Tragué el nudo de mi garganta y me obligué a dar unos dolorosos pasos más para
intentar ubicarme y encontrar algún medio de transporte.
Si hubiera sabido que Adam me dejaría botada, me habría asegurado de
quedarme con Giulio, a pesar de que me pareció completamente inapropiado lo
que hizo. Pero era mejor que esto.
De verdad que comenzaba a odiar a Adam.
Si se quería asegurar de que me apartara de él, pues no se hubiera preocupado
tanto, porque de mi parte, yo no volvería a acercármele jamás.
Maldito arrogante.
Mientras caminaba, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Algo andaba mal, eso, o
ya empezaba a sentirme paranoica en cuanto a Mason.
Casi no había gente caminando por la calle. La mayoría pasaba en su propio
vehículo con vidrios polarizados y a máxima velocidad.
Giulio dijo que me seguiría, puede que no le haya tenido miedo a la absurda
amenaza de Adam y ahora venía, como todo príncipe azul, a mi rescate.
Iba a buscar mi teléfono para hablarle a quien sea que pudiera venir a
recogerme, cuando me fijé que no tenía conmigo mi celular. Ni siquiera tenía mi
cartera. Lo que a su vez significaba que no tenía nada de dinero.
¿Dónde pude haberla dejado? ¿En el taxi?
Ahora sí que el terror se instaló en mi cuerpo. Pero había varias soluciones para mi
problema, podía pedir un taxi, ir a casa de mamá y suplicarle que me lo pague.
Sí, eso haría. Después me pondría a llorar por la pérdida de mi teléfono.
Estaba a punto de doblar en una esquina, cuando gruesas gotas de lluvia
comenzaron a caer del cielo.
Parecía como si la naturaleza estuviera conspirando en mi contra. Solo faltaba la
música de fondo para acompañ arme en mi melancólico viaje… o que Marie se
apareciera flotando en el aire, con una cola y dos cuernos, diciéndome que me va a
torturar. Esa sería la cereza del postre.
Me dieron escalofríos de solo imaginarme que tendría que verla esta noche.
Líbranos del mal, Señor. O mejor, líbranos de Marie, porque ella era capaz de
hacer mi vida un infierno si la dejaba hacerlo.
Como la lluvia continuó aún más fuerte, me refugié bajo el alero de una tienda
que vendía ropa para bebés, desde la vitrina se podían ver varios trajecitos, uno de
ellos se parecía al que Key me había regalado cuando pensó que estaba
embarazada.
“Si piensas que soy lindo, deberías ver a mi mamá”.
En medio de todo este caos, sonreí para mis adentros.
Los truenos no tardaron en aparecer y temblé ligeramente ante la perspectiva de
quedarme por más tiempo sola y abandonada como un perro callejero.
Cuando pensaba en tener que caminar bajo la lluvia, un Audi Q3 de color gris se
detuvo en la acera frente a mí. Sonó la bocina tres veces y luego bajó la ventanilla.
Mi corazón se aceleró al ver de quién se trataba.
—Anna, sube aquí, rápido —habló Adam, tuvo que gritarlo porque apenas y se
podía escuchar en medio de la tormenta.