Escritos ¡Oh santa del Señor, yo contemplo extasiada el surco luminoso (1) que dejas al pasar; aún me parece oír tu dulce melodía y hasta mí llega tu celeste canto. De mi alma desterrada escucha la plegaria, déjame que descanse sobre tu dulce corazón de virgen, inmaculado lirio que brilla en las tinieblas de la tierra con claro resplandor maravilloso y casi sin igual. Castísima paloma, pasando por la vida, no buscaste a otro esposo que no fuera Jesús. Habiendo él escogido por esposa a tu alma, se había unido a ella, hallándola aromada y rica de virtud. Sin embargo, otro amante, radiante de hermosura y de virtud, respiró tu perfume, blanca y celeste flor. Por hacerte flor suya y ganar tu ternura, el joven Valeriano quiso darte, sin mengua, todo su corazón. Preparó sin demora, bodas maravillosas, retembló su palacio de cantos melodiosos; pero tu corazón de virgen repetía cánticos misteriosos, cuyo divino eco se elevaba hasta el cielo. Tan lejos de tu patria y viendo junto a ti a este frágil mortal, ¿qué otra cosa podías tú cantar? ¿Deseabas, acaso, abandonar la vida y unirte para siempre con Jesús en el cielo? ¡Oh no, que no era eso! Oigo vibrar tu lira, la seráfica lira de tu amor, la de las dulces notas, cantando a tu Señor este sublime cántico: "Conserva siempre puro mi corazón, Jesús, mi tierno Esposo". Inefable abandono, sublime melodía! Revelas el amor en tu celeste canto, el amor que no teme, que se duerme y olvida como un niño pequeño en los brazos de Dios (2) ... En la celeste bóveda brilló la blanca estrella que a esclarecer venía con sus tímidos rayos la noche luminosa que nos muestra, sin velo, el virginal amor que en el cielo se tienen los esposos... Entonces Valeriano se iluminó de gozo, pues todo su deseo, Cecilia, era tu amor. Mas halló mucho más en tu noble alianza: ¡le mostraste la vida que nunca acabará! "¡Oh, mi joven amigo -tú misma le dijiste-, cerca de mí está siempre un ángel del Señor que me conserva puro el corazón! Nunca de mí se aparta, ni aun cuando estoy dormida, y me cubre gozoso con sus alas azules. Yo veo por la noche brillar su amable rostro con una luz más suave que el rayo de la aurora, su cara me parece la transparente imagen, el purísimo rayo de la cara de Dios". Replicó Valeriano: "Muéstrame ese ángel bello, así a tu juramento podré prestar yo fe; de lo contrario, teme desde ahora que mi amor se transforme en terribles furores y en odio contra ti". ¡Oh paloma escondida en las hondas cavernas de la piedra (3) , no temiste la red del cazador! El rostro de Jesús (4) te mostraba sus luces, el sagrado Evangelio reposaba en tu pecho (5) ..., y con dulce sonrisa al punto le dijiste: