La cama, que la noche anterior me había parecido tan ancha, ahora
apenas nos contenía a los dos.
—¿Qué? —dijo, con los ojos entornados y satisfecho—. Ah, sí, claro.
Sí, eso también. No te detengas, el masaje es maravilloso.
—No te preocupes, ahora sigo con el masaje —le aseguré—. Pero
déjame que apague la vela. Me levanté y la apagué; con los postigos
abiertos, el reflejo de la nieve daba luz suficiente a la habitación, aunque
estuviera la vela apagada. Pude ver con claridad a Jamie, la larga forma de
su cuerpo relajada debajo de los edredones, con las manos semiabiertas en
los costados. Me deslicé a su lado y tomé su mano derecha, reanudando el
lento masaje de los dedos y la palma.
Dio un largo suspiro, que fue casi un gruñido cuando froté firmemente
la base de sus dedos con el pulgar. Endurecidos tras largas horas de asir las
riendas de su caballo, los dedos se calentaron y relajaron lentamente bajo
mi caricia. La casa estaba en silencio, y la habitación, fría fuera del
santuario del lecho. Me causó placer sentir toda la longitud de su cuerpo
calentando el espacio junto a mí, y disfrutar de su caricia, sin ninguna
urgencia. Con el tiempo, esta caricia podía exigir más; estábamos en
invierno, y las noches eran largas. Jamie estaba allí; yo también, y estaba
contenta con cómo estaban las cosas en aquel momento.
—Jamie —dije, momentos después—, ¿quién ha herido a Ian?
No abrió los ojos, pero dio un largo suspiro antes de responder. No
obstante, no se resistió. Había estado esperando la pregunta.
—Yo —dijo.
—¿Qué? —Dejé caer su mano, estupefacta. Cerró el puño y lo abrió,
probando el movimiento de sus dedos. Después apoyó la mano izquierda en
la colcha para que viera los nudillos, un poco hinchados por el contacto con
los huesos de Ian.
—¿Por qué? —pregunté abrumada. Presentía que había algún asunto
delicado entre Jamie e Ian, aunque no parecía precisamente hostilidad. No
podía imaginarme por qué Jamie había golpeado a Ian, su cuñado, al que
quería casi tanto como a Jenny, su hermana.
Jamie tenía los ojos abiertos, pero no me miraba. Se frotó los nudillos,
observándolos. Aparte de algún leve rasguño, Jamie no tenía otras marcas;