había servido el padre del Cid, Diego
Laínez (o Flaínez), el cual (según la
tradición) era un infanzón o noble de
pequeña categoría, pero no un campe-
sino, como lo describe el conde García
Ordóñez. En realidad, y según las in-
vestigaciones más recientes, era el se-
gundón de una importante familia leo-
nesa, los Flaínez, y su padre, Flaín
Muñoz, había sido conde de León a fi-
nales del siglo
X. La familia había caí-
do en desgracia por haberse rebelado
contra Fernando I, de modo que, aun-
que Diego Laínez se destacó en las
guerras entre Castilla y Navarra, no
perteneció a la corte.
4Las fuentes más antiguas nada dicen
sobre la supuesta bastardía del Cid,
elemento que se incorpora a su leyenda
a finales del siglo
XIIIo principios del
XIV. En esa época se aplica al Cid el
viejo motivo literario que hace de los
bastardos héroes preferidos de la epo-
peya (recuérdese que muchos de los
héroes griegos eran hijos ilegítimos de
los dioses del Olimpo). Según la ver-
sión más antigua, documentada en la
Crónica de los reyes de Castilla, Rodrigo
habría sido hijo de Diego Laínez y de
una campesina, que en versiones pos-
teriores del tema es sustituida por una
molinera. Ya en los romances posterio-
res, el Cid es el menor de tres herma-
nos, los dos mayores eran legítimos «y
aquél que bastardo era / era el buen
Cid castellano».
5Mesar las barbasno era un mero insul-
to, sino una gravísima y terrible afren-
ta, semejante a la castración. Al no ha-
ber buscado reparación (por ejemplo,
mediante un reto), el que la había su-
frido quedaba infamado, como sucede
con el conde García Ordóñez.
6La corte real y, en general, todo lugar
en que se hallaba el rey, era territorio
inmune, es decir, que allí estaban pro -
hibidos toda clase de enfrentamientos,
tanto físicos como verbales. Al mesar
las barbas del conde Ordóñez y provo-
car la afrenta comentada en la nota an-
terior, don Rodrigo rompe la paz del
reyo inmunidad de la corte, lo que
pro voca la cólera del monarca. Ésta, en
la Edad Media, era mucho más que un
simple enfado, por fuerte que fuese, y
se convertía legalmente en la ira regia,
que ocasionaba el destierro del vasallo
que la había provocado.
7Rodrigo Díaz recibió en vida el sobre-
nombre de Campeador, es decir, ‘el que
vence en el campo de batalla’, proba-
blemente en la época de la guerra entre
Sancho II de Castilla y su hermano
Alfonso VI de León (1068-1072). Él
mismo firmaba sus documentos como
«Rodrigo el Campeador», y, según los
historiadores árabes coetáneos, era así
como lo conocía todo el mundo. Ini-
cialmente no iba asociado al título ára-
be de «Cid» (sobre el cual véase la nota
19), pero a finales del siglo
XIIambas
denominaciones se unieron en la for-
ma «el Cid Campeador».
8Al provocar la ira regia, se rompe el
vínculo que une al vasallo con su señor
y aquél ha de salir de las tierras de éste.
Rodrigo, por lo tanto, debe partir al
destierro. Según la legislación medie-
val, el desterrado no perdía normal-
mente sus posesiones (salvo que hubie-
se cometido el delito de traición, por el
cual se le confiscaban) y tenía derecho
a salir del reino acompañado de sus
propios hombres, los caballeros y sol-
dados de infantería que componían su
mesnadao tropa personal. Para ello con -
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1En 1079 (seguramente) Rodrigo Díaz
fue enviado por Alfonso VI como em-
bajador al rey Almutamid de Sevilla, a
fin de recaudar las parias que éste le
debía. Tales parias constituían un tri-
buto que los reyes andalusíes pagaban
a ciertos reyes o señores cristianos a fin
de contar con su protección contra cual-
quieragresión, externa o interna. Al
mismo tiempo, el rey castellano mandó
otra legación con los mismos fines al
rey Abdalá de Granada, la cual iba en-
cabezada por varios magnates de su
corte, en especial García Ordóñez. Es-
tando el Campeador en Sevilla, llega-
ron noticias de que el rey de Granada,
ayudado por las tropas cristianas, pre-
paraba un ataque contra la taifa sevilla-
na. Desde la corte sevillana se intentó
evitar el ataque mediante una carta en
la que se aludía a la común protección
del rey Alfonso sobre ambos reinos,
pero en Granada se burlaron de tal ar-
gumento y se comenzó el avance sobre
Sevilla, llegando hasta el castillo de
Cabra, en la actual provincia de Cór-
doba. Enterado Rodrigo, lanzó un rá-
pido contraataque, derrotó totalmente
al ejército granadino y capturó a Gar-
cía Ordóñez y a otros caballeros caste-
llanos, a los que liberó al cabo de tres
días. A continuación, Almutamid en-
tregó a Rodrigo las parias debidas y
valiosos regalos para Alfonso VI y fir-
mó con él un tratado de paz. Después
el Campeador regresó a Castilla lleno
de honor, si bien los cortesanos, mo-
lestos por la derrota en Cabra de uno
de los suyos, empezaron a murmurar
contra él, para indisponerlo con el rey
castellano. Esta es la versión de la His-
toria Roderici(una biografía del Cam-
peador escrita en latín a finales del si-
glo
XII), a la que el Cantar de mio Cid
añade que los cortesanos acusaban fal-
samente a Rodrigo de haberse quedado
con parte del dinero recaudado en Se-
villa.
2Ruyes la forma acortada de Rodrigo,
la que se empleaba delante del apelli-
do. En la Edad Media éste variaba de
padres a hijos y constaba de dos partes;
la primera, el patronímico, era un deri-
vado del nombre del padre (en este ca-
so, Díaz, ‘hijo de Diego’); la segunda,
el toponímico, indicaba el lugar de pro -
cedencia de la persona o el de su seño-
río (en el caso del Cid, de Vivar).
3El anciano rey al que se refiere don
Rodrigo Díaz es Fernando I de Casti-
lla (1035-1065), al que efectivamente
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