
Y am6le en su coraz6n,
Que todo
10 merecfa.
Despidierase del Rey,
Para Vivar se volvfa,
Consigo lleva su esposa,
Su madre la recibfa;
Rodfigo se la encomienda
Como a su persona misma;
Prometi6, como quien era,
Que a ella no llegarfa
Hasta que las cinco huestes
De los moros no venda.
30
31

La manga largn. y angosta,
Con capilla de
buitron; (1)
Jaqueta (2) lleva de raja,
Y en ella mucho braMn, (3)
Y las faldctas tan corms,
Que se parece
el jub6n:
Lleva un cinto tachonado,
De plata los cabos son,
Pendiente lIcva del cinto
Un dobladomocador: (4)
Zapatos lIeva de seda
De un amarillo color,
Abiertos
y acuchillados
Porque era acuchillador:
Un collar de piedras y oro
Que al muerto suegro sirvi6,
La gorJ'!l. lIeva con pluma.~,
Y un labrado camis6n, TRAJES DEL CID Y DE JIMENA EN EL
Y la tizonada cspada
DIA DE SUS BODAS A quien el mucho estim6.
De tel'ciopelo morado
Domingo por la
manana
Los til'os y vaina son.
Cuando el claro sol sali6
Todos
los gralldcs Ie aguardan,
Mas alegre que otras veces
Cuautos en la corte son:
Por gozar de la ocasi6n,
Sale
el Cid, y hacenle cam po
Don Rodrigo de Vivar,
Porque era
Cid Campeador, (5)
EI que la palabra dio
EI Rey Ie I1eva a su lado,
De casarse con Jimena,
Que en hacerlo adivin6,
Ese dia la cumpli6:
Que de
ot-rOB muy muchos reyes
Y
para ir a la iglesia
Rodrigo
Ie haJ'a seilor.
A
tomar la bendici6n,
Todos
Ie Hevan en medio
Por mostrar 10 que valia,
En orden y procesi6n,
jOh que galan que sali6!
Y para
ir a Ia iglesia
Que de raso
columbino (1)
Todos se mueven a un son.
Llevaba un rico
juMn. (2) �
Calza (3) colorada y 橵獴愬 
Porque su gusto ajust6, �
Bohemio (4) de pano 湥杲漬 
De raso la
guarnici6n, (5) �
(1) COLUloIBINO: Color de paloma. (1) IhJlTRON; Enoaje.
(2) JUBOH : Veatidura antisua, aemejante al cbaleco. (2) JAQUIlT.: Chaqueta.
(3) C.u.u: Pant.al6n de una piela "juatado .. I cuerpo. (3) n....B<lH: noble. del v ..tido que r.ell(a la parte superior del bralo.
(~) BOBEMIO: Capa corta que uaaban los suardi... nobl~. (4; Mlle . ..,on: PllJluelo.
(6)
GU••allIcIoN : Adorn08 de enct\jc. (0) Cm C .MPIlAnou: Cid: selior-Camp.... dor: blltall"dor, vene.dor.
3332

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DE LO QUE LE ACONTECIO A UN HOM­
BRE QUE IBA CARGADO DE PIEDRAS �
PRECIOSAS·Y SE AHOGO EN EL RIO �
N dra dijoel Conde Luca­
nor a Patronio su conse­
jero, que tenfa grandes
dcscos de ir a una de sus
tierras, porque allf
Ie
habfan de dar una parti­
da de dinero y se propo­
nfa hnccr en ella muchas
meJoras; pero que rece­
laba que si pcrmaneciese
aIH Ie podrfa sobrevenir
alglin dafio,
y que Ie TO­
gaba Ie aconsejase qu6
debra hacer.
-Sefior Conde· -dijo
Patronio-para que ha­
gais en esto, a mi en ten­
der
10 mas acertado, serfa bueno que Bupieseis 10 que aconteci6 a,
un hombre que llevaba una COBS. de mucho valor en el cuello y pa.sa­
ba un rro.
Y el Conde Ie pregunt6 qu6 fue aquello.
--8efior
Conde-dijo Patronio-un hombre llevaba una gran
37

cantidaddepiedras preciosaa a cuestas, yeran tantas que lepesaban
mucho; y sucedi6 que hubo de pasar un gran rio, y como llevaba
tan
gran carga se hundfa mas que si no la llevase; y cuando estuvo en
10 mas hondo del rio comenz6 a sumergirse mucho.
Y un hombre que estaba a
la orilla del rio empez6 a gritar y a
decirle que
si no arrojaba aquella carga morirfa, y aquel mezquino
loco no comprendi6 que si muriese en el rio, perderfa el cuerpo y
la
carga que llevaba, y si la arrojara, aunque pel'diese la carga, no
perdeda
e1 cuerpo. Y por la gran codicia de 10 que vaHan las piedras
preciosas que llevaba, no las quiso arrojar, y muri6 en
el rio y perdi6
el cuerpo y perdi6 la carga que llevaba.
Y vos, senor Conde Lucanor, como qui era que del dinero y de
otra cosa que pudiereis hacer en vuestro favor eBtarfa bien que 10
hicieseis, os aconsejo que si os hallaseis en peligro quedandoos alU,
no os quedeis ni por codicia de dinero ni de nada, y os aconsejo tam­
bien que nunca os aventureis
si nofuesepor cosa que sea de vuestra
honra 0 porque
os perjudicarfan si no 10 hicieseis, pues el que poco se
precia y por codicia 0 por devaneo se aventura, creedme que no
piensa hacer mucho por el, pues aquel que mucho se estima,
es pre­
ciso que haga de manera que
10 estimen mucho las gentes, y no es el
hombre estimado porque 61 se estime mucho, sino porque realice
obras que hagan que
10 estimen las gentes. Y si asf fuere, estad cier­
to de que se estimara bien y no se aventurara por codicia ni por cosa
en que no tenga gran honra; pero en
10 que se deba aventurar estad
seguro que no hay hombre en el mundo que
tan pronto aventure su
cuerpo como
el que vale mucho y mucho se estima.
Y el Conde tuvo esto por buen ejemplo y 10 hizo asf, y por ello
Ie fue muy bien, y como don Juan Manuel entendi6 que 6ste era un
buen ejempl0,
10 hizo escribir en su libro e hizounos versos que dicen
asf:
A quien por gran codicia de tener se aventure,
Maravilla sera que el bien mucho
Ie dure.
DE LO QUE HACEN LAS HORMIGAS
PARA MANTENERSE
Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, de esta ma­
nera:
-Patronio, alabado sea Dios, yo soy bastante rico y algunos
me aconsejan que, puesto que puedo hacerlo, no me preocupe sino
de los placeres, de comer y beber; que tengo bastante
para mi vida
y
aun dejare a mis hijos bien heredados. Y por el buen entendimien­
to que teneis, os ruego que me aconsejeis 10 que os parezca que debo
hacer.
-Sefior Conde Lucanor -dijo Patronio-como quiera que
disfrutar de los p1aceres
~as bueno, para que hagais en esto 10 mas
provechoso, me gustarfa que supieseis
10 que hace la hormiga para
mantenimiento de su vida.
Y el Oonde
Ie pregunt6 que era 慱略汬漮 
Y
Patronio Ie dij 〺 
-Senor Conde Lucanor, ya veis cuan pequefia cosa es la hor­
miga, y aparentemente no debeda tener
una gran percepci6n; pero
sabreis que cada ano al tiempo que los hombres cogen el trigo, salen
ellas de sus hormigueros y van a las eras y traen cuanto trigo pueden
para su mantenimiento y 10 meten en sus casas,ycuando cae la pri­
mera agua
10 sacan afuera, y las gentes dicen que 10 sacan a secar,
y no saben bien
10 que dicen, pues no as esa la verdad, ya que sabeis
que cuando las hormigas sacan por primera vez
e1 trigo fuera de SUB
hormigueros, es que cae la primera agua y comienza el inviemo, y si
ellas carla vez que lloviese tuviesen que sacar el trigo
para secarl0,
..
38
39

bastante labor tendr!an, y ademas no podrlan tener sol para se­
carlo, pues en el invierno no
hay sol con tanta frecuencia como para
que
10 pudiese secar.
Pero la verdad de por que ellas
10 sacan la primera vez que
llueve, es esta: meten cuanto trigo pueden tener en sus casas de
una
vez y no se preocupan por otras cosas sino por traer cuanto pueden.
Y as! que
10 ponen a salvo se dan cuenta de que tienen ya 10 bastante
para su vida, en ese ano. Y cuando viene la lluvia y se moja el trigo
comienza a nacer, y ellas bien saben que si el trigo nace en los
hormigueros, en lugar de servirles, su mismo pan las
mataria y las
causaria perjuicios. Y entonces
10 sacan afuera y comen el coraz6n
que
hay en cada grano del que sale la simiente y dejan todo el grano
entero, y despues, por mucho que llueva, no puede nacer y de el se
mantienen todo el aiio.
Y
aun hallareis que aunque tengan cuanto trigo puedan, cada
vez que hace buen tiempo no dejan de acarrear las hierbecitas que
halian,
y esto 10 hacen temiendo que no les baste aquello que tienen,
y mientras tienen tiempo no quieren estar ociosas ni perder el tiem­
po que Dios les da,
si pueden aprovecharlo.
Y vos, senor Conde,
ya que la hormiga que es tan mezquina
cosa, tiene tal entendimiento y hace
tanto por mantenerse bien,
debeis comprender que no
hay raz6n para que ninglin hombre y
menos los que
han de sostener su posici6n y gobernar a muchos, el
querer siempre comer de
10 ganado, pues estad seguro de que por
EL PRISIONERO
mucho que se tenga, donde cada diasacan y nada ponen,no puede
durar mucho, y ademas parece gran decadencia y falta de coraz6n.
Pero mi consejo es este: que si quereis comer y divertiros
10 hagrus '
siempre sosteniendo vuestra posici6n, guardando vuestra honra y
notando que, teniendo cuidado como
10 tendreis de cumplirlo, pues
si mucho tuviereis y bueno quisiereis ser, tambien tendreis manera
de gastarlo en vuestro provecho.
Y al Conde
Ie gust6 mucho este consejo que Patronio Ie dio y
as!
10 hizo y Ie fue bien desde entonees.
Y porque don
Juan Manuel utilizo este ejemplo 10 hizo poner
en su libro e hizo unos versos que dicen as!:
No comas siempre
10 que has ganado,
Vive
tal vida que mueras honrado.
4:0

EL PRISIONERO
Por el mes era de mayo
cuando hace
la calor,
cuando
canta la calandria,
y responde el ruisenor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo triste,
cuitado (1)
que vivo en esta prisi6n,
que ni
se cuando es de dia,
ni cuando las noches son,
sino por
una avecilla
que me cantaba al
albor: (2)
mat6mela un ballestero; (3)
dele Dios mal galarMn! (4)
A NONIMO.
(1) CUITADO: Af1igido.
(2) Al.BOR: Aurora, amaneeer.
(3)
BALLE8T!lRO: El que maneiaba la ballesta, maquina antigua que 8e UBba en la guerra para arrojar piedraa
y~taagru_.
(4) GALUIDON: Recompenaa,
43

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EL CONDE ARNALDOS
jQuien hubiese tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo
el conde Arnaldos
la manana de San Juan!
Con un halc6n en la mano
iba la caza a cazar.
Vio venir una galera
que a tierra quiere llegar.
Las vel as traia de seda,
y las jarcias de cendal; (1)
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la
mar ponia en calma,
los vientos hace
amainar, (2)
los peces que en 10 hondo andan
arriba los hace
andar,
las aves que
andan volando
hace en el mastil posar.
Alli habl6
el conde Arnaldos,
bien oireis
10 que dira:
(1) CI>NDAL. Tela de aeda muy delaada y tranaparente.
(2) AMoUNIoB: Ceder en intenaidad.
47

-Por Dios tc ruego, marinero, �
ensename
ese can tar. �
Respondi61e el marinero, �
tal rcspuesta
Ie fue a dar: �
-yo no digo esta canci6n �
sino a quien conmigo va. �
ANONIMO
MIGUEL DE CERVANTES
DON QUIJOTE
48

DE LACONDICION Y EJERCICIO �
DEL FAMOSO HIDALGO �
N un lugar de la Mancha,
de cuyo nombre no quie­
ro acordarme, no
ha mu­
cho tiempo que vivfa un
hidalgo de los de lanza
en astillero, adarga anti­
gua, rocfn flaco y galgo
corredor.
Una olla de
algo mas vaca que car­
nero, salpic6n las mas no­
ches, duelos y quebran­
tos los sabados, lantejas
los viernes,
algu.n palomi­
no de afiadidura los do­
mingos, consumfan las
tres partes de su hacien­
da.
El resto della con­
clufan sayo de velarte, calzas de velludo
para las fiestas, con sus
pantuflos de
10 mesmo, y los dfas de entresemana se honraba con su
vellorf de
10 mas fino; Tenia en su casa una ama que pasaba de los
cuarenta, y llna sobrina que no llegaba a los veinte, y
un mozo de
campo y plaza, que asf ensillaba el rocfn como tomaba
la podadera.
Frisaba
la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta afios; era de
complexi6n recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador
y amigo de la caza. Quieren decir que tenia
el sobrenombre de
53

Quijada 0 Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los auto­
res que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosimiles se
deja en tender que se Hamaba Quejana. Pero esto importa poco a
nuestro cuento: basta que en la narracion del no se salga
un pun to
de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que
estaba ocioso
-que eran los mas del ano-, se daba a leer libros de
caballeria con
tanta afici6n y gusto, que olvido casi de todo punta
el ejercicio de la caza, y aun la administraci6n de su hacienda; y lle­
g6 a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendio muchas
hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerfas
en que leer, y asf, llev6 a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y
de todos, ningunos
Ie parecian tan bien como los que compuso el
famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas
entricadas razones suyas
Ie parecian de perlas, y mas cuando llegaba
a leer aquellos requiebros y cartas de desaffos, donde en muchas
partes hallaba escrito:
"La razon de la sinraz6n que a mi razon se
hace, de tal manera mi raz6n enflaquece, que con razon me quejo
de la vuestra fermosura." Y tambien cuando leia: " ....... .Ios altos
cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la
vuestra grandeza."
Con estas razones perdia el pobre caballero el juicio, y desve­
labase por entenderlas y desentranarles el sentido, que no se
10
sacara ni las entendiera el mesmo AristOteles, si resucitara para solo
ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y
recebia, porque se imaginaba que, por grandes maestros que
Ie hu­
biesen curado, no dejaria de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de
cicatrices y senaleS. Pero, con todo, alababa · en su autor aquel
acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y
muchas
veGes Ie vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la
letra, como alIi se pro mete ; y sin duda alguna lohiciera, y aun
saliera con ello, si otros mayo res y continuos pensamientos no se 10
estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar
-que era hombre docto, graduado en SigUenza-, sobre cual habfa
sido mejor caballero: Palmerin de Inglaterra
0 Amadis de Gaula;
mas maese Nicolas, barbero del mismo pueblo, decia que ninguno
llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se
Ie podia comparar
era don Galaor, hermano de Amadis de Gaula, porque tenia muy
acomodada condici6n para todo; que no era caballero melindroso,
ni tan
Uor6n como su hermano, y que en 10 de la valentia no Ie iba
en zaga.
En resoluci6n, el se enfrasc6 tanto en su lectura, que se Ie pa­
saban las noches leyendo de claro en claro, y los dias de turbio en
M
f.urbio; y asf, del poco dormir y del mucho leer se Ie sec6 el celebro,
de manera que vino a perder el juicio. Llen6sele la fantasia de todo
n.quello que lefa en los libros, asi de encantamientos como de pen­
rlcncias, batallas, desaffos, heridas, requiebros,
amOI"eS, tormentas
y disparates imposibles; y asent6sele de tal modo en la imaginaci6n
que era verdad toda aquella maquina de aquellas sono.das inven­
ciones que leia, que para el no habia
otra historia mas cierta en el
mundo. Decia el que el Cid
Ruy Diaz habia sido muy buen caba­
llero, pero que no tenia que ver con el Caballero de la Ardiente
Espada, que de solo
un reves habia partido por medio dos fieros y
descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, por­
que en Roncesvalles habia muerto a Roldan
el encantado, valien­
dose de la industria de Hercules, cuando ahogo a Anteo, el hijo de
10. Tierra, entre los brazos. Decia mucho bien del gigante Morgante,
porque, con ser de aquello. generaci6n gigantea, que todos son sober­
bios y descomedidos,
el solo era afable y bien criado. Pero, sobre
todos, estaba bien con Reynaldos de Montalban, y mas cuando
Ie
veia salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende
rob6 aquel fdolo de Mahoma que era todo de oro, segun dice
su
historia. Diera el por dar una mana de coces 0.1 traidor de Galal6n,
t~l ama que tenia y aun a su sobrina de anadidura.
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el mas extrano
pensamiento que jamas dio loco en
el mundo, y fue que Ie pareci6
convenible y necesario, asi
para el aumento de su honra como para
01 servicio de su republica, hacerse caballero andante, y irse por
todo
el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a
cjercitarse en todo aquello que el habia leido que los caballeros
andantes se ejercitaban, deshaciendo todo genero de agravio, y
poniendose en ocasiones y peligros donde, acabandolos, cobrase
eterno nombre y fama. Imaginabase
el pobre ya coronado por el
valor de su brazo, por: 10 menos, del imperio de Trapisonda; y asf,
con estos
tan agradables pensamientos, llevado del extrano gusto
que en ellos sentia, se dio priesa a poner en efecto
10 que deseaba.
Y 10 primero que hizo fue limpiar unas arm as que habian sido de sus
bisabuelos, que, tomadas de orfn y llenas de moho, luengos siglos
habia que estaban puestas y olvidadas en un rincon. Limpi6las y .
aderez6las
10 lI'ejor que pudo; pero vio que tenian una gran falta,
y era que no tenian celada de encaje, sino morri6n simple; mas
a esto supli6 su industria, porque de cartones hizo
un modo de me­
dia celada, que, encajada con el morrion, hacia
una apariencia
de celada en tera.
Es verdad que para probar si era fuerte y podia
estar al riesgo de
una cuchillada, saco su espada y Ie dio dos golpes,
y con
el primero y en un pun to deshizo 10 que habia hecho en una
semana; y no dej6 de parecerle malla facilidad con que la habia
55

hecho pedazos, y, por asegtIrarse deste peligro, la torn6 a hacer de
nuevo, poniendole unas barras de hierro
por de dentro, de tal mane­
ra,que el qued6 satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva
experiencia della, la diput6 y
tuvo por celada finisinia de encaje.
Fue luego aver su rocin, y aunque tenia inas cuartos que un
real y mas tachas que el caballo de Gonela, le pareci6 que ni el
Bucefalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con el se igualaban. ·
Cuatro dfus se Ie pasaron en imaginar que nombre Ie pondrla; por­
que-seglin se decfa el a sf mesmo-no era raz6n que caballo de
caballero tan famoso, y tan bueno el por sl, estuviese sin nombre
conocido; y ansi, procuraba acomodarsele de manera, · que decla­
rase quien habia sido antes que fuese de caballero andante, y
10 que
era entonces; pues estaba muy puesto en raz6n que, mudando su
seiior estado, mudase el tambien el nombre, y
Ie cobrase famoso y de
estruendo, como convenfa a la nueva orden y al nuevo ejercicio que
ya profesaba; y asi, despues de muchos nombres que form6, borr6
y quit6, aiiadi6, deshizo y torn6 a hacer en su memoria e imagimi­
ci6n, al fin
Ie vin,o a llamar Rocinante, nombre, a su parecer alto,
sonoro y significativo de
10 que habia sido cuando fue rocm, antes
de
10 que ahora era, que era antes yprimero de todos los rocines
del mundo.
Puesto nombre, y
tan a su gusto, a su caballo, quiso ponersele
a
sf mismo, y en este pensamiento dur6 otros ocho dias, y al cabo se
vino a llamar
Don Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron
ocasi6n
losautores desta tan verdadera historia que, sin duda,se
debia de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir.
Pero, acordandose que
el·valeroso Amadis no s610 se habia conten­
tado cOn llamarse Amadis a secas, sino que aiiadi6 el nombre ' de
su teino
ypatria, por hacei'la famosa, y se llam6 Amadis de Gaula,
asi quiso como buen caballero, aiiadir al suyo el nombre de la
suya
y llamarse Don Quijote dela Mancha, con que, a su parecer, decla­
raba muy al vivo su linaje y patria,y la honraba con tomar el sobre­
nombre della.
Limpias, pues, sus
armas, hecho del morri6n celada, puesto
nombre a
su rocin y confirmandose a si mismo, se dio a entender
que no Ie faltaba otra cosa sino buscar una daina de quien enamo­
rarse; porque el caballero
andante sin amores era arbol sin hojas
y sin fruto y cuerpo sin alma. Decfase el: "Si yo, por maIos de mis
pecados,
opor mi buena suerte, me encuentro por ahi con alglin
gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y
le derribo de
un encuentro, 0 Ie parto por mitad del cuerpo 0, final­
mente,
Ie venzo y lerindo, lno sera bien tener a quien enviarle
presentado, y que entre y se hinque de
rodillasantemi dulceseiiora,
y diga con vozhumilde y rendida:
"Yo senora, soy el gigante Cara-
IIbro, seiior de la insula Malindrania a quien venci6 en singu­
t
uJia el jamas como se debe alabado caballero Don Quijote
Ifl1ncha, el cual me mand6 que me presentase
ante la vuestra
n·eI , para que la vuestra grandeza disponga de mf a su talante."
(;6010 se holg6 nuestro buen caballero <mando hubo hecho este
UI"'RO, y mas cuando ha1l6 a quien dar nombre de su dama! ' Y
, .• )0 que se cree, que en un lugar cerca del suyo habfa una moza
u
tl,)ora de muy buen parecer, de quieti el un tiempo anduvo
I:l IIIOrado, aunque, segUn se entiende, ella jamas 10 supo ni se dio
~'It dello. Llamabase Aldonza Lorenzo, y a esta Ie pareci6 ser bien
"'II) titulo
de seiiorade sus pensamientos, y, buscandole nombre
'1111' no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de
1" anc:csa Ygran seiiora, vino a llamarla Dulcinea del Tobo8o, porque
rn natural de Toboso; nombre, a su parecer, m11sico y peregrino
Hignificativo, como todos los demas que a el y a sus cosas habfa
j lliUSto.
(Una vez arreglados estos detalles, Don Quijote parti6 una ma­
11:\.na, antes del dia, sin prevenir de su intenci6n a persona aIguna;
I,cro, apenas en el campo, advirti6 que no era caballero armado y
que no podia ni debfa tomar armas contra ninguno de ellos, segUn
1u definiera claramente la ley de su orden. Asf, pues, en una venta
que a el pareci6 castillo, como las personas am reunidas Ie conocie­
lien su locura, fue armado caballero andante. Regres6 Don Quijote
n su aIdea
para recoger dineros y algunos otros menesteres indis­
pensables, de cuya
administraci6nseencargaban ordinariamente
los escuderos. La gloria de ser el suyo recay6 en Sancho Panza,
hombre
r11stico y de buen juicio, a quien la promesa de gobernar una
de las tantas msulas que ganarla Don Quijote, Ie indujo a seguir sus
peregrinaciones. Prevenido, pues, cuanto fue necesario, sali6 nue­
vamente de su aIdea, caballero en Rocinante y seguido, al paso de
de
un borrico rucio, por Sancho Panza. De aM en adelante empe­
zarona menu dear sobre ellos tantas y tan regocijadas aventuras,
que
s610 reproducimos algunas de las muy principales, tal como las
escribi6el
autor de esta ingeniosa historia.)
5i
56

DE LAJAMAS IMAGINADA AVENTURA
DE LOS MOLINOS DE VIENTO .
EN esto, descubrieron treinta 0 cuarenta molinos de yiento
que
hay en aquel campo, y as{ como Don Quijote los vio, dijo
a su escudero:
-
La ventura va guiando nuestras cosas mejor de 10 que
acertaramos a desear; porque yes aW, amigo Sancho Panza, d6nde
se descubren treinta, 0 pocos mas, desaforados gigantes, con quien
pienso hacer
batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos
despojos comenzaremos a enriquecer; que
esta es buena guerra, yes
gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la
tierra.
-lQue gigantes?-dijo Sancho Panza.
-Aquellos que allf yes -respondi6 su amo-de los brazos lar­
gos, que los suelen tener algunos de casi dos Ieguas.
-Mire
vuestra merced-respondi6 Sancho-que aquellos que
allf se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y 10 que en
ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen
andar la piedra del molino.
-Bien parece-respondi6 Don Quijote- que no estas cursado
en esto de las
aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo,
quitate de ahi, y ponte en oraci6n en el espacio que yo voy a entrar
con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin
atender a las voces que su escudero Sancho Ie daba, advirtiendole
que, sin
duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aque­
lIos que iba a acometer. Pero el iba tan puesto en que eran gigantes,
que ni oia las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque
('staba ya bien cerca, 10 que eran; antes iba diciendo en voces altas:
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caba­
llero
es el que os acomete.
Levant6se en esto
un poco de viento, y las grandes aspas co­
menzaron a moverse,
10 cual, visto por don Quijote, dijo:
-Pues aunque movais mas brazos que los del gigante Briareo,
me
10 habeis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendandose de to do coraz6n a su
senora Dulcinea, pidiendole que en tal trance
Ie socorriese, bien
(~ubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremeti6 a todo
J,!;alope a Rocinante y embisti6 con el primCl'o molino que estaba
delante; y
dandoIe una lanzada en el aspa, la volvi6 el viento con
tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevandose tras sf al caballo
y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acu­
di6 Sancho
Panza a socorl'erle, a todo correr de su asno, y cuando
lIeg6 ha1l6 que no se podia menear: tal fue el golpe que dio con el
Itocinante.
-jValame Dios! -dijo Sancho.-~No Ie dije yo a vuestra
merced que mirase bien 10 que hacia, que no eran sino molinos de
viento, y no
10 podia ignorar sino quien llevase otros, tales en la ca­
beza?
-Calle, amigo Sancho -respondi6 Don Quijote-; que las
c
c>sas de la guerra, mas que otras, estan sujetas a continua mudanza;
euanto mas que yo pienso, y es asi verdad, que aqucl sabio Frest6n
que me rob6 el aposento y los libros (1) ha vueltoestos gigantes en
molinos
para quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la ene­
rnistad que me tiene; mas al cabo,
han de poder poco sus malas
:u·tes
contra la bondad de mi espada.
-Dios
10 haga como puede-respondi6 Sancho Panza.
Y, ayudandole a levan
tar, torn6 a subir sobre Rocinante, que
medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada
aventura,
siguieron el camino del Puerto Lapice, porque aIH decfa Don Quijote
que no
era posible dejar de hallarse much as y diverstts aventuras,
por ser lugar muy pasajero, sino que iba muy pesaroso, por haberle
faltado la lanza; y dici6ndoselo a su escudero,
Ie dijo:
-Yo me acuerdo
haber leido que un caballero espanoillamado
Diego Perez de Vargas, habiendosele en una batalla roto la espada,
desgaj6 de
una encina un pesado ramo 0 tronco, y con el hizo tales
cosas aquel dia y machac6
tantos moros, que Ie qued6 por sobre­
nombre Machuca, y as!
61 como sus descendientes se llamaron desde
aqueldiaenadelanteVargasy Machuca. Hetedichoesto, porquedela
primera encina 0 roble que se me depare, pienso desgajar otro tron­
(1) EI CurlL Y cl barbero de IlL aldea ..prov~eharon In primera salid.. de Don Quijote pRra eegar la., pucrta. ,l<d
apooento en que tenla aWl libr",. 10 eua! fue atribuldo a cncanlamiento del ."I"io Freat6n. 58
59

co tal y tan bueno como aquel que me imagino, y pienso hacer con el
tales hazanas, que
tu te tengas p~r bienafortunado de haber mere­
cido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podran ser
crefdas.
-A la mane de Dios -dijo Sancho-; yo 10 creo todo asf como
vuestra merced
10 dice; pero enderecese un poco, que parece que
va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la cafda.
-Asf es la verdad-respondi6 Don Quijote-; y si no me quejo
del dolor es porque no
es dado a los caballeros andantes quejarse
de herida alguna, aunque se les salgan las tripas por ella.
-8i eso es asi, no tengo yo que replicar -respondi6 Sancho-;
pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara
cuando alguna
cosa Ie doliera. De mi se decir que me he de quejar .
del mas pequeno dolor que tenga, si
ya no se entiende tambien con
los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.
Nose dej6 de reir Don Quijote de la simplicidad de su escudero;
y asf,
Ie declar6 que porna muy bien quejarse c6mo y cuando quisie­
se, sin gana 0 con ella; que
hasta entonces no habfa lefdo cosa en
contrario en la orden de caballeria. Dijole Sancho que mirase que
era hora de comer. Respondi61e su amo que por entonces no
Ie
hacia menester;que comieseelcuando se Ie antojase. Conesta licen­
cia se acomod6 Sancho
10 mejor que pudo sobre su jumento, y sa­
cando de las alforjas
10 que en elIas habfa puesto, iba caminando y
comiendo detras de su amo
muy de su espacio, y de cuando en cuan­
do empinaba la bota, con
tanto gusto, que Ie pudiera envidiar el mas
regalado bodegonero de Malaga.
Yen tanto que el iba de aquella
manera menudeando tragos, no se
Ie acordaba de ninguna promesa
que su amo
Ie hubiese hecho, ni tenia por ninglil1 trabajo, sinopor
.mucho descanso, andar buscando las aventuras, p~r peligrosas que
fuesen. .
En resoluci6n, aquella noche la pasaron entre unos arboles, y
del uno dellos desgaj6 Don Quijote un ramo seco que casi
Ie porna
servir delanza,
ypuso en el elhierro que quitO de la que se Ie habia
quebrado.
Toda aquella noche no durmi6 Don Quijote, pensando
en su senora Dulcinea, por acomodarse a
10 que habia lefdo en sus
libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en
las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus
senoras.
Nola pas6 ansi Sancho Panza, que, como tenfa el est6­
mago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueno se la llev6 toda,
y no fueran
parte para despertarle, si su amo no 10 llamara, los
rayos del sol que
Ie daban en el rostro, ni el canto de las aves, que,
muchas y
muy regocijadamente, la venida del nuevo rna saludaban.
Allevantarse dio un tiento a la bota, y ha1l61a algo mas flaca que
la noche antes, y afligi6sele el coraz6n, por parecerle que no
'IIr'vaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desa­
~lmarse Don Quijote, porque, como esta dicho, dio en sustentarse
.f., sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto
I Apice, y a obra de las tres del dfa Ie descubrieron.
-Aquf-dijo en viend01e Don Quijote-·podemos, hermano
cho Panza,
meter las manos hasta los codos en esto que llaman
V
f>nturas. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peli­
IUS del mundo, no has de poner mano a tu espada para defender­
IUC, si ya no vieres que los que me of end en es canalla y gente baja,
,lie en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en
lIinguna manera te es lfcito ni concedido por las leyes de caballerfa
'Ille me ayudes, hasta que seas armado caballero.
-Por cierto, senor -respondi6 Sancho-, que vuestra merced
a
fiUY bien obedecido en esto; y mas, que yo de mfo me soy
Jltl.cffico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias; bien es
vordad que en 10 que tocareadefender mipersona notendre mucha
Cllenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que
U1Lda uno se defienda de quien quisiere agraviarle.
-No digo yo menos-respondi6 don Quijote-; pero en esto
dc ayudarme contra caballeros has de tener a raya tus naturales
fmpetus.
-Digo que asf 10 hare·-respondi6 Sancho-; y que guardare
ese preceto tan bien como el dfa del domingo.
60 61

DE LO QUE SUCEDIO A DON QUIJOTE
CON UNOS CABREROS (1) �
FUE recogido de los cabreros con buen animo, y habiendo
Sancho,
10 mejor que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumen­
to, se fue
tras el olor que despedfan de si ciertos tasajos de cabra
que hirviendo al fuego en
un caldera estaban; y aunque ~l qui­
siera en aquel mesmo
punta ver si estaban en sazon de trasla­
darlos del caldero al estomago,
10 dej6 de hacer, porque los
cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pie­
les de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rlistica mesa y con­
vidaron a los dos, con muestras
demuy buena voluntad, con 10 que
tenian. Sentaronse a la redonda de las pieles seis dellos, que
eran
los que en la majada habia, habiendo primero con groseras
ceremonias rogado a
Don Quijote que se sentase sobre un dorna­
jo que vuelto del
reyeS Ie pusieron. Sent6se DQn Quijote, y queda­
base Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuemo.
Viendole en pie su amo,
Ie dijo: .
-Por que yeas, Sancho, el bien que en si encierra la andante
caballeria, y cuan a pique estan los que en cualquiera ministerio de­
lla se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del
mundo, quiero que aquf a mi lado y en compafiia desta buena gente
te sientes, y que seas una mesma cosa conrnigo, que soy tu amo y
natural sefior; que comas en
rni plato y bebas por donde yo bebiere:
porque de la caballerfa
andante se puede decir 10 mesmo que del
amor
se dice: que todas las cosas iguala.
(1) Esta aventura 8ucede a UOR batalla Que Iibr6 Don Quijote contra un gallardo vi.calno, de la cual eali6 el
primero con una
oreja mal herida.
-jGran merced!-dijo Sancho-; peI'O Se decir a vuestra
merced que como yo tuviese bien de comer,
tan bien y mejor me 10
"omeria en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador.
Y aun, si
va a decir verdad, mucho mejor me sabe 10 que como en mi
rinc6n sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los
allipavos de otras mesas don de me sea forzoso mascar despacio,
heber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene
J(ltna, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.
Ansi que, senor mfo, estas honras que vuestra merced quiere
danne
por ser ministro y adherente de la caballerfa andante, como 10 soy
icndo escudero de vuestra merced, conviertalas en otras cosas que
me sean de mas c6modo y provecho; que estas, aunque las doy por
hien recebidas, las renuncio
para desde aqui al fin del mundo.
-Con todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla,
Dios
Ie ensalza.
y asi~ndole par el brazo, Ie forz6 a que junto del se sentase.
No entendfan los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de
caballeros andantes, y no hacian
otra cosa que comer y callar, y mi­
mr a sus huespedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban
tasajo como el puno. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre
Ins zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pu­
Kieron un medio queso, mas duro que si fuera hecho de argamasa.
No estaba, en esto, ocioso el cuemo, porque andaba a la redonda
tun a
menudo-ya lleno, ya vacio, como arcaduz de noria-, que
con facilidad vaci6 unzaque de dos que estaban de manifiesto.
Despues que
Don Quijote hubo bien satisfecho su est6mago, tom6
lin puno de bellotas en la mano, y, mirandolas atentamente, soltO
Ill. voz a semejantes razones:
-Dichosa edad y siglos dichosos aquel10s a quien los antiguos
pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta
l111estra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella ven­
tllrosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivian
i~noraban estas dos palabras de tuyo y mio. Eran en aquella santa
l'dll.d todas las cosas comunes; a nadie Ie era necesario para alcan-
IIJr suordinariosustento, tomarotro trabajo que alzar la mana yal­
l'l1llZarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban con vi­
d~mdo con su dulce sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes
rlos, en magnifica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les
ofrecian.
En las quiebras de las pefias y en 10 hueco de los arboles
formaban su republica las solicitas y discretas abejas, ofreciendo a
,~ualquiera mano, sin interes alguno, la fertil cosecha de'su dulcfsi­
mo trabajo. Los valientes alcornoques despedian de Sf, sin otro
t~rtificio que el de su cortesia, sus anchas y livianas cortezas, con
lue se comenzaron a cubrir las casas, sobre rusticas estacas susten­
62
63

tadas, no mas que para la defensa de las inclemencias del cielo.
Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aUn no se
habia atrevido
la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las
entrafias piadosas de nuestra primera madre; que ella, sin ser for­
zada, ofrecia por todas las partes de su fertil y espacioso seno,
10 que
pudiese
hartar, sustentar y deleitar a los hijosque entonces la po­
sefan. Entonces
sf que andaban las simples y hermosas zagalejas
de valle
en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin mas
vestidos de aquellos que
eran menester para cubrir honestamente 10
que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no
eran sus adornos de los que
ahora se usan, a quien la purpura
de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de
algunas hojas verdes de lampazos y hiedra, entretejidas, con
10 que
quiz a iban
tan pomposas Y compuestas como van agora nuestras
cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que
la curiosidad
ociosa les
ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amo­
rosoS del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera
que ella los concebfa, sin buscar artificioso rodeo de palabras
para encarecerlos. No habia la fraude, el engafio ni la mali cia mez­
cladose con
la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios
terminos, sin que
la osasen turbar ni ofender los del favor y los del
interes, que
tanto ahora la menoscaban, turban y petsiguen . . La
ley del encaje aUn no se habia asentado en el entendimiento del
juez, porque entonces no habfa que juzgar, ni quien fuese juzgado.
Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por don­
dequiera, solas y sefieras, sin
temor que la ajena desenvoltura y
lascivo intento las menoscabasen, y su perdicion nacia de su gusto
y propia voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos,
no
esta segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo labe­
rinto, como el de
Creta; porque allf, por los resquicios 0 por el aire,
con el celo de
la maldita solicitud se les entra la amorosa pestilencia
y les hace
dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya segu­
ridad, andando mas los tiempos y creciendo mas
la mali cia , se
instituyo
la orden de los caballeros andantes, para defender las
doncellas,
amparar las viudas y socorrer a los huerfanos y a los me­
nesterosos.
Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agra­
dezco el gasajo y buen acogimiento que haceis a
mf y a mi escudero.
Que, aunque por ley
natural estan todos los que viven obligados a
favorecer a los caballeros andantes, todavia, por saber que sin saber
vosotros
esta obligaci6n me acogistes y regalastes, es raz6n que,
con Ia voluntad a
mf posible, os agradezca Ia vuestra.
Toda esta Iarga arenga-que se pudiera muy bien excusar­
dijo nuestro caballero, porque las bellotas que Ie dieron Ie trujeron
a Ia memoria Ia edad dorada, y antojosele hacer aquel inutil razo­
64.
)1:lIniento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados
::;uspensos, Ie estuvieron escuchando. Sancho asimesmo callaba y
r'omfa bellotas, y visitaba
muy a menu do el segundo zaque, que,
purque se enfriase el vino, Ie tenfan colgado de un alcomoque.
Mas tard6 en hablar Don Quijote que en acabarse Ia cerra; al
fin de la cual uno de los cabreros dijo:
-Para que con mas veras pueda vuestra merced decir, sefior
caballero andante, que
Ie agasajamos con pronta y buena voluntad,
queremos darle solaz y contento con hacer que cante
un companero
lIuestro que no
tardara mucho en estar aquf; el cual es un zagal
IllUY entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y
cscrebir y es mlisico de
un rabel, que no hay mas que desear.
Apenas habfa el cabrero acabado de decir esto, cuando lleg6 a
sus ofdos el son del rabel, y de alli a poco lleg6 el que
Ie tania, que
ra
un mozo de hasta veintid6s anos, de muy buena gracia. Pregun­
tironle sus compafieros si habia cenado, y respondiendo que sf, el
que habfa hecho los ofrecimientos
Ie dijo:
-De esta manera, Antonio, bien podras hacernos placer de
cantar un poco, porque yea este sefior huesped que tenemos que
tambien por los montes y selvas
hay quien sepa de mlisica. Hemos­
Ie dicho tus buenas habilidades y deseamos que las muestres y nos
saques verdaderos; y asf,
te ruego por tu vida, que te sientes y can­
tes el romance de
tus amores, que te compuso el beneficiado tu tio,
que en el pueblo
ha parecido muy bien.
-Que me place-respondi6 el mozo.
Y sin hacerse mas de rogar, se sent6 en el tronco de
una desmo­
chada encina, y, templando
su rabel, de alli a poco, con muy buena
gracia, comenz6 a cantar.
Cuando dio el cabrero fin a su canto, aunque
Don Quijote Ie
rog6 que algo mas cantase, no 10 consinti6 Sancho Panza, porque
estaba mas
para dormir que para oir canciones. Yansf, dijo a su
amo:
-Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde
ha de posarestanoche; que el trabajo que estos buenos hombres
tienen todo el dia no permite que pasen las noches cantando.
-Ya te entiendo, Sancho·-le respondi6 Don Quijote-; que
bien se me trasluce·que las visitas del zaque pi den mas recompensa
de sueno que de mlisica.
-A todo nos sabe bien, bendito sea Dios-respondi6 Sancho.
-No 10 niego--replico Don Quijote-; pero acom6date tu
donde quisieres; que los de mi profesi6n mejor parecen velando
que d.urmiendo. Pero, con todo esto, serfa bien, Sancho,
que me
vuelvas a
curar esta oreja, que me va doliendo mas de 10 que es
menester.
65

Hizo Sancho 10 que se Ie mandaba, y, viendo uno de los cabre­
ros la herida,
Ie dijo que no tuviese pena; que el pondrfa remedio
con que facilmente se sanase. Y tomando algunas hojas de romero,
de mucho que por
aHf habfa, las masc6 y las mezc16 con un poco de
sal, y, aplicandoselas a la oreja,
se la vend6 muy bien, asegurandole
que no habfa menester otra medicina, y asf fue la verdad.
(El cura y
el barbero de la aldea, deseosos de apartar a Don
Quijote de sus andanzas, acordaron que un bachiller, de nombre
Sans6n Carrasco, se disfrazase de caballero y
Ie presentase batalla
bajo compromiso de obedecer
el vencido las 6rdenes del vencedor,
que
si 10 fuera el bachiller ordenarfa a Don Quijote que se retirase
de la andante caballerfa por
no menos de dos al1os. Asf convenido,
sucedieron las cosas como se vera adelante.)
LA EXTRANA AVENTURA DEL CABALLE­
RO DE LOS ESPEJOS
DORMITABA Don Quijote al pie de una robusta encina,
cuando
Ie despert6 un ruido que sinti6 a sus espaldas, y levan tan­
dose con sobresalto, se puso a mirar y a escuchar de d6nde proce­
dfa y vio que
eran dos hombres a caballo, y que el uno, dejandose
derribar de la silla, dijo al otro:
-Apeate, amigo, y quita los frenos a los caballos, que, a mi
parecer, este sitio abunda de yerba
para ellos, y del silencio y so­
ledad que
han menester mis amorosos pensamientos.
El decir esto y
el tenderse en el suelo todo fue a un mesmo
tiempo; y al arrojarse hicieron ruido las armas de que venfa arma­
do, manifiesta senal por donde conoci6
Don Quijote que debfa de ser
caballero andante; y llegandose a Sancho, que dormia,
Ie trab6
del brazo, y con no pequeno trabajo
Ie volvi6 en su acuerdo, y con
voz baja
Ie dijo:
-Hermano Sancho, aventura tenemos.
-Dios nos la de buena-respondi6 Sancho-. Y lad6nde esta,
senor mio, su merced de esa senora aventura?
-lAd6nde, Sancho?-replic6 Don Quijote-. Vuelve los ojos
y mira, y veras allf tendido
un andante caballero, que, a 10 que a mi
se me trasluce, no debe de estar demasiadamente alegre, porque Ie
vi arrojar del caballo y tenderse en el suelo con algunas muestras de
despecho, y al caer
Ie crujieron las armas.
-Pues len que halla vuesa merced -dijo Sancho-que esta
sea aventura?
-N0 quiero yo decir-respondi6 Don Quijote-, que esta sea
aventura del todo, sino principio della; que por aquf se comienzan
66
67

las aventums. Pero escucha; que, a 10 que parece, templando esta
un laud 0 vigUela, y, segun escupe y se desembaraza el pecho, debe
de prepamrse
pam cantar algo.
-A buena fe que es as{ -respondi6 Sancho-, y que debe de ser
caballero enamorado.
-No hay ninguno de los andantes que no 10 sea-dijo Don
Quijote-. Y escuchemosle, que por el hilo sacaremos el ovillo de sus
pensamientos, si es que canta; que de la abundancia del coraz6n
habla la lengua.
Replicar queria Sancho a su amo; pero la voz del Caballero del
Bosque, que no era muy mala ni
muy buena, 10 estorb6, y estando
los dos atentos, oyeron que
10 que canto fue este
SONETO
-Dadme, senora, un termino que siga,
conforme a vuestra voluntad cortado;
que sera de la mla asf estimado,
que por jamas un
punta del desdiga.
Si gust~l.is que callando mi fatiga
muera, contadme
ya por acabado:
si quereis que os la cuente en desusado
modo, hare que
el mesmo Amor la diga.
A prueba de contrarios estoy hecho,
de blanda cera y de diamante duro,
y a las leyes de am or el alma ajusto.
Blando eual es,
0 fuerte, ofrezco el pecho;
entallad
0 imprimid 10 que os de gusto;
que de guardarlo eternamente juro.
Con un
jaYi arrancado, al parecer, de 10 intimo de su corazon,
dio
fin a su canto el Caballero del Bosque, y de allf a un poco, con
voz doliente y lastimada, dijo:
-jOh la mas hermosa y la mas ingrata mujer del orbe! leo­
mo que sera rJosible, serenisima Casildea de Vandalia, que has de
consentir que se consuma y acabe en continuas peregrinaciones y
en asperos
y duros trabajos este tu cautivo caballero? lNo basta
ya que he hecho que te confiesen por la mas hermosa del mundo
todos los caballer
os de Navarra, todos los leoneses, todos los tarte­
sios, todos
los castellano s, y, finalmente, todos los caballeros de la
Mancha'!
-Eso no---dijo a es
ta sazan Don Quijote-, que yo soy de la
Mancha, y nunca tal he confesado, no podia ni debia confesar una
cosa tan perjudicial a la belleza de mi senora; y este tal caballero
ya yes ttl, Sancho, que desvaria. Pero escuchemos: quiza se de­
clarara mas.
-8i hara-replic6 Sancho-; que termino lleva de quejarse
un mes arreo.
Pero no fue asi, porque habiendo entreoido el Caballero del
Bosque que hablaban cerca del, sin pasar adelante en su lamen­
tacion, se puso en pie y dijo con voz sonora y comedida:
-lQuien va alIa? lQue gente? lEs por ventura de la del
nWnero de los contentos,
0 de la del de los afligidos?
-De los afligidos-respondi6 Don Quijote.
-Pues lleguese a mi-respondi6 el del Bosque-, y hara <men­
ta que se llega a la mesma tristeza y a la aflicci6n mesma.
Don Quijote, que se vio responder
tan tierna y comedidamen­
te, se lleg6 a el, y Sancho ni mas ni menos.
E] caballero lamentador asio a Don Quijote del brazo, diciendo:
-8entaos aqui, senor caballero; que para entender que 10 sois,
y de los que profesan la
andante caballeria, bastame el haberos
hallado en este lugar, donde la soledad y el sereno
os hacen com­
pama, naturales lechos y propias estancias de los caballeros an­
dantes.
A
10 que respondi6 Don Quijote:
--Caballero soy, y de la profesion que decis;
yaunque en mi
alma tienen su propio asiento las tristezas, las desgracias y las
desventuras, no por eso se
ha ahuyentado della la compasi6n que
tengo de las ajenas desdichas.
De 10 que can tastes poco ha colegi
que las vuestras son enamoradas, quiero decir, del amor que te­
neis a aquella hermosa ingrata que en vuestras lamentacionesnom.;.
brastes.
Ya cuando esto pasaba, estaban sentados juntos sobre la
dura tierra,
en buena paz y compania, como si al romper del ilia
no se hubieran de romper las cabezas.
-Por ventura, senor caballero- -pregunt6 el del Bosque a
Don
Quijote-, lSois enamorado?
-Por desventura 10 soy-respondi6 Don Quijote-; aunque
los danos que nacen de los bien colocados pensamientos antes se
deben tener por gracias que por desdichas.
-Asi es la verdad· -replico el del Bosque-, si no nos turbasen
la raz6n
y' el entendimiento los desdenes, que siendo muchos,
parecen venganzas.
-Nunca fui desdenado de mi senora-respondio Don Quijote.
-No, por cierto-dijo Sancho, que allf junto estaba-; por­
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que es mi senora como una borrega mansa; es mas blanda que una
manteca.
-lEs vuestro escudero este?-pregunt6 el del Bosque.
--8f es-respondi6 Don Quij ote. .
-Nunca he visto yo escudero -replic6 el del Bosque-que
se
atreva a hablar donde habla su senor; a 10 menos, ahi esta ese
mfo, que
es tan grande como su padre, y no se probara que haya
desplegado ellabio donde yo hablo.
-Pues a fe~jo Sancho-que he hablado yo, y puedo ha­
blar delante de otro
tan... Y aun quedese aqui, que es peor
meneallo.
EI escudero del Bosque asi6 por el brazo a Sancho, diciendole:
-Varnonos los dos donde podamos hablar escuderilmente
todo cuanto quisieremos, y dejemos a estos senores amos nuestros
que se den de las astas, contandose las historias de sus amo­
res; que a buen seguro que les
ha de coger el dfa en elIas y no las
han de haber acabado. .
-Sea en buen hora ---dijo Sancho-; y yo Ie dire a vuesa mer­
ced quien soy, para que vea si puedo
entrar en docena con los mas
hablantes escuderos.
Con esto se apartaron los dos escuderos, entre los cuales pas6
un
tan gracioso coloquio como fue grave el que pas6 entre sus
senores.
Entre rnuchas razones que pasaron Don Quijote y el Caballero
de
la Selva, dice la historia que el del Bosque dijo a don Quijote:
-Finalrnente, senor caballero, quiero que sepais que mi destino,
o por mejor decir, mi elecci6n, me
trujo a enamorar de la sin par
Casildea de Vandalia. Llarnola sin par porque no Ie tiene, asi en la
grandeza del cuerpo como en el extremo del estado y de la hermo­
sura.
Esta tal Casildea, pues, que voy contando, pag6 mis buenos
pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su
madrina a Hercules, en muchos y divers
os peligros, prometiendome
al
fin de cada uno que en el fin del otro llegarfa el de mi esperanza;
pero asf se hanido eslabonando mistrabajos, que no tienen cuento,
ni yo se cual
ha de ser el ultimo que de principio al cumplimiento de
mis buenos deseos.
Una vez me mand6 que fuese a desafiar a aquella
famosa giganta de Sevilla llarnada la Giralda, que es
tan valiente
y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de
un lugar, es la mas
rnovible y voltaria mujer del mundo. Llegue, vila y vencfla, y hfcela
estar queda y
araya, porque en mas de una seman a no soplaron
sino vientos nortes.
Vez tambien hubo que me mand6 fuese a to­
mar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando,
empresa mas para encomendarse a ganapanes que a caballeros.
Otra vez me rnand6 que me preeipitase y
sumieseen la sima de
70
Cabra, peligro inaudito y temeroso, y que Ie trujese particular rela­
ci6n de
10 que en aquella oscura profundidad se encierra. Detuve
el movimiento a la Giralda, pese los Toros de Guisando, despefieme
en la sima y saque a luz
10 escondido de su abismo, y mis esperanzas,
muertas que muertas, y sus mandainientos y desdenes, vivos que
vivos.
En resoluci6n, llitimamente me ha mandado que discurra
por todas las provincias de Espana y haga confesar a todos los an­
dantes caballeros queporellas vagaren, que ella sola
es la mas aven­
tajada en hermosura de cuantas hoy viven, y que yo soy el mas
valiente y el mas bien enamorado caballero del orbe; en cuya de­
manda he
andado ya la mayor parte de Espafia, y en ella he vencido
muchos caballeros que se
han atrevido a contradecirme. Pero de 10
que yo mas me precio y ufano es de haber vencido en singular bata­
lla a aquel tan famoso caballero Don Quijote de la Mancha, y hecho­
Ie confesar que es mas hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en
s610 este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caba­
lleros del mundo, porque el
tal Don Quijote que digo los ha vencido
a todos; y habiendole yo vencido a el, su gloria, su fama y su honra
se
ha transferido y pasado a mi persona.
Y
tanto el vencedor es mas honrado,
cuanto mas
el vencido es reputado;
asf, que
ya corren por mi cuenta y son mfas las innumerables haza­
fias del
ya referido Don Quij ote.
Admirado qued6 Don Quijote de oir al Caballero del Bosque,
y estuvo
mil veces por decirle que mentfa, y ya tuvo el mentis en
el pico de la lengua; pero report6se
10 mejor que pudo, por hacerle ·
confesarporsu propia boca su mentira, y asf, sosegadamente,
Ie dijo:
-De que vuesa merced, senor caballero, haya vencido a los
mas caballeros andantes de Espana, y aun de todo el mundo, no
digo nada; pero de que
haya vencido a Don Quijote de la Mancha,
p6ngolo en duda. Podria ser que fuese otro que
Ie pareciese, aun­
que
hay pocos que Ie parezcan.
-lC6mo no? -replic6 el del Bosque-. Por el cielo que nos
cubre que pelee con Don Quijote, y
Ie venci y rendf; y es un hom­
bre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miem­
bros, entrecano, la nariz aguilena y algo corva, de bigotes gran des,
negros y cafdos. Carnpea debajo del nombre del
Caballero de la
Triste Figura, y trae por escudero a un labrador llamado Sancho
Panza; oprime
el lomo y rige el freno de un famoso caballo llama­
do Rocinante, y, finalmente, tiene por senora de
suvoluntad a una
tal Dulcinea del Toboso, llamada
un tiempo Aldonza Lorenzo;
como la mfa, que, por llamarse Casilda y ser de la Andalucfa, yo
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la llamo Casildea de Vandalia. Si todas estas senas no bastan
para acreditar mi verdad, aqui esta mi espada, que la hara dar
credito a la mesma incredulidad.
-Sosegaos, senor caballero -dijo Don Quijote-· , y escuchad
10 que decir os quiero. Habeis de saber que ese Don Quijote que de­
cis es el mayor amigo que en este mundo tengo;
y tanto, que
podre decir que
Ie tengo en lugar de mi misma persona, y que por
las senas que del me habeis dado, tan puntuales y ciertas, no
puedo pensar sino que sea el mismo que habeis
ven~ido. Por otra
parte, yeo con los ojos y toco con las manos no ser posible ser el
mesmo, si
ya no fuese que como el tiene muchos enemigos y en can­
tadores---especialmente uno que de ordinario
Ie persigue-, no
haya alguno dellos tomado su figura para dejarse veneer, por
defraudarle de la fama que sus altas caballerfas Ie tienen granjeada
y adquirida por todo
10 descubierto de la tierra. Y para confirma­
ci6n desto, quiero tambien que sepais que los tales encantadores
sus eontrarios no
ha mas de dos elias que transformaron la figura y
persona de la hermosa Dulcinea del Toboso en
una aldeana soez
y baja, y desta manera
habran transformado a Don Quijote; y si
todo esto no
basta para enteraros en esta verdad que digo, aqui
esta el mesmo Don Quijote, que la sustentara eon sus armas a pie 0
a caballo, 0 de cualquiera suerte que os agradare.
Y diciendo esto, se levant6 en pie y se empun6 en
la espada,
esperando que resoluei6n tomarfa el Caballero del Bosque; el cual,
con voz asimismo sosegada, respondi6 y dijo:
-AI buen pagador no Ie duelen prendas; el que una vez, senor
Don Quijote, pudo venceros transformado, bien podra tener espe­
ranza de rendiros en vuestro propio ser. Mas porque no es bien
que los caballeros hagan sus fechos de armas a escuras, como los
salteadores y rufianes, esperemos el dia,
para que el Sol yea nu~s­
tras obras. Y ha de ser condiei6n de nuestra batalla que el vencido
ha de quedar ala voluntad del vencedor, para que haga del todo
10 que quisiere, con tal que sea decente a caballero 10 que se Ie
ordenare.
-Soy mas que contento desa' condici6n y convenencia -res­
pondi6 Don Quijote. .
Y en dieiendo esto, se fueron donde estaban sus escuderos, y
los hallaron roncando y en la misma forma que
estaban cuando les
salte6
el sueno. Despertaronlos y mandaronles que tuviesen a
punto los caballos, porque en saliendo el Sol habian de haeer los
dos
una sangrienta, singular y desigual batalla; aeuyas nuevas
qued6 Sancho at6nito y pasmado, temeroso de la salud de su amo,
por las valentias que habia oido decir del suyo· al escudero del Bos­
que; pero, sin
hablar palabra, se fueron los dos escuderos a buscar
su ganado; que ya todos tres caballos y el rucio se habian olido y
estaban todos juntos.
En el camino dijo el del Bosque a Sancho:
-Ha de saber, hermano, que tienen por costumbre los pelean­
tes de la Andalucia, cuando son padrinos de alguna pendeneia, no
estarse oeiosos mano sobre
mana en tanto que sus ahijados rinen.
Dfgolo porque este advertido que mientras nuestros duenos rifie­
ren, nosotros tambien hemos de pelear y hacernos astillas.
-Esa costumbre, senor escudero -respondi6 Sancho-, alla
puede correr y pasar con los rufianes y peleantes que dice; pero
eon los escuderos de los caballeros andantes, ni por pienso. A
10
menos, yo no he oido deeir a mi amo semejante eostumbre, y sabe
de memoria todas las ordenanzas de la
andante caballerfa. Cuanto
mas que yo quiero que sea verdad y ordenanza expresa el pelear
los escuderos en
tanto que sus senores pelean; pero yo no quiero
cumplirla, sino pagar la pena que estuviese puesta a los tales paef­
ficos escuderos que yo aseguro que no pase de dos libras de cera, y
mas quiero pagar las tales libras; que se que me costaran menos
que las hilas que podre
gastar encurarme la eabeza, que ya me la
cuento por
partida y dividida en dos partes. Hay mas: que me
imposibilita el refiir el no tener espada, pues en
wi vida me la
puse.
-Para eso se yo un buen remedio -dijo el del Bosque-: yo
traigo aquf dos talegas de lienzo, de un mesmo tamano; tomareis
vos la una, y yo la otra, y remremos a talegazos, con armas iguales.
-Desa manera, sea en buen hora -respondi6 Sancho-;
porque antes servira la tal pelea de despolvorearnos que de herir­
nos.
-No ha de ser asi -replie6 el otro-; porque se han de eehar
dentro de las talegas, porque no se las lleve el aire, media doeena
de guijarros lindos y pelados, que pesen
tanto los unos como los
otros, y desta manera nos podremos atalegar sin hacernos mal ni
dano.
-jMirad, cuerpo de mi padre-respondi6 Sancho-, que
martas eebollinas 0 que copos de algod6n cardado pone en las tale­
gas,
para no quedar molidos los eascos y hechos alhena los huesos!
Pero aunque se llenaran de capullos de seda, sepa, senor mio, que
no
he de pelear: . peleen lluestros amos, y alIa se 10 hayan, y beba­
mos
y vivamos nosotros; que el tiempo tiene cuidado de quitar­
nos las vidas, sin que andemos buscando apetitos
para que seacaben
antes de llegar su saz6n y termino y que se cayan de maduras.
---Con
todo-replic6 el del Bosque-, hemos de pelear siquie­
ra media hora.
-Eso no-respondi6 Sancho-; no sere yo tan descortes ni
72
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tan desagradecido, que con quien he comido y he bebido trabe
cuesti6n alguna, por minima que sea; cuanto mas que estando sin
c6lera y sin enojo, lquien diablos se
ha de amanar a rerur a secas?
-Para eso -dijo el del Bosque-yo dare un suficiente reme­
dio: y es que antes que comencemos
la pelea, yo me llegare boni­
tamente a vuesa merced y
Ie dare tres a cuatro bofetadas, que de
con
el a mis pies; con las cuales hare despertar la c6lera, aunque
este con mas sueno que un lir6n.
~ontra ese corte se yo otro-respondi6 Sancho-, que no
Ie va en zaga: cogere yo un garrote, y antes que vuesa merced
llegue a despertarme la c6lera, hare yo dormir a garrotazos de tal
suerte la suya, que no despierte si no fuere en el otro mundo; en
el cual se sabe que no soy yo hombre que me dej 0 manosear el
rostro de nadie. Y cada uno mire por el virote; aunque 10 mas
acertado sena dejar dormir su
c61era a cada uno; que no sabe
nadie
el alma de nadie, y tal suele venir por lana que vuelve tras­
quilado; y Dios bendijo
la paz y maldijo las rinas; porque si un
gato acosado, encerrado y apretado se vuelve loon, yo, que soy
hombre, Dios sabe en
10 que podre volverme; yasi, desde ahora
intimo a vuesa merced, senor escudero, que corra por su cuenta
todo
el mal y dano que de nuestra pendencia resultare.
-Esta bien-replic6 el del Bosque-. Amanecera Dios y
medraremos.
En esto, ya comenzaban a gorjear en los arboles mil suertes
de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecfa
que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora, que
ya
por las puertas y balcones del Oriente iba descubriendo la hermo­
sura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un nillnero infinito de
lfquidas perlas, en cuyo suave licor banandose las yerbas, parecfa
asimesmo que ellas brotaban y llovian blanco y menudo aljOfar;
los sauces destilaban
mana sabroso, reianse las fuentes, murmu­
raban los arroyos, alegrabanse las selvas y enriquecianse los prados
con su venida. Mas apenas dio lugar
la claridad del dia para ver y
diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreci6 a los ojos de
Sancho Panza fue la nariz del escudero delBosque, que era
tangran­
de, que casi Ie hacia sombra a todo el cuerpo. Cuentase, en efec­
to, que
era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena
de verrugas, de color amoratado, como de berengena; bajabale
dos dedos mas abajo de
la boca; cuya grandeza, color, verrugas y
encorvamiento asf
Ie afeaban el rostro, que en viendole Sancho,
comenz6 a herir de pie y de mano, como nino con alferecia, y
propuso en su coraz6n de dejarse
dar docientas bofetadas antes
que despertar
la c61era para renir con aquel vestiglo. Don Qui­
jote mir6 a su contendor y
ha1l61e ya puesta y calada la celada, de
modo que no Ie pudo ver el rostro; pero not6 que era hombre mem­
brudo, y no
muy alto de cuerpo. Sobre las armas traia una sobre­
vesta 0 casaca, de una tela, al parecer, de oro finisimo, sembradas
por ellas muchas lunas pequenas de resplandecientes espejos, que
Ie hacfan engrandfsima manera galan y vistoso; volabanle sobre la
celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas;
la
lanza,que tenia arrimada a un arbol, era grandisima y gruesa,
y de un hierro acerado de mas de
un palmo.
Todo
10 mir6 y todo 10 nat6 Don Quijote, y juzg6 de 10 visto
y mirado que
el ya dicho caballero debia de ser de grandes fuerzas;
pero no por eso temi6, como Sancho Panza; antes con gentil de­
nuedo dijo al Caballero de los Espejos:
-8i la mucha gana de pelear, senor caballero, no os gasta la
cortesfa, por ella os pido que alceis
la visera un poco, porque yo
yea si
la gallardfa de vuestro rostro responde a la de vuestra dis­
posici6n.
-0 vencido 0 vencedor que salgais desta empresa, senor ca­
ballero-respondi6 el de los Espejos-, os quedara tiempo yespacio
demasiado
para verme; y si ahora no satisfago a vuestro deseo, es
por parecerme que hago notable agravio a la hermosa Casildea de
Vandalia en dilatar
el tiempo que tardare en alzarme la visera, sin
haceros confesar
10 que ya sabeis que pretendo.
--Pues en
tanto que subimos a caballo-dijo Don Quijote-,
bien podeis decirme si soy yo aquel Don Quijote quedijisteis haber
vencido.
-A eso vos respondemos -dijo el de los Espejos-que pareceis,
como se parece un huevo a otro, al mismo caballero que yo vencf;
pero segun vos decfs que
Ie persiguen encantadores, no osare afirmar
si sois el contendido 0 no.
-Eso me basta a mi -respondi6 Don Quijote-para que crea
vuestro engano; empero,
para sacaros del de todo punto, vengan
nuestros caballos; que en menos tiempo que
el que tardarades en
alzaros la visera, si Dios, si mi senora y mi brazo me valen, vere yo
vuestro rostro, y vos vereis que no soy yo
el vencido Don Quijote
que pensais.
Con esto, acortando razones, subieron a caballo, y Don Quijote
volvi6 las riendas a Rocinante
para tomar 10 que convenia del
campo, para volver a encontrar a su contrario, y
10 mesmo hizo el
de los Espejos. Pero no se habfa apartado Don Quijote veinte pasos,
cuando se oy611amar del de los Espejos, y partiendo los dos
el cami­
no, el de los Espejos dijo:
-Advertid, senor caballero, que la condici6n de nuestra bata­
lla es que el vencido, como
otra vez he dicho, ha de quedar a discre­
ci6n del vencedor.
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-Ya la se-respondio Don Quijote-; con tal que 10 que se Ie
impusiere y mandare al vencido han de ser cosas que no salgan de
los lfmi tes de
1a caballeria.
-Asf se entiende-respondio el de los Espejos.
Ofrecieronsele en esto a la vista de Don Quijote las extranas
narices del escudero, y no se admiro menos de verlas que Sancho;
tanto, que
Ie juzgo por algun monstruo, 0 pOI' hombre nuevo y de
aquellos que no se usan en el mundo. Sancho, que vio
partir a su
amo
para tomar carrera, no quiso quedar solo con el narigudo,
temiendo que con solo un pasagonzalo con aquellas narices en las
suyas serfa acabada la pendencia suya, quedando del golpe, o del
miedo, tendido en el suelo, y fuese
tras su amo, asido a una acion de
Rocinante; y cuando
Ie parecio que ya era tiempo que volviese,
Ie dijo:
-Suplico a vuesa merced, senor mlo, que antes que vuelva a
encontrarse me ayude a subir sobre aquel alcornoque, de donde
podre vel' mas
ami sabor, mejor que desde el suelo, el gallardo en­
cuentro que vuesa merced
ha de hacer con este caballero.
-Antes creo, Sancho-dijo Don Quijote-, que te quieres
encaramar y subir en andamio
para ver sin peligro los toros.
-La verdad que diga-respondio Sancho-, las desaforadas
narices de aquel escudero me tienen atonito y lleno de espanto, y no
me atrevo a
estar junto a eL
-ElIas son tales-dijo Don Quijote-, que a no ser yo quien
soy, tambien me asombraran; y asi, ven:
ayudarte he a subir don­
de dices.
En 10 que se detuvo Don Quijote en que Sancho subiese en el
alcornoque, tomo el de los Espejos del campo
10 que Ie parecio ne­
cesario; y creyendo que
10 mismo habrfa hecho Don Quijote, sin
esperar son de trompeta ni
otra senal que los avisase, vo1vio las
riendas a su
caballo-que no era mas ligero ni de mejor parecer que
Rocinante-, y a todo su correr, que era un mediano trote, iba a
encontrar a su enemigo; pero viendoleocupado en la subida deSan­
cho, detuvo las riendas y parose en la
mitad de la carretera, de­
10 que el caballo quedo agradecidisimo, a causa que ya no podia
moverse. Don Quijote, que
Ie parecio que ya su enemigo venia
volando, arrimo reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de
Rocinante, y
Ie hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que
esta sola vez se conocio haber corrido algo; porque todas las demas
siempre fueron trotes declarados,
y con esta no vista furia llego
donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas has­
ta los botones, sin que Ie pudiese mover un solo dedo dellugar donde
habia hecho estanco de su carrera.
En esta buena sazon y coyuntura
hallo
Don Quijote a su contrario embarazado con su caballo y ocu­
pado con su lanza, que nunca, 0 no acert6, 0 no tuvo lugar de poner­
la en ristre.
Don Quijote, que no miraba en estos inconvenientes,
a salvamano y sin peligro alguno encontro al de los Espejos, con
tantu fuerza, que mal de su grado Ie hizo venir al suelo POl' las ancas
del caballo, dando tal cafda, que, sin mover pie ni mano, dio senales
de que estaba muerto.
Apenas
Ie vio ca(do Sancho, cuando se deslizo del alcornoque
y a toda priesa vino donde su senor cstaba; el cual, apeandose de
Rocinante, fue sobre el de los Espejos, y quitUndole las lazadas del
yelmo
para ver si era muerto y para que Ie diese el aire si acaso
estaba vivo,
vio... lQuien podra decir 10 que vio, sin causar
admiracion, maravilla, y espanto a los que
10 oyeron? Vio, dice la
historia,
el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto,
la misma fisonom(a, la mesma efigie, la perspectiva mesma del ba­
chiller Sanson Carrasco; y as( como la vio, en altas voces dijo:
-jAcude, Sancho, y mira 10 que has de ver y no 10 has de creer!
jAguija, hijo, y advierte
10 que puede la magia; 10 que pueden los
hechiceros y los encantadores!
Llego Sancho, y como vio el rostro del bach iller Carrasco,
co­
menzo a hacerse mil cruces y a santiguarse otras tantas. En todo
esto no
daba muestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho
dijo a Don Quijote:
-SOy de parecer, senor mfo, que, por sf 0 por no, vuesa merced
hinque y
meta la espada por la boca a este que parece el bachiller
Sanson Carrasco: quiza
matara en el a alguno de sus enemigos los
encan tadores.
-No dices mal-dijo Don Quijote-; porque de los enemi­
gos, los menos.
Y sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de
Sancho, llego
el escudero del de los Espejos, ya sin las narices que
tan feo Ie habfan hecho y a grandes voces dijo:
-Mire vuesa merced 10 que hace, senor Don Quijote; que esc
que tiene a los pies es el bach iller Sanson Carrasco su amigo, y yo
soy su escudero.
Y vi end ole Sancho sin aquella fealdad primera,
Ie dijo:
-lY las narices?
A
10 que el respondio:
-Aqu( las tengo, en la faldriquera.
Y echando mano a la derecha, saco unas narices de
pasta y bar­
niz, de mascara, de
1a manifatura que quedan delineadas. Y mi­
rando1e mas y mas Sancho, con voz admirativa y grande, dijo:
-jSanta Maria, y va1me! lEste no es Tome Cecial, mi vecino
y mi com padre ?
-Y jcomo si 10 soy! -respondio el ya desnarigado escudero -.
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77

Tome Cecial soy, compadre y amigo Sancho Panza, y luego os dire
los arcaduces, embustes y enredos por donde soy aqui venido; y
en tanto, pedid y suplicad al senor vuestro amo que no toque,
maltrate, hiera ni
mate al Caballero de los Espejos, que a sus pies
tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal aconsejado del
bachiller Sans6n Carrasco, nuestro compatriota.
En esto, volvi6 en si el de los Espejos; 10 cual visto por Don
Quijote,
Ie puso la punta desnuda de su espada encima del rostro, y
Ie dijo:
-Muerto sois, caballero, si no confesaisque la sin par Dulcinea
del Toboso se
aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y
demas de esto habeis de prometer
-si de esta contienda y caida
quedaredes con
vida-de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en
su presencia de mi parte, para que haga de vos 10 que mas en volun­
tad Ie viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habeis de vol­
ver a buscarme
-que el rastro de mis hazafias os servira de glia,
que os traiga donde yo estuviere-, y a decirme 10 que con ella
hubieredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos
antes de nuestra batalla, no salen de los terminos de
la andante
caballerla.
-Confieso -dijo el caido caballero-que vale mas el zapato
descosido y sucio de
la senora Dulcinea del Toboso que las barbas
mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, y prometo de
ir y volver
de su presencia a
la vuestra, y daros entera y particular cuenta de 10
que me pedis.
-Tambien habeis de confesar y creer -anadi6 Don Quijote­
que aquel caballero que vencistes no fue ni pudo ser Don Quijote
de
la Mancha, sino otro que se Ie parecia, como yo confieso y creo
que vos, aunque pareceis el bach iller Sans6n Carrasco, no
10 sois,
sino otro que
Ie parece, y que en su figura aqui me Ie han puesto mis
enemigos, para que detenga y temple el impetu de mi c6lera, y para
que use blandamente de la gloria del vencimiento.
-Todo 10 confieso, juzgo y siento como vos 10 creeis, juzgrus y
sentis-respondi6 el derrengado caballero-. Dejadme levantar, os
ruego, si es que
10 permite el golpe de mi caida, que asaz maltrecho
me tiene.
Ayud6le a levantar Don QuijoteyTome Cecial su escudero, del
cual no
apartaba los ojos Sancho, preguntandole cosas cuyas res­
puestas Ie daban manifiestas sefiales de que verdaderamente era el
Tome Cecial que decm; mas
la aprehensi6n que en Sancho habia
hecho
10 que su amo dijo de que los encantadores habfan mudado
la figura del Caballero de los Espejos en la del bachiller Carrasco no
Ie dejaba dar credito a la verdad, que con los ojos estaba mirando.
Finalmente, se quedaron con este engafio amo
y mozo, y el de los
Espejos
y su escudero, mohinos y malandantes, se apartaron de Don
Quijote
y Sancho, con intenci6n de buscar algun lugar donde biz­
marIe,
y entablarle las costillas.
78
79

DE COMIODON QUIJOTE ENFERMO, Y �
DEL TESTAMENTO QUE HIZO, �
Y DE SU 䵕䕒呅 
COMO las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en
declinaci6n de sus principios
hasta llegar a su Ultimo fin, especial­
mente las vidas de los hombres, y como la de Don Quijote no
tu­
viese privilegio del cielo para detener el curso de la suya,lleg6 sufin
y acabamiento cuando el menos
10 pensaba;porque, 0 ya fuese de la
melancolia que Ie causaba el verse vencido, 0 ya por la disposici6n
del cielo, que asi
10 ordenaba, se Ie arraig6 una calentura, que Ie tu­
vo seis dfas en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del
cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitarsele de la ca­
becera Sancho Panza, su buen escudero. Estos, creyendo que
la pe­
sadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en laliber­
tad y desencanto de Dulcinea, Ie tenia de aquella suerte, por todas las
vias posibles procuraban alegrarle. diciendole el bachiller que se
animase y levantase, para comenzar su pastoral ejercicio, para el
cual tenia
ya compuesta una ecloga, que mal ano para cuantas
Sanazaro habfa compuesto, y que
ya tenfa comprados de su propio
dinero dos famosos perros para guardar el ganado, el uno llamado
Barcino,
yel otro Butron, que se los habfa vendi do un ganadero del
Quintanar. Pero no por esto dejaba Don Quijote sus tristezas.
Llamaron sus amigos al medico, tom6le el pulso, y no
Ie con ten­
t6 mucho, y dijo, que por si 0 por no, atendiese a la salud de su alma,
porque
la del cuerpo corria peligro. Oy610 Don Quijote con animo
sosegado; pero no
10 oyeron asi su ama, su sobrina y su escudero,
los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si
ya Ie tuvieran
muerto delante.
Fue el parecer del medico que melancolias y desa­
brimientos Ie acababan. Rog6 Don Quijote que Ie dejasen solo,
porque querla dormir un poco. Hicieronlo asf,
ydurmi6 de un tir6n,
como dicen, mas de seis horas; tanto, que pensaron
el ama y Is.
sobrina que se habfa de quedar en el sueno. Despert6 al cabo del
tiempo dicho, y dando
una gran voz, dijo:
-iBendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho!
En fin, sus misericordias notienen limite, nilas abrevian ni impiden
los pecados de los hombres.
Estuvo
atenta la sobrina a las razones del tio, y parecieronle
mas concertadas que el solia decirlas, a
10 menos, en aquella enfer­
medad, y pregunt61e:
-lQue es 10 que vuesa merced dice, senor? lTenemos algo de
nuevo? lQue misericordias son estas, 0 que pecados de los hombres?
-Las misericordias -respondi6 Don Quijote-, sobrina, son las
que en este instante
ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no
las impiden
mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las
sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre el me pusieron mi
amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballe­
rias. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino
que este desengafio
ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo
para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma.
Yo me siento, sobrina, a punto de IDuerle; querrfa hacerla de
tal
modo, que diese a entenderque no habfa sido mi vida tan mala, que
dejase renombre de loco; que puesto que
10 he sido, no querrla
confirmar esta verdad en mi muerte. Llamame, amiga, a mis bue­
nos amigos: al cura, al bachiller Sans6n Carrasco y a maese Nicolas
el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.
Pero de este trabajo se excus6 la sobrina con
la entrada de los
tres. Apenas los vio Don Quijote, cuando dijo:
-Dadme albricias, buenos senores, de que ya yo no soy Don
Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres
me dieron renombre de
Bueno. Ya soy enemigo de Amadfs de Gau­
la y de toda
la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas
las historias profanas de la andante caballeria; ya conozco mi ne­
cedad y el peUgro en que me pusieron haberlas lefdo; ya, por mise­
ricordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las
abomino~
Cuando esto Ie oyeron decir los tres, creyeron, sin duda, que
alguna nueva locura
Ie habfs. tomado. Y Sans6n Ie dijo:
-lAhora, sefior Don Quijote, que tenemos nueva que est4
desencantada
la sefiora Dulcinea, sale vuesa merced con eso? Y
;,agora que estamos
tan a pique de ser pastores, para pasar cantando
10. vida, como unos principes, quiere vuesa merced hacerse ermitafio?
Calle por su vida, vuelva en
sf, y dejese de cuentos.
-Los de hasta aquf-replic6 Don Quijote-,que han aida ver­-
80 81

daderos en mi dano, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo,
en mi provecho. Yo, senores, siento que me voy muriendo a
toda
priesa; dejense burlas aparte, y traiganme un confesor que me
contieseyun escribano que haga mi testamento;
queen tales tranceS
como
esteno se ha de burIar el hombre con el alma; y asi, suplico
que
en tanto que el senor cura me confiesa, vayan por el escribano.
Miraronse unos a otros, admirados de las razonea de
Don Quijo­
te, y, aunque en duda,
Ie quisieron creer; y una de las senales por
donde conjeturaron se moria fue el haber vuelto con
tanta facilidad
de loco a cuerdo; porque a las
ya dichas razones anadi6 otras mu­
chas
tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del
todo les vino a qui
tar la duda, ya hacer creer que estaba cuerdo.
Hizo salir
la gente el cura, y quedose solo con el, y confes6le.
El bachiller fue por el eacribano, y de aill a poco volvi6 con el y
con Sancho Panza;
el cual Sancho ---que ya sabia por nuevas del
bachiller en que estado estaba su
senor-, hallando a la ama y a la
sobrina llorosas, comenz6 a hacer pucheros y a derramar lagrimas.
Acab6se la confesi6n, y sali6 el cura, diciendo:
-Verdaderamente se muere, y verdaderamente esta cuerdo
Alonso Quijano el Bueno; bien podemos
entrar para que haga su
testamento.
Estas nuevas dieron un terrible empuj6n a los ojos prenados de
ama, sobrina y de Sancho
Panza su buen escudero; de tal manera,
que los hizo reventar las lagrimas de los
oj os y mil profundos suspi­
ros del pecho; porque verdaderamente, como alguna vez se
ha dicho,
en
tantoDon Quijotefue Alonso Quijano el Bueno, asecas,y en tanto
que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible con­
dici6n y de agradable
trato, y por esto no solo era bien querido de
los de su casa, sino de todos cuantos
Ie conocian. Entr6 el escribano
con los demas, y despues de haber hecho
la cabeza del testamento y
ordenado su alma Don Quijote, con todas aquellas circunstancias
cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dij
0:
-Itern, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Pan­
za, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha
habido entre el y mi ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que
no se
Ie haga cargo dellos, ni se Ie pida cuenta alguna, sino que si
sobrare alguno despues de haberse pagado de
10 que Ie debo, el
restante seasuyo, que serabienpoco, y buen provecho
Ie haga; y si
como estando yo loco fui parte
para darIe el gobierno de la insula,
pudiera agora, estando cuerdo, darIe el de
un reino, se Ie diera,
porque la sencillez de su condici6n y fidelidad de su
trato 10 merece,
Y volviendose a Sancho,
Ie dijo:
-Perd6name, amigo, de la ocasi6n que te he dado je parecer
... �
loco como yo, haciendote caer en el error en que yo he caido, de que
hubo y
hay caballeros andantes en el mundo.
-jAy! -respondi6 Sancho, llorando-. Nose muera vuesa
merced, senor mfo, sino tome mi consejo, y viva much os anos;
porque la mayor locura que puede hacer
un hombre en esta vida es
dejarse morir, sin mas ni mas, sin que nadie
Ie mate, ni otras manos
Ie acaben que las de la melancolia. Mire no sea perezoso, sino le­
vantese desa cama, y vamonos
al campo vestidos de pastores, como
tenemos concertado; quiz a tras de alguna
mata hallaremos a la
senora dona Dulcinea deaencantada, que no
haya mas que ver. Si
es que se muere de peaar de verse vencido, echeme a
mf la culpa,
diciendo que
por haber yo cinchado mal a Rocinante Ie derribaron;
cuanto mas que vuesa merced
habra visto en sus libros de caballe­
rias ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es
vencido hoy ser vencedor manana.
-Asi es -dijo Sans6n-, y el buen Sancho Panza esta muy en
la verdad deatos casos.
---8enores-dijoDon Quijote-, vamonos poco a poco, puea ya
en los nidos de antano no hay pajaros hogano. Yo fui loco, y ya soy
cuerdo: fui
Don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho,
Alonso Quijano el Bueno.
Pneda con vuesas mercedes mi arrepen­
timiento y
mi verdad volverme a la estimaci6n que de mi se tenia, y
prosiga adelante el senor escribano.
-Item, mando toda mi hacienda
a puerta cerrada, a Antonia Quijano, mi sobrina, que esta presente,
habiendo sacado primero de
10 mas bien parado della 10 que fuere
menester
para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera
satisfacci6n que se haga quiero que sea pagar el salario que debo
del tiempo que mi
ama me ha servido, y mas veinte ducados para un
vestido. Dejo por mis albaceas al senor cura y al senor bachiller
Sans6n Carrasco, que estan
presentes.-Item, es mi voluntad que
tli Antonia Quijano, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre
de quien primero se
haya hecho informaci6n que no sabe que cosas
sean libros de caballerias; y en caso que se a veriguare que
10 sabe,
y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con el, y se casare, pierda
todo
10 que Ie he mandado, 10 cual puedan mis albaceas distribuir
en obras pias, a su voluntad.
-Item, suplico a los dichos senores
mis albaceas que si
la buena suerte lea trujere a conocer al autor
que dicen que compuso una historia que anda por aM con el titulo
de
Segunda parte de las hazafias de Don Quijote de la Mancha, de mi
parte Ie pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasi6n
que sin yo pensarlo
Ie di de haber escrito tantos y tan grandes dis­
parates como en ella escribe; porque parto desta vida con escrupulo
de haberIe dado motivo
para escribirlos.
Cerr6 con esto el testamento, y tomandole
un desmayo, se ten­
82
83

dio de largo a largo en la cama. Alborotaronse todos, y acudieron
a su remedio, y en tres dias que vivi6 despues deste donde hizo el
testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alboro­
tada; pero, con todo, cornia la sobrina, brindaba el ama, y se rego­
cijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra
0 templa en el
heredero la memoria de la pena que es raz6n que deje el muerto.
En fin, lleg6 el Ultimo · de Don Quijote, despues de recebidos todos
los sacramentos y despues de haber abominado con muchas y efi­
caces razones de los libros de caba.llerfas. Ha1l6se
el escribano pre­
sente, y dijo que nunca habia leido en
ningtin libro de caballenas
que alglin caballero andante hubiese muerto en su lecho
tan sose­
gadamente y
tan cristiano como Don Quijote; el cual, entre com­
pasiones y lagrimas de los que aill se hallaron, dio su espfritu:
quiero decir que
se muri6.
Viendo
10 cual el cura, pidi6 al escribano Ie diese por testimonio
c6mo Alonso Quijano el Bueno, llamado comUnmente Don Quijote
de la Mancha, habia pasado desta presente vida, y muerto natural­
mente; y que
el tal testimonio pedia para quitar la ocasi6n de que
alglin otro autor que Cide Hamete Benengeli
Ie resucitase falsa­
mente, y hiciese inacabables historias de sus hazanas. Este
fin
tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner
Cide Hamete
(1) puntualmente, por dejar que todas las villas Y
lugares de la Mancha contendiesen entre si por ahijarsele y tener­
sele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por
Homero.
(1) Supuesto eacritor mbe a quien atribuye Cervant ... la hietoria de don Quijote.
FRANCIA �
'I
EL JUGLAR 䑅 
NUESTRA SE~ORA
84

E.LJUGLAR DE NUESTRA SE~ORA
I
N tiempo del rey Luis,
habia en Francia
un pp­
bre
juglar (1) namado
Bernabe, que
iba de pue­
blo en pueblo haciendo
tfteres.
Los dfas de feria ex­
tendia sobre la plaza
publica
una vieja alfom­
bra, y despues de haber
atraido a los niuos deso­
cu pados con frases
gra­
ciosas,oidas por el a otro
juglar muy viejo y de
las cuales no variaba
nunca ni una palabra,
hacia contorsiones y sos­
tenia un platito de estaiio en equilibrio sobre su nariz.
La muchedumbre
Ie miraba al principio con indiferencia; pero
cuando conlasmanos enelsuelo,cabeza abajo, lanzabaalaire y reco­
gia sucesivamente con los pies seis bolas de metal que brillaban al
(1) JllGUB: EI que par diDero reeitab&, cantabA y bail&b&.
89

sol, 0 cuando despu~sdeapoyar 10. nucasobre los talones, convertido
su cuerpo en una rueda, en
tan diffcil postura lanzaba y recogfa con
las manos doce cuchillos,
un murmullo de admiraci6n se alzaba
entre
10. concurrencia, y las monedas de cobre 110vfan sobre 10. al­
fombra.
Sin embargo, como
10. mayorfa de los que s610 cuentan con sus
talentos,
Bernab~ vivfa con mucha dificultad.
No podfa
trabajar cuanto deseaba. Para lucir sus habilidades,
como los arboles
para dar flores y frutos, necesitaba el calor del sol
y 10. luz del dfa. Durante los inviernos no era mas que un arbol
despojado de sus hojas y casi muerto.
La tierra helada era dura.
para el juglar.
Soportaba
el frfo y el hambre durante 10. estaci6n inclemente.
Pero su coraz6n era sencillo y sufrfa con paciencia sus males.
Jamas habfa reflexionado acerca del origen de las riquezas, ni
de
10. desigualdad de las condiciones humanas; y tenfa la certeza de
que
si este mundo es malo el otro no puede dejar de ser bueno. Esta
esperanza Ie fortalecfa. N unca se Ie ocurri6 imitar a los danzantes,
ladrones y descrefdos que vend
en su alma al diablo; nunca blasfe­
maba
el nombre de Dios; vivfa decorosamente.
Al entrar en una iglesia nunca dejaba de arrodillarse ante 10.
imagen de 10. madre de Dios, ala cual dirigfa esta plegaria:
('Senora,
os encomiendo mi vida hasta que Dios disponga que
yo muera; y cuando este muerto, interceded por
mf para que no se
me nieguen los goces del Parafso."
II
. Pero una noche, despues de un dia de lluvia, mientras iba triste
y encorvado con sus bolas y sus cuchillos envueltos en su vieja
alfombra debajo del brazo, en busca de alguna granja donde poder
acostarse, sin cenar: encontr6 en su camino a un fraile y
Ie hizo un
saludo cortes. Como estaban solos y llevaban la misma direcci6n,
hablaron.
-Companero -dijo el fraile-lPor que vais vestido de verde?
lAcaso representais en algun misterio un personaje de loco?
-N0 es eso, padre mfo -respondi61e-. Tal como me veis,
me llamo Bernabe y mi oficio
es el de juglar. Serfa la ocupaci6n
mas grata del mundo
si diera de comer a diario.
-Amigo Bernabe -replic6 el fraile-reflexionad 10 que deds;
el mejor em pIeo para el hombre es el estado monastico, en el cual se
celebran las alabanzas de Dios, de la Virgen y de los santos, porque
10. vida religiosa es un perpetuo cantico al Senor.
Bernabe respondi6:
-Padre mfo, confieso que habIe como un ignorante. Vuestra
profesi6n no
pu.ede compararse con la mfa, y aun cuando es merit~
rio bailar mientras se sostiene en la punta'de la nariz un maravedi (1)
cn equilibrio sobre un palo, este merito dista mucho del vuestro.
Tambien me agradarfa, padre mfo, can
tar a diario en el oficio, como
10 haceis, y especialmente en el oficio deja Santa Virgen, a quien de­
dico una devoci6n especial.
Interes6 al fraile la sencillez del juglar, y como no
Ie faltaba
discernimiento, reconoci6 en Bernabe a uno de esos hombres de
huena voluntad de quienes Nuestro Senor
ha dicho: "Que la paz
sea con ellos sobre la tierra."
En vista de 10 cual Ie dijo:
-Amigo Bernabe, venid conmigo y os llevare al convento de
que soy
prior. (2)
De este modo Bernabe se hizo fraile. En el convento donde
rue recibido, los religiosos rivalizaban para celebrar el culto de la
Virgen
10 mas posible, y cada uno empleaba en servirla todo el saber
y todas las habilidades que Dios
Ie habfa dado.
III
Ante aquel concurso de alabanzas y ante aquella hermosa cose­
cha de obras, Bernabe se lamentaba de su ignorancia y de su senci­
Ilez.
-jAy! -suspiraba mientras recoma, siempre solo, el jardinillo
sin sombra del convento.
-Soy muy desdichado porque no puedo,
como
10 hacen todos, loar dignamente a la Santa Madre de Dios.
Aun cuando siempre
Ie consagro toda mi temura, por desgracia soy
un hombre rudo y sin arte, y no dispongo para serviros, senora
Virgen,
ni de sermones edificantes, ni de tratados bien divididos
se
gUn las reglas, ni de finas pinturas, ni de estatuas perfectamente
sculpidas, ni de versos hechos con medida. jNo tengo nada!
Gemfa de este modo, abrumado por su tristeza. Un dfa que los
frailes
se recreaban en conversaci6n, oy6 de labios de uno de ellos
la historia de un religioso que
s610 sabfa recitar el Ave Marfa. Este
religioso era despreciado por su ignorancia, pero al morir
Ie salieron
de la boca cinco rosas en honor de las cinco letras del nombre de
Marfa, y su santidad qued6 de este modo manifiesta.
AI oir aquel relato Bernabe admir6 una vez mas la piedad de la
Virgen; pero no bast6 a consolarle
el ejemplo de aquella muerte
bienaventurada, porque su coraz6n ansiaba servir a la gloria de la
Senora que esta en los cielos.
(1) MAJUVIODI: Nombre de 1llla moneda antigua de Castilla.
(2)
Paroa: Superior 0 prelado ordinario de algunos conventoa. En otros segundo prelado deapuea del abad.
00
91

Busc61a manera, inutilmente, y se afligfa cada vez mas; pero
al despertar
una manana, radiante de jubilo corri6 a la capilla y
estuvo solo alli durante mas de
una hora .. Despues de comer volvi6 a
entrar en la capilla, y desde entonces iba dianamente a la hora en
que se hallaba solitaria, mientras los demas frailes se complacfan
en sus trabajos y estudios.
Ya nunca estaba triste ni condolido.
Su extrana conducta excit6 la curiosidad de los frailes.
Pregunta,banse unos a otros en la comunidad por
qu~ raz6n el
hermano Bernabe se retiraba con
tanta frecuencia.
El prior, obligado a; conocer la conducta de sus religiosos, re­
solvi6se a observar a Bernabe durante su retiro. Un dia, mientras
Bernabe se hallaba solo, encerrado como de costumbre en la capilla,
el prior acerc6se acompanado de dos viejos frailes, para observar
por la rendija de la puerta
10 que ocurrfa en el interior.
Vieron a Bernabe ante
el altar de la santa Virgen, cabeza abajo,
lanzando con los pies seis bolas de cobre y seis cuchillos.
En honor
de la Santa Madre de Dios repetfa los ejercicios que
Ie valieron
siempre mas alabanzas. Sin comprender que aquel hombre sencillo
consagraba de aquel modo su talento y su destreza en servicio de
la
Santfsima Virgen, los dos frailes crey~ronle sacrilego.
El prior no ignoraba
qUEi Bernab~ tenia el alma inocente, pero
supuso que se habfa vuelto loco.
Se aprestaban los tres a sacarle a viva fuerza de la capilla,
cuando vieron a la Santfsima Virgen
descend~r por las gradas del
altar y enjugar con un pico de su manto azul el sudor que brotaba
de la frente de su juglar.
Entonces
el prior prostern6 la cabeza contra las losas y recit6
estas palabras:
-Bienaventurados los limpios de coraz6n, porque ellos veran a
Dios.
-jAmen! -respondieron los dos frailes viejos, y besaron la
tierra.
Contado por ANATOLE FRANCE
n
,.
LA LEYENDA DE TRISTAN �
EISOLDA �
92

INFANCIA DE TRISTAN
.w.=,='SZ""."S i __ ..wUEREIS, senores, oir un
hermoso cuento de amor
y de muerte?
Es el de Tristan y de
Isolda, la reina. Oid c6­
mo se amaron y murie­
ron.
En los antiguos tiem­
pos reinaba el Rey
Mar­
cos en Cornualles de In­
glaterra..AI saber que
sus eneffilgos se pre para­
ban a guerrear contra el,
su amigo,
el Rey Riva­
len, cruz6
el mar para lle­
varle su ayuda. Le sir­
vi6 con la espada y con
el consejo como
Ie hubiera servido un vasallo y, en recompensa de su
fidelidad, Marcos
Ie entreg6 en matrimonio a la princesa Blanca
!
i'}or, hermana suya a quien el rey Rivalen amaba con maravilloso
nmor. Apenas desposado con ella,
la noticia de que su viejo enemigo
cl Duque Morgan habfa, durante su ausencia, invadido su reino y
u.rruinado sus burgos y sus campos,
lehizo embarcar en companfa
de Blanca Flor, hacia la tierra lejana. Frente al Castillo de Canoel
desembarc6, confiando la vida de
la reina a la salvaguardia de su
95

mariscal Roalt a quien todos, en consideracion de su lealtad, lIama­
ban
,eel fiel Roalt." Reuni6 el reya sus barones y parti6 con elIos a
la lucha.
Blanca Flor
Ie esper6 largos afios. No regres6 jamas. Un dia
su po que
el Duque :Morgan Ie habia dado muerte traidora. No 1l0r6.
Ni gritos ni lamentos escaparon de su boca, pero sus miembros
tornaronse debiles y vanos. Quiso su alma, en la fuerza del deseo,
arran carse de su cuerpo. Roalt busc6 en vano palabras de consuelo:
ella no las escuchaba. Durante tres dfas
trat6 de unirse a su esposo
muerto.
Al cuarto di6 a luz un hijo. Tomandolo en sus brazos
exc1am6: -((Desde hace tiempo deseaba verte y yeo en ti la criatura
mas hermosa que haya nacido de mujer.
En mi tristeza naces y
triste
es la primera fiesta con que te halago. S610 por ti tengo pena
de morir. Y puesto que viniste al mundo en la tristeza, te lIamaras
Tristan." Lo bes6 y muri6.
Roalt recogi6 al huerfano. Los hombres del Duque Morgan
rodeaban
ya el Castillo de Canoel. Roalt tuvo que rendirse, pero
temiendo que Morgan
tratara de dar muerte al hijo de Rivalen, Ie
hizo pasar por suyo y Ie dej6 entre sus hijos. Ensefi61e a manejar
la lanza, la espada,
el escudo y el areo, a lanzar los discos de piedra,
a saltar las zanjas mas profundas, a odiar toda mentira, a socorrer a
los debiles y a sostener la palabra empefiada. Tenia orgullo de el
como
si hubiera sido hijo de su sangre y recordando la vida de Riva­
len y de Blanca Flor, de quienes Tristan tenia la juventud y la
gra­
cia pensativa, Roalt 10 respetaba en su corazon, como al hijo de su
amo. Su felicidad no fue duradera. Unos mercaderes de Noruega
invitaron a Tristan para que visitara su barco e hicieron de el su
presa. Mientras que el velero navegaba hacia tierras desconocidas,
Tristan bregaba inutilmente por escapar.
Pero a mal puerto lleva el mar las naves traidoras y la tempes­
tad persigui6 duranto ocho dias al velero de los piratas. Una noche,
al comprender que
el robo de Tristan habfa encolerizado a las fuer­
zas del oceano, colocaronlo en
una barca los marin os noruegos. El
mar se aquiet6 al instante y Tristan aterriz6 sobre la arena de una
playa desconocida.
Apoco de andarpor entre un bosquecillo de pinos salvajes, las
voces de algunos oficiales que andaban de caza y los ladridos de los
perros que les precedian, alegraron
el coraz6n de Tristan.
Uni6se al tropel y maravill6 a todos por sus gentiles maneras
y la cortes
fa de su hablar. No quiso, por prudencia, darse a conocer
como caballero e hfzose pasar por hijo del mercader de un pais extra­
fio. Los cazadores, siervos del rey Marcos, de quien Tristan era,
sin saberlo, el unieo sobrino,
10 condujeron ante su trono y a todos
plugo su buen continente y gracia varonil. Pronto sedujo el coraz6n
del rey Marcos que habfa llegado ala madurez de su edad sin hijos
ni parientes, pues no cesaba de lamentar la muerte de su hermana
Blanca Flor.
Tres afios habia vivido Tristan en la corte de Cornualles, gozan­
o de la estimaci6n del rey y de los barones de su feudo, cuando
Roalt, que habia viajado durante ese tiempo en su busca, acert6
a
visitar el pais de Inglaterra. AI descubrirlo, hizo al rey el relato
:Jel nacimiento de Tristan. Marcos arm6 caballero al joven y 10
reconoci6 sobrino suyo.
Poco tard6 Tristan en reconquistar
el reino de su padre, valida
dci apoyo que su tfo Ie ofreciera. Mas, comprendiendo que al rey
Marc
os no podria sonreirle su ausencia, reuni6 a sus vasallos y les
ha
b16 asi: "Senores. He reconquistado este pais y vengado la muer­
t.e del rey Rivalen, gracias aDiosya vosotros. He vuelto, pues, ami
padre, los derechos que eran suyos. Pero no quiero olvidar ni a Roalt
ni al rey Marcos quienes socorrieron al huerfano y al peregrino. A
e
lIos tambien considero padres. En vista de que un caballero s610
dos cosas posee: tierra y cuerpo, cedo la primera a Roalt y aban­
dono este pais para devolver al rey Marcos mi presencia. Tal
es mi
deseo, pero antes de decidirme, espero vuestro consejo."
Los barones, en silencio, encomiaron con lagrimas el generoso
desprendimiento de Tristan y este, acompanado de su maestro
Governal, se dirigi6 a la tierra de Cornualles.
96 97

LA BELLA DE LOS CABELLOS DE ORO
Vivian en la corte del rey Marcos cuatro barones,dos mas des­
leales y perfidos de los hombres. Odiaban a
Tristan por su hermosa
gallardia y, sobre todo, por el tierno amor que el monarca
Ie dis­
pensaba. Senores, bien sabre deciros sus nombres: Andres, Gane­
16n, Gondofno y Denolao. Comprendiendo que, a la muerte del
rey-puesto que no tenia hijos que Ie heredaran-pasaria el gobier­
no a manos de Tristan, sugirieron la necesidad de que
el soberano
buscara esposa
para darle un heredero legftimo al trono de Cornua­
lIes. Persuadieron en contra de Tristan, al mayor nUmero de los
baronese hicieronlo aparecer mago, pues decian no ser a nadie
natural el poder de encanto y grande simpatia de que usaba con
todos en su
trato yamistad. Asi la corte entera urgi6 al rey Marcos
se casara con la hija de algl1n rey de un pueblo amigo, de 10 que el
viejo principe concibi6 gran tristeza en su coraz6n.
El mismo Tristan, temeroso de que se interpretara como ambi­
ci6n su silencio,
10 amenaz6 con abandonar el reino si no contrafa
pronto las nupcias que el pueblo reclamaba. Marcos aplaz6
aUn
por algunas semanas su resoluci6n.
El dia senalado para hacerla conocer a los barones de la corte,
se hallaba Marcos solo, en su estancia, cuando por la ventana abierta
al mar, dos golondrinas, que a la saz6n estaban construyendo sus
nidos, entraron, y asustadas por la presencia de
un hombre, volaron
de nuevo en
el aire azul de la manana. Habfan dejado caer, de sus
picos, un cabello de mujer mas fino que el hilo de la seda y mas bri­
Dante que un rayo de sol.
Marcos 10 recogi6 y llamando a los barones, entre quienes se
encontraba Tristan, dijoles con voz firme:
-"Para complaceros, senores; tomafl~ hija de rey por esposa,
aiempre que consigais a quien he escogido."
-"Asi 10 haremos," contestaron los barones.
-"He escogido a aquella de quien fuere el cabello de oro que
te
ngo entre las manos."
-tilDe d6nde os vino el cabello de oro? lQuien os 10 trajo?"
interrogaron los senores, desconfiando no fuera esta, argucia de
Tristan, aconsejada al rey.
-tlTrajeronmelo, dijo Marcos, dos golondrinas."
Una oleada de descontento corri6 entre las filas de los caballe­
ros reunidos.
-"Rey Marcos, exclam6 Tristan, obrais equivocadamente.
;,No veis acaso que las sospechas de vuestros vasallos me deshon­
ran? Pero habeis en vano preparado este ardid. Yo mismo busca­
re a la hermosa de los cabellos de oro y, 0 habre de morir en la
mpresa, u
os la dare, de mi mano, por esposa y reina."
Prepar6 una hermosa nave, reuni6 en ella a cien caballeros y,
cuando el piloto
Ie pregunt6 el rumbo, dijo Tristan:
-"Vamos, amigo, al pais de Irlanda."
Los marineros temblaron al oir la orden de Tristan. Hacfa
muchos afios que Irlanda y Cornualles vivian en constante guerra
y hostilidad. Pero les tranquiliz6 la serena mirada de
Tristan y el
consejo de hacerse pasar por la tripulaci6n de un buque mercante.
Los mismos caballeros cambiaron sus ropas de brocado y
nobles sedas por los vestidos mas humildes, propios de los comer­
ciantes de la epoca.
Asi, desembarcaron en Irlanda y vivieron en
ella por espacio de varias semanas.
AI fin de las cuales, Tristan,
que se habia enterado de la existencia de un drag6n que amagaba
los contornos, decidi6 salir a darle muerte, pues segun rezaban los
ha~dos reales, la recompensa ofrecida al vencedor del dragon era
la mano de Isolda la rubia, hija del rey de Irlanda.
Arm6se, en secreto, y, un dia, al
rayar el alba, cuando no habia
en las calles del puerto nadie que
Ie viera salir de la nave de los
falsos mercaderes, atraves6 la ciudad y sigui6 la senda que condu­
cia
ala guarida del drag6n.
El monstruo tenia los ojos chispeantes como brasas, dos cuer­
nos en la frente, largas orejas velludas, garras de le6n, cola de
Herpiente y, como de pez,
el cuerpo revestido de escamas.
Tristan lanz6 contra el su caballo. La lanza tropezo en las
cscamas del monstruo, y
se rompi6 en mil pedazos.
El heroe desenvain6 su espada y asestO con ella tamafio golpe
en
el cuello del drag6n, capaz de haber hendido el tronco de una
98 99

enema, pero im1til para herir a la fiera, que arrojaba por el hocico
doble chorro de llamas venenosas. EI casco de oro de Tristan se
ennegreci6 bajo aquel soplo maligno; pero el joven, aprovechando
la situaci6n de la bestia,
Ie hundi6 la espada en la garganta y Ie
rompi6 en dos mitades el coraz6n. Lanz6 el drag6n, por Ultima vez,
su pavoroso
grito y muri6.
C6rta1e Tristan
la lengua como testimonio de su proeza y
hacese reconocer de los caballeros de la corte de Irlanda en donde
produce indignaci6n la presencia de
un bar6n armado de Comua­
lies. A la
c61era sucede el regocijo. Cunde por la ciudad la noticia
de la muerte del drag6n
y Tristan que se ha hecho merecedor a la
mano de
la. princesa, la rechaza para ~, pero, con grandes alaban­
Z88, la. acepta para su senor el rey Marcos, sellando asi pactos de
amor
y de comercio entre los dos reinos rivales.
EL FILTRO
Cuando lleg6 el tiempo de entregar a Isolda a los caballeros de
Cornualles para que la llevaran a su rey, la madre de la princess
fue al bosque a recoger hierbas, flores y rafces, las mezcl6 en
un
poco de vino y aderez6, de esta suerte, un brebaje poderoso. Con
ayuda de la magia
10 verti6 en un anfora de barro cocido, y, en
secreto, dijo a Berengueana, la doncella de I80lda:
-"Seguiras a Isolda al pafs del rey Marcos, y puesto que la
quieres con carifio leal, oye mi8 palabras y cumplelas. Esconde
este barro de modo que, durante el viaje, ninglin ojo
Ie vea ni Ie
toque labio alguno. Pero, en la noche de las bodas, vierte este vino
en una copa que deberan beber juntos el rey Marcos y la rein a
Isolda. Cuida, hija mfa, que nadie, sino ellos, beba de este brebaje
pues tiene tal virtud que quienes de el beban,
se aman para siempre,
durante la vida y mas alla de la muerte."
Cortando las profundas olas,
iba la nave de Tristan. A cada
nuevo dia que la separaba de Irlanda, era mayor la tristeza de
Isolda. lQue la esperaba en Cornualles?
lEI matrimonio con un
monarca viejo a quien ni conocfa, ni por consiguiente, amaba?
lEI
vano honor de oirse llamar reina?
Cuando se
Ie acercaba Tristan, una ola de odio estallaba en
su pecho.
Ella habia robado a los suyos, ella habia separado de su
madre, y no por amor, pues habiendola po dido recibir como esposa,
la habfa desdefiado, al punto de ofrecersela a su amo
el rey Marcos.
Un dfa ces6 el viento de hinchar las velas blancas de la nave.
El sol heria las maderas del puente.
Un calor insoportable abruma­
ba
el aire y Tristan fue a buscar en la bodega vino que ofrecer a
Isolda para mitigar su sed.
101
100

Tropezaronsusmanos, en la camara de la doncella imprudente,
con
el anfora del filtro. Tom61a y sirvieronse de ella los dos j6venes.
-"IQue dulce Vino!" exclam6 lsolda~ No, no era el vino. Era
la pasi6n, era el aspero -jubilo, la angustia sin fin y la muerte.
Mir61es
la doncella en el momento de apurar el brebaje y co­
rriendo a la popa del navfo grit6:
-"Desdichada de mt Maldito el dfa de mi nacimiento y mal­
dita
la hora en que puse los pies sobre esta nave. Isolda, hermosa
amiga, y vos Tristan, habeis bebido vuestro destino y vuestra
muerte."
La nave sigui6 su curso hacia el Castillo de Cornualles. Sentia
Tristan arder su pecho como si
10 desgarrara una zarza de espinas
agudas y de flores aromosaB, cuyas rafces
Ie entraban en el coraz6n
y con cuyo ramaje se unfa a su cuerpo el cuerpo hermoso de Isolda.
Pensaba tristemente:
_IiAndres, Denolao y tu Ganel6n y tu tambien Gondoino,
traidores que me acusasteis de codiciar la tierra del rey Marcos.
No, no era la tierra
10 que yo codiciaba. Noble tio que me acogisteis
huerfano y desvalido, mal hicisteis en llorar la muerte de vuestra
hermana Blanca Flor. jC6mo no arrojasteis de vuestro reino
al
nino errante que lleg6 a el para traicionaros! lsolda es ya vuestra
y no debe amarme."
Pero Isolda
10 amaba. Querfa odiarlo. l C6mo 10 hubiera logra­
do? Un poder maravilloso la unfa a su raptor y la idea de
10 impo­
sible irritaba su ternura haciendola mas dolorosa y mas profunda
que en
el odio.
Durante tres dfas se huyeron mutuamente. Temfanse.
AI
cuarto, lsolda ha1l6 a Tristan bajo el toldo de su tienda, sobre la
cubierta de la nave.
-"Salud, selior" -dfjole.
-""Por que haberme llamado senor?" -exclam6 Tristan con
extraneza.
-"Porque 10 sois. Oh, sf, eres mi selior y mi duelio. Lo eres
con la fuerza del destino. Soy
tu sierva, tu esclava________ "
-"Algo os atormenta hoy" -trat6 de balbucir Tristan.
-"Sf, to do 10 que se me atormenta. Y me atormenta aun
mas 10 que yeo. Este cielo, este mar, y mi cuerpo y mi vida."
Quisieron abrazarse. La doncella que les espiaba, grit61es
desde afuera:
-"Habeis bebido el brebaje de vuestro amor y de vuestra
muerte."
-"Venga ella en buena hora" -dijo Tristan, y su voz se per­
di6 en
el aire de la tarde, mientras la nave, mas rapida que nunca,
corda hacia el castillo del rey Marcos _______ _
EL PINO
Sabed, senores, c6mo aillegar a Cornualles el navio de Tristan,
cas6 lsolda con el rey Marcos, entre la alegrfa de vasallos y barones.
Los nobles
la honraban y los humildes la querfan. Pasaba el
dfa en alcobas pintadas ricamente y tapizadas con flores. Suyos eran
los joyeles deslumbrantes, suyas las telas de purpura de Te­
salia, suyos por
fin los cantos de los artistas.
No obstante,
la desgracia rofa su coraz6n. Amaba a Tristan
y un santo respeto la invadfa frente a su esposo venerable. Teme
la revelaci6n que su doncella Berengueana pudiera hacer del miste­
riosb brebaje que, por error, bebieran Tristan y ella, lsolda,
una
tarde de estio, en el mar. Ademas, las entrevistas que tiene con
Tristan, en el sigilo de la noche,
la llenan de zozobra.
A espaldas del castillo de Cornualles, se extendfa
un amplio
vergel, defendido por altfsimas bardas. Crecfan en el arboles de
toda especie, cargados de frutos, de pajaros y de aromaticos racimos.
En el rinc6n mas alejado se alzaba un pino, alto y recto, cuyo robus­
to tronco sostenfa una fronda maravillosa. Refa, a sus pies,
un
manantial. Saltaba el agua en diarano manto de plata sobre el
taz6n de marmol de la fuente, atravesaba el vergel ypenetrando al
interior del castillo, llevaba su frescura hasta las camaras de los
reyes.
N oche a noche, Tristan, de acuerdo con lsolda, cortaba peque­
. nos trozos de madera a la corteza del pino y los arrojaba en la co­
rriente del manantial. Ligeros, como espuma, llegaban a las
habita·
102
103

dones de 180 reina. Isolda conocfa entonces que la esperaba el amado
de su coraz6n.
Asf, protegidos por la sombra, se reunfan a conversar de un
amor doloroso e imposible.
Dice Isolda:
-"Tristan, los marineros afirman que el castillo esta encan­
tado y, dos veces al afio, una en verano y en invierno la otra, desa­
parece a
los ojos de los mortales lno sientes c6mo ha desaparecido
hoy de nuestra vista?
lNo es este, acaso, el vergel maravilloso del
que hablan las arpas de
los troveros? Cierralo por doquier una
muralla de aire. Arboles florecidoslo adornan y quieneslo habitan,
viven en perenne juventud."
La interrumpen
los cuernos de caza de los vigfas, que sobre
las torres del castillo, anuncian
el alba.
Dice entonces Tristan:
-"N0, Isolda. Hase roto la muralla de aire y este no es el
vergel maravilloso de que habla ellenguaje de las arpas. Pero, un
dfa, amada, iremos-IY entonces juntos al
fin!-al pafs afortunado
del que nadie regresa. Veras ahf un castillo todo de marmol blanco.
En cada una de BUS mil ventanas brilla un cirio de oro. En cada
sala 6yese un diversoson de liras
0 de flautas ..."
Hablan asf, mientras sobre las torres de Cornualles
el alba
alumbra, al nacer,
los escudos de sinople (1) y de azur.
La alegrfa extrafia de Isolda, la denuncia. Los enemigos de
Tristan la espfan y haceles concebir sospechas que destilan en
amargos celos sobre
el coraz6n del rey Marcos. La inquietud 10
tortura. Ama con dulce amor a su sobrino Tristan· y, casi tanto
como a el,
ama a Isolda 180 rubia. Espfa en sus gestos el amor que se
oculta, y des tierra a Tristan.
Pero
180 perfidia de los cortesanos 10 conduce a errores mas
graves.
Interna a Isolda en el lazareto de los leprosos. Raptala
de ahf Tristan y Marcos persigue a
los vagabundos de bosque en
bosque, de colina en colina.
EI hambre los acosa. Ya la Bortija que a Isolda diera en senal
de amor y de confianza
el dfa de sus bodas, salese del dedo} tanto
la han adelgazado asf las privaciones y el dolor.
Una noche, vencidos delsueno,
loa halla el reydormidossobre el
cesped, en un claro del bosque.
Entre ambos' ha colocado el heroe su espada desnuda. Hay
tal dolor y tan grande pureza en las facciones de los j6venes, que
Marcos sinti6, al verlos, rompersele
el coraz6n.
(l) 8UfO.U: N ODibre herAidico del 00101' verde.
1M
Vuelve Isolda al castillo de Cornualles bajo la salvaguardia
del rey
que-iPor fin!-conffa en su honor.
Mas
los barones desleales murmuran y para comprobar su
virtud, exfgenle se someta a la prueba del fuego. Acepta Isolda, a
pesar de los escrupulos del rey, pero, en secreto, advierte a Trist8.n
del peligro que corre.
Cuando llega
el dfa del juicio de Dios, viste Isolda leve tUnica
blanca hasta
108 pies cafda, y desnudos pecho y brazos, se acerca
ala hoguera. Un monje desconocido la ha llevado entre sus brazos
para hacerla cruzar
el rfo y ese monje es Tristan a quien, bajo el
disfraz que lleva, nadie ha podido sorprender.
Por eso Isolda sonde ante las llamas y tomando en sus man os
una ,brasa viva, 180 lleva a BU seno mientras dice:
-"Juro que ningun hombre, nacido de mujer, me ha llevado
en sus brazos, con excepci6n del rey Marcos, mi senor, y de este
pobre monje, que segun habeis visto me ha conducido
hasta esta
hoguera.
lEs bastante este juramente de mi boca?"
-"Sf, reina, y que Dios manifieste su juicio," -dijeron los
barones.
-"Amen," -contest6 Isolda.
Y dejando rodar las brasas
ya extintas, alz6 al cielo los brazos
desnudos y vieron todos que su carne estaba mas lisa y sana que no
las ciruelas de
loa arboles.
De todos
los pechos subi6 un gran grito de jubilo hacia Dios.
105

LA MUERTE
lC6mo contar, senores, la muerte de los j6venes?
Lejos
de Isolda, enloqueci6 Tristan.
Viaja por tierras lejanas, mas en ninguna encuentra la paz que
ansia su coraz6n.
De Bretana, en donde mora, parten mensajeros en busca de
Isolda la reina. Con enganos llevanla a bordo
de la nave equipada
por Tristan. Levan ancla y
el soplo de Dios hincha las velas alejan­
do
el barco de las costas de Cornualles.
Desde
el mas alto pen6n, Tristan, enfermo, espera. Sus ojos
interrogan
el mar. Mas la debilidad 10 vence y el brillo del sol que
reverbera sobre las olas de acero, ciega sus pupilas.
Los marinos
Ie dijeron al partir:-"Si yes una vela blanca en
la nave, cuenta con la llegada de Isolda."
-"Negra la traera si no viniere-dijo Tristan-y morue."
En su inquietud pregunta a quienes Ie rodean.
Dice una
voz:-"jLa nave trae velas negras! jLa nave trae
velas negras!"
La vida de Tristan se escapa· de su pecho. Tres veces exclama:
"Isolda,
-amiga" y su alma vuela.
Sobre su cuerpo, la rubia Isolda, aillegar, no vierte una Iagri­
mao D6blase su talle con flojedad de agoma y cae muerta a su lado,
para siempre ya. su compafiera.
Senores,
los buenos trovadores cantaron este cuento para que
10 oyeran, alglin dia, todos los que se han amado 0 se amaran.
106
LA CRUZADA DE LOS NINOS �

LA CRUZADA DE LOS NIf40S
ARA defender a los pere­
grinos cristianos, ultra­
jados por los turcos en
Jerusalen,
y arrebatar a
estos la tierra en que
estaba
el sepulcro de
J esucristo, se hicieron,
del siglo
XI al XIII,
varias expediciones que
se lIamaron cruzadas,
porque los que tomaban
parte en elias se compro­
metian a llevar una cruz
encamada, hasta que
consiguieran su objeto.
-Pedro el Ermitaiio y
San Bernardo predica­
ron las primeras cruzadas, en las que figuraron, como jefes, Godo­
fredo
de Bouill6n, Raimundo de Tolosa, Luis VII de Francia y otros.
Por aquel tiempo los nioos, sin guia y sin jefe, corrian preci­
pitadamente de las ciudades
y pueblos de todas las regiones hacia
el otro lado del mar, y cuando se les pregunt6 a d6nde iban, respon­
dieron: "Hacia JerusaIen, a buscar la tierra santa
..." Todavia
109

se ignora 10 que haya sido de ellos. Muchos volvieron y al pregun­
tarles la causa de su viaje dijeron que no la sabfan.
Todos estos ninos no tenfan nombres. Es segura que los pren­
ri6 Nuestro Sefior Jesus. Llenaban
el camino como un enjambre
de abejas blancas. No se de d6nde venfan.
Eran pequenos pere­
grinos. Tenfan bordones de avellano y de alamo. Llevaban la cruz
a la espalda; y todas estas cruces eran de innumerables colores.
No llegaron a JerusaIen. Pero JerusaIen llego a ellos. El
fin de
todas las cosas santas radica en la alegria. Nuestro Senor ests. aquf,
en esta espina enrojecida, y en nuestra boca, y en nuestra pobre
palabra. Los pies de Nuestro Sefior san!iificaron todos los lugares.
,Que
JesUs haga dormir en la noche a todos estos nifiitos blancos
que llevan la cruz!
RELATO DE LOS TRES NI"'OS
Nosob-os tres, Nicolas que no sabe hablar,Alain y Dionisio, sa­
Jimos a los caminos para llegar a JerusaIen. Race largo tiempo que
vagamos. Voces desconocidas nos llamaron en la noche. Llamaban
a todos los pequefiuelos.
Erancomo las voces de los pajaros muertos
durante el invierno. Y al principio vimos muchos pobres pajaros
extendidos en la tierra helada, muchos pajaritos con el pecho rojo.
Despues vimos las primeras flores y las primeras hojas y tejimos
cruces. Cantamos ante las aldeas, como acostumbrabamos hacerlo
en
el afio nuevo. Y todos los ninos corrfan hacia nosotros. Y avan­
zamos como
un rebano. Hubo hombres que nos maldijeron, no
conociendo al Senor. Hubo mujeres que nos
retuvieronpor los
brazos y nos interrogaban cubriendo de besos nuestros rostros. Y
tambien hubo almas buenas, que nos trajeron leche y frutas en
escudillas de madera. Y todo
el mundo tuvo piedad de nosotros.
Porque no saben a d6nde vamos y no han escuchado las voces.
En la tierra hay selvas espesas, y rios, y montanas, y senderos
llenos de zarzas. Y al
fin de la tierra se encuentra el mar que pronto
cruzaremos.
Yal fin del mar se encuentra JerusaIen. No tenemos
quien nos mande ni quien nos gufe. Pero todos los caminos son
buenos. Aunque no sabe hablar, Nicolas camina como nosotros,
Alain y Dionisio; y todas las tierras son parecidas, e igualmente
peligrosas
para los ninos. Por doquiera hay selvas espesas, y dos,
y montanas, y espinos. Pero por todas partes las voces estaran con
nosotros.
Hay aquf un nino que se llama Eustaquio, y que naci6
con
l~ ojos cerrados. Mantiene los brazos tendidos y sonne. N os­
110 111

otros no vemos mas que el. Una pequenuela 10 conduce y Ie lleva
BU cruz. Se llama Alis. No habla nunca y no llora jamas; tiene
fijos los ojos en los pies de Eustaquio, para sostenerlo en sus tropie­
zos. Todos los queremos. Eustaquio no podra ver las santas lam­
paras del sepulcro. Pero Alis
Ie tomara las manos para hacerle
tocar las losas de
la tumba.
jOh! que bellas son las cosas de la tierra. No nos acordamos
de nada, porque nada aprendimos nunca. Sin embargo, hemos vis to
arboles viejos y rocas rojas. Algunas veces atravesamos por largaa
tinieblas. Otras, cam'inamos hasta la noche por claras praderas.
HemoB gritado el nombre de Jesus al oido de Nicolas, y ella conoce
bien. Pero no sabe pronunciarlo.
Se regocija con nosotros de 10
que vemos. Porque sus labios pueden abrirse para la alegria, y nos
acaricia la espalda. Y de este modo no son desgraciados: porque
Alis vela por Eustaquio y nosotros, Alain y Dionisio, velamos por
Nicolas.
Se nos dijo que encontrarfamos en los bosques ogros y hechice­
ros. Estas son mentiras. Nadie nos ha espantado; nadie nos
ha
hecho dano. Los solitarios y los enfermos vienen a vernos, y las
ancianas encienden luces para nosotros en las cabanas. Tocan por
nosotros las campanas de las iglesias.
Los campesinos se empinan
desde los surcos para espiarnos. Tambien nos miran los aiiimales
y no huyen. Y desde que caminamos,
el sol se ha tornado mas ca­
liente, y no recogemos
yo. las mismas flores. Pero todos los tallos se
pueden tejer en las mismas formas, y nuestras cruces son siempre
frescaa. De este modo tenemos grande esperanza, y pronto veremos
el mar azul. Y al extremo del
mar azul esta J erusaIen. Y el Senor
dejara llegar a su tumba a todos los pequenuelos. Y las voces des­
conocidas se tornaran alegres en
10. noche.
: ...JIII!
RELATO DE ALIS
Ya no puedo caminar bien, porque estamos en un pais ardiente,
donde los hombres malvados de Marsella nos trajeron. Y
0.1 princi­
pio fuimos sacudidos sobre el
mar en un dia negro, en medio de los
fuegos del cielo. Pero mi pequeno Eustaquio no sinti6 miedo porque
no vio nada y yo Ie tenia las dOB manos. Lo quiero mucho, y vine
aqui a causa de el. Porque no
se a d6nde vamos. Hace largo tiem­
po que partimos. Los otros nos hablaban de 10. ciudad de JerusaIen,
que esta al extremo del mar, y de Nuestro Senor que estara aM para
recibirnos. Y Eustaquio conocia bien a Nuestro Senor Jesus; pero
no sabia 10 que es JesuraIen, ni una ciudad, ni la mar. Huy6 por
obedecer a las voces y las escuchaba todas las noches. Las escucha­
ba en la noche a causa del silencio, porque no distingue lanoche del
dia. Y me interrogaba ace rca de estas voces, pero nada podia de­
cirle.
Nose nada, y tengo pena solamente a causa de Eustaquio.
Caminamos cerca de Nicolas, y de Alain, y de Dionisio;
per<> ellos
subieron a otro navio, y no todos los navios estaban allf cuando
apareci6 de nuevo
el sol. jAy! lque les pasarfa? Los encontraremos
cuando lleguemos cerca de Nuestro Senor. Ests.
muy lejos todavia.
Se habla de un gran rey que nos hace venir, y que tiene en su poder
la ciudad de JerusaIen.
En esta coma rca todo es blanco, las casas
y los vestidos, y
el rostro de las mujeres ests. cubierto con un velo.
El pobre Eustaquio no puede ver esta blancura, pero
Ie hablo de
ella y seregocija. Porque dice que es la senal del
fin. El Senor Jesus
es blanco. La pequena Alis esta muy cansada; pero tiene a Eusta­
quia de la mano, para que no caiga, y no
Ie queda tiempo de pensar
112 113

en su fatiga. Descansaremos esta noche, y Alis dormira, como de
costumbre, cerca de Eustaquio,
y si no nos han abandonado las
voces
tratara de ofrlas en la noche clara. Y tendra de la mano a
Eustaquio hasta
el fin blanco del gran viaje, porque es necesario que
ella
Ie muestre al Senor. Y seguramente el Senor tendra pied ad de
la paciencia de Eustaquio,
y permitira que Eustaquio 10 vea. Y tal
ve~ entonces Eustaquio vera a la pequena Alis.

ALEMANIA
偁剓䥆䅌 
114

PARSIFAL
ATORCE dias despu~
de la muerte de au padre
Gamuret, naci6 Parsifal,
principe de
Anjou (1).
Su madre, aleja.nd08e
de
la corte por el duelo de
su
esposo, se retir6 al
B08queSolitario,en don­
de se consagr6 a
la
educaci6n de su hijo.
El nino crecia rodeado
de
la naturaleza casi
virgen. y su madre, por
exceso de carino, procura­
ba tenerlo en la mayor
ignorancia de las cosas
de los caballeros.
Ar­
mado de un arco y de flechas, pasaba las horas cazando pajarillos
del bosque. Pero una vez
Ie ocurri6 que al ver caer muerto a sus pies
a uno de los que cazaba,
se ech6 a llorar, considerando que el pobre
animalillo
ya no podrla cantar mas. Asi, fue en busca de su madre,
a la que pregunt6 si habfa hecho mal dandole muerte.
(1) ProvIAaia de Francia que souba antiauamente de aob~.
11'1

-No has hecho bien, hijo mio-contest6 la madre besandolo
-Dios ha dado a las aves una vida igual a la nuestra y no debemos
quitarsela.
-jDios!--exclam6 el nino-;,Quien es Dios?
-Dios·-conteat61a madre-es tan brillante y resplandeciente
como
el dfa,hacreadolos cielos y la tierra y dado vida a los hombres
ya todos los animales. Debes servirle y ~marle y, en cambio, abo­
rrecer al diablo, que
es negro, malo y astuto.
Un dia, mientras estaba cazando, oy6 ruido en
el bosque, y
pens6:
-Tal vez sea el diablo que se acerca y ahora sabre bien c6mo ea.
Y, hasta-tal vez-podre luchar con el y vencerlo.
Pero no era
el diablo quien se acercaba, sino cuatro caballeros
armados
yataviados con magnificencia. Sus armaduras y sus armas
esplendian con el sol y creyendo el nino que
sedan Dios mismo,
puesto que brillaban como
la luz del dia, cay6 de rodillas y con las
manos en alto, exclam6:
~Ayt1dame, Dios, ayt1dame!
Los caballeros se echaron a reir en cuanto oyeron tales palabras
y dijeron al candido nino:
-No somos Dios. Si abres bien los ojos veras que Bomos ca­
balleros.
-jCaballeros! Y lque es eso?
Los caballeros se asombraron al notar la extrema ignorancia del
nino y bondadosamente
Ie explicaron en que consistia la caballeria.
El nino escuchaba con la mayor atenci6n y no se cansaba de tocar
las espadas, los escudos,
laslanzas y las armaduras, y cuando se
hubo enterado de todo, dese6 en su alma ser caballero, como los que
veia.
-Eso no podremos concedertelo nosotros·' -contest6 uno de
ellos. Solamente
el Rey Arturo tiene derecho a armarte caballero.
Dichas estas palabras se marcharon y
el niI10 ya no se entretuvo
mas en e] bosque para proseguir la caza. March6se inmediatamente
a su casa
y abrazandose a su madre, Ie dijo:
-Madre, querida madre, quiero ser caballero.
Muda de pena y de asombro, al oir el deseo de su hijo, vio cuan
inutil habia sido su empeno de hacerle ignorar las cosas pertene­
cientes a
la caballeda, pues el joven, obedeciendo a los instintos
heredados de
BU padre, se inclinaba iatalmente a seguir la misma
vida que el. Debia, pues, resignarse a perder a su hijo, con
tanto
arnor criado, el ::mal, a partir de entonces, ida errante por bosques y
montanas, combatiendo contra toda suerte de enemigos.
Pero quiso hacer todavia una tentativa para recobrar la volun­
tad de au hijo. Tuvo la idea de que si 10 vestia pobremente, de
nllllera que la gente 10 creyera burlesco, el joven, disglistado por
Iquel mundo que no conocfa y que
Ie haria burIa, no tardarfa en
(lIver al bosque, ailado sUYO. Asi, Ie hizo un traje de color pardo,
~orno de buf6n, Ie cubri6 las piernas con unas polainas de piel de
r" rnera sin curtir, y dandole un mal caballejo, Ie dijo que ya estaba
,quipado. Luego Ie aconsej6 acerca de 10 que deb fa hacer en el
mundo.
A la manana siguiente, muy temprano, parti6 Parsifal no sin
flue antes su madre
10 hubiera besado repetidas veces, con la mayor
'
C?rnura.
El joven se alej6, volviendo de vez en cuando la cabeza
para
u',lludarla. Por fin desapareci6 en una revuelta del camino y la des­
mciada Reina regres6 a la casa llorando amargamente. Y
aIH sufri6
unacongoja,seleoprimi6dolorosamente
el coraz6n y qued6 muerta.
Montado en su caballo, Parsifal march6 a traves de montes y
valles, hasta que un dfa lleg6 ante un riachuelo que un gallo habria
podido vadear, pero
atendiendoa los prudentes consejos de su ma­
dre sigui6 sus orillas durante el dia entero, hasta que lleg6 a un
lugar que formaba una plazoleta entre la espesura.
AlIi advirti6 una tienda, de terciopelo en la que dormia una
mujer hermosa y joven. Al verla record6 otro consejo de su madre,
que
Ie recomendaba besar la mana de toda mujer hermosa y joven
y tomarIe su sortija, pues eso Ie dada buena suerte. Se acerc6 a la
dama,
Ie bes6 repetidas veces la mano y luego Ie quit6 la sortija
que llevaba en su mana izquierda.
En vista de que la dama no despertaba, Parsifal se alej6, sin
pensar en las consecuencias que tendrfa su conducta. Poco despues
vino Orilus,
el esposo de la dormida, la cual era la duquesa Jeschute,
y al ver que ella no llevaba la sortija que Ie entregara el dfa de la
boda, crey6 que
Ie habia sido desleal. Al advertir en la hierba las
huellas de un caballo, no tuvo
ya duda de que la dama habfa reci­
bido la visita de un hombre. Loco de celos injuri6 a su desgraciada
e inocente esposa, y se alej6 dispuesto a castigar con la muerte
el
atrevimiento del desconocido.
Mientras tanto, Parsifal seguia sin temores su camino.
En pocos dias lleg6 a Nantes, corte del Rey Arturo. Cerca de
1a puerta de la ciudad el joven encontr6 a Ither, conocido por todos
con
el apelativo de "el caballero rojo." Y merecfa tal nombre por­
que encima de la armadura llevaba una especie de tunica corta de
color rojo, y las riendas de su caballo, la gualdrapa de este, y hasta
1a lanza, eran del mismo color.
Al ver Ither que se acercaba Parsifal, se volvi6 a el y Ie dijo:
-Podrfas hacerme un favor, joven. Ya que vas a la ciudad,
presentate de
mi parte al Rey Arturo y dile que estoy enojado con el
118 119

y con todos los caballeros de la Tabla Redonda, porque no reconocen
mi derecho sobre mis tierras y mis vasallos.
"Ayer, cuando estabamos sentados a la mesa bebiendo vino,
me irritaron sobremanera y yo, derribando mi copa, manche a la
Reina Ginebra en el regazo. Ve y diles que aquf tengo mi copa de
de oro y
que desaffo al Rey Arturo y a todos sus caballeros a singu­
lar batalla. "
Parsifal se alej6,
entr6 en la ciudad de Nantes y directamente
se encamin6 a la corte del
Rey Arturo. Su aparici6n caus6 en ella
la mayor extraneza, a causa de su ridfculo traje. Pero pronto en sus
miradas advirtieron todos que
era un muchacho valeroso. Se acerc6
al.Rey y
Ie dio cuenta del mensaje que Ie habia confiado el caballero
rOJo.
El Rey Ie dijo que a la manana siguiente irian sus caballeros,
uno
tras otro, a pelear contra Ither; pero Parsifal rog6 que 10 armase
caballero, pues queria
ir el mismo a matar al insolente caballero rojo.
-No puedo armarte caballero hasta que hayas realizado algu­
nas
hazafias-le contest6 el Rey.
Esto dio a Parsifal mayor deseo de pelear contra Ither y sin
hacer caso de las burlas que provocaba, se afirm6 en su prop6sito,
de manera que a
la manana siguiente, montado en su caballo yar­
mado solamente de una corta lanza, sali6 al encuentro de Ither.
-Vengo a combatir contigo, mal caballero-grit6 Parsifal.
Ither se ech6 a reir desdenosamente y Ie dirigi6 algunas burlas,
pero como viera que, a pesar de todo, Parsifal se disponia a
atacar­
10, Ither asest6 una lanzada al caballejo del joven y 10 hiri6 grave­
mente,
demanera que el pobre animal cay6 al suelo, arrastrando
a BU dueno en la cafda.
Imposible serfa describir la c61era que sinti6 Parsifal.
De un
saIto se desembaraz6 de su cabalgadura y avanzando hacia Ither
antes de que ~ste pudiera atender a su defensa, Ie clav61a punta de
la lanza en los ojos, por la abertura del casco y el caballero rojo
cay6 pesadamente
al suelo.
Parsifal, victorioso, se apresur6 a desnudar al
muerto y se visti6
sobre el
traje de buf6n que llevaba, la armadura y la tunica roja.
Cin6se la espada y las espuelas y empunando
la lanza mont6 en el
caballo de
Ither y se alej6, resuelto a ir en busca de aventuras que
luego Ie permitiesen ser armado caballero por el Rey Arturo.
Viaj6 a
trav~s de altas y solitarias montanas y de espesos bos­
ques,
durante varios dias, hasta que lleg6 a un castillo llamado Her­
moso Retiro, cuyos habitantes sufrfan entonces gran des penalida­
des, pues el castillo
estaba sitiado por un ejercito, que se disponfa a
dar el salto.
Parsifal sinti6 deseos de auxilial'los.
Acerc6se al castillo y dando a conocer sus buena" intencionea,
Il~ indicaron un lugar por donde podrfa entrar y asf 10 hizo, siendo
ludado efusivamente por los defensores de
la fortaleza.
La senora del castillo era maravillosamente hermosa. Y la
ntlsa del asedio era que el rey Clamide querfa casarse con ella a to­
da costa.
La hermosa castellana recibi6 a Parsifal y Ie otorg6 todos los
honores que estuvo en su mana concederle.
Ofreci6 a su huesped
una comida bastante pobre, pues en el
I'ILStillo estaban muy escasos de vfveres a causa del sitio que sufrfan.
1
1;1 joven Ie relat6 su historia y Ie prometi6 defenderla de las exigen­
(
·iLlS de su enemigo.
-Acepto vuestra ayuda, valeroso caballero, esperando que
podreis sacarme del peligro en que me halloo Mi padre ha muerto
y mis parientes desconocen mi situaci6n. Manana volvera el rey
Clamide a ofrecerme, por ultima vez,
la alternativa de ser su esposa
o de morir entre las minas de este castillo.
-Nada temais, que yo perdere la vida por salvar la vuestra y
os dejare en libertad de otorgar vuestra mana a quien vuestro cora­
z6n elija.
La dama, cada vez mas llena" de esperanza, hizo conducir a su
campe6n a una hermosa sala, para que tomase alglin descanso y
Parsifal se acost6
en ellecho que Ie habfan destinado, sintiendo que
In duena del castillo habfa conquistado su vol untad.
Al dfa siguiente, por la manana, Parsifal se arm6 cuidadosa­
mente y sali6 a las murallas del castillo. Alli,
en voz alta, reM a
Hingular combate al mas valiente de los enemigos. A vanz6 un ofi­
ial del
rey Clamide para aceptar el reto y, en vista de ello, Parsifal
Cue a trabar con el mortal pelea.
Los dos caballeros se pusieron frente a frente, empunando sus
lanzas y, a los pocos segundos, el oficial cafa atravesado por el hie­
rro de Parsifal.
Aquella victoria desanim6 a los enemigos, y viendolo Parsifal,
ret6 a nuevo combate a cuantos quisieran pelear
por la causa del rey
Clamide; pero ninguno acept6 y asf todos se alejaron dejando libre
el castillo y
tranquila a. su duen80 gentil.
Inutil es decir cuanta alegrfa sintieron todos al verse libres
del peligro que los amenazaba y
cuan celebrado fue el vencedor.
La misma dama 10 miraba con ojos h1imedos de alegre llanto y en­
tonces Parsifal, solicit6 au mano.
La joven, en extremo ruborizada, pero tambien extraordina­
riamente dichosa, dio su consentimiento y
entre la aiegria general
ae hicieron los preparativos para 180 boda. Por fortuna 80quel dfa
llegaron dos buques cargados de provisiones a la cercana costa y asf
120 121

pudo celebrarse la ceremonia nupcial y el banquete con la mayor
abundancia y alegrfa.
Pasaron muchos dias dichosos para el joven matrimonio. Pero
Parsifal no podia olvidar a su madre y con el deseo de verla y de
darle las nuevas de su felicidad, pidi6 un dfa a su esposa el permiso
de alejarse
para cumplir con sus deberes filiales. Ella sinti6 am argo
disgusto, pero comprendiendo las razones que
10 movian a ello,
consinti6 en la separaci6n, no sin haberle hecho prometer antes que
serfa
10 mas corta posible.
Inquieto por
10 que pudiera suceder a su esposa, iba Parsifal
montado en su caballo, sin fijarse en
el camino que seguia. Alllegar
la noche, se encontr6 a orillas de un lago y a poca distancia en
el
agua vio una barca de pescadores que se aprestaban a echar sus
redes.
-. lPodrfas indicarme un lugar para pasar la
noche?-pregunt6
a uno de ellos.
--Detras de esas
rocas-dijo el interpelado senalando las que
estaban
junto allago-hay un hermoso castillo en don de, segura­
mente, te daran alojamiento.
Parsifal dio las gracias y tom6
el camino que acababan de indi­
carle y despues de largo rato, lleg6, efectivamente, a
un castillo mag­
nifico, cuyo puente estaba levantado.
Viendo en una de las ventanas a un muchacho que asomaba el
rostro,
Ie dijo:
-Unos pescadores dellago me han indicado que aqui me darian
posada. lSabes si hay inconveniente?
-Ninguno, si te 10 dijeron los pescadores --contest6 el mucha­
cho.
Y acto seguido fue a disponer
10 necesario para que se bajara el
puente.
Entr6 Parsifal en el patio del castillo y observ6 por la hierba
que crecia en
el, que ninglin caballero debia de atravesarlo a caba­
llo. Y mientras estaba entretenido mirando las altas torres, dos
hermosfsimas doncellas
10 llevaron a una grande y bella sala. Allf
Ie ayudarqn a quitarse la armadura y Ie entregaron un magnifico
manto de
sedaarabe, y en cuanto el se hubo cenido la espada al
costado,
10 hicieron pasar a otra sala.
Esta era inmensa y admirable. La iluminaban cien lam paras
en forma de cqronas suspendidas del techo y llenas de velas blancas
que despedian viva luz. Tambien en las paredes habia candela­
bros que contribuian a la mejor iluminaci6n dellugar.
Junto a las
paredes habia cien lechos cubiertos de hermosisimos tapices y otros
tantos caballeros estaban
junto a ellos, guardando extraordinario
silencio.
En un extrema de la sala estaba el seilor del castillo, tendido
u su lecho. Parecia estar triste y enfermo de muerte.
De pronto apareci6 un escudero por
una de las puertas, llevan­
do en la
mana una lanza, cuyo hierro estaba tefiido de sangre y con
lIn avanz6 por la sala, tocando las paredes. Y al verlo, todos los
('aballeros se levantaron profiriendo lamentos desgarradores.
Luego
se abri6 una puerta de acero y entraron dos doncellas
que llevaban adornadas con flores sus cabelleras.
En las manos
stenian unas velas blanc as encendidas en candelabros de oro.
Las seguian dos mas que llevaban una mesa preciosisima que fueron
IL poner ante el senor del castillo. Otras doncellas aparecieron luego
par Ia misma puerta, llevando tambien candelabros y un servicio de
mesa que dejaron en la del senor del castillo, y, finalmente, apareci6
In reina Alegria, que llevaba el Santo Grial (1). Y empez6la comi­
da, siendo en ella maravilloso la falta de criados para servir las
viandas. Cada uno de los caballeros expresaba su deseo de comer
determinado manjar y en
el actoel Santo Griallohaciaaparecer so­
hre su mesa.
Parsifal estaba 80rprendido y no comprendfa
el significado de
10 que veia. Por otra parte no se atrevia a hacer pregunta ninguna,
pues al parecer no se ocupaban de su presencia.
Por fin acab6 la comida y un escudero present6 al senor del
c
n.stillo una espada en cuya empunadura centelleaba un espIendido
rubL El castellano la ofreci6 a Parsifal, diciendole:
-Muchas veces la he usado en mis combates; pero por volun­
"n,d de Dios, es ahora demasiado pes ada para mi mano. Esgrfmela
hien y en defensa de las causas justas.
Parsifal agradeci6 el regalo. Las doncellas empezaron a retirar
\·1 servicio que habfan llevado y la Reina Alegria se llev6 el Santo
Crial.
En cuanto a Parsifal, fue conducido a su habitaci6n.
A la manana siguiente, al despertar, hizo sus preparativos de
marcha. Tom6 sus dos espadas y en cuanto lleg6 al patio encontr6
u caballo que ya estaba dispuesto; pero nadie habia para despedirlo
el silencio mas profundo reinaba en el castillo.
Mont6 en
el suyo y siguiendo las huellas de otros caballos,
Ilcg6 a la puerta. Baj6se el puente, sin que el viese quien 10 hacia
bll,jar, y sali6 a campo llano. Se intern6 en un bosque y, poco des­
pues, lleg6
asu oido una voz femenina. Guiandose por ella advirti6
I~ una joven que sostenia en sus brazos a un caballero muerto. Era
fJU prima Sigune.
EI joven
Ie pregunt6 en que podia ayudarla, pero ella no Ie con­
tcst6. Por el contrario, Ie interrog6 para saber de d6nde venia y al
rcferirselo Parsifal, la dama contest6:
(1) S .. NTO OJll4L: Vaso ugndo que IQ~ leyendas del NortesuponeD haber 3e!'V\do J)Ara instituir 1& eomuDi6D.
122
123

-EI castillo en que has estado es el del Santo Grial y se haIla
en
la montana Hamada Monsalvat. Pero si alguien busca ese monte
yese castillo, Ie es imposible encontrarlo. No se halla mas que por
voluntad divina. Y en cuanto el
Rey enfermo, se llama Amfortas.
Y
dime-afiadi6 la dama-lno has preguntado al Rey que tenfa?
lNo 10 has hecho?
-No, no 10 hice-contest6 Parsifal-'jestaba tan sorprendido!
-jDesventurado! '~xclam6 Sigune.-Viste el Santo Grial, a
las hermosas doncellas, la lanza, a la Reina Alegria, oiste ellamento
de los caballeros y los gemidos del rey enfermo Y lno preguntaste
nada?
Y, sin querer oir una palabra mas de Parsifal, 1e volvi6 la es­
palda.
Triste
y pensativo, Parsifal emprendi6 el viaje, preguntandose
c6mo lograrla encontrar de nuevo el castillo del Santo Grial, puesto
que no llegaba a el quien
quena, sino 8610 aquel a quien Dios se 10
permitia.
Una manana atravesaba un espeso bosque, cuando vio una
pequena ermita. Be acerc6 a ella para preguntar su camino. Sali6
el ermitafio; crey6 reconocerlo y, efectivamente, en cuanto oy6 su
voz comprendi6 que
era su prima Sigune.
Parsifal
Ie inform6 de sus aventuras y de su deseo de llegar
nuevamente
al castillo del Santo Grial, para 10 que solicit6 el con­
sejo de Sigune.
-Lo mejor que puedes hacer-le contest6 esta-es seguir a la
mensajera del Santo Grial.
-Pero he perdido su rastro -contest6 el caballero.
-Yo te indicare por d6nde ha ido -replic6 Sigune.
Parsifal di6 las gracias a
su prima y sigui6 el camino que eata
Ie indic6 y que habfa de llevarlo junto a la menaajera que regresaba
al castillo de Monsalvat.
Continu6 adelante el caballero,
y despues de algunos homs
encontr6 a
un principe, a su esposa y ados hijos de sus hijos. Se
admiraron de ver a
un caballero armado en un dia como aquel, que
era Viernes Santo, y habiendo entrado en conversaci6n Ie indicaron
la inconveniencia de su conducta.
-COnviene que te purifiques de semejante pecado-Ie dijo el
principe-y para ello puedes visitar a un ermitano que no estalejos
de aquf.
Parsifal agradeci6 el consejo, y fue al encuentro del ermitaiio
que
Ie habfan indicado. Pronto lleg6 a la ermita y al entrar en ella
vio a
un anciano de majestuoso y santo aspecto que 10 recibi6 con
benevolencia.
Vengo a recibir
tu absoluci6n por el pecado que, sin saber, he
q llnetido, yendo armado en el dia de hoy -dijo Parsifal al anciano
necesito, como pecador, la
ayuda de Dios y temo' su castigo.
I )cseo que conserve la vida de mi esposa y que me permita llegar
IIlleVamente al castillo del Santo Grial, en donde tengo una santa
tlli~i6n que cumplir.
EI ermitano oyo contento estas humildes palabras e invit6 a
Parsifal a que entrase en la ermita.
-Ninguno que no sea fiel servidor de Dios podra llegar dos
V('ces al castillo del Santo Grial---dijo el anciano-y como dices
I liner una santamisi6n que cumplir alH y yo se cual es,escucha con
t.enci6n 10 que voy a decirte.
El Santo Grial es
un caIiz detan maravillosa virtud, que quien
10 mira queda limpio de todo pecado. Fue bajado a la tierra por
Angeles y cada alio
una paloma desciende del cielo a renovar el pre­
cioso don que contiene, precisamente el dia de hoy, Viernes Santo.
Se conserva en el castillo del Santo Grial en Monsalvat y a au
R(~rvicio hay cien caballeros y cien donceIlas puras como los angeles.
l<;atas son todas princesas y los caballeros son Templarios y servido­
res de las doncellas. La misi6n de estos caballeros es reparar las in­
j llBticias, defender alos ignorantes, vencer a los malvados y a catas
empresas han consagrado todos sus vidas y todos estan gobernad08
por un rey que recibe el nombre de
Rey del Santo Grial.
EI primero de estos reyes fue Titurel. EI mand6 construir el
castillo que conoces. Cuando
ya se sinti6 sin fuerzas, abdic6 au
reinado en su hijo Frimute1; pero este se dej6 seducir por el amor
de una mujer y la corona pas6 a su hijo mayor, llamado Amfortas.
Tambien este se dej6 gobernar por sus sentidos y por el amor,
yen
(:ierta ocasi6n, al trabar una lucha, fue tocado por una lanza empon­
zOfiada que 10 hiri6 de gravedad. La herida no ha sido curada toda­
via, ni
10 sera, hasta que alguien que llegue al castillo Ie pregunte
por la causa de sus males. Entonces el rey Amfortas
sanara de la
herida y el que con su pregunta Ie haya devuelto la salud, sera coro­
nado
Rey del Santo Grial.
Y ahora que
ya te he contado esas cosas .:.-anadi6 el ermitano­
dime quien eres tu.
-Mi padre -contest6 Parsifal-fue Gamuret y mi madre se
nama Erzeleid.
Ful educado por esta en la ignorancia de la caballe­
ria; pero la sangre que llevo en las venas fue la causa de que
la amase
aun antes de conocerla. Mi primer adversario fue Ither, cuya arma,­
dura y cuyo caballo tengo
__ ______
-jC6mo! ~xclam6 el ermitano-lMataste a Ither? Pues sabe
que diste la muerte a uno de
tu sangre, ya que Ither era sobrino de
tu padre. Yen cuanto a tu madre, veo que ignoras su fin. La pobre
ha muerto.
124 125

-~Mi madre ha muerto?-exclam6 Parsifal-jNo es posiblel
l C6mo 10 sabes?
-Soy el hermano de tu madre -contest6 el ermitaIio-y la
hermosa reina Alegrfa
es mi hermana. Tambien es hermano mfo el
rey Amfortas.
Parsifal escuch6 estas Ultimas palabras con alegrfa; pero no
podia olvidar la pena que
Ie habfa causado la noticia de la muerte de
su madre.
Durante varios dias permaneci6 Parsifal con su
tfo y al fin se
march6, despedido por las cariIiosas palabras del ermitaIio. Enton­
ces el coraz6n del heroe iba reconfortado por la seguridad de que
Dios habfa de ayudarlo en su empresa y parti6 gozoso y satisfecho
hacia
el castillo del Santo Grial.
Al ir atravesando un bosque, oy6 ruido de pisadas de caballo y
se detuvo para ver quien se acercaba. Era un caballero, armado
de pies a cabeza, que se detuvo ante
el.
-Fuerte pareces, caballero -Ie dijo-; pero como yo tambien
tengo pretensiones de serlo, vamos
aver quien de los dos resulta
vencedor en nuestro encuentro.
Parsifal acept6
el reto y los dos empezaron a luchar furiosa­
mente. A medida que la lucha se prolongaba y los dos caballeros se
reconocfan de igual fuerza, mas aumentaba la
c61era que mutua­
mente sentian.
Los golpes que se asestaban hacfan retemblar la tierra; pero
ninguno de ellos obtenfa una ventaja sobre su contrario, hasta que
al
fin, en vista de que ningunode los dos resultaba vencedor, cesaron
momentaneamente para recobrar las fuerzas.
-Debes de ser
el diablo-exclam6 el desconocido-y a fe de
mi padre Gamuret, que nunca encontre caballero como ttl
tan va­
liente y poderoso.
-4.Gamuret, dices?-pregunt6 Parsifal.
-Sf, asf se llamaba mi padre.
-Pues entonces eres, sin duda mihermano --contest6 Parsifal
-porque tambien mi padre se llamaba asL
Se reconocieron los dos hermanos y quitandose los cascos, Be
reconciliaron en el acto, decidiendose a continuar su camino juntos,
en direcci6n a
1a corte del rey Arturo.
Llegaron los dos hermanos a
la corte y fueron espIendidamente
recibidos. Parsifal dio cuenta de la batalla que acababan de soste­
ner y de la imposibilidad en que se vieron de vencerse uno a otro,
10 cual fue causa de admiraci6n para todos.
Luego su hermano hizo
un relato de su vida, de sus aventuras y
refiri6 c6mo, habiendo vencido a todos los caballeros de su tierra,
habfa resuelto salir de ella para veneer a todos
los cristianos que
8e Ie pusieran por delante, hasta que se encontr6 a su hermano, a
quien no habfa po dido veneer.
Despues de este relato se sentaron todos
ala mesa y empez6 la
comida.
AI terminarla apareci6 una mujer montada a caballo y en­
vuelta en un manto negro. Espeso velo
Ie tapaba el rostro; pero, al
descubrirlo, apareci6 la mensajera del Santo Grial.
Se acerc6 a Parsifal y.arrodillandose ante el, Ie dijo.
~IOh, ttl, hijo de Gamuret! Perd6name las palabras ofensivas
que otra vez
te dirigf. Eres el mas digno de los caballeros y el ele­
gido para ser rey del Santo Grial. Ven conmigo al castillo de Mon­
salvat y
am seras coronado despues de haber libertado al Rey Am­
fortas de sus sufrimientos. Tu esposa, con tus dos hijos, Lohengrin
y Cardess, compartiran contigo
tu reinado y en toda la tierra seras
famoso por
tu poder.
Parsifal y toda la corte oyeron con el mayor asombro estas
palabras y en cuanto la mensajera del Grial hubo terminado, vieron
que las lagrimas
coman por BUS mejillas. Inmediatamente mont6
a caballo para regresar y Parsifal, acompaiiado de su hermano, la
sigui6 hacia
el castillo del Santo Grial.
Parsifal estaba alegre en extremo de que, por
fin, se Ie presen­
tara la ocasi6n de curar al pobre rey Amfortas. Deseaba ardiente­
mente llegar a Monsalvat para llevar a cabo la obra de caridad, has­
ta que, por fin, en lontananza, apareci6 la montana y el castillo
mara villoso.
Llegaron a el yJueron introducidos en el acto a la hermosa saJa
en que la otra vez se celebr6 el banquete. Los caballeros estaban
tristes y apesadumbrados y el desgraciado rey Amfortas sufrfa mas
que nunca de sus heridas.
En cuanto vi6 a Parsifal, la alegrfa se pint6 en su semblante y
dirigiendose al heroe,
Ie dijo:
-Hace mucho, muchfsimo tiempo, que aguardo
tu venida.
Entonces Parsifal, en extremo gozoso,
Ie hizo la pregunta:
-lCual es la causa de tu sufrimiento, tfo?
La pregunta de la liberaci6n estaba hecha e inmediatamente
Amfortas se sinti6 sano, curado de sus heridas y
BU rostro brillaba
de extraordinario contento. Dio la mano a Parsifal y mientras sus
caballeros proferfan gritos de alegrfa, se quit61a corona y la puso en
man
os de su sobrino.
126 121

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EL BUQUE FANTASMA �
ACE muchos afios, que
un marino noruego 11a­
made Daland, navegaba
una tarde con rumbo a
su pueblo, despues de
un.
viaje afortunado.
Su coraz6n estaba hen­
chido ae alegrfa, pues
iba a ver de nuevo a
su hermosa hija Senta.
Mientras paseaba por la
estrecha cubierta de su
nave de vela, pens6 con
alegrfa:
-Est.a noche estare
ya en casa y podre abra­
zar de nuevo a
mi hija.
En cuanto cerro la noche, cl viento empez6 a silbar y mugir por
cn tre las velas blancas como la nieve; obscuras nubes se extendieron
por
el firmamento, ocultando las estrellas, y, muy pronto, se oy6 el
ruido
de espesa lluvia, al caer sobre cubierta.
-Es solamente una rafaga de mal tiempo -dijo el capitan & 1&
tripulaci6n-, y se ira con la misma facilidad con que ha venido.
131

Pero, a media noche, los silbidos del viento aumentaron. Los
mastiles se encorvaban a impulsos del huracan, y enormes olas alza­
ban sus crestas amenazadoras, animadas por la furia del viento.
Pronto comprendio Daland que no se
trataba de r:ifaga fugaz,
sino de tempestad verdadera, en que habrfa sido peligroso, si no im­
posible, continuar la navegacion hacia la costaerizada de rocas. De­
tras se hallaba
la arenosa bahfa en la que espero poder fondear aque­
lla rnisma noche. Con pena, por el retraso, dio las 6rdenes oportuna.q
para que recogieran velas. Luego cambi6 el rumbo del barco y mar­
ch6 en busca de abrigo a una
gra :~rcaverna rocosa. Allf podrfa aguar­
dar el buen tiempo.
-No recuerdo haber visto nunca tempestad tan subita y terri­
ble-dijo a los marineros.-EI cielo ayude a los que esta noche se
hanen
en alta mar. ,
Apenas habfa dicho estas palabras, cuando cay6
un rayo in­
mediatamente seguido de
un trueno horroroso. EI mar se ilumin6
un instante, yel timonel grit6:
-jBarco a la vista!
Daland corri6 a cerciorarse de la nueva y pudo ver las luces
de
otra nave que entraba en la cueva. Oy6 claramente las voces de
mando de su capitan y muy pronto
el barco recien venido estuvo
ancIado
cabe (1) el noruego.
La extrafia embarcaci6n parecfa muy combatida por la tem­
pestad. Tenfa las velas de color rojo de sangre y la tripulaci6n, en
aquel momento, las arriaba silenciosamente.
No se oia a bordo sonido de voces.
Nada indicaba en sus tripu­
lantes la alegrfa de haberse librado de los horrores de la tormenta.
EI navfo estaba fondeado, y, a su bordo, reinaba silencio absoluto.
Los marineros noruegos que se habfan apresurado a dirigir al recien
llegado palabras amistosas de bienvenida, se cansaron por
fin al
ver que no se contestaba a elIas.
Pero entonces el capitan salud6 a Daland y
Ie invit6 a pasar a
su bordo. Daland acept6 y en el camarote del extranjero permane­
d6 parte de la noche.
-He viajado mucho, he ido errante por mares lejanos y des­
conocidos-dijo a Daland.-Poseo gran riqueza de oro, plata y
piedraspreciosas, guardado todo
en cofresmuy bien ocultos entre los
tabiques de estos camarotes; pero toda mi ambici6n es
el descanso
y llegar a mi patria. jCon cuanto gusto darfa yo la mitad de mis
tesoros por hallar
una mujer que me amara verdaderamente y qui­
siera ser mi mujer! Quiero bus carla en N oruega porque, segun
ten­
go entendido, las mujeres de esta naci6nson hermosas y amantes.
l Que consejo me das, tU que conoces el pais, huen Daland?
(1) c..BE: Cerea, junto de.
Este se senUa atrafdo por los nobles modales del extranjero,
111(' era hombre de facciones muy correctas y bellas; mas de tan
l'fLlido semblant.e que parecfa de marfil. Sin embargo, 10 que sobre
Il,do fascinaba a Daland, eran los ojos de aquel hombre, ncgros y
IUH mas tristes que habfa vist.o en su vida,
Los del capitan noruego brillaron con alegrfa al oir que
BU in­
Il'rJocutor posefa tantas riquezas, e involuntariamente pens6 en BU
IlIjtL Senta.
-N0 clebo, noble extranjero, decir si nuestras muchachas son
c
umo 10 crees; pero tengo una hija en mi casa y, si quieres acom­
\" Lt\arme, por ti mismo podras juzgar de su belleza. .
El extranjero acept6 en seguida su
proposici611 y se despidieron.
I'l'ro Daland no pudo dormir pensando en las riquezas que en breve
It· pertenecerfan. Muchas veces habfa deseado hallar un marido
noble y rico para su hija y a la saz6n estaba loco de alegrfa, pensando
lue nunca
una tempestad habfa proporcionado tan buena fortuna Ii.
C,llLpitan alguno.
A la dorada luz del alba los dos barcos levaron anelas y dejaron
I') nbrigo que la caverna les proporcionara, tomando el rumbo del
IHleblo de Daland.
En 10 alto de uno de los dos acantilados, que como guardianes
I~ c1evabu.n a cada lado de la bahfa, se hallaba la casa de Daland.
Pequefia, blanca y bien abrigada de los vientos por los pinos que
(' redan en tre las rocas.
La madre de Senta habfa muerto cuando esta era pequefiita, y
1·1 marino, cuando miraba a su hija, Ie parecfa ver de nuevo a 18.
hr.l'mosa mujer que habfa amado tanto y que perdiera dieciocho
ILfios antes.
Durante sus largas ausencias pol'
el mar, Marfa, la vieja nodri­
Ul, de la madre de Senta, vivfa acompafiando a esta y cuidando la
('ILsa. En las interminables veladas de invierno, las muchachas del
IlUeblo se reunfan en la cocina, allado del hogar en que ardfan tron­
I'OS de pino y, mientras giraban las ruedas de sus Tuecas, Marfa les
relntaba algun cuento de Hadas, brujas y caballeros errantes, cuyos
hechos eran la delicia de todas aquellas j6venes.
-La nifia es muy aficionada a estas canciones antiguas -dijo
1111 dfa a Daland en son de queja-y su rueca se mueve perezosa
mientras ella canta. Este
no es modo de emplear bien el tiempo.
Pero
el padre ofa siempre estas quejas sonriendo.
-Dejadla hacer, dejadla hacer, Marfa---contestaba.-Senta
cs aun nifia. Ya vendra tiempo de hilar en cuanto Ie haya pasado
c
sta afici6n por los cuentos y las baladas.
Y, realmente, muy pocos hubieran tenido el valor de repren­
der
ala joven. Excepto cuando cantaba, su voz Be ofa fiUy poco y BU 132
133

graciosa figura se movfa silenciosamente por la casa y el jardin
Pero la afici6n favorita de Senta era permanecer en
el borde de.
acantilado y contemplar c6mo
el mar se agitaba a sus pies.
Alif iba para ver si llegaba
el barco de su padre, decia a Maria,
porque Senta imaginaba que
la anciana nodriza no la hubiera en­
tendido,
8i Ie explicaba la fascinaci6n que sentia contemplando el
mar y mirando el juego de la luz sobre las aguas.
Yen cuanto la tormenta se desencadenaba y los vientos rugian
levantando montaiias de agua que iban a estrellarse furiosas contra
el acantilado,haciendo retemblar la enorme roca y la casita de Sen­
ta, entonces
el tumulto del viento y del mar parecian entrar en las
venas de
la joven. Iba de una parte a otra de la casa, inquieta, sin­
tiendo deseos de ser gaviota para flotar en la ira del huracan.
En la pared de la cocina estaba colgado un retrato que desen­
tonaba un poco de los sencillos adornos de la casa. N adie sabia su
origen; pero Maria, que por su edad conocia un poco mas la historia
de la familia, afirmaba que
10 trajo un abuelo de Daland, tambi~n
marino, quiza procedente de algun naufragio.
-Y es un hombre que est& triste y tiene cara de malo -aiiadfa.
Estoy segura de que tuvo algo que ver con el diablo.
Y
despu~ de estas palabras, Marfa no dejaba de hacer la
sefial de la cruz y murmurar corta plegaria, rogando al cielo que
la guardara de semejante pecado.
Pero Senta, por
el contrario, estimaba el retrato, y sentia en
su coraz6n inmensa piedad por un dolor que parecfa
tan profundo.
Muchas veces, cuando Maria estaba ocupada, Senta iba a
contemplar
el retrato, con la imaginaci6n llena de ensueiios, tra­
tando de adivinar cuaI podria ser aquel pesar
tan hondo que en­
sombrecia el rostro del retrato.
Una noche de invierno, cuando la tormenta se desencadenaba
mas furiosa que de costumbre y la casa se estremecfa al choque de
las aguas contra la roca, Marfa relat6 a Senta Ia historia de un
hombre, cuya cara,
segUn pens6 la nina, pudiera haber sido como
1& del retrato colgado en la pared.
Era una historia del mar, de una noche de tempestad furiosa,
mucho tiempo atras, en que
un barco luchaba por doblar el cabo
de Buena Esperanza, aquel Cabo de tempestades
tan temido por
todoslos que navegan.
Una y otra vez el viento y el mar obligaban
a
la nave a. retroceder, y una vez y otra la c61era del capitan au­
mentaba,
y redoblaba sus esfuerzos para salvar el obstaculo. To­
da la noche estuvo luchando y cuando al apuntar el dia un mari­
nero fatigado se atrevi6 a preguntar al capitan:
-~N0 retrocedemos para ir a buscar abrigo en la baMa? - el
(~apitan, COIl los ojos centelleantes de ira, irritada la voz, grit6,
despu~s de proferir un terrible juramento:
-Doblare el Cabo de Buena Esperanza esta noche aun cuan­
do luego deba navegar eternamente. .
Y su deseo fue oido. Una voz burlona
Ie dijo al oido:
-En invierno y en verano, en las tempestades y en buen
tiempo, de noche y de dia, deb eras navegar, siempre deseando
el
descanso, aunque sea el descanso de la muerte; pero siempre obli­
gado a seguir adelante.
8610 tendras una esperanza: cads. siete
anos, al pasar cerca de tierra, si hallas
una joven que te arne hasta
In. muerte y quiera unir su destino al tuyo, entonces seras redimido.
Habfan transcurrido muchas veces los siete aiios, y
el rna de
tregua, con el corazon lleno de esperanza,
el capitan deseaba hallar
ala joven que debia libertarle de su destino;pero su anhelo qued6
siempre defraudado.
El
"Holand~sErrante," como Ie llamaban, era muy temido por
los marinos, porque la mala suerte y las tempestades venian siem­
pre despues
dehaberlo hallado en alta mar.
A Senta le -gustaba mas esta historia que ninguna otra, y, en
10
profundo de su coraz6n, habrfa deseado ser ella Ja mujer que con su
amor pudiera redimir al marino errante.
Pero ademas de la anciana Marfa,
otra persona gustaba poco
de las aficiones de Senta a las quimeras. Erick, joven cazador,
amaba a la muchacha desde
la epoca de la infancia, en que jugaban
juntos.
Era pobre y sabia que como Daland tenia otros proyectos
respecto a su hija, no consentirfa jamas en que se uniera a un pobre
eazador. Senta, por su parte, querfa al hermoso y valiente joven,
y tres dfas antes, Erick obtuvo de ella la promesa de que ninguna
otra persona en
el mundo mere ceria su amor. Lleno, pues, de espe­
ranzas, aguardaba impaciente la llegada de Daland para pedirle
la
mano de su hija.
Grande fue la alegria que produjo
la noticia de que el barco de
Daland, acompaiiado de otro,
entraba en la bahia. Las muchachas
del pueblo corrieron a la playa a
dar la bienvenidaa los viajeros,
mientras Senta y Maria preparaban abundante comida en la cocina.
-Hija mia, te traigo a un amigo a quien espero acogeras fa­
vorablemente
-dijo Daland despu~ de haber estrechado ala joven
entre sus brazos.
Y cuando Senta levant6 la cabeza abrazada aun a su padre,
el colordesapareci6 rapidamente de sus mejillas, sintiendosu coraz6n
invadido por la sorpresa y el temor, porque ante ella se hallaba
la
imagen viviente del retrato colgado de la pared. Aquel hombre,
con
el mas triste de los semblantes, estaba a su lado y en voz queda,
como fatigada, suplicaba se
Ie concediera hospitalidad.
134
135

-Me produce la impresi6n de que 10 conozco desde que naci­
dijo Senta a Daland, dando su mana al extranjero que Ia miraba
extasiado.
La comida fue alegre en extremo. Daland estaba muy regoci­
jado por hallarse de nuevo en su casa, y con gran placer se percat6
del buen recibimiento que Senta dispens6 al extranjero.
-Dejare que el mismo relate su
historia-se dijo-. Con una
joven como Senta,
el buen aspecto de mi nuevo amigo causara
mas impresi6n que mencionar sus riquezas.
Y sus ojos brillaban de jubilo cuando pensaba en la buena for­
-tuna que habla tocado en suerte a su hija.
-Conozco esta nave-dijo u'n anciano marinero que habia
venido de tierra a recibir a su
nieto-; es la del "Holandes Errante"
y tanto su capitan como su tripulaci6n se hallan bajo el poder de
Satanas. Dios quiera que tesoros de
tan mala procedencia no tien­
ten a Daland y de su hija a este maldito.
Y los marineros se estremecieron de terror al oir tal cosa.
Erick,
el cazador, que durante todo el dia habla estado en Is.
montana, lIeg6 al buque a tiempo para oir 10 que dijo el viejo mari­
nero. Desconsolado fue a tierra en busca de Daland, para s.visarle
de la verdadera condici6n de su huesped.
En los acantilados divis6 s. Senta mirando hacia el mar con
ojos sonadores.
-lEs verdad, Senta-pregunt6-que te has prometid() con el
capitan extranjero?
-81, Erick-repuso la joven-. Toda mi vida 10 he estado
aguardando y ahora mi coraz6n me ordena que
10 siga por todo el
mundo.
-lYno recuerdas la promesa que me hiciste?-exclam6 irrita­
do
Erick.-lNo sabes que este hombre esta maldito y que el mar
y la tierra Ie niegan un asilo por haber hecho pacta con el diablo?
jTu amor
es mlo! S610 han pasado tres dias desde que me dijiste
que a nadie concederias
tu amor, y ahora reclamo tu promesa.
Erick cogi6 las manos de Senta para atraerla hacia
sf. AI ha­
cerlo, una sombra
se adelant6 desde un rinc6n de la roea y se oy6
una voz lIena de tristeza exclamar:
-jTu tambien eres falsa; estoy perdido sin remedio!
Era la voz. del capitan extranjero, que ech6 a correr hacia la
playa gritando:
-jAI mar! jAl mar! jA navegar de nuevo!
Y mientras subia a bordo, las velas rojas fueron izadas por la
fantastica tripulaci6n, y
el barco empez6 a navegar.
Senta permanecio inm6vil durante un minuto, aterrada por las
tristes palabras de su prometido; pero pasado su estupor grit6:
-jNo te vayas! lSoy tuya tan s610 y te sere fiel hasta Itt
muerte!
Pero el capitan no ola nada. Las rojas velas de la nave se ha­
bian hinchado y a impulsos de la brisa y sobre las aguas, empezaba
a dibujarse la estela de su marcha.
Senta dirigio una mirada de despedida a la blanca casita, al
jardin en que durante toda su vida habia morado y al valiente ca­
zador que
aUn permanecia a su lado. Luego echo a correr por las
rocas hasta lIegar al sitio en que terminaban formando precipicio y
gritando:
-iYa vengo!-se arroj6 a las aguas.
AI caer, un rayo de luz sali6 de las nubes que cubrian el cielo
del crepusculo, y los que miraban aquella escena, vieron desapare­
cer el buque fantasma, mientras lasimagenes de Senta yel "Holandes
E
rrante," con las manos entrelazadas, ascendian por un rayo de sol,
hacia las glorias celestiales.
136
187

HERMANN Y DOROTEA
(Todala ciudadsali6ese dfa a la carreterapara verunacaravana
de proscritos.EI mesonero de El Leon de Oro no podia presenciar el
infortunio de esa gente que abandonaba las fertiles praderas de
allen de el'Rhin, devastadas por la guerra; pero su mujer escogi6
algunas piezas de ropa usada, provisiones y bebidas, y mandaron a
su hijo
Hermann que las repartiese entre los proscritos. Mientras
tanto, ella y su esposo esperaban el regreso de sus
vecinos-el Pastor
y el boticario-para ofrles comentar tan desgraciado suceso).
HERMANN
Al penetrar en la sala el gallardo mancebo, dirigi6le el pastor
una escrutadora y penetrante mirada, observando su porte y su
semblante, como quien lee facilmente en una fisonomfa.
-Volveis muy cambiado~fjole luego amistosamente y son­
riendole-. N unca os vi la cara tan alegre, ni tan viva la mirada.
Volveis contento y sereno; se conoce que habeis distribuldo vues­
tros dones a los pobres y recibido sus bendiciones.
-Ignoro sihe hecho una acci6n digna de alabanza, contest6
el joven con calma y seriedad; pero mi coraz6n me ha obligado a ·
hacerla tal como voy a contaros. Mucho habeis buscado, madre,
para encontrar y escoger la ropa usada;
tarde estuvo listo el paque­
te,
y el vino y la cerveza fueron, tambien, lenta y cuidadosamente
embalados. Cuando, por fin, sall de la ciudad
y gane la carretera,
14l

encontre la muchedumbre de conciudadanos, mujeres y nifios, que
volvfan, pues el cortejo de los desterrados estaba
ya lejos. Acelere
el paso a mis caballos y
cord al pueblo, donde oi decir que debfan
hacer alto y pasar la noche. Como en todo el trayecto,
continu~
caminando por la carretera, cuando descubrf, a mi frente, un carro
de s6lida construcci6n, arrastrado por los dos mas hermosos y fuer­
tes bueyes que he visto de procedencia extranjera. AI lado del
carro marchaba con paso firme
una joven dirigiendo con una larga
varita el poderoso tiro, acelerandolo, parandolo, conduciendolo en
fin con rara habilidad. Luego que me vio, acerc6se tranquilamente
a mis caballos y me dijo:
-No siempre hemos vivido en la miseria en que nos veis hoy
por este camino, ni estoy acostumbrada todavfa a implorar la
limoB­
na al extrano, que muchas veces la da de mala gana y para desem­
barazarse del pobre; pero la necesidad es la que me obliga a hablar.
Aquf, echada en la paja, la esposa del rico hacendado
acaba de dar
a luz; la he salvado con grandes cuidados. Llegamos mas tarde
que los otros y temo que no podra sobrevivir a su infortunio. EI
recien nacido esta desnudo en sus brazos, y los nuestros poco podrfan
hacer
para socorrernos aunque los encontrasemos en el pueblo cer­
cano, donde hoy pensamos descansar; me temo no obstante que
ya habran partido. Si sois de estas cercanfas y teneis algo de ropa
de que podais prescindir, dadlo
en caridad a estos pobres.
Asf dijo. La pobre mujer, horriblemente palida, incorporada
con
gran esfuerzo en la paja, me miraba con fijeza.
--Verdaderamente, conteste,
un espfritu divino habla frecuen­
temente a las buenas almas
para hacerles sentir la desgracia que
amenaza a sus pobres hermanos.
Asf Ie ha sucedido a mi madre,
quien presintiendo vuestro dolor, me
ha entregado un paquete para
ofrecerlo a la desnuda indigencia.
Diciendo estas palabras, deslie los nudos del cord6n y entregue
a la muchacha la
bata de mi padre; Ie di tambien las camisas y las
sabanas. Di6me las gracias con grandes transportes de alegrfa y
exclam6:
-Los dichosos no creen que sucedan todavfa milagros y, sin
embargo, en el infortunio se conoce la mano de Dios que conduce a
los buenos hacia las bellas acciones. iDios quiera devolveros
el
mismo bien, que EI nos hace por vos!
Mientras, vefa yo a la enferma, palpando con alegrfa las diver­
8aB ropas, sobre todo la suave franela de la batao
-Apresuremonos, Ie dijo la muchacha, a llegar al pueblo donde
nuestra gente
ya descansa y pasara la noche. Allf preparare en se­
guida los panales del nino.
Me salud6 una vez mas, me dio las mas expresiva.s gracias,
luego aguijoneo los bueyes y el carro siguio su camino. Me pare,
reteniendo mis caballos, pues dudaba entre dos ideas.
lDebia seguir
rapidamente hacia el pueblo y repartir las provisiones a los demas
desterrados 0 entregarselo
todo a la muchacha para que con mayor
rrudencia ella los distribuyera?
Me decidf de pronto, la seguf y,
n.lcanzandola, me apresure a decirle:
-Buena muchacha. Mi madre no ha puesto solamente en mi
:u,rruaje ropa
para vestir a los necesitados; ha puesto tambien
provisiones y bebidas, de las que tengo en abundancia en los cajones
rlcl coche. Pero ahora quisiera poner todos estos dones en tus manos.
De esta manera cumplirfa mucho mejor mi encargo, por que tu
repartiras con inteligencia y yo me verfa obligado a hacerlo al azar.
-Distribuire vuestros clones con entera fidelidad. iCmintos
pobres regocijareis con ellos!
-me contest6.
Abrf en seguida los cajones del coche, saque los pesados jamo­
nes, los panes, las botellas de vino y de cerveza, y se
10 di ,todo;
mas hubiera querido darle, pero
ya los cajones quedaban vacfos.
Pusolo todo en su carruaje, a los pies de la pobre mujer, y prosiguio
l:IU camino. Yo tome con mis caballos el camino de la ciudad.
En cuanto concluyo Hermann su relacion, el hablador botica­
rio tomo en seguida la palabra y exclam6:
-iCuan dichoso es, en estos dfas de destierro y de dolor, el
que vive solo en su casa y no ve a su mujer y a sus hijos apretarse,
con angustia, a su alrededor!
Me siento feliz ahora. No quisiera,
ui con mucho, ser hoy padre de familia y tener que temer por mi
mujer y mis hijos. A menudo he pensado en la hufda y he recogido
mis mejores efectos; la
plata antigua y las cade:r;tas de mi difunta
madre, que
aun conservo. A pesar de todo, serfa preciso abandonar
muchas cosas diffciles de reemplazar. Echaria mucho en falta mis
plantas y rafces medicinales, recogidas con grandes cuidados, aun­
que su valor sea poco; pero, dejando en casa a mi dependiente,
marcharfa sin ninglin temor. Si salvo mi dinero y mi persona
ya
csta todo salvado. Un hombre solo se escapa como un pajaro.
-No soy de vuestro parecer, vecino-replic6. el joven Her­
mann con
energfa-, y no puedo aprobar vuestras palabras.lEs
hombre digno el que en la desgracia y en la fortuna no piensa mas
que en sl, que no com
parte con nadie sus alegrfas ni sus penas y
cuyo corazon no
Ie impulsa a ello? Hoy mas que nunca me decidirfa
a casarme, pues muchas j6venes tienen necesidad de
un hombre que
las proteja, y los hombres de
una mujer que los consuele, cuando
les amenaza alglin peligro.
-Me gusta ofrte hablar asf-, dijo el padre 80nriendo asu hijo.
-Pocas veces has pronunciado palabras tan acertadas.
-Hijo mfo -Be apresuro a interrumpir la buena madre-, tus
142
143

padres te han dado el ejemplo. No fue en dfas de fiesta en que no"
prometimos;
muy al contrario, la hora mas triste nos uni6. Un
ilia antes habfa estallado aquel formidable incendio que redujo a
ceniza nuestra pequena ciudad...... hace de esto veinte anos.
-La idea de nuestro hijo es digna de alabanza -contest6
vivamente el padre-, es muy cierta tambi~n, querida esposa, la his­
toria que con taste ; asf, exactamente, fue como sucedieron las cosas.
Pero siempre
10 mejor es preferible. No Ie ocurre a todo el mundo
el empezar la vida y la fortuna des de
el primer momento; tampoco
todo el mundo
estS. obligado a angustiarse tanto como nosotros.
jOhl
jQu~ feliz es el que recibe de sus padres una casa ya bien pro­
vista y que
el no tiene mas que enriquecerl Todo principio es esca­
broso y mas que ninguno
el de una familia. Son muchas las nece­
sidades y todo encarece mas cada dfa. Debe, pues, el hombre po­
nerse en condiciones de
ganar mas dinero. Por tanto espero de ti,
querido Hermann, que traeras pronto a casa
una muchacha hermosa
y bien dotada, pues un bravo mozo merece
una joven rica. jEs tan
agradable ver llegar, junto con la mujercita deseada, cofres y ca­
nastas de utiles regalosl
No en vano, durante muchos anos, la ma­
dre prepara en abundancia
para su hija el fino y s61ido lienzo; no
en vano los padrinos
Ie regalan objetos de plata y el padre pone
aparte en su alcancfa la escasa moneda de oro, pues su hija debe
agradar, alglin dfa, con sus bienes y regalos, al muchacho que la
ha
escogido entre todas. Si, yo s~ cuan dichosa se encuentra en su casa
la mujercita, cuando mira sus propios muebles en
la cocina y en las
habitaciones; y cuando ella misma
ha proporcionado la ropa de
mesa y cama.
No quisiera ver en casa mas que una esposa. con un
buen dote; la mujer pobre a.caba por ser odiosa a su marido; se
mira como a una criada que ha entrado con un pequeno !fo. Los
hombres nunca son justos; el tiempo y el amor pasan.
Sf, Hermann
mio, ttl alegrarfas mucho mi vejez si trajeras pronto a casa
una
nuerecita del vecindario, de aquella casa verde. El padre es rico,
su comercio y sus fabricas prosperan de dia en dfa. (jEn que no
gana el comerciantel) No tiene mas que tres hijas y seran las unicas
que se repartiran sus bienes.
La mayor s~ ya que estS. prometida;
pero la segunda y la pequena estS.n libres, aunque quizas no
10 esMn
por mucho tiempo.
Si yo hubiese estado como ttl, no hubiera vaci­
lado; hubiera ido a buscar
una de estas muchachas, como me lleve
a
tu madre.
-En verdad -contest6 el hijo modestamente a las instancias
de su padre--mi deseo era, como el vuestro, escoger por esposa a
una de las hijas de nuestro vecino. Nos hemos criado juntos, hemos
jugado much as veces en la fuente de la plaza y a menu do las he
defendido de las travesuras de los chiquillos. Hace de esto
ya mucho
U4
tiempo. Las muchachas ya mayores quedabanse juiciosamente en
BUS casas y rehufan nuestros revoltosos juegos. Han recibido buena
educa.ci6n; por complaceros he ido algunas veces a visitarlas como
antiguas amigas, pero nunca me
ha gustado su comparua; siempre
tenfa que sufrir sus burlas.
Mi chaquet6n era excesivamente
largo, la ropa
muy ordinaria y el color muy vulgar; mis cabeHos
(>,staban mal cortados y peor rizados. Por fin, quise hacer como
esos dependientes que
iban a su casa los domingos y que en verano
Be pavonean con sus trajes de seda, pero repare que se burlaban
siempre de mf y
me senU molesto; mi dignidad qued6 ofendida.
Sin embargo,
10 que me mortificaba mas todavfa era no ver reco­
nocida la
buena voluntad que les tenfa; sobre todo a Minette,
la mas joven.
Fui a visitarlas, la ultima vez, por Pascua; me habfa
puesto el
traje nuevo, que ahora tengo colgado en el armario, e iba
peinado y rizado como ]os demas. Cuando entr~, se echaron a reir;
pero no cref
que fuera yo la causa. Minette estaba tocando el cla­
vicordio. Su padre, satisfecho y de buen humor, se complacfa oyendo
cantar a su hija. Las canciones tenfan muchas palabras que yo no
entendfa; pero
of repetir a menudo Pamina y otras veces Tamino.
No quise, sin embargo, quedarme mudo. En cuanto concluy6, pre­
gun~ que signi,ficaban aquellas palabras y qui~nes eran aquellos
persona.jes. Todo el mundo se caHaba y sonrefa
hasta que al fin
me dijo el padre: lVerdad, amigo mfo, que no conoces mas que a
Adan y Eva? Entonces nadie se aguant6 mas; las muchachas se
echaron a refr, los muchachos igualmente y el padre tenfa que sos­
tenerse el vientre con ambas manos.
En mi confusi6n se me cay6 el
sombrero y las risas continuaron a pesar de sus juegos y sus cantos,
Me apresure a volver a casa, vergonzoso y disgustado; coloque
el
traje en el armario, alis~ mis cabellos con los dedos y jure no
volver
mas a esa casa. Hice bien, pues son vanidosas e insensibles
y he oido decir que en
su casa no me llaman mas que Tamino.
-Hermann -contest6 la madre-, no debieras estar tanto
tiempo enfadado con estas muchachas, pues todas son muy ninas
todavia.
La verdad es que Minette es buena y siempre te ha tenido
afecto.
El otro dia me pregunt6 por ti. Debieras fijar en ella tu
elecci6n.
-N0 s~, replic6 el hijo titubeando; esta pena me dej6 una im­
presi6n
tan profunda que, verdaderamente, no podrfa volverla a
ver en el clavicordio, ni escuchar sus canciones.
~yendo esto, dijo el pad~ violentamente, me complaces
muy poco. Te he dicho varias veces, al ver que no te gustaban mas
que los caballosy el trabajo: Haces 10 que puede hacer el criado
de
un hombre rico; yen tanto me yeo abandonado de un hijo que
podria honrarme a los ojos de mis conciudadanos.
Tu madre me
14:5

enganaba, con vanas esperanzas, cuando no podfas llegar a aprender
en
10. escuela, a leer y a escribir como los demas ninos, ocupando
siempre
el Ultimo sitio. Esto es 10 que sucede cuando un muchacho
no deseainstruirse y
el sentimiento del honor no domina en su cora­
z6n.
Si mi padre hubiera hecho por mf 10 que yo contigo, si se me
hubiera mandado a
10. escuela y dado maestros, hoy serfa otra cosa
que mesonero del Le6n de Oro.
Entre tanto, el hijo Be habfa levan­
tado y se acercaba en silencio a
10. puel'ta. Grit6le entonces el padre
irritado:
-Vete, vete, conozco tu cal'acter. Vete, continua trabajando
para
10. casa para que no tenga que reganarte; pero no pienses traer­
me por nuera una campesina 0 una palurda. He vivido-mucho y
se
tratar a las gentes; serecibir a los caballel'osysenoras para quese
vayan satisfechos de mi casa,
se hacm·me agradable a los extran­
jeros; pero quiero que mi nuera me guarde todas las atenciones y
que aminore mis grandes fatigas, quiero que
me complazca tocando
el clavicordio, y quiero, por fin, que el gran mundo y 10. buena socie­
dad se reunan gustosos en
mi casa, como hacen los domingos en 10.
de mi vecino.
Entonces Hermann, levantando suavemente
el pestillo, sali6
de la sala.
(Mientras los senores discutfan,
10. madre fue en busca de
Hermann.
Lo encontr6 lleno de inquietudes, recostado a 10. sombra
de un gran peraI. Querfa
ir a la guerra, salir de su casa mon6tona;
pero
10. madre, ganando carinosamente la confianza del hijo, supo
10. causa verdadera de tan extranos sentimientos: Hermann amaba
a la proscrita que
Ie pidi6 socorro.
Refunfunando,
el padre permiti6 a Hermann que saliese a
buscarla; pero
el Pastor y el boticario deberfan inquirir primero
su procedencia, calidad y virtudes.
As{, los tres se trasladaron al
pueblecillo donde iban a pasar la noche los de la caravana;
s610
que Hermann prefiri6 esperar a sus amigos en 10. carretera. Regre­
saron enos sumamente complacidos de las alabanzas que
cl an ciano
juez, las . mujeres, los ninos, todo
el cortejo en fin, prodigaron a 10.
bella proscrita. Sin embargo, Hermann parecfa triste: ;,C6mo
podrfa
una mujer buena y hermosa, en la £lor de 10. edad, no haber
dado
yo. su coraz6n a un hombre digno? Hermann suplic6 a sus
vecinos que regresasen a la ciudad en
el coche. EI volveda, mas
tarde, a traves del campo).
DOROTEA
Como
el caminante, que antes de 10. puesta del sol dirige sus
miradas, una vez mas,
801 astro pronto a desaparecer, y ve flotar lue­
go su imagen en el bosque sombrfo, sobre las crestas de las rocas;
como donde qui era que mire, acude
el sol y brilla y fluctua con
magnfficos colores, ssf
10. imagen de 10. bella extranjera se deslizaba
suavemente delante de Hermann y
pareda seguir el camino de entre
los trigos. Despert6se, sin embargo, de este sorprendente sueno y
se dirigfa lentamente hacia
el pueblo, cuando se sorprendi6 nueva­
mente, pues avanzaba,
otra vez, a su encuentro, 10. noble figura de 10.
admirable doncella. Observ6 atentamente; no eran apariencias.
Era ella misma que lIevaba en las manos dos jarras de asa, una
mayor que otra, y andaba con presteza hacia
10. fuente. Hermann
se adelant6, gozoso, a su encuentro; su vista
Ie infundi6 fuerza y
valor, y habl6 en estos terminos:
-Te encuentro otra vez, virtuoso. joven, ocupada en llevar
socorro al pr6jimo y complaciendote en aliviar a tus hermanos.
Dfme, lPor que vienes sola a esta fuente lejana, teniendo otras cerca
del lugar? Sin duda ests. tiene
una virtud particular y gusto agra­
dable, y
me figuro que se la llevas a aquella enferma que salvaste
con tus asiduos cuidados.
-Mi excursi6n a la fuente -dijo la j oven , despues de salu­
darle graciosamente-, queda
ya compensada, pues que me encuen­
tro
0.1 hombrecaritativo que tantas cosas nos dio. La presencia del
donante es tan agradable como los dones. Pues bien, venid y ved
por vuestros propios ojos quienes han sido los que se han aprove­
chado de vuestra liberalidad,
y recibid las gracias de los desgracia­
dos que aliviasteis. Pero, para enteraros antes del por que he venido
a; esta fuente que sin cesar mana tan pura, os dire que, con impre­
visi6n, los hombres han enturbiado toda
el agua del pueblo, hacien­
do patear a sus caballos y bueyes,
0.1 atravesar el manantial que
surte a sus habitantes. Lavando su ropa han ensuciado todas las
pila..'l y fuentes del lugar, pues cad a cual s610 piensa mas en proveer­
se
de 10 necesario prontamente, sin acordarse del que viene detras.
Hablando asf, habfan llegado al pie de los anchos escalones y se
sentaron en la pequena pared que rodea
el manantial.
Inclin6se sobre
el agua para tomarla, y el, cogiendo la otra jarra,
hizo
10 propio. Entonces vieron sus imagenes, reflejadas, balancear­
146
147

se e~ el azul del cielo, hacerse senas y saludarse amistosnmente en el
espeJo.
-Dejame beber, dijo alegremente cl muchncho.
Present6Ie ella
In jarra y df,scnnsnron luego los dos familiarmen­
te apoyados sobre las cantaras.
-Dime, dijo por fin ella a su amigo: lPor que te encuent.ro
aquf, sin carruaje ni caballos y Iejos del sitio donde antes te vi?
l C6mo has venido? ..
Pensativo, Hermann permanecia con los ojos fijos en el suelo.
Levant610s Iuego tranquilamente, mirandola y fijandolos en
los de
ella, y sinti6se tranquilo y confiado. Sin embargo,
Ie era imposible
hablar de am or a la cxtranjera. Los ojos de
In muchacha no expre­
saban amor, sino
una gran pruden cia que obligabn a hablar con
sentimiento.
Se sobrepuso por fin, y dijole cordialmente:
-Dejame hnblar, hija mfa, y contestar a tus prcguntas. POI'
ti he venido. lA que esconderlo? Vivo feliz allado de mis padrcs,
a quienes ayudo, fielmente, a gobernar nuestra casa y nllcstros bie­
nes. Soy hijo unico y nuestros trabajos numerosos. Yo cultivo
Ia
tierra, mi padre gobierna con asiduidad Ia casa, y mi Iaboriosa ma­
dre cuida de conservar el orden domestico. Sin duda, habras ob­
servado que los
criadoB, molestando a su ama con su infidclidad,
Ia obligan a cambiar y a trocar defecto por defecto. Asi, pues, mi
madre deseaba desde hace tiempo, para
BU casa, una muchacha que
Ie ayudase no solamente con sus brazos, sino con el coraz611, y reem­
plazase
ala hija que tuvo 1a desgracia de perder, siendo muy joven.
Cuando te
vi en el carro demostrar tanta destreza, cuando he vis to
la fucrza de
tu brazo y tu perfecta salud, cuando oi tus atinadas
palabras, corn a casa, muy sorprendido, para hacer a mis padres
y amigos el elogio que merece la extranjera. Ahora vengo a expo­
nerte su deseo y
e1 mfo . . . . Perdona mi turbaci6n .. ..
-Acabad sin temor, contest6 ella. No me of en de is: os he es­
cuchado con agradecimiento.
Hablad sin rodeos; Ia palabra no me
asusta. Deseais tomarme como sirvienta de vuestros padres, para
cuidar de vuestra casa, bien sostenida hasta ahora, y creeis
enCOIl­
trar en mf una muchacha diligente, habituada al trabajo y de ca­
racter bondadoso. Vuestra proposici6n
ha sido buena, fuerza es que
mi respuesta
10 sea tambien. Ire con vos, obedeciendo al destino
que me llama. Mi deber queda cumplido.
He conducido a la enfer­
rna cerca de los suyos que, contentos de su salvaci6n, se hall an
ya
reunidos. Todos estan persuadidos de que pronto volveran a su
patria. EI desterrado acostumbra a hacerse siempreestas ilusiones;
pero yo
no me engano con esa frivola esperanza, en dfas tan tristes,
que prometen ser muchos mas aun. 'Pues los lazos del mundo estan
ya rotos lquien podra apretarlos, sino las llItimas desgracias que nOB
148
nmenazan? Si puedo ganarme la vida como sirvienta en casa de un
hombre respetable, bajo la vigilancia de una buena ama, 10 hare
gustosa;
una muchacha errante goza siempre de dudosa reputaci6n.
Os seguire, pues, en cuanto haya devuelto las jarras a mis amigos y
recibido las bendiciones de aquellas buenas gentes.
Hermann escuch6 con alegria la reso1uci6n de la joven y se
pregunt6 si no debra, ahora, revelarle la verdad; pero
Ie pareCi6
mejor dejarla en
e1 engano, conducir1a a BU casa, y unicamente allf
buscar su amor. ,Ah! ,Vefa un aro de oro en
e1 dedo de la extranje­
ra! . . . . No quiso, pues,interrumpirla ysigui6 escuchando con aten­
t.o ofdo.
-Volvamonos, continu6.
Se critica siempre a las muchachas
que estlin mucho
rato en 1a fuente. iY, sin embargo, es tan agrada­
hie charlar cerca del bullicioso manantial!
Se levantaron y miraronse los dos,
una vez mas, en la fuente,
y un dulce pesar se apoder6 de ellos.
Entonces ella, sin decir nada, tom6 las dos jarras por
e1 ass.
y subi6 los escalones, mientras Hermann, siguiendola, Ie pidi6 una
de las jarras para aligerar su peso.
-Dejad, dijo ella, la carga igualada es mas facil de llevar.
Y
el dueno que mas tarde ha de mandarme no debe servirme. No
me mireis tan seriamente y como si mi suerte fuese digna de com­
pasi6n.
La mujer, desde muy pronto, debe acostumbrarse a servir
Regun su destino, pues s610 sirviendo se llega por fin a mandar y a
poseer
1a merecida autoridad que en e1 hogar Ie pertenece. Desde
pequena, sirve a su hermano y a sus padres, y
durante toda su vida
no cesa de ir y venir, de llevar, preparar y trabajar para los de­
mas.
Muy dichosa es, si de esta manera se acostumbra a no encon­
trar ningl1n camino demasiado penoso.
Asf hablando, habfa llegado, a1 traves de los jardines, con 8U
si1encioso companero, hasta 1a era de 1a granja, donde descansaba
Ia enferma a quien habfa dejado contenta entre sus hijos. Entraron
ambos, mientras por e1 otro lado apareci6, al mismo tiempo, el juez,
con
un nino de cada mano. Su madre desolada, hasta entonces no
supo que habfa sido de ellos, y
e1 anciano habfalos encontrado entre
la multitud. Llegaron salta.ndo de alegria, saludaron a su buena
madre y se regocijaron con la vista de su hermano, su nuevo cama­
rada. Luego se echaron encima de Dorotea y
Ie saludaron amis­
tosamente, pidiendo1e pan y fruta, pero
ante todo, que beber. Ofre­
ci6 agua a todo el mundo. Saciaronse todos y elogiaron tan excelente
agua.
Era algo acida, refrescante y muy higienica.
--Amigos mios, dijo entonces la joven, mirando10s seriamente.
Esta es, me figuro, la ultima vez que presento la jarra a vuestros
labios,
para refrescarlos. De ahora en adelante, cuando durante el
149

calor del dia bebais la salutffera agua, cuando encontreis bajo Ie.
sombra el descanso y el puro manantial, acordaos de mf y de los
afectuosos servicios que
os he prestado, mas como amiga que como
parienta. Del bien que
me habeis hecho me acordare toda mi vida.
Os dejo con sentimiento; pero hoy cada uno de nosotros es para los
demas mejor
una carga que un alivio. Ved al joven a quien debei~
todos aquellos presentes, los pan ales del nino y las bienvenidas pro­
visiones; viene a alquilarme, desea tenerme en su casa, para
qUl"
sirva a sus buenos y ricos padres. No rehuso, pues una muchacha
esta siempre Hamada a servir y seriale molesto quedarse ociosa en
cas a y verse servida. Le seguire, pues, gustosa. Parece ser un joven
prudente, y sus padres seran, a
no dudarlo, tal como deben de sel"
los ricos. jAdi6s, pues, querida amiga! jQue este hijo, Heno de vida,
que fija en vos su inquieta mirada, labre vuestra felicidad! Cuando
10 estrecheis en vuestro seno con estos panales de colores, acordaos
del hombre que
os losdio y que ahora dara a vuestra amigaalimento
y vestido. Y vos, excelente hombre, anadi6, volviendose hacia
el
juez, sed bendecido por haberme servido de padre en mas de una
ocasi6n.
Arrodill6se luego delante de
Ia buena mujer, bes6 su rostro
Heno de lagrimas y recogi6 el dulce murmullo de su bendici6n.
-Mereceis, amigo mfo, dijo el venerable juez, ser contado
entre los hombres practicos, atentos siempre a procurarse personas
de merito para administrar los quehaceres de la casa. A menudo
he visto que se examina cuidadosamente a los bueyes, a los caballos
y al ganado que se quiera vender
0 cambiar, mientras que el azar
es
el que proporciona a quien se conHa Ia casa. Pero vos sois hombre
habil
y habeis tornado para serviros y servir a vuestros padres, una
persona virtuosa.
Tratadla bien, pues tanto tiempo como sirva en
vuestra casa, no sentireis la necesidad de tener
una hermana, ni
vu{,,stros padres una hija.
En esto llegaron algunos pr6ximos parientes de la enferma,
la trajeron diferentes cosas y
Ie anunciaron mejor morada. Supieron
todos la resoluci6n de la joven y bendijeron a Hermann con ojos
expresivos, mientras comunicabanse sus secretos pensamientos y se
decian al oido: "Si de su dueno pasa a ser esposo,
ya tiene labrada
su fortuna."
Partamos, dijo Hermann, tomandola de
Ia mano. EI dia decli­
na ya y Ia pequena ciudad esM distante.
Entonces las mujeres, cuya charla
se animaba, abrazaron a
Dorotea. Hermann la arrastraba, mientras ella encargaba todavfa
su despedida a los amigos ausentes. Los ninos, gritando y llorando
desesperadamente, se colgaban de su ropa y no querfan dejar mar­
char a su segunda madre.
Algunas mujeres les impusieron silencio, diciendoles: Callaos,
ninos. Va a
~a vecina ciudad y os traerli buenmazaplin, que vuestro
hermanito
ha encal'gado para vosotros, cua.ndo, al traerlo una ci­
gUena, pas6 por delante de la confiterfa. Muy pronto, pues, la vereis
volver trayendoos los
hermoSOB cuernos dorados.
Los ninos dejlironla entonces partir, y Hermann
la. a.rrancaba
It duras penas de los 1l1timos abrazos y de los patiuelos que desde
lejos
lit saludaban.
(Cuando Hermann y Dorotea entraron a la casa, nadie se sor­
prendi6 de su presencia. El padre salud6 a Dorotea, diciendole fa­
miliarmente:
Hija mfa, yeo que Hermann demuestra tan buen
gusto como su padre. Siempre, en los bailes, mi pareja fue la mas
hermosa, y luego me case con la mas linda de las mujeres: vuestra
madrecita.
Poria novia se conoce el ca,rlicter del novio y se sabe
n.preciarlo justamente; pero, sin duda, poco tiempo necesitaste
para resolverte, por mas que, a decir verdad, no es muy penoso
seguir a Hermann.
Dorotea qued6 profundamente confundida, porque las palabras
del mesonero
Ie parecfan una burIa cruel. Antes de que Hermann
pudiese darle
una explicaci6n, ella se apresur6 a pedir disculpas.
Sin reflexiOIiarlo casi
-dijo-vine como criada pOl' amor a Hermann
con la esperanza de agradarle algun dfa; pero el saluda del padre
Ie descubri6 aus propios sentimientos y la llenaba de vergUenza­
Sin duda,
au pretensi6n era absurda. l C6mo pudo pensar que Her­
mann amal'fa a
una sirvienta?
Hermann no la dej6 continuar. Le dijo que sus padres saluda­
ban en ella a la no via
pOl'que como talla querfa. De manera que,
volviendo el jubilo a los corazones, ahf mismo celebr6 el
Pastor los
desposorios de Hermann
y Dorot.ea, loa perfectos amantes.)
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DE COMO SAN FRANCISCO SANO A 啎 
LEPROSO DE CUERPO V 䅌䵁 
L verdudero discfpulo de
Cristo, San Francisco
de
Asfs, viviendo en esta
miserable vida, ingcnia­
base con todas sus fuer­
zas en scguir a Cristo,
perfecto maestro; de
aquf sucedfa frecuentes
veces, que a quien
~l
sanaba el cuerpo, Dios
sanabale
el alma. Y por
eso, no solamente servfa
con gusto a los leprosos,
sino que, ademas, habfa
ordenado que los herma­
nos de su Orden, en sus
andanzas y
dE'-scanso por
el mundo, sirvieran a los leprosos por amor de Cristo.
En un con vento, cerca de donde vivfa entonces San Francisco,
los herman
os servfan en un hospital a los leprosos yenfermos. Y
habfa un leproso
tan impaciente y tan insoportable, que todos crefan
que estaba posefdo del demonio, porque maltrata.ba de palabra y
157

golpeaba brutalmente a quien Ie servia; y-lo que era peor-, blaa­
fem~baen modo tal, que no se encontraba quien 10 quisiera 0 pudiese
servIr.
Y sucedia que las injurias 0 villanfas propias, intentaban
108
hermanos llevarlas pacientemente para acrecer el merito de la pa.­
ciencia, mientras que, no pudiendo soportar sus conciencias las in­
jurias contra Dios, determimironse a abandonarle del todo; pero no
10 quisieron hacer hasta que se 10 dijeran ordenadamente a San
Francisco.
Y dicho que se
10 hubieron, fue San Francisco a aquelleproso
perverso, y, llegandose a el, salud61e diciendo:
-Dios te de paz, hermano mfo amadfsimo.
Respondi6
el leproso, reprochandole asperamente:
-lQue paz puede haber de Dios que me ha quitado la paz y
todo bien y me
ha hecho naco y maldiciente?
Y San Francisco dijo:
-Hijo, ten paciencia, porque las enfermedades del cuerpo nos
las
da Dios en este mundo para salud del alma, porque son de gran
merito cuando son llevadas pacientemente.
Respondi6
el enfermo:
-lY c6mo puedo llevar pacientemente lapena quesufro dfa y
noche? Y no estoy afligido unicamente por mi enfermedad, sino
que me la hacen peor
los frailes que me diste para que me sirvieran
como deben.
Entonces San Francisco, conociendo que este leproso estaba.
posefdo del espfritu maligno, fue a ponerse en oraci6n y rog6
a.
Dios devotamente por el.
Y hecha la oraci6n volvi6 a el, y dfcele asf:
-Hijo, quiero servirte yo, pues que no estas contento con los
otros.
-Placeme-dijo el enfermo-lPero que mas puedes hacer tu
que los otros?
Respondi6 San Francisco:
-Lo que ttl quieras hare.
Dijo
el enfermo:
-Quiero que me laves por completo, porque huelo tan fuer­
temente que yo mismo no
10 puedo sufrir.
Entonces San Francisco hizo en seguida calentar agua con mu­
chas yerbas olorosas; luego
Ie desnuda y comienza a lavarlo con
sus manos, mientras otro fraile tenfa
el agua. Y donde San Fran­
cisco tocaba con sus santas manos, dcsaparecfa la lepra y quedaba
la carne completamente sana.
Y
asf como empez6 a sanar la carne, empez6 a sanar el alma, y
viendo
el leproso que comenzaba a curar, comenz6 a tener gran
arrepentimiento de sus pecados y a llorar amargamente. De manera
que mientras
el cuerpo se limpiaba por fuera de la lepra por ellava­
torio de agua, el alma, dentro, se limpiaba del pecado por las la­
grimas.
Y estando perfectamente sana en cuanto al cuerpo y en cuanto
al alma, humildemente acusaba sus culpas, y
deda llorando en alta
voz:
-jAy de mi, que soy merecedor del Infierno por las villanias e
inJurias que hice a los hermanos y por la impaciencia y las blasfe­
nuas que he dicho!
158
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EL REV LEAR
OBERNABA la noble
Bretana
el anciano rey
Lear.
Gonerila, Regania y
Cordelia llamabanse sus
hijas. Casad as Goneri­
la y Regania con dos
opulentos duques, Lear
encontraba en la dulce
Cordelia
el descanso de
BU vejez.
Era Cordelia de apa­
cible caracter y de firme
transparente coraz6n.
Un dfa entre los afios
el rey Lear crey6 llega­
do el tiempo de abando­
narel trono. Su vejez
Ie dictaba tranquilidad y descanso en las fatigas.
Asf, pens6 dividir elreino entre sus tres hijas para que con sus esposos
gobernara cada
una. su parte. Pero como Cordelia permaneda
soltera, decidi6se a convencerla de que escogiera entre
el rey de
Francia y un noble duque que pretendfan su mano. El viejo rey
convoc6 solemnemente a sus vasallos para expresarles su deseo de
partir el reino entre sus tres hijas. Y anadi6:
163

-Antes de hacodo, 8610 de~eo 8auer eual de las LI'{~:; :;ie llt(~ pOI
mf mayor afecto. Quiero que mi recompcnsa t:!ca como tiU Cltl'iiio.
Y pregunt6 a Gonerila,
la hiju mayor, c6rno em cl lUnor qu"
hacia ~l senUa.
-Os amo-dijo Gone l'ilu,-mtisquealos goces de JO:'lOjOS, nub
que a nil libertad, mtis que a las rique ZtlH todn,fj de Ia tiernl.. Os 11m..
tanto como a mi vida, mi set/ud, mi belleza y rni hono/'. Ningullll
hija am6 a su
padre mas de 10 que yo os amo.
A cambio de sus pulabms di6lc cl roy una de laH mcjo/'cs partl'li
de su reino. Aquella de fCrtiles cam})ifias, de bosqu es umbrosos, UP
resonantes rios y dilatadas
pradcms.
En seguida prcgunt6 a au hija Regania.
-Gonel'ila ha hubhldo pOl' mf-dijo Rcgania-. Ella ha eneon­
trado en sus frases la expresi6n de
mi afccto; pom aun os quiero
mas porque yo no se de
otra felicidad que vuestro carino.
Satisfecho
el rey Le ar al oil' las pn.labras de BU segundlt hij!t,
Ie ofreci6 otru p arte de su reino pam que la gobernase eorno :mya.
Y volvi6se luego
lin,cia la predilectl1 Cordelia, y, eomo a Sill'!
hermanas, la inst6 a declamr en voz alta su ufocto tilial.
Cordelia, cuyo comz6n valla mas que sus palabms, per rnaneci6
en silencio.
-lQue tielles que decir?-pregunt6 el rey Lear.
-Nada, senor-rcspondi6 Cordelia.
-INada?-pregunt6 Learsorprendido.
-Nada-respondi6 dulcemente Cordelia.
Entonces
el rey, asombrado y colerico, Ie orden6 que hablarIL.
--Sois mi
padre-dijo Cordelia.-Me dfsteis vida, alimento, carino;
correspondo a cuanto os debo como
es justo; os obcdezco, os amo,
os honro.
No comprendo por que mis hermanas tomaron esposo, si
os amaball sobre todas las cosas, como dicen amaros. Cuando yo
me case,
el dueno de nil mano lIevara con ella Ill. mitad de mi carino,
Ill. mitad de mis cuidados, Ill. mitad de mis deberes. Nunca me Cfl,­
sarfa yo, como mis hermanas, si amara a mi padre mas que a nadie
en el mundo.
-lLo habeis dicho de cOl'az6n?-pregunt6 Lear con extra­
fteza.
-Sin duda, padre mfo.
-jTan jovell y sin alma ya!
-La mas joven, senor, pero la mas sincera.
Ciego de
rabia el rey Lear calific6 cruelmen te a su hij a. Y su
ceguera
10 llev6 al grado de desconoeerla, diciendo la que no la con­
sideraba mas tiempo como hija suya, que
el amor de ayer habfase
tranaformado en odio.
En cambio, dirigiendose a Gonerila y Re­
gania las dot6 con
Ill. mitad de su rei no, advirtiendoles que un mes
16~
vivirfa con cada una de elIas, puesa Cordelia no deseaba ver por mas
tiempo.
De este modo dividi6 el anciano rey Lear sus dominios y rique­
zas, conservando
para sf solo cien caballeros.
Los cortesanos permanecieron mudos y temerosos
ante la adi­
tud de su rey. 8610 uno de los nobles, elleal Duque de Kent, movido
par un deseo de humanidad y justicia, se atrevi6 a hacer
ver cuan
fuera de juicio obraba con la veraz Cordelia. Lear, cad a vez mas
coIerico, al oil' la defensa de Cordelia en los labios de su vasallo,
estuvo a punto de herirlo con su propia espada. Diffcilmente se
contuvo para haccrlu desterrar por siempre de Bretana.
Anunciaron los heraldos la presencia de los pretendientes a
Ill.
mano de Cordelia. Entraron el duque y cl rey de Francia. Enton­
ces Lear narr6les 10 sucedido, advirtiendoles que Cordelia, rica
pocus momentos antes, ahora s6lo tenia por dote su aborrecimiento.
El ambicioso Duque frances dijo a Cordelia:
-AI perder un padre habeis perdido un esposo.
Pero
el rey de Francia dijo a su vez:
-Te amo ahora como nunca, Cordelia. Mas enriquecida cuan­
to mas te empobrecen. Ven conmigo a reinar en mi coraz6n y en el
de la hermosa Francia.
8inti6se Cordelia renacer a
una nueva vida al oir las frases
del amoroso desinteresado rey de Francia, y, gustosa, acept6 el
ofrecimiento, partiendo
para Francia, entre las burlas de sus her­
manas.
Acompanado por los cien caballeros de su sequito, el rey
Lear
f'ie dirigi6 al castillo de su hija mayor, esperando una amable acogida.
Pero Gonerila, que frente a su padre habfa hablado no con su afecto
sino con su ambici6n,
10 recihi6 con impasible frialdad.
Pronto los criados del castillo fueron prevenidos por esta para
que no se Ie sirviera; para que, en cambio, Ie repitieran a cada
instante las molestias que causaba su presencia en el castillo. Y
mas
alln. fue la maldad de la hija ambiciosa, pues logro hacer ver
tt los caballeros que acompanaban a su padre, la necesidad de que
abandonaran su servicio.
S610 dos amigos £leles acompaiiaban al rey Lear en su desven-.
tura. Uno,
el bufon alegre y cuerdo, que en otro tiempo divertfa a
BU serlor diciendo agudezas y £lngiendo increfbles locuras. Otro, un
nuevo servidor llamado Cayo. El nuevo servidor era el duque de
Kent,
el defensor de Cordelia, que no se rc.'3ign6 a abandonar a su
reyen los peligros que habla previsto' al mirar la ambici6n de Go­
nerila y de Regania, y queocultando su nobleza y su nombre, habfa
merecido
otra vez la con£lanza del anciano.
165

Un dia un criado de Gonerila contest6 irrespetuosamente al rey
Lear. Entonces, Cayo
10 hizo salir, por la fuerza, de la estancia.
La hija mayor, enterada por el oficioso sirviente, olvidando que 01
of en dido era su padre, reclam6 a Lear el trato que daba a sus criados.
Y verti6 palabras insolentes que atravesaron
el coraz6n del viejo
rey, que
s610 pudo exc1amar:
-No hay mordedura que hiera como la ingratitud de una hija.
Y.sali6 del castillo de la hija ingrata, con la noche en
el coraz6n.
No eran
ya cien los caballeros que acompanaban a Lear. Tan
s610 el buf6n y un leal amigo 10 segufan en su camino hacia el castillo
de Regania.
Cayo habfase adelantado
para llevar 1a nueva. Tambien I a.
intrigante Gonerila habfa enviado un mensajero a su hermana pam.
que esta no admitiera a su padre en sus dominios.
Cayo reconoci6 al mensajero, reprochandole que se pres
tara a
servir la ins olen cia de una mujer contra la angustia de un anciano.
Se entabl6 la disputa. A las voces del cobarde sirviente acudieron
Regania y su esposo seguidos de los vasallos.
Al enterarse de 10
sucedido, Regania orden6 que Cayo fuese puesto en un cepo, a la
puerta del castillo como un vulgar ladr6n.
Entre tanto, Lear y sus amigos llegaron al castillo, quedando
sorprendidos al ver a Cayo prisionero. Cuando
el viejo rey supo
que era su hija la autora de la afrenta, su angustia creci6 sin lfmite.
Cayo, desde su prisi6n, pregunt6 al rey por que
s610 10 acompanaba
un caballero. EI buf6n, moviendo sentencioso los cascabeles de su
caperuza, cantO:
--9uien de tu oro ~e a!imenta
o slgue por con vemenCla,
en cuanto empiece a Hover
te dejara en la tormenta.
Esperando, Lear orden6 a los servidores del castillo que infor­
maran a sus amos de su Hegada. Pero Regania, advertida por su
hermana, present6 excusas pretextando una indisposici6n.
EI viejo Lear recibi6 la respuesta como una herida.
Un ruido de trompetas y tambores anunci6 la llegada de Gone­
rila, que deseaba unirse personalmente a su hermana para doblegar
a su padre.
De este modo, juntas Regania y Gonerila, descubrieron la mal­
dad de sus corazones, echandole en cara a su padre
10 que Hamaban
abuso de hospitalidad; y se mofaron de su fatiga y de su vejez.
Loco de dolor sali6 Lear del castillo, acompafiado por sus tres
amigoa.
EI
cielo, como aobrecogido de espanto an te tan gran des inj ua­
ticias, amonton aba nubes. Deshicieronse las nubes en furiosa Huvia;
el viento troc6se en huracan.
Gonerila y Regania sabian que
el rey su padre no encon trarla
refugio, mas indiferentes, dijeron: .
-EI s610 se debe
cuIpar. Dej6 su casa y ahora comprendera
su locura.
EI viejo rey y los amigos
fieles cruzaban los campos desiertos.
EI viento enmara
fiaba 10, blanca cabell era del rey, y la lluvia empa­
paba sus vestiduras; pero el caminaba bajo 10, tormenta, y su dolor
era mas fuerte que el comb ate del viento y d
el agua.
A
s! anduvieron, errando en la noche in terminable, azotados
por la furia del huracan.
EI buf6n esforzabasc en distraer los
obscu r~s pensamientos del
rey; pero a este la violencia de su desgracia empezaba a empafiar
la raz6n.
EI rey de ayer era, ahora,
un miserable que s610 acertaba a
hablar de 1
30 ingr30titud de sus hijas y que desafiaba la tempestad
como
si quisiera en su ruido ensordecer su dolo r.
Ya desfalledan de cansancio los amigos de Lear, cuando en con­
tearon una cabana m
iserable. En ella permanecieron el resto de la
terrible noche, hasta que, a la madrugada, la luz de una antorc ha
anunci6 la presencia de un hombre. Era un noble caballero que no
olvidaba los favores que debfa al rey y que se ofreci6 a Hevarlos
a u
na parte deshabitada del castillo. EI viejo Lear se dej6 conducir
alucinado, inconsciente
aun por la fuerza de su dolor.
Y hasta la manana pudieron encaminarso a
10, costa donde los
esperaba Cordelia que, avisada por un enviado
de Cayo, se apresu­
r6 a com partir con su padre, silenciosa, su tragedia. Los delicados
cuidados de Cordelia y un tranquilo
suei10 hicieron recobrar a Lear
las luces de
10, raz6n. Y entonces conoci6 la firme transparencia de
10, verdad de su hija. Pero hay que dc:::!confiar de 10, felicidad.
Si Cordelia habia trafdo consigo un ejercito, Gonerila y Regania
habfan arm ado los
suyos~ EI ejercito frances fue derrotado y prisio­
neros Lear y Cordelia.
Gonerila y Regania, dominadas par sus instintos, mandaron
asesinar a la dulce Cordelia. Y
el viejo rey, destrozada el alma,
desfalleci6 con
el cuerpo de 10, hija amorosa en sus brazos.
Asf muri6 el anciano rey de Bretalla que padeci6 10 increfble.
Los j6venes no veremos
10 que el vio, ni viviremos tanto.
166 161

LA TEMPESTA D �
N pasados tiempos vivia
en Milan, ciudad de
Ita­
lia, un duque llamado
Pr6spero. Ocupado en
el estudio de todas las
ciencias, dejaba
a. eu
hermano Antonio el cui·
dado de sus dominios.
Pr6spero
Ie deposit aba
su eonfianza crey~ndolo
tan noble y honrado co­
mo
~l.
Secretamente, Anto­
nio ambicionaba
el po­
der. Muy pronto pro­
yect6 una
traici6n, de
acuerdo
con el vecino
Rey de Napoles a quien hizo mil promesas si
Ie ayudaba a destronar
a su hermano Pr6spero y a convertirse en duque de Milan.
Una noche
el hermano traidor abri6 las puertas de la ciudad
permitiendo la entrada al Rey de Napoles y a su ejercito.
Los usurpadores, duenos de la ciudad, comenzaron sus crfmenes.
Abandonaron a Pr6spero y a su hija, la pequena Miranda, en una
embarcaci6n sin mastil, sin remos, sin velas; en una barea que has­
ta las ratas habfan abandonado por temor de caer al agua.
171

Antonio les nego vestidos y alimentos, porque esperaba que
Pr6spero y su hi
ja murieran de hambre 0 ahogados en el mar.
S610 un noble bondadoso, pensando en su terrible muerte, los
ayud6 secretamente. Aprovisiono la embarcaci6n, y, ademas, cono­
ciendo la a
ficion de Pr6spero al e studio, Ie cedi6libros inmejorables.
Las corrient
es y el viento maltrataron extraordinariamente el
buque abandonado . . Cuando las olas bar rfan la cubierta, Pr6spero
lloraba pensando en el peligro que corria la pequefia Miranda. Y
las
lU.grimas de Pr6spero eran tan amargas como el agua del mar.
Mi
randa, sin darse cue nta de la situacion, veia con regocijo las
olas y reia cad a vez que pasaban sobre su cabeza como
rapidol-l
caballos aereos. Afortunadamente el buque venci6 todos los obs­
Mculos, venci6 la furia del mar y fue a encallar en la playa de una
isla.
Crecian en la isla arboles de una altura increible.
Al pasar
hajo uno de ell
os, Prospero y Miranda oyeron fuertes gritos que
salian de un grue
so interminable pino. Las quejas eran tan desga­
rradoras que hacfan aullar a los lobos lejanos.
Pr6spero era no
s610 un sabio, sino tambien un mago. Con
ayuda de fuerzas sobrenaturales, abri6
el tronco del arbol que dej6
salir a
un hermoso genio llamado Ariel.
Ari
el explic6 a Prospero que, durante doce afios, habia estado
prisionero, victima del maleficio de una vieja
bruja que habia
muerto poco antes de su llegada. Y Ie sefial6 otros arboles que eran
tambien prisioneros. Pro spero libort6 a todos los genios que, como
Ariel,
Ie obedecieron en seguida.
La isla pareda desierta; pero pronto descubrieron a su unico
habitante,
el hijo de la bruja. Llamabase Caliban y era tan horri­
ble y torpe, que mas parecfa una bestia que un ser humano. Pr6s­
pero
trat6 de humanizarlo. Le ensefio los nombres del sol, de la
luna y mil cosas mas. Pero Caliban era desagradecido y salvaje,
por
10 cllal Prospero no pudo tratarlo de buen modo. Asi, fue au
esclavo, obligandolo a cortar lefia, a encender el fuego y a habitar
la obscura cueva en vez de la gruta que ocupaban Pr6spero y Mi­
randa.
Crecio Miranda en aquella isla desierta.
La nifia se transformo
en mujer. Y alegraba sus dias
junto al sabio Prospero, junto al
ondulante travieso Ariel.
Un dia, una tempestad sacudio
el mar, azotando las costas de la
isla. El trueno rodaba en
el espacio y los relampagos incendiaban
las nubes;
el viento mugia furiosamente y el cielo era como otro
mar de tinta.
Era Prospero quien habia desencadenado aquella tempestad,
porque sabia que en
el mar navegaba el buque que conducfa a au
hermann Antonio, y que a bordo iban tambien el Rey de Napoles,
su hijo Fernando y
el an ciano noble que les prest6 ayuda el dia de
su desventura.
Los tripulantef:l del buque, frente a aqueUa furiosa tempestad,
comprendieron
el peligro de estl'ellarse en los escolIos de la isla cer­
cana. Pr6sporo, con sus artes
de magia, les illfundiu. miedo. Man­
d6 a su alado gonio Ariel que revoloteara
pOl' encima de In. cubierta
y arrojam rayos sobre ella. Invisible, Ariel atemorizaba a
los via­
jeros aumentando la fuerza de la tormenta.
Por ultimo, pareci6
que
el buque se iba a incendiitr. La confusi6n fue entonces terrible.
EI Rey de Napoles, su hijo
el principe Fernando, el anciano noble y
01 perverso Antonio, cayeron todos al agua, a merced de las olas.
En tanto, Pr6spero y Ariel, valiendose de sus viI·tudes mligicas,
salvaban
el buquc y la tripulaci6n. Losmarineros, que se habfan
ocultado bajo las escotillas,
fum'on sumidof:l en un profundo suei'io,
de modo que ignoraran
10 ocurrido y hasta ellugll,r en que se halla­
ban.
Ariel condujo a los naufmgos a
la. playa. de tan milagrosa mane­
ra, que ni
los vestidos 8e humcdeciel'on.
El principe Fernando desembarc6
pOI' otra parte de la isla
figurlindose que
01 solamente habfa sol)f'ovivido. Los otros viajeros
estaban seguros
do que ora 01 quien habia muerto.
Prospero ordon6 a Ariel que tomase
Ill. forma do una sirena y 10
hizo can tar ante el asombro de FCl'llando, que no sabia do d6nde
salia
tan bella voz. Los otros gellios hacian cora imitando el son
de las campanas.
Fernando selltia desfallecer su coraz6n. Pensaba que aquellas
voces eran las
do las sirenas que anunciaban la muerte de su padre.
Pr6spero y Miranda saHeron a su encuentro. Miranda, que
desde su infancia no habfa visto a otro hombre que a su padre, crey6
ver en Fernando un espiritu. A Fernando la joven
Ie inspir6 en
seguida un inefable amor que expres6 al punto.
Pr6spero hizo probal' la fuerza del subito amor de
los j6venes y
fingiendo creer que Fernando era un espia, Ie dirigi6 bruscamente la
palabra.
-Voy -Ie dijo-a encadenarte. Por comida te dare solamen­
te raices y beberas agua del mal'.
El principe
trat6 de sacar la espada para atacar a Pr6spero,
pero este, con su poder magico, at6 la espada a la vaina y ech6 al
auelo a Fernando.
Comprendiendo que habia oaido en manos de un mago, Fer­
nando no intent6 desafiar mas a Pr6spero, pensando, ademas, que
sie~do su prisionero podia ver a Miranda diariamente desde su
e
nClerro.
172 178

Miranda no comprendfa el proceder inhumano de su padre.
-N0 os desanim~is -dijo al prfncipe-. Mi padre es mej or de 10
que ahora pod~is juzgar por su conducta. Nunca Ie oi hablar con
tanta crueldad.
Entretanto, el rey de Napoles lloraba la muerte de su hijo,
seguro de que habfa naufragado. Apenas si las frases de sus acom­
pafiantes
Ie habfan encendido una esperanza.
Pr6spero segufa practicando su venganza ejemplar. Ariel, a
BU mandato, aterrorizaba a los naufragos de mil maneras. Los per­
segufa transformado en
una trama de perros hambrientos. Y,
cuando principiaban a desfallecer, adoptaba con los demas genios,
formas diversas y extrafias.
Ya hacfa surgir fren te a ellos un banque­
te esplendido; ya se transformaba en un ave gigantesca; ya des­
vanecfase en el aire llevandose los manjares.
Por fin Ariel hizo
saber al rey de Napoles
yal traidor Antonio el motivo de sus des­
gracias, que eran el castigo a su conducta para con el duque Pr6s­
pero.
Entonces apareci6 el mismo duque de Milan. Y al ver que,
atemorizados y arrepentidos, su hermano Antonio y el duque de
Napoles
Ie pedian perd6n y Ie rogaban que vol viera a Milan, accedi6
olvidando sus faltas.
Luego, al oir al rey de Napoles lamentarse de la muerte de su
hijo y juzgarla como merecido castigo de sus violencias, Pr6spero
dijo: .
--
Ya que me habeis devuelto mi ducado, yo os devolvere algo
que os
dara mucho placer. Y los condujo a la caverna don de el rey
pudo ver a su hijo Fernando al lado de la hermosa Miranda.
Rog6 el rey a Miranda
Ie perdonara su pasado error. Y cuando
Fernando
Ie expres6 su deseo de desposarla, su felicidad fue com­
pleta.
Ariel, en tanto, habia despertado a los marineros que saltaron
a tierra
uni~ndose a la alegria de todos. Y al dia siguiente embar­
caron a Napoles. Ariel hac
fa soplar la brisa que conducfa, ligera,
el barco, hinchando las blancas velas.
Era su ultimo servicio a
~r6spero. Luego, entonando un canto de alegria, qued6 libre para
slempre.
CUENTOS DE TOLST佉 
174

EN CONDE ESTA EL AMOR,
A
LLI ESTA DIOS
IVIA en la ciudad un zu­
patero llamado
Martin
Avdieitch, que habitaba
en un s6tano, una pieza
alumbrada por
una ven­
tana. Esta ventana da­
ba a la calle, y por ella
se vefa pasar la gente;
y aunque s610 se distin­
gufan los pies de los
tran­
seuntes, MartIn conoela
por el calzado a cuantos
cruzaban por alli. Viejo
y acreditado en
su oficio,
era raro que hubiese en
la ciudad
un par de za­
patos que no pasara
una
o dos veces por su casa, ya para remendarlos con disimuladas piezas,
ya para ponerles medias suelas 0 nuevos tubos. Por esa raz6n vefa
con mucha frecuencia, a traves de una ventana, la obra de sus ma­
nos.
Martfn tenia siempre encargos de sobra, porque
trabajaba con
limpieza, sus materiales erari buenos, no llevaba caro
yentregaba
17'

la labor confiada a su habilidad el dia convenido. Por esa razon
era estimado de todos
y jamas falt6 el trabajo en su taller.
En todas las ocasiones demostro Martin ser un buen hombre;
pero al acercarse a la vejez, comenzo a pensar mas que nunca en su
alma
yen aproximarse aDios. Cuando aUn trabajaba en casa de un
patron, m urio su esposa dejandole un hijo de tres afios. De los que
antes Dios
Ie enviara todos habian muerto.
Al verse solo con su hijito penso al pronto en enviarle al campo
a casa de su hermano, pero se dijo:
-Va a serle muy duro a mi Kapitochka vivir entre extranos;
asf, pues, quedara conmigo.
Y A vdieitch se despidio de su patron y se establecio por su
cuenta, teniendo consigo a su pequefiuelo. Pero Dios no bendijo en
sus hijos a Martin, y cuando el Ultimo comenzaba a crecer y a ayu­
dar a su padre, cayo' enfermo y al cabo de
una semana sucumbio.
Martin enterro a su hijo, y aquella perdida tan hondo labro en
su corazon, que
hasta llego a murmurar de la justicia divina. Se
senUa
tan desgraciado que con frecuencia pedia al Senor que Ie qui­
tase la vida, reprochandole no haberle llevado a el, que era viejo,
en lugar de su hijo unico tan adorado. Hasta ceso de frecuentar la
Iglesia.
Pero he aqui que un dia, hacia
la Pascua de Pentecostes, ]lego a
casa de Avdieitch, un paisano suyo, que desde hacia ocho anosreco­
rria el mundo como peregrino. Hablaron, y
Martin se quej6 amar­
gamente de sus desgracias.
-He perdido hasta el deseo de vivir, decia; solo pi do la muerte,
y
es todo 10 que imploro de Dios, porque no tengo ilusi6n ninguna
en la vida.
EI viejo
Ie respondio:
-Haces mal de hablar de esa manera, Martin. No debe el
hombre juzgar
10 que Dios ha hecho, porque sus moviles estan muy
por encima de nuestra inteligencia.
El ha decidido que tu hijo mu­
riese y que
tu vivas, luego debe ser asi, y tu desesperacion viene de
que quieres vivir para ti, para
tu propia felicidad.
-lY para que se vive, sino para eso?, pregunto Avdieitch.
-Hay que vivir por Dios y para Dios, repuso el viejo. EI es
quien da la vida y para El debes vivir. Cuando comiences a vivir
para EI no tendras penas y todo
10 sufriras pacientemente.
Martin guardo silencio un instante, y despues replico:
-iY como se vive para Dios?
-Cristo 10 ha dicho. lSabes leer? Pues compra el Evangelio
y alIi
10 aprenderas. Ya veras como en el libro santo encuentras
respuesta a todo cuanto preguntes.
Est.as palabras hallaron eco en el corazon de Martin, quien fue
aquel mismo dia a comprarun Nuevo Test.amento, impreso en grue­
sos caracteres y
se puso a leerlo.
Elzapatero se proponia leer solamente en los dias fe..<;tivos; pero
una vez que hubo comenzado, sintio en el alma
tal consuelo, que
adqui rio la costumbre de leer todos los dias algunas paginas. A ve­
ces se enfrascaba de
t.al modo en la lectura, que se consumia todo el
petroleo de la lampara sin que se decidiera a dejar
ellibro santo de
la mano.
Asi, pues, leia en el todas las noches; y cuanto mas avanzaba
en la lectura, mas clara cuenta se daba de
10 que Dios querfa de el y
como
hay que vivir para Dios, y con ella iba penetrando dulce­
mente la alegrla en su alma.
Antes, cuando se iba a acostar, suspiraba y gemia evocando el
recuerdo de su hijo; ahora se contentaba con decir:
-iGloria a Ti! iGloria a Ti, Senor! Ef5a ha sido Tu voluntad.
Desde entonces la vida de A vdieitch cambio por completo.
Antes se
Ie ocurrfa, en los dias de fiesta, entrar en el ttaktir (1) a
beber te y a veces un vasa de vodka. En otras ocasiones comenza­
ba a beber con un amigo llegando a salir del traktir, no ebrio, pero si
un poco alegre,
10 que Ie movia a decir simplezas y hasta a insultar
a los que hallaba en su camino.
Todo esto desaparecio. Su vida se deslizaba actualmente apa­
cible y dichosa. Con las primeras luces del alba se ponia
al trabajo,
y tetminada su tarea, descolgaba su lampara, la ponia sobre
la me­
sa, y, sacando el libro del estante,
10 abria y comenzaba a leer, y
cuanto mas lela mas iba comprendiendo, y
una dulce serenidad in­
vadia poco a poco su alma.
Una vez Ie ocurrio queestuvo leyendo hasta mas tarde que de
costumbre.
Habia llegado al Evangelio de San Lucas y vio en el
, capitulo VI los versiculos siguientes:
"AI que
tepegue en una mejilla presentale tambien la otra, y
si alguno te quita la capa no Ie impidas que tome tambien Ia tunica
de debajo." .
"Da a todos los que te pidan, y sialguno tequita 10 que te per­
tenece, no se
10 exijas." · ,
"Lo que querais que os hagan los demas, hacedselo a ell os
vosotros."
Despues leyo los versiculos en que el Sefior dice:
"lPor que me llamais: iSefior! iSefior! y no haceis 10 que yo os
digo?"
(1) TBAXTra: Especia de oaf6-taberna.
178
179

El viejo soldado se puso a qui tar la nieve ante la ventana dc~
Martin. Este Ie mir6 y continu6 su tarea.
-Soy un necio en pensar de este modo -se dijo el zapatcro
burlandose de
sf mismo.-Es Stepanitch que quita la nieve, y yc)
me figuro que es Cristo que viene a verme. En verda,d estoy diva­
gando, imbecil de
mL
Sin embargo, al cabo de haber dado otros diez puntos, mir6 de
nuevo por la ventana y vio a Stepanitch que, dejando apoyada Ia
pala contra la pared, descansaba
ytrataba de calentarse.
-Es muy viejo ese pobre hombre-se dijo Martin. Se ve que
no tiene fuerza
ya ni para quitar la nieve; tal vez Ie convendrfa
~omar una taza de te, y justamente tengo aqul mi samovar (1) quo
va a a pagarse.
Al decir esto clav6 la 1ezna en e1 banquillo, se 1evant6, puso cl
samovar sobre la mesa, verti6 agua en
1a tetera ydiounos golpecitos
en
1a ventana. Stepanitch se volvi6 acercandose a donde Ie llama­
ban;
e1 zapatero Ie hizo la sen a y fue a abrir la puerta.
-Ven a calentarte -Ie dijo-debes tener frio.
-jDios nos ampare! Ya 10 creo; me duelen los huesos, respon­
di6 Stepanitch.
El viejo entr6, sacudi61a nieve de sus pies por temor a manchar
el pavimento, y sus piernas vacilaron.
-No te tomes e1 trabajo de limpiarte los pies; yo barrere eso
luego; la cosa no tiene importancia. Ven, pues, a sentarte -dijo
Martin-y toma un poco de teo
Llen6 dos vasos de hirviente infusi6n y alarg6 uno a su huesped;
despues verti6 el suyo en
e1 plato y comenz6 a sop1ar para enfriarlo.
Stepanitch bebi6,
vo1vi6 el vasa boca abajo, coloc6 encima el
azucar sobrante
y dio las gracias; pero se adivinaba que habrfa be­
bido con gusto otro vaso.
-Toma mas -dijo 1Vlartin llenando de nuevo los vasos.
Mientras bebfa,
aun continuaba el zapatero mirando hacia la
sala.
-~Esperas a alguno? -pregunt6 el huesped.
-~Si espero a a1guno? Verglienza me da decir a quien espero.
No se
si tengo 0 no raz6n para esperar, pero hay una palabra que
me
ha llegado al coraz6n. . .. ~Era un sueno? Nolo se. Figurate,
buen amigo, que ayer lefa yo
el Evangelio de nuestro Padre Jesus;
y, jCUanto sufri6 cuando estaba entre los hombres! Has oido hablar
de esto,
~verdad?
-Sf, he oido decir algo as! -respondi6 Stepanitch-; pero nos­
otros los ignorantes no sabemos leer.
(1) SAAlOVAR: Especie de tetera ruso. ·
-Pues bien; estaba leyendo c6mo pas6 por el mundo Nuestro
Senor
... , y llegue a cuando estuvo en casa del fariseo y este no
sali6 a Su encuentro
.... Leia, pues, querido amigo, esto, y luego
pense:
"~C6mo es posible no honrar del mejor modo a nuestro
Padre Jesus? Si, por ejemplo, me decfa yo, me ocurriese algo pare­
cido,
es posible que no supiera c6mo honrarle 10 bastante; y, sin
embargo, el fariseo no
Ie recibi6 bien." En esto pensaba cuando 浥 
dormL Y en el momento de dormirme me
oi llamar por mi nombre. �
Me levanto Y la voz me parece murmurar: "Esperame que 癥湤牥 
manana." Y
10 dijo dos veces seguidas. . .. Pues bien, ~lo cree­
ras? Tengo esa idea metida en
la cabeza, y aun cuando yo mismo �
me
budo de mi credulidad, sigo esperando a nuestro 偡摲攮 
Stepanitch
movi6la cabeza sin responder. Apur6 su vaso y 䥥 
dej6 sobre el platillo; pero Martin 10 llen6 de 湵敶漮 
-Toma mas-Ie dijo-y que te aproveche. Pienso que El,
nuestro
Padre Jesus, cuando andaba por el mllndo, no rechaz6 a
nadie, y buscaba, sobre todo, a los humildes a cuyas casas iba.
Eligi6
sllS discfpulos entre los de nue.'3tra clase, pescadores, artesanos
como nosotros.
"El que se ensa1ce sera humillado, ye1 que se humi­
lIe sera ensalzado
... , Me llamais Senor-dijo-y yo os lavo los
pies; el que quiera sere1primero,debeser elservidor de los demas:
...
Bienaventurados los pobres de espiritu, porque de e110s es el reino
de los cielos."
Stepanitch habia olvidado su
teo Era un anciano sensible;
escuchaba, y las lagrimas corrian a
10 largo de sus mejillas.
-Vamos, bebe mas-Ie dijo Martin.
Pero Stepanitch hizo la senal de la cruz, dio las gracias, apart6
el vaso y se levant6.
-Te agradezco, Martin -Ie dijo-, que me hayas tratado de
este modo, satisfaciendo al mismo tiempo
mi alma y mi cuerpo.
-A tu disposici6n, y hasta otra vez. Ten presente que me
alegra mucho que me vengan
aver -dij0 Martin.
Parti6 Stepanitch. el zapatero acab6 de tomar el te que quedaba
en su vaso y volvi6 a sentarse junto
ala ventana a trabajar.
Cose, y mientras cose, mira por la
ventana Y espera a Cristo.
S6lo piensa en
El y repasa en su imaginaci6n 10 que El hizo y 10 que
El dijo.
Pasaron dos soldados, con botas de ordenanza el uno, y el otro
con botas comunes; luego
un noble con sus chanclos de goma, des­
pues
un panadero con una cesta.
He aqui que, frente a la ventana, aparece una mujer con medias
de lana y zapatos
decampesina y se arrima a la pared. Martin,
inclinandose, mira a traves de los cristales y ve a una forastera con
un nino en los brazos apoyada en el muro y volviendo la espalda al
183
182

viento. Trataba de abrigar a su niiio, sin lograrlo, porque nada
tenia para envolverlo. Aquella mujer a pesar del frio que reinaba ,
llevaba un
traje de verano en bastante mal estado.
Martin, desde la ventana, oyo al niiio llorar y a su madre qu
rer tranquiIizarle, pero sin lograrlo. �
Se levant6, abrio la puerta, salio y gritO
en la escalera: �
-jEh, buena mujer! jEh, buena 浵橥爡 
La forastera Ie oyo y se volvio hacia el.
-lPor que te quedas a Ia intemperie con tu hijo? Ven a mi
cuarto y podras cuidarle mejor
.. " jPor aquf, por aquf!
La mujer, sorprendida, ve a un viejo con un mandil y unas gafaR
que
Ie hace seiias de que se aproxime, y obedece.
Baja la escaIera y penetra en la habitaci6n.
-Ven aca-dijo el anciano-y sientate junto a la estufa. Ca­
lien
tate y da de mamar al pequeiio.
-Es que ya no tengo leche -respondio la mujer-. Es mas,
desde
esta maiiana no he probado alimento.
Y, sin embargo, la
mujer dio el pecho a su pequeiiuelo.
Martin voIvio la cabeza, se acerco a la mesa, tomo pan, Ull
tazon, abrio la estufa, en donde hervfa la sopa, y saco un cucharoll
lleno de kacha; pero como los granos
aun no habian cocido 10 nece­
sario, vertio solamente la sopa en
el tazon y coloco este sobre la
mesa. Corto
el pan, extendio una servil1eta y puso un cubierto.
-Sientate-le dijo-y come, buena mujer. En tanto yo ten­
dre a
tu hijo. He sido padre y se cui dar a los pequeiiuelos.
La mujer hizo la seiial de la cruz, se puso a la mesa y comi6
mientras
Martin, sentado en su lecho eon el nino en brazos, Ie besa­
ba paratranquilizarle. Como la criatura segura llorando a pesar de
todo,
Martin discurrio amenazarle con el dedo que aproximaba y
alejaba
alternativamente de los labios del nino, pero sin tocarle,
porque su
mana estaba ennegrecida por la pez, y el pequeiio miran­
do aquello que se movia cerra de
su rostro, ceso de gritar y hasta
comenzo a reir con gran contento del zapatero.
Mientras restauraba sus fuerzas, la forastera conto quien era
y de donde venia.
-Y
o
-dijo-soy esposa de un soldado. Hace ocho meses que
han hecho partir a mi marido y no tengo noticias de e1. Vivia de mi
empIeo de cocinera cuando di a luz. A causa del niiio no me quisie­
ron tener en ninguna
parte y hace tres meses que estoy sin coloca­
cion.
En este tiempo he gastado cuanto tenia, me he ofrecido como
nodriza y no
me han admitido, diciendo que estoy muy del gada.
Entonces he ido a casa de
una tendera, donde esta colocada nuestra
hija mayor, y allf
han ofrecido colocarme. Cref que iban a tomarme
inmediatamente; pero
mehan dicho que vuelva la semana entran­
te .... Latendera vive muylejos, estoy extenuada y mi pobre peque­
iio tambien.
Por fortuna mi patrona ha tenido com pasion de nos­
otros y nos deja,
pOI' amor de Dios, dormir en su casa. Si no, yo
no se que serfa de mi hijo
y de mf.
IVlartin suspiro, y dij 0 :
-lY no tienes vestidos de abrigo?
-No. AyeI' empene por veinte kopeks mi ultimo manton.
La mujer se acerco allecho y cogi6 al nino.
Martin se levanto, y, acercandose a la pared, busco y hallo un
viejo caftan.
-jToma! -ledijo-esmalo,perosiempre servira para cubrirte.
La forastera miro el caftan, miro al viejo, tomo la prenda y
rompi6 a llorar.
Martin volvi6 el rostro no menos conmovido, fue
luego hacia su cama, y saco de debajo
un cofrecito; Ie abrio, ext-rajo
algo de
el y volvio a sentarse enfrente de la pobre mujer.
Esta dijo:
-jDios
te 10 premie, buen hombre! El, sin duda, me ha trafdo
junto a tu ventana. Sin eso el nino se hubiera helado. Cuando sali
hacia calor y ahora jque frio! jQue
buena idea te ha inspirado Dios
de asomarte a lit
ventana y tener com pasion de nosotros!
Martin sonrio.
-El ha sido, en efecto, quien me ha inspirado esa idea -dijo-.
No mire casualmente por la ventana.
Y contO su sueiio a
la mujer, dici6ndo1e como habia oido una
voz y como el Senor ~e prometiera venir a su casa aquel mismo dia.
-Todo puede ocurrir-repuso la mujer que se levanto, tomo
el viejo manton, envolvio en el al niiio, se inclino y dio las gracias
al zapatero.
-Toma en nombre de Dios -dijo este deslizandole en la mana
una moneda de veinte kopeks-, tom a esto para desempeiiar tu
manton.
La mujer se santiguo: Martin hizo 10 propio y luego la acom­
pano
hasta la puerta.
Se fue
la forastera.
Despues de
haber comido la sopa, Martin se vo1vio a poner a su
f!tena. l\i(ientras
manejaba la lezna no perdia de vista la ventana,
y cada vez que
una sombra se perfilaba, levan taba los ojos para
examinar al transeunte. Pasaban un os que conocfa y otros desco­
nocidos; pero estos
nada ofrecfan de particular.
De pronto vio detenerse, precisamente frente a su ventana,
a
una vieja vendedora ambulante, que llevaba en la mana un cesti­
to de manzanas. Pocas quedaban, pues, sin duda, habia vendido
la mayor parte.
Iba, ademas, cargada con un saco lleno de 1eiia,
que debio recoger en los alrededores de alguna fabrica de carbon, y
184
185

regresaba a su casa. Como el saco ]a hiciese dafio, quiso, a 10 que
pareci6, mudarlo de hombro y
10 dej6 en el suelo, puso e1 cesto de
manzanas sobre un poyo y comenz6 a arreglar los trozos de lena.
Mientras la anciana estaba ocupada, un granujilla, venido de no se
sabe d6nde, y cubierto con
una gorra hecha pedazos, rob6 una man­
zana del cesto y
trat6 de escapar; mas 10 advirti6 la mujer, que
volviendose rapidament.e,
Ie asi6 de una manga. EI muchacho
forceje6, pero ella
Ie retuvo con ambas manos, Ie arranc6 Ia gorra y
Ie tir6 de los cabellos.
EI muchacho gritaba y Ia vieja se enfurecia cada vez mas.
Mar­
till, sin perder tiempo ni siquiera en clavar Ia Iezna, la dej6 caer al
suelo
y. corri6 a Ia puerta, saliendo con tal prisa que a poco rueda por
Ia escalera; pero las gafas se
Ie caen en el camino. Se precipita a Ia
calle y encuentra a
Ia vieja tirando aun de los cabellos al pillete,
golpeandole sin misericordia y amenazando con entregarle a un
guardia.
EI muchacho seguia forcejeando y negaba su delito.
-Yo no he cogido nada -gritaba-; ;,por que me pegas?
jDejame!
Martin quiso separarlos. Cogi6 al muchacho de Ia mano y dijo:
-jDejale, ancianita, perd6nale por Dios!
~Voy a perdonarle de modo que se acuerde hasta Ia pr6xima.
jVoya llevar ala prevenci6n a este granuja!
Martin suplic6 de nuevo:
-DejaIe, te digo que no 10 volvera a hacer. Dejale en nombre
de Dios.
La vieja soIt6 su presa y el muchacho iba a escapar, pero Martin
Ie retuvo.
-Pide ahora perd6n a esta anciana y no vuelvas en 10 sucesivo ,
a reincidir, porque yo
te he visto coger la 浡湺慮愮 
EI pequefiuelo rompi6 a llorar y pidi6 perd6n entre sollozos. �
-Vaya -exclam6 Martfn-, eso esta bien, y ahora toma una �
manzana que te doy yo.
Y
Martin cogi6 una del cesto y se la dio al muchacho.
-Voy a pagartela, buena m ujer -continu6 dirigiendose a la
vendedora.
-Mimas demasiado a ese granujilla -dijo la vieja. Lo que Ie
hubiera servido era sentarle las costuras de modo que se hubiera
acordado toda la semana.
-jEh! lque es eso? -exclam6 el zapatero-, nosotros juzga­
mos asi, pero Dios nos juzga de otro modo. Si hubiera que azotarle
por una manzana ;,que habria que hacer con nosotros por
nup..stros
pecados?
La vieja guard6 silencio.
Martin cont6 a la anciana la parabola del acreedor que perdon6
la deuda y del deudor que quiso
matar al que Ie habfa favorecido.
La vieja y el muchacho escuchaban.
-Dios nos manda perdonar--prosigui6 Martm-, porque de
otro modo no seremos perdonados
.... hay que perdonar a todos y,
sobre todo, a los que no saben
10 que hacen. .
La vieja inclin6 la cabeza y suspir6.
-No digo que no-murmur6 Ia vendedora-; pero hay que
reconocer que los ninos estan
muy inclinados a hacer el mal.
--
Por eso a nosotros los viejos nos corresponde ensenarles el
bien.
-Esoes 10 que yO digo-repuso la anciana-.He tenido aiete
hijos y
s610 me queda una hija ....
Y la vieja se puso a referir que vivfa en casa de su hija y cuan­
tos nietos t.enia.
-;,Ves-dijo--que debil soy? Pues a pesar de ello trabajo para
mis nietos. jSon tan Iindos, salen ami encuentro con tanto carifio!
;,Y mi Aksintka?
Esa si que no ida con nadie mas queconmigo:
"jAbuelita-me dic('--, querida abuelita! . ... II
Y la vieja se enterneci6.
-La verdad es que 10 ocurrido no ha sido mas que una nineria;
jconque vete y Dios
te g1.1arde!-agreg6 dirigiendose al chiquillo.
Pero como en aquel instante fuese la anciana a cargar de nuevo
el saco sobre sus hombros,
el pequeno anadi6 diciendo: "'
. -l?amelo, viejecita, yo te 10 lIevare; precisamente te vas pdr
ml cammo.
Y
se fueron juntos, olvidandose la vendedora de reclamar a
Martin el importe de la manzana, y el zapatero al quedar solo, les
miraba alejarse y oia su conversaci6n.
Les sigui6 un
rato con la vista y lllego volvi6 a su casa, encontr6
sus gafas
intactasenla escalera, recogi6 su lezna y volvi6 de nuevo a
Ia obm.
Trabaj6 un poco, pero ya no habia bastante luz para coser,
y vio pasar al empleado que iba a encender los faroles.
-Tengo que cncender Ia lampara-se dijo.
Prepara BU quinque, Ie cuelga y continua el trabajo. Termina­
da
una bota, la examina: estaba bien. Recoge sus herramientas,
barre
los recortes, descuelga la luz colocandola sobre la mesa y to­
rna del estante
el Evangelio.
Quiere abrir el tomo por la pagina en que habia quedado la
vfspera, pero fue a
dar en otra.
Al abrirellibro santo, record6 su sueno del dia anterior y sinti6
que algo se agit.aba detras de
el.
Volvi6seMartfny vio, 0 se Ie figur6 al menos, que habfa alguien
186
187

en uno de los angulos de la pieza. . .. Era gente, en efecto, pero no
la veia bien. Una voz murmur6 a su oido:
-jMartfn! jEh! jMartfn! lEs que no me conoces?
-jSoy yo!-dijo la VOZ-jSoy yot
Y era Stepanitch que, surgiendo del obscuro rinc6n, Ie sonri6
y desapareci6 esfumri.ndose como una nube.
-jSoy tambien yo! -dijo otra voz.
Y del rincon obscuro sali6Ja forastera con el nino: la mujer
sonri6, sonri6
el nino y ambos se desvanecieron en la sombra.
-jTambi6n soy yo! -exclam6 una tercera voz. Y surgio la
vieja con
el muchacho, el cual llevaba una manzana en la mano.
Ambos sonrieron
y se disiparon como los anteriores.
Martin sinti6 una suprema alegria en Stl coraz6n; hizo la senal
de la cruz, se caI6 las gafas y leyo
el Evangelio por la pagina que
estaba a la vista:
"Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de
beber; era forastero y me has acogido."
Y al final de la pagina:
"Lo que habeis hecho por el mas pequeno de mis hermanos es
a
mf a quien 10 habeis hecho." (San Mateo XXV).
Y Martin comprendio que su ensueno era un aviso del cielo;
que, en efecto,
el Salvador habia estado aquel dia en su casa, y que
era
a EI a quien habia acogido.
LOS MELOCOTONES
EL campesino Tikhon Kuzmitch, al regresar de Ia ciudad, lla­
mo asus hijos.
-Mirad-les dijo-el regalo que el tio Ephim os envia.
L
os ninos acudieron: el padre deshizo un paquete.
-jQue lindas rnanzanas! -exclarno Vania, rnuchacho de seis
anos-. jMira, Maria, que rojas son!
-No, probable es que no sean manzanas-dijo Serguey, el
hijo
mayor-. Mira la corteza, que parece cubierta de vello.
-Son melocotones-dijo el padre-. No habiais vis to antes fru­
ta como es ta. El tio Ephim los ha cultivado en au invernadero,
porque se dice que los melocotones s6lo prosperan en los paises ca­
lidos,
y que por aq uf s610 pueden lograrse en invernaderos.
-lY que es un invernadero?-dijo Volodia, el tercer hijo de
Tikhon.
-Un invernadero es una casa cuyas paredes y techo son de vi­
drio.
El tio Ephim me ha dicho que se construyen de este modo para
que el sol pueda calentar las plantas. En invierno, por medio de
una estufa especial, se mantiene
aUf la misma temperatura.
-He ahf para ti, mujer, el melocoton mas grande; y estos
cu
atro para vosotros, hijos rnios.
-Bueno--dijo Tikhon, por la noche-le6mo hallais aquella
fruta?
-Tiene un gusto t
an fino, tan sabroso -dijo Serguey-que
188
189

quiero pl antar el hueso en un ties to ; quiza salga un arbol que se
desarrollara en la isba.
-Probablemente seras un gran jardinero; ya piensaS en hacer
crecer
los arboles - anadi6 el padre.
-Yo -prosigui6 el pequeno Vania-halle tan bueno el meloco­
t6n, que he pedido a mama la
mitad del suyo; ipero tire el hueso!
~Tu eres aun muy joven -murmur6 el padre.
-Vania tir6 el hueso -dijo Vassili, el segundo hijo-; pero yo
lerecogfyle rompf.
Estaba muyduro,yadentro tenia una cosa cuyo
sabor se asemejaba al de la nuez, pero mas amargo.
En cuanto a mi
melocot6n, 10 vendi en diez Kopeks; no podia valer mas.
Tikhon movi6 Ia cabeza.
-Pronto empiezas a negociar. ~Quieres ser comerciante?
iY tU, Volodia, no dices nada! lPor que?-pregunt6 Tikhon a su
tercer hijo, que permanecia
aparte.-lTenia buen gusto tu meloco­
t6n?
-iNo se!-respondi6 Volodia.
-~C6mo que no 10 sabes?~replic6 el padre-~Acaso no 10 co­
miste?
-Lo he llevado a Grieha -respondi6 Volodia-. Esta enfermo,
Ie conte 10 que nos dijiste aeerca de la fruta aquella, y no hacia mas
que contemplar mi melocot6n; se 10 di, pero el no querfa tornarlo;
entonces
10 deje junto a el y me marehe.
El padre puso una mana sobre la cabeza de aquel nino y dijo:
-Dios te 10 devolvera.
TRES PREGUNTAS
CIERTA vez hubo un rey que pens6 que si el supiera siempre
el momenta en que es preciso comenzar cada obra, con que gen­
tes
hay que trabajar, con cuMes no y principalmente si supiera
siempre que negocio es el mas importante, entonces jamas ten­
dria contrariedades.
EI rey, despues de baber reflexionado, hizo saber por
todo
su reino que darla
una gran recompensa al que Ie descubriese
c6mo saber el tiempo oportuno
para cada negocio; cuales son las
gentes mas necesarias,
y c6mo no equivocarse en la elecci6n de In
obra mas importante de todas.
Comenzaron a llegar sabios para contestar a aquellas diferentes
preguntas.
A la primera de ellas, unos decfan que para conocer el tiempo
oportuno de cada negocio, es preciso trazarse anticipadamente el
empleo del tiempo, del mes y del ano
y seguirlo estrictamente. 8610
entonces, aseguraban, cada cosa se hace a su tiempo. Otros dec ian
que no se puede decidir previamente que cosa
hay que hacer en de­
terminado tiempo; pero que no
hay que darse al olvido en esparci­
mientos esteriles, sino que
hay que estar siempre atento a 10 que
sueede y hacer entonces
10 que el momento exige. Estos decfan
que aunque el rey se dedicara a
estar atento a 10 que sucede, un
hombre jamas puede decidir con seguridad cuando
hay que hacer
tal 0 eual cosa, por
10 que es preciso tomar el consejo de hombres
sabios y, en poder de tal consejo, ver
10 que hay que hacer y en que
tiempo.
191 190

Aquellos decfnn que hay negocios que no dejan tiempo para
interrogar
consejeros y que es indispensable decidil' al instante, si U~
el momento 0 no de abordarlos, y que para saberlo, urge saber prp­
viamente
10 que sucedeni, cosa que s610 pueden haeer los magos; (h~
suerte que para conocer el tiempo oportuno de cadanegocio hay qU('
interrogar a estos.
Las contestaciones a la segunda pregunta fueron tambicn
opuestas, pues mientras unos decfan que los hombres mas
necesR.­
rios a los reyes son los que les ayudan en el gobierno, otros senalaban
alossacerdotes y losterceros dec fan que los hombres mas necesariosa
los reyes son los medicos; no, los soldados, afirmaban
los cuartos.
A la pregunta tercera:
~cuaI es la obra mas importante del
mundo? Estos decfan que las ciencias; aquelIos, que el
arte militar,
y los de mas alIa que la adoraci6n
aDios.
Vista la divergencia de opiniones, no acepto el rey ninguna de
elIas
ni recompens6 a nadie; y, a fin de obtener una respuesta cate­
g6riea a aquellas preguntas, resolvi6 interrogar a
un ermitafio cele­
bre por su sabiduria.
. Vivfa el
tal ermitano en el bosque, del que no salfa jamas y s610
recibia a la gente sencilla, por 10 que el rey se visti6 con pobres ropa­
jes y antes de llegar con su sequito a la celda del ermitafio, baj6 del
caballo y se present6 solo y a pie.
Cuando el rey
se aproxim6 al ermitano, halla-base este frente u
su celda removiendo un macizo de verdura. Al
notar la presencia
del rey,
Ie salud6 y se puso a cavar de nuevo inmediatamente.
Era el ermitano fIaco y debil. Clav61a pa la en la tierra y luego
de haber remoyido el montoncito de tierra, suspir6 trabajosamente.
Aproxim6sele el rey
y Ie dij 0:
-Vengo a tu casa, sabio ermitano, pa ra pedirte respuesta a
tres preguntas: lQue tiempo
hay que conocer y no dejar escapar
para no arrepentirse despues? lCuales son las gentes mas necesa­
rias y con quien
hay que trabajar mas, y con qui en menos? lCwiles
son las obras mas importantesy, porconsiguiente, cuaI
hay que hacer
antes de todas las demas?
Escuch6
el eremita al rey y no contest6 nada.
Escupi6 en sus manos y se puso de nuevo a remover
la tierra.
-Estascansado-dijo el rey-.Dame la pala, trabajare portio
-Gracias-contest6 el eremita, y da ndole la pala se sent6 en el
suelo.
Despues de remover dos macizos, detuvose el rey y repiti6 las
preguntas. N
ada contest6 el ermitaiio, que se l evant6 tendiendo
las manos hacia la pala.
-Ahora descansa y yo
trabajare-dijo.
Pero el rey no Ie dio
la pala, sino que cont inu6 cavando.
Transcurri6 una hora, despues otra, comenzaba el sol a ponerse
tras los arboles. El rey, hundiendo la pala en la tierra, dijo:
.
-Hombre sabio, he venido a tu casa para buscar respuesta a
mi pregunta; si quieres contestarme dilo y me ire.
-Espera. IN0 yes alguien que se dirige corriendo aquf? Mira
-dijo el eremita.
Volvi6se el rey y yio que efectivamente corda del bosque
un
hombre barbudo que oprimfa las manos con tra el vien tre; por sobre
ellas corria la sangre. Cuando el hombre barbudo lleg6 cerca del
rey, cay6 por tierra y sin moverse gimi6 debilmente. El rey, ayuda­
do por el ermitafio, entreabri6 los ropajes de aquel hombre.
Tenfa en el vientre
una gran herida que el rey lav6 10 mejor
que pudo con su panuelo y
una servilleta, y el ermitano vendo;
pero la sangre no dejaba de salir. EI rey cambi6 varias veces la
curaci6n mojada de caliente sangre y de nuevo lav6 y vend61a heri­
da. Cuando la sangre se contuvo, el herido recuper6 el conocimiento
y pidi6 de beber. EI rey trajo agua fresca y
Ie dio de beber. Entre­
tanto el sol se habia puesto por completo y el tiempo estaba fresco,
por
10 que el rey, con ayuda del ermitano, transportO al hombre
barbudo a
la celda y Ie coloc6 sobre ellecho de aque!. Alli cerr6 los
ojos el herido, y pareci6 dormirse.
El rey se senUa
tan fatigado con la caminata y el trabajo, que
sentado en el umbral se durmi6 tambien con
un sueno tan profundo
que durmi6 toda la corta noche de verano. Llegada la manana, se
-despert6 y durante largo tiempo no pudo darse cuenta ded6nde es­
t.aba ni quien era aquel hombre extrafio y barbudo que, acostado
en el lecho,
Ie miraba fijamente con sus brillantes ojos.
-Perd6name-dijo con una voz d6bilel hombre barbudo, en
cuanto advirti6 que el rey estaba despierto
y Ie miraba.
-No te conozco y no ten go nada que perdonarte-dijo el rey.
-N0 me conoces, pero yo sf te conozco. Soy tu enemigo, aquel
que jur6 vengarse de ti, porque
tu eres mi hermano y me arrebataste
todos mis bienes. Como supe que venias solo a visitar al ermitafto,
resold matarte. Querfa atacarte cuando regresaras, pero transcu­
rri6
el dfa entero sin que yo te viera. Entonces sali del escondite
para saber d6nde estabas y cai entre
tus companeros que me reco­
nocieron y me hirieron. Escape, pero perdiendo mi sangre, y hubie­
ra muerto a no curar
tu mi herida. Queria matarte y tu me salvaste
la vida. Si ahora sigo vivo y
tu 10 quieres, te servire como el mas
fiel de los esclavos y ordenare a mis hijos que obren 10 mismo que yo.
Perd6name.
SenUase el rey muy dichoso de haberse reconciliado
tan facil­
mente con un enemigo y de haber hecho un amigo. No
tan s610 Ie
192
193

perdon6, sino que Ie prometi6 devolverle sus bienes y enviar a bus­
car a sus criados y a su medico.
Una vez que hubo dicho adi6s al herido, sali6 el rey a la puerta
parabuscar al ermitafio. Antes de dejarlo, querill pedirle por Ultima
vez que respondiera a las preguntas que
Ie habia hecho.
El ennitano estaba en el patio en cuclillas y, cerca del macizo
removido la vispera, sembraba legumbres.
Aproxim6se
el rey y Ie dijo:
-Hombre sabio, por Ultima vez te pido que respondas a mis
preguntas.
-Pues si ya te fue dada la respuesta--exclam6 el ermitafio
sentandose sobre las fIaeas pantorrillas y viendo de abajo arriba al
rey que estaba delante de el.
--jC6mo! l.Que ya obtuve
Ia respuesta?-dijo el rey.
-Ciertamente-repusoelermitafio-. Si tu no hubieras tenido
ayer lastima de
mi debilidad ni removido en lugar de mi ese macizo,
si
te hubieras regresado solo, te habria atacado tu enemigo y tu
te arrepentirfasde no haberte quedadoconmigo. Entonces el tiempo
mas oportuno era aquel durante
el cual tu removias la tierra, y yo
era
el hombre mas importante y la obra mas importante era hacerme
bien. Y despues, cuando
el hombre ha acudido, el tiempo mas
oport-uno fue aquel
en que Ie cuidaste, y si no hubieras cuidado su
herida hubiera muerto sin reconciliarse contigo. Entonces el hom­
bre mas importante era este y
10 que tu has hecho era la obra mas
importante.
Asi, pues, acuerdate de que el tiempo mas oportuno
es el unico
inmediato, y
es el mas importante porque es solamente en tal mo­
mento cuando somos
los amos de nosotros mismos; y el hombre mas
necesario
es aquel a quien se encuentra en este momento.
Y
Ia obra mas importante es la de hacer el bien,
194,
EL PERRO MUERTO
JESUS Ueg6 una t.arde a las puerta~ de una ciudad e hizo
adelantarse a sus discipulos para preparar la cena. EI, impelido
al bien
y ala caridad, intern6se por las ('ailes basta la · plaza del
mercado.
Alli vio en un rinc6n algunas personus agrupadas que con­
templaban un objeto en el suelo,
y acerc6se para ver que cosa
podia llamarles la atenci6n.
Era un perro, atado al cuello por la cuerda que habia servido
para arrast.rarle por ellodo. Jamas cosa mas vil, mas repugnante,
mas impura, se habia ofrecido a los ojos de
los hombres.
Y todos
los que estaban en el gmpo miraban hacia el suelo con
desagrado.
-Esto emponzona el aire -dijo UDO de los presentes.
-Este animal putrefacto estorbara la via por mucho tiempo-­
dijo otro.
-Mirad su piel-dijo un tercero-no hay un solo fragmento
que pudiera aprovecharse para cortar unas sandalias.
-Y sus orejas -exclam6 un cuarta-son asquerosas y estan
lIenas de sangre.
-Habra sido ahorcado por ladr6n ~anadi6 otro.
JesUs les escuch6, y clirigiendo una mirada de compasi6n al
animal inmundo:
195

-jSUS dientes son mas blancos y hermosos que las perlasf­
dijo.
Entonces
el pueblo admirado volvi6se hacia EI, exclamando:
-lQuien es este? ;,Sera Jesus de Nazaret? jS6lo EI podia
enc.ontrar de que condolerse
y hasta algo que alabar en un perro
muerto!
....
Y todos, avergonzados, siguieron su camino, prosternandose
ante
el Hijo de Dios.
CUENTOS CELEBRES
196

LA BELLA DURMIENTE
(VERSION POETICA DEL CUENTO DE PERRAULT.)
Hace t.antos, ta.ntos anos
que imposible
es el contar,
que a dos reyes naci6 un dfa
una nina divinal.
Era linda, linda como
si no fuese de verdad;
era hermosa como un suefio
que de hermoso hace llorar .
.
Al bautizo de la Infanta
el rey quiso convidar
a las had as, que reparten,
como harina, el bien
y el mal ....
Siete hadas se sentaron
al feliz banquete real.
Cada una de las siete
entregando fue al
entrar
una rara maravilla
que trafa en
el morral.
Y una trajo la armonfa,
otra la felicidad,
201

una el don de hacer la danza,
otra el don de hacerse amar,
una
el de volverse pajaro,
otra el don de atravesar
las montanas y los mundos,
cualla abeja su panaI.
En la mesa recibieron
para hincarlo en su manjar,
un cubierto
de oro puro
con diamantes de cegar
....
Cuando apenas se sentaban,
golpe6
otra comensal:
era una hada, vieja y fea,
con hocico de chacaI.
Se sento a la mesa y dijo:
-"Me olvidasteis como al Mal,
pero vine aqui a traeros
la genciana del pesar."
"La princesa tendra todo:
cielos, naves, tierra
y mar,
pero un dia entre sus manos
con un huso jugara.
Y la duefia de la Tierra
con
el huso mas banal,
en
el brazo de j azmines
se dara golpe mortal
.... "
Las siete hadas se quedaron
blancas, blancas de ansiedad;
tembl6 el rey como una hierba
y la reina echo a
110rar.
Las macetas sin un viento
todos vimos deshojar;
los mant.eles se rasgaron
y se puso negro el pan.
Pero un hada que era nina
levanto su fina
VOl:
era un hada pequefiita,
se llamaba Coraz6n.
-"Hada fea, turba-fiestas,
rompedora de cancion.
nos quebraste la alegria,
y yo quiebro
tu traicion."
"La princesa sera herida~
mas, por gracia del Senar,
va a dorrnirse por cien anos,
hasta la hora
del amor."
"Para que cuando despierte
no se Ilene de terror,
que se duerma
el rnundo todo
al callar su corazon . .
.. "
El rey hizo que buscaran
entre lana yalgodon,
cuantos husos estuvieran
hila que hila bajo
el sol.
Recogieron tantos, tantos,
que una parva se vio alzar.
Pero se quedo escondido
el de la Fatalidad.
Fue creciendo la princesa
mas aguda que
In sal,
mas graciosa que los vientos
y tan viva como el mar ....
La seguian cien doncellas
como sigue al pavo real
el millon de ojos ardientes
de
BU cola sin iguaI.
La segufan por los rios
si bajabase a banar,
la segufan eual saetas
por
el aire de cristal. > ••
Ningun huso hilaba lana
en
el reino nunca mas.
Uno hilaba en
el palacio,
invisible como
el Mal.
La princesa una 浡湡湡 
en
el techo oyo cantar, �
202
203

y subi6 siguiendo el ('an to,
y llegando fue al
desvH.n.
Una vieja hilaba en suave
lana blanca,
el negro Mal;
Ie pidio la niila el huS0,
el de la Fatali dad.
La mordio como una vfbora
-en
el brazo. Y no fue mas . ...
La princesa caya al suel0
para no vol verse a alzar.
Acudi6 la corte entera
con rumor como de mar.
·
La pusieron en su lecho
y empez6
el maravillaI'.
Se durmi6 la mesa regia,
se durmi6
el pavon real,
se durmi6 el jardfn intacto,
con la fuente
y el faisan;
se durmieron los cien musicos
y las arpas y el timbal:
se durmi6 la que
10 cuenta,
como piedra
y sin sonar ... .
Al salir de su palacio
el mona rca, se durmio
todo
el bosque palpitante
extendido alrededor.
Y pasaron los cien anos;
un rey y otro mas subi6.
La princesa se hizo cuento,
como el Pajaro hablador.
A aquel bosque negro, negro,
hombre ni ave penetro:
10 esquiv6 Caperucita
santiguandose de horror
....
Va ahora un prIncipe de caza
(todo
reyes cazador).
Orillando pasa el bosque
que
esM. mudo como un dios.
Se desmonta tembloroso
y preglintale a
un pastor
10 que esconde el bosque erguido
con color de maldici6n.
Y el pastor
Ie va contando
embriagado de ficcion,
de
la nina que ha cien anos
en su lecho se durmi6.
Y
entra el principe en la selva
que se entreabre, maternal
.. . .
Le detiene un alto muro
y 10 logra derribar;
Ie detiene una honda estancia
de
apretada obscuridad;
atraviesa la honda estancia,
toea
un lecho, y busca mas ....
Y detienele el prodigio
de Ia nina fantasmal!
Duerme blanca
cualla escarcha
que se cuaja en
el crist.al:
duermen alma y cuerpo en ella:
derramada esta la paz
en las sienes sin latido,
en Ia trenza sin tocar,
y en el parpado que cae,
puro sueno y suavidad
....
Y el se inclina hacia el semblante
(ya ni puede respirar).
Y su boca besa la otra,
palida de eternidad,
y las rosas de la vida
entreabriendo suaves
van ....
Y los parpados se alzan,
jque pesados de sonar!
. 205
204

y los labios desabrochan
y diciendo lentos van:
-lPor que tanto te tardaste,
ioh mi principe! en llegar?
Con
el beso despertandose
el palacio entero esta:
se despierta la marmita
y comienza a gluglutear;
se despierta y va extendiendo
su abanico
el pa vo real;
se despiertan las macetas
con un blando cabecear;
se despiertan los corceles,
se les oye relinchar
y se uncen anhelantes
a carrozas de metal;
se despierta en tomo
el bosque,
como se despierta
el mar;
se despiertan los cien guardias,
y comienzan a llegar
las doncelIas junto allecho
con
el ruido sin igual
con que gritan las gaviotas
cuando empieza a alborear
....
La princesa Ie da al principe
de cien anos
el amar,
las miradas de cien anos,
anchas de felicidad.
Y la mira y mira,
el principe,
y no quiere mas cerrar
sus dos ojos sobre
el sueno
que se puede disipar.
Y las fiestas siguen, siguen;
son como una eternidad,
y ni rindense las harpas,
y ni r6mpese
el timbal ....
GABRIELA
LA PRINCESA DE LOS �
CABELLOS DE ORO �
MISTRAL.
206

LA PRINCESA DE LOS CABELLOS
DEORO
DBO una vez, en tiempos
lejanos,
una princesa
muy linda, a quien todos
llamaban
la Hermosa de
los Cabell
os de Oro, por­
que sus cabellos eran
mas finos que el oro, ma­
ravillosamente rubios y
al soltarse,
Ie cafan hasta
tocarle los pies.
Hubo un rey mozo,
en un reino vecino, que
no se habfa casado
aUn,
y era rico y de noble pre­
sencia. A sus ofdos °llego
cuanto se decfa de
la
Hermosa de los Cabellos
de Oro,
y en el punto mismo, sin verla, de tal modo se enamoro, que
fue perdiendo el apetito, y no querfa lleyarse a la boca
manjar ni
bebida. Resolvio, pues, enviar embajadores que
la pidiesen en ma­
trimonio. Mand6 construir una carroza magnffica para su enviado,
Ie di6 mas de cien caballos, y Ie encomend6 con mucho ahinco la
misi6n de traerle a la princesa.
209

En cuanto e1 embajador se hubo despedido del rey, poniendose
en marcha, no hubo mas conversaci6n en
1a Corte, y e1 rey, sin te­
mor de que 1a Hermosa de los Cabellos de Oro no consintiese en 10
que e1 deseaba, mand6 que se Ie hicieran desde 1uego ricos vestidos
y
mueb1es maravillosos. En tanto que los obreros trabajaban, e1
embajador, llegando a casa de 1a Hermosa de los Cabellos de Oro,
hizo brevemente la petici6n; pero,
ya fuese porque no estaba ella
de humor
aque1 dfa, ya porque no Ie agradasen del todo los cumpli­
dos que se
Ie dirigieron, contest6 a1 embajador que diese las gracias
a1 rey, pero que no tenia gana ninguna de casarse.
. Tuvo que marcharsee1 embajador, de
1a Corte de 1a princesa,
muy triste por no haber 10grado convencer1a, y vo1vi6 a llevarse
consigo todos los
rega10s que de parte del rey Ie llevaba.
Cuando lleg6 a
1a capital de su reino, en donde Ie esperaban
con
tanta impaciencia, todos se afligieron a1 verle vo1ver sin 1a Her­
mosa de los Cabellos de Oro, y
e1 rey se ech6 a llorar como un chi­
qUillo.
Habia un mancebo en 1a Corte, guapo como un sol; nadie mas
gallardo que e1 en todo e1 reino. Por su buena gracia y su ingenio,
llamabanle Galan. Todos
Ie querian, excepto algunos envidiosos,
mo1estos porque
e1 rey Ie favorecia y se confiaba a e1 en toda clase
de asuntos.
Encontr6se Galan con algunos que hab1aban de
1a vue1ta del
embajador, dieiendo que nada importante habfa hecho,
y sin repa­
rar en sus palabras, exclam6: "Si
e1 rey me hubiera enviado cerea
de
1a Hermosa de los Cabellos de Oro, seguro estoy de que 1a hubiese
traIdo."
Aquella gente ma1vada se fue en seguida
a1 rey con e1 cuento:
itSefior,
lno sabe Vuestra Majestad 10 que Galan va diciendo? Que
si
Ie hubieseis enviado cerea de 1a Hermosa de los Cabellos de Oro,
e1 os 1a hubiera traido. Ved si tiene ma1icia: se las da de ser mas
helIDoso que vos, e
insim1a que tanto Ie hubiese querido ella, que
Ie habrfa seguido a cua1quier part.e."
Mont6 en
c61era el rey a1 ofr10, y tanto se enco1eriz6, que se
puso fuera de sf. "jConque ese lindo moza1bete se burla de mi des­
gracia
y se cree mas hermoso que yo! jPues, ea: que Ie encierren
en
mi torre mas alta, y muerase allf de hambre!"
Los guardias del rey
fueron a casa de Galan, que ni se acordaba
ya de 10 que habia dieho; Ie arrastraron a 1a prisi6n y Ie hicieron
pasar
mil sufrimientos. No tenia e1 pobre mas que un poco de paja
para tenderse, y hubiera pererido, a no ser por una fuenteeilla que
ma
naba a1 pie de 1a torre, y en 1a que podia beber un sorbo para
refrescarse, porque
e1 hambre Ie dejaba seca 1a boca.
Un dia, sin poder
ya mas, exclam6 snspirando: "lQue tiene e1
rey contra mf? No hay subdito que Ie sea mas fie1 que yo, y nunca
Ie he of en dido." Pasaba e1 rflY, por casualidad, junto a 1a torre,
y en cuanto hubo
ofdo In. voz de aquel a quien tanto querfa en otro
tiempo,
se detuvo a escucharla, contra e1 deseo de los que iba.n con
e1, todos los cuales aborrecfan a Galan, y decfan a1 rey: "Setlor,
~a que os parais? lNo sabeis que es un pillo?" E1 rey contest6:
"Dejadme que
10 oiga." Y ofdo que hubo sus quejas, los ojos se ]e
llenaron de Iagrimas, abri6 la puerta de 1a torre y Ie llam6.
Galan, como
1a imagen de 1a tristeza, se ech6 a sus pies y se los
bes6. .
-lQue os hice, senor, para que me trateis tan duramente?
-Te ha.'J bur1ado de mf y de mi embajador-dijo e1 rey-. Has
dicho que
si yo te hubiese enviado cerca de 1a Hermosa de los Ca­
bellos de Oro,
1a hubieras trafdo contigo.
-Cierto es, senor -repuso Galan-, que tan bien Ie hubiese
dado a conocer vuestras altas prendas, que no hubiera podido resis­
tir; seguro estoy de en
o. En 10 cua1 nada he dicho que no pueda
seros agrada.
b1e.
E1 rey comprendi6 que, en efecto, ninguna culpa tenia; mir6
con ojos aviesos a los que
tan ma11e habian hab1ado de su favorito,
y se llev6 consigo a este, muy arrepentido del dano que
Ie habfa
hecho.
Despues de haber1e invitado a comer,
Ie llam6 a su gabinete y
Ie dijo:
-Galan, sigo enamorado de 1a Hermosa de los Cabell os de Oro;
su negativa no me
ha hecho desistir de mis deseos: mas no se c6mo
arreg1arme1as para que consienta en casarse conmigo,
yanimado
estoy a enviarrte para ver si tu 10 consigues.
Galan replic6 que estaba dispuesto a obedecerle en todo, y que
podrfa salir
a1 dfa siguiente.
-jOh!-dijo e1 rey-. Quiero que lleves un gran acompafia­
miento.
-No es necesario-1e contest6-; s610 necesito unbuen caballo
y cartas vuestras.
Abraz61e
e1 rey, maravillado de que tan pronto se hallase dis­
puesto.
AI siguiente dia, cuando acababa de ponerse en camino muy de
maiianita,
a1 cruzar una vasta pradera se Ie ocurri6 un pensamient.o
precioso: eeh6 pie a tierra y se fue a sentar entre unos sauces y unos
chopos p1antados a
10 largo de un arroyue10 que corria bordeando Is
praderfa.
Luego que escribi6, se puso a mirar a
un 1ado y a otro, encan­
tado de hallarse en
tan apacib1e 1ugar. De pronto vio tendida en 1a
hierba una carpa dorada muy grande, que abria 1a boca con 1a ma­
210
211

ron a decir a la Hermosa de los Cabellos de Oro que Galan, emba­yor angustia, porque, empefiada en atrapar unos mosquitos, dio
jador del rey vecino suyo mas inmediato, deseaba verla. No bien del
agua un saIto tan grande que fue a caer sobre la hierba, en donde
se hallaba medio muerta. Apiad6se de ella Galan,
y aunque era dfa hubo ofdo el nombre de Galan, dijo la princesa:
-Vaya un nombre bien puesto; apostarfa a que el que 10de vigilia y podia llevarsela para el almuerzo, la cogi6 y la dej6 con
lleva
es guapo de veras y tiene el don de agradar a todos. cui dado en el arroyo. En cuanto la carpa sinti6 la frescura del agua
-Cierto que sf, senora -dijeronle sus doncellas de honor--:
empez6 a dar muestras de regocijo y se escurri6 hast.a el fondo:
des de el desvan
Ie vimos cuando estabamos guardando allf nuestros volvi6 a subir luego, con toda presteza, a la orilla del rio, y habl6 asf:
hilados, y mientras
ha permanecido bajo aquellas ventanas, no he­"Galan, te doy las gracias por el favor que acabas de hacerme. A
no ser por
tu ayuda, me hubiese muerto; pero me salvaste y alglin mos podido seguir la tarea.
-Bueno-replic6Ia Hermosa de los Cabellos de Oro-: tr3i­dfa te 10 pagare."
gaseme mi vestido de gala,
el que es de raso azul bordado, y ahue­Otro dfa, prosiguiendo su viaje, vio un cuervo en grave apuro:
cadme bien los cabellos; h8.ganseme guiroaldas de flores nuevas; un aguila enorme (gran comedora de cuervos) persegufa al pobre
denseme los zapatos de alto tac6n, el abanico, y barranse mi camara pajarraco y a punto estaba de alcanzarlo para tragarselo. Galan,
y mi trono; pues quiero que por todas partes vaya diciendo que en movido a lastima por la desventura del cuervo, pens6 : "Asf los mas
fuertes oprimen a los mas debiles: lcon que derecho el aguila
ha de verdad soy la Hermosa de los Cabellos de Oro.
Condujeron a Galan al sal6n de audiencia, y tal admiraci6n comerse al cuervo?" Empufia el arco que lleva siempre consigo,
hubo de entrarle, que como despues
ha declarado mil veces, casi toma una flecha, y apuntando bien al aguila, ichas!, Ie dispara la
no podfa hablar; cobr6 animo, no obstante, y pronunci6 a maravi­flecha y la deja atravesada de parte a parte. Cae muerta,
yel cuer­
lla su perorata, suplicando a la princesa que no Ie dejara volverse vo va a posarse en un arbol. "Galan -Ie dice--; muy generoso te
mostraste al socorrerme, siendo asf que no soy mas que un miserable sin llevarla consigo.
-Amable Galan-Ie contest6 ella-, buenas soil todas las cuervo; pero no he de ser ingrato y alg6n dfa te 10 pagare."
razones que
a~abas de exponerme, y puedes estar seguro de que me Admir6 Galan el claro juicio del cuervo, y sigui6 su camino. AI
seria grato favorecerte mas que a otro cualquiera. Mas quiero que entrar en un espeso bosque, tan de manana que apenas veia 10 ne­
sepas que
hara cosa de un mes, yendo un dfa con todas mis damascesario para no extraviarse, oy6 el grito desesperado de un bUbo.
a pasear por el rio, y a punto de que me sirviesen el almuerzo, con
"iHola!-se dijo-, ese buho esta en un aprieto: la que se ha dejado
tal fuerza tire de mi guante, que me arranque del dedo una sortija,
coger en alguna red?" Busc6 por todos lados, y
ha1l6 por fin unas
la cua! fue a caer,por desventura,en
el agua. Masque ami reino la grande-s redes de las que los pajareros ponen de noche para cazar
queria.
Ya te imaginaras 10 afligida que me dej6 tal perdida. pajaros. "iQue Iastimal-dijo-; jlos hombres no hacen mas que
He jurado no dar ofdos a ninguna propuesta de matrimonio si el darse tormentounos a otrosoperseguir a los pobres animales que no
embajador que se encargue de hacermela no me trae la sortija.les causan mal ni danol" Tir6 del cllchillo y
cort6las cuerdas. El
Ve, pues, 10 que te cumple hacer, porque asf me estuvieras hablando buho levant6 el vueIo; pero volviendo con una aletada: "Galan
quince
--dfas y quince noches, no lograrfas persuadirme a mudar de -dijo-, no necesito expresarte en una larga arenga la gratitud
que
te guardo, para que te des cuenta de ello. Bien claro se ve. proposito. .
Mucho
Ie extraii6 a Galan semejante respuesta. Hizo una
Los cazadores estan a punto de llegar, y a no ser por
tu auxilio, me
reverencia profunda y rog6 a
la princesa que aceptara el perrito, la cogen y mematan. Mipechoes agradecido, y alglin dfa telo pagare."
cesta y la banda; mas ella
Ie replic6 que no querfa regalo alguno,
Tales fueron las tres aventuras mas importantes que
Ie ocurrie­
ron a Galan en el camino.
Tanta prisa tenfa de llegar, que no tard6 y que pensara en 10 que acababa de decirle.
Cuando estuvo el de vuelta en su casa, se acost6
sin cenar, y elen dirigirse al palacio de la Hermosa de los Cabellos de Oro. PUsose
perrito, llamado Cabriola, no quiso cenar tampoco y fue a tenderse
un traje de brocado, plumas rojas y blancas; se pein6, se polve6 y
a su Iado. Mientras dur6 la noche
no ces6 Galan de lanzar suspiros. se lav6 la cara; se ech6 al cuello una rica banda llena de bordados,
"lC6mo puedo encontrar una sortija que hace
un mes cay6 al rfo?con una cestita, y dentro de -ella un perri to que habfa comprado al
-decia-; es locum intentarlo. La princesa me 10 ha dicho asi para pasar por Bolonia. Tan gallardo y amable era Galan, y con tan ­
buena gracia
10 hacia todo, que cuando se present6 a la puerta del ponerme en el trance de desobedecerla."
Suspiraba y afligfase fuertemente. Cabriola, que
Ie estaba
Palacio, todos los guardias
Ie hicieron una gran reverencia, ycorrie­
213
212

oyendo, Ie dijo: "Buen amo mfo, por favor, no desesperes de tu
fortuna; siendo, como eres amable, fuerza es que seas venturo
En cuanto luzca el dfa vamonos a la orilla del rio."
Di6le Galan dos palmaditas sin decirle nada, y abrumado
por
la trist.eza, se qued6 dormido.
En cuanto empez6 a clarear, Cabriola se puso a harer taInt)
mero de cabriolas, que
Ie despert6 y Ie dijo: "Vfstete, amo m fo.
y salgamos." Hfzole caso Galan. Se levanta, se viste, baja al jardfn
se encamina sin darse cuenta a la orilla del rio. AlIi empez6 a
pasearse, muy calado
el sombrero, cruzado de brazos y sin pensnr
mas que en irse, cuando de repente oy6 que
Ie llamaban: "i Galan !
iGalan!" Mir6 a todos lados y a nadie vio; creia estar sonando.
Vuelta a pasearse, y vuelta a llamarle: "iGalan! iGalan!"
-lQuien me llama?-dijo.
Cabriola, que era muy menudo y que alladito mismo del ag un.
la miraba con atenci6n, dijo:-Es una carpa dorada que estoy
viendo.
Present6se al instante aquella carpa de gran tamano, y
Ie ha­
b16:
-Me salvastes la vida en el prado de los Alisos, donde a no ser
por ti la hubiera perdido, y prometf que te
10 pagaria. Toma, Galan
querido; ve aquf la sortija de
1a Hermosa de los Cabellos de Oro.
Inclin6se
e1 y la cogi6 de la boca de la carpa, a la que dio gra­
cias mil.
En lugar de volverse a casa se fue derecho al palacio con Ca­
briolita, que no cabfa en
sf de gozo por haber llevado a su amo a la
orilla del rio. Fueron a decir a la princesa que queria verla.
-jAy! -exclam6 ella-, el pobre chico vendra a despedirse de
mf; habra comprendido cuan imposible
es 10 que quiero, y se ira a
decfrselo a su senor.
Dieron entrada a Galan,
el cualle present6 la sortija diciendo:
"Senora princesa, ved vuestra orden cumplida.
;,Os place recibir
por esposo al rey
mi senor?"
Cuando vio ella su sortija, a la que nada faltaba,
Ie entr6 un
asombro tan grande, tan grande, que crefa estar sonando. "En
verdad-dijo-, amable Galan, por fuerza tienes un hada que te
favorece, porque dentro de 10 natural esto no es posible."
-Senora -respondi6 el-,a ningun hada · conozco, sino que ·
tenfa vivos deseos de serviros.
-Pues muestras tan buena voluntad -prosigui6 ella-, pre­
ciso sera que me hagas otro favor sin
10 cual nunca he de casarme.
Hay un prfncipe no lejos de aquf, llamado Galifr6n, a quien se Ie ha
puesto en la cabeza casarse conmigo. Hizo que me expusieran su
deseo con amenazas espantosas, diciendo que
si me negaba arrasa­
ria mi reino. Pero dime
si puedo aceptarle; es un gigant6n mas
alto que
una torre; se come a un hombre entero, 10 mismo que un
mono se come una castana. Cuando sale al campo, lleva en los
bolsillos unos canones pequenos, que
Ie sirven de pistolas; y si
levanta la voz, deja sordos a los que se ponen junto a el. Mande
que
Ie dijesen que no queria casarme y que me dispensara; pero no
ha cesado de perseguirme:
mata a todos mis subditos, y tendras
que batirte con el y traerme su cabeza.
Algo cortado se qued6 Galan al oir
10 que se Ie proponfa; estu­
vo un rato pensativo, y dijo luego: "Bien esta, senora, luchare con
Galifr6n. Creo que saldre vencido, pero morire como valiente."
Asombr6se mucho la princesa, y
Ie dijo mil cosas para evitar
que se metiera a tales andanzas.
De nada vali6. Retir6se el a bus­
car armas y todo
10 necesario. Cuando 10 tuvo todo, volvi6 a meter
a Cabriola en la cestita, mont6 en su buen caballo y se fue a la tierra
de Galifr6n. Pedfa noticias de
el a cuantos encontraba, y todos Ie
decian que era un verdadero demonio, al que nadieosaba acercarse;
cuando mas
10 oia decir, mas miedo Ie entraba. Tranquilizabale
Cabriola diciendole:
-Amo mio querido, mientras te estes batiendo con el, yo ire
a morderle las piemas, y cuando el baje la cabeza para echarme,
Ie podras matar.-Admiraba Galan el ingenio del perrito; pero har­
to sabia que no habia de bastarle tal socorro.
Lleg6 por
fin cerca del castillo de Galifr6n; todos los carninos
estaban cubicrtos de huesos y de esqueletos de hombres que se ha­
bia comido 0 despedazado.
No tuvo que esperar mucho, porque Ie
vio en seguida venir atravesando un bosque. Su cabeza sobresalia
por entre los arboles mas altos) y cantaba con voz espantosa:
";,D6nde
hay nifios, d6nde e."3tan?
Mis dientes los devoraran.
Tantos, tant.os, tantos quiero
que no me basta el mundo entero."
Al punt.o Galan empez6 a can tar con el mismo ton~:
"Aqui tienes a Galan.
Esos dientes se
te caeran.
No sere muy alto, pero
te he de zurrar; asf 10 espero."
Los versos eran bastante malos; pero hizo
tan de prisa el uan­
tar, que por milagro no
Ie result6 mucho peor; tal era el miedo que
tenia. Cuando Galifr6n hubo oido aquellas palabras, mir6 a todos
214
215

lados, hasta que vio a Galan, espada en mano, que Ie dirigia dos 0
tresinjuriaspara irrit.arle. Noeran
tantas las que necesitaba, yasHe
entr6uncorajeespantoso,ytomandounamazade hierro,hubieradel
primer golpe aplastado al gentil Galan, si un cuervo no hubiera
ido a ponerse encima de su cabeza, da.ndole un picotazo en
ca.da ojo
con
tal tino, que se los vaci6. COITiale la sangre por la cara y estaba
como furioso, soltando golpes a diestra y siniestra. Esquivabalos
Galan, y
Ie tiraba tremendas estocadas, hundiendole la espada hasta
la empunadura
y haciendole mil heridas, por las que perdi6 tanta
sangre, que cay6 en tierra. Galan Ie cort6 Ja cabeza en seguida,
encantado de su buena suerte y el cuervo, que habia ido a posarsc
en un arbol,
Ie dijo:
-Nose me ha olvidado el servicio que me hiciste matando el
aguila que me perseguia: te prometi devolvertelo, y creo que hoy
10 he logrado.
-Yo soy el mas fa vorecido-replic6 Galan.
Mont.6 despues a caballo, cargando con la espantosa cabeza de
Galifr6n.
Cuando entr6 en la ciudad, todos iban tras
el gritando: "He
aqul el valeroso Galan, que acaba de matar al monstruo;" de tal
suerte, que la princesa, que ofa
el rumor, temerosa de que viniesen
a anunciarle la muerte de Galan, no se atrevfa a preguntar que
Ie
habla ocurrido; mas pronto vio entrar a Galan en' persona con la
cabeza del gigante, que no dej6 de infundirle temor, aunque
ya no
t.enfa para que temerle.
-Senora-exclam6 el-; muert.o esta vuestro enemigo. Es­
pero que no desaireis
ya al rey mi senor ... .
-jAy!, sf tal-dijo la Hermosa de los Cabellos de Oro-: Ie de­
sairare como no halles medio de traerme, antes de que me ponga en
camino, agua de la
gruta tenebrosa. Cerca de aquf ha.y una honda
gruta que podra medir seis leguas de contorno; tiene en la entrada
dos dragones que impiden
el paso; echan fuego por las fauces y por
los ojos; cuando se esta en
la gruta, haHase un ancho agujero por el
que hay que bajar, Heno de sapos, vfboras y serpientes. En el fondo
de ese agujero hay una cavidad donde mana la fuente de
la belleza
y la salud, y esa agua
es la que quiero sin remisi6n. Cuanto se lava
con ella se vuelve maravilloso; 1a que era hermosa,
10 es ya para
siempre; la que es fea, se vuelve hermosa; la que
es joven, joven
se queda; ]a que
es vieja, se torna joven. Ya comprcnderas, Galan,
que no he de salir de mi reino sin llevarmela.
-Senora -Ie dijo el-, tan hermosa sois, que el agua os es inu­
til; mas yo soy un embajador sin ventura, en cuya muerte os ern­
pefiais:
voya buscaros 10 que pedis, en la certidumbre de que no he
de volver.
La Hermosa de los Cabellos de Oro no quiso mudar de prop6­
sito, y Galan, con
el perrito Cabriola, se puso en camino para ir a la
gruta tenebrosa en busca del agua de la belleza. Cuantos encontra­
ba por el camino, decfan: "Lastima que tan amable mozo corra a su
perdici6n con tal animo;
va solo a la gruta, y aunque Ie precedieran
otros ciento, no podria lograr
10 que se propone. lPor que la prince­
sa no
ha de querer mas que cosas imposibles?" Y el seguia adelante,
sin decir palabra, pero muy triste.
Lleg6 a la cumbre de la montana y se sent6 a descansar un poco,
dejando que su caballo paciese y que Cabriola corriera detras de las
moscas. Sabia que la
gruta tenebrosa no estaba lejos de alll, y mi­
raba
aver si la distinguia, hasta que divis6 por fin un feo penasco
negro como la tinta, del que emanaba un hurno denso, y al cabo de
un instante a uno de los dragones que echaba fuego por los ojos y
por las fauces, y tenia el cuerpo amarillo y verde, garras y una larga
cola que
Ie daba mas de cien vueltas. Cabriola vio todo aquello, y
no sabia d6nde esconderse del miedo que tenia.
Galan, resuelto a morir, sac6 la espada y un frasquito que
Ie
habia dado la Hermosa de los Cabell os de Oro para que se 10 llenase
de agua de la belleza, y dijo a su perrito Cabriola: "jEsto se acab6!
Nunca podre conseguir el aglia esa que esta guardada por dragones.
Cuando me veas muerto, llena el frasco de sangre mia y Hevaselo
a la princesa, para que vea
10 que me ha costado; vete despues al
encuentro del rey mi senor, y refierele mi infortunio."
Mientras asi hablaba, oy6 que
Ie estaban llamando: "jGalan!
jGalan!"
Dijo: "lQuien me llama?" y vio, en la oquedad de
un arbol
anoso, un buho que
Ie hablaba: "Me sacaste de la red en que los
cazadores me tenian preso, y me salvaste la vida; prometl pagarte­
10: ha llegado el momento. Dame ese frasco; todos los caIDinos de
la gruta tenebrosa me son conocidos, e ire a
bu...;;carte el agua de la
belleza."
Di61e en seguida Galan el frasco, y el buho se entr6 sin la menor
dificultad en la gruta.
En menos de un cuarto de hora volvi6 tra­
yendo la botella con su tap6n y todo. Galan se qued6 maravillado,
Ie dio las gracias muy rendido, y volviendo a pasar la montana, se
encamin6 de nuevo a la ciudad, contentfsimo.
Se fue derechamente al palacio y present6
el frasquito a la
Hermosa de los Cabellos de Oro, la cual ya nada tuvo que decir;
dio las gracias a Galan, pidi6 cuanto necesitaba para el camino,
yemprendi6 la marcha con el. Encontrabale amable en extremo, y
a veces
Ie decfa: "Si hubieras querido, yo te hubiera hecho rey;
no habrfas salido de mi reino." Pero
el contestaba: "Aunque me
216
217

parezcais mas hermosa que el 801 mismo, por todos los reinos de la
tierra no querria yo causar a mi senor tal disgusto."
Llegaron por
fin a la capita] del rey, el cual, sabedor de que
llegaba la Hermosa de los Cabcllos de Oro, salio a su encuentro y
Ie hizo los regal os mas ricos del mundo. Se despos6 con ella entre
tantos regocijos, que no se hablaba de otra cosa; pero la Hermosa
de los Cabellos de Oro, que amaba a Galan en
el fondo de su coraz6n,
no estaba a gusto
ma~que cuando Ie veia, y no se cansaba de alabar­
Ie. "A no ser por Galan, nunca hubiera venido-dijo al rey-: ha
tenido que haccr cosas imposib]es en servicio mio; debes agrade­
c6rselo;
me ha traido el agua de la belleza y nunca envejecerc;
fliempre sere hermosa."
Los envidiosos que escuchaban a la reina, dijeron al rey:
"No
senUs celos, y motivo teneis para sentirlos. La reina ama de tal
modo a Galan, que por 61 pierde lasganas de comer y beber: no
hace mas que hablar de
61."
El rey dijo: "Cierto es, ya me doy cuenta de ello: que Ie en­
cicrren en aquella torre, con grillos en los pies y en las manos."
Fu6 preso Gahtn,
yen pago de haber servido tan bien al rey, Ie
encerraron en la torre con gri1los en los pies y en las manos. No veia
mas que al r.arccicro, que por
una abertura Ie echaba un mendrugo
de pan negro y agua en una escudilla de barro. Pero su perrito
Cabriola
no Ie abandonaba, e iba siempre a consolarle y a contarle
todas las noticias.
Cuando la Hermosa de
los Cabellos de Oro supo su desgracia,
fue a echarse a los pies del rey, y llorando
Ie suplic6 que sacara de
la prisi6n a Galan. Pero cuanto mas Ie rogaba, tanto mas se irritaba
61, porquc pensaba: "Eso es que Ie quiere;" y no quiso ceder. No
volvi6 ella a hablar, y se puso muy triste.
Di6se cuenta el rey de que acaso ella no
Ie encontraba muy
guapo, y entr6 en ganas de frotarse el rostro con el agua de la belleza,
para que la reina
Ie amase un poco mas. La tal agua estaba en un
frasco al borde de la chimenea del cuarto de la reina que la tenfa
puesta allf para contcmplarla mas a menudo; y sucedio que una de
sus camaristas quiso
matar una arana de un escobazo, y tuvo la
desgracia de tirar al suelo el frasco, que sc rompi6, derramandose
toda el agua. Lo barri6
en seguida, y no sabiendo qu6 hacer, se
acord6 de que habfa visto en
el gabinete del rey un frasco muy pa­
recido, lleno de agua clara, como el del agua de la belleza;
10 cogio
cautelosamente, sin decir nada, y
10 puso encima de la chimenea
de la reina.
EI agua que tenia
el rey en su gabinete servfa para dar muerte
a los
prfncipC8 y grandes senores que cometfan algun crimen; en
vez de cortarles la cabeza 0 ahorcarlos, frotabaseles el rostro con
01
agua aquella; quedabanse como adormecidos y no volvfan a des­
pertar. Pues
una noche fue el rey, cogi6 el frasco, se frotO bien la
cara, se qued6 adormecido y se murio.
E1 perrito Cabriola fue de
los que antes
10 supieron, y no dej6 de ir a contarselo a Galan, quien
Ie rogo que fuese a ver a la Hermosa de los Cabellos de Oro, y Ie
hiciese acordarse del pobre prisionero.
Cabriola se fue escurriendo, poquito a poco, entre la multitud,
porque habfa mucho jaleo en la Corte a causa de
la muerte del rey.
Dijo
ala reina: "Seilora, no os olvideis del pobre Galan." Recordo
ella en seguida las penalidades que el habia sufrido por su causa,
movido por su extrema fidelidad. Sallo sin decir
nada a nadie, se fue
derecho a
la torre, y quit6 con sus propias manos los grillos de los
pies
y de las manos de Galan, y poniendole una corona de oro en la
cabeza y eJ manto real en los hombros,
Ie dijo: "Ven, amable Ga­
Ian:
te hago rey y t.omo por marido."
Ech6se el a sus pies, dandole gracias. Todos se sintieron dicho­
sos de tenerle por senor. Hubo las mas ricas bodas del mundo,
y 1a
Hermosa de los Cabellos de Oro vivi6 mucho tiempo al1ado del her­
moso Galan, felices los dos y satisfechos.
MORALEJA
Si un desgraciado te pidiera ayuda,
se generoso y tiendele
tu mano;
recompensa tendra
tu accion, sin duda,
tarde 0 temprano.
A
la carpa Galan y al cuervo ampara,
y al buho, feo bicho. lQuien pensara
que su acci6n meritoria
tal premio alcanzarla
y que por ellos
iba a verse un dia
levantado a las cumbres de la gloria?
Logra su empeno:
Ie mira con agrado la princesa,
y siempre
fiel a su senor y dueno,
sabe salir triunfante,
y logra hacer callar, en
ardua empresa,
la dulce voz del coraz6n amante.
Y en la carcel, por fin, cuando parece
mas imposib1e
e1 logro de su anhelo,
un milagro
Ie ofrece,
propicio siempre a
la virtud, el cielo.
(Traduccion de
E. Dlez Canedo).
218
219

PULGARCITO
o conciliaba el suefio un
pobre labrador que esta­
ba sen tado una noche
junto al hogar atizando el
fuego; su mujer hilaba a
su lado v el decfa:
-iCuanto siento no
tener hijos! iQue silencio
hayennuestracasa, mien­
tras en las demas todo
es alegrfa y ruido!
-Sf-respondi6 la
mujer
suspirando-; yo
me
dada por satisfecha
aunque no tuviesemos
mas que uno. Aunque
fuese pequeno como el
dedo pulgar,
Ie querrfamos con todo nuestro coraz6n.
Sinti6 la mujer que se ponfa mala, y al cabo de siete meses
di6 a luz un nino que no era mas alto que el dedo pulgar.
Entonces dijeron:
-Es como 10 habfamos deseado i no por eso debemos dejar de
quererle. .
Sus padres
Ie llamaron Pulgarcito, a causa de su poca estaturs.
223

Le criaron 10 mejor que pudieron; pero no creci6 nada. Te­
nia ojos inteligentes,
y manifest6 bien pronto astucia y actividad
para llevar a cabo cuantas cosas se
Ie ocurrfan.
Preparabase un dia ellabrador para
ir a cortar lena a un bosque
y pensaba.
-iCon que gusto encontrarfa quien me guiase el carro!
-Padre-exclam6 Pulgarcito--, yo me encargo de llevar eI
carro. No tengais cuidado; llegara 0.1 bosque a buen tiempo.
EI hombre se ech6 a reir,
y dijo: �
-Eso no es posible: eres demasiado pequeno para Ilevar el
caballo de la brida.
--No importa, padre.
Si mi madre quiere enganchar, me sen­
tare en
Ia oreja del caballo y Ie guiare.
-Esta bien -contest6 el padre--.: 10 probaremos.
Cuando lleg61a hora de marchar, la madre enganch6
el caballo
y meti6 a Pulgarcito en la oreja. .
El hombrecillo Ie guiaba tan bien, que el carro iba como si Ie
lIevara un buen carretero y lIeg6 sin tropiezos al bosque.
A1 dar la vuelt.a a un recodo del camino, el hombrecillo gritaba:
-jSoo, arre! �
En esto pasaron dos forasteros. �
-jHola!-exclamo uno de ellos.-lQue es eso? Mira ese carro �
tan original: se oye Ia voz del carretero y no se ve a nadie.
-Es una cosa bastante extrana-dijo el otro--. Vamos a se­
guide y veremos en d6nde se detiene.
EI rarro continuo su camino y se detuvo en
el bosque, precisa­
mente donde estaba la lena cortada.
Cuando Pulgarcito vio a su padre, dijo:
-lVes, padre, c6mo he venido con el carro? Bajame abora.
El padre cogi6 con una mano la brida, sac6 con la otra a su hijo
de la oreja del caballo y Ie puso en el suelo; el pequenuelo se sentO
alegremente en una arista. �
Al ver a Pulgarcito se admiraron los dos forast.eros, no 獡扩敮摯 
quedecir. �
Uno de ell
os llam6 aparte al otro y Ie dijo: �
-Ese chiquillo podrfa hacer nu€'.stra fortuna si Ie ensenasemos
por dinero: hay que comprarle.
Se acercaron allabrador y Ie dijeron:
-Vendenos ese enanillo; Ie ira bien con nosotros.
-No-respondi6 el padre-, es mi regalo y no Ie vendo por todo
el oro del mundo.
Al oir la conversaci6n, Pulgarcito trep6 por los pliegues del
vestido de su padre
hasta llegar a sus hombros y Ie dijo al ofdo:
-Padre, vendedme a esos hombres, que pronto volvere.
Su padre
Ie vendi6 por una hermosa moneda de 潲漮 
-lD6nde quieres sentarte?-le 摩橥牯渮 
--jAh! Sentadme en el ala de vuestro sombrero; en ella podre �
pasearme y ver
el campo sin caerme.
Hicieron
10 que el queria, y en cuanto Pulgarcito se despidi6
de
au padre, marcharon con el y caminaron hasta la noche.
Entonces les grit6 el hombreciIlo:
-jBajadme, necesito bajar!
-.-Quedate en el
sombrero-dijo el hombre-. Poco meimporta
10 que tengas que hacer; los pajaros echan cosas peores.
-jNo, nol-dijo Pulgarcit~. Y yo se muy bien que tengo que
hacer.
El hombre Ie cogi6 y Ie puso en el suelo, en un campo lindante
con
el camino.
Pulgarcito corri6 un instante entre los surcos y se meti6 de
pronto en un agujero que habfa buscado expresamente.
-jBuenas noches, caballeros, seguid vuestro camino sin mr!
-les grit6 riendo.
Se volvieron corriendo, y aunque metieron palos en
el agujero,
fue trabajo perdido.
Pulgarcito
se escondfa mas adentro cada vez, y como empeza­
ba a oscurecer, tuvieron que volverse a su casa incomodados y con
las manos vacfas.
Cuando estuvieron lejos, sall6 Pulgarcito de su escondrijo.
Temi6 aventurarse por la noche en medio del campo, pues
una
piema se rompe en seguida. Por fortuna, encontr6 un camcol vacfo.
-A Dios gracias-dij~, pasare la noche en seguridad aqui
dentro.
Y se estableci6 alIi. Poco despues, cuando iba a dormirse,
oy6 pasar dos hombres y que
el uno deda al otro:
-lC6mo nos arreglaremos para robar el oro y la plata a ese
cura
tan rico?
-Yo os 10 dire-le.s grit6 Pulgarcito.
--lQue es eso? -exclam6 uno de los ladrones asustad~. He
ofdo hablar a alguien.
Se detuvieron a escuchar, y entonces Pulgarcito
grit6 de nuevo:
-Llevadme con vosotros, y os ayudare.
-lD6nde estas? .
-Buscadme por el suelo, en el sitio de donde sale Is. voz.
Los ladrones concluyeron por encontmrle.
-jTunantuelol-le dijeron.-lEn que puedes semos util?
-Mirad-les dijo~ : me desllzare por entre los hierros de la
ventf\3a en
el cuarto del cum y pasare todo 10 que pidais.
--Bueno; veremos 10'que puedes hacer-le dijeron.
225
224

Cuando llegaron a la casa del cura, Pulgarcito entr6 en el cuar­
to y se puso a gritar con todas sus fuerzas: �
-lQuereis todo 10 que hay aqui? �
Los ladrones, asustados, Ie dijeron: �
-jHabla bajo; vas a despertar ala gente! �
Pero
el, haciendo como si no los oyera, grit6 de nue,'o: �
-lQue es 10 que quereis? lQuereis todo 10 que hay aqui? �
La cocinera, que dormia en
el cuarto de allado, oy6 aquel ruido, �
se levant6 v escuch6.
Los ladrones habian echado a correr. En fin, tomaron animo �
y creyendo unicamente que
el picarillo queria divertil'se a sus expen­
sas,
vo1vieron atras y Ie dijeron en voz baja: �
-jDejate de bromas y pasanos algol �
Entonces Pulgarcito se puso a gritar
con todas sus iuerzas: �
.
-Voy a daroslo todo: tended las manos. �
La cocinera
oy6 bien claro esta vez; salt6 de la cama y corri6 �
a la puerta.
Los ladrones, viendo esto, echaron a correr como si el Diablo �
los siguiera. No viendo nada, la cocinera iue a encender una luz. �
. Cuando llcg6, Pulgarcito rue a ocultarse en
el paja.r sin que Ie
Vlesen.
La crinda, despues de haber registrado todos los rincones sin �
descubrir nada, rue a acostarse, y crey6 que habia sonado con los �
ojos abiertos.
Pulgarcito habia subido sobre
el heno, donde encontr6 sitio �
para dormir y descansar
aUf hasta el dia, para volver luego a casa �
de sus padres. �
jPero debia sufrir tantas pruebas todavia! iHay tanto malo �
en
el mundo!
La. cocinera se levant6 al amanecer para echar pienso al ganado.
Su primera visita fue al pajar.
Cogi6 un brazado de heno con el
pobre Pulgarcito dormido dentro. Dormia tan profundamente,
que
no 10 not6 ni se despert6 hasta que est-uvo en la boca de una
vaca que
Ie habia cogido al zamparse un punado de heno. Crey6
en un principio que habia caido dentro de un molino; pero compren­
di6 bien pronto d6nde estaba. Entpnces tuvo que tener cuidado
para que
no Ie mascaran, y baj6 de 1a garganta a 1a panza.
-Se han olvidado las ventanas-dijo-en este <marto, y no se
vc ni
sol ni luz.
La casa
Ie desagradaba mucho, y 10 peor era que entraba siem­
pre heno y
el sitio era cada vez mas estrecho.
Lleno
de terror, grit6 al fin 10 mas alto que pudo:
-jBasta de heno! /Basta de heno! jNo quiero masI
La criada estaba precisamente en aquel momento ordenando
Ia
vac8o. AI oir aquella voz sin ver a nadie, reconoci6 que era 180 que
180 habia despertado ya 1a noche anterior, y se asusto tanto, que se
cay6 al suelo y derram6 1a 1eche.
Fue corriendo a buscar a su amo y Ie dij 0:
-jOh, Dios mfol jSenor cura, que habla la vaca!
-jTl1 estas 10ca!-respondi6 el cura; pero iue a1 estab10 aver
10 que pasaba.
Apenas habia entrado, grit6 de nuevo Pulgarcito:
-jBasta de heno! jNo quiero mas!
EI cura se asust6 a au vez, creyendo que la vaca tenia el Diablo
en
el cuerpo, y mand6 matar1a.
Hicieronlo asi, y la tripa en que
se hallaba prisionero el pobre
Pulgarcito fue arrojada
ala basura .
EI pobrecito trabaj6 mucho para sa1ir.
.Cuando empezaba a sacar 1a cabeza, Ie sucedi6 una nueva des­
graCIa.
Un lobo hambriento se arroj6 sobre la tripa y se 1a tra.g6 de una
vez. Pulgarcito no perdio animo.
-jQuizas!-pensaba-sera tratab1e este lobo.
Y desde su yientre, donde estaba encerrado,
Ie grit6:
-Querido loho, puedo ensefiarte un sitio donde hallaras una
buena comida.
-
i.,D6nde? -Ie dijo el10bo.
-En tal casa:
no tienes mas que entrar por e1 albana1 en 1a
cocina, y encontraras tortas, tocino, salchichas, cunnto quieras
comer.
Y
Ie designo In cas a de su padre con 1a mayor exactitud.
Ellobo
no se 10 hizo decir dos veces: se introdujo de noche por
un albafial, y una
vez aill, devor6 en 1a despensa ]0 que quiso.
Cuando
estUYO harto quiso salir, pero estaba tan relleno con el
laimento, que no pudo conseguir pasar por el albanal.
Pulgarcito, que habia contado con esto, comenz6 a hacer un
ruido terrible en
el vientre del lobo, gritando y alborotando can todas
sus fuerzas.
-;.Quieres
callarte?-le dijo estc-. Vas a despertar a todos.
-i.,Y que?-le respondi6 el pequeno-i.,No te has hartado tl1
de comer? Tambien yo quiero divertirme.
Y se puso a gritar to
do 10 que pudo.
Concluy6 por'despertar a sus padres,
quI' "orrieron a la despen­
sa y miraron por la rendija.
Cuando vieron que habia un lobo,
se armaron, el hombre con
una hacha y la mujer
con una hoz.
Ponte detras -dijo el hombre a su mujer cuando entraron
enelcuarto-:sial darleun hachazo no se muere, Ie cortas el vientre. 226
227

Pulgarcito, as! que o.y6 la Vo.Z de su padre, se PUSo. a gritar:
-jSoy yo., querido. padre, quien esta dentro. dello.bo!
-jGracias a Dio.S-dijo. este lleno. de alegrla-que hemo.s en­
eontrado. a nuestro. querido.
hijo.! .
Y
mand6 a su mujer que dejara la ho.z, para no. hem a au hijo..
Despues
levant6 au hacha, y tendi6 muerto allo.bo de un go.lpe en
la cabeza; en seguida Ie abri6 el vientre co.n un cuchillo. y tijeras, y
sac6 al pequeno. Pulgarcito..
-jAb, hijo. mlo.!-dijo. el padre--jCuanto hemos sufrido. por til
-Sf, padre: he andado. mucho. por el mundo.; pero., por fo.rtuna,
heme aquf, vuelto a la luz.
-lD6nde has estado.?
-jAb, padre! He estado. en un ho.rmiguero, en la paWla de una
vaca y en el vientre de un lo.bo.. Abo.ra me quedo. aquf co.n Vo.So.tros.
-jYno. vo.lveremos a venderte Po.r todo.S lo.S teso.ro.s del mundo.!
-dijeron sus padres abrazando.le y estrechando.le co.ntra su co.raz6n.
~diero.n de co.mer y Ie co.mpraron vestidos nuevos, porque
lo.S suyos se habfan estropeado. en el viaje.
EL PATITO FEO �
.228

EL PATITO FEO
A campiiia sonreia con las
gracias del verano; las
doradas mieses
cimbrea~
ban sobre la verde avena
y en los prados, de un ver­
de
ma.'l in tenso, se alza­
ban montones de heno
que embalsamaban
el am­
biente. Numerosas
cigUe­
nas paseaban encarama­
das sobre sus largas
y
rojizas patas, musitando
en
el antiguo idioma del
Egipto de los Faraones,
que elIas solas hablan con
pureza. Grandes bosques
rodeaban los campos
y
las praderas, y aca y aculIa, un estanque fulguraba al sol.
En medio de esta esplendida naturaleza se elevaba un vetusto
castillo rodeado de profundos fosos lIen
os de agua, y las murallas
estaban cubiertas de una selvatica vcgetaci6n de hiedra;
y plantas
trepadoras que caian sobre los canaverales
y los nenUfares de an­
chas hojas.
En una tronera de la muralla se veia cl nido de una anade que
a111 empollaba sus huevos, ansiosa de verlos abrirse, pues la pesaba
233

la soledad, siendo visitada ram vez por las otras anades vecinas,
que, como verdaderas egoistas, pasaban el tiempo chapuzando
en el lodo.
Al cabo se abri6 un huevo; se rompi6 el cascar6n, se oy6 un
dulce "pfo, pfo," y asom6 la cabecita de un pato. Otro neg6 al dfa
siguiente, y a aqueste sigui6 un tercero. Mucho
se agitaban los
animalitos, lanzando
ya gozosos rap, rap, adelantando con curio­
sidad la cabeza a traves de las hojas verdes que tapizaban su nido.
Lo primero que dijeron los patitos fue: "jQue grande
es el
mundo!" y en efecto, se hallaban mucho masc6modamente que
en
el reducido espacio de un cascar6n.
"Tal vez creeis, dijo la madre, que 10 que veis desde aquf es
todo
el universo. Desenganaos, se extiende mucho mas alIa del
jardfn, hasta la iglesia cuyo campanario vi una vez; pero no he
ido nunca mas lejos." .
"Veamos, anadi6 poniendose de pie, lhabeis salido todos?
lAy! no, intacto ests.
el mayor de los huevos. lCuanto durara a11n?
Comienzo a cansarme."
y se arrellan6 de nuevo. "Buenos dfas, amiga, la dijo de re­
pente una anade entrada en anos que pasaba a visitarla, lc6mo
va la salud?"
-lAy! estoy muy cansada con uno de mis huevos que no
quiere abrirse, respondi6 la madre. Pero, en cambio, mimd mis
patitos, a buen segura que nunca habreis visto cosa mas mona.
jC6mo
se parecen a su padre! El malvado no viene siquiera a damos
los buenos dfas.
-Ensefiadme ese famoso huevo, diio la comadre, que afiadi6
despues de haberlo visto: Creedme,
es un huevo de pavo. A mf
me engafiaron asf tambien una vez, y cuando los malditos pavitos
que me habfan dado a empollar, vinieron "al mundo, tuve con ellos
mucho que pasar; por mas penas que
me di para hacerlos ir al agua,
no hubo medio de conseguirlo.
Os repito que no me cabe duda, es
un huevo de pavo: en vuestro lugar 10 abandonarfa y me ocuparfa
al momento de ensenar a nadar a mis pequenuelos.
-jOh! he estado empollando tantos dfas que bien puedo es­
perar algo mas, dijo
el anade.
-Pues divertfos, respondi6 1a comadre, y se march6.
AI cabo, el cascar6n del huevo voluminoBo se abri6 y sali6
piando un animalillo muy grande, muy fee
y muy mal propor­
cionado.
-"jJesus! jque monstruo!-exclam61a madre-; no se parece
ni pizca a los otros; lsera realmente un pavo? Vamos a verlo; voy
a Bevarlo al agua y si no quiere
entrar de grado, 10 echare por
fuerza."
234:
A1 dia siguiente, el tiempo era hermosisimo; el anade sali6
por vez primera seguida de su familia y baj6 a orillas del foso.
jPum! hetela en
el agua. Rap, rap, grita, y los anadoncillos, uno
en pos de otro,
se echan al agua, se zambullen, pero vuelven a apa­
recer al momento y nadan de un modo admirable, moviendo las
patas
segUn las reglas. Todos estaban en el agua, hasta el horro­
rosO ceniciento que saliera del huevo grande.
"Pues jno
es un pavo! dijo la madre. Se sirve muy bien de �
sus patas y
se tiene muy tiesecito. No hay duda, es hijo mio. En �
verdad, mirandolo con atenci6n, es muy bonito. �
"Rap, rap! Vamos, hijos mfos, seguidme, dirijamonos al gran �
estanque donde voy a presentaros a los vecinos. No
os despe­
gueis de mis alas; y jmucho cuidado con
el gato!"
En el estanque habia un tumulto, una batahola extraordi­
naria. Dos grupoS de anades
se disputaban a grandes picotazos �
una cabeza de anguila. A
10 mejor de la batalla, el gato, que pa­
recia dormitar en la orilla, sac6 al suelo de un ·zarpazo la disputada �
cabeza y cornenz6 a devorarla tranquilamente. �
"Ahi veis, hijos mios, dijo el anade,
10 que es el mundo; lleno
esta de sorpresas y acechanzas, Y por esto debeis aprender a con­
duciros conforme a las reglas de la sabiduria. Doblad
el cuello y
saludad profundamente a aquel anciano pato que
aUi veis; es de
raza espanola y la cinta encarnada que adorna su
pata es un dis­
tintivo honorifico que
Ie han puesto para que la cocinera no se
equivoque y no 10 meta en el asador confundiendolo con otro."
"Aprended a decir
rap, rap, bien a compas. No echeis las
patas hacia dentro,
es de muy mal tono; abridlas bien hacia fuera
como yo hago."
Los pequefiuelos hacian con docilidad cuanto su madre orde­
naba; pero, por mas galanura y cortesia que desplegaban, los demas
anades los miraban de mal ojo y decian: "jC6moL
.. . jotra po­
llada! Como si no fuesemos ya bastante numeroso
s
para la comida
que nos echan. jPor vida mia! exclam6 un anadino, jesto
es de­
masiado! .
... iAtras! Mirad el aspecto de este patito, no es posible
que
10 guardemos entre nosotros." Y precipitandose sobre el pobre
ceniciento, Ie tiro de las plumas y
Ie maltrat6. "Vamos, malvado,
dijo
la madre, dejalo que no hace dane a nadie." "Verdad es, res­
pondi6 el otro; pero no
es dable ser tan gordo a tus anos. iQue
mal hecho es!. . . . iDeshonra a nuestra raza!"
EI obeso pato espanol
se habfa acercado y alab6 por 10 sumo
Is. gracia y donaire de los nuevos patitos. lLastima es-dijcr-,
que haya entre ellos esa especie de monstruo; ique plumaje mas
feo tiene!
-No dire que no, respondi6la madre; pero es buen muchacho
235

y de muy dulce caracter. N ada, ademas, mucho mejor que todos
los otros.
Tal vez se arregle con el tiempo, pues ha permanecido
en
el cascaron mas de 10 justo yeso, sin duda, 10 ha desfigurado.
"En segundo lugar, aiiadi6 el anade peinandole con el pico
las plumas algo espeluznadas por
el ataque que habfa sufrido, es
un macho, y no importa asf gran cosa que seabien omal parecido."
-8i os consolais, tanto mejor, respondi6 el pato espafiol.
Vuestros hijuelos son encantadores. Bien venidos sean entre nos­
otros; pero, si dan con alguna golosina, como por ejemplo"
una
cabeza de anguila, que no se olviden de traermela. Soy el jefe del
estanque y quiero que se me tenga respeto."
La nueva parva fue muy bien acogida por los antiguos, excep­
to el patito ceniciento que no dej6 de ser mordido, zarandeado,
perseguido.
Hasta las gallinas se burlaban de el y 10 hallaban de­
forme. Habfa en
el corral un pavo que se paseaba de ordinario,
soplando como si fuese
el arbitro del universo. A la vista del pa­
tito se
inf1.6 como la vela de un ave que el viento llena, y se arroj6,
furioso, sobre
el pobre animal; al llegar a las orillas del estanque,
viendo que no podia alcanzar al objeto de
su c61era, se puso en-"
cendido como
un pavo que era y lanz6 furibundos glu-glus. El in­
feliz anadoncillo no tenia un momento de solaz, siendo de conti­
nuo apaleado y picoteado.
El recuerdo de los malos tratos que
habia sufrido durante
el dfa no Ie dejaba dormir por la noche.
Sus penas fueron aumentando con sus dfas.
Hasta sus her­
manos de echadura se mofaban de el y decfan:
"jPor que no co­
gera
el gato a este fen6meno que nos avergUenza!" La madre que
10 habia defendido en un principio, acab6 por decir a cada paso:
"jLIevete la muerte, si quiere complacerme!" Y los otros se
Ie iban
encima con
el pico y las alas abiertas; la criada que llevaba la
pitanza a la gente de pluma, Ie daba de puntapies cuando se aproxi-'
maba para coger algiln desperdicio de cocina. �
AI fin, no pudiendo resistir mas, alz6 el vuelo por encima de los �
vallados, de los jardines y praderas; los pajarillos que anidaban en �
los arboles huian despavoridos oyendo el ruido de sus alas pesadas �
y sin experiencia.
"Los asusto con mi fealdad," pensaba; y cerr6 los ojos
para �
no ver las lindas avecillas huir delante de el. Sigui6 volando y lleg6 �
a un inmenso pantano habitado por patos selvaticos, donde se de­
tuvo, fatigado por la caminatay elpesar, y pas61a noche acurrucado �
entre los juncos.
AI amanecer llegaron los patos selva tic os que consideraron
con curiosidad al recien venido.
"lDe d6nde sales, de queraza eres?"
-Ie preguntaron. El patito hacia saludos muy torpe.s como una
criatura avergonzada de su mal porte.
"Puedes vanagloriarte de ser horriblemente feo -afiadieron
los otros.-Pero, lque nos importa si no se te ocurre casarte con una
de nuestras hijas?" jPobre desgraciado! Seguramente no pensaba
en casarse, y se consider6 muy feliz de que se dignasen tolerarlo,
permitiendole buscar
el sustento en los pantanos y dormir entre las
c
a:tlas.
Hacia algunos
<lias que estaba a.llf, cuando llegaron varios
ansarones que venfan de muy lejos, de los pafses del Norte; pero,
eran j6venes
yen la juventud no se teme aventurarse.
"Amigo-dijeron al patito-, tienes un aire tan grotesco que
nos divierte el verte. Ven con nosotros, y como nosotros, seras ave
de paso. Cerca de aquf, en otro pantano,
hay algunas anades sel­
vttticas que son
muy agradables, y como ven muy poca gente y no
son peritas en cuesti6n de hermosura, tal vez gustes de alguna
de
elias a pesar de tu fealdad.' ,
jPi!, pal! se oy6 de pronto, y los dos ansarones cayeron al agua
ex3.nimes. IPif, paf! Bandadas enteras de anades y patos salieron
de los cafiaverales huyendo en todas direcciones. Los tiros segufan
estallando; era
una gran caceria. Habfa hombres en las orillas del
pantano, en las ramas de los sauces y de los alamos que sobre
e1
agua avanzaban. El azulado humo de 1a p61vora formaba una
nube. Los perros entraron en
e1 agua, ladrando, dob1ando las cafias
y los juncos, acercandose al escondite del patito. jQue angustiosa
espe
ra! Iba a meterse la cabeza bajo e1 ala para no ver semejantes
horrores, cuando apercib
i6 delante de el a un perro enorme, con los
ojos relucientes de furor y
la bocaabierta cuajada de formidables
dientes; pero, despues de haberlo mirado un instante,
e1 perro se
a1ej6 en busca de una presa mas digna.
"AI
fin y al cabo, dijo e1 patito a1 volver en sf, mi fealdad me
habra servido de algo; he repugnado
hasta a ese perro vora z."
Y esto diciendo se escondi6 en
10 mas espeso de la junquera,
hasta que los tiros cesaron y se fueron los cazadores. Despues de
muchas horas y tomando precauciones infinitas, sali6 del agua y
huy6 con cuanta ligereza pudo, cruzando los campos a los fulgores
y al fragor de la tormenta,
hasta verse lejos del pantano maldito.
AI anochecer lleg6 a una miserable cabafia, tan deteriorada
que puede decirse que si se mantenfa en pie era por no saber de que
lado caerse. EI vie nto arreciaba y para ponerse a cubierto, el patito
entr6 por
la puerta entornada. Vivia a llf una buena mujer consu
gato que llamaba mi hijo y sabia hacer ron-ron y despedir chispas
cuando
Ie pasaban la mano contra el pelo, y una gallina con las
p
atas muy cortas que 1a mujer adoraba porque Ie ponia huevos.
AI dfa siguiente notaron 1a presencia del intruso; el gato co­
menz6 a hacer
ron-ron y 1a gallina glu-glu.
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"lQu~ sucede?" pregunt61a mujer; ya fuerza de mirar, acab6
por descubrir
a1 fugitivo que tom6 por un anade. "jQue fortuna!
exc1am6, voy a tener huevos de pato y los hare empollar."
Y aliment6
muy bien al patito. Fueron estos los primeros dias
felices de au vida; pero lay! despues de tres semanas, cuando se
veritic6 que no ponia, comenzaron de nuevo sus tribulaciones.
La gallina era casi
el ama de 1a casa; decfa siempre: Nos y los
otr08, y este nos, que comprendia a ella, ala mujer y a1 gato, 10 colo­
caba muy por encima del universo.
E1 patito se atrevi6 a emitir
una opini6n contraria.
Enco1erizada, exclam6: "lSabes poner
huevos?~No. Pues
bien, callate; no cuentas
en el mundO.-lPuedes hacer ron-ron,
despedir chispas? pregunt6 e1 gato.-No.-En ese caso no puedes
tener un parecer. Contentate con oir a las bestias sensatas."
El patito se ca1l6 y volvi6 a su rinc6n, sintiendose de nuevo
desgraciado. De pronto una rafaga de aire penetr6 en
lacabana
y el anadoncillo sinti6 un vivo deseo de nadar y hab16 de ello a la
gallina.
"He ahi 10 que es no hacer nada, dijo esta; la ociosidad
inspira las ideas mas estrafa1arias. Pon huevos 0 haz
ron-ron y se
disi paran."
~jEs tan agradable solazarse en el agua, zambullirsel-jPier_
des
el juicio! Preguntale al gato, que es e1 animal mas cuerdo que
conozco, si
es bueno meterse en el agua. No digo 10 que pienso yo.
Pregdntaselo al ama, mujer de
experiencia.-N0 podeis compren­
derme, dijo
el pato.-jNo comprenderte! lAcaso crees tener mas
ingenio que la buena mujer y
el gato? No hablo de mt Vamos,
hijo mio, se modesto, pues Dios podrfa retirarte, de
10 contrario, sus
beneficios. Te
ha hecho dar con esta casa do hace un calor agrada­
bilfsimo; tienes nuestra sociedad de la que podrias
apro癥捨慲瑥 
para instruirte. Yo, por mi, no deseo mas que abrirte la inteligencia. �
Si te canto las verdades, es porque te quiero. No hay en el mun摯 
mas que dos cosas, hijo mio: poner huevos 0 hacer
ron-ron. Apren­
de una
cOBa 0 la otra.-Tal vez viajando me afinare un poc o, dijo �
el patito.-8i, me parece que no te sen tara mal, dijo la gallina, pues �
tienes mucho que 慰牥湤敲⸢ 
Y
el patito se fue, y vo16 hasta dar con un estanque en el que �
se
ban6 y 01vid6 las tonterias de la gallina.
Vino
el otono. Cayeron secas las hojas de los arboles y fueron
arrebatadas por el viento. Nubes formadas de nieve ocultaban el
sol, y los
cuervos graznaban en los aires. Los tormentos del patjto
cQntinuaron, pero tuvo mas tarde un dia de ventura. EI sol habfs
lucido y se ponia entre purpureas nubes. De pronto pas6 una ban­
dada de aves
tan grandes y magnificas que nunca las habia visto
e1 anadoncillo; posefan largos cuellos que retorcian con gracia, y
una pluma blanca como el armino: eran cianes. Daban un grito
especial, y con las alas abiertas iban a los paises del Sur en busca
del calor.
Se elevaban a una altura prodigiosa y el patito experi­
mentaba a su vista una sensaci6n desconocida.
Se volvi6 en el agua
hacia ellos
e, involuntariamente, lanz6 un grito tan agudo y singular
que
ae asust6 a si mismo. ,Cuanto amaba a aquellas aves sin cono­
cerlas ni saber ad6nde iban!
Cuando desaparecieron,
zambu116se hasta el fondo del agua,
mas conmovido que nunca
10 estuvo. No senUa envidia. El pobre­
cillo que se habria creido
feliz si los patos Ie hubiesen sufrido en su
seno, no pensaba que pudiese ser nunca otra cosa que un ser repug­
nante.
EI invierno fue muy riguroso; los estanques se helaron y el
patito tuvo que nadar de continuo, hasta de noche, para impedir
que
el hielo se formase en torno de sus patas. Pero al fin se cans6,
se paro y qued6 aterido.
Por la manana, un aldeano que acert6 a pasar por allf, rompi6
el hielo y llev6 a su mujer el patito que se reanim6 con
el calor.
Los ninos quisieron jugar con el; pero, como los malos tratos
Ie
habfan vuelto miedoso, huy6 desconcertado, creyendo que querian
hacerle dano; al correr tropieza y tira por tierra
un gran taz6n de
1eche; la aldeana
Ie persigue con la escoba; cae nuestro pato en un
tonel lleno de harina y con sus aletazos eleva nubes de blancuzco
polvo; a todo esto los ninos se divertian de
10 linda y se empujaban,
con gran des risotadas, por coger al pato. Una bocanada de aire
abri6 feliz mente la puerta y
el animal pudo satir y volar a ocultarse
entre la lena.
Muy triste serfa relatar todas las pen as y trabajos que tuvo
que sufrir en este crudo inviemo.
En fin, luci6 de nuevo el sol y
de nuevo reson6 el canto de la,alondra.
Tan hermosa era la prima­
vera como espantoso habra sido
el invierno.
El patohabia crecido mucho y sus alas habfan ganado enfuerza.
Sin reparar en
e11o, se elev6 en los aires mucho mas alto de 10 que
hubiese esperado. Cuando hubo volado a su antojo descendi6 a la
tie
rra y se ha1l6 en un vasto parque; los saucos y la blanca espina
estaban en flor. Por entre los arboles y arbustos serpenteaba un
Hmpido riachue
lo que terminaba en un gran lago circundado de
un verde cesped. ,Que hermoso era!
.. .. iQue delici osa frescura bajo
las umbrosas arboleda
sl De pronto, el pato vio aparecer en e llago
tres magn ificos cisnes, que resbalaban ligeramente sobre las aguas
con las alas tendidas como las velas de una barquilla.
Una suave melancolfa acometi6 al pato cuando los vio. "Co­
noz
co a estas aves reales, se dijo; quiero ir a admirarlas desde cerca;
me mataran y tendran raz6n, pues un fen6meno como yo no tiene
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derecho a acercarseles. Pero, poco me importa; mas vale morir a
sus picos que ser maltratado por
los anades, sermoneado por las
gallinas, perseguido por todo
el mundo."
y nad6 hacia las hermosas aves, que, tan luego notaron su pre­
sencia, se lanzaron hacia
~l con gran ruido de alas.
"Si, Iya se que vais a
matarme!"-dijo el pobre animal, y baj6
la cabeza hacia la iuperficie del agua esperando
la muerte. Pero,
lqu~ es 10 que vi6 en los cristales dellago? Su propia imagen; no era
ya el pato deforme, de un gris sucio: era un cisne.
Poco importa haber sido empollado por un anade, entre los
patos, con tal de haber salido de un huevo de cisne; al
fin y al cabo,
la raza domina.
El joven cisne no senUa
ya sus penas y pasados infortunios que
Ie hacian apreciar toda la dulzura de su felicidad' actual. Los otros
cisnes
Ie rodeaban y 10 acariciaban tiernamente con sus picos.
Varios nifios llegaron a orillas del estanque y echaron en
61 pan:
el mas jovencito exclam6: "IHay uno nuevol"
-"iUno nuevo, uno nuevo!" gritaron los otros y fueron a pre­
venir a sus padres, y regresaron con golosinas que echaron al agua
para el nuevo.
"Es el mas hermoso de todos, decian. iQue nobleza,
qu~ gracia!"
El, confuso, no sabia
10 que hacia, tan encantado se hallaba. EL PRINCIPE FELIZ
En vez de ensoberbecerse como tantos plebeyos medrados, tenia
mas bien vergUenza y escondia su cabeza bajo el ala. Pensaba en
WILDE
todas las crueles persecuciones que habra sufrido, y ahora Ie decian
el mas hermoso de aquellas magnfficas aves, iba a reinar conellas
en este lago encantador rodeado de deliciosos bosques. Levant6 en­
tonces su gracioso y flexible cuello, abri6 sus alas que hinch6 el
blando cefiro y resbal6 con elegante abandono por la superficie de
las aguas,
dici~ndose interiormente: "Nunca, cuando era el patito
ceniciento, pense, ni en suefios,
c<?n semejante felicidad."
ANDERSEN.
2{O

EL PRINCIPE FELIZ �
OMINANDO la ciudad,
sobre una alta columna,
se elevaba la estatua del
Principe Feliz.
Era to­
da dorada, cubierta de
tenues, hojas de oro fino;
tenia, por ojos, dos bri­
llantes zafiros, y
ungran
rubi rojo centelleaba en
el puiio de su espada.
Todo esto
Ie hacia ser
muy admirado.
-Es tan hennoso co­
mo una veleta· -observa­
ba uno de los concejaies
de la ciudad, que desea­
ba granjearse una repu­
tacion de hombre de gusto
artfstico-; solo que no es tan utiI,­
aiiadia, temiendo que Ie tomasen por hombre poco practico, 10 que
rea1mente no era.
-lPor que no eres como el Principe Feliz?· -preguntaba una
madre sentimental a su hijito, que lloraba pidiendo Ia luna-.AI
Principe Feliz nunca se Ie ocurre llorar por nada.
-Me alegro de que baya alguien en el mundo completamente
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feliz -Iilurmuraba un desenganado, contemplando la maravillosa
estatua.
-Tiene todo el aspecto de un angel-decian los ninos del
Hospicio al salir de laCatedral, con susbrillantes capas escarlatas
y
sus limpios delantales blancos.
-lEn que 10 conoceis?-replicaba el profesor de matemati­
cas.-Nunca visteis ninguno.
-iOh, los hemos visto en suenqs! -contestaban los ninos; yel
profesor de matematicas fruncia el entrecejo y tomaba un aire SE)­
vero, pues no podia aprobar que los ninos sonasen.
Una noche vol6 sobre la ciudad una pequena golondrina.
-lD6nde me hospedare? -se pregunt6-. Espero que habran
hecho preparativos para recibirme.
Entonces via la esta tua sobre su alta columna.
-Voy a guarecerme aUf-se dijo-.Ellugar es bonito y bien
aireado.
Asi, {ue a posarse justamente entre los pies del Principe Feliz.
-Tengo una alcoba dorada -se dijo duicemente, mirando a su
alrededor.
Y se dispuso a dormir. Pero no habia acabado de esc on­
der la cabeza bajo el ala, cuando
Ie cay6 encima una gran gota de
agua.
-jQue cosa tan rara! -excIam6--No hay una nube en todo el
cielo, las estrellas estan claras y brillantes, y sin embargo, llueve.
Entonces, cay6 otra gota. �
-lPara que sirve una estatua si no resguarda de la lIuvia?­
dijo--. Voy a buscar una buena chimenea.
y decidi6 llevar su vuelo a otra parte.
Pero, antes de que abriese las alas, cay6
una tercera gota; y
mirando hacia arriba, vio ... . jAh, 10 que 癩潬 
Los ojos del Principe Feliz estaban
Uenos de lagrimas, y lagri­
mas corrfan por sus doradas mejillas.
Tan bello era su rostro, a 污 
luz de la luna, que la golondrina se sinti6 llena de 捯浰慳椶渮 
-lQuien sois! ⵰牥杵湴㘮 
-Soy el Principe 䙥汩種 
-Entonces lPor que llorais? Casi me habeis empapado. �
-Cuando estaba en vida y tenia un coraz6n de hombre­
contest6Iaestatua-,yo no sabia 10 que eran las la,grimas, pues vivia
en
el Palacio de la Despreocupaci6n, donde no se permite Ia entrada
al dolor.
Durante el dia jugaba con mis com pan eros en el jardin, y
por la noche bailaba en
el gran saI6n. Alrededor del jardin se ele­
vaha un altisimo muro; pero jamas sentf curiosidad por conocer
10
que habfa tras el: tan hermoso era cuanto me rodeaba. Mis corte­
san
os me llamaban el Principe Feliz, y feliz era en verdad, si el
placer
es la dicha. Asi vivi, y asi morL Y_ahora que estoy muerto,
me han subido tan alto, que puedo ver todas las fealdades y toda la
miseria de mi ciudad, y aunque mi coraz6n sea de plomo, no tengo
mas remedio que lIorar.
-Alla abajo -continu6 la estatua con voz queda y musical-,
alla abajo, en una callejuela, hay una casuca miserable. Una de las
ventanas esta abierta, y, a traves de ella, yeo a una mujer sentada
ante una mesa. Su rostro esta demacrado y marchito, y sus manos,
asperas y rojizas, estan llenas de pinchazos, pues
es costurera. Borda
pasionarias en
un traje de seda que debe lucir en el pr6ximo baile de
Palacio la mas bella de las damas de la reina. Sobre
una cama, en el
rinc6n del aposento, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre, y pide
naranjas. Su madre
s610 puede darle agua del rio; asf, que el nino
Hora. Golondrina, golondrina, golondrinita, lquerrfas llevarle el
rubf del puno de mi espada? Mis pies estan clavados a este pedes­
tal, y no puedo moverme.
-Me esperan en Egipto -respondi6 la golondrina.
-Golondrina, golondrina, golondrinita-dijo el Principe-,
lno te quedaras conmigo una noche, y seras mi mensajera? iEI
nino Hene
tanta sed, y la madre esta tan triste!
La mirada del Principe Feliz era
tan triste, que Ia golondrina
!I
se conmovi6.
-Hace mucho frio aquf-dijo---; pero me quedare una noche
contigo y sere
tu mensajera.
-Gracias, golondrinita~dijo el Principe.
Entonces la golondrina arranc6
el gran rubf de la espada del
Principe, y con
el en el pica remont6 su vuelo por encima de los
t.ejados. Pas6 junto a
la torre de la Catepral, que tenia angeles
esculpidos en marmol blanco. Pas6 junto al Palacio, donde se oia
mus.ica de danza.
Una preciosa muchacha sali6 al baIc6n con su
nov1O.
--jQue hermosas son las estrellas -dijo el-, y cuan maravi­
110so es el poder del amor!
-Espero que
mi traje estara listo para el baile de gala-replic6
ella-. He mandado bordar en el pasionarias. iPero las costureras
-
son
tan holgazanas!
Pas6 sobre el rfo, y vio las linternas colgadas de los mastiles de
los navios. Pas6 sobre la Juderfa, y vio a los viejos mercaderes
urdiendo negocios
y pesando monedas en balanza de cobre. AI fin
lleg6
ala pobre casuca, y mir6. EI nino se agitaba febrilmente en su
cama, y la madre se habfa dormido de cansancio. Entonces, la go­
londrina
sa1t6 al cuarto y deposit6 el gran rubi encima de la mesa,
junto al dedal de la costurera. Luego, revolote6 dulcemente alre­
dedor de la cama, abanicando con sus alas la frente del niiio.
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