¿Por qué la Iglesia no es un club para perfectos?
El mismo Jesús se mezcló con gente normal pero también peligrosa; trató al
mismo nivel a María Magdalena, la criatura de los bajos fondos, al publicano
Zaqueo, a la mujer sorprendida en adulterio, a gente terrible como Judas, que
después le traicionó, a Pedro, que le negó antes de que el gallo cantara tres
veces.
Si en la Iglesia sólo pudieran estar hombres y mujeres sin tacha, estaría
probablemente vacía. Por lo menos yo no tendría ninguna oportunidad de tener
en ella un lugar pequeñito; me conozco, soy capaz de todo. La Iglesia concreta
no es un club de perfectos, sino que, según la voluntad de Jesús, es un lugar
para la transformación paulatina de personas totalmente normales. Personas
que a veces se equivocan, que tienen todo tipo de delitos en su haber, que
necesitan urgentemente que les acepten y les mejoren. Por suerte, el mismo Jesús
nos aseguró: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores”. Todos estamos un poco perjudicados:
uno tiene problemas con el dinero, otro con la verdad, el tercero con el sexo,
con el cuarto no se puede contar, el quinto es cabezota, y el sexto soy yo. No
avanzamos al son de una marcha triunfal. Cojeamos, tropezamos, avanzamos
lentamente. Pero caminamos. Y además juntos. Ésa es la Iglesia en la que me
gusta estar.”
Bernhard Meuser, Cristianismo para principiantes