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—Tu abuelo, Karli, algunas veces
empinaba bastante el codo. De vez en cuando
te diré que hasta llegaba a casa a cuatro
patas y yo, entonces, me juré no probar en
la vida esos brebajes. Incluso cuando nos
invitaban o cuando celebrábamos cualquier
cosa yo la bebida apenas la tocaba. Ahora es
diferente, Y ocurrió de una forma bien sencilla.
El día en que murió el abuclo yo daba vueltas
por la casa queriendo poner orden y enredän-
dolo todo, en realidad, mucho más de lo que
estaba. En la mesilla de noche del abuclo
encontré, por casualidad, dos botellas de
aguardiente y, en medio de toda la tristeza,
me quedaron fuerzas todavía para ponerme
furiosa. Abrí una de las botellas y me bebí
un buen trago, como para contrariar al abuelo
difunto. ¿Y sabes tú lo que pasó, Karli? Me
sentó bien. Me dije que era estupendo para
matar las penas. Y desde entonces me las
mato con una copita o dos. Sobre todo cuando
me entra miedo.
Karli la miró asombrado.
— ¡Pero abuela, si tú no tienes miedo!
Nunca te lo he notado.
—Tü, Karli, a tus ocho años, ya sabes
mucho. Lo que pasa cs que el miedo no puede
verse.
- Karli
abuela se rió.
—Tü confias demasiado en tus fuerzas,
jovencito, Yo, sabes, no es que tenga miedo
le aseguró que lo notaría. La
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del gordo ese del rutelar de menores, o de la
asistente social, o del portero, o de quién
sea. Yo tengo miedo de cosas muy distintas
y no sólo un miedo, muchos miedos. Tengo
miedo de que venga otra inflación y se me
lleve todo lo que he ahorrado, como ya nos
sucedió otra vez. Yo entonces, en 1923, era
casi una niña y mi padre, tu bisabuelo,
tampoco es que hubiera podido ahorrar mucho.
Pero, de la noche a la mañana, el poquito
de dinero que tenía no valía nada. Lo que
antes había costado un marco costaba, de
repente, miles de ellos. ¡De locura! Y luego,
en 1931, cuando el dinero recuperó su valor
lo que no hubo fue trabajo. Yo estaba recién
casada, tu abuelo se había quedado sin empleo
y vivíamos con lo poco que nos daban del
subsidio de paro. No conseguíamos salir de
apuros.
De eso tengo miedo. Y tengo miedo
de ponerme enferma. ¿Qué va a ser de ti,
entonces? Cada vez que vas a la escuela
tengo miedo de que te pase algo. Tengo
miedo de que nos suban el alquiler del piso.
Estos son mis miedos. Y no consigo librarme
de ellos. Me rondan constantemente por la ca-
beza. Y, cuando me fastidian demasiado, voy
al aparador, me sirvo una copita de aguar-
diente, me la bebo de un trago y me digo:
— ¡Quién dijo miedo, Erna Birtel! Y
por un momento se me pasa.
Karli lo comprendió perfectamente.