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1º de diciembre. Hemos hecho quince leguas más al E. Latitud 30º 30´ y deriva, de otras
ciento sesenta y siete, a ese mismo punto cardinal.
Jueves 2. Otras doce, al E. Latitud 30º 36´ y galernas, muy violentas, toda la noche por el
S. Después de estar muy atentos durante todo el día, divisamos un paisaje alto y yermo.
Nos colocamos más a sotavento, poniendo proa al NE por el N. Deriva, al oriente, de una
docena de leguas más, con un montante de ciento setenta y nueve en total.
Viernes 3. A eso de las dos de la mañana, subimos a bordo de las piraguas y del bote a
ochenta y cinco forzudos, rumbo a Coquimbo, y decididos a no regresar sin haberla
saqueado antes, en represalia por las afrentas que habíamos recibido en Ilo. Las primeras,
en las que estaban treinta y cinco hombres, remaron más a prisa que el segundo, por lo que
desembarcaron antes del alba. Una vez que amaneció, descubrieron a la guarnición del
puerto, que consistía entonces de una centena y media de soldados a caballo, la cual nos
acorraló formando un círculo, envalentonada por su superioridad numérica, y viniendo a
continuación a nuestro encuentro con estrépito, segura de una fácil victoria frente a tan
pocos enemigos. Nuestro comandante, consciente de que no éramos más de treinta y cinco,
nos conminó a que tan sólo seis de los nuestros abrieran fuego, de inmediato, contra los
españoles para evitar así, cuanto fuera posible, la lucha cuerpo a cuerpo, pues no
poseíamos sino una espoleta y una pistola, y también para dar tiempo a que el resto de la
tropa se llegara a prestarnos auxilio, puesto que sabía que no habrían de tardar mucho en
hacerlo. Sea como fuere, nos mantuvimos firmes en nuestro propósito, a saber, el de darle
la espalda al mar, sin ceder ni un palmo de tierra, o bien el de caer fulminados allí mismo.
Para entonces, ya se nos habían acercado tanto que no creo que ni uno solo de nuestros
disparos errara el blanco, y tan espeso era el fuego, teniendo como teníamos cartuchos
siempre disponibles para los mosquetes, que apenas se habían hecho dos descargas cuando
ya se efectuaba la siguiente, y tan es así que aquel de entre ellos que se encontraba más
atrás bien podía considerarse el más afortunado. En fin, puede decirse que les dimos una
buena tunda, de suerte que, tras hacer una salida para llevarse a sus muertos, se retiraron
en desorden y sin causarnos otro daño que el de un herido. Nosotros fuimos en su
búsqueda, aunque sin prisas, a fin de que aquellos de los nuestros que habían sido
apostados en la orilla, y junto al bote, se nos pudieran juntar, lo que se apresuraron a hacer,
acudiendo raudos cual centellas en nuestra ayuda, si acaso hubiese sido necesaria, guiados
por la huella de nuestras pisadas y por el fragor de la fusilería. Entonces reanudamos la
persecución, siguiendo a los españoles tan de cerca como podíamos, y pensando que se
habían refugiado dentro de la población, si bien lograron despistarnos y conducirnos por el
camino contrario, a través de zanjas y pantanos, ciertamente con la idea de darle ocasión a
los vecinos para que pusieran sus pertenencias a buen recaudo. Sin embargo, al final,
entramos en aquélla, de la que nos apoderamos en un santiamén, y sin apenas sufrir bajas.
Allí nos quedamos por espacio de cuatro días, regalándonos, a placer, con infinidad de
puercos, de aves de corral, de chacina, de verduras y de un vino excelente, que se elabora
aquí, sin contar una gran cantidad de trigo, de cebada y de gramíneas, procedentes de todas
las regiones de Europa, más muchas manzanas, peras, cerezas y vergeles como los que se
ven en Kent. A todo lo cual hay que añadir dulces jardines, plantados con albaricoques,
melocotones, fresas, grosellas y otras frutas.