sus amados (copiaba e instrumentaba la música de Mahler, por
ejemplo) y, lo que es más importante, galvanizaba a su pareja, le
sacaba lo mejor de sí mismo como artista, le insuflaba fuerza: «Tú
restituyes la vida a los inútiles», le dice Kokoschka. E incluso el
biólogo Paul Kammerer, cuyo amor Alma nunca correspondió,
comentaba: «Cuando estoy con ella, acumulo la energía que preciso
para producir». Y es que Alma era una especie de batería existencial,
capaz de encender el mundo de colores.
Esa electricidad interior, esa potencia vital, se recargaba una y
otra vez en el amor. Pero no en un amor simple y cotidiano, sino en
la pasión más arrebatada, En ese sentimiento romántico y arrasador,
producto de la imaginación, por el cual se busca la fusión absoluta
con el otro, el alma gemela. Un objetivo inhumano, imposible, que
lleva siempre a la repetición infinita de la búsqueda amorosa. Alma
perdió a su padre, a quien idolatraba, a los trece años, y mitficó al
hombre y al artista, Cuando se enamoraba, inventaba en el otto la
perfección; y su pareja, al verse reflejado como un dios en los ojos
de ella, se apreciaba más a sí mismo: si una mujer tan bella, tan
inteligente y tan brillante me considera divino, es que lo soy. Pero
luego la torpe realidad iba socavando los pies de barro de sus
príncipes azules, y Alma se iba desenamorando, se angustiaba, se
deprimía. Necesitaba apasionarse nuevamente, volver a amar a otro,
sentirse viva, Ahí empezaban los conflictos.
‘Todas estas turbulencias interiores se desarrollaban en un entomo
también turbulento. Alma nació en Viena en 1879, es decir, en la
Centroeuropa convulsa, en el corazón de un mundo que se
desmoronaba. Era el fin de una época y, como suele suceder en
todas las decadencias colosales, la agonía del imperio austro-
húngaro vino acompañada por una efervescencia intelectual y
arística. Hace un siglo, Viena apuraba alegremente sus últimos dias
de gloria; en los salones literarios y en los atiborrados cafés se
discutía de lo divino y de lo humano, se coqueteaba, se conspiraba,
se creaba. Alli y entonces surgió la importante escuela filosófica
conocida como el Círculo de Viena; Loos inventó la arquitectura
modera y Schönberg la música dodecafónica; Robert de Mi
sobre todo Kafka revolucionaron la literatura, y Freud descubrió (0
más bien nombró) el inconsciente, cambiando para siempre la
percepción que los humanos tenemos de nosotros mismos. La vida
ardía en esa Viena intensa.
Era además una vida alocada, burbujeante y hedonista en la cual
las mujeres ocupaban un papel especial, En la Europa de entonces, la