- Hijo, este es un lugar muy desagradable.
- Sí que lo es. ¿No puede usted ayudarme a salir?
- Hijo mío, me llamo Confucio. Si hubieses leído mis obras y seguido lo que ellas
enseñan, nunca hubieras caído en el pozo.
Y con eso se fue. Pronto vi que llegaba otro personaje, esta vez un hombre que se
cruzaba de brazos y cerraba los ojos. Parecía estar lejos, muy lejos.
Era Buda, y me dijo: - Hijo mío, cierra tus ojos y olvídate de ti mismo. Ponte en estado
de reposo. No pienses en ninguna cosa desagradable. Así podrás descansar como
descanso yo.
- Sí padre, lo haré cuando salga del pozo. ¿Mientras tanto? ...
Pero Buda se había ido. Yo ya estaba desesperado cuando se me presentó otra persona,
muy distinta. Llevaba en su rostro las huellas del sufrimiento, y le grité:
- Padre ¿puedes ayudarme?
Y entonces bajó hasta donde yo estaba. Me tomó en sus brazos, me levantó y me sacó
del pozo. Luego me dio de comer y me hizo descansar. Y cuando yo ya estaba bien no
me dijo: "No te caigas más," sino "Ahora andaremos juntos." Y desde entonces
andamos juntos.
Así contaba el chino la historia de la compasión del Señor Jesucristo.
182. TODO LO QUE HACÉIS
"Todo lo que hacéis... hacedlo en el nombre del Señor Jesús."
Me gusta lo que dice Pascal de este texto: "Haz las cosas chicas como si fueran grandes,
debido a la majestad del Señor Jesús que mora en ti; haz las cosas grandes como si
fuesen chicas y fáciles, debido a su omnipotencia."
183. "VEN, OH VEN A MI"
Un hombre asistió a una de nuestras reuniones, en contra de su voluntad. Cuando llegó a
la iglesia, toda la congregación estaba cantando:
Ven, oh ven a mí
Ven, oh ven a mí.
Nos dijo después que le parecía que nunca en su vida había visto tantos imbéciles
juntos: hombres grandes, de pie, cantando "Ven, ven, ven." Terminada la reunión, no
podía olvidarse de las palabritas cantadas. Procuró hallar consuelo en el alcohol. Fue de
taberna en taberna, pero las palabras del himno sonaban con insistencia en su corazón.
Se acostó pero parecía que hasta la almohada le decía "Ven, ven, ven." Se levantó,
buscó el himnario, encontró el himno y lo leyó. Le pareció un himno absurdo, y quemó
el himnario. Juró que jamás pisaría otra reunión. Pero esa misma noche volvió. Y
cuando llegó a la puerta, estaban cantando el mismo himno. Para abreviar la historia, el
hombre se convirtió y cuando dio su testimonio dijo: "Creo que este himno es el más
hermoso que existe. Dios, por medio de él, ha salvado mi alma."