años había enviudado y heredado de su marido Martín de Alzaga una gran fortuna.
En 1872 fue asesinada por su pretendiente, Enrique Ocampo, quien se volvió loco al
enterarse de que su amada iba a casarse con otro hombre. Sus padres construyeron
una bellísima iglesia en su memoria, en las calles Isabel La Católica y Pinzón. A pocas
cuadras de allí, en la intersección de Martín García y Ruiz Díaz de Guzman, una
plazoleta recuerda a Elisa Brown, hija del almirante Guillermo Brown, prócer de la
Independencia.
En 1827, Elisa se comprometió con el joven marino británico Francisco Drummond,
quien se sumó a la batalla naval que el almirante Brown emprendió contra el Brasil.
Todo estaba listo para que al regreso la pareja celebrara su matrimonio. Pero en uno de
los combates, Drummond fue herido de muerte. La leyenda dice que, sumida en un
inmenso dolor, días después Elisa se puso el vestido de novia y se dejó llevar por las
aguas del Río de la Plata. Desde entonces, se la conoce como La novia del plata o La
novia eterna.
También en Villa del Parque se recuerda un amor desgraciado. En Campana al 3200, a
escasos metros del cruce ferroviario, una mansión de cinco pisos es testigo de esta
historia. En su origen, el edificio estaba decorado con figuras grotescas de animales y
por eso fue bautizado El palacio de los bichos, como todos lo conocen en el barrio. Fue
construido por un aristócrata italiano que se la ofreció como regalo de bodas a su única
hija. Pero el destino no lo permitió. Luego de la fastuosa celebración del casamiento,
ocurrida el 1 de abril de 1911, los novios partieron hacia su luna de miel en un carruaje
mientras los invitados los saludaban desde los balcones, y desde allí asistieron a una
imagen pavorosa: al atravesar el paso a nivel, los novios fueron arrollados por el
ferrocarril.
Lejos de estas tragedias, otra gran historia de desamor que se cuenta en Buenos Aires
es la de Tiburcia Domínguez y Salvador María del Carril, gobernador de San Juan, aliado
del General Justo José de Urquiza y promotor del fusilamiento de Manuel Dorrego. El
mausoleo de este matrimonio, en la Recoleta, es una evocación eterna del desprecio
que se profesaron en vida y que los llevó a no dirigirse la palabra durante 30 años. Fue
Tiburcia la que se ocupó de que el odio conyugal trascendiera su muerte cuando ordenó
que al morir su busto se colocara dándole la espalda a la estatua que recuerda a su
marido.
Sin muertes de por medio, el edificio Kavanagh, en el barrio de Retiro, cuenta también
un amor. Se dice que Corina Kavanagh, una descendiente de irlandeses de mucho
dinero, construyó allí esta torre art-decó por venganza. Fue a comienzos de la década
del ‘20. La familia Anchorena había construido su residencia en Arenales y Esmeralda, y
en una línea diagonal imaginaria el mausoleo familiar (Iglesia del Santísimo
Sacramento). Corina Kavanagh estaba enamorada de uno de los hijos de la familia, el
dandy Tomás Anchorena, pero su madre se opuso a esa relación porque la joven no era
de origen patricio. Nunca imaginó que ella invertiría buena parte de sus millones en
ladrillos sólo con el fin de obstaculizarle la vista entre el palacio y el sepulcro de la
familia.