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“Y llegó desde un extremo de la ciudad un hombre corriendo, que dijo: ¡Oh, pueblo mío! Seguid a los
Mensajeros. Seguid a quienes no os piden retribución alguna [por exhortaros], y están bien guiados.
¿Cómo no he de adorar a Quien me creó, si ante Él comparecéis? ¿Tomaría acaso, en lugar de Él, a
ídolos cuya intercesión de nada me valdría? Si el Misericordioso decretara alguna adversidad para
mí, no podrían liberarme de ella. En verdad estaría, entonces, en un error evidente. Yo, en verdad
creo en vuestro Señor. ¡Escuchadme pues! [Pero su pueblo le mató], y le fue dicho: Ingresa al
Paraíso. Dijo: ¡Ojalá mi pueblo supiese que mi Señor me perdonó mis faltas, y me contó entre los
honrados [en la bienaventuranza]!” (Corán 36:20-27)
Analizaremos estas aleyas del sagrado Corán, porque tienen grandes e importantes significados:
“Y llegó desde un extremo de la ciudad un hombre corriendo” lo primero que los sabios extraen es
que la persona llego desde los extremos de la ciudad al centro de la misma, lo que indica que era una
persona pobre, que vivía en los alrededores de la ciudad, y llegaba al centro de la misma, es decir don-
de están los gobernantes y personas importantes e influyentes.
Lo segundo que podemos comprender, es que la persona no llegó relajado ni despacio, sino que llego
corriendo, es decir apresurado por dar su consejo sobre un asunto tan importante, como aconsejar a
su pueblo que abandone la idolatría, se aferre al monoteísmo, y siga el camino de los profetas y men-
sajeros.
“¡Oh, pueblo mío! Seguid a los Mensajeros. Seguid a quienes no os piden retribución alguna [por ex-
hortaros], y están bien guiados.” El consejo de este hombre fue que siguieran a los profetas, no a per-
sonalidades. Y dio una causa para su consejo, y es la imparcialidad y lealtad. Porque los profetas no
piden dinero a sus pueblos, a diferencia de los cargos políticos o de gobierno, y por eso sus opiniones y
posiciones pueden estar teñidas de interés y beneficio personal, mientras que el consejo de los profe-
tas y mensajeros son leales, porque no deben ni dependen de nadie, solo de Allah, Altísimo sea.
“¿Cómo no he de adorar a Quien me creó, si ante Él comparecéis? ¿Tomaría acaso, en lugar de Él, a
ídolos cuya intercesión de nada me valdría?”
Todo consejo está seguido de una explicación, y esta reflexión es impecable. ¿Acaso no es Allah quien
nos creó? ¿No es Él quien va a juzgarnos en el más allá? ¿No es ante Él que responderemos por nues-
tras obras? Entonces, por qué alguien adora un ídolo, que no lo ha creado, no le escucha sus duas, no
le puede responder ni ayudar en sus suplicas, y tampoco es quien va a preguntarle por sus obras? La
reflexión es: adorar ídolos es contrario a la lógica más simple.
“Si el Misericordioso decretara alguna adversidad para mí, no podrían liberarme de ella” Si Allah de-
creta algo, ¿pueden los ídolos y falsos dioses impedirlo? ¿Pueden proteger los ídolos contra el decreto
de Allah o modificarlo? La respuesta es un rotundo ¡NO!, entonces ¿por qué adorarlos? Es un acto que
no beneficia, pero si perjudica.
“Yo, en verdad creo en vuestro Señor. ¡Escuchadme pues!” Este es el consejo de un hombre que invo-
ca a su pueblo al Tawhid, a adorar solo a Allah, y los llama, los convoca, los llama a la reflexión, les hace
dawah, y les implora humildemente luego de explicarle las causas de su llamamiento y eleva la voz di-
ciendo: “¡Escuchadme pues!”.
Pero ¿cuál fue la reacción de este pueblo? No lo escucharon, no tomaron en cuenta su consejo ni escu-
charon sus reflexiones ni su llamado a aplicar la lógica y pensamiento racional. Por el contrario mostra-