Peterson y a su esposo Andrey Korikov, a mi hijo Julian Peterson y a mi nuera Jillian Vardy,
a mi cuñado Jim y a mi hermana Bonnie Keller, a mi hermano Joel y a mi cuñada Kathleen
Peterson, a mis padres Beverley y Walter Peterson, a mis cuñados Dale y Maureen Roberts y
a su hija Tasha, a mi cuñada Della Roberts y a su marido Daniel Grant; así como a nuestros
amigos Wayne Meretsky, Myriam Mongrain, Queenie Yu, Morgan y Ava Abbott, Wodek
Szemberg y Estera Bekier, Wil Cunningham y Shona Tritt, Jim Balsillie y Neve Peric, al doctor
Norman Doige y a su mujer Karen, a Gregg Hurwitz y a su mujer, la doctora Delinah Hurwitz
(el primero también me ayudó mucho a editar y perfeccionar mi anterior libro, 12 reglas para
vivir: un antídoto al caos), al doctor Cory Torgerson y a su mujer Nadine, a Sonia y Marshall
Tully, al doctor Robert O. Pihl y su mujer Sandra, al doctor Daniel Higgins y a la doctora Alice
Lee, al doctor Mehmet Oz y a Lisa Oz y al doctor Stephen Blackwood y su mujer, la doctora
Nicole Blackwood. Estos últimos dos años, todos han hecho cuanto estaba en sus manos y
más para atendernos a Tammy y a mí. Por último, nos echaron una mano tres hombres de
Dios, sobre todo a Tammy: los padres Eric Nicolai, Fred Dolan y Walter Hannam.
Mi familia hizo gestiones para que me trataran en Moscú la reacción paradójica y la
ulterior dependencia de la medicación que tomaba contra la ansiedad, la benzodiacepina,
teóricamente segura pero de lo más peligrosa. Lo gestionó con magistral eficiencia, a pesar
del momento del año en que nos encontrábamos (las vacaciones de Navidad y Año Nuevo de
2019-2020), Kiril Serguéievich Mijaílov, cónsul general de la Federación Rusa en Toronto, y
el personal del Consulado, que me concedió un visado urgente en cuestión de días. Muchas
personas, entre las que se encontraban Kelly y Joe Craft, Anish Dwivedi, Jamil Javani, Zach
Lahn, Chris Halverson, Metropolitan Jonah y el muy reverendo padre Victor Potapov y
Dimitir Ivanov, ayudaron a agilizar un proceso muy complejo y multidimensional. En Rusia,
mi seguridad corrió a cargo de Alexander Usov; y las visitas diarias de mi hija Mikhaila y su
marido Andrey, a los que no puedo estar más agradecido, disminuyeron mi sensación de
soledad. Los equipos médicos rusos estuvieron formados por el IMC Addiction de Román
Yuzapolski, que aceptó supervisar mi caso a pesar de que varios expertos le advirtieron que
era demasiado peligroso, y los miembros de su plantilla: Guerman Stepnov, los directivos de
administración y Alexandr, el terapeuta, que me lo tradujo todo durante un lapso de dos
semanas sin ni siquiera cambiarse de ropa. Ingresé en la Academia de Ciencias Médicas de
Rusia con una pulmonía doble sin diagnosticar y en un estado catatónico y delirante, pero
gracias al equipo pude volver a andar. La doctora Marina Petrova, la subdirectora, y el doctor
Michael, jefe médico de lo que se conocía como la Unidad de Reanimación, fueron de especial
ayuda. Uliana Efros, la niñera de mi nieta Elizabeth Scarlett, siempre nos cubrió las espaldas
y viajó con nosotros durante ocho meses a Florida y Serbia, cuidando de Ellie e incluso
pasando un mes en cuarentena. Doy gracias también a la hija de Uli, Liza Románova, que
ayudó a cuidar de Ellie en Rusia para que mi hija y mi yerno pudieran ir a verme al hospital.
Por último, en el frente ruso, me gustaría dar las gracias a Mijaíl Avdéiev, que nos ayudó
mucho procurándonos medicamentos y traduciendo información médica, ambas cosas con
muy poca antelación.
Más tarde, en junio de 2020, pedí que me ingresaran en la IM Clinic de Medicina Interna
de Belgrado, una institución dedicada a la abstinencia de benzodiacepina, donde caí en las
competentes y tiernas manos del doctor Igor Bolbukh y su personal. El doctor Bolbukh había
volado antes a Rusia para consultarme mientras me hallaba en un estado de delirio, me
asesoró en temas médicos durante meses sin cobrar, me estabilizó al llegar a Serbia y luego