176. Un muchacho valiente
Al cabo de un rato de sollozar, se calma un poco, se seca las lágrimas: ¡Nico es un
muchacho valiente!
Pensó que debía hacer algo, que no podía quedarse allí horas y horas. Reprimió el
último sollozo, se secó los ojos con la manga, se levantó y echó a andar hacia al pueblo.
Coatepec era una población risueña y florida, pero Nico no estaba de humor risueño.
Preocupado por la mala jugada que le había hecho Orovolante, pensaba qué podría hacer
si el caballo tardaba mucho, o no regresaba, pero no se le ocurría nada.
Llegó a una plaza grande, el Zócalo, con árboles, plantas, un quiosco y un puesto de
refrescos. Nico se fijó en una muchacha jovencita, no mucho mayor que él, con delantal
blanco, que lava vasos. La muchacha levantó los ojos, lo vio y le sonrió.
–Oye... ¿Yo no podría trabajar aquí, lavando vasos como tú?
–No creo que quieran a nadie más. Pero, mira, quieres trabajar, ¿por qué no vas a
ofrecerte en el restaurante? Allá, del otro lado, ¿ves?
–Voy a probar. Gracias por el consejo. Adiós.
Atravesó el zócalo y se dirigió al restaurante. Delante de la puerta había algunos
coches estacionados. Entró, se acercó al mostrador y preguntó al que parecía ser el dueño
si podía emplearlo.
–No para quedarte. Pero hoy, precisamente, nos ha caído un montón de turistas y
nos falta un muchacho en la cocina que no se presentó. Si quieres ayudar, sólo por unas
horas, te daremos de comer y... si lo haces bien... vaya, cuatro pesos.
Nico aceptó, contento. Cuatro pesos le parecían una fortuna. El patrón lo llevó a la
cocina y gritó que ahí tenían a un ayudante.
Pasó tres horas limpiando platos, amontonándolos junto al fregadero, lavando
cazuelas, secando cubiertos...
Luego, en la mesa de la cocina, comieron él y los otros lavaplatos, mujeres y
muchachos. ¡Qué comilona! Había arroz, frijoles, salsa verde picante, plátano frito,
nopalitos, carne molida... ¡Cuántos días hacia que no había comido así!
Y después, además, se embolsilló cuatro pesos.
Salió muy contento del restaurante. Pensó en Orovolante, sintió una punzada de
pena, pero en seguida se encogió de hombros. Soy listo –se dijo–: ¡me las arreglaré sin él!
Si es necesario, volveré a la casa en camión. ¡Ya me las arreglaré!