Un reinado pacífico pero que no significó la recuperación económica, ante el derroche, la
rapiña y la ineptitud del valido. El acontecimiento que marcó el reinado fue la expulsión de los
moriscos (1609). Especialmente grave fue en Valencia, que quedo sin mano de obra
campesina, a pesar de la oposición de la nobleza propietaria. Sin embargo, tan desastrosa
decisión fue la más popular de las tomadas por el valido.
El reinado de Felipe IV (1621-1665), lo marca la figura de su valido, don Gaspar de
Guzmán, Conde-Duque de Olivares.
Este nos introduce en la ya iniciada Guerra de los Treinta Años. Olivares diseñó un plan
completo de recuperación política, social y económica. El principal empeño de Olivares será la
política de uniformización de todos los reinos peninsulares, en torno a las leyes vigentes en
Castilla, castellanizando los territorios y haciendo que todos contribuyeran económica y
militarmente (Unión de Armas) por igual al mantenimiento de la política imperial. Este empeño
hirió muchas sensibilidades. Provocó la sublevación de Cataluña en 1640 y otras: Aragón,
Nápoles, Andalucía y sobre todo Portugal (1640). Cataluña volvió a la obediencia a la Corona en
1652, pero España deberá reconocer la independencia de Portugal en 1668.
Carlos II (1665-1700), rey con 4 años, es hombre apocado y en el límite de la normalidad
mental y física. Se suceden las regencias (Mariana de Austria, su madre) y los validos (Nithard,
Valenzuela). Tras la paz de los Pirineos, con una España acosada por la política expansionista
de la Francia de XIV. Los validos sucesivos llevan a España a tocar fondo en su crisis general;
la recuperación se inicia desde 1685, y solo en la periferia peninsular. Su previsible muerte sin
sucesión había provocado planes de reparto entre las potencias europeas. Ante tal idea, Carlos
II tuvo un rasgo de decisión y designó al francés Felipe, duque de Anjou y nieto de Luis XIV,
como heredero de todas sus posesiones, tanto en Europa (España, Flandes, Italia) como en
América.