Desenlace: «Tengo la satisfacción de poder sacarla de dudas. Nuestra aspiradora, de
una marca del máximo prestigio como usted sabe, no es la anterior levemente
modificada. Cada fabricante, de vez en cuando, realiza un avance con el que supera a
sus competidores. Ésta es nuestra ocasión, y por tanto la suya, señora. Por eficacia de
aspiración, rendimiento, ausencia de averías, solidez, bajo consumo, relación precio-
calidad, es única. Para colmo de suerte, durante dos días estamos todavía en las fechas
de la oferta de lanzamiento. Tiene la oportunidad de hacer una buena inversión de la que
no se arrepentirá. No la pierda.»
Como ve, la estrategia ha consistido en convertir en virtudes los defectos de su
producto. No pensar en usted, sino en el cliente —¿qué le puede atraer?, ¿qué le puede
disuadir?—, y someterse a esas necesidades. Repásela varias veces. Analice si cumple
óptimamente su objetivo. Ensaye a solas en voz alta. Con su ritmo, ¿le cabe todo el
mensaje en los tres minutos concedidos? Si no es así, no modifique su ritmo óptimo;
suprima alguno de los elementos, los que le parezcan menos convincentes.
Discursos políticos breves
Pasemos a otro campo, el de la política. Le han concedido un breve espacio en televisión
durante la campaña electoral.
Igual que en la preparación de cualquier soflama, tiene que analizar: a) ¿qué es lo
que pretende? b) estudiar fríamente la mejor estrategia. En este caso, por ejemplo, si
usted habla a miembros entusiastas de su partido, no precisa argumentar, ya están
convencidos, tiene que inflamarlos, y de paso valorarse como figura política. Si habla a
un público fanático de otra posición, no lo va a convencer; confórmese con que —si no
fuese por televisión—, no le abucheen. Basta conseguir que le escuchen, hable en tono
cordial, informativo, intente caerles simpático, aunque no compartan sus ideas; y si es
posible sembrar la duda en su ánimo, que acepten que en algunos puntos puede usted
tener razón.
Los políticos, al final de las campañas preelecto rales por televisión, se dirigen
siempre a los indecisos; ahí está su posible mina de votos, pues los otros ya están
decididos. El lenguaje es diferente del utilizado para los adeptos fieles o para los hostiles
encalle cidos.
Un ejemplo que es fácil que el lector recuerde es el de Felipe González en alguna de
sus campañas electorales. O está magníficamente asesorado en imagen pública o tiene un
instinto de primera clase. Las intervenciones son diferentes en tono y contenido en cada
fase de la campaña. En la última y definitiva intervención televisada, la que se dirige a los
indecisos, fíjese en cómo al hablar de un tema que puede herir susceptibilidades —como
el aborto— lo hace de puntillas, rápido, en voz apagada y neutra, desinteresado, se
despega personalmente —es una realidad social, él no tiene la culpa—, apenas mueve las
manos; y cuando llega a un punto en el que todos los oyentes están de acuerdo —por
ejemplo, colaborar en eliminar la tragedia del paro—, frunce el ceño, engalla el gesto, que
convierte en amenazador, endurece la mirada, agita las manos, alza la voz, etc.
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