Miaticos y magos del Tibet
lumbrantes de blancura. El cielo, muy azul, sin una nube, el
sol ardiente, la reverberación cegadora, me daban casi la
presión de encontrarme en Djend, pero si el paisaje ofrecía
alguna semejanza con el desierto africano, el gusto del aire
diferfa bastante. Era siempre el del alto Tibet, con la delicio
sa ligereza de tres mil metros de altura,
¡Numerosas leyendas, antiguas Iss unas, otras casi recien-
tes, se refieren a aquella región, y en muchos sitios muestran
vestigios de hechos milagrosos. Entre ellos uno de los más
notables es una gigantesca roca, en pie, aislada en el lecho
del río. Cuentan que, hace unos siglos, aquel coloso echó a
volar desde la India y se dirigió al Tíbet por los aires. ¿Cuál
era el objeto de su viaje singular? La historia no lo dice. Oui-
74 ta belleza quieta del inmenso valle, su río azul y su cielo
turquesa le impresionaron, y lleno de admiración se paró,
descansando su enorme mole sobre la arena. Sea lo que fue-
re, terminó la carrera vagabunda y, desde entonces, un éxta-
sis ininterrumpido lo retuvo allí, solitario, con su pie inmerso
enla corriente.
Llegué a Samye por la noche.
El aspecto del pais era siempre el mismo, doloroso y lleno
serio, como el de un ser en su última hora.
Había visto ea el Gobi aquella desesperación muda, im-
presa en la faz de las cosas que van a desaparecer, y la expre-
sión desesperada de las florccillas, cuya corola se impregna
del polvo de la muerte; pero en torno a Samye. parecían
mezclarse vagas influencias ocultas con la simple acción de
Jas cosas naturales, y la tristeza que inspiraba el paisaje me-
lancólico tenía un tinte de inquietud, casi de pánico,
Samye es un oasis cercado a medias, plácidamente absor-
to en los recucrdos de su brillante pretérito, o quizá, habien-
do alcanzado el desprendimiento supremo, contempla la ma-
rea fatal que avanza y está a punto de sumergirle. Las altas
montañas que rodean al monasterio están ya envueltas, casi
hasta la cima, en un sudario de arena y, a Su misma puerta,
dunas nacientes, de donde sobresalen las copas lastimosas de
los árboles, invaden lo que antes fue una avenida,
152
Los «demonioss
La gompa está cercada por un muro blanqueado con can-
tidades de chertens en miniatura sobrepuestos -- varios mi:
les, sin duda— y colocados a igual distancia unos de otros.
Más allá sobresalen otros chertens blancos o verdes y los do-
rados tejados de algunos templos. El golpe de vista, al cacr el
sol, era original y maravilloso, vagamente irreal, El monste-
rio, perdido en mitad de aquel país agonizante, evocaba la
idea de una ciudad mágica creada por un encantador.
De hecho Samye fue construido mágicamente por un he-
chicero, y milagrosamente construido según la leyenda.
Samye es uno de los lugares históricos más célebres del
Tibet. AIN se erigió el primer monasterio búdico del «país de
Tas nieves», hacia el siglo vit de nuestra cra
Leemos en las crónicas tibetanas que los demanios del
país se oponían a la construcción. y todas las noches des-
trufan el trabajo hecho por los albañiles durante el día. El
ilustre mago Padmasambhava, no sólo consiguió que cesase
su obra de destrucción, sino que llegó a convertirlos en servi
dores obedientes. Ellos mismos terminaron el monasterio en
unas cuantas noches.
Quizá esta leyenda sea la transformación fantástica de un
hecho real. Basta con ver en los demonios empeñados en im:
pedir la construcción del monasterio a los sectarios de la a
gua religión del Tibet, los bempos, contra los que Padn
sambhaya luchó durante su estancia en el Tíbet, y con quie»
nes tuvo que transigir más bien que vencerlos.
Durante largo tiempo, Samye fue la sede de poderosos la-
mas. La fundación de la secta de los honetes amarillo y la si-
tuación predominante que adquirieron, como clero oficial,
disminuyó su importancia. No obstante, otras lamaserius que
pertenecían, como Samye, a los bonetes rojos, han resistido
mejor contra sus rivales, y la completa ruina del célebre mo-
únasterio de Padmasambhava debe de tener otras causas.
1. La tradición pretende que unos religiosos budistas, procedentes de
la india, fundaron un monasterio en el Tibet hacia el año 2 de nuestra
Ena, pero no hay pruebas que lo confirmen